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Nació a orillas del mar; que fue el ansia de su vida y cuyas olas
sollozaron también sobre su tumba.
Grau era un niño tranquilo y silencioso; quien sabe taciturno. A los
9 años se inicia en la vida de marino, como grumete en el buque
mercante "Tescua", Durante diez años viajó por diferentes partes
del mundo en barcos distintos.
Desde el principio de la guerra, comandaba el monitor Huáscar, con el que hizo proezas que difícilmente el
mundo podrá olvidar, ya que su nombre alcanzo brillo de leyenda. Era que el Huáscar llevaba en sus
entrañas de hierro todas las esperanzas de un pueblo.
Con el, Don Miguel Grau defendió palmo a palmo, las costas peruanas, no permitiendo jamás la invasión
planeada por el enemigo, que antelada mente sonreía con su triunfo y su conquista.
El ilustre almirante recorría el mar amenazando las costas enemigas, sembrando el espanto y el
desconcierto, hundiendo barcos, tomando prisioneros, recogiendo náufragos, sorprendiendo,
asombrando, y, depositando lauros inmarcesibles en el altar de la patria.
Don Miguel Grau murió destrozado por un disparo certero del enemigo, que destruye la torre de comando.
El océano sabe que a de servirle de tumba inmensa, y le recibe en su lecho de espumas y corales.
Su alma se fue volando a la inmortalidad. Se fue en alas de la gloria.
Por Ley 23856 del 24 de mayo de 1984, el escenario de sus hazañas se denomina "Mar de Grau".
Alfonso Ugarte Vernal, hijo de Narciso Ugarte y de Rosa Vernal. Nació
el 2 de agosto de 1847 y murió, heroicamente, a los 33 años,
defendiendo la bandera patria de las manos del enemigo durante la batalla
de Arica. Educado en colegios mercantiles de Valparaíso y Europa (1861-
1867), incursionó con marcado éxito en la agricultura, en el comercio y
en la explotación del salitre. También fue eficiente servidor público luego
del feroz terremoto de 1869, como alcalde de Iquique (1876) y miembro
de la beneficencia de dicha ciudad. Iba a viajar nuevamente a Europa por
asuntos de negocios de la firma Ugarte, Zeballos y Compañía que él
había fundado, cuando estalló la guerra con Chile (abril de 1879).
Alfonso Ugarte A pesar de la situación tan difícil resolvió quedarse e
invertir su fortuna personal en favor de la defensa de la patria; inició
una colecta para sostener a las tropas y pagó, con su propio dinero,
uniformes, vituallas y acémilas. Comandó el Iquique, batallón que
también financió personalmente, participando con él en las batallas de
San Francisco y Tarapacá (noviembre de 1879). En esta última fue
herido en la cabeza, no obstante lo cual recorrió el campo de batalla
para contener el repase de los caídos en la contienda. No quiso retirarse
de la guerra a pesar de haber sido atacado por el paludismo y, desde Arica, rindió juramento a la bandera
obsequiada por las señoras de su tierra natal al batallón Iquique.
Al lado de Francisco Bolognesi, participó heroicamente en la batalla de Arica (7 de junio de 1880) y,
cuando se vio rodeado por el enemigo en el morro, se lanzó al mar defendiendo el honor de la bandera
nacional. El historiador José A. del Busto ha reconstruido aquel glorioso momento de la siguiente forma:
Entonces fue que Alfonso Ugarte, en su caballo blanco y con celeridad de urgencia, acudió a un
sitio y otro tratando de mantener el enlace de los batallones y de llevarlos hasta la cresta del morro
para defenderlo hasta el mar. Tomó Ugarte en sí esta responsabilidad porque ya casi todos los
jefes peruanos estaban muertos o heridos. Uno de los pocos que seguía sano era Arias Aragüez,
quien rodeado de enemigos fue intimado hasta tres veces para que se rindiera, mas el tacneño se
negó a entregar su espada cayendo fulminado a balazos al no atreverse ningún oficial chileno a
quitársela. Así las cosas llegaron los enemigos muy cerca del mástil donde estaba la bandera,
defendiendo la cual murieron cantidad de soldados peruanos con el mayor Blondell, quien
sucumbió al pie del asta dicen que habiendo bajado el pabellón para salvarlo del adversario. La
tradición narra que muerto Blondell, el bicolor quedó flotando en varios brazos, sin llegarlo a
caballo blanco se lanzó al vacío con la bandera en su mano derecha por el lado norte del
su honor, pero no todos pasan por esa zona y leen la placa donde brevemente se dice quién
es. José Olaya nació en Chorrillos en 1782. Tuvo 11 hermanos y en la lucha por la
Independencia del Perú, el prócer fue un emisario secreto llevando mensajes, entre el gobierno
del Callao y los patriotas de Lima. Nadando. José Olaya era pescador, un hombre de piel
curtida por el sol y facciones marcadas. Es también patrono de los pescadores, y su imagen se
Fue descubierto, apresado, sometido a torturas que la historia detalla con precisión y
condenado a muerte. Dice la historia que a pesar de las torturas, José Olaya nunca reveló su
misión y prefirió tragarse las cartas encomendadas para la misión. Por ello, sus familiares
chorrillanos que le sobreviven no dejan de sentir orgullo cada vez que se le menciona, sobre
Este pescador de oficio fue el nexo entre las naves de la Escuadra Libertadora y los soldados
punto a otro.
Al ser apresado por el ejército realista, lo torturaron con el fin de obtener información sobre las
fuerzas patriotas. José Olaya Balandra, de acuerdo con los historiadores, sufrió doscientos
Fue detenido mientras llevaba una carta del general Antonio José de Sucre para el patriota
Narciso de la Colina. Lo capturó el español Ramón Rodil. La mañana del 29 de junio de 1823
pronunció una frase que desde primaria los escolares peruanos deben haber leído: "Si mil
vidas tuviera gustoso las daría por mi patria". Fue fusilado en el pasaje de la Plaza Mayor de
Lima, hoy Pasaje Olaya. Olaya murió el mismo día en que Chorrillos, su pueblo, celebra la
festividad al patrón de los pescadores, San Pedro. Por esa razón, esta mañana, en Chorrillos el
nombre de Olaya se escucha con fuerza. El artista Cherman Kino Ganoza incluye a José
Estudió en el colegio de indios nobles San Francisco de Borja del Cusco, donde
tuvo maestros jesuitas. Heredó los cacicazgos de Surimana, Pampamarca y
Tungasuca, y a los 22 años se casó con Micaela Bastidas Puyucawa, con quien
tuvo tres hijos: Hipólito, Mariano y Fernando.
María llegó a tener 7 hijos con su marido, Gregoria, Andrea, Mariano, Tomás, María, Leandra y
Bartola. Cuando las filas patriotas del general Juan Antonio Álvarez de Arenales estuvieron por
Huamanga, su hijo Tomas decide tomar la vida militar para defender a su país del ejercito
español, luego se sumaría a los montoneros patriotas acaudillados por Quiroz Lazon, mientras
aún estaban en actividad en cangallo.
Su esposo y Mariano, su otro hijo, decidieron colaborar también con aquellos montoneros que
actuaban en coordinación con las fuerzas regulares del general don José de San Martín. En
Huamanga se había instalado una división del ejército español a órdenes del general José
Carratalá, quien ordenó reprimir a los rebeldes.
No cabe duda que fue el ejemplo de su esposo y de sus hijos lo que le dio la fuerza a María para
ponerse de lado de la causa libertadora. Su condición limitada en cuanto a estudios no le permitió
aprender a leer ni a escribir, por ello le dictaba a su gran amigo Matías Madrid, las cartas que
enviaba a su marido para contarle acerca de los movimientos y planes que tenía el enemigo.
Su esposo le dirigía toda la información que recibía al patriota Quiroz. De esta forma los patriotas
pudieron abandonar el pueblo de Quilcamachay el 29 de marzo de 1822, y un día después fue
ocupado por los realistas, encontrándose una de las cartas que María enviaba, olvidada por
descuido en la chamarra de uno de los guerrilleros.
Custodiada por fuerzas de guarnición realista, condujeron a María en procesión hasta la plaza
de armas de Huamanga y en cada esquina un oficial dio lectura al bando de la sentencia dictada
por Carratalá, justificando su acción y poniéndola como ejemplo a posteriores que intenten
rebelarse contra el rey y señor del Perú. Fue llevada hasta la plazuela del Arco donde se
encontraba el pelotón de fusilamiento. Fue nuevamente amonestada para que revelara el
secreto, perdonándole la pena, pero María seguía firme en su decisión.
Resignada a morir, se arrodilló y dirigió su mirada al cielo esperando la muerte que le llegó
un 10 de mayo de 1822. Existen muchas versiones sobre qué pasó con su cadáver y con su
familia. Lo que se pudo verificar, tiempo después, es que Simón Bolívar, estableció una
pensión para sus hijas, pero nunca se supo de la suerte que corrieron su esposo e hijos
varones que también compartían el mismo ideal.