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elpais.com/elpais/2018/12/18/ciencia/1545131474_380390.html
Acuciada por el compromiso de Kennedy de llegar a la Luna antes del fin del decenio , a
mediados de 1968, la NASA lo veía muy crudo. El incendio de enero de 1967, en el que
fallecieron los astronautas que debían pilotar en primer ensayo del Apolo, había obligado a
rediseñar buena parte de la nave. Ahora, por fin, año y medio después el trabajo estaba casi
terminado y, aunque quedaban muchos flecos por pulir, en cuestión de pocos meses
podría volar la nueva cápsula. Solo para probarla, sin salir de la órbita terrestre.
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El módulo lunar no estaría listo para volar en la segunda misión, como estaba previsto.
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La Tierra vista desde la Luna por
el 'Apolo 8'. NASA
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Eso permitiría probar técnicas de navegación translunar, verificar el funcionamiento del
cohete, que nunca había llevado tripulación y comprobar los nuevos programas del
computador (todavía no terminados) para dirigir el viaje hacia nuestro satélite. Y también,
adelantarse a las intenciones de la Unión Soviética, que preparaba un lanzamiento hacia la
Luna, quizás en diciembre.
En veinticuatro horas, Low desarrolló una actividad frenética. Recién regresado de Cabo
Kennedy se entrevistó con Gilruth, director del Centro de Houston y con Chris Kraft, el
director de operaciones de vuelo y Deke Slayton, responsable de la oficina de astronautas.
Todo en menos de una hora. Convocó una reunión urgente en la oficina de von Braun, en
Alabama, donde acudieron entre otros, el general Phillips director del programa Apolo, Kurt
Debus, director del Centro Kennedy y Rocco Petrone, de operaciones de lanzamiento. En
tres horas el grupo había tomado la decisión: Si el Apolo 7 tenía éxito, el 8 iría a la Luna .
En tres horas el grupo había tomado la decisión: Si el 'Apolo 7' tenía éxito, el 8 iría a la Luna
Con el acuerdo bajo el brazo, Low volvió al avión, con destino a Houston. Ya de noche,
nueva reunión, esta vez con los representantes de North American. ¿Estarían listos nave y
software? ¿Qué problemas supondría lanzar un Saturno 5 a media carga? El vuelo anterior
había sufrido serios problemas de vibraciones, que amenazaban con romper las
conducciones de combustible. Y, de madrugada, nuevo vuelo a Nueva York, para exponer el
proyecto a Grumman, responsables del LM ¿Sería posible utilizar un contrapeso que
simulase la dinámica del inexistente módulo lunar?
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Aunque eran más de las dos de la madrugada, más de 2.000 personas se reunieron en la
base aéra de Ellington para dar la bienvenida a los astronautas del 'apolo 8'. NASA
Aún habría más cambios. Collins tuvo que someterse a una operación de cervicales, que le
supondría tres meses de convalecencia. Así que fue sustituido por James Lovell, su
equivalente en la tripulación de reserva. La tradición establecía que los suplentes pasarían
a ser titulares en el tercer vuelo siguiente. Collins pasó a integrarse en el equipo formado
por Neil Armstrong y Edwin Aldrin, que –si todo iba bien- pilotarían el Apolo 11.
En octubre de 1968, el Apolo 7 cumplió objetivos. Así que el siguiente se programó para la
siguiente oportunidad en la que Tierra y Luna ocuparan posiciones favorables. Eso sería a
finales de diciembre. Era posible que el Apolo 8 orbitase la Luna por primera vez en plenas
Navidades.
Aparte de toda la tensión del entrenamiento y los preparativos para el viaje, Frank Borman
tenía una preocupación adicional. Ante el primer viaje hacia la Luna, todo el mundo
esperaba que, como comandante, tuviese algunas palabras adecuadas a semejante hito
histórico. Pero Borman era un piloto militar, no un experto en protocolo y no tenía la más
remota idea sobre cómo salvar el compromiso.
Años atrás, Borman y Lovell habían pasado dos interminables semanas a bordo de la
Gemini 7. A su regreso al suelo, la NASA los había enviado en un viaje de relaciones
públicas alrededor del mundo. Fueron acompañados por un periodista, Simon Bourgin, con
el que establecieron una excelente amistad. A él recurrió Borman en busca de ayuda.
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La superficie lunar, vista desde el
'Apolo 8' NASA
Se había hecho de madrugada y el suelo estaba cubierto de papeles arrugados con otras
tantas ideas descartadas. Intrigada, Christine, la esposa de Laitkin bajó a ver cómo iba el
encargo. El periodista estaba al borde de la desesperación. “Bueno –dijo ella- es que estás
buscando en el libro equivocado” y retrocedió las páginas hasta el comienzo del Génesis:
“En el principio, Dios creó el cielo y la tierra…”
De repente, aquellas sencillas frases adquirieron todo el sentido que Laitkin andaba
buscando. En pocos minutos las copió en una hoja que al día siguiente pasaría a Bourgin y
éste, a Borman. Escritas en papel ignífugo –todo a bordo de la nave debía serlo- los
astronautas se las llevaron pegadas en la contraportada de uno de los manuales de vuelo.
Y el 21 de diciembre, el Saturn 5 con tres tripulantes a bordo emprendía rumbo hacia la
Luna.
El comienzo del viaje no fue agradable para Borman. La primera noche, al no poder
conciliar el sueño decidió tomar un somnífero ligero. Quizás fue el efecto de la pastilla o
simplemente el síndrome de adaptación al espacio (que sufren casi la mitad de
astronautas) el caso es que a las dos horas, se despertó con náuseas. Vomitó dos veces y
sufrió un caso de diarrea, lo que dejó la atmósfera de la cabina en un estado poco
agradable hasta que los astronautas pudieron recoger los restos flotantes con toallitas de
papel. Pero el problema no se repitió.
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Una ilustración de la NASA de 1968 figura el vuelo del 'Apolo 8' sobre la Luna.
Tres días después de dejar la Tierra, el Apolo 8 disparó su motor de frenado para entrar en
órbita alrededor de la Luna. Permanecería allí durante diez revoluciones y, como estaba
previsto, durante la Nochebuena Borman, Lovell y Anders se turnaron para leer el texto que
llevaban preparado, mientras su cámara de televisión enviaba a la Tierra las imágenes de
cráteres y llanuras desfilando bajo su nave. Fue, probablemente, uno de los momentos
más emotivos de todo el programa espacial.
Nadie podía estar seguro en aquel momento, pero la carrera hacia la Luna había terminado.
La Unión Soviética aún no disponía de su nave de aterrizaje ni de un cohete fiable. Sus
esperanzas de poder realizar, al menos, el primer viaje circunlunar, se habían desvanecido.
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Quedaba una último y desesperado intento por conseguir muestras de rocas mediante una
sonda robot pero ese intento quedaba para unos meses en el futuro. Seis meses más, para
ser exactos.
Rafael Clemente es ingeniero industrial y fue el fundador y primer director del Museu de la
Ciència de Barcelona (actual CosmoCaixa). Es autor de Un pequeño paso para [un] hombre
(Libros Cúpula).
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