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Sigmund Freud, considerado el padre del psicoanálisis, quien en sus inicios

pretendía tratar los padecimientos de los pacientes que llegaban a él aquejados


por lo que parecían ser padecimientos de naturaleza fisiológica, se desvió casi por
accidente hacia una nueva teoría de lo psíquico. Freud no pretendía crear una
teoría psicológica completa, pero llegó a elaborar un sistema que explicaba la
psicología del hombre en su totalidad. A pesar de esto, logró formular una teoría
psicológica que abarcaba la personalidad normal y anormal, y que incidía en todos
los campos del saber: la sociología, la historia, la educación, la antropología y las
artes.

Cuando Freud comenzaba, su mayor preocupación era el tratamiento de la


histeria. Antes de la terapia psicoanalítica (a la que de nuevo llega casi por
accidente) utilizaba la técnica de la hipnosis. Conforme ganaba experiencia, Freud
llegó a convencerse de que los padecimientos con los que trataba, y los de la
psique en general, eran de orden sexual, desarrollando entonces una teoría sobre
la sexualidad, que iniciaba en la infancia y que repercutiría siempre en la vida del
adulto. Esto último hizo a Freud acreedor a muchas críticas, sobre todo de los
grupos religiosos por “pervertir la infancia”.

En manos de la teoría psicoanalítica es donde por primera vez toma tanta


relevancia el inconsciente, y en adelante, cada vez que se lo mencione dentro de
la psicología, será casi siempre haciendo referencia al concepto psicoanalítico. La
explicación que el psicoanálisis brinda a las conductas humanas a partir de
mociones del inconsciente es grandiosa, y nos permite explicarnos por qué en
contradicción con nuestras creencias, valores, y a pesar de nuestra experiencia,
en ocasiones nos sentimos orillados a actuar de forma diametralmente opuesta a
la que se esperaría.

Cabe aquí entonces hablar de algo más grande que el inconsciente mismo, que es
la dinámica y el aparato del que forma parte, que Freud denominó aparato
psíquico. A este aparato lo constituyen dos grandes provincias, o regiones, que
son el consciente y el inconsciente; y a su vez, hay tres instancias, el Ello, el
Superyó, y el Yo. En el aparato psíquico actúan fuerzas y pulsiones que lo
orientan a satisfacer los deseos, o a reprimirlos, de lo primero se encarga el Ello, y
de lo último el Superyó. Quien queda como instancia reguladora de ambas
fuerzas, es el Yo.

Pese a que al Yo le queda relegada la tarea más importante, que es la de tomar


decisiones, y que sería lo ideal que esta instancia fuese fuerte en invulnerable;
cuenta con una debilidad que lo hace deconstruirse a momentos, y es que está
sometido y sustentado a y por el placer, y el placer no permite pensar. Es
entonces el yo vulnerable, y débil, y lo seguirá siendo hasta la muerte del individuo
a no ser que éste, mediante profunda reflexión consiga conocerse, y dominarse.

Dentro del mismo aparato psíquico quedan contenidas también normas de orden
moral, que nos hacen vivir de acuerdo a los acuerdos sociales, y a las que el yo
decide o no apegarse. Estás normas de orden moral representan en un principio
las enseñanzas directas de los padres, y las prohibiciones y represiones que se
nos imponen desde la primer infancia. El superyó es la instancia que
constantemente busca reprimir al individuo a partir de dichas enseñanzas, que
representan a su vez las características de convivencia y comportamiento de la
sociedad en la que vive y se desarrolla.

El Ello, por otro lado, es de naturaleza totalmente inconsciente, y será la fuerza


que oriente al sujeto a la satisfacción de todos los deseos. El Ello no piensa en
momentos, ni acuerdos sociales, ni normas morales, sólo busca alimentarse de
placer. Lo constituye el polo pulsional de la personalidad; sus contenidos,
expresión psíquica de las pulsiones que son hereditarios e innatos.

Teniendo la constitución psíquica del individuo, podemos hablar de lo que significa


la terapia. Este tipo de terapia busca ayudar al sujeto a encontrar una salida por sí
solo, no obstante contando con la conducción y dirección de sus sentimientos e
impulsos. El tratamiento se basa en la exploración del inconsciente mediante la
asociación libre

En la terapéutica psicoanalítica el analizante habla, y el analista escucha. Es


común que las críticas ignorantes hagan alusión a esta última cualidad de la
situación analítica como una labor que podría realizar cualquiera: “¿Para qué vas
a terapia?, mejor págame a mí, yo te escucho”. Sin embargo, la escucha del
analizante es, si no la más, una de las más complejas dentro de los tipos de
terapia.

El analista debe estar atento a las manifestaciones del inconsciente en un


paciente que habla continuamente, o que bien, continuamente calla, y debe
también orientar, en caso de que el analizante proporcione sueños, a que se
descifre el significado de los mismos a partir del código del analizante, mediante la
asociación libre. Mediante la asociación libre el individuo volverá hacia atrás, se
observara a sí mismo, comentara sus experiencias, dirá lo que sintió y pensó, y
todo aquello que se le venga en mente liberándose del aspecto consciente.

El psicoanalista a partir de su interpretación debe reconstruir los contenidos


psíquicos olvidados por el paciente –de ahí la importancia de su escucha-, y debe
comprender los aspectos inconscientes que conducen hacia los actos conscientes
en los que el desorden psicológico puede mostrarse.

El psicoanálisis en la terapia es una experiencia de autoconocimiento, en la que el


analista no proporcionará “tips”, ni técnicas para que el analizante sea más o
menos feliz, y limitará su labor a orientarlo para que encuentre la raíz de lo que lo
aqueja, sin garantizar que los síntomas de sus problemas desaparezcan, pero
dotándolo de lo más importante, que es una construcción mejor elaborada de
quién es, y por qué es.

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