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KATEBET

Katebet, Katebet, tres veces sagrada y bendita Katebet. Mis labios se adornan con la
joya de tu nombre, con la miel de tu nombre, con el cielo de tu nombre. ¡Oh, cuánto
misterio duerme en él! Es con su fuerza que Osiris mueve el Universo, alienta la vida en
las espigas, convierte las tinieblas en Luz.
Yo te quiero Katebet: haz tú conmigo lo que quieras.
Tu infancia fue tan pura como la infancia del río Nilo, y como él, toda tu vida no ha
conocido sino una sola dirección: la dirección divina. ¡Te has enamorado del Amor,
santa Katebet, te has enamorado de Amón! ¡Ah, dichoso el vuelo de tu alma, que ya no
ronda sobre los banales hechizos de este mundo, dichoso y sagrado vuelo, que sube alto,
como halcón lleno de sabiduría, para posarse tan sólo en las estrellas! ¡Mírame en
cambio a mí, hasta ayer compañera tuya, mírame y compadéceme!
Sin alas ya para subir al cielo, voy y vengo por el largo corredor de las sombras, voy y
vengo por el Tiempo maldito, acorralada como un animal, entre las rejas de sus días y
sus meses, entre las celdas de sus años...
Me muerde el Tiempo Katebet, me muerde todavía. Todavía soy su presa, tenemos
comercio todavía... ¡Ah! ¡Tan lejana está ya de mí la espada de fuego que, como, a ti,
me pusieron entre las manos para que lo venza y lo derrote! ¿La tuve acaso alguna vez?
¿No lo he soñado? ¿Se gana y pierde tierra y Cielo tan fácilmente? ¿No crujió
desesperado el mismo esqueleto del Universo, al caerme Yo, que debía sostenerlo? ¿No
era mi alma el alma de Amón? ¿Cómo siendo barco llegar a puerto alguno si me han
puesto a navegar sobre un río de arena?... ¿Hay algo más triste que un alma
encadenada?... ¡Oh, Katebet, Katebet, la de los ojos ya sin miradas y por ello mismo, la
de los divinos ojos! ¿En qué te apoyaste para no caer? ¿Cómo pudiste salir victoriosa de
la prueba constante de la vida?
¡Ya! A la vida se la mata con los dardos de Thot, el dios que al otorgarnos la sabiduría
celeste, nos otorga también la indiferencia para tantos hueros oropeles del mundo. Tú
habías aprendido a morir. Ni tu mente ni tu corazón pendulaban ya; nada en tu ser
buscaba cosa alguna. Habías llegado a ese punto magistral del espíritu en que todo
camino se considera una maldición.
Por eso, pese a mi dolor, he reído al escuchar a la gente del pueblo sus quejas,
lamentando tu muerte. Han llegado peregrinos hasta de los pantanos. Todo el país de
Khem llora por ti. Sólo yo no te daré mis lágrimas, puesto que quiero darte algo mucho
más valioso: mi arrepentimiento.
***
Yo era hija de un rico matrimonio emparentado con la realeza. Y tú, Katebet, ¿qué eras
tú? Apenas la hija menor de uno de los escribas de mi abuelo.
Contaba cinco años cuando te vi por primera vez, semioculta detrás de una columna del
Templo de Amón. Era día de fiesta y el aire entero olía a panecillos de silletis, se oían
risas entremezcladas con oraciones y algunos sistros y flautas a lo lejos. Caía el Sol. Los
sacerdotes habían terminado de ordenar el Templo y lo preparaban para la vela de la
noche. No estaban los mayores cerca nuestro. Recuerdo que yo tenía una muñeca entre
los brazos, procedente de Fenicia, región ésta con la cual mi abuelo mantenía estrecho
comercio. El hecho de creer que tú la mirabas, acicateó mi vanidad de niña y me dio
fuerzas para vencer toda timidez, terminando por acercarme a ti para mostrarte la
muñeca.
Tu expresión y tus palabras me duelen todavía.

1
-¡Pobrecita! -dijiste acariciándola. Y luego: -Es de madera...
Fue un golpe terrible. Era mi universo y yo te lo había ofrecido... Mi amada, mi adorada
muñeca fenicia, y lo único que dijiste era que su cuerpo estaba hecho de madera.

Pero lo que hiciste cuando, herida en mi amor propio y queriendo al fin deslumbrarte
con algo, te alcancé mi pulserita de oro, colmó la medida. La tomaste entre las manos y
corriste hacia el Templo, no por la entrada exterior, sino por una interna, por la cual se
introducían los sacerdotes y novicios. Una vez en él, cobrando un aire grave frente al
altar, me dijiste:
-El cuerpo es gleba... es lodo, como el lodo del sagrado Nilo. Está hecho para que en él
fructifique la simiente de la Sabiduría, para que florezca en todo su esplendor la gracia
del Amor inegoísta... Él presta mansa y humildemente su cuna de carne y huesos al
Niño divino del espíritu. ¿Para qué adornarlo con metales y piedras preciosas? Es
preferible dejar a todos ellos, abandonados ante los pies de Amón...
-¿Usan pulseras los Dioses? -pregunté ingenuamente.
-No, pulseras sólo, no. Kidhu dice que los Dioses son de oro. Todos de oro. Yo no sabía
entonces que Kidhu era un familiar tuyo, sacerdote del Templo en el cual nos
hallábamos; pero de todos modos, un nuevo mundo abrióse para mí: un maravilloso
mundo donde vivían Dioses dorados como el Sol.
...Y como si hubieras leído en mi corazón y supieras con cuánta complacencia había
recibido tus palabras, me dijiste:
-Cuando sea grande, Kidhu me hará sacerdotisa de Amón.
-Y yo... ¿podré serlo también? -aventuré con ansiedad.
Entonces te acercaste a mí en puntillas, llevándote el índice a los labios en señal de
silencio, oteando a tu alrededor, como para asegurarte que nadie nos veía. Me tomaste
luego de la mano y juntas nos introdujimos por una puertecilla. Cada vez disminuía más
la luz y comencé a tener miedo. Mucho anduvimos, subiendo y bajando escaleras y
aunque terminé por sentirme aterrorizada, me guardé cuanto pude de demostrártelo,
hasta que llegamos a ese horrible salón que tú llamabas de los "kils", en el cual vi la
necrópolis de los sacerdotes del Templo y comencé a gritar con todas mis fuerzas... Me
dejaste hacerlo, hasta que caí rendida, sin que nadie me escuchara.

-No, -dijiste. No podrás ser sacerdotisa de Amón porque tienes miedo. El temor
destruye la libertad, cercena las alas del ángel que habita en los corazones humanos,
mata sus auroras, su alegría, y lo pone a dormir sobre lechos de espinas. ¿Quién es el
padre del temor? Su padre es el apego al cuerpo, que se genera por la falta de
discernimiento. Los rayos del sol de la sabiduría, no pueden reflejarse sobre las aguas
nerviosas de la mente sumida en el desasosiego y el pánico. Una criatura humana,
aprisionada entre los brazos del miedo, no puede jamás elegir la senda divina: se halla
demasiado preocupada tratando de descifrar el significado de las muecas del fantasma
Temor... y por cierto, esas muecas no tienen significado alguno, a no ser, el que le otorga
nuestra propia mente de juguete...
Supe que recién ahora contestabas la pregunta que yo te había hecho en el exterior del
Templo.
Era demasiado. Prorrumpí en gritos otra vez, cerrando los ojos para no ver dónde me
hallaba.
No sé cuánto tiempo duró ésa, mi segunda lamentación. Recuerdo sin embargo, que te
sentía canturrear y moverte de aquí para allá, mientras que a mí el terror me había
paralizado en tal forma, que sólo atinaba a estarme en un rincón, totalmente
imposibilitada de movimiento.

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-Si quieres ser de oro como los Dioses, tienes que aprender a no moverte, y Kidhu dice
que el miedo es el peor de todos los movimientos. Mira... No hay de qué temer... ¿ves?
-¡Tú te mueves, no yo! -grité. Yo estoy quieta y tú corres de aquí para allá.
-Yo sí corro, pero no me muevo. Tú en cambio, te mueves como el Nilo...
-Sácame de aquí -grité, a punto de lanzarle mi muñeca.
-No, hasta que dejes de temer... Apártate del miedo... siente que los brazos del Divino
Amón rodean amorosamente todo tu ser... Él te protege, Él te acuna, Él te acaricia, te
observa constantemente. Él es nuestro Padre, nuestro Dios, nuestro Rey. Jamás nos
abandona... Cuando temes, ingresas al país de las sombras, donde mora Seth, el Señor
de la mente oscura... pero... siempre los rayos del Divino Amón, destruyen las tinieblas.
-Y agregaste luego con un hilo de voz, más para ti misma, como en éxtasis:
-La Fe en Dios, es el hilo de luz que despedaza en nosotros toda sombra...
Algo me llegó de esa frase final. Mi corazón se sintió resucitado, abandoné mis lágrimas
y comencé a confesarte cosas que anhelaba aprender y hacer cuando llegara el tiempo
de decirle adiós a las muñecas fenicias.
-¿Ves? -me dijiste, ¡Ahora ya hablas! Luego correrás y cantarás conmigo... Entonces
será la hora de partir...
Efectivamente media hora después, corría y cantaba. Había, ciertamente, dejado el
miedo atrás. De pronto, te detuviste y me abrazaste.
-Eres mi hermana, y nunca nos separaremos -me susurraste al tiempo que me besabas.
Ven, ya se fue el miedo, ya podremos salir de aquí también nosotros.
Fui de tu mano hasta la puerta. Nuestros padres, al vernos, intentaron acercarse
presurosos hasta nosotros. Pero tú los detuviste diciéndoles:
-Ella y yo estábamos aprendiendo a ser de oro como los Dioses...
Al separarnos, te ofrecí mi muñeca fenicia.
-Pobrecita... es de madera...
-¿De efímera madera, Katebet, como los seres humanos, de efímeros cuerpos mortales a
los que dedican todos sus cuidados?
¿Tanto amaba y atesoraba tu corazón lo eterno, lo perenne, la esencia de las cosas, que
te producía dolor la visión de una Humanidad tan parecida a mi muñeca fenicia?
Después de todo... ¿Era tan grande la diferencia? ¡Ay, para ti, ninguna! ¡Ambas
sustancias, madera y carne, tienen la sutil diferencia que le otorga sólo lo aparente!
Pero ya nada me importaba, nada de lo que me pudieras decir, nada, nunca más. De tal
manera me sentí unida a ti desde ese día, que te veía en sueños y te buscaba durante el
día. Cosa de niños. No sabía tu nombre. Me enteré mucho más tarde de quién eras. Por
un largo tiempo, te adoré silenciosamente y protegí tu imagen, sagrada en mi recuerdo,
con las cintas doradas de mi pensamiento.
Solía imaginarte junto a Amón, a nuestra Señora, la Virgen Isis. Siempre te veía y eras
la Luz. Con el correr de los años se fue desdibujando tu imagen en mi memoria. Pero
nunca te olvidé, Katebet.
Por eso, cuando ya novicia del culto de Amón, te descubrí como compañera, mi alegría
fue inmensa.
¡Ah, esos primeros años del noviciado! Siento aún el divino roce del lino sobre el
cuerpo, los catorce perfumes sagrados, el papiro de Amón en la mano, los sagrados
anillos, el calzado de los siete nudos... Y en las noches, Katebet, en las noches, aún oigo
a los músicos del Templo con los instrumentos mágicos, reproducir el "sonido-nombre"
de cada cosa, por medio del cual se unían a la Santa Madre... la adorada Sekhmet de los
cálidos besos, y el regazo siempre pronto para acoger a sus hijos humanos
transformados en eternidad.

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De todo cuanto se nos enseñaba, transitábamos con mayor felicidad por el camino de la
música. Por horas nos pasábamos escuchando hablar a las diversas familias de sonidos.
Así supimos hallar clara diferencia entre los mismos -que no son los mismos-
producidos por padres diferentes. Sólo podíamos, al fin, escuchar el "coh" de Amón,
mientras que todo el pueblo disponía de arpas, sistros, flautas, bajo cuyas mieles se
adormecían felices sus almas, quedando, a causa de su hambre de belleza exterior, a la
puerta de la Voz de la Santa Madre, sin poder ingresar a Su Morada.
Pero de las dos, eras tú, Katebet, la que siempre llegaba más lejos. ¡Y yo, feliz! Nunca
mi corazón humilló el amor que te tenía con el más leve sentimiento de envidia; nunca
me sentí triste por no poder alcanzarte. Luego de la meditación, cuando ya todos nos
levantábamos, tú permanecías aún, por varias horas más, sumida en tu Yo Diferente... Y
los Sacerdotes te dejaban, habiendo comprobado una vez, como era su costumbre, qué
buen ejercicio hacías de la misma.

En toda prueba, en todo trabajo, salías adelante y en el primer lugar... Cuando en las
fiestas del Niño-Dios Horus, practicábamos la caridad con la gente del pueblo, tarde
regresabas tú, más tarde y más cansada que ninguno, porque como ninguno te
prodigabas.
Pero esos años huyeron Katebet y con ellos la fantasía y el ensueño... y la mentira...
Todo cobró una nueva dimensión para mí cuando, terminado nuestro largo período de
novicias, comenzamos a viajar, y con ello, a ver y escuchar...
Las sacerdotisas de Amón atendíamos a los enfermos, velábamos por los niños,
asistíamos en sus partos a las mujeres prontas a dar a luz, según era la costumbre en la
cofradía a la cual pertenecíamos, ocultando en el más profundo secreto nuestra
verdadera identidad. Quien creara nuestra orden, lo había dispuesto así, para que la
experiencia que cosechásemos en esa parte de nuestro Camino, no se viese
empequeñecida con una visión hipócrita de las cosas, pues sabido es que los hombres
del pueblo, a la vista de los sacerdotes, se dan ingenio para presentar sus males, pecados
y miserias envueltos de tal modo y con tal arte, que muchas veces lo diabólico aparenta
ser fruto de los cielos, y no hay error, por grande que sea, que ellos no logren disimular
con sus artimañas.
Para todo el mundo éramos sólo mujeres devotas en misiones piadosas. Para nuestros
superiores, éramos algo muy diferente.
Katebet... Yo emprendí el camino con alma alborozada... Iba a los hombres, mis
hermanos, a los Hombres, ¡los amados de Horus! Yo podía comprender sus yerros,
guiarlos, conducirlos... y hasta castigarlos si hubiera sido preciso, por Amor... Se me
dijo mil veces que en cada ser humano, se escondía la esencia de Atmú, el espiritu
divino, que todo era cuestión de paciencia para descubrirlo y verlo resplandecer bajo los
vicios, por terribles que ellos fueran. Así fui, con mi escudo y mi coraza. Así llegué
hasta ellos, con la piedad latiéndome como un corazón entre las manos... A todos
atendía, a todos me prodigaba. ¡Oh sí! ¡Yo deseaba parecerme al Nilo! ¡Ser agua divina
que se brinda, que fecunda las semillas de la cebada y el papiro, el loto y el trigo, que
guía las barcas de ciudad en ciudad y a todas las acoge mansamente!... Y cuando entrada
la noche, Katebet, me recluía en mi cuarto, cansada en extremo, tenía todavía fuerzas
para rezar a Amón, rezar y agradecerle por haberme permitido un lugar a Su lado en la
lucha contra la hueste de Seth. Le agradecía por dejarme Dar... y Amar...
¡Ay, pero al paso de los años, mi muralla luminosa se fue derrumbando y me penetraron
los vicios de los hombres!... En las fiestas de la resurrección de Osiris oía a los fieles en
estado de ebriedad, surcar el Nilo en sus barcas, profiriendo palabras infernales y
realizando toda clase de obscenidades. En las ciudades del Delta descubrí las prácticas

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del más abominable libertinaje, y no sólo entre los moradores de las torres de los
pantanos... Las barcas de acacia, en espera de vientos favorables, deteníanse en las
costas donde los ladrones de tumbas mezclaban objetos robados a los sagrados granos...
por orden de los mismos Gobernadores de provincias... Todo era un infierno; el Bien
había huido de Khem. Yo estaba sola... Y ya no vi, no pude ver a Amón, el dios de la
compasión, entre los hombres, sino que, por el contrario, comencé a ver nacer al
diabólico Seth en mí... ¡Sí, al mismo Seth!
Me decía: ¿a qué ser pura en un mundo prostituido? ¿Es que estoy loca? En los barrios
bajos, oía a los músicos hacinados en la Casa de la Vida, noche tras noche, entonando
canciones sensuales y cometí el pecado del odio y el desprecio y usé incluso, más de
una vez, de mis poderes para acallarlos...
Y vi ladrones y asesinos durante la noche, que usaban máscaras de hombres buenos
durante el día, y quise regenerarlos, y caí abatida en el piélago negro del fracaso. No
podía sembrar el amor de Horus, el Señor de la benigna mirada en ningún corazón.
Entonces la ira se apoderó de mí, la ira tomó mi alma destrozándola entre sus colmillos
poderosos.
Comencé a llorar cuando regresaba... porque ya no podía orar a Amón. Me iba
empequeñeciendo paulatinamente... Se me había dejado sola, como era la costumbre.
Nadie podía, en esos años, hablar conmigo, nadie que proviniera del Templo. ¡Ah, lo
que me hubiera hecho una palabra! ¡Qué dolor no me hubiera mitigado! Pero como diría
Kidhu, mirándome con esos ojos huecos de vida, llenos de Cielo... "Si una palabra te
salva, si un discurso calma tus heridas y te regresa al Camino... di, ¿tan pequeña eres
que para ser, precisas de un poco de viento? Ah, el Sendero hacia Amón te lo labras tú
misma. No los rollos de papiro llegan a Dios, sino los hombres que practican sus
enseñanzas".
Entonces, contraje el hábito de caminar como un alma errante, sin rumbo fijo, cuando
finalizaba mi tarea. Pero ya mis superiores habían comenzado a notar mi fatiga moral.
Una vez, me detuve frente a una casa humilde, pero feliz en apariencia. A la puerta
jugaban dos niños morenos; una mujer canturreaba adentro y en un solar cercano, un
hombre amasaba la blanca harina. Me sonrieron y saludaron... Trabamos amistad. Supe,
así, que provenían de la Nubia... Yo me dije al verlos: "Mi vida entera dedicada a los
demás... y yo excluida... ¿Es que no merezco siquiera la pequeña alegría que a algunos
acaricia en Khem?"
Sabía que por mis labios hablaba el egoísmo. Y soñé parecerme a todo el mundo... pero
no había vivido como todo el mundo... y no pude ser como todo el mundo. Bien sabes,
Katebet, que en ese período de nuestro noviciado, cualquier cosa se nos permite hacer
para lograrnos... Pero con inteligencia se nos libera de reglas y prohibiciones, cuando ya
es demasiado tarde para cometer faltas duraderas, saturada como está la conciencia de
celestes visiones. Así, poco me duró esa rebeldía y breves fueron mis pasos lejanos al
camino.
No hallaba, sin embargo, paz en mí y así fui cayendo cada vez más. Vencía ya el plazo
de trabajos lejos del Templo y yo debía volver a él... y aunque lo deseaba con toda el
alma, dudaba en hacerlo. Allí se me enseñaba a amar... y yo había aprendido que en el
mundo impera el odio y que cuando se llega a conseguir una cierta dignidad, como la de
la familia nubia de la que te hablé, se la logra sólo en virtud del egoísmo, de velar por sí
mismo con indiferencia para con los otros.
Como un perro enfermo, lamía yo mis propias heridas... Opté por el retorno... Era la
noche del veinticuatro de Diciembre... ¡Oh, Katebet!, esa fue la noche de mi muerte,
porque lo que vi, aunque no diferente de todo cuanto llevaba ya visto, lo observé entre
gente de religión y fue la gota que colmó mi vaso. Porque vi con mis propios ojos rendir

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culto al Hombre-Dios que regresaba de sus campañas con las cabezas de sus enemigos,
y vi cómo colgaban de las paredes sagradas de nuestro Templo, las manos cortadas de
esos pobres infelices... Tributo de guerra, triunfo para Khem, decían... ¡Y pendían del
Templo de Amón, de mi Templo, del trono de la piedad!
Entonces me dije que el mundo no era bueno, no era buena la Religión, no eran buenos
los sacerdotes... ¡Todo era engaño y falsedad! Se nos decía una cosa: otra se hacía. Se
nos presentaban los misterios del Cielo: pero se comerciaba sobre la tierra. Yo misma
había visto cómo los sacerdotes vendían los objetos sagrados de los altares a los
hombres del pantano y a más de uno sorprendí en tratos con los ladrones de tumbas.

Hablaban de caridad y poseían las mejores tierras del Nilo; se decían justos y
beneficiaban al rico desnudando al pobre.
Sucios, borrachos, coléricos, los contemplaba de regreso al Templo, blandiendo el látigo
de las ceremonias sobre eunucos y mujeres perdidas. ¡Y regresaban de bendecir
cosechas y caminos! ¡Y eran nuestros Maestros Katebet, eran nuestros faros! ¿Qué
lumbre podían darnos, empañados como estaban por el lodo de los vicios?... ¡Ah, sí!
¡Un día los odié tanto como los había amado! Y los maldije y renuncié al Camino... y
me quedé sola en medio de la vida. Pero ese no hubiera sido mi dolor supremo: mi dolor
supremo era verte a ti, impertérrita, sin inmutarte por todo cuanto a mí me inmutaba.
Permanecías serena, firme y a todo... sonreías. ¡Ah! ¡Y nuestros compañeros! Santones
de tumba al principio, fueron adquiriendo las garras de los leones de Libia con el
tiempo. Codiciosos, perversos; entre ellos, como entre enemigos, se hacían la guerra y si
bien hablaban de amor con la boca, odio tejían secretamente en su corazón,
repartiéndose injurias y calumnias entre sí. ¡Y tú siempre serena! Fui yo, precisamente,
la que quebró tu paz y vio tal vez tus primeras lágrimas: fue cuando, hecha un torbellino
de furia, te anuncié que me iba.
Katebet, por días, hasta que me marché, permanecí a tu lado. Recuerdo perfectamente
cada una de tus palabras, que en aquel entonces me resultaron insustanciales... y que
hoy por fin comprendo, se hallaban plenas de sabiduría.
-Hay sacerdotes maravillosamente puros dentro del Templo -me dijiste. ¿Los conoces
tan bien, como te empeñaste en conocer a quienes no lo son? Hablas de los hurtos de los
pequeños, ¿sabes de los beneficios que otorgan los grandes?
-Hay conocidos sacerdotes que son peores que los recién salidos del noviciado, -te
contesté iracunda.
Tú sonreíste...
-No te hablo de grados: yo me refería a su Ser Diferente...
-¡Ay, todos son lo mismo! No hay hombres de oro Katebet... la misma doctrina se halla
enferma de errores...
-Y tú, Katenuth -me dijiste, pronunciando por primera vez mi nombre- tú... ¿no eres
mezcla de sombra y de luz, como todo el resto del mundo? ¿Es que crees ser
diferente?... Dime... ¿Para qué, por qué, persiguiendo qué fines, tomaste el sendero del
noviciado?
-¡Porque quería servir a Dios... porque amaba el Camino!
Nunca, ningún león del desierto, reaccionó de modo más enfurecido. Te diste vuelta
hacia mí, me tomaste por los hombros y haciendo las señales mágicas que efectúan los
jueces sobre los ladrones y licenciosos me arrojaste hacia atrás.
-¡Raza de hombres! ¡Maldita y bendita, amada y odiada! Katenuth, eres falsa sólo por
ser ciega. Nunca ha elegido realmente las Orillas de Dios, aquel que mantiene sobre el
río de la vida, el barco preparado para marcharse ante cualquier contingencia ¡Quema tu
barco y ahogarás toda sed de regreso! ¡Quema tu barco con la llama de la Fe! ¡Ten Fe!...

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Te interrumpí.
-¡Fe! ¿En qué? ¿Qué puede darme Fe si veo que todo se derrumba a mi alrededor?
-No... -exclamaste pacientemente y como quien enseña a un niño... No... No la Fe que se
apoya afuera: ésa... ésa es sólo creencia superficial, pequeña... Esa otra Fe: la Fe real, la
que tú sólo alimentas con fuerzas que no nacen de tu mente.. La Fe sin formas que la
protejan... Katenuth, ¿por qué te apoyas fuera de ti misma? ¿Por qué te alimentas y te
vistes con los bienes de este mundo? Pides que esta tierra poblada por mortales
imperfectos, te de ejemplos para conquistar el Cielo de los Dioses pletóricos de
Perfección? ¿Al error le pides que te lleve a la Verdad? ¿Al mendigo que te regale
palacios y al ciego que te señale el sendero? ¿No hay egoísmo de tu parte cuando exiges
apoyarte sobre bastones para luego alardear que caminas? ¿Y qué son, sino báculos, tus
pretensiones de ascender espiritualmente, ayudada por el muelle cojín de la conducta de
los otros? Buenos o malos, han de darte lo mismo: eres tú quien se ha decidido por este
Sendero. ¿A qué descargar la responsabilidad de tu marcha sobre espaldas tan débiles
como la tuya propia? Mira... yo he visto abrirse la flor de "bindhu" junto a las arenas del
desierto; indiferente al marco estéril que la rodeaba, a la muerte que era su única
compañera, se entregaba al viento y a él le confiaba sus semillas de Vida... Todo en la
Naturaleza se apoya en sí mismo. El hombre únicamente se apoya en el hombre y es así
como en la Senda de los pocos que alguna vez se decidieron por el Cielo, abundan de
continuo los fantasmas de aquellos que retrocedieron ante la visión espectral que de
ellos mismos nacía...
-Katebet, no entiendo tus palabras... Si los que se deciden por Amón son tan imperfectos
como aquellos que con Seth permanecen, ¿a qué tomar una senda y dejar la otra, si entre
ellas no existe diferencia?
-Todos los hombres, todos, nos hemos decidido por Amón alguna vez. Aun los que
aparentemente huellan el sendero de Seth, Katenuth... ¡Tantas veces se te ha repetido
este sagrado misterio!
Y luego, como queriendo dar por terminada nuestra conversación, me dijiste:
-No te apoyes en criatura alguna; apóyate en ti misma, sé tu propio orífice... Lábrate con
las fuerzas de tus propias manos...
-¿Qué?... ¡Ah, sí!... -dije ya distraída, sin que importara demasiado haber entendido...
Pero quedaste en silencio y él hablaba. Entonces me pareció oportuno fingir que me
hallaba pensando todo ese tiempo en tu contestación:
-Sí, ya lo sé... Me apoyo en el mundo para decir "soy"... "hago"... ¿No es eso?... En los
agradecimientos... en los días de sol... en las crecidas del Nilo... en las cosechas
fecundas. Nunca en las tormentas de polvo... en los malos momentos... en los seres
equivocados... Yo sólo soy cuando todo me demuestra que también es, a mi alrededor...
Soy un lago: mi color varía de acuerdo a lo que se refleja en mi superficie, negro como
las aceitunas de Ki, si negro el cielo; azul como los ojos de Cabkha, si el firmamento
azul... Mi persona cambia como el viento, mi corazón no tiene pasos que le pertenezcan:
marcha según la marcha de todo lo demás... ¿No soy así, Katebet? ¿No es eso lo que
quieren significar tus palabras? No me contestaste ya, pero al irte, volviste a
preguntarme si de verdad persistía en mi resolución de dejar el Templo, a lo que yo te
respondí afirmativamente. Entonces me dijiste, más con los ojos que con las palabras:
-Cierra tus ventanas... tus puertas... Las tienes demasiado abiertas y los vientos del
desierto apagan con su furia las llamas que de continuo prendes... No es cuestión de
vigilar el Fuego: el problema es el viento, Katenuth... ¡Siempre el problema es el viento!
Yo embarqué en Alejandría rumbo a Fenicia. Destruí mi vida. De vez en cuando me
llegaban noticias sobre cómo edificabas la tuya. Hoy vengo, vieja compañera mía, a
confesarte que eran sabias tus palabras, que tú tenías razón porque por tus labios

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hablaban los Dioses... Quiero decirte tantas cosas... Quisiera regresar a aquel día en que
te vi por última vez, pero el tiempo no regresa jamás... He cerrado mis puertas y
ventanas: tengo ya la llama encendida para siempre. He comprendido por fin que el
problema es el viento... pero ya no tengo a quién ofrecer ese conquistado Fuego.
En el país de Khem se dice: Katebet construyó este Templo para Khemsu... Katebet
protegió al pueblo de Tapora y modificó sus leyes tornándolas piadosas, con los
consejos que impartiera a sus gobernantes... Katebet se sacrificó para que esa Casa de
Salud fuera construida... y este camino... y este solar para campesinos... Se diría que tú
formaste palmo a palmo el corazón de Khem. Muchos dejaron de llorar, porque tú
apartaste de sus sendas las causas que dan nacimiento al dolor. ¡Ay, si yo también
hubiera tenido la fuerza que a ti te alentaba en el viaje de la vida para no caer!...
Katebet... Katebet, me muerde ferozmente la conciencia de mi inutilidad... He estado al
lado de un oasis... Yo era a quien se había dado el encargo de alcanzar el agua a todos
los sedientos... Y mezquiné mi escudilla y no derramé su preciado licor en boca alguna,
sino que lo arrojé sobre la arena. Observaba morir a hombres y mujeres... y no me daba
cuenta que era Yo la Vida... Criticaba diabólicamente sus estertores a los que llamaba
errores y pecados y crímenes, pero nada hacía para apartar sus almas de la voracidad del
fuego... ¡Katebet, maldita sea yo, una y mil veces! ¡Maldita sea por Khem y no viva ya
más ninguna vida! ¡Que hasta la sombra de mi ser sea rechazada por Anubis y me dé
vuelta el rostro y se niegue a conducirme hasta Osiris!
¡Ah, veneno del mundo que soy yo! Por culpa de almas como la mía, los Dioses se
alejan de los hombres!... ¿Qué hacer conmigo, Hermana? ¿Adónde ir, si hasta la noche
más negra parece brillar, comparada a las tinieblas con que me recubre la vergüenza y
no encuentro refugio en parte alguna?
Hoy, los sacerdotes han cerrado la mansión de tu descanso eterno.
Estoy contigo aquí, en esta tumba tuya, abrazada a tu féretro. Yo, que no supe, o no
quise, o no pude seguirte en vida, te seguiré Katebet, por los Caminos de la muerte...
El anciano Kidhu ha comprendido mi arrepentimiento y con piedad infinita consintió en
que me quedase a tu lado... Sí, iré apartándote las sombras para que nada pueda dañar la
Gloria de tu Amanecer eterno a la Unica Luz.
No escribo ya, Katebet... Las fuerzas me faltan, apenas puedo respirar... Me acerco al
Oasis de los Dioses... ellos no retiran la cucharilla de mis labios... ellos no se fijan en
mis errores. Ellos, Katebet... Pero no hay agua en esas cucharas... ¡Dios mío, qué paz,
que felicidad infinita!... ¡En esas cucharas celestiales, hay esperanza, hay nuevos
intentos, nuevos Caminos! ¡Sí! ¡Los Dioses Misericordiosos me dan de beber
piadosamente el agua de una nueva posibilidad! Regresaré entonces, ¡Oh Tierra de
Khem!, regresaré en un nuevo cuerpo y seré más fuerte, y podré vencer como tú
venciste, Katebet a la ignorancia, el desconcierto, la visión equivocada... Todo lo que
necesito es tiempo... un poco más de tiempo... ¡Oh Dioses generosos! Ellos nunca nos
mezquinan las joyas que se extraen de las canteras de los años, de las cordilleras de los
siglos... Todo está por Voluntad de los Perfectos, al alcance de sus hijos humanos.
Me duermo ya, hermana, Maestra mía, pero me duermo sonriendo mientras mis labios y
mi corazón llenos de paz y contentamiento, repiten esperanzados:
Mañana... Katebet... la Luz me despertará y alumbrará también a mí... Mañana...

FIN

Katebet:

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Sacerdotisa del Dios de la Luz y de la Vida, el misericordioso Dios del Sol, a quien se
rendía culto en casi todos los Templos del antiguo Egipto.
Katebet fue compositora, cantante y poetisa de renombre, amada por todos los devotos
del culto solar. Fue famosa la historia de su vida en los Templos de Tebas.
La momia de Katebet, extremadamente bella y pletórica de serenidad, se conserva casi
intacta, luego de tres mil años, en el British Museum.
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Katebet
Ada D. Albrecht

PLEGARIAS A LOS DIOSES EGIPCIOS

Plegaria a Thot (I)


Dios de la Sabiduría y Escriba Celeste
Oh Thot, llévame a Hermópolis,
Tu ciudad, ¡allí donde es dulce vivir!
¡Que siempre pueda tenerte detrás de mí en las mañanas!
Ven, oh Palabra Divina,
para que cuando llegue ante Dios, mi Señor,
pueda yo encontrar la palabra oportuna para dirigirme a Él.
Oh Tú, que llevas el agua a los lugares alejados,
ven y sálvame a mí, que permanezco silencioso.
Thot, oh dulce fuente para el hombre sediento en el desierto.
Tú eres la Divina Fuente que está sellada para aquel que tan sólo palabras pronuncia,
pero que está abierta para el silencioso devoto;
el hombre silencioso llega, y encuentra la Sagrada Fuente.

Plegaria a Thot (II)


Reverencia a Ti, Señor de las Divinas Palabras,
que presides los Misterios
y que resides en el Cielo y sobre la Tierra.
Tú eres el gran Dios de los orígenes.
Eres el inventor de la palabra y de la escritura.
Tú haces que se multipliquen los hogares
y fundas las viviendas.
Tú otorgas a cada territorio sus límites,
a cada arte su regla
y a cada Dios le enseñas su labor.

Plegaria a Amón (I)

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Dios del Sol
¡Salve!, luminoso disco del día,
que creas a los hombres y los haces vivir.
¡Halcón poderoso de colorido plumaje,
que has llegado a existir para instruírte a Ti Mismo!
¡Tú has llegado a la vida por Ti Mismo sin haber sido gestado!
Eres Horus, el mayor, que resides en la bóveda celeste.
Cuando Tú sales, y cuando te pones, todos los seres se regocijan.
Tú has elaborado todo cuanto produce el suelo.
Tú diriges todo cuanto hay sobre la Tierra,
desde lo más grande hasta lo más pequeño.
Tú eres también la benefactora Madre de los Dioses y de los hombres.
Cuando creas Tus obras sin número, eres artista benévola e infatigable.
Eres el Pastor vigoroso que conduces a Tu rebaño.
Tú eres nuestra Morada, y Tú nos haces vivir.

Plegaria a Amón (II)


Tú eres el Dios agradable y de pensamientos benévolos.
A Ti te pertenece el hombre flexible que es dócil a Tu voluntad.
Eres más útil que millares para quien te ha colocado en su corazón...
Tú eres, en verdad, el más perfecto Protector.

Plegaria a Amón (III)


Los hombres son felices cundo Tú te levantas.
Tu amor está en el cielo del Sur
y Tu ternura en el cielo del Norte.
Tu belleza arrebata los corazones,
Tu amor hace caer los brazos,
Tu forma perfecta deja las manos sin fuerza,
los corazones olvidan todo por haberte mirado.

Himno al Sol (I)


La Tierra se ilumina cuando apareces sobre la montaña de la luz;
cuando, en la figura de Atón, brindas Tus rayos durante el día,
todas las regiones se llenan de alegría.
Los hombres despiertan, saltan sobre sus pies,
pues Tú te levantas.
Se lavan y cambian sus vestidos,
sus brazos cantan alabanzas a Tu brillo.
Todo el campo te contesta con su trabajo;
el ganado goza de sus pastos,
en los verdes árboles y tallos
revolotean las aves,
y sus alas te ensalzan.
Todos viven porque Tú sales para ellos.
Río arriba y río abajo navegan los barcos,
los caminos se abren porque Tú brillas,

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los peces del río saltan de alegría ante Ti,
y aún en las profundidades marinas Tus rayos prporcionan luz y tibieza.

Himno al Sol (II)


Tu aparición en el extremo del firmamento es hermosa,
¡oh viviente Atón, el primero que vino a la vida!
Cuando te elevas en el extremo oriental del firmamento,
llenas todas las tierras con Tu belleza.
Pues eres bello, grande, y esplendes a gran altura sobre la Tierra.
Tus rayos abrazan las tierras y todo cuanto has creado.
Tú eres Ra y a todos nos has tomado prisioneros;
¡sí!, nos tienes encadenados con Tu amor.
Aunque estás lejos, Tus rayos están en la Tierra;
aunque estás en lo alto, Tus pisadas conforman los días.
Tú eres el que crea al niño en el seno de las madres,
el que ha hecho nacer la semilla en los hombres;
el que da al hijo la vida en el cuerpo de su madre,
y el que lo calma para que no llore.
Tú eres el que da el aliento para otorgar vida a todo lo que has creado.
Tú haces las estaciones, para crear todas Tus obras.
El invierno para darles frescor,
y el verano para brindarles calor.
Tú has hecho el lejano cielo para remontarte en él,
para así ver todo lo que has creado,
mientras te hallas solo,
radiante en Tu figura de Atón viviente,
amaneciendo, luciendo, alejándote y volviendo nuevamente.

Himno al Sol (III)


¡Reverencia a Ti, que te elevas en el cielo
y haces lucir el horizonte!
¡Salve a Ti, Gran Dios de la Paz!
¡Cómo asciendes a los cielos, oh, Sol viviente, en infinita belleza, todas las mañanas!
Todas las tierras que has creado son abarcadas por Tu amor.
¡Tú eres Dios! ¡Tú eres Ra!
Estás lejos, en los cielos, y sin embargo, Tus bondadosos rayos fecundan las tierras, y el
tallo brota cuando Tú besas el suelo.
Tú nos diste, oh Sol, el invierno refrescante. Tú creaste el verano que nos da el fruto y la
vida, y los labradores, para que los hombres se nutran de Ti.
Los hombres alzan sus manos en alabanza y oran cuando Tú despiertas y sales del
campamento de la noche para crear el benévolo día.

Plegaria a la Madre Cósmica


(La Diosa Neith)
Tú eres la bóveda celeste...
La que dio vida a los astros, a todos cuantos son.
A Ti entrego mi adoración,

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tan alta como el cielo,
mi veneración,
tan amplia como la Tierra,
mi aclamación,
¡en todos los instantes del tiempo!
La veneración de Tu persona se extiende más allá de los límites de la Tierra.
Tú eres la Señora de la salud,
y toda la vida se halla bajo Tus cuidados.
Todo lo que existe ha salido de Tu creación,
y nada hay que haya nacido fuera de lo que Tú has hecho.

BREVE GLOSARIO DE TÉRMINOS EGIPCIOS

Amón: Uno de los mayores Dioses de Egipto. Padre de los Dioses y hacedor del
hombre. El Dios Sol, Soberano de los mundos, Señor de la vida, de la salud y la
fortaleza. A menudo se lo asocia con Ra, entonces recibe el nombre Amón-Ra, en este
caso Amón representa al Sol Espiritual, invisible para los ojos físicos, y Ra al Dios en
su aspecto visible.
Anubis: Dios conductor y protector de las almas, quien abre las puertas del camino que
lleva al otro mundo. Se lo representa como un chacal negro o bien con cuerpo humano y
cabeza de chacal. También Anubis o Anupus es el Dios de los dos horizontes, del cielo y
de la tierra. Al ser conocedor de lo alto y de lo bajo se lo conoce como "el Señor de los
secretos".
Atón: El Dios Sol.
Casa de la Vida: Centro donde se componían, se enseñaban y se copiaban obras
referentes a todas las tareas necesarias para el mantenimiento y multiplicación de la
vida. En ella se encontraban médicos, escribas y también se realizaban imágenes
sagradas cuyas inmutables proporciones habían sido fijadas por el mismo Dios Thot
desde la más remota antigüedad.
Coh: Un sagrado instrumento de música.
Hermópolis: Llámase así a la ciudad de Thot (Hermes). Ver Thot.
Horus: Dios solar, hijo de Isis y Osiris. Se lo representa con cabeza de halcón. Es una
divinidad casta y pura que no tiene comercio con el mundo. Simboliza al hombre
realizado, ya libre de los lazos materiales.
Isis: Gran Diosa de Egipto. Esposa de Osiris y Madre de Horus. A ella le estaba
consagrada la Luna, ya que rige la vida sobre la tierra. Es la Señora de la Vida y
representación de la Inteligencia Divina encarnada en la Madre Naturaleza.
Neith: La Madre Cósmica. La Señora de la Vida Universal. Es la creadora de todo
cuanto se halla en el seno de la tierra. El asiento de su culto se hallaba en la legendaria
ciudad de Sais.
Nilo: El sagrado río de Egipto. Su nombre antiguo era Hapi. Se le considera nacido de
Dios mismo para dar vida a los hombres y hacer germinar los vegetales. Él era
reverenciado y amado como Madre fecunda y Padre dador de vida.
Nubia: El gran desierto que bordea al Mediterráneo.
Osiris: Dios supremo de Egipto, esposo de Isis. Dios que ha venido a la existencia por
sí mismo y autocreado, la primera Deidad manifestada.
Khem: Este es el antiguo nombre del reino de Egipto, al cual también se lo denominaba
Khemú.

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Ra: El Dios Sol.
Sekhmet: Diosa con cabeza de leona. Es la Diosa de la misericordia, del Dharma, de la
justicia, la que recibe con amor a sus a sus hijos cuando se apartan de las tinieblas de la
ignorancia y retornan a la Luz del Amor Divino.
Seth: Dios de la oscuridad y el desorden. Espíritu malévolo asociado a las catástrofes.
Sistro: Instrumento musical típico del antiguo Egipto. Era una especie de sonajero de
bronce delgado. Se lo utilizaba en procesiones y especialmente en las fiestas de Isis.
Thot: Dios de la Sabiduría Espiritual y Escriba Celeste. Los griegos vieron en Thot a su
Dios Hermes, por lo cual llamaron Hermópolis a la ciudad de Thot, cuyo nombre
egipcio era Ashmunein. A Thot se lo representa con cuerpo humano y cabeza Ibis, ave
sagrada en todo Egipto, caracterizada por su largo pico y plumaje blanco y negro.
Dicese que las plumas blancas representan las palabras pronunciadas, las cuales son
mensajeras de la Palabra Interior, simbolizada por las plumas negras. Thot es un
calculador exacto, de palabra eficaz e inteligencia precisa que, junto con Maat, la Diosa
de la Verdad, hace funcionar perfectamente al mundo conservando las correctas
relaciones entre todos los seres.

El Ankh
El sagrado símbolo egipcio
de la Vida Eterna

Thot
"Salve Thot,
Señor de las divinas palabras,
que presides los misterios
y que resides en el Cielo y sobre la Tierra".

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