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¡Nadie
quedará en ella! Plumajes de quetzal se rasgan, pinturas se van destruyendo,
flores se marchitan: todo se va allá a la casa del sol. Eco de palabras que
retumban en los muros de monte Albán, arquitectura religiosa y funeraria, de un
pueblo fundador de una de las grandes culturas del país asentadas en Oaxaca,
cuyas manos de alfareros prodigiosos daban vida a la cerámica. Así, con su
magia, en 1806, con el más puro barro de la tierra negra, dieron vida a Juárez… el
inmortal.
Honorables miembros del jurado calificador: azo ti tocnopil azo ti. (¿Seremos
dignos de ti?)
¿Qué se podría esperar en una época cuyo habito cotidiano era la guerra civil , las
asonadas, el arrebatamiento de los poderes por medio de las armas y donde la
palabra indígena era sinónimo de marca del hierro candente. ¿Sería su suerte o el
hado de los dioses quien lo condujo al manto protector de don Antonio Salanueva;
este encuadernador y tercero franciscano, lo condujo por el camino del estudio.
Llegó hasta el seminario y de 1821 a 1828 cursó con sobresaliente
aprovechamiento y particular aplicación, latín, filosofía y un curso de teología. Sus
notas eran de excelente; pero su vocación no era ser clérigo y se pasó al instituto
de ciencias y artes en agosto de 1828 para estudiar jurisprudencia.
Son los primeros pasos de un gran estadista y hombre de su época, y si todo esto
lo ignoramos, ¿dónde podremos encontrar la confianza en la propia raza, el
orgullo que se necesita para levantar obras? Cuando se habla de liderazgo en las
universidades se ejemplifica con la vida de empresarios millonarios y se olvidan
del gran ejemplo del gigante zapoteca.