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¡Que nadie esté triste, oh amigos míos! ¡De nadie puede ser casa la tierra!

¡Nadie
quedará en ella! Plumajes de quetzal se rasgan, pinturas se van destruyendo,
flores se marchitan: todo se va allá a la casa del sol. Eco de palabras que
retumban en los muros de monte Albán, arquitectura religiosa y funeraria, de un
pueblo fundador de una de las grandes culturas del país asentadas en Oaxaca,
cuyas manos de alfareros prodigiosos daban vida a la cerámica. Así, con su
magia, en 1806, con el más puro barro de la tierra negra, dieron vida a Juárez… el
inmortal.

Honorables miembros del jurado calificador: azo ti tocnopil azo ti. (¿Seremos
dignos de ti?)

Culto público que me escucha…

El 17 de diciembre de 1818, Benito pablo, el niño, de pura sangre zapoteca, sale


de Guelatao por los caminos de la leyenda. Huérfano de padres, abandona los
paisajes bucólicos del pastoreo. Sólo lo acompañan las notas melancólicas de su
flauta. Su visión estaba en Oaxaca.

¿Qué se podría esperar en una época cuyo habito cotidiano era la guerra civil , las
asonadas, el arrebatamiento de los poderes por medio de las armas y donde la
palabra indígena era sinónimo de marca del hierro candente. ¿Sería su suerte o el
hado de los dioses quien lo condujo al manto protector de don Antonio Salanueva;
este encuadernador y tercero franciscano, lo condujo por el camino del estudio.
Llegó hasta el seminario y de 1821 a 1828 cursó con sobresaliente
aprovechamiento y particular aplicación, latín, filosofía y un curso de teología. Sus
notas eran de excelente; pero su vocación no era ser clérigo y se pasó al instituto
de ciencias y artes en agosto de 1828 para estudiar jurisprudencia.

Son los primeros pasos de un gran estadista y hombre de su época, y si todo esto
lo ignoramos, ¿dónde podremos encontrar la confianza en la propia raza, el
orgullo que se necesita para levantar obras? Cuando se habla de liderazgo en las
universidades se ejemplifica con la vida de empresarios millonarios y se olvidan
del gran ejemplo del gigante zapoteca.

A los 25 años inicio su carrera política: regidor del ayuntamiento de Oaxaca,


diputado local, juez civil, secretario de gobierno, magistrado del tribunal del
estado, miembro del triunvirato ejecutivo de Oaxaca; ministro de justicia y
negocios eclesiásticos, diputado federal, gobernador de Oaxaca y presidente de la
corte y finalmente presidente de la República.

Y si entramos valientemente a la crítica de ese primer siglo de nuestra


independencia, veremos que era como una orgia de vándalos. De seguro que
Juárez se preguntaba: ¿Qué es lo que hemos hecho en este país los mexicanos?
dejamos perecer a hidalgo, el varón fuerte, justo y laborioso; a Morelos, el vidente;
el heroico, y en cambio prostituimos nuestros primeros triunfos, coronando como
emperador a un bribón como Iturbide. Poco después endiosamos a Santa Anna.
Pero el indio oaxaqueño no era de los hombres que se pasaban su tiempo
lamentando los errores de la patria. Él fue un patriota valiente y abnegado,
proyectó leyes de reforma, se destacó en toda su trayectoria militar y política por
su energía y tenacidad. Los líderes se hacen y se forjan en el compromiso y
responsabilidad social para con sus semejantes; no nacen de las clases altas,
pueden surgir del oscuro rebelde de los pueblos olvidados por la civilización.
¿Cómo podremos creer en nosotros mismos, si comenzamos negando nuestras
raíces y vivimos en el servilismo de imaginar que todo lo que es cultura ha de
tener etiqueta de importación reciente, como si nada valiese el esfuerzo de los
siglos que han acumulado en este suelo, en diversa épocas, torrentes de
civilización que en seguida desaparecen justamente porque no sabemos ligar el
ayer con el presente y ni siquiera los esfuerzos todos de una sola época juarista
en que la patria se vio amenazada en 1859 al iniciar la guerra de reforma,
provocada por las fuerzas liberales y las conservadoras: la patria se hallaba
sangrante por esta conmoción social de carácter fratricida. El benemérito ordenó
la suspensión del pago de la deuda pública, en defensa de los intereses de la
patria. Francia, Inglaterra y España, potencias mundiales de su época, reunidas en
la convención tripartita de 1860 determinaron la intervención armada en México.
Inglaterra y España rectificaron su error y se abstuvieron de manchar sus
pabellones con el estigma infame de la intervención. Francia, debido a la política
ambiciosa de su embajador napoleón III, conservó su arrogancia y actitud de
ataque, dando origen a las epopeyas y de actos sublimes como, entre otros, el día
glorioso del Cinco de Mayo.

El gigante zapoteca, enfrento a los reaccionarios que detienen las ruedas de la


historia, a una clase caduca y rancia que quería ser gobernada por un emperador
de pelambre rubio y epidermis blanca pero que nunca saben dirigir una mirada a
sus pueblos. Esta clase vio a su rubio emperador, a los Miramón y Mejía, caídos
para siempre en el cerro de las campanas, se creyeron invencibles, dominadores
de hombres y de pueblos, encontraron en México a sus maestros bajo la humilde
apariencia del cobrizo semblante de los soldados de la patria.

El indio de Guelatao, es el constructor del México moderno. Pero no lo supimos


imitar en sus austeras disciplinas ni a Ocampo, ni a Lerdo y todas las libertades
que ellos nos conquistaron las pusimos a los pies de otro traidor del progreso: el
déspota Porfirio Díaz que nos dejó de herencia once años de lucha intestina, para
remediar males que él solo supo acrecentar. Y así nos pasamos el siglo XX, de
caudillaje en caudillaje, de cacique en cacique; gobernados por la violencia y
corrompidos por la avaricia, todo esto hay que decirlo en las universidades, para
ver si el asco de nosotros mismos nos lleva alguna vez a consumar un cambio a la
altura del estadista, de Juárez el inmortal.

Nada importa titularse liberal o conservador, de derecha o de izquierda, lo que


interesa es distinguir al que sabe del que no sabe, al que edifica del que
derrumba, al que crea del que destruye. Lo que importa es condenar a los que no
hacen y a los que nada intenta. La historia olvida las palabras, pero atiende a la
magia de las obras.

Al benemérito de las Américas se debió una conquista institucional, la relativa a la


forma de su gobierno, que cesó de provocar guerras civiles. Es innegable,
asimismo, que Juárez se reveló como habilísimo político, dominador de las más
difíciles situaciones y de los más susceptibles, inquietos y rebeldes políticos. El
símbolo de la legalidad.

Penetremos en las páginas chinacas, heroicas, románticas de la época juarista,


cuando ser licenciado para ejercer el derecho, la jurisprudencia, equivalía a ser la
ley con vida, con esencia, con rectitud, con amor, con vocación, con la pasión de
los héroes sociales que México clama a gritos de angustia y desesperación,
compañeros, imitemos a Juárez, el inmortal. Desde este foro de su natalicio, yo,
los exhorto, los convoco, a poner a prueba su rectitud, su dignidad invicta, a
señalar a los corruptos con el índice de la verdad y la ley para limpiar de lacras, de
Miramón y Mejía, a la patria del luchador incansable, para mandar, de nuevo, a
todos los traidores, al Cerro de las Campanas.

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