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En los años 70, teniendo conciencia del desarrollo acelerado que estábamos consiguiendo
y de que nuestra existencia como especie depende de la naturaleza, los científicos
empezaron a cuestionarse sobre el impacto que conllevaría la explotación de está: si
realmente necesitábamos consumir y producir a gran escala para poder subsistir.
Posteriormente, en 1987, muchas naciones lideradas por la primera ministra noruega Gro
Harlem elaboraron el informe Brundtland ante la ONU; reconociendo que el avance social
de aquella época estaba lográndose a un altísimo costo ambiental y se presentó por
primera vez el término de desarrollo sostenible el cuál fue definido como: aquel
que satisface las necesidades del presente sin comprometer las necesidades de las futuras
generaciones. (Brundtland, 1987).
Después de estos estudios, ocurrieron numerosas conferencias entre los principales países
que estuvieron ligados al desarrollo sostenible, por ejemplo, la Cumbre de la Tierra en
Brasil; hasta que finalmente en 2015 la ONU aprobó la Agenda 2030 sobre el desarrollo
sostenible, la cual está constituida por 17 objetivos para transformar el mundo. Entre los
principales están: la eliminación de la pobreza, el hambre, el agua limpia, energía no
contaminante, reducir las desigualdades y la producción y el consumo responsables.
Entonces, la producción y el consumo sostenible forman parte del tratado de cambio del
planeta y consisten en fomentar el uso eficiente de nuestros recursos naturales y consumir
responsablemente los bienes o servicios que necesitamos. Si la humanidad depreda más
de lo que la naturaleza puede regenerarse por sí sola, acabará por destruirla; afectando el
desarrollo y la subsistencia en un futuro no tan lejano. Para lograr esto se debe generar
más con menos recursos y es necesario involucrar a todos los agentes que intervienen en
el proceso, desde productores hasta adquisidores.
Todos los objetivos planteados por la Agenda 2030 se relacionan entre sí; por ejemplo,
se calcula que al año la tercera parte del total de alimentos producidos no son consumidos
o acaban pudriéndose, esto debido al transporte o al deficiente método de extracción. Si
existiese una adecuada distribución de la producción anual en todas las partes del mundo,
estas toneladas de alimentos serían suficientes para garantizar una vida saludable,
reduciendo el hambre y la pobreza.
Si bien es cierto que las empresas son las que utilizan las materias primas para fabricar y
vender sus productos, y que los gobiernos de los países deberían tomar medidas más
drásticas, los consumidores también somos responsables de este problema. Nosotros
elegimos a qué tipo de comercio queremos favorecer, por ejemplo, si seguimos
comprando envases de tecnopor, alentamos a la producción de este material que causa
demasiado daño al medio ambiente. Entonces, una gran opción sería llevar nuestro propio
recipiente al tener que comer en un restaurante o utilizar envases de vidrio o cartón. Del
mismo modo las bolsas de supermercado generan un gran daño, llevar una bolsa de tela
es una opción viable para reducir el uso de las de plástico.