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Bello Hernández Vladimir Emiliano

Filosofía moderna III


Reporte de Lectura de Kierkegaard

No me vayan a creer, pero dancé con la más flaca

Hacer un sistema de pensamiento –en particular el hegeliano– que explique el mundo,


resulta estúpido para Kierkegaard, quizá sea porque además de surgir motivado por la
locura y la obsesión dialéctica1, un sistema asume que se ha apropiado de la verdad en
sí a la vez que la ha vuelto “universalmente comunicable”, sirviéndome de la expresión
de Hegel.

Ante esta pretensión absolutista y universalista del sistema, el danés propone una vía
alterna que conduce a la verdad sin pretender poseerla de manera absoluta: la
opinión.

Quizá algunos, al muy estilo platónico pudieran atacarlo de sofista, pero no querer
hacer un sistema de la verdad, sino publicar su opinión, no lo convierte en tal, pues lo
propio de éstos es otra cosa: ganar dinero.

La caracteriza como tener demasiado a la vez que muy poco, pues para uno, la opinión
representa la interpretación personal de la verdad, pero precisamente por este
carácter personal, es incomunicable y frente a los otros, es decir, en sociedad, poseer
algo intransferible es casi como no tenerlo en absoluto, además de no representar un
bien material al modo capitalista, públicamente establecido.

La opinión posee valor de verdad en la medida en que para obtener dicha opinión,
debe uno tenerse asegurado de algún modo a la existencia, por medio de una creencia
que efectivamente nos lo permita, que nos brinde esa seguridad.
Kierkegaard se asume pues, de algún modo, asegurado en la existencia, y por ello es
capaz de opinar. Su opinión es producto de su esfuerzo al “danzar sirviendo a la idea”
y sacrificaría incluso su fama (juega con el doble sentido de la palabra griega para
opinión: doxa, este es opinión y fama; podría decirse que por su opinión de lo que es
él, según él, sacrificaría su opinión de lo que es él según otros, sabiendo lo grave que
esto resulta, considerando las penas de muerte que existían en la antigüedad por
descuidar su honor) por esta opinión.
Una opinión propia, auténtica, verdadera, es el resultado del esfuerzo propio, no
puede apropiárselo otro pues nadie más que Kierkegaard puede tener la fuerza
personal, identitaria de Kierkegaard.

El hombre es indigno de tener la verdad en sí, por ello no puede hacer sistema de la
verdad, sólo puede hacerse una interpretación de la verdad en sí, esa es la opinión.

1Interpreto que la forma en que Søren manifiesta esto es ejemplificando


abreviadamente el método dialéctico atribuido a Hegel, era (tesis), época (antítesis),
era y época (síntesis posible A), época y era (síntesis posible B).
Esto sólo en la medida en que se esfuerce por bailar (pensar) a la “idea”, a Dios, a la
muerte.

Todo humano interpreta esta “idea” (Dios y la muerte) que, además es infatigable, ella
no se cansa de bailar a los hombres (hacerlos pensar) pero los hombres trabajan por
ella hasta morirse. Por ello, los hombres resultan pesados. Por Dios, por la idea, por
nuestra opinión surgida por nuestro contacto con la muerte –entiendo nos pide
Kierkegaard– nadie tome la opinión de éste o aquél hombre, porque al elogiarla y
alabarla como si se tratase de la verdad en sí, de la cual todo hombre pudiera
comenzar a interpretar y tener su opinión, además de extraviarse con una verdad
ajena e inapropiada, se corre el riesgo de creer o hacer creer al otro, que ya se posee la
verdad en sí y éste, envanecido, dejaría de bailar (pensar).

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