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El lado oscuro de los estudiantes… en la Edad Media.

Carlos Martínez Ruiz

Omnia sol temperat


purus et subtilis,
nouo mundo reserat
facies Aprilis,
ad amorem properat
animus herilis
et iocundis imperat
deus puerilis1.

El sol entibia las frondas serranas, apenas iniciado el invierno. Sus rayos
recuerdan ardores estivos y a lejanas tierras remite su brillo. Como un viejo amanuense
curvado sobre su banco, miro por la ventana de mi implacable scriptorium, hurgando en
la memoria aquellos sucesos que alguien –siempre– sientiera necesario narrar para
juicio de generaciones venideras. Serán para algunos infaustos eventos, que
enrojecieron hasta el cansancio gargantas de predicadores e hicieron desvelar a tantos
cancilleres; que levantaron en armas a prebostes y policías, cobrando vidas y sembrando
muerte. Jirones de historia tornados canciones, poesías desvergonzadas con las que se
escribió una gesta; la saga de los estudiantes que dejaron su huella, cuando poblaron
ciudades en busca de ciencia.
El Consejo Editorial –a través de sus Representantes– ha sabido transmitirme su
interés por el argumento, sin que enturbiaran su pedido bajos antojos de frívolos
eventos, ni sombrías concesiones a la chusma sedienta de escándalos. Me dispongo
entonces a desempolvar algunas crónicas y a indagar en el lado oculto de la vida
universitaria en su mismo nacimiento. Exactamente allí donde lo mejor para algunos es
lo peor para otros. El soporte venéreo, alcohólico, onírico y poético de quienes
aprendieron jóvenes la joven scientia que liberaban sus maestros, mientras un mundo
recién nacido se levantaba con las murallas nuevas de las ciudades viejas y echaba a
andar vacilante rumbo a imprevistas metas. Espero honrar así el amistoso pedido y dejar
librado a quien lea el juicio sobre lo claro y lo obscuro, sobre lo hermoso y lo feo.

1. Breve composición de lugar


En sus mismísimos inicios, la Universidad no era un edificio ni un conjunto de
edificios, sino una corporación de personas, constituida como tal por la elaboración y
aprobación común de un estatuto propio. Aplicado a la realidad que nos ocupa, el
término uniuersitas significa “la totalidad” (de los estudiantes y de los maestros) que
firman el reglamento estatutario. Dicha acepción se difundió a partir del primer
documento de este tipo, emanado por la uniuersitas magistrorum et studentium Parisius
commorantium (“todos los maestros y estudiantes residentes en Paris”). Pero esto no
viene al caso. Me interesa transcribir algunas noticias sobre aquella ciudad maravillosa
a la que acudían jóvenes de todo el orbe en busca de ciencia. Digo ‘jóvenes’ en

1
ANÓNIMO, Carmen Buranum 4 (“Omnia sol temperat”): «A todos conforta el sol / puro y fino; /
de nuevo está radiante / el rostro del mundo en abril; / hacia el amor se apresura / el corazón del hombre, /
y sobre un pueblo feliz, / reina Dios joven».
2

masculino, ya que sólo los varones podían formar parte de la Universidad. No lo decía
el Estatuto (evidentemente porque ninguna mujer solicitó el ingreso), pero lo señalaba
claramente la costumbre. Bastante “progresista” con relación a otras ciudades
importantes en la primara mitad del siglo XIII, Paris contaba con 21 profesoras y tutoras
en escuelas femeninas. La actividad docente de las mujeres se extenderá cada vez más
desde entonces por el resto de Europa, pero siempre limitada a escuelas elementales (no
necesariamente infantiles). Su actividad científica más importante, sin lugar a dudas, fue
la medicina; tanto a nivel teórico –piénsese, por ejemplo, en la gran Trotula– como
práctico, en el caso de las parteras o comadronas (también llamadas “madres de
dolores”).
Las mujeres, las jóvenes mujeres, podían escribir –y escribían de hecho– en las
Cortes y en los Monasterios. Los argumentos, comprenderán, variaban de un lugar a
otro, pero, por lo general, las escritoras se distinguían por su lucidez y su sentido
común. Pido pues perdón a las Lectoras de Lekton, pero es muy difícil hallar una voz
femenina en el tipo de fuentes de las que estas páginas dependen.
Volviendo entonces a los estudiantes, el obispo Jacques de Vitry, que había
recorrido tanto el mundo como para escribir una amplia Historia occidentalis, recoge de
su ciudad natal las siguientes impresiones:

La ciudad de París era entonces más disoluta en el clero que en el pueblo. Parecida a la
cabra sarnosa, a una oveja enferma, corrompía con sus malos ejemplos a muchos viajeros
que llegaban a ella de todas partes, devorando a sus mismos moradores, arrastrándolos al
abismo con ella. La simple fornicación ya no era más un pecado para ellos. Las mujeres
públicas diseminadas por todas partes en calles y plazas de la ciudad, compelían casi a la
fuerza a los clérigos que pasaban por delante de sus lupanares. Si ellos protestaban no
querer entrar, las prostitutas de inmediato los denunciaban como sodomitas, los
perseguían gritando. Este vicio feo y abominable como lepra sin cura y veneno sin
antídoto, había invadido la ciudad a tal punto que era tenido por honorable quien poseía
una o varias concubinas. En una misma casa, había escuelas en el piso superior y en el
inferior la habitación de las prostitutas. En el piso de arriba los maestros daban sus
lecciones, mientras que abajo las mujeres públicas ejercían su vergonzoso comercio. De
un lado las cortesanas disputaban entre ellas y sus clientes; del otro, los clérigos discutían
y respondían procediendo con espíritu de polémica. Cuanto más pródigos y dispendiosos
ellos se mostraban, dilapidando vergonzosamente sus bienes, más alabanzas recibían;
eran aclamados como honestos y generosos. Por el contrario, quienes habían preferido
vivir entre ellos según el precepto del Apóstol, con templanza, justicia y piedad, eran
denunciados por los viciosos y la gente sin carácter, como avaros y miserables, hipócritas
y supersticiosos2.

Ha de decirse que, a la sazón, el término clericus no se refería sin más al estado


sacerdotal o religioso, sino al grado de formación de aquél a quien se aplicaba. Opuesto
a laycus, denota a una persona con cierto grado de instrucción. Suele asociarse al estado
eclesiástico por la cantidad de estudiantes universitarios becados o mantenidos por
algún episcopado o monasterio. Lo cierto es que la vida estudiantil, antes y después de
las lecciones parecía bastante ajetreada. El testimonio del escandalizado obispo podría
sufragarse con otros muchos de maestros, hartos de encontrarse por la mañana con un
hato de estudiantes adormilados (cuando no directamente dormidos), el ceño fruncido
por la resaca y no por la vigilia, incapaces de seguir la sutileza de los argumentos
debatidos en la schola. La “noche” medieval celebraba la largitas como la mayor virtud,
igual que la literatura cortés. Había que ser capaz de gastar sin reparar en costos y, por

2
JACQUES DE VITRY, Historia Occidentalis 8.
3

cierto, pagar rondas, ocuparse de que nada falte en la mesa y de que nadie quede solo en
la taberna. A quien se destacara en esta virtud se le concedía una suerte de bastón de
mando y se lo coronaba como rey de la noche (o “de las fiestas”), confiando a su
arbitrio la elección del lugar y los modos de la diversión mientras durara su mandato.
Tal fue el caso de Francesco, por ejemplo, antes de ser nombrado “el santo de Asís”.
Llegados a Paris de todas partes del mundo, era natural que cada proveniencia se
ganara su fama o la padeciera. Las motivaciones del estudio eran muchas, como suele
suceder y, para el viejo obispo, no todas justificables. Escuchémosle nuevamente:

La mayoría de los estudiantes parisinos, extranjeros y visitantes no tenían otra


preocupación que estudiar o conocer algo nuevo. Unos se instruían con la sola finalidad
de conocer, lo cual es pura vanidad; otros con el fin de hacerse ver, lo cual es vanidad;
otros para sacar provecho, lo cual es pura codicia: vicio simoníaco. Mientras tanto, un
pequeño número aprendía para ser mejores. No contentos con enfrentarse oralmente por
posturas diferentes o en las Disputaciones, querellaban entre ellos, se celaban, se
denigraban por las diferencias de sus nacionalidades, echándose en cara sin reparos,
muchas injurias y chismes ultrajantes, denunciando a los ingleses como borrachos, y
afirmando que los franceses eran orgullosos y afeminados que se adornaban como
mujeres. En cuanto a los teutones, decían que eran iracundos, muy obscenos en sus
banquetes. Los normandos, a su vez, eran gente vanidosa y jactanciosa, los poiterianos
traidores y amigos de las riquezas. Por su parte a los borgoñeses les hacían fama de torpes
y tontos. A los bretones los juzgaban inconsistentes y veleidosos y no dejaban de
reprocharles la muerte de Arturo. A los lombardos los tildaban de avaros, malignos y
débiles; a los romanos, de sediciosos, violentos y murmuradores; a los sicilianos de
tiránicos y crueles; a los brabanzones, de sanguinarios, incendiarios, bandidos y ladrones,
a los flamencos de pródigos y amantes de borracheras, blandos como la manteca y
apáticos. Por estas invectivas, a menudo pasaban de la pelea verbal a los hechos, yéndose
a las manos.

Charles Haskins, prestigioso historiador de Harvard, analizó la vida universitaria a


la luz de los centenares de cartas de estudiantes que por fortuna llegaron a nosotros. La
mayor parte de ellas tienen por común objetivo solicitar dinero a padres, parientes,
obispos, párrocos, abades, tías, abuelos y cualquier persona capaz de valorar sus
sacrificios, sus virtudes, las innumerables dificultades que debían enfrentar, sólo por
amar la ciencia y el conocimiento y pretender mejorar la suerte de los suyos y cambiar
en algo el mundo en que vivían. “La primera canción que aprende un estudiante” –
suspiraba un padre italiano– “es pedir dinero. Y jamás se escribirá una carta sin que en
ella se pida plata3”. Así, por ejemplo, un inspirado estudiante de Oxford remataba el
pedido que dirigiera a un prelado de la siguiente manera:

Piadosamente ruego a Vuestra Paternidad que me ayude, por amor de Dios, para que
pueda terminar lo que buenamente empecé. Sepa pues que, sin Ceres ni Baco, Apolo se
muere de frío4.

Dejaremos de lado estos innumerables y pluriformes pedidos para detenernos en


algunas observaciones y testimonios recabados de esta correspondencia, que verifican el
de Jacques de Vitry y hasta lo amplían. Es el caso de un estudiante de Paris, que se
lamenta por los desórdenes producidos en las escuelas que frecuenta debido a las

3
BUONCOMPAGNO, Antiqua rethorica, citado por CH. H. HASKINS, “The Life of Medieval Students
as Illustrated by their Letters”, The American Historical Review 3 (1898) [203-229] 209: «Primum
carmen scolarium est petitio expensarum, nec unquam erit epistola que non requirit argentum».
4
CH. H. HASKINS, “The Life” 210.
4

pandillas que se enfrentan entre sí y teme sufrir en carne propia la violencia de dichos
embates, ya cansado de recibir insultos e improperios contra su dedicación al estudio.
Se conserva la carta de otro, residente en Toulouse, en la que denuncia a un vecino no
deseado que se había instalado por la fuerza en su habitación y lo molestaba tanto que
no lo dejaba estudiar, por lo que solicitaba permiso para abandonar la Universidad y
regresar a su casa en Pascua. En ambos casos, sin duda, se trata de representantes de
aquél pequeño grupo que estudiaba –según Jacques de Vitry– “para ser mejores”. Mis
hijos los llaman Nerds. Un desesperado estudiante le pide a su padre desde Orleáns el
urgente pago de una fianza de cincuenta libras para poder ser liberado de la prisión en la
que se encuentra por haber herido de un palazo en la cabeza a su desafortunado
contrincante (“enviado por el mismísimo diablo”, según cree) en una reyerta callejera.
Seguramente el diablo consiguió que el otro, que también estuvo en prisión, haya
sanado de sus heridas y salido en libertad, mientras él permanece a la espera de ayuda
financiera…5
Las peleas, en efecto, eran frecuentes entre jóvenes tan dados al estudio. Al punto
que, en 1252, el papa prohibió beneficiar con privilegios universitarios a todo estudiante
que portara armas, en respuesta a los interminables escándalos y perjuicios que
entorpecían el recto curso de las lecciones y privaban de toda paz las almas y no daban
sosiego a los cuerpos. El gran Rutebeuf, un poeta satírico parisino del siglo XIII,
apadrinado por el teólogo Guillaume de Saint-Amour (enemigo acérrimo de Tomás,
Buenaventura y, por extensión, de todos los frailes dominicos y franciscanos), deplora
el hecho que “basten tres o cuatro [estudiantes] para provocar una trifulca entre
cuatrocientos e interrumpir los cursos”6. Revoltosos entre los revoltosos, las crónicas
coinciden en señalar a los artistas (estudiantes de filosofía), como los principales
responsables de los peores estragos. ¿Quiénes, sino, podrían destruir una taberna entera
–tras haberse bebido toda su bodega– y arriesgar su propia vida para vengar la muerte
de Arturo? Pero escuchemos a Rutebeuf:

El hijo de un pobre campesino


Llegará a Paris para aprender;
Todo lo que su padre logre arrancar
De una o dos fanegas de tierra,
Se lo dará por entero a su hijo,
Para que adquiera valía y honor,
Aunque él mismo se quede sin nada7.

Llegados a Paris (sobre todos los filósofos), sin embargo, parecen caballos
salvajes a quienes por fin se libera del freno, entregándose a sus anchas a buscar en cada
rincón la mejor taberna y en cada esquina –como sea– una amante8. Considerad, si no,
la historia de cierto estudiante de Worms, joven y pobre, que se enamoró de su vecina,
una muchacha judía de singular belleza. El caso es que logró seducirla y la doncella
quedó embarazada. Cuando estuvo segura de su estado, apresuróse a referírselo a su

5
Se reportan además algunos pedidos más inocentes, como el de un perro para compañía
(denegado) y el caballo del padre para correr la justa de San Nicolás en Oxford (también denegado).
6
RUTEBEUF, Le dit de l’universitè, vv. 37-39, trad., J. DUFOURNET, Rutebeuf et les frères
mendiants. Poèmes satiriques. Traduits et presentes par Jean Dufournet, Paris, Librairie Honoré
Champion 1991, 138. Existe una reciente traducción española de algunos de sus poemas: RUTEBEUF,
Poemas. Trad. de A. Martínez Perez, Gredos, Madrid 2002.
7
RUTEBEUF, Le dit de l’universitè, vv. 13-20, trad., J. DUFOURNET 137.
8
Vuelvo a disculparme ante mis Lectoras, pero todas las fuentes de las que me sirvo en este
trabajo fueron escritas por varones y a varones se dirigen.
5

amante, confesándole su miedo a que su celoso padre la matara. (Ningún estudiante


ignoraba que messer Abelardo había sido castrado por lo mismo). El joven clérigo la
tranquilizó y le propuso el siguiente ardid: “Si tus padres te interrogan, respóndeles que
no sabes cómo ha podido suceder tal cosa, puesto que eres virgen y no has conocido
hombre en absoluto”. Pues bien, llegada que hubo la noche, el astuto estudiante se
acercó a la ventana del dormitorio de los padres y, deslizando en su interior una larga
caña, susurró con voz impostada y solemne: “¡Benditos seáis, vuestra hija ha concebido
un hijo, que será el salvador de vuestro pueblo!” La pareja enloqueció de orgullo y de
alegría y la nueva corrió como ráfaga por las comunidades judías de las ciudades
vecinas. Cuando llegó el momento del alumbramiento, muchísima gente –según el
relato– asiste al milagroso nacimiento. Mas ¡oh sorpresa! el Mesías resultó ser una niña.
El final de la crónica es terrible: el padre se enfureció tanto que arrebató a la recién
nacida y la aplastó contra la pared. Creedme que no faltaron cronistas que refirieron el
episodio como un triunfo del Cristianismo…
Numerosos estudiantes iniciaron la mentada tradición del estudiante eterno, dando
valor a la vida estudiantil en sí misma y dedicándose, sin otros recursos fuera del propio
talento, a vagar de Universidad en Universidad, llevando una vida desarreglada respecto
a lo que se esperaba de un aspirante a maestro y dando origen a la llamada Orden o
Secta de los Vagantes. Amantes de la buena mesa, de las tabernas y de los dados—
motivos recurrentes en sus poemas—, acaso a raíz del sustantivo gula, terminaron por
recibir el nombre latino de goliardi, influido por el francés (picardo) gouliard o goliard.
A partir de entonces, se calificó de goliárdico todo lo referido a ellos y hasta se
reconoció en su curiosa producción literaria y musical el surgimiento de un nuevo
mester, el de goliardía9. Pero no faltaron otros, para quienes la abominable caterva de
vagos vagantes giróvagos, cuya presencia no traía sino daños y perjuicios, sólo podía
haber sido creada por el diablo (que bien se los podría llevar a todos, si le pluguiera),
una de cuyas designaciones (Golias o Goliat) habría dado origen al nombre.
Los mismos padres se quejan de que sus hijos se la pasen de juerga, ocasionando
continuos estragos dentro y fuera de las ciudades en las que se alojan. Algo más de ocho
siglos pervivió una furibunda misiva en la que un padre reprocha a su hijo que prefiere
“el lupanar y los dados a la escuela, despreciando todo progreso en las letras”. “La
verdad es que, habiendo abandonado todo trabajo escolar” –lamenta otro– “gastas tu
tiempo, tus pertenencias y tus bolas, como se dice, frecuentando a Diana y a las
meretrices”10. Las mismas canciones y rimas compuestas por los jóvenes estudiantes,
mientras admiraban la maestría de Horacio, Ovidio, Cicerón o Séneca, parece dar
fundamento a tanta queja. Como ésta, por ejemplo:

Yo me soy me el abad de la Cucaña


voy de los bebedores en compaña,
por san Dado mi vida se gobierna.
Quien al alba me busque en la taberna,
al véspero saldrá desnudo de ella,
lanzando a voz en grito esta querella:
“¡Ay me, sórdida suerte!,
¿acaso mi despojo te divierte?
¡Tú todo mi gozo
lo tiraste al pozo!”

9
El fenómeno de los goliardos surge y alcanza su apogeo en el siglo XII a partir de las escuelas
urbanas y se extiende hasta la Universidad del siglo XIII.
10
CH. H. HASKINS, “The Life” 226-228.
6

Y no debería pensarse solamente en laicos. Ubertino de Casale, teólogo y


predicador franciscano a cuya obra e historia me dedico desde mis inicios como
medievalista, protagonizó tantos y tales escándalos en las tabernas y los prostíbulos de
Paris durante los nueve años que estudió en el studium de Santa Magdalena, que el
Ministro General de la Orden se vio obligado a dirigirse en persona para hacerle desistir
de sus costumbres, destinándole al convento de Santa Croce, en Florencia (en el que
hallaría a sus verdaderos maestros). Las historias de frailes, monjas y curas merecen un
trabajo aparte. Pero han de entenderse siempre en el mismo contexto.
A pesar de los ejemplos aducidos, las cartas de los padres estudiadas por Haskins
tienden a remarcar el sacrificio de sus hijos, su contracción al estudio y el provecho que
causarán a su regreso. Para saber más sobre lo peor, por lo tanto, debemos buscar
algunas de las clásicas invectivas de los predicadores durante los sermones
universitarios. Por lo general, se imputa a los estudiantes vivir sin temor a la ley de
Dios, fundamentalmente por su comportamiento sexual y su falta de dedicación a las
obligaciones académicas. Everardus del Valle de los Escolares, un afamado profesor,
los compara a un burro mañero, porque siempre quieren vacaciones y descuidan sus
lecciones11. Más solícitos en acumular prebendas que en ganar conocimientos, de los
jóvenes se esperaba una ciencia útil y una conducta ejemplar, pues se asocia la sabiduría
al bien vivir y no al mero conocer (para el cual, por otra parte, al menos deberían
estudiar…) Mientras tanto, los principales afanes de un estudiante medieval eran,
básicamente, la supervivencia (sexual y monetaria), la diversión y el acopio de Apuntes
a tiempo. Con ello demostraban de facto que ni la ueritas ni la sanctitas era pura
cuestión de libros o de misas. A sus maestros, por otra parte, se les acusa de enseñar a
disputar y no a aprender, de promover enfrentamientos sin cesar, de buscarle siempre la
quinta pata al gato y de enredarse en vanas disquisiciones que no llevan a nada y que
gastan inútilmente el tiempo. Escuchemos, si no, a Jacques de Vitry:

Y no hablemos de los filósofos, en torno a quienes revolotean los mosquitos de Egipto –


es decir, las sutilezas sofisticadas–, hasta hacer ininteligibles las palabras de sus bocas, en
las cuales –según Isaías– ya no hay sabiduría alguna.

Guibert de Tournai, autor de una interesantísima obra titulada Collectio de


scandalis Ecclesie (Recopilación de escándalos de la Iglesia), los acusa de reivindicar
sus cátedras sin vergüenza y sin prudencia, sentándose imberbes en las cátedras que
deberían ocupar los ancianos, enseñando como maestros sin haber aprendido a ser
discípulos, despreciando las reglas de las filosofía y obteniendo su ciencia de libros
espurios y enredados en las telarañas de discursos sofísticos12. La queja del “sabio”
franciscano respondía al hecho de que los filósofos siempre eran más jóvenes que el
resto de los intelectuales universitarios, por el simple motivo de que, para postularse al

11
Sin ánimo demagógico alguno, he de observar que el calendario académico medieval no preveía
vacaciones ni recesos, salvo en las solemnidades litúrgicas más importantes, como Navidad y Pascua. En
Paris, por ejemplo, sólo había 79 días –esparcidos a lo largo del ciclo lectivo– en los que no se dictaban
clases (non legitur), pero porque todos debían asistir a las Disputaciones solemnes, a los Sermones, a las
graduaciones y clases magistrales y diversas actividades por el estilo. Cf. EVERARDUS DE V ALLE
SCHOLARIUM, Sermo “Obtulerunt domino munera magi”, 2,3, ed. C. MARTÍNEZ R UIZ, “Cinco sermones
parisinos sobre la Epifanía del siglo XIII”, en Archives d´histoire doctrinale et littéraire du Moyen Âge 63
(1996) 306: «Sicut prauus scholaris, qui semper uacationes querit, tam ordinarias quam cursorias audire
negligit et ideo ad perfectionem scientie nequaquam pertingit».
12
GUIBERT DE TOURNAI, Collectio de scandalis Ecclesie 10, ll. 10-16, ed. A. STROIK, “Guilberti de
Tornaco. De Scandalis Ecclesiae. Nova Editio”, en Archivum Franciscanum Historicum 24 (1931) [32-
62] 47.
7

ingreso en cualquiera de las tres Facultades “mayores” (Medicina, Derecho y Teología),


los estudiantes debían primero graduarse en Artes, esto es, obtener la Licencia en
Filosofía. El problema, el gran problema, fue que, contra todas las expectativas de los
conservadores, en lugar de continuar sus estudios, un gran número de licenciados “se
quedaban” en la Facultad de Artes, reconociendo de hecho a la Filosofía como una
ciencia que valía por sí misma y no en la medida en que servía de preparación para un
conocimiento superior a ella. Los maestros filósofos, por tanto, eran más jóvenes, si
tenemos en cuenta que la carrera de Artes duraba unos 8 años y que recién entonces
podía iniciarse cualquier otra que exigía, por lo menos, unos diez años más de estudio
antes de aspirar al grado de maestro.
De este ambiente promiscuo, agitado, lleno de vida, surgieron algunas tesis cuya
discusión pública y por escrito generó un revuelo académico no menor que el de las
cantinas. Pretendo mostrar así que los filósofos –¡menos mal!– no se ocupaban
solamente de la eternidad de la materia, de la pluralidad de las formas sustanciales, o de
la naturaleza de los universales y el número de los ángeles. Tomo entonces seis de las
219 proposiciones solemnemente condenadas por el Canciller obispo Etienne Tempier y
sufragadas por el Consejo superior de la Universidad de Paris en el año 1274 (el mismo
año en que se censuró a Siger de Brabant, Andrés el Capellán y Tomás de Aquino, entre
otros):

168. Que la continencia no es esencialmente una virtud.


169. Que la perfecta abstinencia del acto carnal corrompe la virtud y la especie.
172. Que el placer sexual no impide el acto o el uso del entendimiento.
176. Que la felicitad se da en esta vida y no en otra.
181. Que la castidad no es un bien mayor que el matrimonio.
183. Que la “simple fornicación”, a saber, la de un soltero con una soltera, no es pecado13.

Habréis notado que la última tesis, acerca de la licitud de la fornicación se


corresponde exactamente con la noticia de Jacques de Vitry acerca de la corrupción de
las costumbres característica de los universitarios en Paris. Entiéndase por “fornicación”
(fornicatio), la simple actividad sexual. Contrariamente a lo que muchos piensan, la
sociedad medieval era mucho más libre en este sentido que la moderna. No es éste ni el
momento ni el lugar para ilustrarlo, mas me permitiré señalar dos datos que considero
importantes para continuar mi relato. Entre fines del siglo XII y principios del siglo
XIII, son muchas las ciudades que cuentan con un un lupanar: exactamente las mismas
que alojan una uniuersitas... magistrorum et studentium. Paris, Oxford, Bologna,
Padova, Coimbra, Montpellier, Angers, Toulouse... y la lista se extiende con el correr de
los años hasta abarcar todo el mapa de la nueva “Cristiandad”. Al mismo tiempo, la
concentración de jóvenes de ambos sexos en las ciudades borraba con el codo lo que
tantos teólogos se afanaban por escribir con la mano... Y no quiero sugerir con esto que
una muchedumbre desenfrenada se esforzó en pensar como vivía hasta terminar
viviendo como pensaba, sino que la nueva sociedad urbana fue el ámbito en el que las
relaciones humanas desbordaban y superaban permanentemente los dogmas, obligando
a muchos a reveer y a otros a reafirmar tanto el credo como la praxis. Y estas tensiones,
estas tremendas tensiones, sólo pasan desapercibidas para quienes leen la Summa
Theologie, el Breuiloquium, la Summa Logice o cualquiera de las grandes obras
filosóficas y teológicas del período, descuidando su profunda radicación en el medio

13
Opiniones 219 Sigeri de Brabantia, Boetii de Dacia aliorumque a Stephano episcopo Parisiensi
de consilio doctorum sacrae scripturae condemnatae, en H. DENIFLE - A. CHATELAIN (eds.),
Chartularium Universitatis Parísiensis 1 (París 1889) 553.
8

social del que surgen y al que se dirigen, no menos que Le roman de la rose, los cuentos
de Chaucer, el Roman de Renart o la multitud de fabliaux, en los que dicha radicación
parece más evidente.

2. Las primeras huelgas universitarias

Un lunes de Carnaval de 1229, algunos estudiantes fueron a tomar algo a las


afueras de la ciudad de Paris, en Saint-Marcel. Al momento de pagar, algunos malos
entendidos desembocaron en una pelea, resuelta a favor del tabernero gracias a la
intervención de los habitantes del pueblo, quienes propinaron una terrible golpiza a los
embriagados estudiantes. La venganza no se hizo esperar y éstos regresaron armados,
encarándola contra el pueblo y golpeando a todos, sin distinción alguna. Sin duda
alguna, se trata de un desagradable ejemplo de las costumbres carnavalescas del
estudiantado parisino, que se sumaba a una larga serie de enfrentamientos entre
estudiantes y autoridades civiles y religiosas. Estas últimas decidieron aplicar un castigo
ejemplar, provocando la muerte de algunos jóvenes de manos de la policía. La
Universidad de Paris en pleno (o sea, todos los maestros y todos los estudiantes) se
levantó en huelga en señal de protesta y solidaridad con los jóvenes y muchos maestros
de prestigio (como Alexander of Hales, maestro de Buenaventura) hasta se transfirieron
a otras ciudades. La huelga se extendió durante dos años, durante los cuales,
obviamente, no hubo clases. Esto llevó al papa a dirigir un fuerte llamado a abrir una
Universidad en Toulouse.
Una de las consecuencias de la huelga fue la consolidación de la presencia de las
Órdenes “Mendicantes” en la Universidad. Durante la crisis universitaria, en efecto, el
obispo Guillaume d’Auvergne, a través del canciller, hizo asignar la primera cátedra a
un maestro dominico: Rolando de Cremona. La segunda se adquirió en el mismo 1231
con el ingreso a la Orden del maestro secular Jean de Saint-Gilles, quien fue sucedido,
antes del año, por Hugues de Saint-Cher, que debió acudir al llamado del papa a fundar
la Facultad de Teología… en Toulouse. Como es comprensible, el resto de los maestros
tomaron muy mal este ingreso que, no sólo se había aprovechado de una aciaga
circunstancia, sino que, además, vulneraba abiertamente la legislación y el espíritu de la
Universidad. Así se describe algunos años más tarde:

Cuando gran parte de la Universidad de París se transfirió a Angers, debido a una atroz
ofensa en su contra que ya es de público conocimiento, aprovechando la escasez de los
escolares presentes y arrastrados por su propia codicia, se apoderaron del magisterio
solemne de una cátedra magistral, con la connivencia del obispo y del canciller de París,
en ausencia de los maestros14 .

Además de las dudosas circunstancias en las que los dominicos obtuvieron su


primera cátedra en la Universidad, sus maestros y estudiantes volvieron a disgustarse
seriamente cuando ni ellos ni los franciscanos (que tenían su propia cátedra desde 1236,
gracias al ingreso de Alexander of Hales a la Orden) no se sometieron al sistema
jurídico que regulaba la vida de la misma corporación. La tensa situación volvió a
estallar en 1253, cuando otro estudiante fue asesinado por la policía y la Universidad
volvió a declararse en huelga:

14
UNIVERSIDAD DE PARÍS, Excelsi dextera, en Chartularium Universitatis Parísiensis 1 ed. H.
DENIFLE - A. CHATELAIN (París 1889) 230.
9

Nosotros, Universidad de los maestros y de los estudiantes que estudian en París, nos
hallamos gravemente afligidos por el nuevo y enorme delito que ha sido perpetrado de
noche contra cuatro estudiantes pertenecientes al clero y un servidor laico, por obra de los
mismos guardias de París que deberían defendernos [...] Hemos decidido promulgar, en
virtud de la autoridad que nos ha sido concedida por los privilegios, una obligación que
ha de ser suscrita bajo juramento, mediante el cual nos empeñamos en la lucha –según
Dios y la justicia–, en la medida de lo lícito, para obtener satisfacción de esta ofensa. Así
y todo, tres maestros regulares, a saber, los dos dominicos y el fraile franciscano, no están
de acuerdo con esto. Y, si bien fueron solicitados una y otra vez, se resistieron de modo
arbitrario a dar su asentimiento15.

Se trata de una de las tomas de posición más fuertes y más significativas por parte
del Consejo superior de la Universidad en el siglo XIII. El documento prosigue,
especificando los modos con los cuales todo aquel que se resista a la solidaridad con la
corporación universitaria debía ser excluido de la misma:

Hemos, pues, considerado oportuno establecer que, de ahora en más, ningún maestro, en
ninguna facultad, sea admitido al colegio de los maestros y a formar parte de nuestra
comunidad universitaria, si antes no ha jurado observar con rigor las ordenaciones y los
privilegios concedidos a nosotros por la Santa Sede y sus legados, así como también
nuestros legítimos estatutos [...] Además, si durante una suspensión de las actividades de
la Universidad de París [...] alguno de los maestros regentes osara retomar las lecciones,
desde ese mismo momento será excluido a perpetuidad de nuestra comunidad, y no será
admitido de ninguna manera entre nuestros maestros o estudiantes, ni en París ni en
ningún otro lugar en el que la Universidad se transfiera16.

Los historiadores concuerdan en relevar en el presente documento, publicado en


1253, la claridad con la que se expresa la intención de excluir de la corporación
universitaria a quien no jurara conformarse a las decisiones tomadas por el colegio de
los maestros. Precisamente por eso, la Universidad de Paris no reconoció los títulos
doctorales de Buenaventura y de Tomás de Aquino (¿lo sabíais?) Y fue el papa (otra vez
el papa) quien dio por válido el juramento que ambos prestaron en 1256 ante dos
cardenales y un notario pontificio… porque rechazaban los estatutos de la Universidad
en este punto.

3. La voz de los estudiantes


Hemos repasado hasta aquí algunas noticias importantes para reconstruir el
tiempo y el lugar de la Universidad recién nacida y, sobre todo, el fondo del que no
hablan las lecciones magistrales. Llegó el momento de escuchar la voz de los
protagonistas. Actores sociales bien definidos y destacados, pueblan la literatura
medieval en todos sus géneros, desde los tratados morales hasta los cuentos populares,
en los que se consagrarán como burladores de damas y doncellas, menesterosos,
pendencieros e ingeniosos supervivientes de la pobreza y del juego.
Las escasas notas registradas de modo un tanto desordenado, permiten evidenciar
un eje importante de la vida universitaria desde sus orígenes: Me refiero al que une la
Universidad con la taberna y ambas con el amor. Precisamente, mientras detractores y
benefactores acumulan reproches y enarbolan principios, las canciones y los poemas de
los jóvenes estudiantes hablan de tascas y de amores. Vina libens libo / tunc audax
carmina scribo, diría Alexander Neckam en una de sus composiciones dedicadas al
15
UNIVERSIDAD DE PARÍS, Nos Vniuersitas, en Chartularium 1, 219.
16
UNIVERSIDAD DE PARÍS, Nos Vniuersitas, en Chartularium 1, 219.
10

vino17. Y en otra, que transcribiré por entero, este célebre teólogo, gramático, biólogo y
físico, postula una tesis historiográfica de peculiar valía, digna de mayor consideración
por parte de los eruditos: si el estudio floreció y reinó en Atenas –sostiene– fue a causa
de la abundancia y la generosidad de su mosto. Y, rayano a la metafilosofía, prosigue:
Sólo el vino y la borrachera mantienen en su ser al estudio; grave motivo por el que
confiesa su deseo de que nunca le falte el vino… para poder seguir estudiando:

Cur studium florens olim regnauit Athenis?


Causa fuit botris generoso germine plenis
Vinea plena merum studium conservat in esse.
Vt studeam uinum cupio michi semper adesse.
Hoc michi solamen numquam desit, precor. Amen18.

Observamos aquí un pronunciamiento explícito acerca de las peculiares


exigencias de la vida intelectual (a fe mía que existen casos más recientes), cuya
importancia amerita un amplio debate, imaginaos dónde, oh jóvenes Lectoras y
Lectores. In taberna quando sumus / non curamus quit sit humus, celebra otro poema,
cantando al lugar en el que a nadie le importa ser polvo ni en polvo haber de
convertirse; allí donde no hace sudar el trabajo, sino el juego: sed ad ludum properamus
/ cui semper insudamus. Pero vengamos de una vez al otro pilar de la vida estudiantil:

El escuadrón
de la gente erudita
siga el pendón
de Venus Afrodita.
No se dé en él cabida
al lego inculto y rudo,
pues es para las artes sordo y mudo.

Tal como reza esta declaración goliárdica, las de los estudiantes no son huestes de
Atenea, sino de Venus. Esto contradecía abiertamente la secular enseñanza del gran
Agustín, esforzado en demostrar la total incompatibilidad entre vida sexual activa y
sabiduría; e instalaba otro debate capital en los mismísimos fundamentos del bien y del
mal. La vida parecía levantarse contra toda visión celibataria y monástica de la fe y de
la ciencia y los jóvenes aprendices del nuevo status que terminaría renovando tanto la
una y como la otra, se ufanaban de darle materia a la forma y cuerpo al alma. Era, sin
duda alguna –y estoy hablando en serio– el clarear de un tiempo nuevo. Tiempo alegre,
festivo, liberado por los hombres y las mujeres que construyeron las ciudades y les
dieron vida casi de la nada. Totus floreo! exclamaban: “Florezco”, “surjo”, “nazco”,
“emerjo por entero”, manifestando la luz donde muchos veían tinieblas. El Carmen
Buranum al que me estoy refiriendo, le da voz a este tiempo, a este sentimiento nuevo
que, más acá de los excesos, confiere pleno sentido a las tesis defendidas por tantos
filósofos y teólogos y formalmente excluidas del deber ser y del deber saber en la
censura universitaria de 1274, que reproduje al comienzo. La traducción de sus primeros
versos –como en todos los demás casos– sólo pretende verter algo de su letra, incapaz
de rozar siquiera la delicadeza de su espíritu:

17
M. ESPOSITO, “On Some Unpublished Poems Attributed to Alexander Neckam”, The English
Historical Review 119 (1915) 453: «Mientras libo, libador, unos vinos, osados poemas escribo».
18
M. ESPOSITO, “On Some Unpublished Poems” 456.
11

Tempus est iocundum, Este es un tiempo alegre,


o virgines, oh doncellas!
modo congaudete gozad ahora,
vos iuvenes! muchachos!

O, o, o, Oh, oh, oh,


totus floreo, florezco por entero!
iam amore virginali ya en amor virginal,
totus ardeo, por entero me enciendo;
novus, novus amor nuevo, nuevo
est, quo pereo. es el amor
por el que muero19.

“Enanos sobre los hombros de gigantes”, como dijera unos años antes el
gramático Bernard de Chartres, las mujeres y los hombres de la Baja Edad Media son
bien conscientes de vivir en un mundo nuevo, no sólo por sus muros, sus edificios y sus
instituciones, sino también por su saber y, sobre todo, por su ethos. Ellos mismos
acuñaron una palabra para decirse: moderni (“modernos”). Allí radica, según creo, el
claroscuro de las fuentes, la ambigüedad de las apreciaciones y el vehemente conflicto
de las interpretaciones en juego. El anónimo autor del poema Puer cum puellula, lo dice
en una sola estrofa y con menos rodeos que recursos literarios:

Si un muchacho y una muchachita,


yacen en una habitación pequeñita,
cuán feliz unión!
A medida que el amor aumenta
Y, desde su intimidad,
el tedio es lanzado lejos,
y empieza un inefable juego
en sus miembros, sus brazos, sus labios.

Traduzco como “tedio” una expresión latina (tedium) que no expresa sólo
aburrimiento, sino más bien desagrado, rechazo, pesadumbre, incluso angustia, en
algunos casos (tedet gaudere sine te –gritaba a Dios Buenaventura de Bagnoregio–). El
amor “descubierto” por los estudiantes licenciosos, no sólo divierte y alegra, sino que
libera de la oscuridad más profunda, que ensombrece el alma allí donde más debería
brillar. Otra canción de amor estudiantil lo dirá más claramente:

Amor vuela dondequiera


y es capturado por el deseo.
Jóvenes, hombres y mujeres,
¡copulad como se debe!

La poesía surgida de estos ámbitos (golíardica o no), no alcanza la altura del


fin’amor celebrado por los trovadores y se contenta con mucho menos, cayendo a
menudo en el mal gusto de esa suerte de épica erótica que entiende el amor como
victoria y el sexo como conquista; pero no por eso posee menos valor, si tenemos en
cuenta que jamás sacrificarían su ostensible sinceridad a las pretensiones literarias de un
modus, en los albores de una sociedad burguesa que ya empezaba a rendir culto a las
formas. “Alaban mi religiosidad” –lamentaba Eloísa– “en tiempos en que la religiosidad

19
Una versión bien lograda del Carmen a cargo del Ensamble Decamerón, puede apreciarse en
http://www.youtube.com/watch?v=Fu9WGQpe_Yw&feature=related.
12

no es más que hipcresía”. Y confesba a su amado Abelardo siendo abadesa en


Argenteuil: “A decir verdad, los placeres del amor que hemos conocido juntos han sido
tan dulces para mí, que no puedo ni odiarlos ni olvidarlos”20.
Estas características se aprecian en el poema que trascendió como Carmen
Buranum 72, compuesto en sus años mozos por Pierre de Blois, un respetable jurista,
dedicado a la alta política en las Cortes de Alejandro III, papa y de Enrique II, rey de
Inglaterra. Es una acción de gracias a Venus, por una experiencia reciente:

Gracias te doy, oh Venus, Súplicas a las súplicas añado,


Benévola diosa, Besos a los besos;
Tú me has sonreído: Y ella, llanto al llanto,
De mi doncella he obtenido Tímidos golpes al embate.
La agradable alegría, Ora me mira con odio,
La alegría esperada. Ora suplicante.
Ora se debate, enemiga;
Hube de cumplir larga milicia Ora suplica e implora
Sin recabar el salario pactado. Y, cuanto más tierna y dulcemente
Ahora me siento feliz, pido,
Serenado siento Ella más sorda se vuelve
El rostro de Dione21. A mi plegaria.
Podía yo mirarla, hablarle,
A esta muchacha. Me torno audaz sobremanera,
Tocarla, besarla. Ella se defiende con sus uñas,
Faltaba, sin embargo, Sujeta con violencia mis cabellos,
La última meta Rechaza el asalto,
Y del amor la más dulce. Se retuerce,
De no atravesarla, Estrecha las rodillas,
Todo cuanto se me diera, Intentando no se abra
Razón para el furor La puerta del pudor.
Sería tan sólo.
Mas yo persevero en la batalla,
Me acerco a la meta Pongo todo al servicio del triunfo.
Y ella, con tierno llanto, Estrechándola contra mí
Me enciende sin descanso, Redoblo el abrazo.
Mientras vacilo en levantar Sus brazos se vencen,
Las barreras virginales del recato. Con fuerza la cubro de besos…
Y he aquí que abre sus puertas
Bebo sus lágrimas dulcísimas, De Venus el rico palacio.
Los besos tienen sabor más elevado.
Obnubilan más y más el alma Sonriendo, con trémula mirada,
Con dulzura arcana. Entreabiertos los ojos,
Y así me veo cada vez más cautivo Con un suspiro inquieto,
Y más violenta del deseo Se adormece.
arde la llama.

Mas de Coronides el dolor22


Entre sollozos henchidos de llanto
Terrible crece,
Sin que las súplicas
Logren mitigarlo.

20
ELOÍSA, Carta IV a Abelardo, en ABELARDO, Storia delle mie disgrazie. Lettere d’amore di
Abelardo e Eloisa. Introduzione, traduzione e note di F. RONCORONI, Garzanti, Milano 1983, 121 y 120
(existe traducción española).
13

No debo extenderme más de cuanto tolera la amable paciencia de mis jóvenes


oyentes. Como suele suceder a los ancianos, los recuerdos se agolpan en la memoria, de
modo que basta recuperar uno sólo, para que surjan a borbotones otro tantos. Mi sol
serrano se oculta en las frondas y sus jóvenes destellos me sustraen al olvido. En
ocasiones, nuestra pobre y apasionada tarea se limita a abrir con fatiga unos cuantos
libros, para que otros, recorriendo pacientemente sus folios, puedan gustarlos a fondo.
Mientras tanto, puedo escuchar todavía –gracias al rumor de las frondas– la juiciosa y
jocunda cantilena de antaño:

Hoy comamos y bebamos


Y cantemos y bailemos
Que mañana moriremos.

Bibliografía

Carmina Burana, ed. A. B. SCOTT, Leipzig 1969.


M. ESPOSITO, “On Some Unpublished Poems Attributed to Alexander Neckam”, The
English Historical Review 119 (1915) 450-471.
G. GARDENAL (a cura di), Poesia latina medievale, Mondadori, Milano 1993.
P. GLORIEUX, “L’enseignement au Moyen Âge. Techinques et méthodes en usage à la
Faculté de Théologie de Paris, au XIIIe siècle”, Archives d´histoire doctrinale et
littéraire du Moyen Âge 35 (1968) 65-186.
CH. H. HASKINS, “The Life of Medieval Students as Illustrated by their Letters”, The
American Historical Review 3 (1898) 203-229.
JACQUES DE VITRY, Historia Occidentalis, ed. J. F. HINNEBUSCH, The Historia
Occidentalis of Jaques de Vitry. Spicilegium Friburgense 17, Fribourg University
Press, Fribourg 1972.
C. MARTÍNEZ RUIZ, “Cinco sermones parisinos sobre la Epifanía del siglo XIII”,
Archives d´histoire doctrinale et littéraire du Moyen Âge 63 (1996) 285-324;
“Eros y natura. El discurso cristiano del placer”, en C. SCHICKENDANTZ (ed.),
Religión, género y sexualidad. Análisis interdisciplinares, EDUCC, Córdoba
2004, 173-226.
C. OPITZ, “Vida cotidiana de las mujeres en la Baja Edad Media (1250-1500)”, en G.
DUBY – M. PERROT (dirs.), Historia de las mujeres en Occidente 2. La Edad
Media (bajo la dirección de CH. KLAPISCH-ZUBER), Taurus, Madrid 1992, 340-
410.
M. REQUENA (trad.) Poesía Goliárdica, El Acantilado, Barcelona 2003.

21
Serenari / uultum dioneum: Según cierta tradición, Dione era la madre de Venus. Aquí designa a
la misma Venus.
22
Coronidis era el nombre elegido por los poetas de los Carmina para indicar una muchacha muy
joven y delicada.

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