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Este impulso natural hacia el comercio y el intercambio fue acentuado y fomentado por las
Cruzadas que se organizaron en Europa occidental desde el siglo XI hasta el siglo XIII. Las
grandes travesías y expediciones de los siglos XV y XVI reforzaron estas tendencias y
fomentaron el comercio, sobre todo tras el descubrimiento del Nuevo Mundo y la entrada en
Europa de ingentes cantidades de metales preciosos provenientes de aquellas tierras. El orden
económico resultante de estos acontecimientos fue un sistema en el que predominaba lo
comercial o mercantil, es decir, cuyo objetivo principal consistía en intercambiar bienes y no
en producirlos. La importancia de la producción no se hizo patente hasta la Revolución
industrial que tuvo lugar en el siglo XIX.
Sin embargo, ya antes del inicio de la industrialización había aparecido una de las figuras más
características del capitalismo, el empresario, que es, según Schumpeter, el individuo que
asume riesgos económicos no personales. Un elemento clave del capitalismo es la iniciación de
una actividad con el fin de obtener beneficios en el futuro; puesto que éste es desconocido,
tanto la posibilidad de obtener ganancias como el riesgo de incurrir en pérdidas son dos
resultados posibles, por lo que el papel del empresario consiste en asumir el riesgo de tener
pérdidas o ganancias.
El Síndico de los pañeros, por Rembrandt (1662). Obra de encargo, simboliza tanto el éxito de
la burguesía así como la pujanza de Ámsterdam
No obstante, la emergencia del capitalismo es asociada más a menudo con las primicias de la
revolución industrial, y en particular al siglo XVIII. Las formas modernas de propiedad privada
de los medios de producción y de salariado se desarrollan durante este período.
En Gran Bretaña, el voto del Enclosure Act marca el advenimiento de la propiedad privada del
capital, es seguido en el siglo XIX de la liberalización del accionariado. En 1825, la Bubble Act,
que limitaba el tamaño de las empresas, es revocado. En 1856, la creación de sociedades
anónimas es liberada de toda coacción. Es el principio de la dominación de las teorías del
laissez-faire (dejar hacer), deseando limitar la intervención del Estado en la economía:
ideología difundida en Gran Bretaña por los autores de la escuela clásica inglesa.2
En los Estados Unidos, desde la colonización, la propiedad privada de las tierras fue la regla. No
obstante, la legislación americana pudo mostrarse muy favorable hacia los menos ricos y supo,
gracias a la inmensidad del territorio, hacer de la propiedad privada de la tierra una noción
fundamental defendida por los más humildes (no esclavos). Una ley de 1862 les concede en
efecto la propiedad privada de 160 agrimensuras a los pioneros. La Homestead Act, ofrece un
jardín para que cultiven los europeos desprovistos, estimulando los flujos migratorios hacia los
Estados Unidos.
En Gran Bretaña, los economistas clásicos de finales del siglo XVIII y de principios de siglo XIX
van a concentrar sus críticas en las leyes establecidas con el fin de permitir la emergencia de
leyes que favorezcan el mercado. Heredados del siglo XVII, las poor laws británicas ofrecían vía
las parroquias una asistencia a los indigentes otorgándoles un trabajo de workhouses, incluso
les daban de limosna algunos productos necesarios para su supervivencia. Los grandes clásicos
de la economía (Adam Smith, Thomas Malthus y David Ricardo) se ensañaron contra este
sistema que impediría la movilidad de los trabajadores. En 1834, la casi derogación de estas
leyes fuerza a los pobres a mudarse a la ciudad con el fin de evitar el hambre, encontrando por
la venta de su fuerza de trabajo los recursos necesarios para su supervivencia.
En Francia, la constitución del mercado del trabajo y la libertad de los capitales es permitida en
junio de 1791 por la Loi Le Chapelier, que prohíbe toda libertad de asociación: corporaciones,
asociaciones y coaliciones (es decir sindicatos y paros).