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ULTIMO EXILIO:
APROXIMACIONES AL GRUPO DE LOS POETAS HISPANOMEXICANOS
 

En su mayoría los críticos han confirmado ya el empleo del término “grupo” para
calificar a los poetas nacidos en España entre los años 20 y el final de la guerra civil, y que
llegaron a México siendo niños o jóvenes adolescentes, entre 1939 y 1942. Sus nombres
conforman una nutrida pléyade: Ramón Xirau (1924-2017), Manuel Durán (1925), Nuria
Parés (1925-2010), Tomás Segovia (1927-2011), José Miguel García Ascot (alias “Jomi”,
1927-1986), César Rodríguez Chicharro (1930-1984), Luis Rius (1930-1984), Enrique de
Rivas (1931), José Pascual Buxó (1931), Gerardo Deniz (seudónimo de Juan Almela,
1934-2014), Francisca Perujo (1934), Angelina Muñiz-Huberman (1936) y Federico Patán
(1937)1. Tal vez no sea descaminado completar esta lista con el nombre de Carlos Blanco
Aguinaga (1926-2013), teniendo en cuenta el poemario publicado en 2007, D. F. y
alrededores. Con la elección del sustantivo “grupo” y del calificativo “hispanomexicano”
no se quiere inducir que los problemas de denominación tengan mayor trascendencia, pero
no viene mal algún consenso en el momento de intentar nombrarlos con mínima propiedad
ya que las otras tentativas —“los cachorros”, “generación nepantla” o “fronteriza”, “poetas
de la segunda generación del exilio”— pueden resultar no muy claras, superadas o incluir el
discutido y, aquí, ambiguo término “generación”. Un poco de andar por casa, pero no
totalmente inadecuada en sí, la palabra “grupo” ofrece además la ventaja de una como
neutralidad semántica no despreciable en lo que se refiere a los poetas aludidos. Más
sofisticado, el doble calificativo de “hispanomexicanos” remite con claridad a un origen
ambivalente, una eventual “bi-nacionalidad” cultural (a veces administrativa) que,
efectivamente, los puede caracterizar en mayor o menor grado.
Sin embargo, como en otros casos, la comodidad que brinda el empleo de estos
términos puede generar problemas o equívocos en cuanto a una supuesta homogeneidad de
                                                            
1
De la misma generación, algunos más escribieron poesía pero su escueta producción difícilmente permite
incluirlos en el grupo de los poetas se trata de: Francisco González Aramburu (Barcelona, 1926), Víctor Rico
Galán (El Ferrol, 1928-México, 1974) y Roberto Ruiz (Madrid, 1925). En Sextante, Enrique López Aguilar
(2013) ha recogido sus versos inéditos o desperdigados en distintas publicaciones, después de haberlos
incluido en su antología, Los poetas hispanomexicanos. Estudio y antología (2012). También incluido en
Sextante, Alberto Gironella (1929-1999), nacido en la Ciudad de México, hijo de padre catalán y de madre
yucateca, no es propiamente un hispanomexicano, a pesar de haber publicado unos diecisiete poemas en las
revistas del grupo, esencialmente Presencia, Clavileño y Hoja.

dicho grupo. En sí práctica, la palabra “grupo” funciona más o menos en un sentido


sociológico o mejor dicho histórico, para designar a un colectivo de jóvenes que
efectivamente vivieron casi todos, a partir del final de la Guerra Civil y de los primeros
años del exilio mexicano, un destino común que sí los aúna sin dejar de presentar algunas
diferencias, como lo muestra Eduardo Mateo Gambarte en un pionero estudio (1996).
Nacidos en España (pero a veces fuera: Túnez en el caso de García Ascot o Francia en el de
Muñiz-Huberman), entre 1924 —Xirau— y 1937 —Patán—, lo que ya supone diferencias de
edad significativas, acompañaron a sus familias camino al exilio. Para todos ellos el
itinerario fue parecido: embarcan en Francia o en Casablanca y llegan, a veces con escalas
más o menos largas —en Cuba, Santo Domingo o Nueva York—, a México donde sus
familias se acogen a la política de hospitalidad emprendida desde 1938 por el presidente
Lázaro Cárdenas a favor de los republicanos españoles.
Después de haber asistido durante períodos de variable duración a la primaria o a la
secundaria públicas en Francia (Xirau, Durán, Parés, García Ascot, De Rivas) o en Suiza
(Deniz), en la capital mexicana reanudan sus estudios primarios o secundarios, la mayoría
en centros docentes fundados por los refugiados republicanos (el Colegio Madrid, la
Academia Hispano-mexicana, los Institutos Ruiz de Alarcón y Luis Vives, con sus
respectivas diferencias sociales). Algunos, sin embargo, siguen otro camino: Xirau y
Durán, habiendo cursado parte del bachillerato en Francia (París y Marsella el primero,
Montpellier el segundo), lo terminan en el Liceo franco-mexicano de la Ciudad de México,
mientras que García Ascot, tras varios años en el liceo Pasteur (Neuilly-sur-Seine, cerca de
París) completa la secundaria en el Luis Vives; Almela (Deniz) pasa directamente de la
primaria ginebrina a la mexicana antes de ingresar al Vives; Patán, después de residir siete
años en el pueblo de Perote (Estado de Veracruz), cursa la secundaria mexicana en el
Distrito Federal por el turno nocturno a partir del año 1946. Nuria Balcells, con 17 años en
1942 al instalarse en el Distrito Federal, no frecuenta ningún colegio español y, al poco de
llegar, se casa con el Dr Carlos Parés. En esos recorridos escolares ya se perciben unos
matices que, incluso en lo más pregonado —la identidad de los recorridos vitales y
educativos—, conviene tener presentes para no caer en simplificaciones indebidas.

El acceso de varios de ellos a la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM


(Universidad Nacional Autónoma de México) sí puede reforzar la idea de que existió un
grupo. No obstante, en este punto también existen diferencias. No todos ingresan en el alma
mater ni todos estudian Letras y los que lo hacen no coinciden allí forzosamente, por
razones de edad. Parés no cursa estudios superiores. Deniz empieza por estudiar química y
lo deja al cabo de veinte días, transformándose luego en un caso excepcional de sabio
autodidacta. Xirau estudia filosofía y completa su formación en El Colegio de México y en
La Sorbona. García Ascot también estudia filosofía. En el viejo y acogedor edificio de
Mascarones, que entonces abrigaba la facultad antes de su traslado a la Ciudad
Universitaria, Segovia no remata la carrera de Letras hispánicas con titulación académica,
lo que sí hacen Durán, Rius, Rodríguez Chicharro, Pascual Buxó, De Rivas, Perujo y
Muñiz-Huberman, los últimos en la nueva facultad, mientras Patán estudia Letras inglesas.
Tampoco llegarán a ser todos profesores de la UNAM con plena y, a veces, larga
dedicación como Xirau, Pascual Buxó, Muñiz-Huberman o Patán que, hasta hace poco aún
atendían o atienden todavía a los estudiantes de sus seminarios o de sus clases, o como Rius
y Rodríguez Chicharro que lo hicieron hasta su muerte en 1984. Algunos de ellos ejercerán
durante años su labor docente en otras universidades, antes de volver a la UNAM: las de
Guanajuato (Rius, Rodríguez Chicharro, Pascual Buxó, que también estará en la del Zulia
—Maracaibo— de 1959 a 1971) o del Estado de Veracruz —en Xalapa— como Rodríguez
Chicharro). Durán completa su formación académica en Princeton y desarrolla luego lo
esencial de su actividad docente, hasta su reciente jubilación, en la universidad de Yale. Por
su lado, De Rivas, después de doctorarse en Berkeley y de algunos años de docencia en
México y Estados Unidos, se instala en Roma en 1967 como funcionario de una
organización internacional. García Ascot, con escasa actividad docente, pronto se dedica al
cine 2 y Perujo a la investigación bibliográfica, filológica e histórica. Además de una
actividad creadora desbordante, Segovia dará clases en el IFAL, en El Colegio de México y
en las Universidades que le invitaron (Montevideo, Princeton). Paralelamente, casi todos

                                                            
2
Fue fundador del primer cine-club de México en el IFAL (Instituto Francés de América Latina), estuvo en el
ICAIC (La Habana) y dirigió después la famosa película En el balcón vacío en la que varios actores son
miembros del “grupo”.

desarrollan una labor importante en el campo de la traducción, motivados por imperativos


económicos o una afición de alto nivel.
Tomando en consideración lo anterior, sin descartar por completo cierta
homogeneidad, el grupo como tal ya ofrece notables diferencias en los recorridos de sus
miembros. Es más: a algunos lo que todavía los agrupa como “hispanos” peninsulares a
partir de su llegada a México, puede desaparecer con mayor o menor rapidez. Entre el caso
de Deniz que considera su mexicanización como “absoluta e irreversible” (Mateo
Gambarte, 1997: 79), desde sus años de primaria en la colonia San Rafael de la Ciudad de
México, y a España como “una realidad sabida y asumida, pero sentimentalmente nula para
[él]” (id.: 83) y el de Muñiz-Huberman (nacida en Hyères, Francia) cuya poesía, por lo
menos hasta no hace mucho, canta la nostalgia indefectible y el dolor de todos sus exilios,
incluyendo el republicano, se pueden dar distintos grados de apego o desapego, difíciles de
calibrar, hacia la patria de origen. Pero aún así, tampoco es obvia la “mexicanización” de
muchos de ellos, pese a la nacionalidad adquirida. Largos períodos fuera de México o una,
a veces pronta salida hacia otros países de residencia (Estados Unidos —Durán—, Italia
—De Rivas, Perujo—, Francia y España —Segovia), un asaz envidiable cosmopolitismo,
variables grados de interés por lo mexicano, pueden llevar a dudar de una nacionalidad
adquirida, a veces reivindicada para ellos por autoridades de distinta índole, por algunos
críticos como,  por ejemplo, Enrique López Aguilar que escribe: “Así que lo digo a voz en
cuello […], el verdadero lugar para la pertenencia generacional de los poetas
hispanomexicanos está en México, y en la historia literaria mexicana […]” (2012: 170-171)
o por el propio Octavio Paz cuando, por ejemplo, escribía:

El grupo de poetas que encontró asilo entre nosotros fue numeroso y diverso. No me refiero a los
poetas que llegaron a México cuando eran niños y que aquí se formaron, pues son parte de la
literatura mexicana contemporánea. Siempre he visto a Ramón Xirau, Tomás Segovia, Manuel
Durán, Gerardo Deniz, Jomi García Ascot, José Pascual Buxó y Enrique de Rivas —para citar a los
más conocidos— como poetas mexicanos. Mejor dicho, hispanomexicanos. (Paz, 1991: 311)

Llama la atención el que Paz, después de incluirlos en la literatura mexicana como “poetas
mexicanos”, sienta la necesidad de autocorregirse y recurra al calificativo doble,
reconociendo implícitamente que, en su mayoría, escapan a cualquier maniobra de
nacionalismo literario. Muy globalmente en lo que atañe a los autores citados, lo que
propone Paz es aceptable, especialmente en el caso de Deniz cuya obra, hasta ahora por lo

menos, casi sólo se edita, conoce y aprecia en México, con dos excepciones (2000 y 2001).
En cambio, la poesía de Xirau, exclusivamente escrita en catalán y publicada esencialmente
en Barcelona desde 1974, hasta la aparición de su Poesía completa en México (2007),
podría hacer dudar del punto de vista del gran poeta (y crítico) mexicano, así como la de
Durán, de lengua catalana en buena parte. Otro tanto cabría decir en lo que concierne a De
Rivas, con sólo dos poemarios publicados en México, Primeros poemas (1949) y Tiempo
ilícito (1981), antes de la publicación reciente de su Poesía compilada (2013). De los
citados y teniendo en cuenta el lugar de publicación de su obra, quizás sea Segovia quien
mejor correspondería a la calificación de “hispanomexicano” con una obra ampliamente
conocida en México donde se agotan sus libros y a quien, desde 1983, se ha editado con
regularidad en España donde se le va incluyendo (poco a poco) en el panorama literario y
se le lee, aunque probablemente menos que en su otro país. Pero Paz se expresaba en 1979,
con un punto de vista que sólo podía ser retrospectivo. En todo caso, la dificultad ya existía
en aquella época y sigue existiendo casi cuarenta años después, sin que la recepción muy
desigual de estos escritores en sus dos relativas patrias aporte una clarificación definitiva.
Dificultad que se debe considerar, por consiguiente, como un componente intrínseco y
duradero de su específico exilio y del de sus obras, aún no siempre, ni todas mencionadas
en las historias de la literatura o incluidas en las antologías que se editan en México o en
España. Dificultad que, fuera de su propia reivindicación (cuando la hay y a pesar de ella a
veces), obliga a la prudencia a los que quisieran imponerles una de las dos nacionalidades
de las que, con todo derecho, podrían prevalerse.
Por otro lado, en su caso, la calificación de poetas puede ser notablemente reductora,
insuficiente o, incluso, hacer referencia a una actividad creadora de intensidad variable y
con resultados muy dispares. Tomando su producción poética en conjunto, nos
encontramos en presencia de un corpus abundante, de elaboración aún inconclusa para
varios, a la que algunos dejaron de participar por una muerte prematura (Rius y Rodríguez
Chicharro en 1984, García Ascot en 1986) o por abandono de la expresión poética. Parés,
con dos poemarios, dejó de publicar en 1959 hasta su muerte en 2010. No se conocen
nuevos poemarios de Pascual Buxó desde 1974 (Lugar del tiempo). Perujo, después de
Manuscrito en Milán (1985) publicó su segundo y último libro en 1994 (El uso de la vida).
Desde la muerte de Segovia en 2011 y de Xirau en 2017, De Rivas, Muñiz-Huberman,

Patán, son los que siguen escribiendo y publicando poesía con cierta regularidad. En los
últimos años, Durán lo hizo en forma escasa e irregular y en 2012 se publicó su poesía
completa. Fuera de Segovia, Xirau, Perujo, De Rivas, ninguno de los miembros del grupo
ha publicado poesía en España hasta la fecha, con la excepción de Rius desde la
publicación, en Cuenca, de Cuestión de amor y otros poemas por José Paulino Ayuso
(1998). Sin embargo, gracias a lo publicado por Enrique López Aguilar (Durán, 2012, De
Rivas y Patán, 2013) en la Universidad Autónoma Metropolitana y las Ediciones Eón3 la
dificultad de acceder a los múltiples poemarios, muchos solo editados en México, el lector
puede hacerse ahora una idea más completa de la que le proporcionaban algunas antologías
publicadas en España (Perujo, 1980; Rivera, 1990; Sicot, 2003; Ayuso, 2003) o, incluso,
más reciente, la mexicana de López Aguilar (2012).
Si, también a los que siguen publicando con regularidad, la etiqueta de “poetas” les
puede venir pequeña es en relación con su actividad como traductores ya mencionada. A
Segovia, por ejemplo, se le otorgó dos veces el premio mexicano de traducción Alfonso X
el Sabio. Entre otros, ha traducido a Racine, Shakespeare, Rilke, Ungaretti y a Nerval
(2004). O porque varios de ellos ocupan un lugar destacado en el ensayo o la crítica, en
México o Estados Unidos: Segovia recibió los premios Octavio Paz (2002) y Juan Rulfo
(2005) por el conjunto de su obra poética pero también con atención a su obra ensayística
de la cual destacan algunos títulos (1985, 2000, 2005). Xirau tiene una nutrida producción
de estudios filosóficos y de crítica literaria (1953, 2001) que lo sitúa en un lugar
privilegiado dentro del panorama intelectual mexicano, Pascual Buxó es un eminente
especialista de la literatura novohispana y como tal viene publicando sustanciosos estudios
de semiología (1984) o de literatura (1996) y Durán, desde Estados Unidos, ha conquistado
un lugar preeminente en el hispanismo internacional con numerosos estudios tanto sobre
sobre literatura del Siglo de Oro (Luis de León, Cervantes, Calderón, Quevedo) como sobre
literatura contemporánea (Valle Inclán, Ortega y Gasset, Lorca, Alberti). En varios casos,
Pascual Buxó y Durán por ejemplo, esta labor investigadora y universitaria ha podido
borrar o hacer olvidar que también son o fueron poetas. Y lo que se acaba de subrayar
respecto a los más destacados en el campo ensayístico también sería verdad, aunque a veces
                                                            
3
Le queda todavía por reunir la poesía de Jomi García Ascot y Francisca Perujo pero las de Nuria Parés y
César Rodríguez Chicharro están anunciadas.

en menor grado, en lo que concierne la mayoría de los otros integrantes del grupo.
Tampoco convendría dejar de lado que la labor creativa de algunos de estos escritores
también incluye la prosa, esencialmente el cuento, la novela, eventualmente el relato
autobiográfico o el teatro. Tanto García Ascot (1987), como Segovia (1959, 1974, 1981,
2001), De Rivas (1992), Deniz (1992, 2002, 2004) y Perujo (1967) han hecho valiosas
incursiones en esos campos de la creación literaria. En cuanto a Muñiz-Huberman y a
Patán, su obra narrativa, bastante más abundante que la poética, hace que, en México por lo
menos, se los conozca más como narradores que como poetas. Por lo tanto, es tal la
diversidad de los recorridos de todos ellos por el mundo de la literatura que la expresión
“grupo de poetas” resulta también insuficiente en el momento de dar cuenta de unas obras
tan diversas y de tan polifacética actividad intelectual y creativa. En realidad, donde más se
manifiesta la existencia de un grupo es, a fines de los años cuarenta y principios de los
cincuenta, alrededor de las revistas que crearon, inevitablemente efímeras.
Pero, en este terreno, tampoco resulta obvia la existencia de un solo grupo. Parecería
más conveniente hablar de varios, dos quizás, reunidos alrededor de las revistas que se
fueron sucediendo unas a otras con cierta regularidad entre 1948 y 1951: Clavileño (con
dos números, mayo y agosto de 1948), Presencia (ocho números, incluyendo dos números
dobles, entre julio-agosto de 1948 y agosto-septiembre de 1950), Segrel (dos números,
abril-mayo 1951 y junio-julio del mismo año.) Aparte quedarían Hoja fundada por Segovia,
e Ideas de México dirigida por Pascual Buxó a partir de 1953. Por sus características, Hoja
no es exactamente lo que se llama una revista. Sus cinco números, publicados entre agosto
de 1948 y julio de 1949, constan, como lo indica el título, de un mero folio doblado en dos
y recogen, exclusiva y sucesivamente, poemas del propio Segovia y, luego, de Alberto
Gironella, Durán, Michèle Alban y Salvador Moreno. De estos cinco nombres, solo dos
pertenecen al grupo hispanomexicano. Los otros tres corresponden a poetas ocasionales
vinculados a ellos por la amistad o las circunstancias de la vida4. Ideas de México, con

                                                            
4
Alberto Gironella (1929-1999), pintor mexicano, “escritor frustrado” (El País, 4 de agosto de 1999, p. 22),
de ascendencia española por su padre. Michèle Alban, franco-española cuya familia, por residir en Valencia al
final de la Guerra Civil, tuvo que tomar el camino del exilio a América; estuvo casada con Tomás Segovia: de
ella no se conocen más poemas que los que figuran en el correspondiente número de Hoja. Salvador Moreno,
mexicano (1916-1999), compositor, musicólogo y crítico de arte. Residió en Barcelona a partir de 1955. En
México estuvo muy relacionado con los artistas y escritores españoles, especialmente con Ramón Gaya, Luis
Cernuda y Juan Gil-Albert (véase a este respecto, Juan Gil-Albert, 1987).

dieciséis entregas entre 1953 y 1956, por su publicación tardía en relación con las otras
revistas, su preocupación prioritaria por participar y fundirse en la cultura mexicana ocupa
un lugar distinto al de las tres anteriormente citadas. La modesta participación en ella de sus
compañeros hispanomexicanos fue sentida por Pacual Buxó como un fracaso. En el último
número (15-16, 1956), tras de manifestar algunos motivos de satisfacción, escribía las
siguientes líneas, teñidas de evidente amargura:
Hemos de señalar también un fracaso: nuestra pretensión en integrar a los jóvenes escritores
españoles que desde hace veinte años viven desterrados en México con aquellos que antes
mencionábamos, con el único propósito que esta conjunción fortaleciera humanamente a unos
escritores cuya obra, aún hoy, sigue fundándose en la tradición y en la añoranza. La culpa, de quien
la tenga; nosotros ya hemos discutido el caso hasta la saciedad.

En los casi tres años (verano del 48-primavera del 51) en que, sin demasiada solución de
continuidad, se suceden Clavileño, Presencia y Segrel, son varios los nombres que pasan de
una revista a otra, ofreciendo sus autores artículos o textos de creación. Sin embargo,
Pascual Buxó y Rodríguez Chicharro no aparecen en ellas, tampoco De Rivas, ni, por
obvias razones de edad, Deniz, Muñiz-Huberman y Patán. Lo cual reduce a cinco los poetas
que participaron en la aventura de las revistas hispanomexicanas: Rius, Durán, Xirau,
Segovia y García Ascot. Estas, en realidad, se abrieron a un grupo que, incluyendo también
narradores e intelectuales, era mucho más amplio que el que constituían los que se
dedicaban exclusiva o principalmente a la poesía. En el comité de redacción de Clavileño,
alrededor de Rius, su fundador, y además de Durán, figuran Arturo Souto Alabarce,
Inocencio Burgos, Juan Espinasa, Horacio López Suárez y Rafael Segovia5. En cuanto a
Segrel, dirigida por Souto Alabarce, aparece, por su título, su contenido y sus
colaboradores, como la continuación de Clavileño y los que en ella publican poesía son
Burgos, Rius, Gironella, Durán y Segovia. Las dos, con títulos orientados hacia España y su
literatura, presentan líneas editoriales claramente literarias. En el primer número de
Clavileño, con una buena dosis de énfasis juvenil desde la altura de sus dieciocho años,

                                                            
5
Arturo Souto Alabarce (Madrid, 1930-México, 2013), con larga carrera académica en la UNAM, autor de
varios libros de cuentos. Inocencio Burgos, pintor bohemio, con algunos poemas publicados en las revistas
hispanomexicanas. Juan Espinasa, (Moncada i Reixach, 1926-), autor de una novela corta y de varios relatos
publicados en las revistas del exilio. Horacio López Suárez (1926-2014), nacido en España, profesor de
literatura en la UNAM. Rafael Segovia, nacido en España, sociólogo y politólogo, profesor emérito de El
Colegio de México, “hermano” de Tomás Segovia (1928-fechas).

manifestando propósitos exclusivamente literarios y una necesidad de desahogo expresivo


por parte de su “grupo”, Rius escribía:
Somos un grupo de jóvenes, tan ilusionados como inexpertos, cuyas inquietudes literarias no
pueden ser guardadas por más tiempo, entre las cuatro paredes del cuarto de trabajo cotidiano:
fragua, taller, río caudaloso, cielo de amplios horizontes, mar encrespado, según el momento de
nuestra exaltación lírica o la serenidad de nuestro ánimo.

En cuanto a Segrel, que se empieza a publicar al poco tiempo de desaparecer Presencia, el


editorial del primer número, además de repetir la orientación esencialmente literaria de
Clavileño, parece querer expresar explícitamente una línea exenta de presupuestos
políticos, ideológicos o artísticos, como si fuera necesaria o conveniente una ruptura con la
revista desaparecida unos meses antes:
Una revista suele anquilosarse siempre en el cauce de un sentido fijo, estricto, llámese filosófico,
artístico o político. Segrel no presentará, indudablemente esa rigidez ortodoxa. Su finalidad es la
espresión (sic); especialmente la literaria. Sus editores conservarán su propio e individual credo, así
como su estilo: únelos tan sólo, la amistad y el afán por la creación literaria.

En su voluntad diferenciadora, esta declaración puede tener un sentido más amplio que el
que se está sugiriendo. Pero en el contexto del exilio, para unos lectores que eran
esencialmente miembros de la comunidad republicana universitaria, parece válida la
hipótesis. Por otro lado, es señal de que existían divergencias más o menos marcadas entre
los miembros del “grupo”, divergencias no todas o no siempre motivadas por la relativa
diferencia de edad que separaba a los colaboradores de Presencia y a los de las otras dos
revistas ¿Cuáles serían pues, filosóficos, artísticos o políticos, el “sentido fijo”, la “rigidez
ortodoxa” que provocaron el supuesto anquilosamiento de la revista implícitamente
aludida, Presencia? Dentro de los colaboradores que intervienen en ella con más
regularidad aparecen nombres ya citados: Burgos, García Ascot, Xirau, Durán, Gironella y,
puntualmente, Segovia y Rius. González Aramburu, Blanco Aguinaga, Roberto Ruiz hacen
su aparición 6 . Pero, a pesar de no figurar en la revista la composición de un consejo
editorial, aparentemente inexistente como tal, sus habituales miembros coinciden solo en
parte con la lista de los colaboradores. Ruiz recuerda:

                                                            
6
Francisco González Aramburu (Barcelona, 1927), ex “niño de Morelia”, profesor de la Universidad
Veracruzana (Xalapa), traductor; algunos de sus poemas y cuentos se publicaron en Presencia y en La
palabra y el hombre, revista de la Universidad Veracruzana.
10 

El núcleo que se reunía regularmente, y merecería por ello el título de “consejo editorial”, lo
componíamos Annie Alban 7 , Carlos Blanco Aguinaga, Manuel Durán, Jomi García Ascot,
Francisco González Aramburu, Ángel Palerm8, María Teresa Silva9, los hermanos Carmen y Jacinto
Viqueira10 (Carmen era la esposa de Ángel), la española Lucinda Urrusti y el mexicano Enrique
Echeverría [quien] diseñó la portada de nueve letras en tres filas11.

Sobre estas reuniones y los participantes, también es interesante el testimonio de Blanco


Aguinaga (2006). El “núcleo” así constituido reúne alrededor de García Ascot, futuro
responsable del antifranquista “Movimiento español 1959” y colaborador del ICAIC en la
Cuba revolucionaria, “el alma” de la revista según Xirau (1995: 4), colabores con claro
compromiso político, por lo menos en lo que se refiere a Annie Alban, Blanco Aguinaga,
Palerm y Viqueira. Estos dos últimos publicarán en Presencia extensas colaboraciones de
claro contenido político como “España en el siglo XX. La revolución española” el primero
(por entregas, del nº 3 al último) y “Socialismo y libertad” el segundo (nº 7-8). Y, sin firma,
pero atribuido al “Consejo editorial de la revista”, el nº 5-6 (mayo-junio y julio-agosto de
1949) publica, para el décimo aniversario del final de la Guerra Civil, un texto titulado “18
de julio”, de claro contenido antifranquista. Confirmando esta línea comprometida, Sara
Escobar Galofre recuerda una entrevista con García Ascot:
Ahora, al pensar en [los] componentes, [García Ascot] se da cuenta de que no tenían ni tienen nada
en común, pero que en el momento en que hicieron las revistas había una serie de temas comunes a
todos que les preocupaban mucho y que era lo que les unía. Éstos podrían resumirse en tres puntos
básicos: socialismo y libertad, afán de profundizar en el conocimiento teórico del fenómeno poético
y el existencialismo, filosofía que llegaba con un empuje tremendo a cambiar la visión del mundo
(Escobar Galofre, 1974: 39).

Líneas, las últimas, que parecen especialmente válidas para los miembros de Presencia y
que Xirau refrenda en cuanto al existencialismo:
En aquellos años, años de carrera, una doble noticia que llevaba por nombre Jean-Paul Sartre y
Albert Camus. Nos dividimos entre sartrianos y camusianos. Tal vez por orígenes comunes en el

                                                            
7
Franco-española, Annie (Anne Marie) Alban, hermana de Michèle Alban y esposa de Jacinto Viqueira. Fue
miembro de las juventudes socialistas españolas y, durante muchos años, profesora de español en el Liceo
franco-mexicano de la Ciudad de México. No publicó en Presencia pero ha reunido en una hermosa
plaquette, algo confidencial, textos escritos al correr de los años, prosa y poesía (Viqueira, 2005).
8
Ángel Palerm (Ibiza 1917-México 1980), antiguo militante anarquista, luego comunista, combatió durante
la Guerra Civil. Se doctoró en antropología en México. Fue, con García Ascot, el principal inspirador de
Presencia. Trabajó varios años para la OEA en Estados Unidos.
9
María Teresa Silva, mexicana, publicó varios poemas en Presencia. No se dispone de más información
sobre ella, tampoco sobre Lucinda Urrusti y Enrique Echeverría.
10
Jacinto Viqueira (1920-2014), enrolado voluntariamente a la edad de 16 años, también combatió en la
Guerra Civil. Ingeniero, militante ecologista, fue profesor de la UNAM casi hasta su muerte.
11
Información comunicada por Roberto Ruiz.
11 

Mediterráneo pero sobre todo por la luminosidad poética de su pensamiento fuimos “camusianos”.
Debe ser Camus, El extranjero el Hombre rebelde pero sobre todo Nupcias y el Verano. Sartre fue
objeto de numerosas polémicas, principalmente El ser y la nada. (Xirau, 1995: 5)

Estas últimas citas también aclaran el título de la revista en cuya elección tuvo
probablemente García Ascot un papel principal. “Presencia”, en un sentido literal bien
comprensible, opuesto a la “ausencia” o “transparencia” del exilio, pero también con
evidentes resonancias existencialistas. Y no es de extrañar en una época en que García
Ascot estaría preparando la publicación de su tesis de maestría sobre Baudelaire, poeta
existencial (1951) y Xirau pensando en su luminoso de 1953, titulado Sentido de la
presencia.
Además, como recuerda Viqueira, hubo efectivamente alrededor de la revista y de sus
dos principales responsables (García Ascot y Palerm), el fuerte ingrediente de la amistad,
reforzado por preocupaciones intelectuales y literarias comunes:
[...] era un poco un grupo de amigos, ya éramos amigos de Jomi, por ejemplo, de Tomás [Segovia],
desde antes de hacer la revista. Era un grupo de amigos y la cosa era bastante informal y divertida.
En las reuniones no había grandes pretensiones. Se hacían en casa de unos y de otros. Unas veces en
nuestra casa, otras veces en casa de Ángel [Palerm], porque había otros que no tenían casa propia y
entonces no podían. [...] Y eran siempre unas reuniones bastante entretenidas, bastante divertidas.
Había discusión, sin grandes conflictos ideológicos. Por ejemplo, me acuerdo que una vez se iba a
discutir sobre la literatura comprometida: todo el mundo estaba de acuerdo ¿no? [...] En esa época
había una gran influencia en muchos de nosotros de Camus y de Sartre... Pero yo creo que más
Camus, ya que en la polémica entre Camus y Sartre estuvimos más bien del lado de Camus, éramos
más críticos... Sartre se estaba convirtiendo en un compañero de viaje de los comunistas y nosotros
estábamos regresando de eso12.

Un grupo pues bastante homogéneo, el de Presencia, en aquellos años pero que, si bien
incluía a algunos poetas, no se restringía ni mucho menos a ellos. Aunados por un parecido
sentir político, la literatura y el deseo de escribir, también se trataba de gente joven reunida
en un ambiente del cual Pasado presente, novela del mexicano Juan García Ponce, tal vez
pueda dar alguna idea (1993)13.
Lo cierto es que el “grupo” de Presencia es el que parece tener mayor consistencia y
el más claro deslinde, aunque sin poder, por sí solo, ocupar todo el espacio abierto por la
denominación de “escritores o poetas hispanomexicanos”. Por otro lado, si parece natural,

                                                            
12
Entrevista inédita.
13
Autoficcional, esta novela pone en escena un buen número de integrantes del grupo hispanomexicano,
entre otros: Roberto Ruiz (Roberto Ruiz Borja), Michèle Alban (Geneviève), Tomás Segovia (Pedro Ávila),
12 

ahora, no incluir a los ocasionales de aquellos años dentro del grupo de “los poetas”, es
necesario completarlo con los nombres de Pascual Buxó, De Rivas, Deniz, Perujo,
Muñiz-Huberman y Patán que, por razones de edad ya aludidas, no participaron en las
breves aventuras revisteriles. Con la notable excepción de Deniz, todos ellos, desde los
años de juventud y luego durante un período más o menos largo según los casos, son
autores de libros que ofrecen una obvia característica común: la de pertenecer a la poesía
del exilio, es decir a la que, además de escribirse fuera de España, habla del exilio o lleva
claras marcas que la identifican como tal, antes de evolucionar hacia otros linderos con el
paso de los años.
*
En buena parte, esta su poesía se caracteriza por una sorprendente intensidad del
sentir desterrado. Como si, en ella, el exilio heredado cobrara una fuerza equiparable o,
algunas veces, incluso mayor que en el caso, histórico, de los poetas de la primera
generación, fenómeno habitualmente atribuido al impacto de los hiperbolizantes relatos
familiares y escolares de los años de infancia y juventud o a la necesidad de un anclaje
tanto más pronunciado cuanto más irreal. Se encuentran así dotados de una hipermemoria
(prestada) de la Guerra Civil y de España, apenas conocidas en vida por la mayoría.
Memoria que es, al mismo tiempo, la de una condición errante transcrita en múltiples
motivos (el viaje, el tren, el barco, el mar, estaciones y puertos y sus antítesis, el árbol, las
estaciones, la casa, el jardín, el patio, el mar –esta vez como presencia fiel y consoladora;
véase Sicot, 2004). Este permanente, a veces —claro— laborioso esfuerzo mnemónico y su
peculiar expresión poética (“el recuerdo de un recuerdo de un recuerdo” (García Ascot,
1983: 54); “Me busco en mis memorias / No me encuentro” (Patán, 2013: 236) son el
instrumento para la búsqueda de una identidad (“Tú como yo: ¿quién eres? / ¿Dónde
empiezas a ser y dónde acabas”, (Parés, 1951: s. p.); “¿De qué tierra será?, ¿dónde su mar?
/ —dicen—, ¿cuál es su sol, su aire, su río?” (Rius, 1998: 78), de unas “raíces” de las que se
encuentran desprovistos y cuya ausencia les impide conocer las ventajas del “transtierro”,
en el sentido literal del neologismo gaosiano (“Como no tengo raíces/no me entierro”
(Muñiz-Huberman, 2012: 51). También es característica, en esta escritura hiperbólica del
                                                                                                                                                                                     
Annie y Jacinto Viqueira (“Géraldine y su marido”), Ramón Gaya (Gastón Rayo), Jomi García Ascot (Manuel
Turrent) y José de la Colina (Fernando Montaño).
13 

exilio marcada por la privación de lo propio y por la doble distancia (temporal y espacial),
la recurrencia de la preposición privativa “sin”, de los pretéritos simples, de los deícticos
“aquí / allí” (“Estamos aquí / y no estamos / vivimos flotando” (Durán, 2013: 277-278);
“Estar aquí”, “Haber estado allí”, títulos de dos poemarios de García Ascot (1966 y 1970);
“¿Quién tiene una orilla cierta, / aquí, / ahora?” (Perujo, 1985: 22). Algunos de los más
jóvenes retoman incluso, en intrincadas figuras combinatorias, la problemática del ser y del
estar (véase Sicot, 1999) que había sido muy del gusto de los “existencialistas” de
Presencia, antes de que Ernestina de Champourcin le diera un sentido religioso (1991).
Estos, sin contar con su formación propiamente filosófica, habían podido descubrirla al leer
a Jorge Guillén, como ocurrió con Blanco Aguinaga que, en el verso de Cántico, ‘Soy, más:
estoy’, percibía la “exclamación exacta de una visión existencial del [...] poeta español [...]”
(Blanco Aguinaga, 1949: 46). En la misma época, García Ascot remataba: “El estar es
fundamentalmente presencia” (García Ascot, 1949: 22) y, volviendo a citar el verso de
Guillén, unos años después Xirau desarrollaba esta dicotomía con palabras de especial
significación en el contexto del no-lugar que es exilio: “El estar nos pone en situación, nos
instala, nos coloca. Nos coloca en el espacio y nos instala en el tiempo [...] El ‘soy’ es un
deseo y es una asfixia. El ‘estoy’ es una realidad concreta. Estar es respirar” (Xirau, 53:
58). Así lo reconocería Muñiz-Huberman, tiempo después:
Yo amaba más el verbo ser que el verbo estar.
Hasta que me di cuenta que era más importante el verbo estar.
(2012: 274)

Y, más recientemente, Durán:

Soy. Aún más: estoy.


Estar es más sólido,
Me comunico...
(2013: 392)
(Durán, 2013: 392)

“Estar”, un estar que, tal vez, pueda redimir de un imposible o, de todas formas, siempre
difícil retorno, más aún en el caso de unos poetas formados en México desde su infancia,
como lo reconocen Rodríguez Chicharro (“Quizá vuelva a Madrid, / mas no sabré a qué
vuelvo” (1983: s. p.) o Pascual Buxó:
14 

No vuelvas. Llegarías en tiempo de la danza


—el tiempo en que dejaste tu memoria más limpia—
(1966: 66)

Sería inconveniente, claro, y por demás empobrecedor, pretender medir con el mismo y
exclusivo rasero del exilio todas estas voces hispanomexicanas tan diversas a pesar de lo
que las une. Sobre todo tomando en cuenta el evolucionar de las obras, algunas de ellas
inconclusas. Durán, Segovia apenas tocan el tema. Deniz lo rechaza. Habla, con un tono
iconoclasta que le es propio, de “los meandros y cagandros del destierro” y del “exilio
chirle” (Deniz, 2005: 153, 463). En la obra considerable de Segovia, la naturaleza, la luz, el
amor (inclusive erótico) son el tema de muchos textos. Luego, en los últimos poemarios, la
llegada del nómada a un locus amoenus en el que se puede “estar”, a un otoño que es la
primavera del invierno, anuncia el fin del viaje, cuando la barca del navegante, después de
atravesar un apacible lago, lo conduce hasta la playa final. Durán, en sus últimos poemas,
muy breves, casi haikus, evoca, entre otras cosas, la sombra, el otoño, el frío, las hojas que
caen, algo como la consciencia reiterada de una finitud asumida —“Noche serena, /
estrellas ordenadas. / Todo en su sitio” (2012: 399)—, plasmada en resonancias
intertextuales, en símbolos otoñales de muertes vegetales, —“Silencios de oro / y de cobre.
Caen, lentas, / las hojas secas” (id.)—, con un caminante amenazado por la oscuridad
creciente del final de la jornada: “Voy caminando. / Sitiado por la noche, / pierdo mi
sombra.” Estos tres versos, editados en una plaquette artesanal, no están recogidos en el
volumen de la poesía completa cuyo último verso del poema titulado “Las sombras” (2012)
reza: “La muerte es una gran aventura.” (id.: 406)
Tomás Segovia, estoico ante la muerte, entre hospitales y cuidados médicos, no se deja
contaminar por lo que podría ser el desencanto de la poesía de la senectud. Publica
poemarios cuyos títulos expresan la obstinación de la vida a pesar de todo: Misma juventud
(1997-1999), Salir con vida (2000-2002), Día tras día (2003-2005), Llegar (2005-2006),
Siempre todavía (2006-2007), Estuario (2008-2009). Sin embargo, Estuario, titulo
altamente simbólico, lleva un epígrafe significativo de Jorge Manrique que enhebra con la
tradición española: “Nuestras vidas son los ríos...” (Segovia, 2014, II: 405). Y es que
reconoce haber pisado “el suelo de la muerte” (id.: 257) o estar, a veces, del “lado de la
muerte” (id.: 380). También concede haber sentido su “inminencia helada y enigmática”
15 

(id.: 269), y, con los años, meses y días que el tiempo le depara a pesar de todo, se
pregunta: “¿[…] ésta es la lentitud con que encalla una vida / Que ha llegado a su playa?”
(id.: 378). Finalmente esa lentitud permite momentos de sosiego frente a lo ineludible
—“La vida es terca y varia / No puedes nunca darla por vencida” (id.: 419)— y ante el
“[…] subyugante enigma de estar vivo.” (Id.: 421)
De Carlos Blanco Aguinaga, que solo se une al “grupo” en 2007 con un poemario titulado
D. F. y alrededores, se conocían sus numerosos libros académicos o de ficción y su interés
por la poesía, especialmente la de Emilio Prados que ha editado con Antonio Carreira. Pero,
fuera de algunos poemas de juventud publicados en la revista Presencia y recogidos por
Enrique López Aguilar en Sextante (2013), no se le conocían aficiones por la escritura
poética. Los versos sencillos, casi hablados de D. F. y alrededores incluyen, entre otras
cosas, recuerdos de cuando, chaval o chamaco todavía, deambulaba por la plaza de la
Revolución, la Alameda o las colonias del centro de la Ciudad de México, también poemas
amorosos “de Venus y Lisis”, otros a propósito un famoso café madrileño frecuentado
asiduamente por Tomás Segovia. Pero, tratándose de poesía de senectud, el tema del correr
del tiempo y de la muerte ocupa un lugar importante en la sección titulada “¿Final?” que se
inicia con la preocupación por un bel morir —“Lo importante ya, / a estas alturas, / es
morir bien.” (Blanco Aguinaga, 2007: 71) También aparecen inevitables referencias a
Manrique, castellano de tierra adentro mientras que él, en la ingenuidad de su infancia en
Irún, pudo tener con el Bidasoa y el mar relaciones de cierta intimidad despreocupada:
“Algo más, pues, / sabía ya entonces / de los ríos que van a dar a la mar. / Pero del morir
nada sabía” (id.: 74). Luego evoca la juventud en el exilio del valle de Anáhuac, sin río y
sin mar y, por consiguiente, sin imágenes del fluir del tiempo, hasta que aparece el recuerdo
de lo perdido y un sentir resignado ante lo ineludible:

Luego ya,
en la prodigiosa altiplanicie
en que se asienta el México
Distrito Federal
—el Popo y el Ixta siempre a la vista—,
quien esto escribe
fue viviendo sin ríos y sin mar.
[…]
Y ahora,
tan lejos de lo uno y de lo otro,
16 

¿qué será de mis varios mundos?


¿Será verdad que nuestras vidas
no son sino ríos
que van a dar a la mar?
Así es, mi cuate, así es.
Tenía razón el castellano aquel
que nada sabía de ríos y mares.
(Id.: 75-76)

Para aquellos jóvenes que cruzaron el Atlántico con sus padres, el mar ha cambiado de
signo. Primero camino hacia un exilio que también era camino de nueva vida incipiente es
ahora término de un largo viaje, principio de otro, desconocido. Y la barca viajera asoma,
varada en la playa de un poema de Durán, “La barca sin pescador”, aún no recogido en
plaquette, con intertexto rimbaldiano alusivo: “Esa gran barca gris / Yace ahora en la arena,
/ Herida. / Con un agujero negro / Cerca del corazón.” Otro poema, reciente e inédito
también, “Paisaje en llamas”, largo texto de pesadilla en el cual asoman lobos, llamas, olor
a azufre, muñecas con miembros mutilados, Cleopatra en su barca dorada y Ofelia a la
deriva, ofrece estos versos enraizados en la tradición del topos:

Todos los ríos del mundo


Fluyen hasta este mar, esta muerte.
[…]
Ahora me angustio al ver un cuerpo
A la deriva. Se parece demasiado
A mí. Abrumado cierro los ojos.

Cuando los abro de nuevo

Veo las llamas

Danzando obscenamente a mi alrededor.

En la poesía reunida de Muñiz-Huberman (2012), a pesar de su lucha con la enfermedad, en


su casa o en hospitales —“horas de enfermedad, horas de hospital” (Muñiz-Huberman,
2016: 159)— no hay mayores señales de la amenaza de la muerte. Pero, en su último
poemario publicado, le dedica una sección entera, la última. En ella aparecen momentos de
sorpresa ante la tozudez de la vida que vuelve a amanecer, tras la noche: “Aún vivo,
desperté y me dije / aún me rodean las cosas / […] / Desperté y me dije / aún no me han
enterrado.” (Id.; 160)
17 

Como en el caso de Segovia, y en el de todos los mortales, esta tardanza o falta de urgencia
—“no tiene apuro / […] / tiene toda la paciencia / del mundo y el tiempo por delante.” (Id.:
164)— no impide reconocer su carácter ineludible: “sabe que es certera / y puntual” (id.:
165). El sepulcro está entornado y será cuestión de un instante tan solo: “Cuán presto se va
la vida / en un abrir y cerrar de ojos / en un parpadeo / en un aleteo.” (Id.: 162) En el último
poema, vuelve sobre este tema de lo instantáneo del pasar de la vida a la muerte, con la
misma dicción sencilla con la que viene abordándolo desde la primera página de la sección
titulada “Muerte”: “Ella pasea / ella vislumbra / ella es ella. // La muerte / que todo
conmina / que todo domina. // En un tris.” (Id.: 182)
Y Muñiz-Huberman, “[…], sefardí de 1492 y de 1939” (Id., 2008: 253), “Doblemente
exiliada. / Doblemente judía. / Doblemente española. / Una sola vez mexicana. / Mexicana
en 1942: / trasposición de 1492” (id.), para quien el exilio ha llenado con obsesión poemas
y poemarios y que escribía en La sal en el rostro (1998): “Vendrá el Gran Exilio Final”
(id.), lo corrobora en 2016:

Último exilio: el de la muerte


última palabra: la de la muerte
último abrazo: el de la muerte
última vida: la de la muerte.
(2016: 163)

Obviamente, todas estas voces hispanomexicanas se han diversificado entre lo que las
une desde el exilio hasta la muerte. Sin embargo, a pesar de ello y de lo que puedan opinar
los detractores de la poesía del exilio (a veces los propios poetas, tal vez temerosos de una
relegación a una provincia “atrasada” y de escasas dimensiones, otro destierro pues), desde
este lado del Atlántico lo que, por lo menos en un principio, puede motivar el interés del
lector es, precisamente, en esas obras, el perdurar del exilio como escritura, tema o
condición. Ello, unido a la originalidad, a la textura peculiar de cada una de esas voces
poéticas, más que lo habitual consuetudinario, lo manido hasta la saciedad, “el amor y la
muerte, la luz y la rosa” (Giner de los Ríos, 1945: X), es lo que justifica la atención que se
les debe prestar, a no ser que vayan esos temas inoxidables, y van a menudo en su caso,
encajados en la horma de la escritura melancólica del exilio. Es más: si parece lícito hablar
de un “grupo” poético hispanomexicano, es porque la escritura de quienes lo integran ha
18 

llevado (o lleva aún) las marcas de un estar impreciso, entre México y España, marcas que,
siendo probablemente sus últimas huellas auténticas en poesía, remiten, implícita o
explícitamente, a una fecha (1939), a una historia nacional, española pero de alcance
universal, no soluble en el olvido. Y eso también es literatura.
Bernard Sicot
Catedrático emérito
Université Paris Nanterre
19 

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