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Studiositas y Curiositas
Alice Ramos1

Los maestros estarán generalmente de acuerdo en que la curiosidad es algo


bueno que necesita ser fomentado: un estudiante curioso suele tener más deseos de
conocimiento, estar más atento y mostrar más interés en aprender que un estudiante
que es menos inquisitivo. Sin embargo, puede haber casos de curiosidad que esconden
un deseo culpable de conocimiento. ¿Es entonces posible que la curiosidad pueda ser
un vicio?
Antes de responder a esta pregunta, que puede dejar a algunos perplejos, me
gustaría considerar brevemente lo que dos filósofos franceses del siglo XX han dicho
acerca del desarrollo de la mente de un alumno. JACQUES MARITAIN concibe la
enseñanza como un arte subordinado a la naturaleza de la inteligencia humana. La
fuente del conocimiento intelectual es el sentido-percepción, aunque debe tenerse en
cuenta que nuestro conocimiento no termina allí, y que puede elevarse por encima del
ámbito de los sentidos y de lo material, hasta conocer lo inmaterial y espiritual. De esta
manera, el maestro necesita ofrecer a la mente de su alumno ejemplos de experiencias o
aseveraciones particulares que le son conocidas y a partir de las cuales podrá continuar
descubriendo nuevas verdades. MARITAIN va más allá y afirma que el maestro debe,
además, fortalecer el espíritu del alumno, poniendo ante su vista las conexiones lógicas
existentes entre las ideas; conexiones que el poder de análisis y de educación del espíritu
del alumno quizá no es todavía capaz de establecer.1 El principal factor en la enseñanza
como un arte es el dinamismo interno del intelecto del estudiante. El educador o
profesor guía a su alumno despertando su atención hacia lo que ya conoce y hacia lo
que todavía está por conocer.
Al igual que MARITAIN, SIMONE WEIL también ha escrito acerca del desarrollo
del poder de atención de la mente a través de ejercicios y estudios escolares. Junto con
educadores contemporáneos, WEIL se dio cuenta de que la atención requiere un gran
esfuerzo, de tal forma que veinte minutos de atención concentrada constituye ya un
gran logro. Sin embargo, de acuerdo con Weil, la concentración del intelecto en
cualquier tarea escolar que se le presente no se debe al ejercicio de la fuerza de voluntad
entendido como una especie de esfuerzo muscular, el cual solamente cansa y es
totalmente estéril, sin importar cuán académicamente exitoso pueda ser el estudiante.
Existe más bien un componente afectivo y apetitivo en la vida de la mente, el cual hace

1 Alice Ramos enseña filosofía en la Universidad de San Juan en Jamaica, Nueva York.

1
posible aquel tipo de atención que WEIL considera necesario para todo trabajo
académico. Su interés se dirige, de este modo, hacia el alumno como un todo. 2 Como
ella lo ha expresado:
“La inteligencia no puede ser movida más que por el deseo. Para que haya deseo,
es preciso que haya placer y alegría. La alegría de aprender es tan indispensable para el
estudio como la respiración para el atleta. Allí donde está ausente, no hay estudiantes;
tan solo hay pobres caricaturas de aprendiz que al término del aprendizaje ni siquiera
tendrán oficio.”3
El antiguo filósofo griego ARISTÓTELES, al igual que WEIL, también atribuye la
alegría a la inteligencia, refiriéndose a la vida de la mente como a lo más placentero y lo
mejor. 4 Una persona no puede vivir sin alegría y cuando se le priva de esa dicha
espiritual, aquella que el intelecto experimenta al conocer y aprender, entonces buscará
tipos inferiores de placer.5 La búsqueda de tales placeres es sin duda predominante en
nuestra sociedad hoy en día. Nuestros deseos y nuestros amores deberían ordenarse a
través de la virtud porque la mente de una persona está atenta y atraída hacia objetos
por los cuales tiene afecto.6
El filósofo medieval TOMÁS DE AQUINO, es de gran ayuda
al distinguir entre la virtud de studiositas (o estudiosidad) y el vicio ¿Es entonces
opuesto, a saber, curiositas (o curiosidad). 7 El propósito del posible que la
presente documento es advertir qué se quiere decir exactamente curiosidad
con studiositas y curiositas, y cómo podemos fomentar dicha virtud pueda ser un
y reconocer las manifestaciones de la curiositas tanto en nuestros vicio?
alumnos como en nosotros mismos.
***
ARISTÓTELES define a la persona humana como un animal racional. Como
otros animales, la persona tiene un cuerpo material, pero, a diferencia de otros animales
cuyo fundamento de vida depende totalmente de la materia, la persona, en virtud de su
alma racional, es capaz de razonar y entender, y de esta manera, es apta para trascender
lo particular y la materialidad. Cuando TOMÁS DE AQUINO habla de la búsqueda
humana de la verdad, es evidente que toma en consideración a la persona entera, es
decir, tanto su cuerpo como su alma; aunque, en cuanto a su alma la persona está
inclinada a desear el conocimiento de las cosas, por otra parte, en lo que respecta a su
cuerpo la persona tiende a evadir lo que el filósofo llama “la dificultad de buscar
conocimiento.”8
Ya que el deseo de conocer puede ser desordenado o inmoderado, tanto como
los apetitos corporales de comer y beber también pueden ser desmedidos, la virtud de la
studiositas ejercita la moderación en el deseo de saber, de tal manera que no busquemos
conocimiento de forma desmesurada. En cuanto virtud de autodominio y moderación,
la studiositas es parte de la virtud cardinal de la templanza, la cual está íntimamente
relacionada con el orden interior de uno mismo. 9 Así como la studiositas se refiere
directamente a la búsqueda ordenada de conocimiento, esta virtud también se orienta a
remover los obstáculos que impiden conocer, tales como dificultades de aprendizaje o
cierta resistencia física que puede aparecer al aprender y que a menudo se experimenta
bajo la forma del cansancio. Cuando la studiositas se ejercita para superar los
impedimentos inherentes a la naturaleza corporal de la persona, TOMÁS DE AQUINO se
refiere a esta virtud como a “cierto entusiasmante interés por adquirir el conocimiento
de las cosas.”10 Cuanto más intensamente la mente se aplique a algo gracias a haberlo
conocido, tanto más se desarrolla regularmente su deseo de aprender y saber. La firme

2
aplicación hacia el conocimiento de parte del intelecto es comparable a la noción de
atención de WEIL, la que, al igual que la virtud de la studiositas, crece con la práctica. De
este modo, el deseo de saber supera al deseo de comodidad o simplemente, la pereza.
Debido a que la moderación del deseo de conocer es esencial a la virtud que
nos ocupa, consideraremos por contraste lo que es inmoderado en la búsqueda de
conocimiento para poder apreciar mejor dicha virtud. TOMÁS DE AQUINO concibe a
curiositas como una intemperancia en el empeño por adquirir conocimiento tanto
intelectivo como sensitivo. Mientras que el conocimiento de la verdad es, hablando
estrictamente, bueno, no sería bueno cuando el conocimiento adquirido simplemente
nos hace orgullosos –como se ha escrito, “el saber envanece” (1 Cor. 8, 1)– o cuando
dicho conocimiento se usa para mal. El filósofo pone énfasis en que una persona puede
desear conocer la verdad y estudiarla únicamente para enorgullecerse de ese
conocimiento. Así, la persona abandona la virtud y se conduce más bien por vanagloria,
por vanidad. También hay algunos cuyo deseo de saber y aprender no está dirigido al
bien, ya que su estudio conduce a mentiras y maldad.11
Además, TOMÁS DE AQUINO distingue cuatro formas por las cuales el apetito o
deseo de conocimiento puede ser desordenado y por ende malo. En primer lugar, una
persona puede abandonar un determinado estudio que constituye para él una obligación
y comenzar “otro estudio menos beneficioso.”12 Aquí, el filósofo nos da ejemplos, sin
embargo, los educadores pueden ofrecernos sus propios ejemplos: cuando en lugar de
planificar cuidadosamente una lección, el profesor llega al aula sin haberse preparado, o
cuando un estudiante de su clase prefiere centrar su atención en otra parte. La virtud de
la studiositas, a diferencia de la curiositas, nos ayuda a enfocar la atención en nuestras
obligaciones y, de este modo, priorizar.
En segundo lugar, TOMÁS DE AQUINO nos
Podemos ser presa de previene contra la “curiosidad supersticiosa”, la cual nos
la intemperancia en llevaría a adquirir conocimiento de fuentes dudosas:
temas de “cuando una persona estudia para aprender de alguien,
por quien es inmoral ser instruido, como es el caso de
conocimiento y en
aquellos quienes buscan conocer el futuro a través de los
consecuencia demonios.”13 Mientras que hablar de ángeles caídos puede
convertirnos, por así perturbar a muchos, no hay duda de que con frecuencia
decirlo, en glotones podemos perder el tiempo y descentrar nuestra atención
intelectuales con lecturas de horóscopos en periódicos y revistas.
Semejante práctica generalmente conduce a la gente a
estar demasiado preocupada por el futuro y a distraerse del momento presente.
Podríamos entonces renunciar a la verdadera sabiduría a cambio de una “sabiduría de
las estrellas”. Con la expresión “verdadera sabiduría”, me refiero al conocimiento y
experiencia de hombres y mujeres de virtud, a la transmisión de ideas intemporales a
través de una tradición y una comunidad bien ordenadas: no pensamos que la más
reciente teoría o la “palabra de moda” entre la élite intelectual son necesariamente
sustitutos de la sabiduría ancestral. Como lo ha expresado el filósofo, “[el hombre] debe
aplicar su intelecto cuidadosamente, con frecuencia y reverencia a las enseñanzas de lo
aprendido, sin descuidarlas por pereza ni despreciarlas por orgullo.”14
En tercer lugar, el deseo de conocer la verdad acerca de las criaturas debería, de
acuerdo con TOMÁS DE AQUINO, ser referido al conocimiento de Dios, sin el cual las
criaturas no tienen ni existencia ni dirección. En este punto, el filósofo cita a AGUSTÍN
DE HIPONA: “al estudiar a las criaturas, no debemos movernos por curiosidad vacía y

3
perecedera, sino más bien deberíamos dirigirnos hacia cosas inmortales y
perdurables.” 15 La consideración y contemplación de la causa más elevada, a saber,
Dios, corresponde a la sabiduría, así como también corresponde a ésta el
direccionamiento de los actos humanos de acuerdo con las reglas divinas. Mientras que
es verdad que desde el Renacimiento, el estudio de las criaturas y del universo ha roto
sus lazos con Dios, conduciéndonos, de este modo, hacia un mundo secularizado y
desencantado, existen, no obstante, esfuerzos contemporáneos en la ciencia y en las
humanidades para promover la consideración de las “cosas inmortales y perdurables.”
A partir del orden y racionalidad del universo, científicos respetados, incluidos los
ganadores del Premio Templeton, JOHN POLKINGHORNE y STANLEY JAKI, han visto la
posibilidad de argumentar a favor de la existencia de una mente u organizador
responsable del origen del universo y del comienzo de la vida humana.16 ¿Acaso estos
hallazgos científicos no deberían ser sopesados y llevados a las aulas? En las
humanidades también ha resurgido un interés por el atractivo de la literatura y de las
bellas artes, de tal manera que en la biología evolutiva se habla de la belleza del tejido
vivo y en la psicología se analiza cómo influye en nosotros
la belleza del rostro humano. La consideración de la belleza Transmitimos a los
finita puede ciertamente dirigirnos hacia la consideración demás no
de la belleza infinita, la cual anhelan todos los hombres y solamente aquello
mujeres, de la misma forma que anhelan la verdad última,
la sabiduría.17 Así como el artista deja su impresión en la
que conocemos,
obra de arte y podemos decir entonces, “aquella pintura sino también la
debe ser un Corot, o un Vermeer,” así también, la belleza clase de persona
del universo evoca la presencia de un artista divino, de una que somos
mente infinita u organizador.
En cuarto lugar, una persona que estudia para conocer la verdad más allá de la
habilidad de su inteligencia puede caer fácilmente en el error. 18 Tomás de Aquino nos
previene contra la búsqueda de un tipo de conocimiento que está por encima del poder
de nuestro entendimiento. Sin duda, tiene en mente el orgullo de la persona que tiene
miras más altas de lo que le corresponde. 19 El anhelo de conocer más de lo que uno
necesita o es capaz de entender, puede ser comparado con el antojo malsano de más
bienes materiales que tanto caracteriza a nuestra sociedad consumista. Así como hay
una marcada intemperancia en esta parte del mundo con respecto a la comida –se dice
que un 60 por ciento de norteamericanos son obesos– también podemos ser presa de la
intemperancia en temas de conocimiento y en consecuencia convertirnos, por así
decirlo, en glotones intelectuales. A esta ansiosa tendencia hacia aquello que es más de
lo necesario para llevar una buena vida se la conoce como codicia o avaricia: un deseo
no solamente de dinero, ganancia material o de adquirir, sino también de saber y de
obtener puestos elevados, porque gracias a ellos podemos buscar de forma inmoderada,
nuestra propio protagonismo y excelencia, y así caer en el orgullo. 20 Todos necesitamos
detectar esos momentos en los cuales podemos sentirnos orgullosos, encumbrados por
nuestros conocimientos, ya que “poseerlos” y en consecuencia “brillar” frente a otros
parece ser de mayor importancia que compartir lo que sabemos. También podremos
encontrar una actitud parecida en aquellos a quienes enseñamos: quizá nos sea posible
promover en el aula ciertos ejercicios a través de los cuales los estudiantes puedan
compartir con otros los que conocen, u organizar sesiones en las cuales alumnos de
mayor edad ayuden a estudiantes menores con sus lecciones.
TOMÁS DE AQUINO nos aconseja bien sobre cómo evitar caer en el error y
progresar en los propios estudios: con el fin de llegar al fondo de las verdades difíciles,

4
primeramente debemos dominar las verdades fáciles. También aconseja que aclaremos
todas las dudas en relación a lo que estamos estudiando.21 Es innegable la importancia
de un plan de estudios bien estructurado, a partir del cual el entendimiento de los
alumnos se desarrolle gradualmente desde lo simple hasta lo más complejo, de otra
forma, haríamos violencia a las facultades de nuestros educandos. Lo que les enseñemos
pasará por encima de sus cabezas y entonces perderán interés en aprender.
***
TOMÁS DE AQUINO considera otro aspecto de la curiositas, además del
conocimiento intelectivo y de la manera como el deseo o estudio para llegar a saber
puede ser bueno o malo. Dicho aspecto adicional trata sobre el vicio de la curiositas en
relación a cómo percibe el conocimiento. Ya que todo lo que conocemos empieza con
las sensaciones aunque no termine allí, parece apropiado que el filósofo reflexione
sobre el papel que nuestros sentidos juegan en la adquisición de conocimiento: el
sentido perceptor es el de la vista, el cual puede desear ver cosas que son inútiles,
perjudiciales o inmorales. De este modo, TOMÁS DE AQUINO habla de un deseo
inmoderado de ver y cita los escritos de hombres sabios para confirmar que el vicio de
la curiositas, de hecho, tiene relación con el conocimiento de las cosas sensibles:
Agustín de Hipona afirma que “la concupiscencia de los ojos hace a los hombres
curiosos.” (De Vera Religione 38). Ahora bien, de acuerdo con Bede (loc. cit.) la
concupiscencia de los ojos se refiere no solamente al aprendizaje de las artes mágicas,
sino también a verlo todo, y al descubrimiento y desaprobación de las faltas de nuestro
prójimo.22
Siempre y cuando nos apliquemos de forma ordenada y mesurada al saber de las
cosas sensibles, esto es, para mantener o sustentar nuestros cuerpos, o para obtener
conocimiento intelectivo, ya sea especulativo o práctico, TOMÁS DE AQUINO sostiene
que esta atención en conocer las cosas sensibles es virtuosa. No obstante, cuando aquel
“percibir el conocimiento” no está dirigido hacia lo que es provechoso, entonces es un
obstáculo para consideraciones de utilidad. La percepción de conocimientos puede, en
consecuencia, distraernos del conocimiento especulativo, de la contemplación de la
sabiduría, y de esta manera podemos volvernos “absurdamente torpes.” 23 Como
ejemplos pertinentes de hoy en día, relacionados con lo que el filósofo quiere decir aquí,
nos podríamos referir al uso del Internet o de la televisión. Aunque es verdad que el
ciberespacio nos provee de abundante información de utilidad y que la televisión
también difunde programas aprovechables y relajantes, algunas veces dichos medios
son utilizados en formas que pueden resultar perjudiciales para los niños, adolescentes e
incluso adultos.
En este contexto, TOMÁS DE AQUINO se refiere a “verlo todo,” un término
que, referido a la búsqueda de conocimiento, puede parecer extraño para los lectores
contemporáneos: “verlo todo se vuelve pecaminoso cuando hace a un hombre
propenso a los vicios de lujuria y crueldad como resultado de las cosas que ve
representadas.” 24 En este punto podemos sin duda pensar en cualquier persona que
pierde su tiempo cambiando los canales en su televisor, viendo repetidamente escenas
sensuales o violentas, o se dedica a la lectura, por ejemplo, de revistas baratas en
kioscos, las cuales provocan miradas embobadas y excitan la imaginación, sin promover
ningún valor estético o moral. No es de sorprenderse que personas acostumbradas a
tales tipos de diversión cometan crímenes en nuestras escuelas y hagan víctimas de
gente inocente mediante actos fortuitos de violencia.
Es interesante notar como el filósofo se refiere a la curiositas de este tipo como

5
a la “inquietud errante del espíritu.”25 Es la primera manifestación de acedia, una tristeza
del corazón, una pesadez del espíritu humano que no quiere aceptar la nobleza y
dignidad de la persona humana que está íntimamente relacionada con Dios, a quien le
debe su existencia y hacia quien está destinada. Dicha “inquietud errante del espíritu” se
manifiesta en la insaciabilidad de la curiosidad, agitación del cuerpo e inestabilidad de
lugar y de determinación.26 Como resultado, ésta favorece la existencia de individuos
apocados y pusilánimes. Uno podría preguntarse si las altas tasas de suicidio entre los
adolescentes no se deben, en parte, a los efectos de una curiositas desenfrenada.
Junto con el “verlo todo”, TOMÁS DE AQUINO también hace referencia a lo
que podemos llamar “observación de personas”, por la cual observamos las acciones y
faltas de otros para poder menospreciarlos o hablar mal de ellos. Probablemente hemos
sido testigos de un comportamiento semejante entre nuestros estudiantes y también
entre nosotros mismos, en los pasillos de nuestras escuelas, o tal vez en las salas de
profesores. Sin embargo, esta “observación de personas” no es siempre negativa. El
filósofo señala que podemos observar las acciones de otras personas o incluso inquirir
sobre las mismas con buena intención, la cual, puede ser de dos tipos: “ya sea para el
bien propio –esto es, para ser estimulados a realizar obras mejores por las obras de
nuestro prójimo– o para el bien de nuestro prójimo, para corregirlo si hace algo mal, de
acuerdo con la regla de la caridad y el deber de nuestra posición.” 27 De la misma forma
en que nos es posible observar a otros cuando enseñan, con el fin de evaluarlos y
proponerles sugerencias útiles para su mejora como maestros, así también deberíamos
observar y “mirar” a nuestros alumnos para ayudarles a mejorar tanto académica como
personalmente. Los profesores pueden hacer mucho para posibilitar que sus estudiantes
florezcan, sin embargo, esta tarea requiere atención. Y así, la virtud de la studiositas, a
diferencia de la curiositas, nos permite no solamente atender a nuestras necesidades
académicas específicas, sino también a estar atentos a lo demás y sus necesidades, ya
que esto también requiere estudio en el sentido en el cual nos habla TOMÁS DE AQUINO.
La “observación de personas”, además de ser útil para corregir a los demás,
también puede servir al propio bien, cuando, como el filósofo dice, somos estimulados
por las obras o simplemente por el buen ejemplo que otros nos ofrecen. Quizá uno de
los factores más críticos hoy para la educación de gente joven es la experiencia de
modelos: impulsarles a fomentar una sensibilidad y un conocimiento de lo que significa
para una persona el desenvolverse a su mejor nivel, darles una visión de una persona de
carácter, formada gracias a un constante y perseverante ejercicio de virtudes.
Transmitimos a los demás no solamente aquello que conocemos, sino también la clase
de persona que somos. Me pregunto si nuestros estudiantes pueden ver siempre en
nosotros la virtud de la studiositas, aquella aplicación entusiasta de nuestras mentes en las
materias académicas que nos competen o en las personas que están ante nosotros, o si
lo que ellos perciben más bien es la dispersión de la curiositas. Si lo que ven es ésta
última, entonces no podremos transmitirles la “alegría de aprender” de la que nos habla
SIMONE WEIL. Con un poco de suerte, la educación del carácter, que tanta atención ha
recibido en la actualidad, nos dará una pausa para pensar en nuestro propio carácter y
su impacto en nuestros alumnos.

6
11
JACQUES MARITAIN, La educación en la encrucijada, Editorial Andrés Bello, Chile 1993, pág. 43.
2 Maritain considera la educación del niño como algo integral. Hace una importante distinción
entre individualidad, que alude a la integridad física o los aspectos materiales de un hombre o una
mujer, y la personalidad que se refiere a la naturaleza racional del ser humano: las facultades de la
inteligencia y la voluntad con los que la persona puede comprender y amar. Maritain dice “otros
educadores, por el contrario, malentienden la distinción entre personalidad e individualidad y la
convierten en separación. Piensan que llevamos en nosotros dos seres separados: el del individuo y
el de la persona. Tales partidarios no entienden que puedo desarrollarme en el sentido de la
individualidad, es decir, en el sentido de la entrega a las tendencias que están presentes en mí en
razón de la materia y de la herencia. JACQUES MARITAIN, La educación en la encrucijada, pág. 46. De
acuerdo con Maritain, el fin de la educación es la verdadera liberación de la personalidad.
3 SIMONE WEIL, Escritos esenciales de Simone Weil: Introducción y edición de Eric O. Springsted, Editorial Sal

Terre, Barcelona 2000, pág. 118.


4 Ver ÉTICA A NICÓMACO, libro X, donde ARISTÓTELES habla de la actividad contemplativa o la

vida de la mente como el fin último del hombre. Véase también su METAFÍSICA libro I, donde de
inmediato comienza diciendo "todos los hombres desean por naturaleza saber". Un libro muy útil y
de fácil lectura con respecto a esto es el libro de Jonathan Lear: Aristotle: The Desire to Understand
(Cambridge: Cambridge University Press, 1987).
5 SANTO TOMAS DE AQUINO, SUMMA THEOLOGIAE II-II, q. 35, a. 4, ad 2. ad 2. Ver tambien

JACQUES MARITAIN, The Education of Man, pag 102 (New York: Doubleday, 1962).
6 Cfr. ST II-II, q. 166, a. 1, ad 2.
7 Se usarán los términos latinos de todo el documento, ya que la virtud de la studiositas, como el vicio

de la curiositas, no se pueden traducir simplemente a través de los términos en español.


8 ST II-II, q. 166, a. 2, ad 3.
9 Una excelente profundización sobre las virtudes cardinales –prudencia, justicia, fortaleza y

templanza- que son los fundamentos de la vida moral se puede ver el libro de JOSEF PIEPER: LAS
VIRTUDES FUNDAMENTALES, Rialp, Madrid 1976. La sección sobre la templanza incluye un
pequeño pero penetrante apartado: “La incontinencia del espíritu”, pág 288-293.
10 STII-II, q. 166, a. 2, ad 3.
11 STII-II, q. 167, a. 1, resp.
12 Ibid.
13 Ibid.
14 Ibid., q. 49, a. 3, ad 2. Ver también las respuestas.
15 De Vera Religione 4, señalado en ST II-II, q. 167, a. 1 resp.
16 JOHN POLKINGHORNE, So Finely Tuned a Universe, “Commonweal”, 16 August 1996, referido en

el artículo “Beauty, Mind, and the Universe,” in Beauty, Art, and the Polis, ed. ALICE RAMOS, 70–
84 (Washington, D.C.: Catholic University of America Press/American Maritain Association, 2000).
17 Ver C. S. LEWIS, The Weight of Glory, en The Essential C. S. Lewis, 361–77 (New York: Macmillan,

1988).
18 STII-II, q. 167, a. 1, resp
19 Ibid., q. 162, a. 1, resp
20 Ibid., q. 118, a. 2, resp.
21 OPUSCULUM 61 es una carta escrita por Tomás de Aquino a un joven que quería ser "un buen

estudiante".
22 STII-II, q. 167, a. 2, s.c.
23 Ibid., q. 167, a. 2, resp
24 Ibid., q. 167, a. 2, ad 2.
25 DE MALO, q. 11, a. 4, citado en PIEPER, Las Virtudes Fundamentales, pág 291.
26 STII-II, q. 35, a. 4, ad 3. Ver también PIEPER, Las Virtudes Fundamentales, pág 288-293.
27 Ibid., q. 167, a. 2, ad 3.

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