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Staff
CrisCras

Hansel Indra Josmary


Sandry Daniela Agrafojo Anna Karol
SamJ3 Victoria. Maii
Nix Miry GPE Jan Cole
Beatrix Ivana NicoleM
Nickie johanamancilla Jadasa
MaJo Villa Genevieve Sahara
Mary Warner *~ Vero ~*
nika Trece Vane Black

Mary Warner Beatrix Vane Black


Laurita PI Anna Karol Daniela Agrafojo
Agus Herondale Jadasa NicoleM
Julie Naaati itxi
Annie D Daliam Jan Cole
Sandry Miry GPE

Julie

Aria
Índice
Sinopsis Capítulo 16
Primera Parte: La Llegada Capítulo 17
Capítulo 1 Capítulo 18
Capítulo 2 Capítulo 19
Capítulo 3 Capítulo 20
Capítulo 4 Tercera Parte: El Cautivo
Capítulo 5 Capítulo 21
Capítulo 6 Capítulo 22
Capítulo 7 Capítulo 23
Capítulo 8 Capítulo 24
Capítulo 9 Capítulo 25
Capítulo 10 Capítulo 26
Segunda Parte: El Estado Capítulo 27
Capítulo 11 Capítulo 28
Capítulo 12 Capítulo 29
Capítulo 13 Capítulo 30
Capítulo 14 Hold Me
Capítulo 15 Sobre el autor
Sinopsis
Secuestrada a los dieciocho. Mantenida cautiva durante 15 meses.
Al leerlo parece uno de esos titulares. Y sí, lo hice. La secuestré. Nora, con su
largo cabello oscuro y su sedosa piel. Ella es mi debilidad, mi obsesión.
No soy un buen hombre. Nunca fingí ser uno. Ella puede amarme, pero no
puede cambiarme.
Sin embargo, yo puedo cambiarla.
Mi nombre es Julian Esguerra, y Nora es mía para conservarla.
Twist Me, #2
Primera parte:
La llegada
1
Traducido por Hansel
Corregido por Mary Warner

Julian
Hay días en que el impulso de herir y matar es demasiado fuerte como para
negarlo. Días cuando la capa delgada de civilización amenaza con deslizarse ante
la menor provocación, revelando el monstruo interior.
Hoy no es uno de esos días.
Hoy la tengo conmigo.
Estamos en el coche camino al aeropuerto. Ella está sentada junto a mí, sus
delgados brazos envueltos a mi alrededor y su rostro enterrado en el hueco de mi
cuello.
Acunándola con un brazo, le acaricio el pelo oscuro, deleitándome por su
textura sedosa. Lo tiene largo, llegando hasta su estrecha cintura. No se ha cortado
el cabello en diecinueve meses.
Desde que la secuestré por primera vez.
Aspirando, me concentro en su aroma ligero y florido, deliciosamente
femenino. Es una combinación de un poco de champú y la esencia única de su
cuerpo, y se me hace agua la boca. Quiero desnudarla y seguir ese olor por todas
partes, explorar cada curva y hueco de su cuerpo.
Mi pene se sacude y me recuerdo a mí mismo que acabo de follarla. Sin
embargo no importa. Mi deseo por ella es constante. Solía molestarme, este anhelo
obsesivo, pero ahora estoy acostumbrado a ello. He aceptado mi propia locura.
Parece tranquila, contenta incluso. Me gusta eso. Me gusta sentirla contra
mí, toda suave y confiada. Ella conoce mi verdadera naturaleza, sin embargo,
todavía se siente a salvo conmigo. La he entrenado para sentirse así.
Hice que me amara.
Después de un par de minutos, despierta en mis brazos, levanta su cabeza
para mirarme. —¿Adónde vamos? —pregunta, parpadeando, y sus largas pestañas
negras se mueven como abanicos. Tiene la clase de ojos que podrían poner de
rodillas a un hombre: suaves ojos oscuros que me hacen pensar en sábanas
enmarañadas y piel desnuda.
Me obligo a enfocarme. Esos ojos juegan con mi concentración como
ninguna otra cosa. —Vamos a mi casa en Colombia —digo, respondiendo a su
pregunta—. El lugar donde crecí.
No he estado allí durante años, no desde que mis padres fueron asesinados.
Sin embargo, el recinto de mi padre es una fortaleza, y eso es precisamente lo que
necesitamos. En las últimas semanas, he establecido medidas de seguridad
adicionales, por lo que ese lugar es prácticamente impenetrable. Nadie alejará a
Nora de mí otra vez, me aseguré de eso.
—¿Vas a estar allí conmigo? —Puedo oír la nota de esperanza en su voz, y
asiento, sonriendo.
—Sí, mi mascota, estaré allí. —Ahora que la tengo de vuelta, mi obsesión
por mantenerla cerca es demasiado fuerte para negarla. La isla había sido el lugar
más seguro para ella, pero ya no. Ahora saben de su existencia, y saben que es mi
talón de Aquiles. Necesito tenerla conmigo, donde pueda protegerla.
Se lame los labios, y mis ojos siguen el camino de su delicada lengua rosada.
Quiero envolver su pelo espeso alrededor de mi puño y forzar su cabeza hasta mí,
pero me resisto a la tentación. Habrá un montón de tiempo para eso más tarde,
cuando estamos en un lugar más seguro y menos público.
—¿Vas a enviarle a mis padres otro millón de dólares? —Sus ojos lucen
amplios e ingenuos mientras me mira, pero puedo oír el desafío sutil en su voz. Me
está probando, poniendo a prueba los límites de esta nueva etapa en nuestra
relación.
Mi sonrisa se ensancha, y meto un mechón de pelo detrás de su oreja. —
¿Quieres que se los envíe, mi mascota?
Me mira fijamente sin parpadear. —En realidad no —responde en voz
baja—. Preferiría llamarlos.
Sostengo su mirada. —Bien. Puedes llamarlos una vez que lleguemos.
Sus ojos se abren, y veo que la sorprendí. Ella esperaba que la mantuviera
cautiva de nuevo, aislada del mundo exterior. Lo que no sabe es que ya no es
necesario.
He tenido éxito en lo que me propuse hacer.
La hice completamente mía.
—Está bien —dice lentamente—, voy a hacer eso.
Me mira como si no pudiera entenderme, como si fuera un animal exótico
que nunca ha visto antes. A menudo me mira de esa manera, con una mezcla de
recelo y fascinación. Está atraída por mí, ha estado atraída por mí desde el
principio, sin embargo, todavía me teme en cierto modo.
Al depredador en mí le gusta eso. Su miedo, su renuencia, añaden una cierta
ventaja a todo el asunto. Hace que el poseerla sea mucho más dulce, sentirla
acurrucada en mis brazos todas las noches.
—Háblame de tu época en casa —murmuro, acomodándola contra mi
hombro. Apartando su cabello hacia atrás con mis dedos, bajo la vista a su cara
levantada—. ¿Qué has estado haciendo todos estos meses?
Sus suaves labios se curvan en una media sonrisa despectiva. —¿Te refieres
a además de extrañarte?
Una sensación de calor se propaga a través de mi pecho. No quiero
reconocerlo. No quiero que me importe. Quiero que me ame porque tengo una
obsesión enfermiza por poseerla, no porque sienta nada a cambio.
—Sí, además de eso —digo en voz baja, pensando en las muchas maneras en
que voy a follarla cuando la tenga a solas de nuevo.
—Bueno, me reuní con algunos de mis amigos —empieza, y escucho en
tanto me da una visión general de su vida en los últimos cuatro meses. Sé la
mayoría de esto, ya que Lucas había tomado la iniciativa de ponerle un grupo de
seguridad secreto a Nora, mientras que estuve en coma. Tan pronto como desperté,
me dio un informe completo sobre todo, incluyendo sus actividades diarias.
Le debo por eso, y por salvarme la vida. En los últimos años, Lucas Kent se
ha convertido en una parte muy valiosa de mi organización. Pocos otros habrían
tenido las pelotas para interferir así. Incluso sin conocer toda la verdad sobre Nora,
fue lo suficientemente inteligente como para entender que ella significa algo para
mí, y tomó medidas para garantizar su seguridad.
Por supuesto, lo único que no hizo fue restringir sus actividades de alguna
manera. —¿Así que lo viste? —pregunto casualmente, levantando la mano para
jugar con el lóbulo de su oreja—. A Jake, me refiero.
Su cuerpo se convierte en piedra en mis brazos. Siento la tensión en cada
músculo. —Me encontré con él brevemente, después de cenar con mi amiga Leah
—dice de manera uniforme, mirándome—. Tomamos un poco de café juntos, los
tres, y fue la única vez que lo vi.
Sostengo su mirada por un segundo, luego asiento, satisfecho. No me
mintió. Los informes mencionaban ese incidente en particular. Cuando lo leí por
primera vez, quise matar al niño con mis propias manos.
Todavía podría hacerlo, si se acerca a Nora.
La idea de otro hombre cerca de ella me llena de furia. Según los informes,
no salió con nadie durante nuestro tiempo separados, con una notable excepción.
—¿Qué hay de ese abogado? —pregunto en voz baja, haciendo mi mayor esfuerzo
por controlar la ira hirviendo dentro de mí—. ¿La pasaron bien?
Su rostro palidece debajo de su tono de piel dorado. —No hice nada con él
—dice, y escucho la aprensión en su voz—. Salí esa noche porque te extrañaba,
porque estaba cansada de estar sola, pero no pasó nada. Tomé un par de copas,
pero aun así no pude llegar hasta el final.
—¿No? —La mayoría de la ira se disipa. Puedo leerla lo suficiente como
para saber cuándo miente, y ahora está diciendo la verdad. Aun así, hago una nota
mental para investigar más a fondo. Si el abogado la tocó de algún modo, pagará.
Me mira, y siento su propia tensión disiparse. Ella puede discernir mis
estados de ánimo como nadie más. Es como si estuviera en sintonía conmigo en
algún nivel. Ha sido así desde el principio. A diferencia de la mayoría de las
mujeres, ella siempre ha sido capaz de sentir al verdadero yo.
—No. —Aprieta la boca—. No podía dejar que me toque. Ahora estoy
demasiado jodida como para estar con un hombre normal.
Alzo mis cejas, entretenido a pesar de mí. Ya no es la chica asustada que
llevé a la isla. En algún punto del camino, a mi pequeña mascota le crecieron unas
garras afiladas y estaba aprendiendo a usarlas.
—Eso es bueno. —Paso los dedos juguetonamente por su mejilla, y doblo la
cabeza para inhalar su dulce aroma—. Nadie está autorizado a tocarte, nena. Nadie
más que yo.
No responde, simplemente sigue mirándome. No necesita decir nada. Nos
entendemos perfectamente. Sé que voy a matar a cualquier hombre que le ponga
un dedo encima, y ella también lo sabe.
Es extraño, pero nunca me he sentido posesivo sobre una mujer. Este es un
territorio nuevo para mí. Antes de Nora, las mujeres eran intercambiables en mi
mente, solo suaves criaturas lindas pasando por mi vida. Se me acercaban de
buena gana, con ganas de ser folladas, heridas, y yo las consentía, satisfaciendo mis
propias necesidades físicas en el proceso.
Follé a la primera mujer cuando tenía catorce años, poco después de la
muerte de María. Fue una de las putas de mi padre; él me la mandó después de
que envié a dos de los hombres que asesinaron a María para castrarlos en sus
propios hogares. Creo que mi padre tenía la esperanza de que la atracción al sexo
fuera suficiente para distraerme de mi camino a la venganza.
De más está decir que su plan no funcionó.
Ella entró en mi habitación con un vestido negro ajustado, con el maquillaje
perfectamente hecho y su exuberante y llena boca pintada de un rojo brillante.
Cuando comenzó a desnudarse delante de mí, reaccioné como haría cualquier
adolescente: con lujuria instantánea y violenta. Pero no era como cualquier
adolescente en ese punto. Era un asesino; fui uno desde que tenía ocho años.
Fui brusco con la puta esa noche, en parte porque era demasiado inexperto
para controlarme, en parte porque quería arremeter contra ella, contra mi padre,
contra todo el maldito mundo. Llevé mis frustraciones a su piel, dejándole
moretones y marcas de mordedura, y ella vino por más la noche siguiente, esta vez
sin el conocimiento de mi padre. Follamos así durante un mes, con ella entrando en
mi habitación cada vez que podía, enseñándome lo que le gustaba... lo que
afirmaba que muchas mujeres deseaban. No quería algo dulce y suave en la cama;
quería dolor y fuerza. Quería a alguien que la hiciera sentir viva.
Y me di cuenta de que me gustaba eso. Me gustaba oírla gritar y suplicar
mientras la lastimaba y la hacía venirse. La violencia que se arrastraba bajo mi piel
había encontrado otra salida, y fue una que usé en cada oportunidad que tuve.
No fue suficiente, por supuesto. La rabia que habita en lo profundo de mí,
no pudo ser apaciguada con tanta facilidad. La muerte de María cambió algo
dentro de mí. Ella había sido lo único hermoso y puro en mi vida, y se murió. Su
muerte logró lo que la formación de mi padre jamás pudo: mató toda conciencia
restante en mí. Ya no era un niño siguiendo los pasos de mi padre; era un
depredador que ansiaba sangre y venganza. Ignorando las órdenes de mi padre
para que olvidara el asunto, busqué a los asesinos de María, uno por uno y les hice
pagar, bebiendo de sus gritos de agonía, sus súplicas de misericordia y súplicas
por una muerte más rápida.
Después de eso, hubo represalias y contra-represalias. Murió gente. Los
hombres de mi padre. Los hombres de su rival. La violencia siguió escalando hasta
que mi padre decidió pacificar a sus asociados mediante mi eliminación del
negocio. Me enviaron lejos, a Europa y Asia... y allí encontré docenas de mujeres
como la que me introdujo a las relaciones sexuales. Hermosas mujeres dispuestas
cuyas tendencias reflejaban las mías. Cumplí sus fantasías más oscuras, y me
dieron placer momentáneo, un acuerdo que satisfizo mi vida perfectamente, sobre
todo después de que volví a tomar las riendas de la organización de mi padre.
No fue sino hasta hace diecinueve meses, en un viaje de negocios a Chicago,
que la encontré.
Nora.
Mi María reencarnada.
La chica que intento mantener para siempre.
2
Traducido por Sandry
Corregido por Laurita PI

Nora
Sentada allí en los brazos de Julian, siento el zumbido familiar de la emoción
mezclada con el temor. Nuestra separación no lo ha cambiado ni un poco. Sigue
siendo el mismo hombre que casi mató a Jake, quien no dudó en secuestrar a una
chica que quería.
Es también el hombre que casi se muere rescatándome.
Ahora que sé lo que le pasó, veo los signos físicos de su experiencia horrible.
Está más delgado que antes, su piel bronceada se extiende con fuerza sobre los
pómulos afilados. Hay una cicatriz rosada desigual en su oreja izquierda, y su
cabello oscuro es extra corto. En el lado izquierdo de su cráneo, el patrón de
crecimiento del cabello es un poco irregular, como si ocultara una cicatriz también
allí.
A pesar de esas pequeñas imperfecciones, sigue siendo el hombre más
hermoso que he visto. No puedo apartar los ojos de él.
Está vivo. Julian está vivo, y estoy con él de nuevo.
Aún parece tan irreal. Hasta esta mañana, pensé que estaba muerto. Me
encontraba convencida de que murió en la explosión. Durante cuatro largos meses
insoportables, me obligué a ser fuerte, a seguir adelante con mi vida y tratar de
olvidar al hombre sentado junto a mí en este momento.
El hombre que me robó la libertad.
El hombre que amo.
Alzando la mano izquierda, trazo con suavidad el contorno de sus labios
con el dedo índice. Tiene la boca más increíble que he visto, una boca hecha para
pecar. En mi toque, sus hermosos labios se separan, y toma la punta de mi dedo
con sus dientes blancos y afilados, mordiendo suavemente, y luego chupándome el
dedo.
Un temblor de excitación me atraviesa mientras su cálida y húmeda lengua
me lame el dedo. Mis músculos internos se aprietan, y puedo sentir mi ropa
interior humedeciéndose. Dios, soy tan fácil cuando se trata de él. Una mirada, un
toque, y lo deseo. Mi sexo se siente hinchado y un poco dolorido después de la
forma en que me folló antes, pero mi cuerpo anhela que me tome de nuevo.
Julian se encuentra vivo, y me está llevando de nuevo.
Cuando empiezo a asimilar este hecho, aparto el dedo de sus labios, un
repentino escalofrío por mi piel enfría mi deseo. No hay vuelta atrás, no existe
posibilidad de cambiar de opinión. Julian controla de nuevo mi vida, y esta vez me
he movido voluntariamente en la tela de araña, poniéndome a su merced.
Por supuesto, no habría importado si hubiera estado dispuesta, me
recuerdo. Recuerdo la jeringa en el bolsillo de Julian, y de todos modos, sé que el
resultado habría sido el mismo. Consciente o sedada, hoy lo habría acompañado.
Por alguna desconcertante razón, ese hecho me hace sentir mejor, y pongo la
cabeza en su hombro, relajándome contra él.
Es inútil luchar contra el destino, y es un hecho que comienzo a aceptar.

***

Con el tráfico, nuestro viaje hasta el aeropuerto nos lleva un poco más de
una hora. Para mi sorpresa, no vamos a O’Hare. En vez de eso, terminamos en una
pequeña pista de aterrizaje, donde un avión de tamaño considerable espera
nuestra llegada. Distingo las letras “G650” en su cola.
—¿Es tuyo? —pregunto mientras Julian abre la puerta del coche para mí.
—Sí. —No me mira ni me evalúa. En cambio, su mirada parece escanear
nuestro entorno, como si buscara amenazas ocultas. Hay un estado de alerta en su
actitud que no recuerdo haber visto antes, y por primera vez, me doy cuenta de
que la isla era su santuario, un lugar en el que en verdad podía relajarse y bajar la
guardia.
Tan pronto como me bajo, Julian me agarra el codo y me hace pasar hacia el
avión. El conductor nos sigue. No lo vi antes; el coche tiene un panel que separa el
asiento trasero de la parte delantera, entonces ahora le echo una mirada mientras
caminamos hacia el avión.
El tipo debe ser uno de esos de operaciones especiales de la marina. Su pelo
rubio es corto, y sus ojos claros son helados en un rostro de mandíbula cuadrada.
Es incluso más alto que Julian, y se mueve con la misma gracia deportiva y
guerrera, todos sus movimientos controlados. Tiene un enorme rifle de asalto en
sus manos, y no tengo ninguna duda de que sabe exactamente cómo usarlo. Otro
hombre peligroso… que muchas mujeres, seguro encontrarían atractivo, con sus
rasgos regulares y cuerpo musculoso. A mí no me atrae, pero soy exigente. Pocos
hombres pueden competir ante el encanto de ángel oscuro de Julian.
—¿Qué clase de avión es este? —pregunto mientras caminamos por las
escaleras y entramos en una cabina de lujo. No sé nada acerca de los jets privados,
pero éste se ve de lujo. Estoy haciendo mi mejor esfuerzo para no mirar
boquiabierta a todo, pero fallo miserablemente. Los asientos de cuero color crema
en el interior son enormes, y hay un sofá real con una mesa de café delante de él.
También existe una puerta abierta que conduce a la parte trasera del avión, y le
echo un vistazo a una cama descomunal colocada allí.
Me quedo boquiabierta en estado de shock. El avión tiene un dormitorio.
—Es uno de los Gulfstreams de gama alta —responde, girándome para que
pueda ayudarme a quitarme el abrigo. Sus cálidas manos me rozan el cuello,
enviando un escalofrío agradable a través de mí—. Un jet de negocios de ultra
larga distancia. Nos puede llevar derecho a nuestro destino sin tener que hacer una
parada para llenar el combustible.
—Es muy bonito —digo, viendo como Julian cuelga el abrigo en el armario
junto a la puerta y luego se quita su propia chaqueta. No puedo apartar los ojos de
él, y me doy cuenta de que una parte de mí todavía teme que esto no sea real, que
me despertaré y descubriré que todo esto fue solo un sueño… que Julian en
realidad murió en la explosión.
La idea me provoca un estremecimiento, y Julian se da cuenta de mi
movimiento involuntario. —¿Tienes frío? —pregunta, dando un paso hacia mí—.
Puedo ajustar la temperatura.
—No, estoy bien. —Sin embargo, me gusta su calor mientras me acerca a él
y me frota los brazos durante unos segundos. Puedo sentir el calor de su cuerpo
filtrándose por mi ropa, ahuyentando el recuerdo de aquellos meses terribles
cuando pensé que lo había perdido.
Envolviendo los brazos alrededor de la cintura de Julian, lo abrazo con
fuerza. Está vivo, y lo tengo conmigo. Eso es todo lo que importa.
—Nos encontramos listos para el despegue. —Una voz masculina
desconocida me sobresalta, y suelto a Julian, mirando hacia atrás para ver al piloto
rubio de pie allí, mirándonos con una expresión indescifrable en su rostro duro.
—Bien. —Julian pone su brazo a mi alrededor, presionándome contra su
costado cuando trato de alejarme—. Nora, este es Lucas. Él es el que me sacó de la
bodega.
—Oh, ya veo. —Miro al hombre, con una sonrisa amplia y genuina. Este
hombre salvó la vida de Julian—. Es un placer conocerte, Lucas. Ni siquiera puedo
empezar a darte las gracias por lo que hiciste…
Sus cejas se arquean un poco, como si hubiera dicho algo que le sorprendió.
—Hacía mi trabajo —dice, con su voz profunda y ligeramente divertida.
La esquina de la boca de Julian se alza en una leve sonrisa, pero no responde
a eso. En su lugar, pregunta—: ¿Está todo listo para nosotros en la finca?
Lucas asiente. —Todo listo. —Luego me mira, tan inexpresivo como antes—
. También es un placer conocerla, Nora. —Y dándose la vuelta, desaparece en el
área del piloto en la parte delantera.
—¿Conduce y vuela aviones para ti? —pregunto a Julian después de Lucas
se haya ido.
—Es muy versátil —dice, llevándome hacia los asientos de felpa—. Como la
mayoría de mis hombres.
Tan pronto como nos sentamos, una sorprendente y hermosa mujer morena
entra en la cabina desde algún lugar de la parte delantera. Su vestido blanco parece
haber sido derramado sobre sus curvas, y con la capa completa de maquillaje que
tiene, parece tan glamurosa como una estrella de cine, a excepción de la bandeja
con una botella de champán y dos copas, que sostiene en sus manos.
Su mirada se posa en mí brevemente antes de pasarse hacia Julian. —
¿Quiere algo más, señor Esguerra? —pregunta mientras se agacha para colocar la
bandeja sobre la mesa entre nuestros asientos. Su voz es suave y melódica, y la
manera hambrienta en la que mira a Julian me hace rechinar los dientes.
—Esto debería ser suficiente por ahora. Gracias, Isabella —dice, dándole
una breve sonrisa, y siento una punzada repentina de celos. Él me dijo una vez que
no se folló a nadie desde que me conoció, pero no puedo dejar de preguntarme si
ha tenido relaciones sexuales con esta mujer en el pasado. Ella luce como una
bomba, y su comportamiento deja claro que estaría más que dispuesta a traerle a
Julian lo que quisiera; incluyéndose a sí misma, desnuda en una bandeja de plata.
Antes de que mis pensamientos pudieran viajar más lejos por ese camino,
respiro profundo y me obligo a mirar por la ventana la nieve que cae lentamente.
Una parte de mí sabe que todo esto es una locura, que es ilógico sentirse tan
posesiva con Julian. Cualquier mujer racional se sentiría muy contenta de no tener
la atención de su secuestrador, pero ya no soy racional cuando se trata de él.
Síndrome de Estocolmo. Unión por la captura. Unión traumática. Mi terapeuta
usó estos términos durante nuestras pocas y breves sesiones. Trató de que hablara
sobre mis sentimientos hacia Julian, pero era muy doloroso para mí discutir sobre
el hombre que pensé que perdí, así que dejé de ir. Aunque más tarde, leí los
conceptos, y puedo ver por qué serían aplicables a mi experiencia. Sin embargo, no
sé si es tan simple, o si aún importa. Nombrar algo no hace que desaparezca.
Cualquiera que sea la causa de mi apego emocional a Julian, no puedo apagarlo.
No puedo hacer que lo ame menos.
Cuando vuelvo la cara hacia Julian, la azafata se ha ido de la cabina
principal. Puedo oír los motores a reacción rugiendo a la vida, y me pongo
automáticamente el cinturón de seguridad, tal como me enseñaron a hacer durante
mi vida.
—¿Champán? —pregunta, tratando de alcanzar la botella en la mesa.
—Claro, ¿por qué no? —digo, y lo veo sirviéndome con destreza una copa.
Me la da, y me siento en mi amplio asiento, bebiendo la bebida burbujeante
mientras el avión comienza a rodar.
Mi nueva vida con Julian ha comenzado.
3
Traducido por SamJ3
Corregido por Agus Herondale

Julian
Sorbiendo de mi propia copa, estudio a Nora mientras mira por la ventana
al suelo que se aleja rápidamente. Usa vaqueros y un suéter de lana azul, sus
pequeños pies están dentro de unas botas negras. Creo que se llaman Ugss. A
pesar de ese no tan lindo calzado, se ve sexy, aunque prefiero verla en vestidos
veraniegos, con su tersa piel brillando en el sol.
Observando su expresión calmada, me pregunto lo que pasa, si tiene algún
arrepentimiento.
No debería. Yo me la hubiera llevado de todas maneras.
Como si sintiera mi mirada en ella, se gira hacia mí.
—¿Cómo se enteraron de mí? —pregunta con calma—. Me refiero a los
hombres que me secuestraron. ¿Cómo supieron de mi existencia?
Al escuchar su pregunta, todo mi cuerpo se tensa. Mi mente vuelve a esas
horribles horas después del ataque en la clínica y por un momento, estoy
consumido por esa volátil mezcla de furia y miedo paralizante.
Pudo haber muerto. Habría muerto, si yo no la hubiera encontrado a
tiempo. Incluso si les hubiera dado lo que querían, la hubieran matado para
castigarme por no haber cedido a sus demandas. La hubiera perdido, así como
perdí a María.
Como ambos perdimos a Beth.
—Fue la asistente de la enfermera en la clínica. —Mi voz suena fría y
distante mientras coloco mi copa de champán de vuelta en la bandeja—. Angela.
Estuvo trabajando con Al-Quadar todo el tiempo
Los ojos de Nora brillan levemente.
—Esa perra —susurra, mostrando el dolor y enojo en su voz. Sus manos
tiemblan mientras coloca su copa en la mesa—. Esa jodida perra.
Asiento, tratando de controlar mi propia ira mientras imágenes del video de
Majid se deslizan por mi mente. Torturaron a Beth antes de matarla. La hicieron
sufrir. Beth, cuya vida solo tuvo sufrimiento desde que su estúpido padre la
vendió a un burdel en la frontera de México a la edad de trece años. Quien había
sido una de las pocas personas cuya lealtad nunca cuestioné.
La hicieron sufrir… Y ahora haré que sufran más.
—¿Dónde está ahora? —La pregunta de Nora me trae de vuelta de una
placentera fantasía en la que cada miembro de Al-Quadar sufre a mi merced.
Cuando la miro casi sin entender, clarifica—: Angela
Sonrío ante su pregunta ingenua.
—No tienes que preocuparte, mi mascota. —Todo lo que resta de Angela
son cenizas, esparcidas en el pasto de la clínica de las Filipinas. Los interrogatorios
de Peter son brutales pero efectivos y él siempre se deshace de la evidencia
después—. Ella pagó por su traición.
Nora traga y sé que entiende exactamente lo que quiero decir. Ya no es la
misma chica que conocí en el club de Chicago. Puedo ver las sombras en sus ojos y
sé que soy el responsable de su presencia. A pesar de mis mejores esfuerzos para
mantenerla protegida en la isla, la fealdad de mi mundo la tocó, contaminó su
inocencia.
Al-Quadar pagará por eso, también.
La cicatriz en mi cabeza empieza a doler y la toco ligeramente con mi mano
izquierda. Mi cabeza aún duele ocasionalmente, pero aparte de eso ya casi soy el
mismo de antes. Considerando que pasé una gran parte de los últimos cuatro
meses como un vegetal, estoy bastante contento con el actual estado de las cosas.
—¿Estás bien? —Hay una expresión preocupada en el rostro de Nora
mientras se inclina para tocar el área sobre mi oído izquierdo. Sus dedos delgados
son suaves con mi cuero cabelludo—. ¿Todavía duele?
Su toque envía placer a través de mi columna. Quiero esto de ella. Quiero
que se preocupe por mi bienestar. Quiero que me ame a pesar de que me robé su
libertad, a pesar de que tiene todo el derecho a odiarme.
No tengo ninguna ilusión sobre mí mismo. Soy uno de esos hombres que
muestran en las noticias, los que todos temen y desprecian. Arrebaté a una joven
mujer por ninguna otra razón más que por que la quería.
La tomé y la hice mía.
No excusé mis acciones. No siento culpa. Quería a Nora y ahora está aquí
conmigo, mirándome como si fuera la persona más importante en el mundo.
Y lo soy. Soy exactamente lo que necesita ahora… Lo que desea. Le daré
todo y tomaré todo a cambio. Su cuerpo, su mente, su devoción, lo quiero todo.
Quiero su dolor y su placer, su miedo y su alegría.
Quiero ser su vida entera.
—No, está bien —digo en respuesta a su pregunta—. Se encuentra casi
curada
Ella aleja sus dedos pero atrapo su mano, ya que no estoy listo para perder
el placer de su toque. Su mano es delgada y delicada en mi agarre, su piel suave y
cálida. Trata de soltarla reflexivamente pero no la dejo; mis dedos se aprietan
alrededor de su palma. Su fuerza es insignificante en comparación a la mía; no
puede hacer que la suelta a menos que lo decida yo.
En realidad no quiere que la libere, de todos modos. Puedo sentir la
emoción creciendo dentro de ella y mi cuerpo se pone duro, una oscura hambre
despertando dentro de mí de nuevo. Estirándome a través de la mesa, lentamente
desabrocho su cinturón de seguridad.
Luego me paro, aún sosteniendo su mano y la guío a la habitación en la
parte trasera del avión.

***

Ella está en silencio mientras entramos al cuarto y cierro la puerta detrás de


nosotros. El área no es a prueba de sonido, pero Isabella y Lucas se encuentran al
frente del avión, así que deberíamos de tener algo de privacidad. Normalmente no
me importa si alguien me escucha o me ve teniendo sexo, pero lo que hago con
Nora es diferente. Es mía, no planeo compartirla, en ninguna manera.
Soltando su mano, camino hacia la cama y me siento, reclinándome y
cruzando mis piernas en los tobillos. Una pose casual, aunque no hay nada casual
en la manera en la que me siento al mirarla.
El deseo de poseerla es violento, consumidor. Es una obsesión que va más
allá de la simple necesidad sexual, aunque mi cuerpo arde por ella. No solo quiero
follarla, quiero imprimirme en su cuerpo, marcarla desde adentro, para que nunca
pertenezca a otro hombre más que a mí.
Quiero poseerla completamente.
—Quítate la ropa —ordeno, sosteniendo su mirada. Mi pene está tan duro,
que es como si hubieran pasado meses en lugar de horas desde la última vez que la
tuve. Es necesaria toda mi voluntad para no arrancar su ropa, inclinarla sobre la
cama y embestir su carne mientras exploto.
Me controlo a mí mismo porque no quiero un polvo rápido. Tengo otras
cosas en mente para hoy.
Respirando profundo, me fuerzo a quedarme quieto, mirando como
lentamente empieza a desvestirse. Tiene el rostro sonrojado, su respiración es cada
vez más rápida y sé que ya está muy excitada, su coño caliente y húmedo, listo
para mí. Al mismo tiempo puedo sentir la vacilación en sus movimientos, ver la
cautela en sus ojos. Hay una parte de ella que me teme, que sabe de lo que soy
capaz.
Tiene razón en estar asustada. Hay algo en mi interior que se deleita con el
dolor de otros, que quiere lastimarlos.
Que quiere lastimarla.
Se quita su suéter de lana primero, revelando una camisola negra debajo.
Las tiras de su sujetador rosado se asoman, y el color inocente me excita por
alguna razón, enviando una fresca oleada de sangre a mi pene. La camisola es la
siguiente y para el momento en el que se ha quitado sus botas y sus vaqueros,
estoy completamente listo para explotar.
En su set de lencería rosado, es la criatura más deliciosa que alguna vez he
visto. Su pequeño cuerpo está en forma y tonificado, los músculos en sus brazos y
piernas levemente definidos. A pesar de su delgadez es increíblemente femenina,
su trasero perfectamente curvo y sus pequeños pechos sorprendentemente
redondeados. Con su largo cabello cayendo por la espalda, se ve como una modelo
de Victoria Secret en miniatura. El único defecto es la pequeña cicatriz en su
estómago plano, el recordatorio de la apendectomía.
Tengo que tocarla.
—Ven aquí —digo con voz ronca, y mi pene apretado dolorosamente contra
el cierre de mis pantalones.
Mirándome con inmensos ojos oscuros, se acerca cautelosamente, con
incertidumbre, como si fuera a atacarla en cualquier momento.
Tomo otra bocanada de aire para evitar hacer exactamente eso. En su lugar,
cuando me alcanza, me inclino hacia adelante y agarro con firmeza su cintura,
atrayéndola hacia mí para que esté parada entre mis piernas. Su piel se siente fría y
suave al contacto, su caja torácica tan angosta que casi puedo rodear su cintura con
mis manos. Sería tan fácil dañarla, romperla. Su vulnerabilidad me calienta casi
tanto como su belleza.
Estirándome, encuentro el broche de su sujetador y libero sus pechos de su
confinamiento.
Cuando el sujetador cae por sus brazos, mi boca se seca y mi cuerpo se
tensa. Aunque la he visto desnuda miles de veces, cada vez es una revelación. Sus
pezones son pequeños y de un color rosado café, sus pechos son del mismo color
dorado del resto de su cuerpo. Sin poder resistir, tomo esos suaves y redondos
montes en mis manos, apretándolos, amasándolos. Su carne es pulcra y firme, sus
pezones tiesos contra mis palmas. Puedo escuchar su respiración atorarse en su
garganta mientras mis pulgares frotan las puntas endurecidas, y mi hambre se
intensifica.
Liberando sus pechos, engancho mis dedos en la cinturilla de su ropa
interior y la paso por sus piernas, luego tomo su sexo con mi mano derecha. Mi
dedo medio se introduce en su pequeña abertura y la cálida humedad que
encuentro ahí hace que mi pene sienta un tirón. Ella jadea mientras mi pulgar
calloso presiona contra su clítoris y sus manos agarran mis hombros, clavando sus
uñas filosas en mi piel
No puedo esperar más. Tengo que tenerla.
—Súbete a la cama. —Mi voz está cargada de lujuria mientras alejo mi mano
de su coño—. Te quiero sobre tu estómago.
Obedece mientras me levanto y empiezo a desvestirme.
La he entrenado bien. Para cuando he removido toda mi ropa, ella está
acostada sobre su estómago completamente desnuda, una almohada elevando su
pequeño trasero. Sus brazos están doblados bajo su cabeza y su rostro hacia mí. Me
mira con esas pestañas espesas y puedo sentir su anticipación nerviosa. En estos
momentos, me desea y me teme.
Me excita, esa mirada, pero también despierta otro tipo de hambre en mí.
Una más oscura, una necesidad más perversa. Por el rabillo del ojo veo mi cinturón
tirado en el piso. Recogiéndolo, enredo la hebilla alrededor de mi mano derecha y
me acerco a la cama.
Nora no se mueve, aunque observo la ansiosa tensión en su cuerpo. Mis
labios se aprietan. Una niña tan buena. Ella sabe que será peor si se resiste. Claro, a
estas alturas también sabe que combinaré su dolor con placer, que gozará de esto
también.
Pausando al borde de la cama, extiendo mi mano libre y recorro mis dedos a
lo largo de su columna. Tiembla bajo mi toque, una reacción que me envía una
excitación perversa. Esto es exactamente lo que quiero, lo que necesito, esta
profunda y retorcida conexión que existe entre nosotros. Quiero beber sus miedos,
su dolor. Quiero sus gritos, su lucha sin sentido, luego quiero derretirla en mis
brazos mientras la llevo al éxtasis una y otra vez.
Por alguna razón, esta chiquilla saca lo peor de mí, me hace olvidar los
resquicios de moralidad que poseo. Es la única mujer a la que he traído a mi cama,
la única a la que he querido tanto… en una forma incorrecta. Tenerla aquí, a mi
merced, es embriagador, es la droga más poderosa que he probado. Nunca me
sentí de este modo por ningún otro ser humano y el conocimiento de que es mía,
que puedo hacer lo que quiera con ella es un subidón incomparable. Con las otras
mujeres, era un juego, una manera de rascar una comezón mutua, pero con Nora
es diferente. Con ella es algo más.
—Hermosa —murmuro, acariciando la suave piel de sus muslos y nalgas.
Pronto estará marcada, pero por ahora disfruto de su suavidad—. Tan, tan
hermosa… —Doblándome sobre ella, presiono un beso gentil a la base de su
columna, inhalando su cálido aroma femenino y dejando que la anticipación
crezca. Un escalofrió la sacude y sonrío; la adrenalina surge en mis venas.
Enderezándome, doy un paso atrás y balanceo el cinturón.
No utilizo mucha fuerza, pero ella salta cuando el cinturón aterriza en los
redondeados globos de su trasero, un suave gemido escapa de sus labios. No se
intenta mover o alejarse, en lugar de eso, su puño pequeño aprieta las sábanas y
sus ojos se cierran. Golpeo más fuerte la segunda vez, luego una vez más y otra,
mis movimientos toman un ritmo hipnótico. Con cada golpe del cinturón, me
hundo más y más en la oscuridad, mi mundo se encoge hasta que solo la veo, la
escucho y la siento a ella. El enrojecimiento de su carne tierna, los jadeos
adoloridos y lloriqueos que salen de su garganta, la manera en que su cuerpo
tiembla bajo cada toque de mi cinturón; lo bebo todo, dejando que alimente mi
adición, que calme esa desesperada hambre que devora mi interior.
El tiempo se extiende y desenfoca. No sé si han pasado minutos u horas.
Cuando por fin me detengo, ella permanece acostada, sin moverse, sus nalgas y
muslos cubiertos de verdugones rosados.
Hay una aturdida y casi dichosa expresión en su rostro, su cuerpo delgado
está temblando, ya que pequeños temblores aún sacuden su piel.
Dejando caer mi cinturón al piso, cuidadosamente la levanto y me siento en
la cama, sosteniéndola en mi regazo. Mi propio corazón golpea con fuerza en mi
pecho, mi mente continúa tambaleante de la experiencia increíble. Ella se
estremece, escondiendo su rostro contra mi hombro y empieza a llorar. Acaricio su
cabello, lentamente, confortándola, dejándola bajar de ese subidón de endorfinas
mientras yo también bajo del mío.
Esto es lo que necesito, confortarla, sentirla en mis brazos. Quiero ser su
todo: su protector y su atormentador, su alegría y su pesar. Quiero atarla a mí,
física y emocionalmente, dejar mi marca tan profundamente en su mente y alma
que nunca pensará en dejarme.
Cuando sus sollozos empiezan a desvanecerse, regresa mi hambre sexual.
Mis caricias confortables empiezan a adquirir un propósito, mis manos empiezan a
vagar por su cuerpo en un intento de excitarla, no solo de calmarla. Mi mano
derecha se desliza entre sus muslos, mis dedos se presionan contra su clítoris y al
mismo tiempo mi otra mano aprieta su cabello y lo jala, forzándola a reunirse con
mi mirada. Aún luce mareada, sus suaves labios abiertos mientras me observa y yo
me inclino, tomando su boca en un beso profundo. Gime en mi boca, apretando
sus manos a mis hombros y puedo sentir el calor creciendo entre nosotros. Mis
bolas se tensan contra mi cuerpo, mi pene arde por su húmeda y caliente piel.
Me levanto, aún sosteniéndola en mis brazos y la coloco en la cama. Hace
una mueca y me doy cuenta que las sabanas están rozando contra sus verdugones.
—Voltéate, cariño —susurro, ahora queriendo solo su placer. Rueda
obedientemente sobre su estómago en la misma posición que antes y yo la muevo
para que quede sobre sus manos y rodillas, con los codos doblados.
A gatas, con su trasero hacia arriba y su espalda apenas arqueada, es lo más
caliente que he visto. Puedo verlo todo, los pliegues de su coño delicado, el
pequeño orificio de su ano, las deliciosas curvas de sus nalgas, rosadas con marcas
de mi cinturón. Mi corazón late pesadamente en mi pecho y mi pene palpita
dolorosamente en tanto le aprieto sus caderas, alineo la cabeza de mi pene contra
su abertura y empujo.
Carne húmeda y caliente me rodea, forrándome en una perfección estrecha
y mojada. Ella gime, arqueándose contra mí, tratando de llevarme más adentro y la
complazco, saliéndome parcialmente, luego embistiéndola de nuevo. Un grito
escapa de su garganta y repito el movimiento, haciendo que mi columna pique con
placer al sentir el agarre de su canal apretado. Olas de calor me atraviesan y
empiezo a embestirla con abandono, apenas consciente de mis dedos enterrándose
en la suave carne de sus caderas. Sus gemidos y lloriqueos se intensifican en
volumen, luego la siento llegar a la cima, donde sus músculos internos se contraen
alrededor de mi pene, vaciándolo. Sin poder aguantarlo más, exploto, mi visión se
vuelve borrosa por la fuerza de mi liberación mientras mi semen estalla dentro de
su cálida profundidad.
Jadeando, colapso sobre mi lado, llevándola conmigo. Nuestra piel quedó
mojada con sudor, pegándonos juntos y mi corazón está acelerado. Ella respira
pesadamente también y siento su coño pulsando alrededor de mi cada vez más
suave pene mientras los últimos temblores orgásmicos la atraviesan.
Nos quedamos tendidos juntos mientras nuestras respiraciones empiezan a
calmarse. La sostengo contra mí, la suave curva de su trasero presionando contra
mi entrepierna y un sentimiento de paz y tranquilidad, lentamente se cierne sobre
mí. Siempre es así con ella. Algo sobre ella calma mis demonios, me hace sentir casi
normal. Casi… feliz. No es algo que pueda explicar o racionalizar, está ahí. Es lo
que hace mi necesidad por ella tan aguda, tan desesperante.
Tan peligrosamente jodida.
—Dime que me amas —murmuro, acariciando la parte frontal de su
muslo—. Dime que me extrañaste, cariño.
Se mueve en mis brazos, girándose hasta quedar frente a mí. Sus ojos
oscuros son solmenes mientras busca mi mirada.
—Te amo, Julian —dice suavemente, curvando su delicada palma alrededor
de mi mandíbula—. Te extrañé más que a la vida misma. Sabes eso.
Ya lo sé, pero aun así, necesito esto de ella. En meses recientes, el aspecto
emocional se ha vuelto tan necesario para mí como el físico. Me hace gracia, esta
extraña peculiaridad mía. Quiero que mi pequeña cautiva me ame, que se
preocupe por mí. Quiero ser algo más que el monstruo de sus pesadillas.
Cerrando los ojos, la muevo más cerca en mi abrazo y me permito relajarme.
En unas pocas horas, ella será mía en cada sentido de la palabra.
4
Traducido por Nix
Corregido por Agus Herondale

Nora
Debo de haberme quedado dormida en los brazos de Julian porque me
despierto cuando el avión empieza a descender. Al abrir los ojos, me quedo
mirando los alrededores, con el cuerpo dolorido por todo el sexo que acabamos de
tener.
Se me había olvidado cómo era con Julian, lo devastador que podía ser el
dolor y el éxtasis. Me siento vacía y eufórica, a la vez, agotada y aun así fortalecida
por el torbellino de emociones.
Me siento con cautela, estremeciéndome al tocar las sábanas con mi trasero
magullado. Esa fue una de las sesiones con cinturón más intensas; no me
sorprendería si estos moretones duran un tiempo. Lanzando una mirada alrededor
de la habitación, veo a una puerta que asumo conduce al baño. Julian no se
encuentra en la habitación, así que me levanto y voy para allá, sintiendo la
necesidad de lavarme.
Para mi sorpresa, el baño tiene una ducha pequeña y, también un
lavamanos de verdad y un inodoro. Con todas estas comodidades, el jet de Julian
parece más un hotel volador que cualquier avión comercial en el que haya estado.
Incluso encuentro un cepillo de dientes sin abrir, pasta y enjuague bucal en un
pequeño estante en la pared. Uso los tres, seguido de una ducha rápida. Luego,
sintiéndome infinitamente más fresca, vuelvo a la habitación para vestirme.
Cuando entro en la cabina principal, veo a Julian sentado en el sofá con un
portátil en la mesa frente a él. Tiene las mangas de su camisa dobladas hacia arriba,
dejando al descubierto sus antebrazos musculosos y bronceados, y tiene un gesto
de concentración en su rostro. Luce serio y tan devastadoramente hermoso que me
deja sin aliento por un momento.
Como si sintiera mi presencia, eleva la mirada, con brillo en sus ojos azules.
—¿Cómo estás, mi mascota? —pregunta con voz baja e íntima, y siento un rubor
caliente corriendo por todo mi cuerpo en respuesta.
—Estoy bien. —No sé qué más decir. ¿Me duele el culo porque me diste
nalgadas, pero eso está bien porque me entrenaste para disfrutarlo? Sí, seguro.
Sus labios se curvan en una lenta sonrisa. —Bien. Me alegra oír eso. Estaba a
punto de buscarte. Debes estar en tu asiento, aterrizaremos pronto.
—Está bien. —Sigo su sugerencia, tratando de no estremecerme ante el
dolor causado por el simple hecho de sentarme. Definitivamente voy a tener
moretones durante los próximos días.
Poniéndome el cinturón, me giro para ver por la ventana, curiosa por
nuestro destino. Mientras vamos descendiendo, a través de la cubierta de nubes,
veo una gran ciudad extendiéndose, con montañas asomándose en el borde de la
misma.
—¿Qué ciudad es esta? —pregunto, volviéndome hacia Julian.
—Bogotá —responde, cerrando su portátil. Recogiéndolo, se acerca a
sentarse a mi lado—. Estaremos allí durante unas horas.
—¿Tienes negocios allí?
—Se podría decir. —Luce vagamente divertido—. Hay algo que me gustaría
hacer antes de volar a la finca.
—¿Qué? —pregunto con cautela. Un Julian divertido rara vez es buena
señal.
—Ya verás. —Y abriendo el portátil de nuevo, se centra en lo que hacía
antes.

***

Un coche negro similar al que nos dejó en el aeropuerto nos espera cuando
bajamos del avión. Lucas asume el papel de nuestro conductor de nuevo, mientras
que Julian sigue trabajando en su computadora portátil, al parecer absorto en su
tarea.
Me da lo mismo. Estoy demasiado ocupada mirando el paseo por las calles
llenas de gente. Bogotá tiene una cierta vibra de “Viejo Mundo” que me parece
fascinante. Puedo ver rastros de su herencia española en todas partes, mezclado
con un sabor excepcionalmente latino. Hace que quiera arepas, esas de maíz que
compraba de un camión de comida colombiana en el centro de Chicago.
—¿A dónde vamos? —pregunto a Julian cuando el coche se detiene delante
de una iglesia antigua en un barrio que parece de gente rica. De alguna manera no
había imaginado a mi captor del tipo que va a la iglesia.
En lugar de responder, sale del coche y extiende su mano hacia mí.
—Ven, Nora —dice—, no tenemos mucho tiempo.
¿Tiempo para qué? Quiero preguntarle, pero sé que es inútil. No me va a
responder a menos que le dé la gana. Pongo mi mano en la gran palma de Julian,
salgo del coche y dejo que me lleve hacia la iglesia. Por lo que sé, vamos a
reunirnos con algunos de sus compañeros aquí, aunque es una incógnita el motivo
de quererme aquí con él.
Entramos por una pequeña puerta lateral y nos encontramos en una
habitación pequeña, pero muy bien decorada. Bancos de madera pasados de moda
se encuentran a los lados de la misma y hay un púlpito con una cruz hacia el
frente.
Por alguna razón, la vista me pone nerviosa. Un pensamiento loco e
improbable me cruza la mente y mis manos comienzan a sudar.
—Um, Julian… —Alzo la vista para encontrarlo mirándome con una sonrisa
extraña—. ¿Por qué estamos aquí?
—¿No te das cuenta, mi mascota? —dice con suavidad, girándose para
encararme—. Estamos aquí para casarnos.
Por un momento, todo lo que puedo hacer es mirarlo en estado de shock.
Luego, se me escapa una risa nerviosa.
—Estás de broma, ¿verdad?
Levanta las cejas. —¿Si bromeo? No, para nada. —Toma mi mano de nuevo
y siento que desliza algo en mi dedo anular izquierdo.
Con el corazón acelerado, miro mi mano izquierda con incredulidad
entumecida. El anillo parece algo que usaría una estrella de Hollywood: una banda
delgada de diamantes incrustados con una piedra grande y redonda en el centro.
Es delicado y ostentoso a la vez, y me queda perfecto, como si hubiera sido hecho
solo para mí.
La sala se desvanece frente a mis ojos, puntos de luz danzan en las esquinas
de mi visión, y me doy cuenta que, literalmente, dejé de respirar durante unos
segundos. Desesperada por aspirar aire, miro a Julian, con todo mi cuerpo
tembloroso. —¿Quieres… casarte conmigo? —Mi voz sale en una especie de
susurro horrorizado.
—Por supuesto que sí. —Sus ojos se estrechan ligeramente—. ¿Por qué más
te traería aquí?
No tengo respuesta a eso; todo lo que puedo hacer es quedarme allí y
mirarlo fijamente, sintiendo como si estuviera hiperventilando.
Casarme. Casarme con Julian.
Simplemente no lo digiero. Matrimonio y Julian estás tan lejos en mi mente
que bien podría hallarse en los polos opuestos del planeta. Cuando pienso en el
matrimonio, es en contexto de un ambiente agradable y en un futuro distante, un
futuro que implica un marido cariñoso y dos niños ruidosos. En ese cuadro, existe
un perro y una casa en los suburbios, partidos de fútbol y picnics escolares. No veo
un asesino con cara de ángel caído, ni un monstruo hermoso para hacerme gritar
en sus brazos.
—No puedo casarme contigo. —Las palabras salen antes de que lo piense
mejor—. Lo siento, Julian, pero no puedo.
Su expresión se vuelve negra. En un instante, se me acerca con un brazo
envuelto alrededor de mi cintura, presionándome contra él y con la otra mano
agarrando mi mandíbula.
—Dijiste que me querías. —Su voz es suave y uniforme, pero puedo sentir la
furia oscura debajo—. ¿Era eso una mentira?
—¡No! —Tiemblo y sostengo la mirada furiosa de Julian, empujando con
mis manos sin poder hacer nada contra su poderoso pecho. Puedo sentir el peso
del anillo en mi dedo, haciendo que entre en pánico. No sé cómo explicarlo, cómo
hacerle entender algo que apenas logro comprender. Quiero estar con Julian. No
puedo vivir sin él, pero el matrimonio es algo completamente distinto, algo que no
tiene cabida en nuestra retorcida relación—. ¡Te amo! Lo sabes…
—¿Entonces por qué te niegas? —exige, con sus ojos oscuros llenos de furia.
Su agarre en mi mandíbula se tensa, sus dedos muerden mi piel.
Mis ojos comienzan a arder. ¿Cómo puedo explicarle mi reticencia? ¿Cómo
puedo decirle que él no es alguien que puedo imaginar como mi marido? ¿Que es
parte de una vida que nunca imaginé, nunca quise y que casarme con él
significaría renunciar a ese vago y lejano sueño de un futuro normal?
—¿Por qué quieres casarte conmigo? —pregunto desesperada—. ¿Por qué
quieres algo tan tradicional? Ya soy tuya…
—Sí, lo eres. —Se inclina hasta que su cara se encuentra a meros centímetros
de la mía—. Y quiero un documento legal que lo diga. Vas a ser mi esposa, y nadie
será capaz de apartarte de mí.
Me quedo mirando a Julian, con el pecho oprimido mientras empiezo a
entender. Esto no es un gesto dulce y romántico de su parte. No hace esto porque
me ama y quiere formar una familia. Esa no es la manera en que Julian opera. El
matrimonio legitimaría su posesión sobre mí, tan simple como eso. Sería una
manera diferente de propiedad, una más permanente… Y algo dentro de mí se
estremece ante la idea.
—Lo siento —le digo de manera uniforme, recuperando mi valor—. No
estoy lista para esto. ¿Podemos hablarlo de nuevo más adelante?
Su expresión se endurece, sus ojos se vuelven de un azul hielo. Me suelta
abruptamente y da un paso atrás.
—De acuerdo. —Su voz es tan fría como su mirada—. Si quieres jugarlo así,
mi mascota, lo haremos a tu manera.
Mete la mano en el bolsillo, saca un teléfono y empieza a escribir.
Una sensación enfermiza se posa en la parte baja de mi estómago.
—¿Qué haces? —Cuando no contesta, repito mi pregunta, tratando de no
sonar tan asustada como me siento—. Julian, ¿qué estás haciendo?
—Algo que debería haber hecho hace mucho tiempo —responde por fin,
mirándome mientras guarda su teléfono—. Todavía sueñas con él, ¿no? ¿Ese chico
que una vez quisiste?
Mi corazón deja de latir por un segundo. —¿Qué? ¡No, no es así! Julian, te lo
prometo, Jake no tiene nada que ver con esto…
Me interrumpe con un brusco gesto desdeñoso.
—Tendría que haberlo quitado de tu vida hace mucho tiempo. Ahora voy a
remediar eso. Tal vez entonces aceptarás que estás conmigo, no con él.
—¡Estoy contigo! —No sé qué decir, cómo convencer a Julian que no lo haga.
Acercándome, tomo sus manos pero el calor de su piel quema mis dedos
congelados—. Escúchame, te amo, solo a ti… Él no significa nada para mí, ¡no ha
significado nada desde hace mucho tiempo!
—Bien. —Su expresión no se suaviza, pero sus dedos se envuelven
alrededor de los míos, encerrándolos en sus manos—. Entonces no debería
importarte lo que pase con él.
—¡No, no funciona así! ¡Me importa porque es un ser humano, un
espectador inocente en todo esto, por ninguna otra razón! —Tiemblo tanto que mis
dientes están castañeando—. No se merece ser castigado por mis pecados.
—No importa lo que se merece. —La voz de Julian me azota como un látigo
mientras usa su control sobre mis manos para acercarme más a él. Inclinándose,
aprieta su agarre—. Lo quiero lejos de tu mente y de tu vida, ¿me entiendes?
El ardor en mis ojos se intensifica, mi visión se vuelve borrosa por las
lágrimas sin derramar. A través de la bruma de pánico nublando mi mente, me
doy cuenta de que solo hay una cosa que puedo hacer para detener esto, una
manera en que puedo evitar la muerte de Jake.
—Muy bien —susurro en derrota, mirando al monstruo del que me había
enamorado—. Lo haré. Me casaré contigo.

***

La siguiente hora se siente irreal.


Después de llamar a sus secuaces, Julian me presenta a un hombre viejo y
arrugado que lleva la túnica de un sacerdote católico. El hombre no habla inglés,
así que asiento y pretendo entender su parloteo español. Es vergonzoso admitirlo,
pero el único español que conozco es de mis clases en la escuela secundaria.
Cuando era niña, mis padres hablaban inglés en la casa, y no pasamos suficiente
tiempo con mi abuela para aprender algo más que unas cuantas frases básicas.
Cuando mi introducción al sacerdote ha terminado, Julian me lleva a otra
habitación, una pequeña oficina que tiene una mesa y dos sillas. Tan pronto como
llegamos allí, dos mujeres jóvenes entran a la habitación. Una lleva un vestido
largo y blanco, mientras que la otra lleva zapatos y accesorios. Son amables y están
emocionadas, charlando conmigo en una mezcla de español e inglés, mientras
empiezan a hacer mi cabello, por lo que trato de responder amablemente. Sin
embargo, mis respuestas salen torpes y el creciente nudo de temor en mi pecho me
impide actuar como la joven novia ansiosa que esperan encontrar. Al darse cuenta
de mi falta de entusiasmo, Julian me lanza una mirada oscura, luego se va, dejando
que las mujeres me consienten.
En el momento en que me terminan de embellecer, me siento mental y
físicamente agotada. A pesar de que Chicago y Bogotá están en la misma zona
horaria, siento que el viaje me dejó totalmente acabada. Un extraño
adormecimiento se asienta sobre mí, aliviando la tensión en mi estómago revuelto.
Está sucediendo. De verdad. Julian y yo nos vamos a casar.
Se ha ido el pánico que se apoderó de mí antes, suavizado por una especie
de resignación. No sé lo que esperaba de un hombre que me ha tenido cautiva
durante quince meses. ¿Una discusión razonable sobre los pros y contras de
casarse en este momento de nuestra relación? Resoplo mentalmente. Sí, seguro. En
retrospectiva, es obvio que nuestra separación de cuatro meses oxidó mis
recuerdos de esas terribles primeras semanas en la isla, por lo que de alguna
manera me las arreglé para idealizar a mi secuestrador en mi mente. Había
empezado tontamente a pensar que las cosas podrían ser diferentes entre nosotros,
a creer que tenía algo que decir en mi vida.
—Listo. —La mujer que estaba trabajando en mi cabello me da una sonrisa
radiante, interrumpiendo mis pensamientos—. Hermoso, señorita, muy hermoso.
Ahora, por favor, el vestido y luego nos ocuparemos de su cara.
Me dan la ropa interior de seda con el vestido y luego con mucho tacto, se
alejan y me dan un poco de intimidad. Sin querer alargarlo, me cambio y pongo el
vestido rápidamente, que, como el anillo, me encaja a la perfección.
Ahora todo lo que queda es el maquillaje y los accesorios, y las dos mujeres
hacen un rápido trabajo. Diez minutos más tarde, estoy lista para mi boda.
—Vamos, mire —dice una de ellas, llevándome hacia la esquina de la
habitación. Hay un espejo de cuerpo entero que no había visto antes y miro en un
silencio aturdido mi reflejo, casi sin reconocer la imagen que veo.
La chica en el espejo es hermosa y sofisticada, con su cabello hacia arriba de
forma artística y su maquillaje magnífico. El vestido es de estilo sirena, que es el
indicado para su figura, con un corpiño que expone la pendiente agraciada de su
cuello y hombros. Aretes de diamantes en forma de lágrima decoran sus pequeños
lóbulos en las orejas y un collar a juego destella alrededor de su cuello. Ella es todo
lo que debe ser una novia… Sobre todo, si se ignora las sombras en sus ojos.
Mis padres hubieran estado tan orgullosos.
El pensamiento sale de la nada y me doy cuenta por primera vez que me
voy a casar sin mi familia allí, que mis padres no van a ver a su única hija en ese
día especial. Un dolor sordo se propaga por mi pecho ante la idea. No habrá
compras de vestido de boda con mi mamá, ni degustaré los pasteles con mi papá.
Nada de despedida de soltera con mis amigos en un club de striptease de
hombres.
Trato de imaginar cómo Julian podría reaccionar ante algo así y una risita
inesperada escapa de mis labios. Tengo una fuerte sospecha de que dejaría a esos
strippers en bolsas para cadáveres si estuviera cerca de ellos.
Un golpe en la puerta interrumpe mis reflexiones semi-histéricas. Las
mujeres se apresuran a abrirla y oigo a Julian hablarles en español. Volviéndose
hacia mí, se despiden y salen rápidamente.
Tan pronto como se han ido, Julian entra en la habitación.
A pesar de todo, no puedo evitar mirarlo. Vestido en un traje negro que
abraza su cuerpo a la perfección, mi próximo esposo roba el aliento. Mi mente
vuelve a nuestra sesión de sexo en el avión, y un calor húmedo se junta entre mis
muslos incluso mientras los moretones palpitan ante el recuerdo. También me está
estudiando; su mirada caliente recorre todo mi cuerpo.
—¿No es de mala suerte que el novio vea a la novia antes de la ceremonia?
—Inyecto tanto sarcasmo en mi voz como puedo, tratando de ignorar el efecto que
tiene en mis sentidos. En este momento, lo odio casi tanto como lo amo y, el hecho
de que quiero saltar sobre sus huesos me molesta un poco. Ya debería estar
acostumbrada a ello, pero todavía me resulta inquietante, la forma en que mi
cerebro y cuerpo no se comunican en su presencia.
Una sonrisita curva la esquina de su boca. —Está bien, mi mascota. Creo que
tú y yo hemos pasado tales preocupaciones. ¿Estás lista?
Asiento y camino hacia él. No tiene sentido retrasar lo inevitable; de una
forma u otra, nos vamos a casar hoy. Julian me ofrece su brazo, y paso mi mano
por el hueco de su codo, dejando que me lleve de vuelta a la habitación con el
púlpito.
El sacerdote ya nos está esperando, al igual que Lucas. También hay una
cámara de tamaño considerable en un trípode.
—¿Es para las fotos de la boda? —pregunto, sorprendida, parando en la
entrada.
—Por supuesto. —Los ojos de Julian brillan hacia mí—. Recuerdos y todas
esas cosas buenas.
Ajá. No puedo entender por qué quiere esto, el vestido, el esmoquin, la
iglesia. Todo eso es confuso para mí. No vamos a entrar en una unión amorosa;
simplemente me quiere unida a él con más firmeza, formalizando su dominio.
Todo esto no tiene sentido, sobre todo porque Lucas es el único que va a presenciar
el evento.
El pensamiento me provoca de nuevo un dolor en mi pecho.
—Julian —digo en voz baja, mirándolo—, ¿puedo llamar ya a mis padres?
Quiero hablarles de esto. Quiero contarles que me voy a casar. —Estoy casi segura
que va a rechazar mi solicitud, pero me siento obligada a preguntar de todas
formas.
Para mi sorpresa, él me sonríe.
—Si así lo deseas, mi mascota. De hecho, después de hablar con ellos,
pueden ver la ceremonia en un video en vivo. Lucas puede poner esto en marcha
para nosotros.
Me quedo boquiabierta en estado de shock. ¿Quiere que mis padres vean la
boda? ¿Que lo vean a él, al hombre que secuestró a su hija? Por un momento, siento
que entré a un universo alternativo, pero luego su plan cobra sentido.
—Quieres que te presente, ¿no? —susurro, mirándolo fijamente—. ¿Quieres
que les diga que vine contigo por mi propia voluntad, que les muestre lo felices
que estamos juntos? Así no tendrás que preocuparte por las autoridades o
cualquier otra persona que venga a por ti. Voy a ser solo otra chica que se enamoró
de un hombre guapo, rico y se fue con él. Estas fotos… Ese video… todo se trata de
crear un espectáculo.
Su sonrisa se ensancha.
—Cómo actúes y lo que digas depende totalmente de ti, mi mascota —dice
con voz sedosa—. Pueden presenciar un motivo de alegría, o puedes decirles que
fuiste secuestrada de nuevo. Es tu elección, Nora. Puedes hacer lo que quieras.
5
Traducido por Beatrix
Corregido por Laurita PI

Julian
Sus ojos oscuros se amplían, sin pestañear mientras me mira, y sé con
exactitud cuál será su elección. En cuanto a sus padres, ella será la novia más feliz
del mundo.
Hará la mejor actuación de su vida.
Ira y algo más, algo que no me importa examinar de cerca, revuelven mis
entrañas ante la idea. Racionalmente entiendo su vacilación. Sé lo que soy, lo que
he hecho. Una mujer inteligente estaría corriendo tan rápido como pudiese, y Nora
siempre ha sido más inteligente, más perspicaz que la mayoría.
También es joven. A veces lo olvido. En el cómodo mundo de la clase media
norteamericana, pocas mujeres se casan a su edad. Es posible que el matrimonio no
sea algo en lo que pensara; de hecho, lo más probable es que se haya dado cuenta
de que asistía a la escuela secundaria cuando la conocí.
Racionalmente lo entiendo todo... pero la racionalidad no tiene nada que ver
con las emociones salvajes que bullen debajo de mi piel. Quiero encadenarla,
azotarla, luego follarla hasta que esté en carne viva y rogando misericordia, hasta
que admita que es mía, que no puede vivir sin mí.
Sin embargo, no hago nada de eso. Sonrío con tranquilidad y espero a su
decisión.
Mueve la cabeza en una pequeña inclinación. —Está bien. —Su voz es
apenas audible—. Lo haré. Les diré todo acerca de nuestra historia de amor.
Oculto mi satisfacción. —Como quieras, mi mascota. Le ordenaré a Lucas
que cree una conexión segura para ti.
Y dejándola allí de pie, me acerco a Lucas para discutir la logística de la
operación específica.

***

Le pido al Padre Díaz que nos dé una hora antes de comenzar la ceremonia,
luego me siento en uno de los bancos, otorgando a Nora algo de privacidad para
hablar con sus padres. Por supuesto, sigo la conversación mediante un pequeño
dispositivo bluetooth en mi oído, pero no necesita saberlo.
Apoyado contra la pared, me pongo cómodo y me preparo para
entretenerme.
Su madre atiende al primer tono.
—Hola, mamá… soy yo. —La voz de Nora es alegre y optimista,
prácticamente llena de emoción. Reprimo una sonrisa; lo hará mejor de lo que
pensaba.
—¡Nora, cariño! —La voz de Gabriela Leston se llena de alivio—. Me alegra
tanto que hayas llamado. Hoy intenté llamarte cinco veces, pero el teléfono seguía
yendo al correo de voz. Ya casi me iba allí en persona, oh, espera, ¿desde qué
número llamas?
—Mamá, no te asustes, pero no me encuentro en casa, ¿de acuerdo? —Su
tono es calmo, pero me estremezco en mi interior. No sé mucho de padres
normales, pero tengo casi la certeza de que decir las palabras “no te asustes”
asegura que haga exactamente eso.
—¿Qué quieres decir? —La voz de su madre de inmediato se agudiza—.
¿Dónde estás?
Nora se aclara la garganta. —Eh, en realidad, estoy en Colombia.
—¿QUÉ? —Me estremezco por el grito ensordecedor—. ¿Qué quieres decir
con que estás en Colombia?
—Mamá, no lo entiendes, es una gran noticia... —Y se lanza a una
explicación de la forma en que nos enamoramos en la isla, lo devastada que se
sintió cuando pensó que había muerto, y lo extasiada que se puso al saber que
seguía vivo.
Luego de que termina, solo hay silencio en el teléfono. —¿Me dices que te
encuentras con él ahora? —le pregunta su madre por fin, con voz ronca y tensa—.
¿Que regresó a buscarte?
—Sí, exactamente. —El tono de Nora transmite júbilo—. ¿No lo ves, mamá?
En verdad no podía hablar contigo acerca de esto antes porque era demasiado
difícil, porque pensé que lo había perdido. Pero ahora estamos juntos de nuevo, y
hay algo... algo increíble que tengo que decirte.
—¿Qué es? —Su madre suena comprensiblemente cauta.
—¡Nos vamos a casar!
Hay otro largo silencio en el otro extremo de la línea. Luego: —¿Te vas a
casar… con él?
Suprimo otra sonrisa mientras Nora comienza a tratar de convencer a su
madre de que no soy tan malo como piensan, que una combinación de
circunstancias desafortunadas dio lugar a su secuestro y que las cosas son muy
diferentes entre nosotros. No estoy seguro de si Gabriela Leston se cree todo esto,
pero en verdad no tiene por qué. La grabación de esta conversación se distribuirá a
las personas claves en ciertas agencias del gobierno, ayudando a calmar sus
plumas erizadas. Soy demasiado valioso para que me jodan, pero aun así no hace
daño seguirles la corriente. La percepción es todo, y Nora como mi esposa es
mucho más aceptable para ellos que Nora como mi cautiva.
Ya podría haberme casado con ella antes, pero intenté mantenerla oculta, a
salvo. Es por eso que la secuestré y la llevé a mi isla: para que no se pudiera
obtener información sobre su existencia y su importancia para mí. Sin embargo,
ahora que el secreto ha salido a la luz, quiero que el mundo entero sepa que es mía,
que si se atreven a tocarla, tendrán que pagar. Noticias de mi venganza contra Al-
Quadar comienzan a filtrarse a través de las alcantarillas del inframundo, y me he
asegurado de que los rumores son aún más brutales que la realidad.
Son esos rumores los que mantendrán a la familia de Nora segura, eso y el
equipo de seguridad que he puesto a sus padres. Es poco probable que alguien
trate de alcanzarme por mi familia política, no soy conocido exactamente como un
hombre de familia, pero no asumiré ningún riesgo. Lo último que quiero es que
Nora llore a sus padres de la misma forma en que todavía permanece de duelo por
Beth.
Para el momento en que Nora va culminando su conversación, el Padre
Díaz comienza a impacientarse. Le doy una mirada de advertencia, y de inmediato
detiene su ansiedad; todos los rastros visibles de molestia se desvanecen de sus
rasgos. El buen Padre me conoce desde que yo era un niño, y sabe cuándo debe
actuar con cautela.
Cuando miro en la dirección de Nora de nuevo, me saluda, haciendo un
gesto para que me acerque. Me levanto y camino hacia ella, apagando el
dispositivo bluetooth en el camino. Me acerco y la escucho decir—: Oye, mamá,
déjame presentártelo, ¿de acuerdo? Le pediré que nos ponga en video, de esa
manera será como si estuviéramos reunidos en persona... Sí, nos conectaremos
contigo en un par de minutos. —Y cuelga, mirándome expectante.
—Lucas. —Apenas alzo mi voz, pero él ya se encuentra allí, trayendo un
ordenador portátil con una conexión segura. Luego de colocarlo en una ventana,
apunta de manera que los puntitos de la cámara enfoquen hacia nosotros. Un
minuto más tarde, se activa la llamada de video, y el rostro de Gabriela Leston
llena la pantalla. Tony Leston, el padre de Nora se encuentra detrás de ella. Ambos
pares de ojos oscuros se vuelven de inmediato hacia mí, estudiándome con una
peculiar mezcla de hostilidad y curiosidad.
—Mamá, papá, este es Julian —dice Nora en voz baja, e inclino mi cabeza
con una pequeña sonrisa. Lucas camina de vuelta al otro extremo de la habitación,
dejándonos solos.
—Es muy agradable conocerlos a los dos. —A propósito mantengo mi voz
fría y constante—. Estoy seguro de que Nora ya les ha informado de todo. Pido
disculpas por la velocidad con la que esto está sucediendo, pero me encantaría que
ustedes pudieran formar parte de nuestra boda. Sé que significaría mucho para
Nora tener a sus padres presentes, aunque sea de forma remota. —No existe nada
que pueda decir para que los Leston justifiquen mis acciones o les caiga bien, así
que ni siquiera lo intento. Nora es mía, y tendrán que aprender a aceptar ese
hecho.
El padre de Nora abre la boca para decir algo, pero su esposa le codea con
brusquedad. —Muy bien, Julian —dice con calma, mirándome con ojos
inquietantemente similares a los de su hija—, así que te casas con Nora. ¿Puedo
preguntar dónde van a vivir, y si nos vas a ver de nuevo?
Le sonrío. Otra mujer intuitiva e inteligente. —Durante los primeros meses,
es probable que sigamos aquí, en Colombia —explico, manteniendo mi tono ligero
y agradable—. Debo ocuparme de ciertos negocios. Pero, después de eso, nos
alegraría mucho que vinieran de visita, o irnos a visitarlos.
Gabriela asiente. —Ya veo. —La tensión en su cara persiste, aunque el alivio
parpadea por un instante en su mirada—. ¿Y qué sucede con los planes futuros de
Nora? ¿Qué pasa con la universidad?
—Me aseguraré de que reciba una buena educación y pueda seguir con su
arte. —Le doy un vistazo serio a los Leston—. Por supuesto, estoy seguro de que se
dan cuenta de que Nora no tiene que preocuparse por el dinero. Tampoco ustedes.
Estoy más que acomodado económicamente, y siempre me ocupo de lo mío.
Los ojos de Tony Leston se estrechan con ira. —No puedes comprar a
nuestra hija —empieza diciendo, solo para que su esposa le dé un codazo
haciéndolo callar. Sin duda, ella entiende mejor la situación; se da cuenta de que
esta conversación podría fácilmente no estar pasando.
Me inclino más cerca de la cámara. —Tony, Gabriela —les digo en voz
baja—, entiendo su preocupación. Sin embargo, en menos de media hora, Nora
será mi esposa, mi responsabilidad. Les puedo asegurar que voy a cuidar de ella y
haré todo lo posible para asegurar su felicidad. No tienen de qué preocuparse.
La mandíbula de Tony se tensa, pero permanece en silencio esta vez. Es
Gabriela la siguiente en hablar: —Nos sentiríamos muy agradecidos si pudiéramos
hablar con ella de forma regular —dice de manera uniforme—. Para asegurarnos
de que es tan feliz como parece hoy en día.
—Por supuesto. —No tengo problemas para hacer esa concesión—. La
ceremonia comienza en unos pocos minutos, por lo que necesitamos preparar un
mejor canal de video para ustedes. Fue un placer conoceros —digo educadamente,
a continuación, cierro el ordenador portátil.
Me giro, veo a Nora mirándome con cierto desconcierto. En el largo vestido
blanco y con su pelo arreglado, se parece a una princesa; supongo que eso me hace
el malvado dragón robándola lejos.
Inexplicablemente divertido por la idea, levanto mi mano y paso mis dedos
por su mejilla suave. —¿Estás lista, mi mascota?
—Sí, creo que sí —murmura, mirándome. Hicieron algo a sus ojos, esas
mujeres que contraté, hicieron que parezcan aún más grandes y más misteriosos.
Su boca se ve más suave y más brillante de lo habitual, totalmente follable. Una
fuerte oleada de lujuria me pilla con la guardia baja, y me obligo a dar un paso
atrás antes de que haga algún sacrilegio en mi propia boda.
—El video se encuentra listo —me informa Lucas, que se acerca a nosotros.
—Gracias, Lucas —le digo. Luego, volviéndose hacia Nora, lo tomo la mano
y la llevo hacia el Padre Díaz.
6
Traducido por Sahara & Sandry
Corregido por Julie

Nora
La ceremonia en sí toma solo unos veinte minutos. Consciente de la cámara
fija en nosotros, sonrío ampliamente y hago mi mejor esfuerzo para parecer una
novia feliz y radiante.
Todavía no entiendo mi propia reticencia. Después de todo, me voy a casar
con el hombre que amo. Cuando pensé que estaba muerto, me quería morir yo
misma, y tomó toda mi fuerza para sobrevivir de un día a otro. No quiero estar con
nadie más que con Julian... sin embargo no me puedo quitar el profundo frío
interior.
Él manejó a mis padres sin problemas, le reconoceré eso. No estoy segura de
lo que estuve esperando, pero no fue la conversación calmada, casi civil que tuvo
lugar. Él estuvo controlado todo el tiempo, su actitud impasible no dejó espacio a
acusaciones ni recriminaciones. Se había disculpado por la boda apresurada, pero
no por secuestrarme, y sé que es porque no siente culpa por eso. En su mente, tiene
derecho a mí. Es tan simple como eso.
Después de un largo discurso en español, el Padre Díaz comienza a hablar.
Entiendo unas palabras, algo sobre cónyuge, amor, protección, y luego oigo la voz
profunda de Julian que responde—: Sí, quiero.
Sigue mi turno. Buscando a Julian, me encuentro con su mirada. Hay una
cálida sonrisa en sus labios, pero sus ojos cuentan una historia diferente. Sus ojos
reflejan el hambre y necesidad, y debajo de todo, un lugar oscuro, la posesividad
que todo lo consume.
—Sí, quiero —digo en voz baja, repitiendo las palabras de Julian. Sí, acepto.
Sí, quiero. Mi español básico es lo suficientemente bueno para traducir eso al
menos.
Su sonrisa se profundiza. Mete la mano en el bolsillo, saca otro anillo: una
banda delgada con diamantes que coinciden con mi anillo de compromiso; luego
lo desliza en mi dedo sin nervios. Después presiona una banda de platino en mi
palma y extiende su mano izquierda hacia mí.
Su palma es casi el doble del tamaño de la mía, sus dedos son largos y
masculinos. Tiene manos fuertes y rugosas con callos. Manos que pueden dar
placer o dolor con la misma facilidad.
Respirando profundo, deslizo el anillo de bodas en el dedo anular izquierdo
de Julian y lo miro de nuevo, solo escuchando a medias mientras el Padre Díaz
concluye la ceremonia. Mirando fijamente las hermosas características de Julian,
todo lo que puedo pensar es que se ha hecho.
El hombre que me secuestró ahora es mi marido.

***

Después de la ceremonia, me despido de mis padres, asegurándoles que voy


a hablar con ellos de nuevo pronto. Mi mamá llora, y mi papá lleva una expresión
fría que por lo general significa que está muy molesto.
—Mamá, papá, les prometo que estaré en contacto —les digo, tratando de
contener mis propias lágrimas—. No voy a desaparecer de nuevo. Todo va a estar
bien. No tienen de qué preocuparse...
—Prometo que les llamará muy pronto —añade Julian, y después de unas
cuantas despedidas llenas de lágrimas, Lucas desconecta la señal del vídeo.
La siguiente media hora se pasa haciendo fotos de la hermosa iglesia. Luego
nos cambiamos de nuevo a nuestra ropa casual y nos dirigimos al aeropuerto.
A esta hora, es de noche y estoy completamente agotada. El estrés de las
últimas dos horas, junto con todo el viaje, me ha dejado casi en estado de coma, así
que cierro los ojos, apoyando la espalda en el asiento de cuero negro del coche que
se abre paso por las oscuras calles de Bogotá. No quiero pensar en nada; solo
quiero dejar mi mente en blanco y relajarme. Trato de hallar una mejor posición,
para no poner demasiado peso en mi trasero aún sensible.
—¿Cansada, cariño? —murmura Julian, poniendo su mano en mi pierna.
Sus dedos me aprietan suavemente, masajeando mi muslo, y me obliga a abrir mis
párpados pesados.
—Un poco —admito, volviéndome hacia él—. No estoy acostumbrada a esto
de volar tanto… o casarme.
Él me sonríe, sus dientes emblanquecen la oscuridad. —Bueno, por suerte
no tendrás que pasar por esta experiencia de nuevo. Me refiero al matrimonio. No
puedo prometer nada sobre el vuelo.
Tal vez me siento muy cansada, pero eso me parece ridículamente divertido
por alguna razón. Una risita escapa de mi garganta, primero una, luego otra, hasta
que me estoy riendo incontrolablemente, casi rodando en el asiento trasero del
coche.
Julian me mira con calma, y cuando mi risa finalmente comienza a calmarse,
él me lleva a su regazo y me besa, reclamando mi boca con un largo beso feroz, que
literalmente me deja sin aliento. En el momento en el que llegamos a la vía aérea,
apenas puedo recordar mi propio nombre, y mucho menos de lo que me estaba
riendo antes.
Los dos estamos jadeando, nuestro aliento se mezcla cuando nos miramos el
uno al otro. Hay hambre en su mirada, pero también algo más: un anhelo casi
violento que es más profundo que la simple lujuria. Una opresión extraña me
aprieta el pecho, y siento como que estoy cayendo aún más, perdiendo aún más de
mí misma. —¿Qué quieres de mí, Julian? —le susurro, levantando la mano para
acunar los duros contornos de su mandíbula—. ¿Que necesitas?
No responde, pero su gran mano cubre la mía, manteniéndola apretada
contra su rostro por unos momentos. Cierra los ojos, como si le absorbiera la
sensación, y cuando los abre, el momento se ha ido.
Bajándome de su regazo, pasa un brazo pesado sobre mis hombros y me
coloca cómodamente contra su costado. —Descansa un poco, mi mascota —
murmura en mi pelo—. Nos queda mucho camino por recorrer antes de llegar a
casa.

***
Me quedé dormida en el avión de nuevo, así que no tengo ni idea de cuánto
tiempo duró el vuelo. Julian me despierta con un sacudón después de aterrizar, y
yo lo sigo, soñolienta por el viaje.
El aire cálido y húmedo me golpea tan pronto como desembarcamos, tan
espeso que se siente como una manta húmeda. Bogotá había sido mucho más
caliente que Chicago, con una temperatura muy alta, pero esto... esto parece como
si entrara en una sauna húmedo. Con mis botas de invierno y un suéter de lana,
me siento como que estoy siendo cocinada viva.
—Bogotá tiene más altitud —dice Julian, como si leyera mi mente—. Aquí
abajo, es tierra caliente debido a escasa elevación.
—¿Dónde estamos? —pregunto, despertando un poco más. Oigo el canto de
los insectos, y el olor en el aire es el de una vegetación frondosa, de los trópicos—.
¿En qué parte del país?
—El sureste —responde, guiándome hacia un SUV esperando al otro lado
de la pista—. Estamos justo en el borde de la selva amazónica.
Alzo la mano para frotarme la esquina del ojo. No sé mucho acerca de la
geografía colombiana, pero eso me suena muy remoto. —¿Estamos cerca de
algunos pueblos o ciudades?
—No —dice—. Esa es la belleza de este lugar, mi mascota. Estamos
completamente aislados y seguros. Nadie nos molestará aquí.
Llegamos al coche, y él me ayuda a entrar. Lucas se nos une un par de
minutos más tarde, luego nos vamos, conduciendo por un camino de tierra a
través de una zona boscosa.
Está muy oscuro, los faros del coche es nuestra única fuente de iluminación,
pero observo con curiosidad, tratando de discernir nuestro destino. Todo lo que
puedo ver, sin embargo, son los árboles y más árboles.
Abandonando el esfuerzo inútil, me decido a ponerme más cómoda. Es más
frío en el coche con el aire acondicionado a tope, pero aún tengo calor, así que me
quito el suéter. Por suerte, estoy usando una camiseta debajo. Cuando el aire frío
golpea mi piel caliente, suspiro de alivio, abanicándome para acelerar el proceso de
enfriamiento.
—Te traje ropa que es más apropiada para el clima —me comenta Julian,
observando mis acciones con una media sonrisa—. Debería haber pensado en
traerlas conmigo, pero estaba más ansioso por recogerte.
—¿Ah, sí? —Lo miro, absurdamente complacida por su comentario.
—Te fui a buscar tan pronto como pude —murmura, con los ojos brillantes
en el interior oscuro del coche—. No pensaste que te dejaría sola por mucho
tiempo, ¿verdad?
—No, no lo creí —le digo en voz baja. Y es la verdad. Si hay una cosa que
siempre he estado segura, es que Julian me quiere. No estoy segura de si me ama,
si es capaz de amar a alguien, pero nunca he dudado de la fuerza de su deseo por
mí. Arriesgó su vida por mí al volver a ese almacén, y sé que él lo haría de nuevo.
Es una certeza y me llena de una sensación peculiar de comodidad.
Cerrando los ojos, me apoyo contra el asiento con otro suspiro. La dicotomía
de mis emociones me hace daño en la cabeza. ¿Cómo puedo estar molesta con
Julian por obligarme a que me case con él y al mismo tiempo estar contenta porque
no podía esperar a que me secuestrara de nuevo? ¿Qué persona cuerda se siente
así?
—Hemos llegado —avisa, interrumpiendo mis reflexiones, y abro los ojos,
dándome cuenta de que el coche se había detenido.
Frente a nosotros, hay una extensa mansión de dos pisos rodeada por varias
estructuras más pequeñas. Luces al aire libre brillantes iluminan toda la vecindad,
y veo céspedes verdes amplios y jardines exuberantes meticulosamente cuidados.
Julian no exageraba cuando dijo que este lugar era una finca.
También puedo ver algunas de las medidas de seguridad, y miro alrededor
con curiosidad mientras Julian me ayuda a salir del coche y me lleva hacia el
edificio principal. En los bordes lejanos de la propiedad, hay torres espaciadas a
unas cuantas docenas de yardas de distancia, con hombres armados visibles en la
parte superior de cada una.
Es casi como si estuviéramos en la cárcel, salvo que estos guardias tienen el
propósito de mantener a la gente mala fuera, no dentro.
—¿Te criaste aquí? —le pregunto al acercarnos a la casa. Es un hermoso
edificio blanco con columnas señoriales en la parte delantera. Me recuerda un poco
a la plantación de Scarlett O'Hara de “Lo que el viento se llevó”.
—Sí. —Me lanza una mirada de soslayo—. Pasé la mayor parte del tiempo
aquí hasta que tuve siete u ocho. Después de eso, estaba por lo general en las
ciudades con mi padre, ayudándole con el negocio.
Después de subir los escalones del pórtico, Julian se detiene en la puerta y se
inclina para levantarme en sus brazos. Antes de que pueda decir nada, me lleva
por encima del umbral, colocándome de pie una vez que estamos dentro. —No hay
razón por la que no sigamos esta pequeña tradición —murmura con una sonrisa
maliciosa, manteniendo su control sobre mis costados mientras me mira.
Mis labios se contraen en una sonrisa. Nunca puedo resistirme cuando
Julian se pone tan juguetón. —Ah, sí, se me olvidaba que hoy eres el señor
tradicional —bromeo, a propósito tratando de no pensar en la naturaleza forzada
de nuestro matrimonio. Es importante para mi salud mental mantener los buenos
tiempos separados de los malos, vivir en el momento tanto como me sea posible—.
Y yo que pensaba que querías recogerme.
—Quería —admite, ampliando la sonrisa—. Es la primera vez que mis
inclinaciones y tradiciones han coincidido, y sin embargo, ¿por qué no “seguimos
con la tradición”?
—Me apunto —digo en voz baja, mirándolo. En este momento, mi mente
está firmemente en el campo de “buenos tiempos”, y con mucho gusto estoy de
acuerdo con todo lo que él quiera, con hacer lo que quiera.
—¿Señor Esguerra? —nos interrumpe una voz femenina incierta, y me giro
para ver a una mujer de mediana edad de pie allí. Lleva un vestido de manga corta
negro, con un delantal blanco envuelto alrededor de su cuerpo redondeado—.
Todo está listo, tal como lo solicitó —dice con acento inglés, mirándonos con
curiosidad apenas contenida—. ¿Debo servirles la cena?
—No, gracias, Ana —responde él, con la mano apoyada de forma posesiva
en mi cadera—. Solo trae una bandeja con unos bocadillos a nuestra habitación,
por favor. Nora está cansada de nuestros viajes. —Luego me mira—. Nora, esta es
Ana, nuestra ama de llaves. Ana, esta es Nora, mi esposa.
Los ojos marrones de Ana se ensanchan. Al parecer la información de
“esposa” es tanto un shock para ella como lo había sido para mí. Se recupera
rápidamente. —Es un gran placer conocerla, señora —dice, dándome una amplia
sonrisa—. Bienvenida.
—Gracias, Ana. También es un placer conocerte. —Sonrío, ignorando el
dolor agudo apretando mi pecho. Esta ama de casa no se parece en nada a Beth,
pero no puedo dejar de pensar en la mujer que se había convertido en mi amiga, y
en su cruel muerte sin sentido.
No, no vayas allí, Nora. Lo último que necesito es despertar gritando de otra
pesadilla.
—Por favor, asegúrate de que esta noche no nos molestan —instruye Julian
a Ana—, a menos que sea algo urgente.
—Sí, señor —murmura, y desaparece por las amplias puertas dobles que
conducen fuera de la zona de la entrada.
—Ana es una de los empleados aquí —explica Julian mientras me guía hacia
una amplia escalera curva—. Ella ha estado con mi familia en una forma u otra
durante la mayor parte de su vida.
—Es muy bonita —digo, estudiando mi nuevo hogar mientras caminamos
por las escaleras. Nunca he estado en el interior de una residencia tan lujosa, y
apenas puedo creer que vaya a estar viviendo aquí. La decoración es una elegante
mezcla de encanto tradicional y de elegancia moderna, con relucientes suelos de
madera y arte abstracto en las paredes. Sospecho que los marcos dorados de fotos
son más caros que cualquier cosa que he tenido en mi apartamento estudio—.
¿Cuánta gente hay en el personal?
—Hay dos que siempre cuidan de la casa —responde—. Ana, a quien acabas
de conocer, y Rosa, que es la criada. Es probable que la conozcas mañana. También
hay varios jardineros, operarios, y otros que supervisan la propiedad en su
conjunto. —Haciendo una pausa en frente de una de las puertas de arriba, la abre
para mí—. Aquí estamos. Nuestro dormitorio.
Nuestro dormitorio. Eso suena muy doméstico. En la isla, tenía mi propia
habitación, y aunque Julian dormía conmigo la mayoría de las noches, aún sentía
que era mi espacio privado, algo que aparentemente no tendría aquí.
Al entrar, examino con cautela el dormitorio.
Al igual que el resto de la casa, tiene un ambiente opulento, pasado de
moda, a pesar de varios toques modernos. Hay una alfombra azul gruesa en el
suelo, y una cama enorme con dosel en el centro. Todo en tonos de azul y crema,
con un poco de oro y bronce mezclados. Las cortinas que cubren las ventanas son
gruesas y pesadas, como en un hotel de lujo, y hay unos cuantos cuadros
abstractos en las paredes.
Es hermoso e intimidante, como el hombre que ahora es mi marido.
—¿Por qué no tomamos un baño? —dice Julian en voz baja, dando un paso
detrás de mí. Sus poderosos brazos se envuelven a mi alrededor, sus dedos llegan
a mi hebilla del cinturón—. Creo que a los dos nos vendría bien uno.
—Claro, eso suena bien —gimo, dejando que me desnude. Me hace sentir
como una muñeca, o tal vez una princesa, dado nuestro entorno. Mientras Julian
tira de mi camisa y me baja los pantalones vaqueros, sus manos me acarician la
piel desnuda, causando un hormigueo de calor ondulándose hasta mi núcleo.
Nuestra noche de bodas. Es nuestra noche de bodas. Mi respiración se acelera a
partir de una combinación de excitación y nervios. No sé lo que Julian tiene
reservado para mí, pero la cresta dura presionando contra mi espalda baja no deja
ninguna duda de que él tiene la intención de follarme de nuevo.
Cuando estoy completamente desnuda, me dirijo hacia él y veo como se
quita la ropa; sus músculos bien definidos lucen brillantes bajo la suave luz que
viene del empotrado en el techo. Su cuerpo es ligeramente más delgado que antes,
y hay una nueva cicatriz cerca de su caja torácica. Aun así, es el hombre más
sorprendente que he visto. Ya se encuentra erecto por completo, su grueso y largo
pene sobresale hacia mí, y trago saliva, mi sexo tensándose ante la vista. Al mismo
tiempo, soy consciente de un dolor leve en el interior y la continuada ternura de mi
trasero magullado.
Lo deseo, pero no sé si puedo soportar más dolor por hoy.
—Julian… —Dudo, sin saber cómo decirlo mejor—. ¿Hay alguna manera…?
¿Podemos…?
Da un paso hacia mí, enmarcando mi cara con sus grandes manos. Sus ojos
brillan intensamente al mirarme. —Sí —susurra, entendiendo mí pregunta no
formulada—. Sí, nena, podemos. Te daré la noche de bodas de tus sueños.
7
Traducido por Nickie
Corregido por Annie D

Julian
Agachándome, engancho el brazo debajo de sus rodillas y la levanto. Casi
no pesa nada, su cuerpo pequeño se siente increíblemente ligero en tanto la llevo al
baño, donde Ana preparó el jacuzzi para nosotros.
Mi esposa. Nora es mi esposa. La feroz satisfacción que siento ante el
pensamiento no tiene sentido, pero no me preocupo por eso. Es mía y es todo lo
que importa. La follaré y consentiré, y ella satisfará todas mis necesidades, no
importa cuán oscuras y retorcidas sean. Me dará todo de ella y lo tomaré.
Tomaré todo y luego exigiré más.
Sin embargo, esta noche le daré lo que quiere. Seré dulce y suave, tan tierno
como cualquier marido con su nueva esposa. El sádico dentro de mí está inactivo
por ahora, satisfecho. Habrá un montón de tiempo después para castigarla por su
renuencia en la iglesia. En este momento, no tengo ningún deseo de lastimarla,
solo quiero sostenerla, acariciar su piel sedosa y sentirla temblar de placer en mis
brazos. Mi pene está duro, palpitando de necesidad, pero el hambre es diferente,
más controlado.
Al llegar al enorme jacuzzi redondo, me meto y nos sumerjo en el agua
burbujeante, sentándome con Nora cómodamente instalada en mi regazo. Ella deja
salir un suspiro dichoso y se relaja contra mí, cerrando sus ojos y apoyando la
cabeza en mi hombro. Su cabello brilloso hace cosquillas en mi piel, los largos
mechones flotan en el agua. Me muevo ligeramente, dejando que los fuertes
chorros golpeen mi espalda, y siento mi tensión drenarse gradualmente a pesar de
mi persistente excitación.
Durante un par de minutos, estoy conforme con solo sentarme ahí
sosteniéndola, acunada entre mis brazos. Pese al sofocante calor del exterior, la
temperatura dentro de la casa es fresca, y el agua caliente se siente bien contra mi
piel. Reconfortante. Me imagino que también es así para Nora, aliviando el dolor
de los moretones que le ocasioné más temprano.
Alzando la mano, le acaricio la espalda con pereza, maravillándome por la
suavidad de su piel dorada. Mi pene se sacude clamando por más, pero esta vez no
tengo ninguna prisa. Quiero prolongar este momento, intensificar la anticipación
para ambos.
—Esto es agradable —murmura luego de un tiempo, levantando la cabeza
para mirarme. Sus mejillas están sonrojadas por el calor del agua y los párpados
están ligeramente caídos, haciéndola parecer como si ya hubiera sido
completamente follada—. Me gustaría poder tomar un baño como este todos los
días.
—Puedes —digo suavemente, bajándola de mi regazo para que esté frente a
mí, y estiro la mano debajo del agua para agarrar su pie derecho—. Puedes hacer lo
que quieras aquí. Es tu casa ahora.
Aplicando una ligera presión en la planta de su pie, comienzo a masajearlo
de la forma en que le gusta, disfrutando de los tranquilos gemidos que se escapan
de sus labios ante mi toque. Sus pies son pequeños y bonitos, como el resto de ella.
Incluso sexys con el esmalte rosa en sus dedos delgados. Sucumbiendo ante la
repentina urgencia, llevo su pie a mi boca y lo chupo ligeramente, pasando la
lengua por cada dedo. Jadea, mirándome y puedo oír su respiración entrecortarse,
ver sus ojos oscurecerse con el deseo. La excita, me doy cuenta, y el conocimiento
hace que mi pene se endurezca aún más.
Sosteniendo su mirada, agarro el otro pie y le doy el mismo tratamiento. Sus
dedos se curvan al toque de mi lengua y su respiración se vuelve inestable, su
propia lengua sale para humedecerse los labios. El dolor en mi ingle se intensifica,
suelto su pie y deslizo lentamente la mano por el interior de su pierna, sintiendo
sus músculos agitándose con tensión mientras que me acerco a su sexo. Mis dedos
rozan su coño, separando los suaves pliegues. Luego empujo la punta de mi dedo
del medio dentro de su pequeña entrada usando el pulgar para presionar su
clítoris al mismo tiempo.
En el interior, ella está extremadamente caliente y resbaladiza, sus paredes
interiores me agarran el dedo tan fuerte que mi pene salta en respuesta. Suelta un
suave gemido, levantando las caderas hacia mí, y mi dedo se desliza más profundo
dentro de ella, provocando que un grito ahogado salga de su garganta. Se mueve
reflexivamente, como si tratara de alejarse pero envuelvo mi mano libre en su
brazo y la atraigo hacia mí, apoyándola contra mi costado. —No luches contra eso,
nena —murmuro, manteniéndola inmóvil mientras comienzo a follarla con el
dedo, el pulgar todavía aplicando presión rítmica contra su clítoris—. Permítete
sentir… Sí, eso es...
Su cabeza cae hacia atrás y cierra los ojos, una expresión de intenso éxtasis
aparece en su rostro cuando suelta otro gemido.
Hermosa. Es tan malditamente hermosa. No puedo apartar la mirada,
absorbiendo la imagen de ella deshaciéndose en mis brazos. Su delgado cuerpo se
arquea y tensa, luego grita cuando su carne estruja mi dedo por la liberación, y el
apretón hace que mi pene palpite por la necesidad agonizante.
No puedo soportar esto mucho más. Retirando el dedo, deslizo las manos
debajo de su cuerpo y la levanto cuando me pongo de pie. Abre los ojos y pone los
brazos alrededor de mi cuello, mirándome atentamente mientras salgo del jacuzzi
y comienzo a llevarla devuelta a la habitación. Ambos estamos goteando por el
agua, pero no puedo soportar detenerme ni por un momento. Me importa una
mierda si nuestras sábanas se mojan; me importa un bledo todo excepto ella.
Al llegar a la cama, la suelto, mis manos tiemblan ante el violento deseo. En
cualquier otra noche, ya estaría dentro de ella, golpeando su apretado y pequeño
coño hasta explotar pero hoy no. Esta noche es para ella. Hoy le daré lo que pidió;
una noche de bodas con un amante, no un monstruo.
Ella me observa, sus oscuros ojos adormecidos por el deseo mientras me
subo a la cama entre sus piernas y me inclino sobre su suave y tierna carne.
Ignorando mi dolorido pene, comienzo con besitos en el interior de sus muslos,
luego me muevo hacia arriba hasta que alcanzo mi meta: su apertura mojada,
rosada e hinchada por su anterior orgasmo.
Separando sus pliegues con los dedos, lamo el área justo alrededor del
clítoris, probando su esencia, luego meto la lengua, penetrándola tan
profundamente como puedo. Ella tiembla, sus manos hallan el camino hacia mi
cabeza, y siento sus uñas clavándose en mi cráneo. Uno de los dedos roza mi
cicatriz, enviando un rayo de dolor a través de mí pero lo ignoro también,
enfocándome solo en complacerla, en hacerla venirse. Me deleito con cada gota de
humedad que extraigo de su cuerpo, cada suspiro y gemido que escapa de sus
labios cuando mi lengua trabaja sobre el manojo de nervios en la cima de su sexo.
Comienza a temblar, sus muslos vibran con la tensión, y pruebo un chorro de
dulce y picante humedad cuando se viene con un grito indefenso, levantando sus
caderas de la cama y moliendo su coño contra mi lengua.
Cuando por fin se relaja, respirando pesadamente por su liberación, me
arrastro sobre ella y beso el delicado lóbulo de su oreja. Aún no he terminado con
ella, ni de lejos.
—Eres tan dulce —susurro, sintiéndola temblar ante el calor de mi aliento.
Mi pene palpita más fuerte en respuesta, mis bolas listas para reventar, y las
siguientes palabras salen suaves y ásperas, casi guturales—: Tan dulce… quiero
follarte desesperadamente, pero no lo haré... —Toco con la legua la parte de atrás
de su lóbulo, provocando que sujete las manos convulsivamente de mis costados—
. No hasta que te vengas para mí otra vez. ¿Crees que puedes hacerlo, nena?
—Yo… no lo creo… —jadea, retorciéndose en mis brazos mientras mi boca
se mueve hacia la suave columna de su garganta, dejando un rastro húmedo y
caliente sobre su piel.
—Oh, creo que puedes —murmuro, mi mano derecha se desliza por su
cuerpo para sentir su coño empapado. Mientras mis labios pasan por sus hombros
y por lo alto del pecho, masajeo su clítoris hinchado con los dedos, y comienza a
jadear otra vez, con la respiración errática cuando mi boca se acerca a sus pechos.
Sus pezones rosados se encuentran duros, prácticamente rogando por mi toque, y
cierro los labios sobre una parte tensa, succionándola con fuerza. Ella suelta un
sonido que está a medio camino entre un gemido y un lloriqueo, y pongo mi
atención en el otro pezón, chupándolo hasta que está temblando debajo de mí, la
humedad de su coño inundándome la mano. Sin embargo, antes de que pueda
correrse, me deslizo por su cuerpo y la saboreo de nuevo, empujando mi lengua en
su interior mientras las contracciones comienzan otra vez.
La lamo hasta que su orgasmo termina completamente, luego me muevo
sobre ella nuevamente, apoyándome en el codo derecho. Usando la mano
izquierda, agarro su barbilla, obligándola a mirarme. Sus ojos lucen desenfocados,
nublados por las secuelas de su placer, y bajo la cabeza, reclamando su boca con un
profundo y meticuloso beso. Sé que puede probarse en mis labios, y la idea me
excita, haciendo saltar mi pulso. Al mismo tiempo, sus brazos se enroscan en mi
cuello, abrazándome, y siento sus senos empujando contra mi pecho, los pezones
como piedritas duras.
Santísima mierda. Tengo que tenerla. Ya.
Luchando con mi auto control, continúo besándola mientras uso las rodillas
para abrir sus muslos. Presionando la cabeza de mi pene contra su entrada, deslizo
la mano izquierda en su cabello para acunar la parte trasera de su cráneo.
Entonces comienzo a empujar dentro de su cuerpo.
Ella es pequeña en el interior también, su coño es más apretado que
cualquiera que he conocido. Puedo sentir su carne mojada envolviéndome poco a
poco, estirándose para mí, y mi columna vertebral se estremece, las bolas se
aprietan contra mi cuerpo. Ni siquiera me encuentro totalmente dentro de ella y
estoy a punto de explotar por el mortífero placer. Lento, me recuerdo a mí mismo
con dureza. Ve lento.
Ella arranca la boca de la mía, su respiración sale en suaves jadeos contra mi
oído. —Te deseo —susurra, elevando las piernas para agarrarme las caderas. El
movimiento me lleva más profundo, haciéndome gemir con necesidad
desesperada—. Por favor, Julian...
Sus palabras destruyen cualquier pizca de control que aún poseo. Al demonio
con ir lento. Un gruñido bajo vibra en lo profundo de mi pecho y mi mano hace un
puño en su cabello cuando comienzo a empujar dentro de ella, salvaje y
despiadadamente. Grita y los brazos se aprietan alrededor de mi cuello, su cuerpo
recibe con entusiasmo mi implacable asalto.
Mi mente explota con las sensaciones, con un éxtasis abrumador. Esto, justo
aquí, es lo que quiero, lo que necesito. El motivo por el que nunca la dejaré ir.
Nuestros cuerpos van al límite en la cama, las sábanas mojadas se enriendan
alrededor de nuestras extremidades mientras me pierdo en ella, en los sonidos y
olores del sexo caliente y sin restricciones. Nora es como fuego líquido en mis
brazos, con su delgado cuerpo arqueado contra mí, las piernas enroscadas en mis
muslos. Cada embestida me conduce más adentro de ella hasta que siento que
estamos fusionados, unidos el uno con el otro.
Ella llega a la cima primero, su coño apretándome aún más. Oigo su grito
estrangulado cuando me muerde el hombro por la agonía de su orgasmo y luego
estoy ahí, temblando sobre ella mientras mi semilla se dispara en continuos
chorros calientes.
Respirando con dificultad, me tumbo sobre ella, ya que los brazos no
pueden soportar mi peso. Cada musculo de mi cuerpo se sacude por la fuerza de
mi liberación, y estoy cubierto de un fino velo de sudor. Después de unos minutos,
reúno la fuerza para rodar sobre la espalda, llevándola para que repose sobre mí.
No debería ser tan intenso de nuevo, no luego de la forma en que follamos
más temprano, pero lo soy. Siempre lo soy. Nunca hay un momento en el que no la
quiero, o cuando no pienso en ella. Si alguna vez la pierdo…
No. Me niego a pensar en eso. No va a suceder. No lo permitiré.
Haré lo que sea necesario para mantenerla a salvo.
A salvo de todos, excepto de mí.
8
Traducido por Madhatter
Corregido por Julie

Nora
Cuando despierto por la mañana, Julian ya se ha ido.
Saliendo de la cama, me dirijo directamente hacia la ducha, sintiéndome
sucia y pegajosa después de anoche. Los dos nos quedamos dormidos después del
sexo, demasiado cansados para molestarnos en lavarnos o en cambiar las sábanas
húmedas. Entonces, justo antes del amanecer, Julian me despertó deslizándose en
mi interior otra vez, sus dedos expertos llevándome al orgasmo antes de que me
encontrara completamente despierta. Es como si no pudiera tener suficiente de mí
después de nuestra larga separación, y su ya fuerte libido va a toda marcha.
Por supuesto, yo tampoco puedo tener suficiente de él.
Una sonrisa curva mis labios al tiempo que recuerdo la pasión ardiente de la
noche anterior. Julian me prometió la noche de bodas de mis sueños, y ciertamente
la entregó. Ni siquiera sé cuántos orgasmos he tenido en las últimas veinticuatro
horas. Por supuesto, ahora me siento aún más adolorida, mi interior rasgado de
tanto follar.
Aun así, me encuentro inmensamente mejor, tanto física como mentalmente.
Los moretones en mis muslos están menos sensibles al tacto, y ya no me siento tan
abrumada. Incluso la idea de encontrarme casada con Julian no parece tan
aterradora a la luz de la mañana. Nada ha cambiado realmente, excepto que ahora
hay un trozo de papel que nos une, dejando que el mundo sepa que le pertenezco.
Captor, amante o marido, todo es lo mismo; la etiqueta no altera la realidad de
nuestra relación disfuncional.
Dando un paso bajo el chorro de la ducha, inclino mi cabeza hacia atrás,
dejando que el agua caliente fluya sobre mi rostro. La ducha es tan lujosa como el
resto de la casa, el espacio circular lo suficientemente grande como para dar cabida
a diez personas. Me lavo y froto cada centímetro de mi cuerpo hasta que empiezo a
sentirme humana de nuevo. Luego vuelvo a la habitación para vestirme.
Hallo un enorme armario en el fondo de la habitación, lleno mayormente
con ropa de verano clara. Recordando el calor sofocante del exterior, selecciono un
sencillo vestido de verano azul, a continuación, deslizo mis pies en un par de
sandalias marrones. No es el atuendo más sofisticado, pero servirá.
Estoy lista para explorar mi nuevo hogar.

***

La finca es enorme, mucho más grande de lo que ayer pensaba. Además de


la casa principal, también hay cuarteles para los más de doscientos guardias que
patrullan el perímetro, y un número de casas ocupadas por otros empleados y sus
familias. Es casi como una pequeña ciudad, o tal vez algún tipo de recinto militar.
Aprendo todo esto de Ana durante el desayuno. Aparentemente Julian dejó
instrucciones de que fuera alimentada y que me mostraran los alrededores cuando
despertara. El propio Julian está ocupado con trabajo, como de costumbre.
—El señor Esguerra tiene una reunión importante —explica Ana, y me sirve
un plato que llama Migas de Arepas, huevos revueltos hechos con trozos de tortas
de maíz y una salsa de tomate con cebolla—. Me pidió que hoy cuidara de usted,
así que por favor, hágame saber si necesita algo. Después del desayuno, puedo
hacer que Rosa le dé un recorrido si desea.
—Gracias, Ana —digo, escarbando en mi comida. Es increíblemente
deliciosa, la dulzura de las arepas complementando el sabor picante de los
huevos—. Un recorrido sería genial.
Charlamos un poco mientras acabo mi comida. Además de aprender sobre
la finca, me entero de que Ana ha vivido en esta casa la mayor parte de su vida,
después de haber empezado como una criada joven trabajando para el padre de
Julian. —Así es como aprendí inglés —dice, sirviéndome una taza de chocolate
caliente espumosa—. La señora Esguerra era estadounidense, al igual que usted, y
ella no hablaba nada de español.
Asiento, recordando a Julian contándome sobre su madre. Ella fue una
modelo de la ciudad de Nueva York antes de casarse con el padre de Julian. —
Entonces ¿lo conociste cuando era niño? —pregunto, bebiendo la bebida rica y
caliente. Como los huevos; están excepcionalmente sabroso, con notas de clavo de
olor, canela y vainilla.
—Así es. —Se detiene allí, como si tuviera miedo de decir demasiado. Le
doy una sonrisa alentadora, con la esperanza de impulsarla a que me diga más,
pero en lugar de eso empieza a retirar los platos, indicándome el final de la
conversación.
Suspirando, termino mi chocolate caliente y me levanto. Quiero aprender
más acerca de mi marido, pero tengo la sensación de que Ana puede que mantenga
la boca cerrada sobre este tema como Beth.
Beth. El dolor familiar se dispara a través de mí otra vez, trayendo consigo
una furia ardiente. Los recuerdos de su violenta muerte nunca se encuentran lejos
de mi mente, amenazando con ahogarme en odio si se los permito. Cuando Julian
me habló por primera vez de lo que les hizo a los atacantes de María, había estado
horrorizada… pero ahora lo entiendo. Me gustaría, de alguna forma, poder colocar
mis manos encima del terrorista que mató a Beth, hacerle pagar por lo que le hizo.
Ni el conocimiento de que se encuentra muerto apacigua mi ira; siempre está ahí,
comiéndome, envenenándome desde adentro.
—Señora, ella es Rosa —dice Ana, y me giro hacia la entrada del comedor
para ver a una joven mujer de cabello oscuro de pie allí. Parece ser de mi edad, con
una cara redonda y una sonrisa brillante. Como Ana, lleva puesto un vestido negro
de mangas cortas con un delantal blanco—. Rosa, ella es la nueva esposa del señor
Esguerra, Nora.
La sonrisa de Rosa brilla aún más. —Oh, hola, señora Esguerra, es un placer
conocerla. —Su inglés es incluso mejor que el de Ana, su acento apenas es
perceptible.
—Gracias, Rosa —respondo, tomándole un aprecio inmediato a la chica—.
También es muy agradable conocerte. Y, por favor, llámame Nora. —Miro al ama
de llaves—. Tú también, por favor, Ana, si no te importa. No estoy acostumbrada a
lo de “señora”. —Y es verdad. Es extraño escuchar que se dirigen a mí como
señora Esguerra. ¿Esto significa que el apellido de Julian ahora es mío? Todavía no
hemos hablado de esto, pero sospecho que él querrá seguir la tradición, también en
este caso.
Nora Esguerra. Mi corazón late más rápido ante la idea, trayendo algunos
miedos irracionales del ayer. Por diecinueve años y medio, he sido Nora Leston. Es
un nombre al que estoy acostumbrada, con el que me siento cómoda. La idea de
cambiarlo me inquieta profundamente, como si estuviera perdiendo otra parte de
mí misma. Como si Julian se encontrara despojándome de todo lo que solía ser,
transformándome en alguien que apenas reconozco.
—Por supuesto —dice Ana, interrumpiendo mis pensamientos ansiosos—.
Estamos encantadas de decirle como desee. —Rosa asiente enérgicamente
encontrándose de acuerdo, sonriéndome, y tomo algunas respiraciones profundas
para calmar mis latidos acelerados.
—Gracias. —Me las arreglo para darles una sonrisa—. Lo aprecio.
—¿Te gustaría ver la casa antes de salir? —pregunta Rosa, alisándose el
delantal con sus palmas—. ¿O prefieres empezar al aire libre?
—Podemos empezar en el interior, si les parece bien —digo. Luego le doy
gracias a Ana por el desayuno, y comenzamos el recorrido.
Rosa me muestra primero el piso de abajo. Hay más de una docena de
habitaciones, incluyendo una gran biblioteca equipada con una variedad de libros,
un cine en casa con una televisión del tamaño de la pared, y un gimnasio de
tamaño considerable lleno de equipos de ejercicio de alta gama. También estoy
encantada de descubrir que Julian recordó mi pasatiempo de pintar; una de las
habitaciones se encuentra establecida como un estudio de arte, con lienzos en
blanco alineados delante de un gran ventanal orientado al sur. —El señor Esguerra
hizo colocar todo esto un par de semanas antes de venir —me cuenta, llevándome
de habitación en habitación—. Así que todo es nuevo.
Parpadeo, sorprendida al escuchar eso. Asumí que el estudio de arte era
nuevo, ya que Julian no está interesado en la pintura, pero no me di cuenta de que
había hecho de nuevo toda la casa. —No colocó también una piscina ¿verdad? —
bromeo mientras caminamos por el pasillo.
—No, la piscina ya estaba allí —dice con absoluta seriedad—. Pero sí la
renovó. —Y dirigiéndome hacia la parte de atrás de un pórtico filtrado, me
muestra una piscina de tamaño olímpico, rodeada de vegetación tropical. Además
de la piscina en sí, hay sillones que parecen muy cómodos, enormes sombrillas que
proporcionan sombra del sol, y varias mesas al aire libre con sillas.
—Qué lindo —murmuro, sintiendo el aire caliente y húmedo contra mi piel.
Tengo la sensación de que la piscina será muy útil con este clima.
Regresando al interior, nos dirigimos hacia arriba. Además de la habitación
principal, hay una serie de habitaciones, cada una más grande que todo mi
departamento allá en casa. —¿Por qué la casa es tan grande? —le pregunto
después de que vemos todas las habitaciones lujosamente decoradas—. Solo hay
un par de personas viviendo aquí, ¿verdad?
—Sí, eso es cierto —me confirma—. Pero esta casa fue construida por el
señor Esguerra mayor, y por lo que entiendo, se entretuvo mucho aquí. Con
frecuencia invitaba a sus socios de negocios.
—¿Cómo llegaste a trabajar aquí? —Le doy a Rosa una mirada de
curiosidad a medida que avanzamos por la escalera curva—. ¿Y a aprender a
hablar inglés tan bien?
—Oh, nací aquí, en la finca Esguerra —dice alegremente—. Mi padre fue
uno de los guardias del señor mayor, y mi madre y mi hermano mayor también
trabajaron para él. La esposa del señor, que como verás era estadounidense, me
enseñó inglés cuando yo era niña. Creo que quizás aquí estaba un poco aburrida,
así que le dio lecciones a todo el personal de la casa y a cualquier otra persona que
quisiera aprender el idioma. Luego insistió en que solamente se hablara inglés en
la casa, incluso entre nosotros mismos, para que pudiéramos practicar.
—Ya veo. —Rosa parece más parlanchina que Ana, así que le hago la misma
pregunta que antes le planteé al ama de llaves—. Si creciste aquí, ¿conociste a
Julian en ese entonces?
—No, no realmente. —Me mira al tiempo que salimos de la casa hacia el
pórtico delantero—. Yo era muy joven, apenas tenía cuatro años cuando tu marido
abandonó el país, así que no recuerdo mucho de cuando era niño. Hasta hace un
par de semanas, lo vi por aquí solo por un corto tiempo después de… —Traga
saliva, mirando hacia el suelo—. Después de que todo eso sucediera.
—¿Después de la muerte de sus padres? —pregunto en voz baja. Recuerdo
que Julian me contó que sus padres fueron asesinados, pero nunca me explicó
cómo había sucedido. Solamente me dijo que fue uno de los rivales de su padre.
—Sí —dice sombríamente, ya sin su brillante sonrisa a la vista—. Pocos años
después de que Julian se fuera, uno de los cárteles de la Costa Norte trató de tomar
el mando de la organización Esguerra. Atacaron muchas de sus operaciones clave e
incluso llegaron hasta aquí, a la finca. Mucha gente murió ese día. Mi padre y mi
hermano, también.
Me detengo en seco, mirándola fijamente. —Oh Dios, Rosa, lo lamento… —
Me siento terrible por haber sacado un tema tan doloroso. Por alguna razón, no se
me ocurrió que la gente de aquí podría haberse visto afectada por los mismos
hechos que habían formado a Julian—. Lo siento mucho…
—Está bien —dice, su expresión todavía tensa—. Sucedió hace casi doce
años.
—Entonces debiste haber sido muy joven —le digo en voz baja—. ¿Ahora
cuántos años tienes?
—Veintiuno —responde a medida que empezamos a bajar por las escaleras
del pórtico. Luego me lanza una mirada de curiosidad, algo de su pesimismo
desvaneciéndose—. ¿Y tú, Nora, si no te importa que pregunte? También pareces
joven.
Le sonrío. —Diecinueve. Veinte dentro de unos meses. —Me alegro de que
se sienta lo bastante cómoda conmigo para hacerme preguntas personales. Aquí no
quiero ser la “señora”, no quiero ser tratada como una señora de la casa.
Sonríe en respuesta, su antiguo entusiasmo por la vida al parecer fue
restaurado. —Eso pensé —dice con evidente satisfacción—. Ana creyó que eras
más joven, incluso cuando te vio ayer por la noche, pero casi tiene cincuenta y
todos los de nuestra edad se ven como bebés para ella. Mi conjetura de esta
mañana era que tenías veinte años, y fue certera.
Me río, encantada por su franqueza. —De hecho, así es.
Durante el resto del recorrido, Rosa me acribilla con preguntas sobre mí y
mi vida en los Estados Unidos. Al parecer se encuentra fascinada con dicho país,
después de haber visto una serie de películas estadounidenses en un esfuerzo por
mejorar su inglés. —Espero ir allí algún día —dice con nostalgia—. Ver la ciudad
de Nueva York, entrar en el Times Square entre todas las luces brillantes…
—Deberías ir —le digo—. Solamente visité Nueva York una vez, y fue
genial. Hay un montón de cosas para hacer como turista.
Mientras hablamos, me muestra los alrededores de la finca, señalándome los
cuarteles de los guardias que Ana ya mencionó, y el área de entrenamiento de los
hombres en el lado lejano del complejo. Ese área consiste en un gimnasio cubierto
de lucha, un campo de tiro al aire libre, y lo que parece ser una carrera de
obstáculos en un campo grande, cubierto de hierba. —A los guardias les gusta
mantenerse en plena forma —explica cuando pasamos por un grupo de hombres
de rostro duro practicando algún tipo de artes marciales—. La mayoría son ex
militares, y todos son muy buenos en lo que hacen.
—Julian entrena con ellos, ¿verdad? —le pregunto, mirando con fascinación
cómo un hombre golpea a su oponente con una poderosa patada en la cabeza. Sé
un poco de auto-defensa de las lecciones que tomé allá en casa, pero eso es cosa de
niños comparado con esto.
—Oh, sí. —El tono de Rosa es algo reverencial—. He visto al señor Esguerra
en el campo, y es tan bueno como cualquiera de sus hombres.
—Sí, estoy segura —digo, recordando a Julian rescatándome del almacén. Se
había encontrado por completo en su elemento, llegando por la noche como algún
ángel de la muerte. Por un momento, los recuerdos oscuros amenazan con
inundarme de nuevo, pero los empujo lejos, decidida a no vivir en el pasado.
Alejándome de los combatientes, le pregunto—: ¿De casualidad sabes en dónde se
encuentra hoy? Ana dijo que está en una reunión.
Se encoge de hombros en respuesta. —Es probable que se encuentre en su
oficina, en ese edificio de allí. —Señala a una pequeña estructura de aspecto
moderno, cerca de la casa principal—. También lo remodeló, y ha estado pasando
mucho tiempo allí desde que regresó. Vi a Lucas, a Peter, y a algunos otros yendo
hasta allí esta mañana, así que supongo que Julian se encuentra reunido con ellos.
—¿Quién es Peter? —pregunto. Ya conozco a Lucas, pero estoy oyendo el
nombre de Peter por primera vez.
—Es uno de los empleados del señor Esguerra —responde mientras
caminamos hacia la casa—. Vino aquí hace un par de semanas para supervisar
algunas de las medidas de seguridad.
—Oh, ya veo.
Para el momento en que llegamos a la casa, mi ropa se está pegando a mi
piel por la humedad extrema. Es un alivio encontrarme de regreso en el interior, en
donde el aire acondicionado mantiene la temperatura linda y fresca. —Eso es la
Amazonía para ti —dice Rosa, sonriendo mientras me bebo de golpe un vaso de
agua fría que agarro de la cocina—. Nos encontramos justo al lado de la selva
tropical, y siempre es como un baño de vapor al exterior.
—Sí, no bromeas —murmuro, sintiendo una extrema necesidad de otra
ducha. También hacía calor en la isla, pero la brisa que venía del mar lo había
hecho tolerable, incluso agradable. Aquí, sin embargo, el calor es casi asfixiante, el
aire es estático y pesado por la humedad.
Colocando el vaso vacío sobre la mesa, me vuelvo hacia Rosa. —Creo que
podría usar esa piscina que me mostraste —digo, decidiendo tomar ventaja de los
servicios—. ¿Te gustaría acompañarme?
Los ojos de Rosa se agrandan. Claramente se encuentra sorprendida por mi
invitación. —Oh, me encantaría —dice con sinceridad—, pero tengo que ayudar a
Ana a preparar el almuerzo y luego limpiar los dormitorios en la planta alta…
—Por supuesto. —Me siento ligeramente avergonzada porque, por un
momento, olvidé que ella no está aquí solamente para hacerme compañía, tiene
deberes reales y responsabilidades en la casa—. Bueno, en ese caso, gracias por el
recorrido. Lo aprecio.
Me sonríe. —Ha sido un placer, estaré feliz de hacerlo en cualquier
momento.
Y mientras ella se mantiene ocupada en la cocina, me dirijo hacia las
escaleras para cambiarme y colocarme un traje de baño.
9
Traducido por Mary Warner
Corregido por Sandry

Julian
Encuentro a Nora en la piscina, leyendo un libro debajo de una de las
sombrillas. Tiene sus esbeltas piernas cruzadas por los tobillos, y lleva un bañador
sin tirantes blanco, su piel dorada brilla con gotitas de agua. Debe haber nadado
recientemente.
Al escuchar mis pasos, se incorpora y coloca su libro en la mesa.
—Hola —dice suavemente cuando me acerco a su sillón. Sus gafas de sol
son demasiado grandes para su rostro, haciéndola parecerse a una libélula, y hago
una nota mental para comprarle un par que le quede mejor en nuestro próximo
viaje a Bogotá.
—Hola, mi mascota —murmuro, sentándome en su silla. Alzando las
manos, le retiro las gafas de la nariz y me inclino hacia adelante para tomar su boca
en un corto y profundo beso. Sabe a luz solar, sus labios son suaves y flexibles, y
mi pene se endurece de inmediato, reaccionando a la proximidad de su cuerpo casi
desnudo. Esta noche, me lo prometo en tanto renuentemente alzo la cabeza. La
tendré de nuevo esta noche.
—¿De qué fue tu reunión esta mañana? —pregunta, su respiración
ligeramente irregular después del beso. Sus oscuros ojos demuestran curiosidad y
solo un poco de precaución cuando me mira. Está probando las aguas de nuevo,
tratando de determinar cuánto estoy dispuesto a compartir con ella.
Lo considero un momento. Es tentador mantenerla en la oscuridad. A pesar
de todo, Nora es aún tan ingenua, tan ignorante del mundo real. Probó un poco del
mundo cuando estuvo en ese almacén, pero eso no fue nada comparado con las
cosas con las que lidio a diario. Quiero continuar protegiéndola de la naturaleza
brutal de mi realidad, pero ya no existe la seguridad en la ignorancia, no cuando
mis enemigos conocen sobre ella. Además, tengo la sensación de que mi joven
esposa es más dura de lo que podría sugerir su delicada apariencia.
Tiene que serlo, para sobrevivir a mí.
Llegando a una decisión, le doy una sonrisa agradable. —Acabamos de
infiltrar servicios de inteligencia en dos células de Al-Quadar —digo, observando
su reacción—. Ahora estamos viendo cómo podemos limpiarlos y capturar algunos
de sus miembros en el proceso. El encuentro fue para coordinar la logística de esa
operación.
Sus ojos se abren apenas, pero hace un buen trabajo controlando su
conmoción ante mi revelación. —¿Cuántas células existen? —pregunta,
moviéndose hacia adelante en su silla. Veo su mano derecha haciéndose un puño
junto a su pierna, aunque su voz permanece en calma—. ¿Cuán grande es su
organización?
—Nadie lo sabe, excepto sus más altos líderes. Es por eso que es tan difícil
erradicarlos, se encuentran por todo el mundo, como parásitos. Pero cometieron un
error cuando trataron de jugar sucio conmigo. Soy muy bueno exterminando
parásitos.
Nora traga reflexivamente, pero continúa mirándome. Chica valiente. —¿Qué
quieren de ti? —pregunta—. ¿Por qué decidieron jugar sucio?
Dudo un segundo, luego decido decírselo. Muy bien, puede conocer la
historia completa. —Mi compañía desarrolló un nuevo tipo de armas, un poderoso
explosivo que es casi imposible de detectar —explico—. Un par de kilos es todo lo
que haría falta para volar un aeropuerto mediano, y una docena de kilos, una
ciudad pequeña. Tiene la fuerza explosiva de una bomba nuclear, pero no es
radioactivo, y la sustancia de la que está hecho se asemeja al plástico, por lo que
puede ser moldeado casi en cualquier cosa… incluso en juguetes de niños.
Me mira, su cara volviéndose pálida. Está comenzando a entender las
implicaciones. —¿Es por eso que no querías dárselo? —pregunta—. ¿Ya que no
querías colocar un arma tan poderosa en las manos de terroristas?
—No, en realidad no. —Le doy una mirada divertida. Es lindo de su parte
atribuirme intenciones nobles, pero debería conocerme mejor en este punto—. Es
simplemente que el explosivo es difícil de producirse en largas cantidades, y ya
tengo una larga lista de compradores esperando. Al-Quadar se hallaba al final de
esa lista, por lo que tendrían que esperar años, sino décadas, para conseguirlo de
mi parte.
Para el crédito de Nora, su expresión no cambia. —¿Entonces quien está en
la parte superior de tu lista? —dice imparcialmente—. ¿Algún otro grupo
terrorista?
—No. —Me río—. Ni de cerca. Es tu gobierno, mi mascota. Pidieron una
orden tan larga, que mantendrá mi fábrica ocupada durante años.
—Oh, ya veo. —Al principio parece aliviada, pero entonces un ceño
intrincado arruga su suave frente—. ¿Entonces los gobiernos legítimos te compran
cosas, también? Pensé que la fuerza militar de US desarrollaba sus propias armas…
—Así es. —Me rio ante su ingenuidad—. Pero nunca dejarían pasar la
oportunidad de poner sus manos en algo como esto. Y mientras más compres,
menos les puedo vender a los otros. Es un acuerdo que funciona bien para todo el
mundo.
—¿Pero por qué no te lo quitan a la fuerza? ¿O simplemente te cierran las
fábricas? —Me mira, confusa—. En general, ¿si saben de tu existencia, por qué te
permiten producir armas ilegales?
—Porque si no lo hago, alguien más lo hará, y esa persona podría no ser ni
de cerca tan racional y pragmática como yo. —Puedo ver la mirada incrédula en el
rostro de Nora, y mi sonrisa se expande—. Sí, mi mascota, lo creas o no, el
gobierno estadounidense prefiere hacer negocios conmigo, que soporta la
animadversión en América, antes que tener a alguien como Majid a cargo de una
operación similar.
—¿Majid?
—El bastardo que mató a Beth. —Mi voz se endurece, mi diversión
desaparece sin un rastro—. El único responsable por robarte en la clínica.
Nora se tensa ante la mención de Beth, y veo sus manos haciéndose puños
de nuevo. —El Traje, así es como lo llamé en mi mente —murmura, su mirada
pareciendo distante por un momento—. Porque usaba un traje, ya ves… —
Parpadea, entonces enfoca su atención en mí de nuevo—. ¿Ese era Majid?
Asiento, manteniendo mi expresión impasible más allá de la ira que se agita
en mi interior. —Sí. Ese era él.
—Ojalá hubiera muerto en esa explosión —dice, sorprendiéndome por un
momento. Sus ojos brillan oscuros ante la luz del sol—. No merecía una muerte tan
fácil.
—No, no lo merecía —agrego de acuerdo, ahora comprendiendo lo que
quiere decir. Como yo, desea que Majid hubiera sufrido. Tiene hambre por
venganza; lo puedo escuchar en su voz, verlo en su cara. Lo que me hace
preguntarme qué hubiera pasado si ella de alguna manera terminara con Majid a
su merced. ¿Sería capaz de herirlo realmente? ¿De infligir tal dolor que hubiera
rogado por la muerte?
Es una idea que encuentro más que un poco intrigante.
—¿Alguna vez trajiste a Beth aquí? —pregunta, interrumpiendo el tren de
pensamientos—. Me refiero, a este recinto.
—No. —Sacudo la cabeza—. Antes de que fuera a quedarse en la isla, Beth
viajó conmigo, y no vine aquí durante un largo tiempo.
—¿Por qué no?
Me encojo de hombros. —No era mi lugar favorito, supongo —digo
casualmente, ignorando los recuerdos oscuros que fluyen en mi mente a su
interrogatorio inocente. La finca fue donde pasé la mayoría de mi niñez, donde el
cinturón y puños de mi padre reinaban supremamente hasta que fui lo bastante
grande para luchar. Fue donde maté a mi primer hombre, y donde vine para
recuperar el cadáver ensangrentado de mi madre hace doce años. No fue hasta que
renové la casa por completo que pude hacerle frente a la idea de venir a vivir aquí
de nuevo, y aun así, es incluso la presencia de Nora lo que me hace soportable
estar aquí.
Coloca su mano en mi rodilla, trayéndome de vuelta al presente.
—Julian… —Se detiene un momento, como si estuviera insegura de
proceder. Luego aparentemente decide seguir adelante—. Hay algo que me
gustaría preguntarte —dice cautelosamente, pero firme.
Alzo las cejas. —¿Qué cosa, mi mascota?
—Tomé lecciones cuando volví a casa —dice, tensando su mano de forma
inconsciente en mi rodilla—. De defensa propia y disparos, esa clase de cosas… y
me gustaría retomarlas aquí, si es posible.
—Ya veo. —Una sonrisa me curva la boca. Mis especulaciones anteriores
fueron ciertas, al parecer. No es la misma chica asustada e indefensa que llevé a la
isla. Esta Nora es más fuerte, más resistente… e incluso más atractiva. Recuerdo
sus lecciones en el reporte de Lucas, por lo que su respuesta no es para nada
inesperada—. ¿Te gustaría que te entrenara para usar armas y pelear?
Asiente. —Sí. O sino que me enseñe alguien más, si estás ocupado.
—No. —Pensar en cualquier hombre colocando sus manos en ella, incluso
en capacidad de enseñanza, me hace hervir de furia—. Te enseñaré yo mismo.

***

Decido empezar el entrenamiento de Nora esa tarde, después de ponerme al


día con unos correos electrónicos de negocios. Por alguna razón, me gusta la idea
de enseñarle autodefensa. No pretendo que esté de nuevo en una situación
peligrosa, pero sin embargo, quiero que sepa cómo protegerse si es necesario.
La ironía de lo que estoy haciendo no se me escapa. La mayoría de las
personas dirían que soy yo de quien ella necesita protegerse, y tal vez eso sea
cierto. Me importa una mierda. Nora es mía ahora, y haré lo que sea necesario para
mantenerla segura, incluso si eso involucra enseñarle a matar a alguien como yo.
Cuando termino con mis correos electrónicos, regreso a la casa a buscarla.
Esta vez la atrapo en el gimnasio de la casa, corriendo en la cinta a toda velocidad.
Juzgando por el sudor corriendo por su espalda esbelta, ha estado en ese ritmo
durante un rato.
Asegurándome de no sobresaltarla, me acerco a su lado.
Notándome, reduce la velocidad en la cinta, reduciéndola a un trote. —Hola
—dice sin aliento, estirando una mano hacia una pequeña toalla para secarse el
rostro—. ¿Es hora del entrenamiento?
—Sí, tengo un par de horas. —Mis palabras salen bajas y roncas en tanto
una oleada familiar de excitación me endurece el pene. Me encanta verla así, sin
aliento, con su piel húmeda y brillando. Me recuerda a como luce después de un
particular desastroso ataque de sexo. Por supuesto, el hecho de que solo esté
usando un par de pantalones cortos de correr y un sujetador deportivo no ayuda.
Quiero lamer las gotas de sudor de su piel, de su vientre plano, y luego arrojarla a
la más cercana estera para follarla rápidamente.
—Excelente. —Me da una sonrisa enorme y golpea el botón “Parar” en la
cinta. Entonces se baja de la máquina, agarrando su botella de agua—. Estoy lista.
Ella se ve tan emocionada que decido mantenerme a distancia de la puta
estera por ahora. La gratificación diferida puede ser algo bueno, y lo corto esta vez
específicamente para su formación.
—Muy bien —respondo—. Vamos. —Y le cojo de la mano dirigiéndola fuera
de la casa.
Vamos al campo donde suelo trabajar con mis hombres. A esta hora del día,
hace demasiado calor como para hacer ejercicio serio, por lo que la zona está más
bien vacía. Sin embargo, mientras pasamos, veo a un par de los guardias
subrepticiamente mirando a Nora. Me dan ganas de sacarle los ojos. Creo que se
dan cuenta, porque apartan la mirada tan pronto me miran. Sé que es irracional ser
así de posesivo con ella, pero no me importa. Me pertenece, y todos necesitan
saberlo.
—¿Qué haremos primero? —pregunta mientras no acercamos a un cobertizo
de almacenamiento en la esquina del campo de entrenamiento.
—Disparar. —Le doy una mirada de reojo—. Quiero ver lo buena que eres
con un arma.
Me sonríe, sus ojos destellando con afán. —No soy mala —dice, y la
confianza en su voz me hace sonreír. Parece que mi mascota aprendió un par de
cosas en mi ausencia. No puedo esperar para verla demostrarme sus nuevas
habilidades.
Dentro del cobertizo hay algunas armas y equipos de práctica. Yendo allí,
selecciono un par de las armas más comúnmente usadas, todo desde una pistola de
9 mm hasta un rifle de asalto M16. Incluso agarro un fusil AK-47, a pesar de que
podría ser demasiada pequeña para usarlo con facilidad.
Luego salimos al campo de tiro.
Hay un número de objetivos colocados a intervalos diferentes. La hago
comenzar con el objetivo más cercano: una docena de latas de cervezas vacías en
una tabla de madera a unos dieciséis metros. Luego de tenderle el 9 mm, le
instruyo como usarla y la hago apuntarle a las latas.
Para mi conmoción, golpea diez de las doce latas al primer intento. —
Maldición —murmura, bajando el arma—. No puedo creer que fallé esas dos.
Sorprendido e impresionado, la hago probar las otras armas. Está cómoda
con la mayoría de las armas y rifles de casa, golpeando la mayoría de los objetivos
de nuevo, pero sus brazos se sacuden cuando intenta apuntar con la AK-47.
—Tienes que ser más fuerte para usar esa —le digo, quitándole el rifle de
asalto.
Asiente en acuerdo, estirando una mano por su botella de agua. —Sí —dice
entre sorbos—. Quiero ser más fuerte. Quiero ser capaz de manejar todas estas
armas, como tú.
No puedo evitar reírme. A pesar de su naturaleza generalmente tolerante,
Nora tiene una fuerte vena competitiva. Ya me he dado cuenta antes, cuando
hicimos esa carrera de cuatros kilómetros en la isla.
—Bien —digo, aún riéndome. Tomando la botella de ella, bebo algo de agua
y luego se la regreso—. Puedo entrenarte para que seas más fuerte también.
Después de practicar disparos un par de veces más, devolvemos las armas
al cobertizo. Luego la llevo al gimnasio de entrenamiento techado, para mostrarle
algunos movimientos básicos de lucha.
Lucas está allí, luchando con tres guardias. Al vernos ingresar al cuarto, se
detiene y con respeto le asiente a Nora, manteniendo sus ojos firmemente trabados
en su cara. Ya sabe cómo me siento sobre ella, y es lo suficientemente inteligente de
no mostrar ningún interés en su figura, medio desnuda. Sus compañeros de lucha,
como sea, no son tan sabios, y se necesita una mirada asesina de mi parte para que
dejen de mirarla.
—Hola, Lucas —dice Nora, ignorando esta pequeña interacción—, es bueno
verte de nuevo.
Lucas le da una sonrisa cuidadosamente neutral. —Igual a usted, señora
Esguerra.
Para mi molestia, Nora retrocede visiblemente ante el apodo, y mi irritación
leve con los guardias se transforma en ira repentina hacia ella. Su renuencia a
casarse conmigo antes es como una astilla enconada en la parte posterior de mi
cerebro, y no se necesita mucho para traer de vuelta la forma en que me sentí en la
iglesia.
Por todo su supuesto amor por mí, ella todavía se niega a aceptar nuestro
matrimonio, y ya no estoy inclinado a ser razonable y perdonar.
—Largo —le ladro a Lucas y a los guardias, señalando con mi pulgar hacia
la puerta—. Necesitamos este espacio.
Salen en cuestión de segundos, dejándonos a Nora a y mí solos.
Da un paso atrás, de repente luciendo cautelosa. Me conoce muy bien, y me
doy cuenta que siente algo mal.
Como siempre, entiende lo qué es. —Julian —dice cautelosamente—, no
quise reaccionar así. Es que no estoy acostumbrada a que me digan así, eso es
todo…
—¿Es eso cierto, mi mascota? —Mi voz es como seda rasgada, sin reflejar
nada de la furia latente en mi interior. Dando un paso hacia ella, levanto la mano y
lentamente trazo su mandíbula con mis dedos—. ¿Preferirías que no te digan así?
¿Tal vez deseas que no hubiera regresado a buscarte en absoluto?
Sus grandes ojos se vuelven aún más grandes. —¡No, por supuesto que no!
Te lo dije, quiero estar aquí contigo…
—No me mientas. —Las palabras salen frías y duras mientras bajo la mano.
Me enfurece que todo esto me importe, que permita que algo tan insignificante
como los sentimientos de Nora me molesten. ¿Qué importa si me ama? No debería
querer eso de ella, no debería esperarlo. Y aun así lo hago, es parte de esta jodida
obsesión que tengo con ella.
—No miento —niega vehemente, dando un paso atrás. Su cara es pálida
bajo la ligera luz del cuarto, pero su mirada es inquebrantable y directa mientras
me mira—. No debería querer estar contigo, pero quiero. ¿Crees que no me doy
cuenta de lo malo que es esto? ¿Lo retorcido? Me secuestraste, Julian… me
forzaste.
La acusación cuelga entra ambos, marcada y pesada. Si fuera un hombre
diferente, y uno mejor, apartaría la mirada, sentiría remordimiento por lo que hice.
Pero no lo soy.
No me autoengaño. Nunca lo he hecho. Cuando secuestré a Nora, supe que
crucé una línea, que caí muy bajo. Lo hice con el conocimiento pleno de lo que me
hace: una basura irremediable, un destructor de inocentes. Es un nivel con el que
estoy dispuesto a vivir para tenerla.
Haría lo que sea por ella.
Así que en vez de apartar la mirada, la sostengo. —Sí —digo con
tranquilidad—. Lo hice. —Mi furia se ha ido, reemplazada por una emoción que no
quiero analizar muy de cerca. Dando un paso hacia ella, vuelvo a alzar la mano y
acaricio la suavidad de peluche de su labio inferior con el pulgar. Sus labios se
parten ante mi tacto y el hambre que he estado reprimiendo todo el día se agudiza,
arañando mis entrañas.
La quiero.
La quiero, y la voy a tener.
Después de esto, no tendrá duda de que me pertenece.
10
Traducido por Sandry
Corregido por Beatrix

Nora
Mirando hacia mi marido, lucho contra el impulso de retroceder. No debería
haber dejado que Julian viera mi reacción a mi nuevo nombre, pero estuve
disfrutando tanto de la sesión fotográfica, y de la compañía de Julian que me
olvidé de la realidad de mi nueva situación. Al escuchar “señora Esguerra”
saliendo de los labios de Lucas me sobresaltó, trayendo de vuelta esa sensación
desconcertante de identidad perdida, y, por un momento, había sido incapaz de
ocultar mi consternación.
Ese momento fue suficiente para transformar a Julian del cómplice de risas y
burlas a ese hombre terrible e imprevisible, que por primera vez me llevó a su isla.
Puedo sentir el rápido latido de mi pulso mientras su pulgar me acaricia los
labios, su toque suave a pesar de la oscuridad brillando en sus ojos. Él no parece
estar molesto por mis acusaciones temerarias; en todo caso, parece más tranquilo,
casi divertido. No estoy segura de lo que pensé que pasaría cuando le solté las
palabras, pero no esperaba que admitiera sus crímenes tan fácilmente, sin una
pizca de culpa o arrepentimiento. La mayoría de la gente trata de justificar sus
acciones a sí mismos y a otros, retorciendo los hechos para satisfacer sus
propósitos, pero Julian no es como la mayoría. Ve las cosas como son; no está
preocupado por la idea de cometer actos con los que la mayoría de las personas se
estremecen. En lugar de un psicópata iluso que piensa que está haciendo lo
correcto, mi nuevo marido es simplemente un hombre sin conciencia.
Un hombre al que amo y temo en este momento.
Sin decir una palabra más, Julian baja los dedos y me agarra el brazo,
llevándome hacia una de las amplias colchonetas de lucha libre cerca de la pared.
Mientras caminamos, echo un vistazo al bulto en sus pantalones, y mi respiración
se acelera por una combinación de ansiedad y deseo involuntario.
Julian tiene la intención de follarme, aquí y ahora, donde cualquiera puede
interrumpirnos.
Una mezcla incómoda de lujuria y vergüenza hace que me queme la piel. La
lógica me dice que esto sea tal vez uno de nuestros encuentros suavez, pero mi
cuerpo no conoce la diferencia entre follar por castigo y uno de tierno amor. Todo
lo que conoce es a Julian, y está condicionado a desear su tacto.
Para mi sorpresa, él no cae sobre mí de inmediato. En su lugar, me libera el
brazo y me mira, torciendo su boca sensual en una sonrisa fría, un poco cruel. —
¿Por qué no me muestras lo que aprendiste en las clases de autodefensa, mi
mascota? —dice en voz baja—. Vamos a ver algunos de los movimientos que te
enseñaron.
Lo miro, con mi corazón escalando por mi garganta cuando me doy cuenta
de lo que quiere. Quiere que pelee con él, que me resista, a pesar de que no vaya a
cambiar el resultado.
A pesar de que eso solo vaya a hacer que me sienta impotente y derrotada
cuando pierda.
—¿Por qué? —pregunto desesperada, tratando de aplazar lo inevitable. Sé
que Julian está jugando conmigo, pero no quiero jugar a esto, no después de todo
lo que ha ocurrido entre nosotros. Quiero olvidar aquellos primeros días en la isla,
no revivirlos de esta manera retorcida.
—¿Por qué no? —Comienza a dar vueltas a mi alrededor, haciendo que mi
ansiedad crezca hasta el límite—. ¿No es por eso que tomaste esas clases, para
poder protegerte de hombres como yo? ¿Hombres que quieren follarte, y abusar de
ti?
Mi respiración se acelera aún más, la adrenalina inunda mi sistema mientras
una respuesta de lucha o huida me golpea. Instintivamente me doy la vuelta,
tratando de no perderlo de vista en todo momento, como si se tratara de un
peligroso depredador, porque ahora mismo, él es uno.
Un hermoso depredador mortal que tiene la intención de que yo sea su
presa.
—Adelante, Nora —murmura, parando para que mi espalda quede contra la
pared—. Pelea.
—No. —Trato de no estremecerme cuando me alcanza, cerrando su mano
alrededor de mi muñeca—. No voy a hacer esto, Julian. Así no.
Sus fosas nasales se dilatan. No está acostumbrado a que le niegue nada, por
lo que contengo la respiración, esperando a ver qué va a hacer. Mi corazón está
latiendo dolorosamente en mi pecho, y un hilillo de sudor resbala por mi espalda
mientras le sostengo la mirada. Por ahora sé que Julian no me haría daño de
verdad, pero eso no significa que no me vaya a castigar por mi desafío.
—De acuerdo —dice en voz baja—, si es eso lo que quieres. —Y
aprovechado su agarre en mi muñeca, me tuerce el brazo, obligándome a ponerme
de rodillas. Con su mano libre, se baja la cremallera de sus pantalones, dejando que
su creciente erección quede libre. Luego envuelve mi pelo alrededor de su puño y
lleva mi boca hacia su pene—. Chúpamela —ordena más o menos, con la mirada
fija en mí.
Aliviada por la simple tarea, obedezco con mucho gusto, cerrando los labios
alrededor de la gruesa columna de su sexo. Él sabe a la sal y a hombre, la punta de
su miembro húmedo con el líquido pre-seminal hace que algo de mi ansiedad se
desvanezca, superada por el creciente deseo. Me encanta dar placer de esta
manera, y cuando el agarre de Julian en mi muñeca se afloja, puedo usar las dos
manos para ahuecarle las bolas, amasado y masajeándolas con presión firme.
Gime, cerrando los ojos, y empiezo a mover la boca de un lado a otro, con
un movimiento de succión que hace llevármelo más profundo en la garganta cada
vez. La forma en que sostiene mi pelo, me hace daño, pero la incomodidad
aumenta mi excitación. Julian tenía razón cuando dijo que tengo tendencias
masoquistas. Ya sea por naturaleza o educación, ahora me excito por el dolor, mi
cuerpo ansia la intensidad de este tipo de sensaciones.
Mirándolo, bebo de la expresión torturada en su rostro, disfrutando de la
pequeña muestra del poder que me permite.
Hoy, sin embargo, no me permite marcar el ritmo durante mucho tiempo.
En su lugar, empuja las caderas hacia adelante, forzando su pene más en mi
garganta, y me atraganto, escupiendo un poco de saliva. Eso parece agradarle, y
murmura densamente—: Sí, eso es, nena. —Abre los ojos para verme mientras que
comienza a follarme la cara con un ritmo implacablemente duro. Me ahogo otra
vez, y sale más saliva, cubriéndome la barbilla y su pene con humedad viscosa.
Él me libera entonces, pero antes de que pueda recuperar el aliento, me
empuja hacia abajo sobre la colchoneta, cayendo de bruces, haciendo caerme en
mis manos. Luego se pone detrás de mí, y lo siento quitándome los pantalones
cortos y la ropa interior hasta las rodillas. Mi sexo se aprieta con hambre… pero
ahí no es donde me quiere. Es la otra abertura en la que mantiene su atención, y me
tenso instintivamente mientras siento la cabeza de su pene presionando entre mis
nalgas.
—Relájate, mi mascota —murmura, agarrando mis caderas para
mantenerme en el sitio mientras comienza a empujar—. Relájate… Sí, sé una buena
chica…
Tomo respiraciones pequeñas y poco profundas mientras trato de seguir su
consejo, luchando contra el impulso de apretar mientras empieza lentamente a
penetrarme el culo. Sé por experiencia que esto duele mucho menos si no estoy tan
tensa, pero mi cuerpo parece decidido a luchar contra esta intrusión. Después de
meses de abstinencia, es casi como si fuera virgen allí de nuevo, y siento una
presión de quemazón pesada en tanto mi esfínter se estira con fuerza.
—Julian, por favor… —Las palabras salen en un bajo y suplicante susurro
mientras embiste sin piedad, con la saliva revistiendo su pene como lubricante
improvisado. Mis entrañas se retuercen, y el sudor rompe por todo mi cuerpo
mientras el apretado anillo de músculos finalmente cede, dejando que su enorme
pene se deslice hasta el fondo. Ahora está latiendo muy dentro de mí, haciéndome
sentir insoportablemente llena, engullida y superada.
—Por favor, ¿qué? —Respira, deslizando un brazo musculoso bajo mis
caderas manteniéndome en el lugar. Al mismo tiempo, su otra mano me agarra el
pelo de nuevo, forzando a mi cuerpo a arquearse hacia atrás. El nuevo ángulo
profundiza la penetración, y clamo, empezando a temblar. Es demasiado, no
puedo soportarlo, pero Julian no me da opción. Este es mi castigo, ser follada como
un animal en una colchoneta sucia, sin atención o preparación. Debería hacerme
sentir mal, matando todos los rastros de deseo, pero de alguna manera todavía
estoy excitada, mi cuerpo listo para las sensaciones que Julian decida repartir—.
Por favor, ¿qué? —repite, con voz baja y áspera—. Por favor, ¿fóllame? Por favor,
¿dame más?
—No sé… —Apenas puedo hablar, mis sentidos están abrumados. Él se
queda inmóvil entonces, no se mueve, y agradezco esa misericordia pequeña, ya
que me da la oportunidad de adaptarme a la dureza brutal dentro de mí. Trato de
calmar mi respiración, para relajarme, y el dolor comienza gradualmente a
disminuir, transformándose en algo más, un calor sofocante que impregna mis
terminaciones nerviosas.
Empieza a moverse de nuevo, sus embestidas lentas y profundas, y el calor
se intensifica, centrado bajo mi núcleo. Mis pezones se tensan, y una ráfaga de
humedad inunda mi sexo. A pesar de la incomodidad, hay algo perversamente
erótico en ser follada así, en ser poseída de una forma que es tan sucia y prohibida.
Cierro los ojos y empiezo a entrar en el ritmo primigenio de sus movimientos,
empujando y resistiendo, lo que hace que mi interior se bata con agonía y placer.
Se me hincha el clítoris, cada vez más sensible, y bastarán solo unos pocos suaves
toques el hacer que me corra, aliviar la tensión de la construcción dentro de mí.
Pero no me toca el clítoris. En cambio, su mano suelta el pelo y se desliza
por mi cuello. Luego me agarra la garganta, obligándome a levantarme para estar
de pie sobre mis rodillas, la espalda ligeramente arqueada. Mis ojos se abren por
sorpresa y mis manos vuelan de forma automática, aferrándose a sus dedos que
me estrangulan, pero no hay nada que pueda hacer para aflojar su control. En esta
posición, él se encuentra aún más profundo dentro de mí, y yo apenas puedo
respirar, así que mi corazón comienza a latir con un nuevo miedo desconocido.
Se inclina hacia adelante y luego puedo sentir sus labios rozándome el oído.
—Eres mía para el resto de tu vida —susurra con dureza, el calor de su aliento
haciendo que me pique la piel de gallina—. ¿Me entiendes, Nora? Todo, tu coño, tu
culo, tus jodidos pensamientos internos… Todo es mío para usar y abusar como
quiera. Te poseo, por dentro y por fuera, en todas las formas posibles… —Sus
afilados dientes se hunden en mi lóbulo de la oreja, haciéndome jadear por el dolor
repentino—. ¿Me entiendes? —Hay una nota oscura en su voz que me asusta. Esto
es nuevo, él nunca me ha hecho esto, y mi pulso se dispara por las nubes mientras
sus dedos se aprietan alrededor de mi garganta, lenta pero inexorablemente
cortando mi suministro de aire.
El creciente pánico envía adrenalina por mis venas. —Sí… —Me las arreglo
para decir, ahora arañándole la mano con mis dedos, tratando de soltarme. Para mi
horror, empiezo a ver las estrellas, la habitación se vuelve oscura delante de mis
ojos. Seguramente él no quiere matarme… Seguramente no quiere matarme... Estoy
aterrorizada, pero por alguna extraña razón, mi sexo palpita, y escalofríos
eléctricos corren por mi piel mientras mi excitación aumenta inexorablemente.
—Bien. Ahora dime… ¿De quién eres esposa? —Sus dedos aprietan aún
más, y las estrellas se vuelven supernovas mientras mi cerebro se esfuerza por
obtener suficiente oxígeno. Mi cuerpo se halla al borde de la asfixia, sin embargo,
es más vivo en este momento de lo que ha estado alguna vez, cada sensación
agudizada y refinada. El espesor ardiente de su pene dentro de mi culo, el calor de
su aliento en mi frente, el latido de mi clítoris hinchado, que es demasiado e
insuficiente a la vez. Quiero gritar y luchar, pero no me puedo mover, no puedo
respirar… y como de lejos, oigo a Julian exigiendo de nuevo—: ¿De quién?
Justo antes de desmayarme, su agarre en mi garganta se libera, y digo,
ahogada—: Tuya… —Aún cuando mi cuerpo se convulsiona en un paroxismo de
éxtasis agonizante, el orgasmo repentino e intenso al tiempo que el muy necesario
oxígeno se precipita en mis pulmones.
Tragando aire de forma frenética, me desplomo contra él, temblando. No
puedo creer que me haya corrido así, sin que Julian me tocara el sexo en absoluto.
No puedo creer que me corriera mientras tenía miedo de morir.
Después de un momento, me hago consciente de sus labios rozando mi
mejilla empapada en sudor. —Sí —murmura, ahora acariciándome suavemente la
garganta con la mano—, está bien, nena… —Continúa enterrado dentro de mí, su
pene duro separándome, invadiéndome—. ¿Y cuál es tu nombre?
—Nora —jadeo con voz ronca, temblando mientras sus dedos rastrean
debajo de mi cuello hasta mis pechos. Todavía estoy usando mi sostén deportivo, y
su mano se hunde debajo del material apretado, ahuecándome el pecho.
—Nora, ¿qué? —persiste, apretándome el pezón con sus dedos. Está erecto
y sensible de mi orgasmo, y su toque envía una onda fresca de fuego a mi centro—.
Nora, ¿qué?
—Nora Esguerra —susurro, cerrando los ojos. Es un hecho que nunca
olvidaré; y mientras Julian vuelve a follarme de nuevo, sé que Nora Leston nunca
existirá de nuevo.
Se ha ido para siempre.
Segunda parte:
El estado
11
Traducido por Indra & Nika Trece
Corregido por Anna Karol

Nora
Durante el próximo par de semanas, poco a poco me adapto a mi nuevo
hogar. La finca es fascinante, por lo que me pasé gran parte de mi tiempo
explorando y conociendo a sus habitantes.
Además de los guardias, hay unas pocas docenas de personas que viven
aquí, algunos solos, otros con sus familias. De una manera u otra, todos trabajan
para Julian, de la generación más antigua a la más joven. Algunos, como Ana y
Rosa, cuidan de la casa y los jardines, mientras que otros están involucrados en el
negocio. Pudo haber vuelto recientemente al recinto, pero muchos de sus
empleados han vivido aquí desde la época en que reinaba Juan Esguerra, el padre
de Julian, como uno de los capos de la droga más poderosos del país. Para una
norteamericana como yo, tal lealtad a un empleador es insondable.
—Se les paga bien, provistos con vivienda libre, y tu marido incluso
contrató a un maestro para sus hijos hace unos años —explica Rosa cuando le
pregunto acerca de este fenómeno inusual—. Puede que no haya estado aquí muy
presente, pero siempre ha sido bueno en el cuidado de los suyos. Todos son libres
de irse si quieren, pero saben que es poco probable que encuentren algo mejor.
Además, aquí están protegidos, pero por ahí, ellos y sus familias son presa fácil
para los policías entrometidos o cualquier otra persona que busque información
sobre la organización Esguerra. —Dándome una sonrisa irónica, añade—: Mi
madre dice que una vez que eres parte de esta vida, siempre lo serás. No hay
vuelta atrás.
—Entonces, ¿por qué eligieron esta vida? —pregunto, tratando de entender
por qué mudarse a un recinto aislado de un traficante de armas en el borde de la
selva amazónica. No conozco a mucha gente cuerda que haría algo así de buena
gana, sobre todo sabiendo que no habría manera fácil de volver a casa.
Rosa se encoge de hombros. —Bueno, todo el mundo tiene una historia
diferente. Algunos eran buscados por las autoridades; otros se hicieron enemigos
de gente peligrosa. Mis padres vinieron aquí para escapar de la pobreza y
proporcionarnos una vida mejor a mí y a mis hermanos. Sabían que se arriesgaban,
pero sentían que no tenían otra opción. Al día de hoy, mi madre está convencida
de que tomaron la decisión correcta para ellos y sus hijos.
—¿Incluso después de…? —Empiezo a preguntar, luego cierro la boca
cuando me doy cuenta que estoy a punto de traer recuerdos dolorosos para Rosa
de nuevo.
—Sí, incluso después —dice, entendiendo mi pregunta enunciada a
medias—. No hay garantías en la vida. Aun así podrían haber muerto. Mi padre y
Eduardo, mi hermano mayor, fueron asesinados realizando su trabajo, pero al
menos tenían empleos. En el pueblo de mis padres, no se conseguía trabajo, y las
ciudades eran aún peor. Mis padres hicieron todo lo posible para mantener la
comida en la mesa, pero no fue suficiente. Cuando mi madre quedó embarazada
de mí, Eduardo, que tenía doce años en ese entonces, fue a Medellín en busca de
convertirse en una mula; solo para que nuestra familia no muriera de hambre. Mi
padre fue tras él para detenerlo, y fue entonces cuando los dos se toparon con Juan
Esguerra, que estaba en la ciudad para negociaciones con el Cartel de Medellín. Les
ofreció un trabajo en su organización, y el resto es historia. —Se detiene y me
sonríe antes de continuar—: Así que ya ves, Nora, trabajar para el señor Esguerra
fue la mejor alternativa para mi familia. Como dice mi madre, por lo menos nunca
tuve que venderme por alimento, como lo hizo ella en su juventud.
Rosa dice la última parte sin ninguna amargura ni autocompasión.
Simplemente dice la verdad. En realidad se considera afortunada de haber nacido
en la finca Esguerra. Se siente agradecida con Julian y su padre por proporcionarle
a su familia una buena vida, y, a pesar de su deseo de ver Estados Unidos, no le
importa vivir en medio de la nada. Para ella, este recinto es su hogar.
Aprendo todo esto durante nuestros paseos. Mientras que a Rosa no le gusta
correr, está más que feliz de realizar una caminata conmigo en la mañana, antes de
que haga demasiado calor. Es algo que empezamos a hacer en mi tercer día aquí, y
se está convirtiendo rápidamente en parte de mi rutina diaria. Me gusta pasar
tiempo con ella; es brillante y amable, me recuerda un poco a mi amiga Leah. Y
parece disfrutar de mi compañía, aunque estoy segura de que sería buena
conmigo, independientemente, dada mi posición aquí. Todo el mundo en la finca
me trata con respeto y cortesía.
Después de todo, soy la esposa del señor.
Ulteriormente del incidente en el gimnasio, he hecho todo lo posible por
aceptar el hecho de que estoy casada con Julian; el hombre hermoso y amoral que
me secuestró ahora es mi marido. Es una idea que todavía me molesta en cierto
nivel, pero con cada día que pasa, me acostumbro poco a poco. Mi vida cambió
irrevocablemente cuando Julian me robó, y el lejano futuro “normal” es un sueño
al que debería haber renunciado hace mucho tiempo. Aferrarse a ello mientras me
enamoraba de mi secuestrador había sido tan irracional como desarrollar
sentimientos por él en primer caso.
En lugar de una casa en los suburbios y de dos punto cinco niños, mi futuro
ahora tiene un recinto fuertemente custodiado, cerca de la selva amazónica y un
hombre que me excita tanto como me aterra. Es imposible para mí imaginar tener
niños con Julian, y me da miedo el hecho de que en unos pocos meses, el implante
anticonceptivo de tres años que obtuve a los diecisiete ya no tendrá efecto. En
algún momento, tendré que plantear esta cuestión, pero por ahora trato de no
pensar en ello. No estoy más lista para ser madre de lo que estaba para ser esposa,
y la posibilidad de ser forzada a esa elección me causa sudor. Amo a Julian, pero
¿criar hijos con un hombre que piensa nada del secuestro y asesinato? Eso es otro
asunto.
Mis padres y amigos en casa no están ayudando. Hablé una vez con Leah,
contándole de mi precipitado matrimonio, y su reacción había sido sorprendida,
por decir lo menos.
—¿Te casaste con ese traficante de armas? —exclamó, incrédula—. ¿Después
de todo lo que les ha hecho a ti y a Jake? ¿Estás demente? ¡Solo tienes diecinueve y
ese sujeto debería estar en la cárcel! —Y no importa lo mucho que traté de poner
todo bajo una luz positiva, me di cuenta que colgó el teléfono pensando que mi
secuestro me dejó algo trastornada.
Mis padres son aún peores. Cada vez que hablo con ellos, tengo que
defenderme de sus preguntas sobre mi inesperado matrimonio y los planes de
Julian para nuestro futuro. No los culpo por aumentar mi ansiedad; sé que están
muy preocupados por mí. La última vez que tuvimos una video llamada, los ojos
de mi madre se hallaban rojos e hinchados, como si hubiera estado llorando. Es
obvio que la historia inventada con prisa que les dije sobre mi boda ha hecho poco
por aliviar sus preocupaciones. Mis padres saben cómo comenzó mi relación con
Julian, y les cuesta creer que podría ser feliz con un hombre que ven como malo.
Y sin embargo, estoy feliz, dejando a un lado mi preocupación sobre el
futuro. El vacío helado dentro de mí ha desaparecido, reemplazado por una
deslumbrante abundancia de emociones y sensaciones. Es como si la película en
blanco y negro de mi vida hubiera sido renovada en tecnicolor.
Cuando me encuentro con Julian, estoy plena y satisfecha de una manera
que no entiendo por completo y no logro llegar a un acuerdo. No es como si me
sintiera infeliz antes de conocerlo. Tenía grandes amigos, una familia amorosa, y la
promesa de una buena, si no excepcional, vida por delante. Incluso tuve un
flechazo con Jake, quien me daba proverbiales mariposas en el estómago. No tiene
sentido que necesitase, de algún modo, algo tan perverso como esta relación con
Julian para enriquecer mi vida y darme lo que me perdía.
Por supuesto, no soy psiquiatra. Tal vez hay una explicación para mis
sentimientos, un trauma infantil que he reprimido o un desequilibrio químico
cerebral. O tal vez es solo Julian y la forma deliberada en que ha moldeado mis
respuestas físicas y emocionales desde aquellos primeros días en la isla. Soy
consciente de sus métodos de acondicionamiento, pero mi reconocimiento no
altera su eficacia. Es extraño saber que estás siendo manipulada, y al mismo
tiempo, disfrutes de los resultados.
Y los disfruto. Estar con Julian es emocionante, al mismo tiempo que
aterrador y excitante, como montar un tigre salvaje. Nunca sé qué lado suyo veré
en un momento dado: el amante encantador o el amo cruel. Y tan retorcido como
es eso, soy adicta a ambos. La luz y la oscuridad, la violencia y la ternura, todo va
de la mano, formando un cóctel volátil y vertiginoso que causa estragos en mi
equilibrio y me hace caer aún más en el hechizo de Julian.
Por supuesto, el hecho de que lo veo a diario no ayuda. En la isla, las
frecuentes ausencias de Julian me daban tiempo para recuperarme del potente
efecto que tiene en mi mente y cuerpo, me permitía mantener un cierto equilibrio
emocional. Aquí, sin embargo, no existe respiro para la magnética atracción que
ejerce sobre mí, es imposible protegerme de su embriagador encanto. Con cada día
que pasa, pierdo un poco más de mi alma en él, mi necesidad crece cada vez más,
en lugar de disminuir con el tiempo.
Lo único que me impide enloquecer es el conocimiento de que Julian está
interesado con la misma fuerza. No sé si es mi parecido con María o simplemente
nuestra inexplicable química, pero sé que la adicción va en ambos sentidos.
El hambre de Julian no conoce límites. Tiene sexo conmigo un par de veces
cada noche y con frecuencia durante el día, sin embargo, tengo la sensación de que
todavía quiere más. Lo veo allí, en la intensidad de su mirada, en la manera en que
siempre me toca, me sostiene. No puede mantener sus manos alejadas, y eso me
hace sentir mejor acerca de mi propia impotente atracción.
También parece disfrutar de pasar tiempo conmigo fuera de la habitación.
Fiel a su promesa, Julian ha empezado a entrenar conmigo, enseñarme a luchar y
usar diferentes armas. Después del difícil comienzo, resultó ser un excelente
instructor, conocedor, paciente y, por sorpresa, dedicado. Entrenamos juntos casi
todos los días, y he aprendido más en estas dos semanas que en los últimos tres
meses en mis cursos de autodefensa. Por supuesto, sería incorrecto llamar a lo que
me enseña “defensa personal”; las lecciones tienen más en común con una especie
de campo de entrenamiento asesino.
—Tu objetivo es matar a cada momento —instruyó durante una sesión en la
tarde en la que me hacía tirar cuchillos a un pequeño objetivo en la pared—. No
tienes el tamaño o la fuerza, por lo que para ti, se trata de la velocidad, reflejos y
crueldad. ¡Tienes que atrapar a tus oponentes con la guardia baja y eliminarlos
antes de que noten tu habilidad! Cada golpe tiene que ser mortal; cada movimiento
tiene que contar.
—¿Qué pasa si no quiero matarlos? —pregunté, mirándolo—. ¿Qué pasa si
solo quiero herirlos, para poder huir?
—Un hombre herido aún te puede hacer daño. No se necesita mucha fuerza
para apretar un gatillo o apuñalar con un cuchillo. A menos que tengas una buena
razón para querer a tu enemigo con vida, tu objetivo es matar, Nora. ¿Me
entiendes?
Asentí y lance un cuchillo pequeño y afilado a la pared. Golpeo sordamente
contra el objetivo, entonces cayo, habiendo apenas arañado la madera. No fue mi
mejor intento, pero mejor que mis cinco primeros.
No sé si puedo hacer lo que dice Julian, pero sí que no quiero volver a
sentirme indefensa de nuevo. Si significa aprender las habilidades de un asesino,
me alegra hacerlo. Esto no significa que voy a utilizarlas alguna vez, pero el hecho
de saber que puedo protegerme, me hace sentir más fuerte y con más confianza,
ayudando a enfrentar las pesadillas residuales de mi tiempo con los terroristas.
Para mi alivio, también han mejorado. Es como si mi subconsciente supiera
que Julian se halla aquí, que estoy a salvo con él. Por supuesto, también ayuda que
cuando despierto gritando, está ahí para sostenerme y ahuyentar las pesadillas.
La primera vez que pasó fue la tercera noche después de mi llegada a la
finca. Sueño de nuevo con la muerte de Beth, el océano de sangre en que me estoy
ahogando, pero esta vez, unos brazos fuertes me atrapan, salvándome de la resaca
de la viciosa corriente. Esta vez, cuando abro los ojos, no estoy sola en la oscuridad.
Julian enciende la lámpara de la mesilla y me despierta, con una expresión
preocupada en su rostro hermoso.
—Estoy aquí ahora —me tranquiliza, llevándome a su regazo cuando no
puedo dejar de temblar, con lágrimas corriendo por mi rostro de recordar el
horror—. Todo se encuentra bien, lo prometo... —Me acaricia el pelo hasta que mis
respiraciones y sollozos comienzan a asemejase, luego pregunta en voz baja—:
¿Qué te sucede, nena? ¿Tuviste una pesadilla? Gritabas mi nombre...
Asiento, aferrándome a él con todas mis fuerzas. Siento el calor de su piel,
escucho el latido constante de su corazón, y la pesadilla comienza lentamente a
retroceder, trayendo mi mente al presente. —Era Beth —le susurro cuando puedo
hablar sin mi voz quebrada—. Él la torturaba... la mataba.
Los brazos de Julian se aprietan alrededor de mí. No dice nada, pero puedo
sentir su rabia, su ardiente furia. Beth había sido más que un ama de llaves para él,
aunque la naturaleza exacta de su relación siempre fue algo así como un misterio
para mí.
Desesperada por distraerme de las imágenes sangrientas que siguen
llenando mi mente, me decido a satisfacer la curiosidad que me había roído a lo
largo de toda mi estadía en la isla. —¿Cómo se conocieron Beth y tú? —pregunto,
echándome hacia atrás para ver la cara de Julian—. ¿Cómo llegó a estar en la isla
conmigo?
Me mira, sus ojos oscuros con recuerdos. Antes, cada vez que hacía este tipo
de preguntas, me rechazaba o cambiaba el tema, pero ahora las cosas son
diferentes entre nosotros. Julian parece más dispuesto a hablar conmigo, a dejarme
estar más plenamente en su vida.
—Me encontraba en Tijuana hace siete años para una reunión con uno de los
cárteles —comienza a hablar luego de un momento—. Después de la conclusión de
mi negocio, me fui en busca de entretenimiento en la Zona Norte, el barrio rojo de
la ciudad. Pasaba por uno de los callejones cuando lo vi… una alterada y
sollozante mujer acurrucada sobre una pequeña figura en la tierra.
—Beth —susurro, recordando que me habló de su hija.
—Sí, Beth —confirma—. No era asunto mío, pero había tomado un par de
copas y tenía curiosidad. Así que me acerqué... y allí me di cuenta de que la
pequeña figura en el suelo era un infante. Una niñita con el pelo rizado de color
rojo, una pequeña réplica de la mujer llorando sobre ella. —Un salvaje brillo
furioso llena sus ojos—. La niña se hallaba tendida en un charco de sangre, con una
herida de bala en su pecho. Al parecer, había sido asesinada para castigar a su
madre, ya que no dejó que su proxeneta ofrezca a la niña a algunos clientes con
gustos únicos.
Náuseas, agudas y fuertes, se levantaron en mi garganta. A pesar de todo lo
que he pasado, todavía me horrorizaba saber que existen tales monstruos.
Monstruos mucho peores que el hombre del que me enamoré.
No es de extrañar que Beth viera el mundo en tonos de negro; su vida había
sido superada por la oscuridad.
—Cuando me enteré de la historia, llevé a Beth y a su hija conmigo —
continúa Julian en voz baja, con firmeza—. No era de mi incumbencia, pero no
podía dejar pasar este tipo de cosas, al menos no después de ver el cuerpo de esa
niña. Enterramos a su hija en un cementerio a las afueras de Tijuana. Luego llamé a
un par de mis hombres, y Beth y yo volvimos a buscar al proxeneta. —Una
sonrisita viciosa aparece en sus labios cuando dice en voz baja—: Beth lo mató
personalmente. A él y a sus dos matones, los que ayudaron a asesinar a su hija.
Aspiro lentamente, sin querer empezar a llorar de nuevo. —¿Y vino a
trabajar para ti después de eso? ¿Después de que la ayudaste así?
Asiente. —Sí. No era seguro para ella que se quedase en Tijuana, así que le
ofrecí trabajo como mi cocinera personal y de limpieza. Aceptó, por supuesto, era
mucho mejor que ser prostituta en México; viajó conmigo a todas partes después
de eso. No fue hasta que me decidí a adquirirte que le ofrecí la oportunidad de
quedarse permanentemente en la isla y, bueno, ya sabes el resto de la historia.
—Sí, lo sé —me quejo, empujando contra su pecho para liberarme de su
abrazo, un abrazo que se siente de repente sofocante en lugar de reconfortante. La
parte de “adquirirte” en la historia es un desagradable recordatorio de cómo llegué
a estar aquí... del hecho de que el hombre a mi lado sin piedad planeó y llevó a
cabo mi secuestro. En el espectro del mal, Julian puede no estar por completo en el
lado obscuro, pero tampoco está muy lejos.
Aun así, mientras pasan los días, mis pesadillas lentamente se debilitan.
Aunque es perverso, ahora que estoy con mi secuestrador de vuelta, empiezo a
recuperarme de la terrible experiencia de ser robada. Incluso mi arte se ha vuelto
más pacífico. Todavía me siento obligada a pintar las llamas de la explosión, pero
he comenzado a interesarme en paisajes de nuevo, capturando sobre lienzo la
belleza salvaje de la selva tropical que invade las fronteras de la propiedad.
Al igual que antes, Julian alienta mi pasatiempo. Además de darme un
estudio, retuvo a un instructor de arte, un anciano delgado del sur de Francia que
habla inglés con un acento claro. Monsieur Bernard enseñó en todas las mejores
escuelas de arte en Europa antes de retirarse a finales de los setenta. No tengo idea
de cómo Julian lo convenció de venir a la finca, pero agradezco su presencia. Las
técnicas que me enseña son mucho más avanzadas que lo que había aprendido a
través de mis vídeos de instrucción, y ya estoy empezando a ver un nuevo nivel de
sofisticación en mi arte, como lo hace el señor Bernard.
—Tiene talento, señora —dice con su acento francés, examinando mi último
intento de pintar una puesta de sol en la selva. Los árboles se ven oscuros contra el
color naranja brillante y rosa de la puesta del sol, con los bordes de la pintura
borrosos y desenfocados—. Esto tiene un ¿cómo se dice? ¿Un efecto casi siniestro?
—Me mira, con curiosidad—. Sí —continúa en voz baja después de estudiarme por
unos momentos—. Tienes talento y algo más, algo dentro de ti que se muestra en
tu arte. Una oscuridad que rara vez se ve en alguien tan joven.
No sé cómo responder a eso, así que simplemente sonrío. No estoy segura
de si Monsieur Bernard sabe sobre la profesión de mi esposo, pero estoy casi
segura de que el anciano instructor no tiene ni idea de cómo comenzó mi relación
con Julian.
Hasta donde le concierne al mundo, soy la mimada joven esposa de un
hombre guapo, rico, y eso es todo.

***

—Te inscribí en el periodo de invierno de Stanford —dice Julian de forma


casual mientras cenamos una noche—. Tienen un nuevo programa en línea.
Todavía está en etapas experimentales, pero los comentarios son bastante buenos.
Son todos los mismos profesores, solo que las clases son grabadas, en lugar de en
vivo.
Mi quijada se cae. ¿Estoy inscrita en Stanford? No tenía idea de que la
universidad de cualquier tipo, mucho menos una de las mejores diez, estuviera
siquiera sobre la mesa. —¿Qué? —digo incrédulamente, bajando mi tenedor. Ana
preparó una comida deliciosa para nosotros, pero ya no me interesa la comida
sobre mi plato, tengo mi atención concentrada en Julian.
Sonríe con tranquilidad. —Le prometí a tus padres que te daría una buena
educación, y estoy cumpliendo con esa promesa. ¿No te gusta Stanford?
Impresionada, lo miro fijamente. No tengo una opinión clara sobre Stanford
porque nunca ni siquiera me entretuve con la posibilidad de ir allí. Mis
calificaciones en la escuela fueron buenas, pero mis puntos de la selectividad no
fueron muy altos, y además mis padres no hubieran podido costear una
universidad tan costosa. La universidad comunitaria seguida por una transferencia
a una de las universidades del estado era mi medio para tener un título, así que
nunca miré a Stanford o ninguna universidad de su calibre. —¿Cómo lograste
meterme? —me las arreglo para preguntar por fin—. ¿No es su taza de admisión
de un solo dígito? ¿O el programa en línea es menos competitivo?
—No, es aún más competitivo, creo —dice, llenando su plato con una
segunda porción de pollo—. Creo que solo aceptarán cien estudiantes para el
programa este año, y había como diez mil aspirantes.
—Entonces como… —empiezo a decir, pero me callo en cuanto me doy
cuenta de que meterme en una universidad elite es un juego de niños para alguien
con las conexiones y riqueza de Julian—. ¿Empiezo en enero? —pregunto, con la
emoción cosquilleando a través de mis venas mientras empiezo a superar el shock.
Stanford. Por Dios, iré a Stanford. Debería sentirme culpable por no entrar por mis
propios méritos, o por lo menos estar horrorizada del dominio de Julian, pero todo
lo que puedo pensar es en la reacción de mis padres cuando les cuente la noticia.
¡Iré a la jodida Stanford!
Asiente, estirándose por más arroz. —Sí, el periodo de invierno empieza en
enero. Deben enviarte por correo un paquete de orientación en los siguientes días,
así podrás pedir tus libros de texto una vez sepas los requerimientos de las clases.
Me aseguraré de que te sean entregados a tiempo.
—Guau, está bien. —Sé que no es una respuesta apropiada para algo de esta
magnitud, pero no puedo pensar en nada más inteligente qué decir. En menos de
dos semanas, seré una estudiante en una de las más prestigiosas universidades en
el mundo; es lo último que esperaba cuando Julian volvió por mí. Claro, será un
programa en línea, pero aún es mucho mejor que cualquier cosa que pude haber
soñado.
Se me ocurren un número de preguntas. —¿Y mi especialidad? ¿Qué voy a
estudiar? —pregunto, deseando saber si Julian tomó esa decisión por mí. El hecho
de que tomara el tema de mi educación universitaria en sus propias manos no me
sorprende, después de todo, este es el hombre que me secuestró y me forzó a
casarme con él. No es exactamente bueno en darme opciones.
Me da una sonrisa indulgente. —Lo que quieras, mi mascota. Creo que hay
asignaturas comunes que debes tomar, así que no hay necesidad de que decidas tu
especialidad hasta un año o dos. ¿Tienes ideas de lo que quieres estudiar?
—No, la verdad es que. —Planeaba tomar clases en diferentes áreas para
descubrir qué quería hacer, y me alegra que Julian me deje esta opción. En
secundaria, me fue bien en la mayoría de las asignaturas, lo que hizo difícil reducir
mis opciones de carrera.
—Bueno, aún tienes tiempo para averiguarlo —dice Julian, sonando
increíblemente como un consejero guía—. No hay prisa.
—Claro, ajá. —Una parte de mí no puede creer que estemos teniendo esta
conversación. Hace menos de dos horas, Julian me acorraló cerca de la piscina y
me folló irracionalmente en las sillas de extensión. Hace menos de cinco horas, me
enseñó como incapacitar a un hombre apuñalándolo en los ojos con mis dedos.
Hace dos noches, me amarró a la cama y me azotó con un flagelador. ¿Y ahora
estamos discutiendo mi potencial especialidad en la universidad? Tratando de
hacerme a la idea ante el extraño giro de acontecimientos, le pregunto en piloto
automático—: ¿Qué estudiaste tú en la universidad?
Tan pronto como las palabras dejan mi boca, me doy cuenta de que no tengo
ni idea de si incluso fue a la universidad, que aún sé muy poco sobre el hombre
con el que duermo todas las noches. Frunciendo el ceño, hago unas rápidas cuentas
mentales. De acuerdo a Rosa, los padres de Julian fueron asesinados hace doce
años, y en ese momento se hizo cargo del mando del negocio de su padre. Dado
que han pasado como veinte meses desde que Beth me dijo que él tenía
veintinueve, hoy tiene que estar alrededor de los treinta y uno, lo que significa que
tomó el negocio de su padre a los diecinueve.
Por primera vez, me percato que Julian tuvo más o menos mi edad cuando
ocupó el lugar de su padre como la cabeza de una operación ilegal de drogas y la
transformó en un innovador, aunque aún ilegal, imperio de armas.
Para mi sorpresa, dice—: Estudié ingeniería eléctrica.
—¿Qué? —No puedo ocultar mi sorpresa—. Pero pensé que como te
encargaste del negocio de tu padre tan joven…
—Fue así. —Me da una mirada entretenida—. Me salí de Caltech después de
un año y medio. Pero mientras estuve ahí, estudié ingeniería eléctrica en un
programa acelerado.
¿Caltech? Lo observo con nuevo respeto. Siempre he sabido que es listo, pero
ingeniería allí es todo un nivel diferente de inteligencia. —¿Es por eso que elegiste
el tráfico de armas? ¿Porque tenías antecedentes en ingeniería?
—Sí, en parte. Y porque vi más oportunidades ahí que en el tráfico de
drogas.
—¿Más oportunidades? —Recogiendo mi tenedor, lo giro entre mis dedos
mientras estudio a Julian, tratando de entender qué causaría que alguien abandone
una empresa criminal por otra. Seguramente alguien con su nivel de inteligencia y
pasión pudo haber escogido hacer algo mejor, algo menos peligroso e inmoral—.
¿Por qué no sacaste tu título de Caltech e hiciste algo legítimo? —pregunto
después de unos momentos—. Seguro que habrías podido conseguir cualquier
empleo que quisieras, o empezar tu propio negocio si no te gustaba el mundo
corporativo.
Me observa, con una expresión imposible de leer. —Pensé en eso —dice,
sorprendiéndome otra vez—. Cuando me fui de Colombia después de la muerte de
María, quería terminar con ese mundo. Por el resto de mis años adolescentes, traté
de olvidar las lecciones que mi padre me enseñó, de mantener bajo control la
violencia dentro de mí. Por eso me inscribí en Caltech, porque pensé que podía
elegir un camino diferente… Convertirme en alguien más que quien se suponía
que fuese.
Lo observo, con el pulso acelerado. Es la primera vez que escucho a Julian
admitirme que alguna vez quiso algo diferente que la vida que tiene actualmente.
—¿Por qué no lo hiciste? Seguramente no había nada que te atara a ese mundo una
vez que tu padre murió…
—Tienes razón. —Me sonríe—. Pude haber ignorado la muerte de mi padre
y dejado que el otro cartel tomara el mando de su organización. Habría sido fácil.
No tenían ni idea de dónde me encontraba o qué nombre usaba, así que pude
haber empezado de cero, finalizado la universidad y obtenido un trabajo con una
las empresas de Silicon Valley. Y es probable que lo hubiera hecho, si no hubiesen
matado también a mi madre.
—¿Tu madre?
—Sí. —Sus hermosas facciones se arrugan con odio—. La fusilaron aquí
mismo en la finca, junto a otra docena de personas. No pude ignorar eso.
No, por supuesto. No alguien como Julian, quien ya había asesinado por
venganza. Al recordar la historia que me contó de los hombres que mataron a
María, siento un escalofrió recorriendo mi piel. —¿Entonces volviste y los mataste?
—Sí. Reuní a todos los hombres restantes de mi padre y contraté algunos
nuevos. Atacamos en medio de la noche, sorprendiendo a los líderes del cartel en
sus mismos hogares. No esperaban represalias con tanta rapidez, y los hallamos
con la guardia baja. —Sus labios se curvan en una sonrisa sombría—. Para cuando
llegó la mañana, no quedaron sobrevivientes, y supe que fue iluso pensar que
podía ignorar lo que soy… Imaginar que podía ser algo más que el asesino que
nací para ser.
El escalofrió que recorre mi piel se transforma completamente en piel de
gallina. Este lado de Julian me aterroriza, y aprieto mis manos bajo la mesa para
prevenir que tiemblen. —Me dijiste que viste a un terapeuta después de la muerte
de tus padres. Porque querías matar más.
—Sí, mi mascota. —Hay un brillo salvaje en sus ojos azules—. Maté a los
líderes del cartel y a sus familias, y cuando todo había terminado, me encontraba
sediento de más sangre… más muerte. La necesidad dentro de mí se intensificó
durante los años que estuve lejos, empeorada por esa vida “normal”. —Hace una
pausa, y me estremezco a las sombras negras que veo en su mirada—. Visitar a un
terapeuta fue un último intento de pelear contra mi naturaleza, y no me tomó
mucho darme cuenta que era inútil, que la única forma de seguir adelante era
abrazarlo y aceptar mi destino.
—Y lo hiciste metiéndote en el tráfico de armas —trato de mantener mi voz
estable—, convirtiéndote en un criminal.
En ese momento, Ana entra en el comedor y empieza a recoger los platos de
la mesa. Observándola, me froto lentamente los brazos, tratando de deshacerme
del frío dentro de mí. En una forma, el hecho de que Julian tuviera elección y
conscientemente eligiera abrazar la parte más oscura de sí mismo, lo empeora. Me
dice que no existe esperanza para la redención, que no hay oportunidad de hacerle
ver el error en sus costumbres. No es que nunca supo que había una alternativa a
una vida de crimen; por el contrario, la experimentó y decidió rechazarla.
—¿Quieren algo más? —nos pregunta Ana, y niego con la cabeza en
silencio, demasiado perturbada para pensar en el postre. Julian, por otro lado, pide
una taza de chocolate caliente, sonando tan ecuánime como siempre.
Cuando Ana sale de la habitación, Julian me sonríe, como si sintiera la
dirección de mis pensamientos. —Siempre fui un criminal, Nora —dice con
suavidad—. Maté por primera vez cuando tenía ocho, y supe entonces que no
había vuelta atrás. Traté de enterrar ese conocimiento durante un tiempo, pero
estuvo siempre ahí, esperando que lo aceptara. —Se recuesta en su silla, con
postura indolente, aun así predadora, como el estiramiento vago de un gato
montés—. La verdad es que necesito este tipo de vida, mi mascota. El peligro, la
violencia y el poder que viene con todo eso, me sienta de una manera que un
trabajo corporativo aburrido nunca habría podido. —Hace una pausa, luego añade,
con sus ojos brillando—: Me hace sentir vivo.

***

Cuando vamos a la habitación esa noche, me doy una ducha rápida


mientras Julian responde un par de correos urgentes en su iPad. Para cuando salgo
del baño con una toalla amarrada alrededor de mi cuerpo húmedo, pone a un lado
la tablet y empieza a desvestirse. Mientras se quita la camisa, siento una emoción
inusual en él, una energía en sus movimientos que no se encontraba ahí antes.
—¿Qué pasó? —pregunto, tensa, con nuestra conversación anterior fresca en
mi mente. Las cosas que lo emocionan son, con frecuencia, algo que me haría
estremecer. Deteniéndome junto a la cama, ajusto la toalla, extrañamente reacia a
desnudarme ante su mirada.
Me da una sonrisa brillante mientras se sienta en la cama a quitarse los
calcetines. —¿Recuerdas cuando te conté que teníamos a alguien de inteligencia en
dos células de Al-Quadar? —Ante mi asentimiento, dice—: Bueno, tuvimos éxito
en destruirlas e incluso capturamos tres terroristas en el proceso. Lucas va a
ocuparse de que los traigan para interrogarlos, así que estarán llegando por la
mañana.
—Oh. —Lo miro fijamente, con el estómago revuelto con una mezcla
inquietante de emociones. Entiendo lo que implica “interrogarlos” en el mundo de
Julian. Debería estar horrorizada y disgustada por la idea de que mi esposo
probablemente torturará a esos hombres, y lo estoy, pero muy dentro también
siento una clase de alegría enfermiza y vengativa. Es una emoción que me disturba
mucho más que la idea de la interrogación de mañana. Sé que esos hombres no son
los mismos que asesinaron a Beth, pero eso no cambia la forma en que me siento
respecto a ellos. Hay una parte de mí que quiere que paguen por la muerte de
Beth… que sufran por lo que hizo Majid.
Aparentemente interpretando mal mi reacción, Julian se levanta y dice
suavemente—: No te preocupes, mi mascota. No te van a lastimar, me aseguraré
de eso. —Y antes de que pueda responder, baja sus pantalones, revelando una
creciente erección.
Ante la vista de su cuerpo desnudo, me invade una ola de deseo,
calentándome desde el interior a pensar de mi confusión mental. En el par de
semanas que sucedió, Julian ha ganado algo del musculo que perdió durante su
estado de coma, y es aún más hermoso que antes, con sus hombros
imposiblemente amplios y su piel bronceada por el sol caliente. Levantando mis
ojos hacia su cara, me pregunto por centésima vez como alguien tan hermoso
puede llevar tanta maldad por dentro, y si algo de esa maldad se me está pegando.
—Sé que no me van a lastimar —digo con tranquilidad cuando me
alcanza—, no les tengo.
Una media sonrisa sarcástica aparece en sus labios mientras quita la toalla
de mi cuerpo, dejándola caer en el suelo. —¿Tienes miedo de mí? —murmura,
dando un paso más cerca. Levantando sus manos, toma mis senos en sus palmas
grandes y los aprieta, jugando con mis pezones con su pulgar. Mientras me mira
desde arriba, noto un divertido, aunque algo cruel destello en sus ojos azules.
—¿Debería? —Mi latido cardíaco se acelera, mi centro se aprieta a la
sensación de su pene duro rozándose contra mi estómago. Sus manos son calientes
y duras en la sensitiva piel de mis senos desnudos, e inhalo bruscamente en tanto
que mis pezones se tensan bajo su toque—. ¿Vas a lastimarme esta noche?
—¿Es eso lo que quieres, mi mascota? —Pellizca mis pezones con fuerza, y
los rueda entre sus dedos, causando que me muerda un gemido de placer
mezclado con dolor. Su voz se profundiza, volviéndose oscura y seductora—.
¿Quieres que te lastime… que marque tu piel suave y te haga gritar?
Me lamo los labios, con temblores de calor y excitación ansiosa corriendo a
través de mi cuerpo. Debería estar asustada, particularmente después de nuestra
conversación de esta noche, pero en cambio estoy desesperadamente excitada. Tan
perverso como es, yo también quiero esto, quiero la ferocidad de su deseo, la
crueldad de su afecto. Quiero perderme en el retorcido éxtasis de su abrazo,
olvidarme del bien y del mal, y sentir sin más. —Sí —susurro, por primera vez
admitiendo mis propias oscuras necesidades, la aberrante necesidad que él impuso
en mí—. Sí, sí quiero.
El calor llamea en sus ojos, salvaje y volcánico, luego nos movemos
tambaleándonos hacia la cama en un bestial enredo de miembros y piel. No queda
rastro del engañosamente gentil amante, o del sofisticado sádico que manipula mi
mente y mi cuerpo cada noche. No, este Julian es puro deseo masculino, suelto e
incontrolable.
Sus manos y boca pasean por mi cuerpo, lamiendo, succionando y
mordiendo cada centímetro de mi piel. Su mano izquierda se abre paso por el
camino entre mis piernas, y un dedo empuja dentro de mí, haciendo que jadee
mientras, sin compasión, entra y sale de mi mojado y tembloroso sexo. Es duro,
pero el calor dentro de mí se intensifica, y hundo mis uñas en su espalda,
desesperada por más mientras rodamos en la cama, yendo hacia el otro como
animales.
Termino sobre mi espalda, atrapada por su cuerpo musculoso, mis brazos
estirados sobre mi cabeza y mis muñecas atrapadas en el agarre de hierro de su
mano derecha. Es la posición del conquistado, aunque mi corazón palpita con
anticipación más que con miedo ante la mirada de hambre depredadora en su
rostro.
—Voy a follarte —dice ásperamente, metiendo los rodillas entre mis muslos
y abriéndolos ampliamente. Ya no queda seducción en su voz, solo necesidad
cruda y agresiva—.Voy a follarte hasta que ruegues por piedad, y luego voy a
follarte más. ¿Me entendiste?
Me las arreglo para asentir, con mi pecho pesado mientras lo miro fijamente.
Mi respiración sale acelerada y brusca, y mi piel quema donde su cuerpo toca el
mío. Por un momento, puedo sentir la pulsante longitud de su erección rozándose
contra la parte interior de mi mulso, la amplia cabeza suave y aterciopelada, luego
agarra su pene con su mano libre y lo guía a mi entrada.
Estoy mojada, pero ni de cerca lista para la brutal embestida con la que junta
nuestros cuerpos, y un golpe de dolor recorre mis terminaciones nerviosas
mientras embiste dentro de mí, casi rompiéndome por la mitad. Un lamento se
escapa de mi garganta y mis músculos internos se aprietan, resistiendo la
penetración depravada, pero no me da nada de tiempo para adaptarme. En cambio
impone un ritmo duro y agresivo, reclamándome con una violencia que me deja
agitada y sin aliento, incapaz de hacer nada más que aceptar el incesante golpeteo
de mi cuerpo.
No sé por cuánto tiempo me folla de esta manera, o cuantas veces me vengo
por la fuerza de cañón de sus embestidas. Todo lo que sé es que para el momento
en que alcanza su cumbre, sacudiéndose sobre mí, estoy ronca de gritar y tan
sensible que duele cuando se sale de mí, picando mi piel erosionada con la
humedad de su semen.
También estoy demasiado cansada para moverme, así que se levanta y va al
baño, regresando con una toalla mojada con agua fría. La presiona contra mi sexo
inflamado, limpiándome gentilmente, luego baja sobre mí, forzando mi cuerpo a
otro orgasmo con sus labios y lengua.
Después dormimos, enredados en los brazos del otro.
12
Traducido por Daniela Agrafojo
Corregido por Jadasa

Julian
A la mañana siguiente me levanto cuando la luz del sol toca mi rostro.
Anoche dejé las cortinas abiertas, queriendo comenzar temprano el día. La luz
funciona mejor conmigo que ninguna alarma, y es menos destructivo para Nora,
quien duerme sobre mi pecho.
Por unos minutos, me quedo ahí, deleitándome con la sensación de su cálida
piel presionada contra la mía, con las suaves exhalaciones de su aliento y la
manera en que sus largas pestañas caen como oscuras medias lunas sobre sus
mejillas. Antes de ella, nunca quise dormir con una mujer, y nunca entendí el
atractivo de tener a otra persona en tu cama para nada más que follar. Fue
solamente cuando adquirí a mi cautiva que descubrí el simple placer de quedarme
dormido mientras sostenía su pequeño cuerpo elegante… de sentirla junto a mí
durante la noche.
Respirando hondo, aparto suavemente a Nora. Necesito levantarme, aunque
es fuerte la tentación de quedarme aquí sin hacer nada. Ella no se despierta cuando
me siento, rueda sobre su costado y sigue durmiendo. La manta se desliza dejando
gran parte de su espalda expuesta a mi mirada. Incapaz de resistirme, me inclino y
beso un hombro esbelto, notando unos rasguños y moretones que arruinan su piel
lisa; marcas que debí haberle infligido anoche.
Me excita verlos. Me gusta la idea de marcarla de alguna manera, de dejar
indicios de mi posesión en su piel delicada. Ya usa mi anillo, pero no es suficiente.
Quiero más. Con cada día que pasa, aumenta mi necesidad por ella; en lugar de
disminuir con el tiempo, mi obsesión se intensifica más.
Me perturba, este desarrollo. Esperaba que el ver a Nora cada día y tenerla
como mi esposa calmara el hambre desesperada que siento por ella todo el tiempo,
pero solo parece estar sucediendo lo contrario. Resiento cada minuto que paso lejos
de ella, cada momento en que no la estoy tocando. Al igual que con cualquier
adicción, parezco necesitar dosis más y más grandes de mi droga elegida, mi
dependencia de ella aumenta hasta que anhelo constantemente mi próxima dosis.
No sé qué haría si llego a perderla. Es un miedo que hace que me despierte
sudando en las noches y asalta mi mente en momentos al azar a lo largo del día. Sé
que se halla a salvo aquí en la finca —nada mínimo como un ataque directo por un
ejército en toda regla puede penetrar mi seguridad— pero aun así no puedo evitar
preocuparme, no puedo evitar temer que se la lleven de algún modo. Es una
locura, pero estoy tentado a mantenerla encadenada a mi lado todo el tiempo, así
sabría que se encuentra bien.
Robando una última mirada a su figura durmiente, me levanto tan en
silencio como puedo y me dirijo a la ducha, forzando mis pensamientos a alejarse
de mi obsesión. Volveré a ver a Nora esta tarde, pero primero, hay una entrega
nocturna que requiere mi atención. Mientras mi mente se vuelve a la tarea
venidera, sonrío con siniestra anticipación.
Mis prisioneros de Al-Quadar están esperando.

***

Lucas los llevó a un cobertizo de almacenamiento en el extremo más alejado


de la propiedad. Lo primero que noté al entrar es el hedor. Es una acre
combinación de sudor, sangre, orina y desesperación. Me dice que Peter ya ha
estado trabajando mucho esta mañana.
Mientras mis ojos se ajustan a la tenue luz del interior, veo que dos de los
hombres están atados a sillas de metal mientras el tercero cuelga de un gancho en
el techo, atado por una cuerda que une sus muñecas sobre su cabeza. Los tres se
hallan cubiertos con tierra y sangre, dificultándome darme cuenta de sus edades o
nacionalidades.
Me acerco primero a uno de los que se encuentran sentados. Su ojo
izquierdo está cerrado debido a la hinchazón, sus labios están abultados y con
sangre. Sin embargo, su ojo derecho me mira con furia y desafío. Un joven, decido,
estudiándolo de cerca. A comienzos de los veinte o al final de la adolescencia, con
un desaliñado intento de barba y cabello negro casi a rape. Dudo que sea algo más
que un soldado raso, pero aun así pretendo interrogarlo. Incluso, ocasionalmente,
los pececitos pueden tragar trozos útiles de información… y luego regurgitarlos
ante la correcta estimulación.
—Su nombre es Ahmed —dice una voz profunda, apenas acentuada detrás
de mí. Al darme la vuelta, veo a Peter de pie ahí, con su rostro tan inexpresivo
como siempre. El hecho de no haberlo visto de inmediato no me sorprende; Peter
Sokolov sobresale en acechar en las sombras—. Fue reclutado hace seis meses en
Pakistán.
Entonces, un pez aún más pequeño de lo que esperaba. Me siento
decepcionado, pero no sorprendido.
—¿Qué hay de este? —pregunto, caminando hacia el otro hombre en una
silla. Con un rostro delgado libre de barba, parece ser un poco mayor, más cerca de
los treinta. Como Ahmed, ha sido un poco maltratado, pero no hay furia en su
mirada cuando me observa. Solo odio helado.
—John, también conocido como Yusuf. Nació en Estados Unidos de
inmigrantes palestinos, reclutado por Al-Quadar hace cinco años. Eso es todo lo
que conseguí hasta ahora —dice Peter, apuntando hacia el hombre colgando del
gancho—. John, aún no me ha hablado.
—Por supuesto. —Miro a John, interiormente complacido por este
desarrollo. Si ha sido entrenado para soportar una cantidad significativa de dolor y
tortura, al menos es un miembro de nivel intermedio. Si nos las arreglamos para
doblegarlo, estoy seguro de que seremos capaces de sacar alguna información de
valor.
—Y este de aquí es Abdul. —Peter señala al hombre colgando—. Es el primo
de Ahmed. Supuestamente, se unió a Al-Quadar la semana pasada.
¿La semana pasada? Si eso es verdad, el hombre es completamente inútil.
Frunciendo el ceño, camino hacia él para mirarlo de cerca. Ante mi proximidad, se
tensa, y veo que su rostro es una masa con moretones e hinchada. También apesta
a orina. Cuando me paro frente a él, empieza a balbucear en árabe, con la voz llena
de temor y desesperación.
—Dice que nos contó todo lo que sabe. —Peter se para junto a mí—.
Asegura que solo se unió a su primo porque prometió darle dos cabras a su
familia. Jura que no es un terrorista, que nunca quiso lastimar a nadie en su vida,
que no tiene nada contra Estados Unidos, etcétera, etcétera.
Asiento, habiendo entendido eso yo mismo. No hablo árabe, pero entiendo
algo. Una sonrisa fría estira mis labios mientras saco una navaja suiza de mi
bolsillo trasero y extraigo la pequeña cuchilla. Ante la visión de la navaja, Abdul
estira frenéticamente las cuerdas que lo sostienen, y sus súplicas aumentan de
volumen. Claramente está tan verde como viene, lo cual me inclina a creer que dice
la verdad acerca de no saber nada.
Sin embargo, no importa. Todo lo que necesito de él es información, y si no
puede proveérmela, es hombre muerto. —¿Seguro que no sabes nada más? —le
pregunto, girando lentamente la navaja entre mis dedos—. ¿Quizás algo que
puedes haber visto, escuchado? ¿Algún nombre, rostro, algo de esa clase?
Peter traduce mi pregunta, y Abdul sacude la cabeza, con lágrimas y mocos
cayendo por su cara golpeada y ensangrentada. Balbucea algo más, algo sobre
conocer a John, Ahmed, y a los hombres que fueron asesinados durante su captura
ayer. Por el rabillo del ojo, veo a Ahmed observándolo, sin duda deseando que su
primo pudiera mantener la boca cerrada, pero John no parece alarmado por la
diarrea verbal de Abdul. Esa falta de preocupación solo confirma lo que me dicen
mis instintos: que Abdul dice la verdad sobre no saber nada más.
Como si leyera mi mente, Peter se para a mi lado. —¿Quieres hacer los
honores, o debo hacerlo yo? —Su tono es casual, como si me estuviera ofreciendo
una taza de café.
—Yo lo haré —respondo de la misma manera. No hay espacio para la
suavidad en mi negocio, no hay lugar para el sentimentalismo. La culpa o
inocencia de Abdul no importa; se alió con mis enemigos y al hacerlo, firmó su
propia sentencia de muerte. La única piedad que le daré es un rápido final a la
miseria de su existencia.
Ignorando las aterrorizadas súplicas del hombre, deslizo mi cuchilla a través
de la garganta de Abdul, luego retrocedo observando mientras se desangra.
Cuando ha acabado, limpio mi navaja en la camisa del hombre muerto y volteo
hacia los dos prisioneros restantes.
—De acuerdo —digo, dándoles una sonrisa plácida—. ¿Quién sigue?

***

Para mi fastidio, me toma la mayor parte de la mañana destrozar a Ahmed.


Para ser un nuevo recluta, es sorprendentemente resistente. Al final se rinde, por
supuesto —todos lo hacen— y aprendo el nombre del hombre que actúa como un
intermediario entre su célula y otra que es dirigida por un líder mayor. También
averiguo sobre un plan para hacer explotar un autobús de turismo en Tel-Aviv;
información que mis contactos en el gobierno israelí encontrarán bastante útil.
Dejo que John observe todo el proceso, hasta el momento en que Ahmed
respira su último aliento. Incluso si el primero está entrenado para soportar
tortura, dudo que se encuentre psicológicamente preparado para ver a su colega
ser desmembrado pieza por pieza; sabiendo todo el tiempo que él será el siguiente.
Algunas personas son capaces de mantener la calma en una situación como estas; y
sé que John no es una de ellas cuando lo atrapo mirando al suelo durante un
momento particularmente horrible. Aun así, sé que nos tomará al menos unas
horas extraerle algo, y no puedo descuidar mi negocio el resto del día. John tendrá
que esperar hasta la tarde, después de que haya almorzado y me ponga al día con
algo de trabajo.
—Puedo empezar si quieres —dice Peter cuando le explico esto—. Sabes que
puedo hacerlo por mi cuenta.
Lo sé. En el año que lleva trabajando para mí, Peter ha probado ser más que
capaz en esa área. Sin embargo, prefiero estar a cargo cuando sea posible; en mi
línea de trabajo la microgestión a menudo da resultado.
—No, está bien —indico—. ¿Por qué no te tomas un descanso para
almorzar? Retomaremos esto a las tres.
Peter asiente, luego se va del cobertizo, sin molestarse en lavar la sangre de
sus manos. Soy más quisquilloso en ese asunto, así que camino hacia una cubeta de
agua ubicada cerca de la pared y lavo lo peor de los residuos sangrientos de mis
manos y rostro. Por lo menos no tengo que preocuparme por mi ropa;
deliberadamente me puse una camiseta negra y pantalones cortos, así las manchas
no serían visibles. De esta manera, si me cruzo con Nora antes de tener la
oportunidad de cambiarme, no le daré pesadillas. Ella sabe de lo que soy capaz,
pero saberlo y verlo son dos cosas muy diferentes. Mi pequeña esposa, en ciertas
maneras, todavía es inocente, y quiero que mantenga tanto de esa inocencia como
sea posible.
No la veo en mi camino a casa, lo cual probablemente sea lo mejor. Siempre
me siento más salvaje después de matar, agitado y excitado al mismo tiempo. Solía
preocuparme el disfrutar de cosas que horrorizarían a la mayoría de la gente, pero
ya no me preocupo. Es quién soy, lo que fui entrenado para ser. Las dudas guían a
la culpa y el arrepentimiento, me niego a entretener esas emociones inútiles.
Una vez dentro de la casa, tomo una ducha minuciosa y me cambio de ropa.
Luego, sintiéndome mucho más limpio y calmado, bajo a la cocina por un
almuerzo rápido.
Cuando entro, Ana no está allí, por lo que me hago un sándwich y me siento
a comer en la mesa de la cocina. Tengo mi iPad conmigo, y por la siguiente media
hora, lidio con los problemas de manufacturas de mi empresa en Malasia, me
pongo al día con mi proveedor en Hong Kong, y le mando un correo a mi contacto
en Israel sobre la próxima bomba.
Cuando termino mi almuerzo, todavía tengo llamadas que hacer por lo que
me dirijo a mi oficina, donde tengo instaladas las líneas seguras de comunicación.
Me encuentro con Nora en el pórtico, mientras salgo de la casa.
Está subiendo las escaleras, hablando y riéndose con Rosa. Vestida con un
vestido amarillo estampado, con su cabello suelto y cayendo por su espalda, su
sonrisa amplia y radiante, se ve como un rayo de sol.
Al verme, se detiene en medio de las escaleras, su sonrisa se vuelve un poco
tímida. Me pregunto si está pensando en la noche pasada; mis propios
pensamientos ciertamente se volvieron en esa dirección tan pronto como la vi.
—Hola —dice suavemente, mirándome. Rosa también se detiene, inclinando
su cabeza hacia mí de forma respetuosa. Le doy un seco asentimiento de
reconocimiento antes de enfocarme en Nora.
—Hola, mi mascota. —Las palabras salen inintencionadamente roncas. Al
parecer, sintiendo que sobraba, Rosa murmura algo sobre necesitar ayuda en la
cocina y escapa al interior de la casa, dejándonos solos en el pórtico.
Nora sonríe ante la repentina partida de su amiga, luego sube los escalones
restantes para pararse junto a mí. —Recibí el paquete de orientación de Stanford
esta mañana y ya me registré para todas las clases —dice, con su voz llena de
emoción apenas contenida—. Tengo que decir, que trabajan rápido.
Le sonrío, complacido de verla tan feliz. —Sí, lo hacen. —Y deberían; dada
la generosa donación que hizo una de mis empresas fantasmas al fondo de ex
alumnos. Por tres millones de dólares, espero que la oficina de admisiones de
Stanford haga lo imposible para acomodar a mi esposa.
—Voy a llamar a mis padres esta noche. —Le brillan los ojos—. Oh, estarán
tan sorprendidos…
—Sí, estoy seguro —digo secamente, imaginando las reacciones de Tony y
Gabriela. He escuchado algunas de sus conversaciones con ellos, y sé que no me
creen cuando digo que Nora tendrá una buena educación. Será útil para mis
recientes suegros aprender que cumplo mis promesas… que voy en serio cuando
se trata de cuidar a su hija. Por supuesto, eso no cambiará las opiniones que tienen
de mí, pero al menos estarán un poco más calmados sobre su futuro.
Nora sonríe de nuevo, como si se imaginara lo mismo, pero luego su
expresión se vuelve inesperadamente sombría. —Entonces, ¿ya llegaron? —
pregunta, y escucho un rastro de duda en su voz—. ¿Los hombres de Al-Quadar
que has capturado?
—Sí. —No me molesto en endulzarlo. No quiero traumatizarla al permitirle
ver ese lado de mi negocio, pero tampoco voy a esconderle su existencia—. He
comenzado a interrogarlos.
Me mira, su emoción anterior en ninguna parte a la vista. —Oh, ya veo. —
Sus ojos viajan por mi cuerpo, permaneciendo en mi ropa limpia, y me alegro de
ya haber tomado la precaución de bañarme y cambiarme.
Cuando eleva los ojos para encontrarse con los míos, noto una mirada
peculiar en su rostro. —¿Averiguaste algo útil? —pregunta con suavidad—. Al
interrogarlos, me refiero.
—Sí, lo hice —digo lentamente. Me sorprende que tenga curiosidad acerca
de esto, que no actúe tan horrorizada como esperaba. Sé que odia al Al-Quadar por
lo que le hicieron a Beth, pero aun así habría esperado que se encogiera ante el
pensamiento de la tortura. Una sonrisa eleva mis labios mientras me pregunto que
tanto se quiere adentrar en la oscuridad mi mascota en estos días—. ¿Quieres que
te cuente sobre eso?
Me sorprende de nuevo cuando asiente. —Sí —dice discretamente,
sosteniendo mi mirada—. Cuéntame, Julian. Quiero saber.
13
Traducido por Victoria.
Corregido por Julie

Nora
No sé qué demonios me impulsó a decir eso, y contengo el aliento,
esperando que Julian se ría de mí y se niegue. Él nunca ha tenido mucho interés en
contarme acerca de su negocio, y aunque se ha abierto para mí desde su regreso,
me da la sensación de que sigue tratando de protegerme de las partes más feas de
su mundo.
Para mi sorpresa, no se niega ni se burla de mí de ninguna manera. En su
lugar, me ofrece su mano. —Muy bien, mi mascota —dice, con una enigmática
sonrisa en los labios—. Si quieres aprender, ven conmigo. Tengo algunas llamadas
que hacer.
Mi corazón late con fuerza, y tentativamente pongo mi mano en la suya y le
dejo llevarme por las escaleras. Mientras caminamos hacia el pequeño edificio que
sirve como oficina de Julian, no dejo de preguntarme si estoy cometiendo un error.
¿Estoy dispuesta a renunciar a la comodidad cuestionable de la ignorancia y
tirarme de cabeza dentro del turbio pozo negro del imperio de Julian?
Honestamente, no tengo ni idea.
Sin embargo, no me detengo, ni le digo a Julian que he cambiado de
opinión... porque no lo he hecho. Porque en el fondo, sé que enterrar mi cabeza en
la arena no cambia nada. Mi esposo es un criminal poderoso y peligroso, y mi falta
de conocimiento sobre sus actividades no altera el hecho de que soy corrupta por
asociación. Al entrar en sus brazos todas las noches por mi propia voluntad —al
amarlo a pesar de todo lo que ha hecho— estoy tolerando implícitamente sus
acciones, y no soy tan ingenua como para pensar lo contrario. Yo pude haber
empezado como víctima de Julian, pero no sé si puedo seguir reclamando esa
dudosa distinción. Con inyección o no, fui con él a sabiendas de lo que era y a qué
tipo de vida me apuntaba.
Además, ahora una oscura curiosidad habita sobre mí. Quiero saber lo que
aprendió esta mañana, qué tipo de información le brindaron a sus métodos
brutales. Quiero saber qué llamadas telefónicas está planeando hacer y a quién
planea hablarle. Quiero saber todo lo que hay que saber acerca de Julian, sin
importar lo mucho que me horroriza la realidad de su vida.
Cuando llegamos hasta el edificio de oficinas, veo que la puerta está hecha
de metal. Al igual que en la isla, la abre presentando un escaneo de retina: una
medida de seguridad que ya no me sorprende. Dado lo que sé sobre los tipos de
armas que produce la empresa de Julian, su paranoia parece bastante justificada.
Entramos, y veo que se trata de una habitación grande, con una gran mesa
ovalada cerca de la entrada y un amplio escritorio con un montón de pantallas de
ordenador en el fondo. Monitores de televisores de pantalla plana se alinean en las
paredes, y hay sillas de cuero que lucen cómodas alrededor de la mesa. Todo
parece de alta tecnología y lujoso. Para mí, la oficina parece un cruce entre una sala
de conferencias de ejecutivos y algún lugar en el que imagino que la CIA podría
reunirse para crear una estrategia.
Cuando me paro allí, mirando boquiabierta todo, Julian coloca sus manos
sobre mis hombros desde atrás. —Bienvenida a mi guarida —murmura, apretando
sus dedos por un breve momento. Luego me suelta y camina a sentarse detrás del
escritorio.
Lo sigo allí, impulsada por la ardiente curiosidad.
Hay seis monitores de ordenador en la mesa. Tres, muestran lo que parece
ser una transmisión en vivo desde varias cámaras de vigilancia, y dos, se
encuentran llenos de diferentes gráficos y números parpadeantes. El último
computador es el más cercano a Julian, y muestra algún tipo de programa de email
de aspecto inusual.
Intrigada, le doy un vistazo más de cerca, tratando de averiguar qué estoy
viendo. —¿Estás supervisando tus inversiones? —pregunto, mirando a los dos
computadores con los números parpadeantes. Estoy lejos de ser una maestra de las
acciones, pero he visto un par de películas sobre Wall Street, y este sistema me
recuerda a los escritorios de los comerciantes que tenían allí.
—Se podría decir eso. —Cuando me giro para mirarlo, Julian se inclina
hacia atrás en su silla y me sonríe—. Una de mis subsidiarias es un fondo de
cobertura, por así decirlo. Incursiona en todo, desde divisas hasta petróleo, con un
enfoque en situaciones especiales y eventos geopolíticos. Tengo algunas personas
muy cualificadas dirigiéndolo, pero encuentro esta cosa bastante interesante y
ocasionalmente me gusta jugar con ello por mi cuenta.
—Ah, ya veo… —Lo miro, fascinada. Este es otro lado de Julian del que
antes no sabía nada. Esto me hace preguntarme cuántas capas más voy a descubrir
con el tiempo—. Entonces, ¿a quién planeas llamar? —pregunto, recordando las
llamadas telefónicas que antes mencionó.
Su sonrisa se ensancha. —Ven aquí, cariño, toma asiento —dice,
extendiendo la mano para agarrar mi muñeca. Antes de darme cuenta, me tiene
sentada en sus piernas, enjaulándome efectivamente con sus brazos, entre su pecho
y el borde de la mesa—. Solo siéntate aquí y quédate quieta —susurra en mi oído,
y rápidamente teclea algo en su teclado mientras me encuentro sentada allí,
respirando su cálido aroma y sintiendo su duro cuerpo a mi alrededor.
Oigo unos pitidos, entonces la voz de un hombre viene desde la
computadora. —Esguerra. Me preguntaba cuándo estarías en contacto. —El
hablante tiene acento estadounidense y suena bien educado, aunque un poco
conservador. De inmediato me imagino a un hombre de mediana edad en un traje.
Un burócrata de algún tipo, pero uno mayor, a juzgar por la confianza en su voz.
¿Tal vez uno de los contactos del gobierno?
—Asumo que nuestros amigos israelíes ya te pusieron al corriente —dice
Julian.
Contengo la respiración y escucho con atención, sin querer perderme nada.
No sé por qué Julian decidió dejarme enterarme de esta manera, pero no voy a
discutir.
—No tengo mucho más que añadir —continúa—. Como ya sabes, la
operación fue un éxito, y ahora tengo un par de detenidos de los que estoy
intentando sacar información.
—Sí, eso hemos escuchado. —Hay un silencio durante un segundo, luego el
hombre dice—: Apreciaremos que la próxima vez nos enteremos primero este tipo
de noticias. Hubiera sido bueno si los israelíes hubieran escuchado sobre el
autobús gracias a nosotros, y no al revés.
—Oh, Frank... —Suspira, pasando su brazo alrededor de mi cintura y
cambiándome delicadamente a la izquierda. Sintiéndome sin control, me agarro
del brazo de Julian, tratando de no hacer ningún sonido mientras me ubica con
mayor comodidad en su pierna—. Ya sabes cómo funcionan estas cosas. Si deseas
ser el que alimente a los israelíes, necesito algo para endulzar el trato.
—Ya borramos todos los rastros de tu desventura con la chica —dice Frank
uniformemente, y me tenso, dándome cuenta de que se refiere a mi secuestro.
¿Una desventura? ¿En serio? Por un segundo, una furia irracional me
atraviesa, pero luego tomo una respiración calmante y me recuerdo que en
realidad no quiero que Julian esté condenado por lo que me hizo; no si eso
significa volver a estar separada de él. Sin embargo, hubiera sido agradable que al
menos hubieran reconocido que Julian cometió un delito, en lugar de decirlo una
maldita “desventura”. Es una estupidez, pero me siento irrespetada de alguna
manera, como si yo ni siquiera importara.
Ajeno a mi molestia sobre su elección de palabras, Frank sigue—: No hay
nada más que pueda darte en este momento…
—En realidad, sí puedes —interrumpe Julian. Aún sosteniéndome con
fuerza, me acaricia el brazo en un gesto propietario y tranquilizador. Como de
costumbre, su toque me calienta desde dentro, me quita algo de mi tensión. Debe
entender por qué estoy molesta; sin importar cómo se mire, es un insulto que tu
secuestro se hable con tanta indiferencia—. ¿Qué tal un poco de ojo por ojo? —
continúa en voz baja, dirigiéndose a Frank—. Les permitiré ser los héroes la
próxima vez, y ustedes me dejan entrar en alguna acción extraoficial con Siria.
Estoy seguro de que hay algunas cositas que les gustaría filtrar... y me encantaría
ser quien los ayude.
Hay otro momento de silencio, y luego Frank dice con voz ronca—: Bien.
Considéralo hecho.
—Excelente. Hasta la próxima vez —dice Julian y, extendiendo la mano
hacia adelante, hace clic en la esquina de la pantalla para desconectar la llamada.
Tan pronto como lo ha hecho, me giro en sus brazos para mirarlo.
—¿Quién era ese hombre?
—Frank es uno de mis contactos en la CIA —responde, confirmando mi
suposición anterior—. Un burócrata, pero uno bastante bueno en su trabajo.
—Ah, me lo imaginaba. —Comenzando a sentirme inquieta, empujo el
pecho de Julian, necesitando levantarme. Él me libera, observando con una leve
sonrisa mientras retrocedo un par de pasos, luego apoyo mi cadera contra el
escritorio y le doy una mirada inquisitiva—. ¿Qué fue eso de israelíes y el autobús?
¿Y Siria?
—De acuerdo con uno de mis invitados de Al-Quadar, hay un ataque
planeado en un autobús en Tel Aviv —explica Julian, reclinándose en su silla—.
Notifiqué a Mossad, la agencia de inteligencia israelí, sobre eso hoy más temprano.
—Oh. —Frunzo el ceño—. Entonces, ¿por qué Frank lo objetó?
—Porque los estadounidenses tienen un complejo de salvador… o les
gustaría que los israelíes piensen eso. Quieren que esta información venga de ellos
en vez de mí, para que Mossad les deba un favor.
—Ah, ya veo. —Y es cierto. Empiezo a entender cómo funciona este juego.
En el oscuro mundo de las agencias de inteligencia y políticas extraoficiales, los
favores son como moneda; y mi esposo es rico en más de un sentido. Lo suficiente
para asegurarse que nunca sería procesado por delitos menores, como el secuestro
o el tráfico ilegal de armas—. Y quieres que Frank te dé algo de información para
contárselo a Siria, así te deben un favor a ti, ¿no?
Julian me sonríe, mostrando sus dientes blancos. —Sí, en efecto. Aprendes
rápido, mi mascota.
—¿Por qué decidiste dejarme escuchar? —pregunto, mirándolo con
curiosidad—. ¿Por qué hoy de todos los días?
En vez de responder, se levanta de un salto y viene hacia mí. Se detiene a mi
lado, se inclina hacia adelante y coloca sus manos sobre el escritorio a ambos lados
de mi cuerpo, atrapándome de nuevo. —¿Por qué crees, Nora? —murmura,
inclinándose más cerca. Su aliento es cálido contra mi mejilla, y sus brazos son
como vigas de acero rodeándome. Eso me hace sentir como un animalito atrapado
en la trampa de un cazador; una sensación inquietante que, sin embargo, me excita.
—¿Porque estamos casados? —adivino en una voz irregular. Su rostro está a
pocos centímetros del mío, y mi bajo vientre se aprieta con un fuerte aumento de la
excitación mientras él empuja sus caderas hacia delante, haciéndome sentir su
erección endurecida.
—Sí, cariño, porque estamos casados —dice con voz ronca, sus ojos
oscureciéndose con la lujuria mientras mis pezones rígidos se rozan contra su
pecho—, y porque creo que ya no eres tan frágil como pareces…
Y bajando su cabeza, captura mi boca en un beso posesivo y hambriento, y
sus manos deslizan por mis muslos con una intención familiar.

***
En los días siguientes, aprendo más sobre este imperio oscuro, y empiezo a
entender lo poco que la mayoría de la gente sabe sobre lo que ocurre detrás de
escenas. Nada de lo que he oído en la oficina de Julian jamás aparece en las
noticias... porque si lo hiciera, rodarían cabezas, y algunas personas muy
importantes podrían terminar en la cárcel.
Divertido por mi continuo interés, Julian me deja estar presente en más
conversaciones. Una vez hasta veo una videoconferencia desde la parte trasera de
la sala, donde no puedo ser vista por la cámara. Para mi sorpresa, reconozco a uno
de los hombres de la señal de video. Es un general destacado de los Estados
Unidos, alguien a quien he visto un par de veces en populares programas de
entrevistas. Quiere que Julian mueva sus operaciones de fabricación de Tailandia
por temor a que la inestabilidad política en la región pueda frustrar el próximo
envío del nuevo explosivo; envío que se supone que va al gobierno de los Estados
Unidos.
Mi antiguo captor no mintió cuando dijo que tiene conexiones; si algo,
subestimó la magnitud de su alcance.
Por supuesto, los políticos, los líderes militares, y otros de su calaña no son
más que una pequeña fracción de las personas de las que Julian se ocupa todos los
días. La mayoría de sus interacciones son con clientes, proveedores y diversos
intermediarios: individuos sombríos y generalmente aterradores de todo el
mundo. Sus conocidos van desde la mafia rusa y los rebeldes libios hasta
dictadores en oscuros países africanos. Cuando se trata de vender armas, mi
marido es bastante igualitario. Terroristas, narcotraficantes, gobiernos legítimos…
hace negocio con todos ellos.
Se me revuelve el estómago, pero no logro persuadirme de quedarme fuera
de la oficina de Julian. Cada día le sigo, impulsada por la morbosa curiosidad. Es
como ver una clase de exposición encubierta; las cosas que aprendo son a la vez
fascinantes y perturbadoras.
Le toma tres días, pero Julian se las arregla para doblegar al último
prisionero de Al-Quadar. No me dice cómo, y tampoco le pregunto. Sé que es a
través de la tortura, pero no estoy al tanto de los detalles. Solo sé que la
información que extrae le permite localizar dos departamentos más de Al-
Quadar… y la CIA le debe otro favor.
Ahora que Julian ha decidido dejarme ingresar en esa parte de su vida,
pasamos más tiempo juntos. A él le gusta tenerme en su oficina. No solo es
conveniente para cuando quiere sexo —lo que es al menos una vez durante el
día—, sino que también parece disfrutar de la velocidad con la que estoy
aprendiendo. Dice que soy fuerte. Intuitiva. Veo las cosas como son y no como
quiero que sean; un don raro, según Julian.
—La mayoría de la gente usa vendas —me dice un día durante el
almuerzo—, pero tú no, mi mascota. Te enfrentas directamente a la realidad... y eso
es lo que te permite ver tras la fachada.
Le doy las gracias por el cumplido, pero por dentro me pregunto si es
necesariamente algo bueno; ver tras las fachadas de esa forma. Si pudiera fingir
por mí misma que, en esencia, Julian es un buen hombre —que es meramente
incomprendido y en última instancia puede ser reformado—, sería mucho más
sencillo para mí. Si fuera ciega a la naturaleza de mi marido, no me sentiría tan
confundida sobre mis sentimientos por él.
No me preocuparía estar enamorada del diablo.
Pero lo veo por lo que es: un demonio disfrazado de un hombre atractivo,
un monstruo usando una máscara hermosa. Y me pregunto si eso significa que soy
un monstruo también... que soy mala por amarlo.
Me gustaría tener a Beth para hablar de esto. Sé que ella no era precisamente
una experta en lo normal, pero aún extraño sus opiniones poco ortodoxas en las
cosas, la forma en que podría darle vuelta a todo en su cabeza y hacer que tuvieran
alguna clase de retorcido sentido. Me encuentro bastante segura de que sé lo que
diría en lo que respecta a mi situación. Me diría que soy afortunada de tener a
alguien como Julian, que estamos destinados a estar juntos y todo lo demás es una
mierda.
Y tendría razón. Cuando pienso en esos meses solos y vacíos antes del
regreso de Julian —cuando tuve mi libertad y mi vida normal, pero no lo tenía a
él—, todas mis dudas se desvanecen. No importa lo que es o a qué se dedica,
preferiría morir antes que volver a pasar por esa miseria.
Para bien o para mal, ya no estoy completa sin Julian, y ninguna cantidad de
autoflagelación puede alterar ese hecho.

***

Una semana después de la conversación de Julian con Frank, llamo a la


puerta de metal pesado y espero a que él me deje entrar. Me pasé la mañana
caminando con Rosa y preparándome para mis próximas clases, mientras que
Julian entró sin mí para hacer algunos trámites para sus cuentas en el extranjero.
Al parecer, incluso los señores del crimen tienen que lidiar con los impuestos y
asuntos legales; parece ser un mal universal que nadie puede evitar.
Cuando la puerta se abre, me sorprende ver a un hombre alto y de pelo
oscuro sentado al otro lado de la gran mesa ovalada de Julian. Parece estar en sus
treinta y tantos, solo unos pocos años mayor que mi esposo. Le he visto caminar
por la finca antes, pero nunca he tenido la ocasión de interactuar con él en persona.
Desde la distancia, me recordaba a un elegante y oscuro depredador; una
sensación que solo cobra más fuerza por la forma en que ahora me observa,
siguiendo con sus ojos grises todos mis movimientos con una mezcla peculiar de
vigilancia e indiferencia.
—Entra, Nora —dice Julian, haciendo un gesto para que me una a ellos—.
Éste es Peter Sokolov, nuestro consultor de seguridad.
—Oh, hola. Un placer conocerte. —Caminando hacia la mesa, le doy a Peter
una sonrisa cautelosa cuando me siento al lado de Julian. Peter es un hombre
guapo, con una fuerte mandíbula y pómulos altos y exóticamente inclinados, pero
por alguna razón, hace que el cabello fino en mi nuca se erice. No es lo que dice o
hace; asiente hacia mí cortésmente mientras permanece sentado allí, con su pose
engañosamente tranquila y relajada; es lo que veo en sus ojos de color acero.
Rabia. Rabia pura y sin diluir. La siento dentro de Peter, siento que emana
de sus poros. No es ira ni un momentáneo estallido de mal genio. No, esta emoción
es más profunda que eso. Es una parte de él, al igual que su cuerpo duro y
musculoso o la cicatriz blanca que divide su ceja izquierda.
A pesar de su actitud fría y cuidadosamente controlada, el hombre es un
volcán mortal a punto de estallar.
—Ya terminábamos —dice Julian, y percibo una nota de disgusto en su voz.
Alejando mis ojos de Peter, veo una pequeña flexión muscular en la mandíbula de
Julian. Debo haberme quedado mirando a Peter demasiado tiempo sin darme
cuenta, y mi esposo malinterpretó mi fascinación involuntaria como interés.
Mierda. Un Julian celoso nunca es algo bueno. De hecho, es algo muy, muy
malo.
Mientras me devano los sesos tratando de encontrar una manera de
suavizar la situación, Peter se levanta. —Podemos reanudarlo mañana si deseas —
dice con calma, dirigiéndose a Julian. No puedo dejar de notar que, a diferencia de
la mayor parte de la finca, Peter no se somete ante mi marido. En su lugar, le habla
como un igual, con una actitud respetuosa, pero totalmente seguro de sí mismo.
Capto un débil acento del este de Europa en su discurso, y me pregunto de dónde
es. ¿Polonia? ¿Rusia? ¿Ucrania?
—Sí —dice Julian, levantándose también. Su expresión todavía es oscura,
pero su voz ahora es suave y uniforme—. Te veo mañana.
Peter desaparece, dejándonos solos, y poco a poco me pongo de pie, con mis
manos ya empezando a sudar. No he hecho nada malo, pero no será fácil
convencer a Julian de eso. Su posesividad roza lo obsesivo; a veces me sorprende
que no me encierre bajo llave en su dormitorio, para que otros hombres nunca me
vean.
Efectivamente, tan pronto como la puerta se cierra detrás de Peter, Julian
camina hacia mí. —¿Te gustó Peter, mi mascota? —dice en voz baja, atosigándome
con su poderoso cuerpo hasta que me veo obligada a retroceder hasta la mesa—.
¿Te gustan los hombres rusos?
—No. —Niego con la cabeza, sosteniendo la mirada de Julian. Espero que
pueda ver la verdad en mi cara. Peter podría ser guapo, pero también es aterrador;
y el único hombre aterrador que quiero es el que me mira ahora—. Ni siquiera un
poco. No es por eso que lo observaba.
—¿No? —Los ojos de Julian se entrecierran mientras me agarra la barbilla—.
¿Por qué, entonces?
—Me asustó —admito, pensando que la honestidad es la mejor política
aquí—. Hay algo en él que me pareció perturbador.
Me estudia con atención por un segundo, luego libera mi barbilla y
retrocede, haciendo que deje escapar un suspiro de alivio. Tormenta evitada.
—Tan perspicaz como siempre —murmura, conteniendo una nota de triste
diversión en su voz—. Sí, tienes razón, Nora. De hecho, hay algo perturbador en
Peter.
—¿Qué le pasa? —pregunto; mi curiosidad ha despertado ahora que ya no
está enojado conmigo. Sé que Julian no emplea a unos angelitos, pero lo que sentí
en Peter es diferente, más volátil—. ¿Quién es él?
Me da una pequeña sonrisa triste y se acerca a sentarse detrás de su
escritorio. —Es un ex Spetsnaz: las Fuerzas Especiales rusas. Fue uno de los
mejores hasta que su esposa y su hijo fueron asesinados. Ahora quiere venganza, y
vino a mí con la esperanza de que pudiera ayudarle.
Siento un atisbo de piedad. No solo es rabia entonces; Peter también está
lleno de pena y dolor.
—¿Ayudarle cómo? —pregunto, apoyándome en la mesa. El consultor de
seguridad de Julian no me parece alguien que necesite ayuda con muchas cosas.
—Mediante el uso de mis conexiones para conseguirle una lista de nombres.
Al parecer, había algunos soldados de la OTAN involucrados, y el encubrimiento
es de un kilómetro de profundidad.
—Oh. —Me quedo mirándolo, sintiéndome incómoda. Solo puedo imaginar
lo que Peter va a hacer con esos soldados—. ¿Entonces le diste esa lista?
—Aún no. Estoy trabajando en ello. Mucha de esta información parece ser
clasificada, por lo que no es fácil.
—¿No puedes pedirle a tu contacto en la CIA que te ayude?
—Sí. Frank se está demorando porque hay algunos estadounidenses en esa
lista. —Parece molesto por un breve segundo—. Él me la dará pronto. Siempre lo
hace. Solo tengo que tener algo que la CIA quiera bastante.
—Claro, por supuesto —murmuro—. Un favor a cambio de otro... ¿Es por
eso que Peter está trabajando para ti? ¿Porque le prometiste esta lista?
—Sí, ese es nuestro arreglo. —Sonríe bruscamente—. Tres años de leal
servicio a cambio de que al final él reciba esos nombres. También le pago, por
supuesto, pero Peter no se preocupa por el dinero.
—¿Qué pasa con Lucas? —pregunto, mis pensamientos girándose a la mano
derecha de Julian—. ¿Él también tiene una historia?
—Todo el mundo tiene una historia —dice, pero suena distraído, desviando
su atención a la pantalla del computador—. Incluso tú, mi mascota.
Y antes de que pueda curiosear más, se ocupa con unos correos electrónicos,
poniendo fin a nuestra discusión por el día.
14
Traducido por Miry GPE
Corregido por Julie

Julian
Las próximas semanas transcurren con una casi felicidad doméstica que
nunca antes experimenté. Aparte de un viaje de un día a México para una
negociación con el cártel de Juárez, paso todo mi tiempo en la finca con Nora.
Con sus clases iniciadas, los días de Nora se encuentran llenos de libros de
texto, ensayos y exámenes. Está tan ocupada que a menudo estudia hasta altas
horas de la noche; una práctica que no me gusta, pero no detengo. Parece decidida
a demostrar que puede mantenerse a la par con los estudiantes que accedieron al
programa de Stanford por sus propios méritos, y no quiero desanimarla. Sé que
hace esto en parte por sus padres —quienes siguen preocupados por su futuro
conmigo— y en parte porque disfruta del desafío. A pesar de la tensión añadida,
mi mascota parece prosperar estos días, con los ojos brillantes de emoción y sus
movimientos llenos de energía con propósito.
Me gusta ese desarrollo. Me gusta verla feliz y confiada, contenta con su
vida conmigo. Aunque el monstruo dentro de mí todavía se alimenta de su dolor y
miedo, su creciente fuerza y resistencia me atrae. Nunca quise destrozarla, solo
hacerla mía; y me agrada verla convertirse en mi par en más de un sentido.
A pesar de que el trabajo escolar consume gran parte de su tiempo, Nora
continúa su tutela con Monsieur Bernard, diciendo que le resulta relajante dibujar
y pintar. También insiste en que siga impartiéndole lecciones de auto-defensa y de
disparo dos veces a la semana; una petición que estoy más que feliz de cumplir, ya
que nos da más tiempo juntos. A medida que el entrenamiento progresa, veo que
es mejor con armas de fuego que con cuchillos, aunque es sorprendentemente
decente con los dos. También se vuelve bastante buena en ciertos movimientos de
lucha, su pequeño cuerpo poco a poco se convierte en un arma letal. Incluso se las
arregló para hacer sangrar mi nariz una vez, su afilado codo conectó con mi rostro
antes de que tuviera oportunidad de bloquear su golpe veloz como un rayo.
Es un logro del que debería estar orgullosa, pero, por supuesto, siendo la
chica buena que es, inmediatamente se horrorizó y apenó.
—¡Oh, Dios mío, lo siento tanto! —Se apresura hacia mí, agarrando una
toalla para detener el sangrado. Parece tan angustiada que me echo a reír, aunque
mi nariz palpita con intenso dolor. Esto es lo que me pasa por distraerme durante
el entrenamiento. Se las arregló para sorprenderme con la guardia baja en un
momento en el que miraba sus senos y fantaseaba sobre quitarle su sostén
deportivo.
—¡Julian! ¿Por qué te ríes? —La voz de Nora sube de tono cuando presiona
la toalla en mi rostro—. ¡Deberías ver a un doctor! Podría estar rota…
—Está bien, nena —le aseguro entre ataques de risa, quitando la toalla de
sus manos temblorosas—. Puedo prometer que he tenido peores. Si estuviera rota,
lo sabría. —Mi voz suena nasal debido a la toalla presionada contra mi nariz, pero
puedo sentir el cartílago con mis dedos, y se encuentra derecho, sin daños. Tendré
un ojo negro, pero eso es todo. Sin embargo, si no me hubiera desviado hacia la
derecha en el último segundo, su movimiento podría haber aplastado la nariz
completamente, lo que habría enviado fragmentos de hueso a mi cerebro y matado
en el acto.
—¡No está bien! —Nora se aleja, aún luciendo muy afectada—. ¡Pude herirte
gravemente!
—¿No me lo merecería? —digo, medio en broma. Sé que hay una parte de
ella que aún se siente resentida conmigo por la forma en que la secuestré; que
siempre se sentirá resentida por eso. Si fuera ella, no me disculparía por causarme
dolor. Buscaría oportunidades de patearme el trasero en cualquier oportunidad
que tuviera.
Me mira, pero veo que empieza a calmarse ya que la impresión inmediata
ha terminado. —Probablemente —dice en un tono más nivelado de voz—. Pero eso
no significa que quiero que sufras. Soy así de estúpida e irracional, ya ves.
Le sonrío, bajando la toalla. El sangrado casi se ha detenido; como
sospechaba, fue solo un golpe suave. —No eres estúpida —digo en voz baja,
acercándome a ella. Aunque todavía me duele la nariz, hay un nuevo dolor
creciente en una región mucho más baja de mi cuerpo—. Eres tal como quiero que
seas.
—¿Con lavado de cerebro y enamorada de mi secuestrador? —pregunta
secamente cuando llego a ella, dejando caer la toalla ensangrentada en el suelo.
—Sí, exactamente —murmuro, quitándole el sostén deportivo para
desnudar sus senos pequeños y perfectos—. Y muy, muy follable...
Y mientras la bajo hasta la estera, mi lesión es lo último en mi mente.

***

Mientras el semestre de Nora progresa, desarrollamos una rutina.


Usualmente, me despierto antes y voy a una sesión de entrenamiento con mis
hombres. Cuando regreso, ella está despierta, así que desayunamos, y luego me
dirijo a la oficina mientras Nora va a dar un paseo con Rosa y escucha las clases en
línea. Después de unas horas, regreso a la casa, y almorzamos juntos. Luego
vuelvo a mi oficina, Nora se reúne con Monsieur Bernard para su lección de arte o
se une a mí en la oficina, donde estudia en silencio mientras trabajo o dirijo
reuniones. A pesar de que no parece prestar atención en esos momentos, sé que sí
escucha porque a menudo me hace preguntas de seguimiento sobre el negocio en
la cena.
No me importa su curiosidad, aunque sé que en silencio condena lo que
hago. La idea de que suministro armas a los criminales y los métodos a menudo
brutales que uso para mantener el control sobre el negocio es un anatema para
Nora. No entiende que si no hago esto, alguien más lo hará, y el mundo no sería
necesariamente más seguro o mejor. Señores de la droga y dictadores obtendrían
sus armas de una forma u otra. La única pregunta es quién se beneficiará de eso, y
prefería ser yo esa persona.
Sé que Nora no está de acuerdo con ese razonamiento, pero no importa. No
necesito su aprobación, todo lo que necesito es a ella.
Y la tengo. Está conmigo, tanto, que empiezo a olvidar lo que se siente no
tenerla a mi lado. Raramente nos separamos durante más de unas pocas horas a la
vez, y cuando nos separamos, la echo de menos tan intensamente, que es como un
dolor físico en mi pecho. No tengo idea de cómo fui capaz de dejarla sola en la isla
durante días o incluso semanas a la vez. Ahora ni siquiera me gusta ver a Nora ir a
correr sin mí, así que hago todo lo posible para acompañarla cuando corre por la
finca en la tarde.
Lo hago porque quiero la compañía de mi esposa, pero también para
asegurarme de que se encuentra a salvo. Aunque mis enemigos no pueden
llevársela de aquí, hay serpientes, arañas y ranas venenosas en la zona. Y en la
selva cercana, hay jaguares y otros depredadores. Las posibilidades de que sea
picada o gravemente herida por un animal salvaje son pequeñas, pero no estoy
dispuesto a correr el riesgo. No puedo soportar la idea de que le suceda algún
daño. Cuando Nora tuvo su ataque de apendicitis, casi me vuelvo loco por el
pánico, y eso fue antes de que mi adicción llegara a este nuevo nivel
completamente insano.
Mi temor de perderla empieza a rayar en lo patológico. Lo reconozco, pero
no sé cómo controlarlo. Es una enfermedad que parece no tener cura. Me preocupo
por Nora constante y obsesivamente. Quiero saber dónde se encuentra en cada
momento de cada día. Rara vez se encuentra fuera de mi vista, pero cuando lo está,
no puedo concentrarme; mi mente evoca accidentes mortales que podrían
sucederle y otros escenarios aterradores.
—Quiero que pongas dos guardias para Nora —le digo a Lucas una
mañana—. Quiero que la sigan cada vez que camina por la finca, así pueden
asegurarse de que nada le suceda.
—Muy bien. —No parpadea por mi petición inusual—. Me organizaré con
Peter para liberar a dos de nuestros mejores hombres.
—Bien. Y quiero que me envíen mensajes de texto con informes sobre ella
cada hora en punto.
—Considéralo hecho.
Los informes a cada hora de los guardias mantienen mis temores a raya
durante un par de semanas, hasta que llega un correo electrónico que me vuelve el
mundo al revés.

***

—Majid está vivo —le digo a Nora en la cena, observando con cuidado su
reacción—. Me acabo de enterar por uno de los contactos de Peter en Moscú. Fue
visto en Tayikistán.
Sus ojos se amplían en estado de shock y consternación. —¿Qué? ¡Pero
murió en la explosión!
—No, desafortunadamente no lo hizo. —Hago mi mejor esfuerzo para
mantener mi rabia bajo control. El hecho de que el asesino de Beth se encuentra
vivo me hace hervir la sangre con ácido puro—. Resulta que él y otros cuatro
abandonaron el almacén dos horas antes de que yo llegara. No lo viste ahí cuando
fui a buscarte, ¿verdad?
—No. —Frunce el ceño—. Supuse que estaba afuera, custodiando el edificio
o algo...
—Eso es lo que yo también pensé. Pero no fue así. No se hallaba en ninguna
parte cerca del edificio cuando se produjo la explosión.
—¿Cómo sabes esto?
—Los rusos capturaron a uno de los cuatro hombres que se fueron con
Majid esa noche. Lo atraparon en Moscú, conspiraba para volar el metro. —A
pesar de mis mejores esfuerzos, la furia se filtra en mi voz, y veo la tensión
correspondiente en Nora. Si hay algún tema que hace que mi mascota sienta ira, es
los asesinos de Beth—. Lo interrogaron y se enteraron de que ha estado
escondiéndose en Europa del Este y Asia Central los últimos meses, junto con
Majid y los otros dos.
Antes de que Nora pueda responder, Ana entra al comedor.
—¿Les gustaría algún postre? —pregunta el ama de llaves, y Nora sacude la
cabeza, con una línea tensa en su suave boca.
—Nada para mí, gracias —le digo secamente, y Ana desaparece, dejándonos
solos una vez más.
—¿Y ahora qué? —pregunta Nora—. ¿Le seguirás la pista?
—Sí. —Y cuando lo haga, voy a destrozarlo, una pieza de carne y hueso a la
vez, pero no le digo eso a Nora. En vez de eso, le explico—: Su secuaz admitió que
vio por última vez a Majid en Tayikistán, así que ahí es donde empezaremos
nuestra búsqueda. Al parecer, ha logrado reunir a un grupo considerable de
nuevos seguidores en los últimos meses, inyectando sangre fresca a Al-Quadar.
El último dato me preocupa un poco. A pesar de que hemos hecho un daño
considerable a la célula terrorista en el último par de meses, la organización Al-
Quadar se halla tan extendida que aún podría haber una docena de células
funcionales en todo el mundo. En combinación con los nuevos reclutas, estas
podrían ser justo lo suficientemente potente como para ser peligrosas y, de
acuerdo a la información que Peter recibió de sus contactos, Majid se prepara para
algo grande... algo en Latinoamérica.
Se prepara para contraatacarme.
Por supuesto que no penetrará la seguridad de la finca, pero solo la
posibilidad de que esos hijos de puta vengan a menos de cien kilómetros de Nora
me hace palidecer de rabia y despierta un temor que no puedo alejar.
El marcado temor irracional de perderla.
Hay doscientos hombres altamente entrenados que custodian el complejo y
decenas de drones de grado militar que barren la zona. Nadie puede tocarla aquí,
pero eso no cambia lo que siento, no sofoca el pánico primitivo que roe mis
entrañas. Todo lo que quiero hacer es tomar a Nora y llevarla lo más lejos posible,
a un lugar donde nadie la encuentre... donde ella será mía y solo mía.
Pero ya no hay un lugar como ese. Mis enemigos saben acerca de ella, y
saben que es importante para mí. Lo demostré al ir a buscarla antes. Si aún quieren
el explosivo —y estoy seguro de que sí— tratarán de conseguirla, una y otra vez,
hasta que sean completamente eliminados.
Excesivo o no, dada esta nueva información, tengo que tomar precauciones
adicionales para garantizar la seguridad de Nora.
Tengo que asegurarme de siempre tener una conexión con ella.
—¿En qué piensas? —pregunta Nora, con una expresión preocupada en su
rostro, y comprendo que la he mirado fijamente durante un par de minutos sin
decir nada.
Me obligo a sonreír. —No mucho, mi mascota. Quiero asegurarme de que
estás a salvo, eso es todo.
—¿Por qué no estaría a salvo? —Luce más perpleja que preocupada.
—Porque hay un rumor de que Majid podría estar planeando algo en
Latinoamérica —explico con toda la calma que puedo. No deseo asustarla, pero
quiero que entienda por qué tengo que tomar estas precauciones.
El por qué tengo que hacer lo que estoy a punto de hacerle.
—¿Crees que vendrán aquí? —Su rostro palidece un poco, pero su voz se
mantiene estable—. ¿Crees que tratarán de atacar a la finca?
—Podrían. Eso no significa que tendrán éxito, pero lo más probable es que
lo intentarán. —Extiendo el brazo sobre la mesa, cierro los dedos alrededor de su
delicada mano, queriendo tranquilizarla con mi toque. Su piel se encuentra fría,
traicionando su agitación, y masajeo su palma ligeramente para que se caliente—.
Es por eso que quiero asegurarme que siempre pueda encontrarte, cariño, que
siempre pueda saber dónde te encuentras.
Frunce el ceño, y siento que su mano se vuelve aún más fría antes de que la
quite de mi alcance. —¿Qué quieres decir? —Su voz es estable, pero puedo ver el
pulso en la base de su garganta comenzar a acelerarse. Como anticipé, no se siente
muy alegre con la idea.
—Quiero ponerte algunos rastreadores —explico, sosteniendo su mirada—.
Serán colocados en un par de lugares de tu cuerpo, por lo que si alguna vez te
alejan de mí, seré capaz de localizarte de inmediato.
—¿Rastreadores? ¿Te refieres... a algo como chips de GPS o algo así? ¿Cómo
algo que se utiliza para marcar el ganado?
Mis labios se tensan. Lo pondrá difícil, ya me doy cuenta. —No, nada
parecido —le digo de forma uniforme—. Estos rastreadores se encuentran
clasificados y destinados específicamente para el uso humano. Tendrán chips GPS,
sí, pero también tendrán sensores que miden el ritmo cardíaco y la temperatura
corporal. De esta forma siempre sabré si estás viva.
—Y siempre sabrás donde estoy —dice en voz baja, sus ojos oscuros en su
pálido rostro.
—Sí. Siempre sabré dónde estás. —La idea me llena de inmenso alivio y
satisfacción. Debí haber hecho esto hace semanas, tan pronto como la recogí en
Illinois—. Es para tu propia seguridad, Nora —agrego, queriendo enfatizar ese
punto—. Si hubieras tenido esos rastreadores cuando Beth y tú fueron
secuestradas, las habría hallado de inmediato.
Y Beth todavía estaría viva. No digo esa última parte, pero no lo necesito.
Nora se estremece con mis palabras, como si acabara de darle un golpe, y el dolor
se muestra en su rostro.
Sin embargo, recupera la compostura un segundo después. —Así que,
déjame ver si lo entiendo bien... —Se inclina hacia adelante, colocando sus
antebrazos en la mesa, y veo que sus dedos se hallan estrechamente entrelazados,
con sus nudillos blancos por la tensión—. ¿Quieres colocar algunos chips dentro de
mi cuerpo que te dirán dónde estoy todo el tiempo, para que así esté segura en un
complejo remoto que tiene más seguridad que la Casa Blanca?
Su tono se encuentra cargado de sarcasmo, y en respuesta, siento subir mi
temperamento. Le indulto muchas cosas, pero no correré riesgos con su seguridad.
Hubiera sido más fácil si cooperara, pero no estoy dispuesto a dejar que su
renuencia me impida hacer lo correcto.
—Pues, sí, mi mascota, es correcto —le digo con voz sedosa, levantándome
de la silla—. Eso es exactamente lo que quiero. Te colocarán esos rastreadores hoy.
Ahora, de hecho.
15
Traducido por Ivana
Corregido por Naaati

Nora
Aturdida, fijo la mirada en Julian, mis latidos rugiendo en mis oídos. Una
parte de mí no puede creer que hará esto en contra de mi voluntad, tratándome
como un estúpido animal, privándome de cualquier apariencia de privacidad y
libertad, pero el resto me grita que soy una idiota, ya que he sabido que un tigre no
cambia sus rayas.
Las últimas semanas fueron muy diferentes comparadas a todos los otros
momentos. Empecé a imaginar que Julian comenzaba a abrirse, que realmente me
permitía entrar a su vida. A pesar de su posición dominante en el dormitorio y el
control que ejerce sobre todos los aspectos de mi vida, me había empezado a sentir
menos como su juguete sexual y más como su pareja. Me dejó creer que nos
transformábamos en una especie de pareja normal, creí que se comenzaba a
preocuparse por mí, a respetarme.
Como una tonta, he comprado la ilusión de una vida feliz con mi
secuestrador, con un hombre completamente deficiente de conciencia y moral.
Que estúpida e ingenua. Quiero golpearme y llorar al mismo tiempo. Siempre
he sabido qué clase de hombre es Julian, pero aun así me dejé llevar por su
encanto, por la manera en que me trataba, en cuánto me necesitaba.
Me permití pensar que podía ser algo más que una posesión.
Cuando noto que sigo sentada, distraída por la desilusión, empujo hacia
atrás mi silla y me levanto para hacer frente a Julian desde el otro lado de la mesa.
La sensación de patada en el estómago continúa ahí, pero ahora se le suma ira.
Pura e intensa, se extiende a través de mi cuerpo, quitando los restos
de conmoción y heridas.
Estos rastreadores no tienen nada que ver con mi seguridad. Conozco el
alcance de las medidas de seguridad en la finca, y sé que las posibilidades de que
alguien pueda llevarme otra vez son más allá de minúsculas. No, la renovada
amenaza terrorista es solo un pretexto, una conveniente excusa para que Julian
haga lo que seguramente ha planeado hacer todo el tiempo. Le da una razón para
aumentar su control sobre mí, para unirme tan estrecho que nunca respiraré sin su
consentimiento.
Los rastreadores me harán su prisionera por el resto de mi vida y por
mucho que ame a Julian, eso no es un destino que estoy dispuesta a aceptar.
—No —digo, y estoy sorprendida de lo tranquila y estable que suena mi
voz—. No voy a ponerme esos chips.
Julian levanta las cejas. —¿Ah? —Sus ojos brillan con ira y un leve toque de
diversión—. ¿Y cómo lo evitarías, mi mascota?
Levanto la barbilla, mi latido acelerando aún más. A pesar de todas las
horas de entrenamiento en el gimnasio, aún no soy rival para Julian en una pelea.
Me puede someter en treinta segundos, sin mencionar que tiene a todos esos
guardias bajo su mando. Si está empeñado en ponerme esos rastreadores a la
fuerza, no seré capaz de detenerlo.
Pero eso no significa que no lo intentaré.
—Vete a la mierda —digo, enunciando claramente cada palabra—. Vete a la
mierda tú y esos chips tuyos. —Y funcionando por puro instinto de la adrenalina
pura, empujo los platos de la cena a través de la mesa hacia Julian y salgo
corriendo por la puerta.
Los platos se estrellan en el suelo con un ruido demoledor, y oigo a Julian
maldiciendo mientras salta hacia atrás para evitar ser salpicado con la comida. Se
encuentra distraído por un momento, y eso es todo el tiempo que necesito para
correr a toda velocidad hasta la puerta y salir al vestíbulo. No sé a dónde voy, ni
tengo nada parecido a un plan. Todo lo que sé es que no puedo quedarme allí y
dócilmente aceptar esta nueva violación.
No puedo ser la sumisa pequeña víctima de Julian otra vez.
Lo escucho persiguiéndome mientras corro por toda la casa, y tengo un
recuerdo repentino de mi primer día en la isla. Corrí entonces también, tratando de
escapar del hombre que se convertiría en toda mi vida. Recuerdo lo aterrorizada
que me sentía, lo mareada que me encontraba por las drogas que me había dado.
Ese fue el día en que Julian me había introducido por primera vez en el devastador
placer y dolor de su toque, el día que me di cuenta que ya no tenía el control de mi
vida.
No sé por qué dejo que esto del rastreador me sorprenda. Julian ni una sola
vez ha expresado su arrepentimiento por quitar cualquiera de mis opciones, nunca
ha pedido disculpas por secuestrarme u obligarme a casarme con él. Me trata bien
porque quiere, no porque haya alguna consecuencia adversa a hacerlo de otra
forma. No hay nadie para detenerlo de hacer lo que quiera conmigo, ni una
palabra de seguridad que pueda usar para hacer cumplir mis límites.
Puedo ser su esposa, pero sigo siendo su cautiva en todos los sentidos que
cuentan.
Estoy en la puerta ahora, y agarro el picaporte, abriéndolo. Por el rabillo del
ojo, veo a Ana de pie cerca de la pared, mirándome boquiabierta mientras salgo
por la puerta con Julian pisándome los talones. Estoy corriendo tan rápido que
siento solamente un destello de vergüenza ante la idea de que nos vea así. Creo
que nuestra ama de llaves sospecha del BDSM, y la naturaleza de nuestra relación;
mi ropa de verano no siempre oculta las marcas que Julian deja en mi piel, y espero
que atribuya esto a nada más que un juego perverso.
No tengo ni idea de dónde me dirijo cuando corro por los escalones de la
entrada, pero eso no importa. Todo lo que quiero es evadir a Julian unos segundos,
para obtener algo de tiempo. No sé lo que conseguiré, pero sé que necesito esto,
necesito sentir que hice algo para desafiarlo, que no me inclino ante lo inevitable sin
luchar.
Estoy cruzando el amplio césped verde cuando lo siento alcanzarme. Oigo
su respiración agitada, debe estar corriendo a su máxima velocidad también, luego
su mano se cierra alrededor de mi brazo izquierdo, girándome y tirándome contra
su duro cuerpo.
El impacto me aturde por un momento, sacando el aire de mis pulmones,
pero mi cuerpo reacciona en piloto automático, empezando a tener efecto mi
entrenamiento de defensa personal. En vez de tratar de alejarlo, caigo como una
piedra, tratando de desequilibrarlo. Al mismo tiempo, elevo la rodilla, apuntando
a sus bolas, y mi puño derecho vuela directamente a su barbilla.
Anticipándose a mi movimiento, se retuerce en el último momento, girando
para que mi puño no alcance la cara y mi rodilla se conecta con su muslo. Antes de
que tenga la oportunidad de probar otra cosa, me deja caer, dejando que mi
espalda golpee la hierba, e inmediatamente me sujeta con todo su peso, usando sus
piernas para controlar las mías y atrapando mis muñecas para estirar los brazos
por encima de mi cabeza.
Me encuentro completamente inmovilizada, tan impotente como nunca, y
Julian lo sabe.
Una suave risa se escapa de su garganta cuando se reúne con mi mirada
furiosa. —Eres una cosita peligrosa, ¿no? —murmura, colocándose más cómodo.
Para mi molestia, su respiración ya empieza a normalizarse, y sus ojos azules
brillan con diversión y placer no disimulado—. Sabes, si no hubiera sido el que te
enseñó ese movimiento, pudo haber funcionado.
Con mi pecho agitado, lo fulmino con la mirada, enfurecida con ganas de
hacer algo violento. El hecho de que esté disfrutando esto solo intensifica mi furia,
y pateo hacia arriba con todas mis fuerzas, tratando de sacármelo de encima. Es
inútil, por supuesto; es más del doble de mi tamaño, cada centímetro de su
poderoso cuerpo lleno de músculos de acero. Todo lo que hago le resulta más
divertido.
Bueno, eso, y lo excita, como se evidencia por el endurecido bulto contra mi
pierna.
—Suéltame —siseo con dientes apretados, claramente consciente de la
respuesta automática de mi cuerpo por su dureza. Ser retenida de esta manera es
algo que asocio con el sexo en estos días, y odio que me excite justo ahora. Mi
centro palpita con intensa necesidad pese a mi ira y resentimiento. Es otra cosa por
la que no tengo control, mi cuerpo se halla condicionado en responder a la
dominación de Julian sin importar qué.
Sus sensuales labios se curvan en una media sonrisa de satisfacción. El
idiota está indudablemente consciente de mi involuntaria excitación. —¿O qué, mi
mascota? —susurra, mirándome mientras que curiosea mis tensas piernas
separadas por sus rodillas—. ¿Qué vas a hacer?
Lo miro desafiante, haciendo mi mejor esfuerzo por ignorar la amenaza de
su erección dura como una roca contra mi entrada. Solo sus vaqueros y mi delgada
ropa interior nos separan, y sé que Julian puede deshacerse de estas barreras en un
instante. El único obstáculo para que me folle ahora, y con el que cuento, es el
hecho de que estamos a la vista de todos los guardias y cualquier persona que por
casualidad esté dando un paseo por la casa. El exhibicionismo no es algo de su
agrado, ya que es demasiado posesivo para eso, y me siento bastante segura de que
no me tomará al aire libre de esa manera.
Puede que me haga otras cosas, pero estoy a salvo del castigo sexual por
ahora.
Ese hecho y la ira estimula mi imprudente respuesta. —En realidad, la
verdadera pregunta es, ¿qué vas a hacer, Julian? —digo, con voz baja y amarga—.
¿Vas a arrastrarme pataleando y gritando para ponerme estos rastreadores?
Porque eso es lo que tendrás que hacer, porque no voy a aceptar esto como una
buena cautiva. Ya he terminado de jugar ese papel.
Su sonrisa desaparece, sustituida por una mirada de determinación. —Voy a
hacer todo lo necesario para mantenerte a salvo, Nora —dice con severidad y se
pone en pie, llevándome hacia arriba.
Lucho, pero es inútil, en menos de un segundo, me ha levantado en sus
brazos, una de sus manos restringiendo mis muñecas y el otro brazo enganchado
debajo de mis rodillas, esencialmente inmovilizando mis piernas. Indignada,
arqueo mi espalda, tratando de romper su agarre, pero me sostiene muy firme.
Todo lo que logro hacer es agotarme, y después de un par de minutos, me detengo,
jadeando con frustrado agotamiento en tanto Julian comienza a caminar hasta la
casa, llevándome como una niña indefensa.
—Puedes gritar si quieres —me informa cuando nos acercamos a los
escalones del pórtico. Su voz es tranquila y distante, su rostro vacío de toda
emoción cuando me echa un vistazo—. No cambiará nada, pero te invito a probar.
Sé que usa psicología inversa, pero me quedo en silencio mientras abre la
puerta con la espalda y entra a la casa. Mi enojo anterior se va desvaneciendo, y
una especie de resignación agotada ocupa su lugar. Siempre he sabido que pelear
contra Julian no tiene sentido, y lo que pasó hoy confirma este hecho. Puedo
resistir todo lo que quiera, pero me servirá de nada.
Mientras Julian me lleva al vestíbulo, veo a Ana aún de pie allí, mirándonos
con sorpresa y fascinación. Debió quedarse para observar por la ventana el final de
la persecución, y siento su mirada siguiéndonos cuando pasamos por su lado.
Ahora que la descarga de adrenalina ha pasado, soy consciente de un
profundo rubor de vergüenza. Una cosa es que Ana note algunas leves contusiones
en mis muslos, pero otra cosa totalmente diferente es que nos vea así. Estoy segura
de que ha visto peores, después de todo, trabaja para un señor del crimen, pero
aún no puedo evitar sentirme incómodamente expuesta. No quiero que la gente en
la finca conozca la verdad sobre mi relación con Julian, no quiero que me miren
con lástima en sus ojos. Tuve suficiente de eso en casa en Oak Lawn, y no tengo
ganas de repetir la experiencia.
—¿Vas a meter los rastreadores así sin más? —le pregunto mientras me
lleva a nuestro dormitorio—. ¿Sin anestesia ni nada? —Mi tono es muy sarcástico,
pero estoy preguntando con sinceridad. Sé que, a veces, mi marido disfruta
infligiéndome dolor, así que no es imposible que esto sea algún tipo de cosa
sexual.
La mandíbula de Julian se flexiona mientras me baja. —No —dice
secamente, liberándome y dando un paso atrás. Mis ojos inmediatamente se
desvían a la puerta, pero él se encuentra en medio de la salida y yo en tanto se
acerca a una pequeña cómoda y hurga en los cajones—. Me aseguraré de que no
sientas nada. —Y mientras observo, saca una jeringa pequeña de aspecto muy
familiar.
Mis entrañas se enfrían. Reconozco esa jeringa, es la que tenía en el bolsillo
cuando regresó a buscarme, la que habría usado si no hubiera ido con él por propia
voluntad.
—¿Es así cómo me drogaste cuando me robaste en el parque? —Mi voz es
plana, revelando un poco el hecho de que me estoy desmoronando por dentro—.
¿Qué tipo de medicamento es ese?
Julian suspira, luciendo inexplicablemente cansado mientras viene hacia mí.
—Tiene un largo y complicado nombre que no me viene a la memoria, y sí, es lo
que usé para traerte a la isla. Es uno de los mejores medicamentos de su clase, con
muy pocos efectos secundarios.
—¿Pocos efectos secundarios? Qué bueno. —Dando un paso atrás, lanzo
una mirada frenética por la habitación, buscando algo que pueda usar para
defenderme. No hay nada. Aparte de un frasco de crema para manos y una caja de
pañuelos en el soporte de la cama, la habitación está impecablemente limpia, libre
de desorden. Sigo retrocediendo hasta que mis rodillas golpean la cama, y
entonces sé que tengo ningún sitio a donde ir.
Me encuentro atrapada.
—Nora. —Julian se halla a menos de treinta centímetros de mí, con la
jeringa en su mano derecha—. No hagas esto más difícil de lo que tiene que ser.
¿Más difícil de lo que tiene que ser? ¿Habla en serio, carajo? Nace un incremento
de furia dentro de mí. Me tiro en la cama y ruedo, con la esperanza de llegar al otro
lado para poder correr hacia la puerta. Antes de llegar al borde, sin embargo,
Julian se encuentra sobre mí, presionándome con su cuerpo musculoso contra el
colchón. Con mi cara enterrada en la manta mullida, apenas respiro, pero antes de
que tenga la oportunidad de sentir pánico, él desplaza la mayor parte de su peso,
permitiéndome girar la cabeza hacia un lado. Mientras aspiro aire, lo siento
moverse; destapó la jeringa, me doy cuenta con un helado estremecimiento, y sé
que tengo solo unos segundos antes de que me drogue de nuevo.
—No hagas esto. —Las palabras salen en una desesperada súplica. Sé que
suplicarle es inútil, pero no hay nada más que pueda hacer en este momento. Mi
corazón late fuertemente en mi pecho mientras juego mi última carta—. Por favor,
si te preocupas por mí, si me amas, por favor, no hagas esto...
Lo oigo contener el aliento, y por un momento, siento una chispa de
esperanza, una chispa que se extingue de inmediato cuando mueve con suavidad
mi pelo enredado de mi cuello, exponiendo mi piel. —No va a ser tan
malo, nena —murmura, luego siento un agudo pinchazo en el costado de mi
cuello.
De inmediato mis extremidades se tornan pesadas, mi visión se oscurece
cuando la droga empieza a hacer efecto. —Te odio —consigo susurrar, luego la
oscuridad me reclama de nuevo.
16
Traducido por Johanamancilla
Corregido por Naaati

Julian
Te odio, si me amas no hagas esto…
Mientras levanto su cuerpo inconsciente, sus palabras hacen eco en mi
mente, repitiéndose una y otra vez como un disco defectuoso. Sé que no debería
doler tanto, pero lo hace. Con solo un par de oraciones, de alguna forma se las
arregló para despellejarme, para tirar abajo la pared que me cubrió desde la muerte
de María, la pared que me permitió mantener a todos lejos, excepto a Nora.
No me odia, sé eso. Me quiere, me ama, o por lo menos eso piensa. Una vez
que todo esto termine, vamos a regresar a la vida que hemos tenido por el último
par de meses, excepto que me sentiré mejor, más seguro.
Menos asustado de perderla.
Si me amas, no hagas esto…
Mierda. No sé por qué me importa lo que dijo, definitivamente no la amo.
No puedo. El amor es para aquellos que son nobles y desinteresados, para la gente
que aún tiene algún indicio de corazón.
Ese no soy yo, nunca he sido así. Lo que siento por Nora no se parece a la
suave y florida emoción representada en todos los libros y películas. Es más
profundo, mucho más visceral que eso. La necesito con una violencia que retuerce
mis entrañas, con un anhelo que me derriba y me estimula.
Moriría en su nombre, pero nunca la dejaría ir.
Acunando su pequeño cuerpo flácido en mis brazos, la llevo a la habitación
de la sala de estar. David Goldberg, nuestro doctor residente, ya se encuentra aquí,
esperando con su maletín y suministros en el sofá. Le había pedido que viniera
antes, así puede hacer el procedimiento tan pronto como sea posible después de la
cena, y estoy agradecido de que sea puntual. Solo le di a Nora un cuarto de la
droga de la jeringa, y quiero asegurarme que todo esté hecho antes de que
despierte.
—¿Se encuentra anestesiada? —pregunta Goldberg, parándose para
recibirnos. Un hombrecito calvo en sus cuarentas, es uno de los cirujanos más
talentoso que he conocido. Le pago un ojo de la cara por ocuparse de lesiones
menores, pero considero que vale la pena. En mi profesión, uno nunca sabe cuándo
será útil un buen doctor.
—Sí. —Con cuidado deposito a Nora sobre el sofá, su brazo izquierdo
cuelga desde el borde, así que la coloco en una posición más cómoda,
asegurándome de que su vestido cubre sus muslos esbeltos. De cualquier manera,
a Goldberg no le importara, es mucho más probable que se le ponga duro por mí
que por mi esposa, pero aun así no me gusta la idea de exponerla
innecesariamente, incluso a un hombre que es abiertamente gay.
—Sabes, podría haber entumecido solamente el área —dice, sacando los
instrumentos que necesita. Todos sus movimientos son expertos y eficientes; es un
maestro en lo que hace—. Es un procedimiento simple, nada que requiere que el
paciente esté inconsciente.
—Es mejor de esta forma. —No explico más, pero creo que Goldberg lo
entiende, porque no dice nada más, en cambio se pone sus guantes, saca una gran
jeringa con una gruesa aguja hipodérmica, y se acerca a Nora.
Retrocedo para darle algo de espacio.
—¿Cuantos rastreadores te gustarían? ¿Uno o más? —pregunta, mirando en
mi dirección.
—Tres. —He pensado en esto antes, y es lo que tiene más sentido. Si alguna
vez la roban, mis enemigos podrían pensar en buscar en su cuerpo un chip
localizador, pero es poco probable que busquen tres.
—Bien. Pondré uno en su antebrazo, uno en la cadera y otro en el muslo
interno.
—Eso debería funcionar. —Los rastreadores son pequeños, más o menos del
tamaño de un grano de arroz, por lo que Nora ni siquiera los sentirá allí después
de unos pocos días. También quiero que lleve puesto una pulsera especial como un
señuelo, así que tendrá cuatro rastreadores en total, de esta forma si sus
secuestradores encuentran el de la pulsera, podrían ser lo suficientes estúpidos
para deshacerse de este y no buscar otro en su cuerpo.
—Entonces eso es lo qué hare —dice Goldberg y, limpiando con algodón el
antebrazo con una solución desinfectante, presiona la aguja contra su piel. Una
gotita de sangre brota cuando entra la aguja, situando el rastreador; luego
desinfecta el área de nuevo y le coloca un pequeño vendaje.
El implante en su cadera es el siguiente, seguido por el de su muslo interno.
Pasan menos de seis minutos entre el comienzo y el final del procedimiento, y
Nora duerme tranquilamente durante todo el proceso.
—Todo hecho —dice Goldberg, sacando sus guantes y empacando su
maletín—. Puedes quitarle los vendajes en una hora, una vez que pare el sangrado,
luego ponle banditas normales. Esas áreas van a estar sensibles por un par de días,
pero no debería quedar ninguna cicatriz, sobre todo si mantiene limpios los puntos
de inserción. En todo caso, llámame, pero no anticipo ningún problema.
—Excelente, gracias.
—De nada. —Y con eso, Goldberg recoge su maletín y sale de la habitación.

***

Nora recupera la conciencia alrededor de las tres de la mañana.


Estoy durmiendo ligeramente, así que despierto tan pronto como se
comienza a mover. Sé que tendrá dolor de cabeza y nauseas por la droga, y tengo
una botella de agua preparada en caso de que tenga sed. Espero que los efectos
secundarios sean leves, ya que le di una dosis mínima. Cuando la saqué del
parque, tuve que darle mucho más para asegurarme de que se mantuviera
anestesiada por las veinticuatro horas completas, además del viaje a la isla, así que
hoy debería recuperarse mucho más rápido.
Te odio.
Mierda, otra vez no. Ignoro el recuerdo de su susurro acusatorio y me
enfoco en el presente. Puedo sentirla agitándose, un pequeño sonido de
incomodidad escapa de su garganta cuando el colchón se frota contra el lugar
sensible en su antebrazo. El sonido me provoca algo, me afecta por alguna razón.
No quiero que esté dolorida, al menos no por esto, y me estiro para sostenerla,
acercándola más a mí, y la abrazo por detrás.
Se pone tensa a mi toque, y ahora sé que se encuentra despierta, que
recuerda lo que sucedió.
—¿Cómo te sientes? —pregunto, manteniendo la voz baja y relajante
mientras acaricio la suave curva de su muslo externo con mi mano—. ¿Quieres
agua o algo más?
No dice nada, pero siento que su cabeza se mueve ligeramente, e interpreto
eso como un sí.
—Muy bien, entonces. —Estiro hacia atrás mi mano, y agarro la botella de
agua, buscando un poco a tiendas en la oscuridad. Apoyándome sobre un codo,
enciendo la lámpara en la cabecera, para ver, y le entrego la botella.
Parpadea un par de veces, entrecerrando los ojos contra la luz, y agarra el
agua, curvando sus dedos delgados alrededor de la botella a la vez que se
incorpora. El movimiento causa que la manta se deslice hacia abajo, exponiendo la
parte superior de su cuerpo. La desvestí antes de ponerla en la cama, así que se
encuentra desnuda, ocultando de mi vista las puntas rosadas de sus pechos con
solo su abundante cabello. Familiar lujuria se mueve dentro de mí, pero la alejo,
esperando para asegurarme primero de que está bien.
La dejo tomar unos pocos sorbos de agua antes de preguntar de nuevo. —
¿Cómo te sientes?
Se encoge de hombros, sin reunirse con mi mirada. —Bien, supongo. —
Levanta la mano a lo largo de su cuerpo hacia su antebrazo, tocando la bandita allí,
y la veo estremecerse—. Tengo que usar el baño —dice de repente y, sin esperar mi
respuesta, sale de la cama. Consigo un breve vistazo de su trasero redondeado
antes de que desaparezca a través de la puerta del baño, y mi pene salta, ignorando
la directiva de mi mente de estar quieto por una vez.
Suspirando, me recuesto en la almohada para esperar, ¿a quién engaño? Mi
mascota siempre tiene ese efecto sobre mí. No puedo ignorar verla desnuda más de
lo que puedo parar de respirar. Casi de forma involuntaria, mi mano se desliza
debajo de la manta, enroscando mis dedos alrededor de mi vara dura mientras
cierro los ojos e imagino a sus calientes y aterciopeladas paredes internas
agarrando mi pene, a su coño mojado y exquisitamente apretado.
Te odio.
Mierda. Mis ojos se abren, algo del calor dentro de mí se enfría. Aún estoy
duro, pero es la lujuria mezclada con una extraña pesadez en mi pecho. No sé de
donde viene esto. Me debería sentir más feliz ahora que los rastreadores se
encuentran en su cuerpo, pero no ocurre así, en cambio me siento como que perdí
algo.
Irritado, cierro los ojos de nuevo, esta vez resueltamente enfocado en el
dolor creciente en mis bolas mientras bombeo mi puño a lo largo de mi pene,
construyendo el hambre, incluso si me odia, ¿Y qué? Debe odiarme, dado todo lo
que le he hecho. Nunca he dejado que las preocupaciones detengan algo que
quiero, y no estoy a punto de empezar ahora. Nora se acostumbrará a los
rastreadores como se acostumbró a ser mía, y si las instalaciones de seguridad son
violadas algún día, le agradecerá a sus estrellas de la suerte por mi previsión.
Escuchando la puerta, abro los ojos y la veo asomarse del baño. Sigue sin
mirarme directamente, en cambio mantiene sus ojos en el piso mientras se
apresura hacia la cama y trepa bajo las mantas, tirando la manta hasta su mentón,
luego mira sin expresión el techo, como si yo ni siquiera existiera.
También podría haberme abofeteado con su indiferencia.
La lujuria dentro de mí se vuelve más aguda, más oscura. No voy a soportar
este tipo de comportamiento y lo sabe. La necesidad de castigarla es fuerte, casi
irresistible, y es solo el conocimiento de que se encuentra herida lo que me impide
atarla y rendirme a mis inclinaciones sádicas.
Pero no voy a dejarla zafarse de esto. Ni esta noche, ni nunca.
Tirando las mantas, me incorporo y ordeno con aspereza—: Ven aquí.
No se mueve por un momento, pero luego sus ojos se elevan hacia mi
rostro, sin temor en su mirada, ni ninguna emoción de ningún tipo. Sus grandes
ojos oscuros no muestran vida, como esos de una hermosa muñeca.
La pesadez en la región de mi pecho crece. —Ven aquí —repito, y la dureza
de mi tono disimula la confusión intensificándose dentro de mí—. Ahora.
Obedece; su condicionamiento por fin hace efecto. Apartando la manta, se
acerca a cuatro patas, gateando sobre la cama con su espalda arqueada y su trasero
ligeramente elevado. Es exactamente la forma que me gusta que se mueva en la
habitación, y mi respiración se acelera, mi pene aumenta a un grosor casi doloroso.
La he entrenado bien, incluso angustiada, mi mascota sabe cómo complacerme.
—Buena chica —murmuro, extendiéndome tan pronto cuando ella se
encuentra a mi alcance. Deslizando mi mano izquierda en su cabello, envuelvo mi
brazo derecho alrededor de su cintura y la tiro en mi regazo, abrazándola contra
mí, entonces inclino mi boca sobre la suya, besándola con un hambre que parece
emanar desde la esencia de mi ser.
Sabe a pasta de dientes mentolada, sus labios suaves y receptivos en tanto
saqueo las sedosas profundidades de su boca. Mientras continúa el beso, sus ojos
se cierran, y sus manos se levantan para descansar de forma tentativa a mis
costados. Puedo sentir sus pezones como guijarros contra mi pecho, y la
comprensión de que responde igual que siempre envía una ola de alivio, aliviando
mucha de mi ansiedad inusual.
A pesar de su humor extraño, aún es mía en todas las formas que importan.
Todavía besándola, me inclino hacia adelante hasta que los dos estamos
tumbados en la cama, conmigo cubriéndola. Tengo cuidado de sujetarla
gentilmente, sin poner ninguna presión en las áreas cubiertas de bandidas. El
monstruo dentro de mí puede que ansíe su dolor y lágrimas, pero ese deseo
palidece en comparación con mi abrumadora necesidad de consolarla, de quitar
esa mirada sin vida en sus ojos.
Refrenando mi propia lujuria, comienzo a ocuparme de ella de la única
forma que conozco. La beso por todas partes, saboreando su suave piel caliente
mientras hago un camino desde la delicada curva de su seno. Masajeo sus manos,
brazos, pies, piernas y espalda, disfrutando de sus gemidos silenciosos de placer
mientras que borro toda la rigidez en sus músculos. Luego la llevo al orgasmo con
mi boca y dedos, retrasando mi propia liberación hasta que mis bolas casi se
vuelven azules.
Cuando finalmente entro en su cuerpo, es como volver a casa. Su caliente
vaina resbaladiza me da la bienvenida, me aprieta tan firmemente que casi exploto.
Mientras comienzo a moverme dentro, sus brazos se cierran alrededor de mi
espalda, abrazándome, aferrándose a mí, y cuando estallamos juntos al final,
nuestros cuerpos se unen en un violento éxtasis alucinante.
17
Traducido por Genevieve
Corregido por Agus Herondale

Nora
Me levanto más tarde de lo habitual, siento mi cabeza y boca como si
hubieran sido rellenas con algodón. Por un momento, me cuesta recordar lo
ocurrido, ¿de algún modo bebí demasiado? Pero entonces los recuerdos de la noche
anterior se filtran en mi mente, retorciendo mi estómago e inundándome con
desesperación confusa.
Anoche, Julian me hizo el amor. Me hizo el amor luego de violarme,
drogarme y colocarme rastreadores contra mi voluntad; y se lo permití. No, no lo
permití simplemente; me deleité con su toque, dejando que el calor abrasador de
sus caricias quemara el dolor congelado dentro de mí, que me hiciera olvidar,
aunque fuera por un momento, sobre la herida que le infligió a mi corazón.
No sé por qué esto, de todas las cosas horribles que Julian ha hecho, me
afecta tanto. En el gran esquema de las cosas, poner rastreadores bajo mi piel, al
parecer para mantenerme a salvo, no es nada en comparación con secuestrarme,
golpear a Jake, ni chantajearme para casarme. Estos rastreadores ni siquiera son
necesarios siempre. Teóricamente, si alguna vez salgo de la finca, puedo ir a un
médico y hacer que remuevan los implantes, así no los tengo adheridos el resto de
mi vida. Mi temor ayer definitivamente tenía un componente irracional;
reaccionaba por instinto y no pensaba las cosas.
Sin embargo, sentía como si una parte de mí hubiese muerto ayer por la
tarde, como si el pinchazo de la jeringa hubiese matado algo dentro de mí. Quizá
sea porque empecé a sentir que Julian y yo nos acercábamos, que éramos cada vez
más como una pareja normal. O tal vez porque mi síndrome de Estocolmo, o
cualquier problema psicológico que tuviera, me hacía imaginar arco iris y
unicornios donde no existían. Sea cual fuera la razón, las acciones de Julian se
sintieron como la traición más angustiosa. Cuando recobré el conocimiento anoche,
me sentía tan devastada que quería meterme en un agujero y desaparecer.
Pero Julian no me dejó. Me hizo el amor. Me hizo el amor cuando pensé que
me azotaría, cuando esperaba que me castigara por no ser su mascotita obediente.
Él me dio ternura cuando esperaba crueldad; en vez de destrozarme, me hizo
sentir todo de nuevo, aunque fuera solo por un par de horas.
Y ahora… Ahora lo extraño. Sin él a mi lado, la frialdad dentro de mí
empieza a volver, el dolor poco a poco regresa a estrangularme desde el interior. El
hecho de que Julian me hizo esto en contra de mis objeciones, que hizo esto a pesar
de que le rogué que no lo hiciera, es más de lo que puedo soportar. Me dice que no
me ama, que nunca me podrá amar.
Me dice que el hombre con quien estoy casada nunca podrá ser nada más
que mi captor.

***

En el desayuno Julian no se encuentra allí, hecho que contribuye a mi


creciente depresión. Me he acostumbrado tanto a comer la mayoría de mis comidas
con él que su ausencia se siente como un rechazo, aunque no puedo entender cómo
puedo desear su compañía después de todo.
—El señor Esguerra tomó un aperitivo —explica Ana, sirviéndome huevos
mezclados con frijoles refritos y aguacate—. Recibió una noticia de la que tuvo que
ocuparse de inmediato, así que no será capaz de unirse a usted esta mañana. Se
disculpó por eso y me dijo que puede venir a la oficina cuando esté lista. —Su voz
es inusualmente cálida y amable, y muestra simpatía en su rostro mientras me
mira. No sé si conoce todos los detalles acerca de lo que pasó anoche, pero tengo la
sensación de que lo escuchó.
Avergonzada, bajo la mirada hacia mi plato.
—Bien, gracias, Ana —murmuro, mirando fijamente a la comida. Parece tan
deliciosa como de costumbre, pero no tengo apetito. Sé que no estoy enferma, pero
me siento de esa manera, con el estómago revuelto y dolor de pecho. Los implantes
frescos en mi muslo, cadera y antebrazo palpitan con un persistente dolor. Todo lo
que quiero hacer es meterme debajo de las mantas y dormir todo el día, pero por
desgracia, eso no es una opción. Tengo un trabajo que hacer para mi clase de
literatura inglesa y llevo dos conferencias atrasada en mi clase de cálculo. Sin
embargo sí cancelé mi caminata matutina con Rosa; no tengo ningún deseo de ver
a mi amiga mientras me siento de esta manera.
—¿Quiere un poco de chocolate caliente o algo? ¿Tal vez café o té? —
pregunta Ana, todavía junto a la mesa. Normalmente, cuando Julian y yo comemos
juntos, desaparece, pero por alguna razón, esta mañana parece reacia a dejarme en
paz.
Levanto la mirada de mi plato y me obligo a darle una sonrisa.
—No, estoy bien, Ana, gracias. —Recogiendo mi tenedor, levanto unos
huevos y los llevo a mi boca, decidida a comer algo para aliviar la preocupación
que veo en el rostro suavemente redondeado del ama de llaves.
Mientras mastico, veo a Ana dudando por un momento, como si quisiera
decir algo más, pero luego desaparece en la cocina, dejándome con mi desayuno.
En los próximos minutos, hago un intento serio para comer, pero todo sabe a
arena, y al final me doy por vencida.
Levantándome, me dirijo al pórtico, con ganas de sentir el sol en mi piel. La
frialdad dentro de mí parece estar extendiéndose a cada momento, mi depresión se
profundiza mientras avanza la mañana.
Al salir de la puerta principal, me acerco al borde del pórtico y me apoyo en
la barandilla, respirando el aire caliente y húmedo. Cuando miro hacia el amplio
césped verde y los guardias en la distancia, siento que mi visión se vuelve borrosa,
brotan lágrimas ardientes y empiezan a deslizarse por mis mejillas.
No sé por qué estoy llorando. Nadie murió; nada verdaderamente terrible
ha sucedido. He pasado por cosas mucho peores en los últimos dos años y lo he
enfrentado, me he adaptado y he sobrevivido. Este asunto relativamente menor no
debería hacerme sentir como si me hubiesen arrancado el corazón.
Mi creciente convicción de que Julian no es capaz de amar no me debe
destruir así.
Una mano toca suavemente mi hombro, sobresaltándome desde mi miseria.
Limpiando rápidamente mis mejillas con el dorso de la mano, me doy la vuelta,
sorprendida de ver a Ana allí, con una expresión incierta en su rostro.
—Señora Esguerra… Digo, Nora… —tartamudea con mi nombre; su acento
más marcado de lo habitual—. Lamento interrumpir, ¿pero me preguntaba si tenía
un minuto para hablar?
Desconcertada por la inusual petición, asiento con la cabeza.
—Por supuesto, ¿qué pasa? —Ana y yo no somos muy cercanas; ha sido
siempre un tanto reservada conmigo, educada pero no demasiado agradable. Rosa
me dijo que Ana es así porque eso es lo que el padre de Julian exigía de su
personal, y es difícil romper el hábito.
Aliviada por mi respuesta, sonríe y se acerca a mí en la barandilla,
colocando sus antebrazos en la madera pintada de blanco. Le doy una mirada
inquisitiva, preguntándome sobre qué quiere hablar, pero parece contenta con solo
quedarse allí por un momento, su mirada fija en la selva en la distancia.
Cuando por fin gira la cabeza para mirarme y habla, sus palabras me
atrapan con la guardia baja.
—No sé si sabe esto, Nora, pero su marido ha perdido todo lo que le
importaba —dice en voz baja, sin dejar rastro de su reserva habitual a la vista—.
María, sus padres... Por no hablar de muchos otros que conocía aquí en la finca y
en las ciudades.
—Sí, me lo dijo —digo lentamente, mirándola con cierta cautela. No sé por
qué de repente decidió hablar conmigo sobre Julian, pero estoy más que feliz de
escuchar. Tal vez si entiendo mejor a mi marido, será más fácil para mí mantener
mi distancia emocional.
Tal vez si no es un rompecabezas, no esté atraída a él con tanta fuerza.
—Bueno —dice Ana en voz baja—, entonces espero que entienda que Julian
no tenía intención de hacerle daño anoche… Que todo lo que hizo fue porque se
preocupa por usted.
—¿Se preocupa por mí? —La risa que se escapa de mi garganta es fuerte y
amarga. No sé por qué estoy hablando de esto con Ana, pero ahora que se han
abierto las compuertas, parece que no las puedo volver a cerrar—. A Julian no le
importa nadie más que sí mismo.
—No. —Niega con la cabeza—. Se equivoca, Nora. Se preocupa. Se
preocupa mucho. Lo veo. Es diferente con usted que con otras personas. Muy
diferente.
La miro fijamente. —¿Qué quieres decir?
Suspira, luego se gira hacia mí plenamente.
—Su marido fue siempre un niño sombrío —dice, y veo profunda tristeza en
su mirada—. Un hermoso niño, con los ojos de su madre y sus rasgos, pero con
tanta fuerza en el interior… Gracias a su padre, creo. El señor nunca lo trató como
a un niño. Desde el momento en que Julian tuvo la edad suficiente para caminar,
su padre lo presionó, obligándole a hacer cosas que ningún niño debe hacer...
Escucho absorta, casi sin atreverme a respirar, cuando continúa:
—Cuando Julian era pequeño, tenía miedo a las arañas. Tenemos grandes
aquí, muy aterradoras. Algunas de las más venenosas. Cuando Juan Esguerra se
enteró, llevó a su hijo de cinco años al bosque y lo hizo atrapar una docena de
arañas grandes con sus propias manos. Luego hizo que el muchacho las matara
lentamente con los dedos, para que vea lo que se sentía el vencer sus miedos y
hacer que sus enemigos sufrieran. —Hace una pausa, apretando los labios con
rabia—. Julian no durmió durante dos noches después de eso. Cuando su madre se
enteró, lloró, pero ya no había nada que pudiera hacer. La palabra del señor aquí
era ley y todo el mundo tenía que obedecer.
Me trago la bilis en la garganta y aparto la mirada. Lo que acabo de saber
solamente se suma a mi desesperación. ¿Cómo puedo esperar que Julian ame a
alguien después de haber sido criado de esa manera? El hecho de que mi marido es
un asesino a sangre fría con tendencias sádicas no es sorprendente; la única
maravilla es que no sea aún peor.
Es desesperanzador. Absolutamente desesperanzador.
Sintiendo mi angustia, Ana pone su mano en mi brazo; su toque es cálido y
reconfortante, como el de mi madre.
—Durante mucho tiempo, pensé que Julian se volvería como su padre —
dice, cuando me giro para mirarla—. Cruel e indiferente, incapaz de alguna
emoción tierna. Lo pensé hasta que lo vi con un gatito un día, cuando tenía doce
años. Era una criaturita, de mullida piel blanca y ojos grandes, apenas de la edad
suficiente para comer por sí solo. Le pasó algo a su madre, y Julian encontró al
gatito fuera y lo trajo. Cuando lo vi, él trataba de hacer que bebiera leche y la
expresión de su cara… —Parpadea, y los ojos se ven sospechosamente húmedos—.
Era tan... tan tierna. Fue muy paciente con el gatito, tan suave. Y sabía entonces
que su padre no logró corromperlo completamente, que el muchacho todavía
podía sentir.
—¿Qué pasó con ese gatito? —pregunto, preparándome. Me hallo dispuesta
a escuchar otra historia de terror, pero Ana simplemente se encoge de hombros en
respuesta.
—Se crió en la casa —dice, apretando suavemente mi brazo antes de apartar
su mano—. Julian lo mantuvo como su mascota, la llamó Lola. Él y su padre
tuvieron una pelea por eso, el señor mayor odiaba a los animales, pero para
entonces Julian era bastante grande y lo fuerte como para enfrentar a su padre.
Nadie se atrevió a tocar a la criaturita durante el tiempo que estuvo bajo la
protección del muchacho. Cuando se fue a Estados Unidos, se llevó el gato con él.
Por lo que sé, vivió una bonita larga vida y murió de vejez.
—Oh. —Algo de mi tensión se desvanece—. Eso es bueno. No es bueno que
Julian perdiera su mascota, pero al menos vivió durante mucho tiempo.
—Sí. Es bueno. Y sabe, Nora, la mirada que le daba a ese gatito... —Se
desvanece, mirándome con una sonrisa extraña.
—¿Qué? —pregunta cautela.
—Él la mira así a veces. Con esa misma clase de ternura. No siempre puede
mostrarlo, pero la atesora, Nora. A su modo, la ama. Sinceramente, lo creo.
Aprieto los labios, tratando de contener las lágrimas que amenazan con
inundar mis ojos de nuevo.
—¿Por qué me dices esto, Ana? —pregunto cuando estoy segura de que
puedo hablar sin descomponerme—. ¿Por qué has venido aquí?
—Porque Julian es lo más cercano que tengo a un hijo —dice en voz baja—.
Y porque quiero que sea feliz. Quiero que los dos sean felices. No sé si esto cambia
algo para usted, pero pensé que debería saber un poco más acerca de su marido. —
Extiendo la mano, aprieta la mía y luego vuelve a la casa, dejándome de pie junto a
la barandilla, aún más confundida y dolida que antes.

***

No me encuentro con Julian en la oficina esa tarde. En su lugar me encierro


en la biblioteca y trabajo, tratando de no pensar en mi marido y lo mucho que
quiero estar sentada a su lado. Sé que solo estar cerca de él me haría sentir mejor,
que su sola presencia ayudaría con mi dolor y enojo, pero un impulso masoquista
me mantiene lejos. No sé qué es lo que trato de demostrarme, pero estoy decidida a
mantener mi distancia durante al menos un par de horas.
Por supuesto, no lo puedo evitar en la cena.
—Hoy no viniste —observa, mirándome mientras Ana nos sirve un poco de
sopa de setas como aperitivo—. ¿Por qué no?
Me encojo de hombros, ignorando la mirada implorante que Ana me da
antes de volver a la cocina. —No me sentía bien.
Julian frunce el ceño. —¿Estás enferma?
—No, solo un poco afectada por el clima. Además tenía un trabajo que
terminar y algunas clases que recuperar.
—¿Es verdad? —Me mira, juntando las cejas. Inclinándose hacia adelante,
pregunta en voz baja—: ¿Estás enfadada, mi mascota?
—No, Julian —respondo tan dulce como puedo y sumerjo la cuchara en la
sopa—. Enfadarme implicaría que me molestó algo que hiciste. Pero no tengo que
estar enojada, ¿verdad? Puedes hacer lo que quieras y tengo que aceptarlo, ¿no? —
Y tomando un sorbo de esta sopa rica, le doy una sonrisa empalagosa, disfrutando
de la forma en que sus ojos se estrechan ante mi respuesta. Sé que estoy tirando de
la cola de un tigre, pero esta noche no quiero un dulce y apacible Julian. Es muy
engañoso, demasiado inquietante para mi tranquilidad.
Para mi frustración, no muerde el anzuelo. La ira que provoqué dura poco y
al siguiente momento, se reclina, con una lenta y sexy sonrisa en las comisuras de
sus labios.
—¿Tratas de hacerme sentir culpable, nena? Seguramente ya sabes que no
poseo ese tipo de emoción.
—Por supuesto que sí. —Quise que las palabras sonaran amargas, pero
salen sin aliento. Incluso ahora, tiene el poder para provocar que mis sentidos se
desordenen con nada más que una sonrisa.
Él sonríe, sabiendo muy bien cómo me afecta y sumerge su propia cuchara
en la sopa.
—Solo come, Nora. Puedes mostrarme tu enojo en el dormitorio, lo
prometo. —Y con esa amenaza tentadora, comienza a tomar la sopa y no me deja
otra opción que seguir su ejemplo.
A medida que comemos, Julian me acribilla con preguntas acerca de mis
clases y cómo va mi programa en línea hasta ahora. Parece interesado
genuinamente en lo que tengo que decir y pronto me encuentro hablando con él
acerca de mis dificultades con cálculo, ¿se ha inventado una materia más aburrida?; y
discutimos los pros y los contras de tomar un curso de humanidades próximo
semestre. Estoy segura de que debe encontrar mis preocupaciones graciosas,
después de todo, es solamente la escuela, pero si es así, no lo demuestra. En su
lugar, me hace sentir como si estuviera hablando con un amigo, o tal vez un asesor
de confianza.
Esa es una de las cosas que lo hacen tan irresistible: su capacidad para
escuchar, para hacerme sentir importante para él. No sé si lo hace a propósito, pero
hay pocas cosas más seductoras que tener la atención de alguien y siempre tengo
eso con Julian. Lo he tenido desde el primer día. Secuestrador malvado o no,
siempre me hizo sentir querida y deseada, como si fuera el centro de su mundo.
Como si importara realmente.
A medida que la cena continúa, la historia de Ana se reproduce una y otra
vez en mi mente, haciéndome sentir contenta de que Juan Esguerra esté muerto.
¿Cómo puede un padre hacerle eso a su hijo? ¿Qué clase de monstruo a propósito
trata de crear a su hijo en un asesino? Me imagino a un Julian de doce años,
enfrentándose a ese bruto por un gatito indefenso y siento un poco de orgullo
involuntario por la valentía de mi marido. Tengo la sensación de que no fue nada
fácil tener esa mascota contra los deseos de su padre.
Todavía no estoy ni de cerca dispuesta a perdonarlo, pero cuando llegamos
al segundo plato, creo que la posibilidad de que algo más que las tendencias
acosadoras de Julian se encontraban detrás de su deseo de implantarme esos
rastreadores. ¿Podría ser que en vez de no preocuparse por mí, se preocupa
demasiado? ¿Es posible que su amor sea oscuro y obsesivo? ¿Retorcido? Supe, por
supuesto, sobre la muerte de María y la de sus padres, pero nunca conecté los dos
eventos, nunca pensé en ello como Julian perdiendo a todos los que le importaron.
Si Ana tiene razón, si en verdad soy tan especial para él, entonces no es
sorprendente que vaya a tales extremos para garantizar mi seguridad, sobre todo
porque casi me perdió una vez.
Es una locura y aterrador, pero no es particularmente sorprendente.
—Y, ¿qué era tan urgente esta mañana? —pregunto, acabando mi segunda
porción del plato del salmón al horno que Ana preparó como plato principal. Mi
apetito ha vuelto con venganza, olvidando todo rastro de mi malestar anterior. Es
increíble lo que me hace la poca compañía de Julian; su proximidad es mejor que
cualquier droga en el mercado—. Me refiero a cuando no pudiste unírteme en el
desayuno.
—Oh, sí, tenía la intención de contarte de eso —dice, y veo un brillo de
emoción en sus ojos oscuros—. Los contactos de Peter en Moscú nos dieron
permiso para seguir con una operación para extraer a Majid y el resto de los
combatientes de Al-Quadar desde Tayikistán. Tan pronto como estemos listos,
espero que en una semana o así, haremos lo planeado.
—Oh, guau. —Lo miro, tanto emocionada como perturbada por la noticia—.
Cuando dices “haremos”, te refieres a tus hombres, ¿no?
—Bueno, sí. —Parece sorprendido por mi pregunta—. Voy a llevar a un
grupo de unos cincuenta de nuestros mejores soldados y dejaré el resto para
proteger el complejo.
—¿Vas a ir en esta operación? —Mi corazón da un vuelco mientras espero
ansiosamente su respuesta.
—Por supuesto. —Se ve sorprendido de que pensara lo contrario—. Siempre
voy en este tipo de misiones si puedo. Además, tengo algunos negocios en Ucrania
que se manejan mejor en persona, así que me ocuparé de eso en el camino de
regreso.
—Julian… —Me siento mal, de repente, toda la comida se asienta en mi
estómago como una roca—. Esto suena muy peligroso… ¿Por qué tienes que ir?
—¿Peligroso? —Se ríe en voz baja—. ¿Estás preocupada por mí, mi mascota?
Te aseguro que no es necesario. El enemigo será superado en número y potencia de
fuego. No tienen ni una posibilidad, créeme.
—¡No sabes eso! ¿Qué pasa si tuviesen una bomba o algo así? —Mi voz se
eleva cuando recuerdo el horror de la explosión del almacén—. ¿Qué pasa si te
engañan de alguna manera? Sabes que quieren matarte…
—Bueno, técnicamente, quieren obligarme a darles el explosivo —me
corrige, y una sonrisa oscura curva sus labios—, y luego quieren matarme. Pero no
tienes nada de qué preocuparte, cariño. Revisaremos sus cuarteles para detectar
cualquier signo de bombas antes de entrar, y todos vamos a usar una armadura de
cuerpo completo que puede soportar todos menos una explosión de misiles.
Empujo mi plato, ni en lo más mínimo tranquilizada.
—Déjame ver si lo entiendo... ¿Me obligas a llevar rastreadores aquí, donde
nadie puede tocar un solo pelo en mi cabeza, y piensas recorrer Tayikistán para
jugar “capturar al terrorista”?
La sonrisa de Julian desaparece, su expresión se endurece.
—No estoy jugando, Nora. Al-Quadar representa una amenaza muy real y
es una que tengo que eliminar lo más rápidamente posible. Tenemos que atacarlos
antes de que vengan tras nosotros y esta es la oportunidad perfecta para hacerlo.
Lo miro; la enorme injusticia de todo hace que mi presión arterial aumente.
—Pero, ¿por qué tienes que ir en persona? Tienes estos soldados y
mercenarios bajo tu mando, seguramente no te necesitan…
—Nora... —Su voz es suave, pero sus ojos son duros y fríos, como
carámbanos—. Este no es un tema de debate. El día que empiece a temer de mi
propia sombra, es el día que tendré que dejar este negocio para siempre, porque
eso significará que me he vuelto dócil. Dócil y lento, como el hombre cuya fábrica
quité al comienzo de todo. —Sonríe de nuevo ante mi mirada de asombro—. Oh,
sí, mi mascota, ¿cómo crees que me cambié de las drogas a las armas? Me hice
cargo de la operación existente de alguien y construí a partir de ésta. Mi
predecesor también tenía soldados y mercenarios a sus órdenes, pero no era más
que un burócrata glorificado y todos lo sabían. No sostuvo muy fuerte las riendas
de su organización y fue simple cuestión de sobornar a unas cuantas personas y
derrocarlo, tomando su fábrica de misiles. —Hace una pausa para dejar que
digiera eso por un segundo, luego añade—: No seré ese hombre, Nora. Esta misión
es importante para mí y tengo toda la intención de velar por ella yo mismo. Majid
no sobrevivirá esta vez, me aseguraré de eso.
18
Traducido por *~ Vero ~*
Corregido por Naaati

Julian
Después de terminar la cena, dirijo a Nora a nuestro dormitorio, con mi
mano apoyada en la parte baja de su espalda mientras caminamos por las
escaleras. Se encuentra tranquila, como ha estado desde que le expliqué sobre la
próxima misión, y sé que sigue molesta conmigo, tanto acerca de los rastreadores
como del viaje en sí.
Encuentro conmovedora su preocupación, incluso dulce, pero no tengo
ninguna intención de dejar pasar esta oportunidad para poner mis manos sobre
Majid. Mi mascota no entiende la emoción oscura de estar en el medio de la acción,
de sentir la sacudida de adrenalina y escuchar el zumbido de las balas. No se da
cuenta de que me gusta la visión de la sangre, y el sonido de los gritos de mis
enemigos son un incentivo, que los ansío casi tanto como el sexo. Este rasgo mío es
el por qué un psiquiatra pensó que podía ser casi un sociópata, y también por mi
falta general de remordimiento. Es una etiqueta que particularmente nunca me
molestó, al menos no una vez que superé mi delirio juvenil de que algún día
podría llevar una vida normal.
Cuando entramos al dormitorio, el hambre que he controlado desde ayer se
intensifica, el monstruo en mi interior exige su pago. La distancia que siento de
Nora lo empeora. Puedo sentir las barreras que construye entre nosotros, la forma
en que trata de sacarme de sus pensamientos, y me enloquece, alimentando el
anhelo sádico enrollado en mi interior.
Voy a romper esas barreras esta noche. Voy a derribarlas hasta que no le
queden defensas, y sea el dueño de su mente de nuevo.
Se excusa para ir a tomar una ducha rápida, y la dejo, caminando hacia la
cama para esperar su regreso. Ya estoy semi-duro, mi pene se agita en previsión de
lo que voy a hacer, y mis pantalones empiezan a sentirse incómodamente
apretados. Al escuchar el agua empezar a correr, me desnudo, y luego meto la
mano en el cajón junto a la cama y saco un surtido de herramientas que planeo
usar durante la noche.
Fiel a su palabra, Nora no toma mucho tiempo. Cinco minutos y está
saliendo del cuarto de baño, con una toalla blanca de felpa alrededor de su cuerpo
menudo. Su cabello se amontona en la parte superior de su cabeza en un moño
desordenado, y su piel dorada se encuentra húmeda, gotas de agua todavía
aferradas a su cuello y hombros. Debe haberse sacado las curitas para poder
ducharse, porque veo una pequeña costra y algunos moretones en el brazo donde
se encontraban. La vista me llena de una rara mezcla de emociones, de alivio
porque ya puedo mantener vigilancia siempre y algo que sabe extrañamente a
pesar.
Su mirada viaja hacia la cama, y se para en seco, con los ojos muy abiertos
mientras observa los objetos.
Sonrío, disfrutando de la expresión de sorpresa en su rostro. No hemos
usado los juguetes desde hace tiempo, al menos no hasta este punto. —Desnúdate
y entra a la cama —ordeno, levantándome y tomando la venda de los ojos.
Me mira, sus labios entreabiertos y su piel suavemente sonrojada; sé que se
encuentra excitada por esto también, que ahora su necesidad sigue a la mía. Solo
hay una pizca de vacilación en sus movimientos mientras se desenvuelve la toalla
y la deja caer al suelo, dejándola allí de pie desnuda.
Me devoro su cuerpo delgado con mi mirada, mis bolas se contraen y los
latidos de mi corazón se aceleran. Racionalmente sé que debe haber una mujer más
hermosa que Nora por ahí, pero si la hay, no puedo pensar en ninguna. Desde la
punta de su cabeza hasta sus pies delicados, encaja en mis preferencias a la
perfección. Mi cuerpo la desea con una intensidad que parece estar haciéndose más
fuerte cada día, con una desesperación que casi me consume.
Sube a la cama, entrando en una posición de rodillas con los pies metidos
debajo de su firme culo redondo. Sus movimientos son fluidos y elegantes, como
los de un gato pequeño y refinado.
Poniéndome de rodillas por detrás, muevo su pelo de su hombro y la beso
suavemente, disfrutando de la manera en que sus respiraciones cambian en
respuesta. Huele a piel femenina caliente y gel de baño de flores; una mezcla que
hace que la cabeza me dé vueltas y mi pene lata con necesidad. Algunas noches
esto es todo lo que quiero: la dulzura de su respuesta, la sensación de tenerla en
mis brazos. Algunas noches quiero tratarla como la criatura frágil que es.
Esta noche, sin embargo, quiero algo diferente.
Retrocediendo, coloco la venda alrededor de sus ojos, asegurándome de que
no vea nada. Quiero que se centre únicamente en las sensaciones que va a estar
experimentando, que sienta todo como sea posible. Luego, tomo un par de esposas
acolchadas y las cierro alrededor de sus muñecas, asegurando sus manos detrás de
su espalda.
—Um, Julian —Su lengua sale para humedecer el labio inferior—, ¿qué vas
a hacer conmigo?
Sonrío; el pequeño atisbo de miedo en su voz me excita aún más.
—¿Qué crees que voy a hacer, mi mascota?
—¿Castigarme? —adivina, con su voz baja y un poco ronca. Mientras habla,
puedo ver sus pezones poniéndose tensos, y sé que la idea no es exactamente
repulsiva.
—No, cariño —murmuro, tratando de alcanzar uno de los otros artículos
que he preparado: un par de pinzas para los pezones conectadas por una cadena
de metal fino—. Aún no has sanado lo suficiente para eso. Tengo otras cosas en
mente para hoy. —Recogiendo las pinzas, envuelvo mis brazos alrededor de su
espalda y pellizco su pezón izquierdo entre mis dedos. Luego aplico una de las
abrazaderas, apretando el tornillo hasta que el aliento silba entre sus dientes—.
¿Cómo se siente? —pregunto en voz baja, inclinándome para besar la parte
superior de su oreja mientras alcanzo su pezón derecho. Sus manos atadas, se
cerraron herméticamente en puños, presionadas en mi estómago, recordándome su
impotencia—. Quiero escucharte describirlo.
Con el pecho agitado, suelta un suspiro tembloroso. —Me duele —comienza
a decir, luego, cuando aplico la segunda pinza en su pezón y aprieto de la misma
manera, grita agudamente.
—Bien. —Muerdo ligeramente el lóbulo de su oreja. Mi erección se aprieta
contra su espalda baja, el contacto enviando vibraciones de placer hasta mis
bolas—. ¿Y ahora?
—Me duele aún más. —Sus palabras salen en un susurro desigual. Su
espalda está tensa contra mí, y sé que dice la verdad, que sus pezones sensibles se
hallan probablemente en agonía de la mordedura del juguete. Ya he usado pinzas
en sus pezones, en la isla, pero una versión más suave, capaz de aplicar solamente
una ligera presión. Estos son mucho más fuertes, y sonrío perversamente mientras
imagino cuánto van a doler cuando los saque.
Ahuecando la parte inferior de sus pechos con las manos, los aprieto
ligeramente, moldeando su carne suave con los dedos. —Sí, duele, ¿no? —
murmuro al momento en que se sacude de dolor, el movimiento de mis manos
tirando de la cadena entre sus pezones—. Mi pobre bebé, tan dulce, sin embargo,
tan maltratada.
Libero sus pechos, paso la mano por su vientre plano hasta llegar a los
suaves pliegues entre sus piernas. Como había sospechado, a pesar del dolor se
encuentra mojada, o se mojó a causa del mismo, con necesidad. Mi pene palpita en
respuesta. La vista de Nora atada, con sus delicados pezones apretados y
lastimados, me atrae de una manera que mi viejo psiquiatra habría, sin duda,
encontrado inquietante. Haciendo lo posible para controlar mi hambre, toco su
pequeño clítoris con mi dedo pulgar, presionando levemente, y gime mientras se
recuesta en mi pecho, alzando sus caderas en una súplica silenciosa.
—Dime lo que sientes. —Deliberadamente mantengo la presión sobre su
clítoris ligero como una pluma—. Dime, Nora.
—No… no lo sé.
—Dime cómo se sienten esos pequeños pezones. Quiero oírte decirlo. —
Acompaño la demanda con una pizca firme de su clítoris, lo que la hace gritar y
tirarse en mi contra por el dolor repentino.
—Aún duelen —jadea cuando se recupera—, pero ahora es diferente, menos
nítido y más como un latido constante.
—Buena niña. —Masajeo su clítoris hinchado como recompensa—. ¿Y qué
se siente cuando te toco así?
Su pequeña lengua rosada sale otra vez, agitándose sobre su labio inferior.
—Se siente bien —susurra—, muy bien. Por favor, Julian.
—Por favor, ¿qué? —insisto, con ganas de escucharla rogar. Tiene la voz
perfecta para la mendicidad, dulce e inocentemente sexy. Su súplica me afecta de
una manera que es justo lo contrario de lo que pretende: me dan ganas de
atormentarla más.
—Por favor, tócame. —Levanta sus caderas de nuevo, tratando de
intensificar la presión sobre su sexo.
—¿Que te toque dónde? —Muevo mi mano, privándola de mi tacto por
completo—. Dime exactamente dónde quieres que te toque, mi mascota.
—Mi clítoris. —Las palabras salen con un gemido sin aliento. Puedo ver el
brillo de sudor en su frente, y sé que mi tortura tiene un efecto sobre su cuerpo,
que las sensaciones son intensas como pretendo.
—Muy bien, nena. —La toco de nuevo, presionando mis dedos en su
pliegue resbaladizo para estimularla con movimientos suaves y parejos—. ¿Así?
—Sí. —Respira más rápido ahora, su pecho sube y baja mientras su orgasmo
se acerca—. Sí, así, justo así. —Su voz se apaga, su cuerpo se estira como una
cuerda, y entonces grita, sacudiéndose en mis brazos en tanto llega a su punto
máximo. La sostengo, manteniendo la presión constante sobre su clítoris hasta que
sus contracciones disminuyen, luego alcanzo otro artículo que he preparado.
Es un consolador en esta ocasión, que es más o menos el tamaño de mi
propio pene. Hecho de una mezcla especial de silicona y plástico, se encuentra
diseñado para imitar la sensación de carne humana, hasta la textura de la piel
como en el exterior. Es lo más cerca que voy a dejar que Nora llegue a
experimentar de el pene de otro hombre.
Sosteniéndola contra mí con un brazo, traigo el consolador a su sexo y
posiciono la cabeza ancha contra su apertura temblorosa. —Dime lo que sientes —
ordeno, y empiezo a introducir el objeto.
Se le corta la respiración, se acelera de nuevo, y la siento retorcerse cuando
el juguete entra lentamente en su coño. Sus dedos se aprietan y aflojan contra mi
estómago en un ritmo agitado, y sus uñas arañan mi piel. —Yo no…
—Tú no, ¿qué? —Mi tono se endurece cuando su oración se apaga—. Dime
cómo se siente.
—Se siente grueso y duro. —El temblor en su voz endurece mi pene aún
más, por lo que pulso con necesidad y hambre.
—¿Y? —presiono, empujando más el objeto. El consolador parece casi
demasiado grande para ser aceptado por su delicado cuerpo, y la visión de su
estrecha vagina engulléndolo de a poco es casi dolorosamente erótica.
—Y… —Exhala bruscamente con la cabeza caída hacia atrás contra mi
hombro—, se siente como si me estirara y me llenara.
—Sí, nena, eso es correcto. —Para entonces el consolador se halla
completamente dentro, solo sobresale el extremo. La recompenso por su
honestidad, frotando su clítoris con mis dedos, extendiendo la humedad alrededor
de sus suaves pliegues. Cuando jadea de nuevo, con sus caderas ondulando contra
mi mano, me detengo antes de que pueda acabar y la libero de mi agarre,
retrocediendo un poco. La empujo hacia adelante, presionando su cara contra el
colchón, y tiro de sus piernas, haciendo que se posicione sobre su vientre.
Por mucho que quiero seguir jugando, ya no puedo esperar para follarla.
Estando privada de mi tacto y con sus pezones pinzados frotando
dolorosamente contra las sábanas, gime tratando de darse vuelta sobre su costado.
No se lo permito, sujetándola con una mano mientras meto una almohada debajo
de las caderas con la otra. Entonces agarro el lubricante y lo pongo directamente en
la apertura arrugada entre sus nalgas, justo encima de donde sobresale el borde del
consolador desde su brillante coño.
Se tensa, dándose cuenta de mis intenciones, y le doy una palmada en el
culo con una mano, sofocando cualquier protesta que podría haber estado tratando
de hacer. —Tranquila. Tienes que decirme cómo se siente, ¿me entiendes, mi
mascota?
Gime mientras abro sus piernas y presiono la punta de mi pene en su culo
apretado, pero la siento tratando de relajarse debajo de mí, justo como le enseñé. El
sexo anal es algo con lo que todavía no se encuentra completamente cómoda, y su
renuencia, me agrada de alguna manera perversa. Me muestra tanto lo lejos que he
llegado con su formación como lo lejos que todavía tengo que ir.
—¿Entiendes? —repito, en un tono más duro cuando permanece en silencio,
respirando con dificultad en el colchón, con las manos atadas fuertemente a su
espalda. Quiero meter con desesperación mi pene entero, pero me conformo con
solo empujar un poco, esparciendo el lubricante alrededor de su abertura. Esta
noche, quiero entrar en su mente tanto como quiero estar dentro de su cuerpo, y no
me conformaré con menos.
—Sí. —Sus palabras son amortiguadas por la manta mientras sigo adelante
y empiezo a penetrar su culo, haciendo caso omiso de sus intentos de zafarse—. Se
siente… Oh Dios… No puedo… Julian, por favor, es demasiado.
—Dime —ordeno, sin dejar de presionar, empujando a la resistencia de su
esfínter. Con su coño ya lleno con el consolador, su culo se siente muy apretado
alrededor de mi pene, haciéndome temblar por el esfuerzo para controlarme. Mi
voz es gruesa con la lujuria cuando digo—: Quiero oír todo.
—Me quema —jadea, y puedo ver las gotas de sudor en la unión entre sus
omóplatos, con mechones de su largo pelo pegados a su piel húmeda—. Oh
mierda… Estoy demasiado llena, es demasiado intenso.
—Eso es bueno. Continúa hablando. —Estoy casi por completo en el interior
y puedo sentir mi pene rozando con el consolador, ya que solo una pared delgada
lo separa del juguete. Ella tiembla debajo de mí, su cuerpo abrumado por las
sensaciones, y acaricio su espalda en un movimiento suave cuando sigo adelante
los últimos centímetros, tocando fondo en su cuerpo.
Hace un ruido incoherente, sus hombros empiezan a temblar, y sus
músculos se aprietan alrededor de mi pene en un esfuerzo inútil para alejarme. El
movimiento mueve el consolador, y ella grita, intensificando su agitación. —No
puedo, Julian, por favor, no puedo.
Gimo, con un placer explosivo zumbando en mis bolas cuando su culo
aprieta mi pene. Con mi control evaporado, me retiro hasta la mitad y luego me
sumerjo de nuevo, disfrutando de la sensación de la resistencia de su cuerpo, en la
estrechez casi agonizante de su caliente y suave pasaje alrededor de mi eje.
Grita contra la manta cuando comienzo a penetrarla nuevamente, una
mezcla de sollozos y súplicas jadeantes se escapan de su garganta cuando adopto
un ritmo enérgico. Inclinándome hacia delante, la sostengo con una mano y deslizo
la otra debajo de sus caderas, buscando su sexo. Ahora cada golpe de mis caderas
presiona su clítoris contra mis dedos, y sus gritos asumen una nota diferente, de
placer involuntario, de éxtasis mezclado con dolor. Siento el consolador
moviéndose mientras la follo, y mi orgasmo hierve con repentina intensidad,
estirando mi columna en tanto mis bolas se sacuden contra mi cuerpo. Justo
cuando estoy a punto de entrar en erupción, su culo se aprieta, y me doy cuenta
con un perverso placer que llega a su orgasmo también, que sus músculos tienen
espasmos alrededor de mi pene mientras grita debajo de mí. Entonces también me
vengo, y una onda placer rasga a través de mi cuerpo mientras que mi liberación se
desliza en sus profundidades calientes, dejándome aturdido y sin aliento por la
fuerza de mi orgasmo.
Cuando mi corazón ya no se siente como si estuviera a punto de explotar,
me retiro cuidadosamente y saco el consolador de su coño. Ella se encuentra floja y
flexible, pero pequeños sollozos siguen sacudiéndola mientras abro las esposas y
masajeo sus delicadas muñecas. En seguida, desato la venda de sus ojos. La pieza
de seda está empapada con lágrimas, y cuando la giro suavemente, veo vetas
húmedas en sus mejillas marcadas por la manta arrugada. Parpadea hacia mí,
entrecerrando los ojos contra la luz brillante, y me estiro hacia sus pezones,
liberando primero uno, luego el otro de las abrazaderas. No reacciona por un
momento, pero luego todo su cuerpo se sacude cuando la sangre corre de nuevo a
los brotes maltratados. Un gemido escapa de su garganta, y nuevas lágrimas
brotan de sus ojos al tiempo que sus manos suben para cubrirse los pechos,
acunándolos de manera protectora contra el dolor.
—Tranquila —digo, inclinándome para besarla. Sus labios tienen el sabor
salado de sus lágrimas, y una pequeña llama de la excitación se reaviva en mí. Mi
pene, ahora flácido, se sacude; su dolor y lágrimas me excitan a pesar de mi
saciedad extrema. Sin embargo no estoy para una segunda ronda, y en lugar de
profundizar el beso, alejo mi cara y la miro.
Me mira, con sus ojos ligeramente fuera de foco, así que sé que aún está
recuperándose de la intensidad de la experiencia atravesada. En este momento, se
encuentra completamente indefensa, sin coraza en mente y cuerpo, por lo que uso
su estado de debilidad para sacar ventaja. —Dime cómo te sientes —murmuro,
alzando una mano para acariciar tiernamente su mandíbula—. Dime, cariño.
Cierra los ojos y veo una sola lágrima por su mejilla. —Me siento vacía y al
mismo tiempo, llena, destruida, y sin embargo, reconstruida —susurra, sus
palabras apenas audibles—. Me siento como si me hubieras desmenuzado en
trozos y luego rehecho esas piezas en otra cosa, algo que ya no soy yo… algo que
te pertenece a ti.
—Sí. —Absorbo sus palabras con avidez—. ¿Y qué más?
Abre los ojos, encontrando mi mirada, y veo una extraña especie de
desesperanza grabada en su rostro. —Y te amo —dice en voz baja—. Te amo a
pesar de que veo lo que eres, a pesar de que sé lo que me estás haciendo. Te amo,
porque ya no soy capaz de no amarte, porque ahora eres parte de mí, para bien o
para mal.
Sostengo su mirada, y las esquinas vacías y oscuras de mi alma aspiran sus
palabras como una planta del desierto que absorbe agua. Es posible que su amor
no haya sido dado libremente, pero es mío. Siempre será mío. —Y tú eres parte
de mí, Nora —reconozco, con voz baja y ronca. Esto es lo más preciso posible para
decirle lo mucho que significa para mí, qué tanto la anhelo—. Espero que lo sepas,
mi mascota.
Y antes de que pueda responder, la beso de nuevo, luego deslizo mis brazos
debajo de su cuerpo y la levanto para llevarla al baño.
19
Traducido por Vane Black
Corregido por Naaati

Nora
La semana antes de la partida de Julian es agridulce. Todavía no lo perdono
totalmente por los rastreadores forzados, tampoco por el brazalete incrustado con
otro rastreador que me hace usar hace un par de días. Aun así, desde las palabras
de esa noche, me he sentido infinitamente mejor.
Sé que lo que dijo no es exactamente una declaración de amor eterno, pero
de un hombre como él, bien podría serlo. Ana tiene razón, Julian perdió a todos los
que le han importado. Todo el mundo excepto yo, eso es. El hecho de que se aferra
a mí con tal brutal posesividad puede ser abrumador a veces, pero es también una
indicación de sus sentimientos.
Su amor por mí es equivocado y perverso en muchos aspectos, pero no es
menos real por eso.
Por supuesto, este conocimiento hace que mi temor por la seguridad de
Julian en el próximo viaje sea aún más fuerte. Mientras se acerca la hora de la
salida, mi alegría por su confesión se desvanece y la ansiedad toma su lugar.
No quiero que se marche. Cada vez que pienso en esta misión, me invade
una sensación asfixiante de terror. Sé que hay un componente irracional a mi
miedo, pero eso no lo disminuye en modo alguno. Aparte del peligro muy real al
que Julian se enfrentará, simplemente tengo miedo de quedarme sola, incluso por
un par de días. Hemos pasado tan poco tiempo separados últimamente, que la idea
me hace sentir profundamente estresada e inquieta. No ayuda el hecho que tengo
exámenes y trabajos en abundancia, o que mis padres me presionan
constantemente para que vaya a visitarlos, algo que Julian no permitirá hasta que
la amenaza de Al-Quadar sea controlada.
—No puedes salir de la finca, pero pueden venir a visitarnos aquí si quieres
—dice durante la práctica de tiro, una tarde—. Pero aconsejaría lo contrario. En
este momento tus padres se encuentran relativamente fuera del radar, pero van a
llamar la atención cuanto más contacto tengas con tu familia. Sin embargo, todo
depende de ti. Solo dilo, y voy a enviar un avión para traerlos.
—No, eso está bien —digo a toda prisa—. No quiero atraer atención
innecesaria. —Y levantando mi arma, me pongo a disparar a las latas de cerveza en
el extremo más alejado del campo, dejando que la sacudida ahora familiar del
arma se lleve un poco de mi frustración.
Me di cuenta de que mis padres podrían correr peligro un par de días
después de que llegamos a la finca. Para mi alivio, Julian me dijo que ya les había
puesto una patrulla de seguridad discreta: guardaespaldas altamente entrenados
cuyo trabajo es proteger a mi familia mientras los dejan vivir sus vidas. La
alternativa, es traerlos a la finca con nosotros, una solución que mis padres
rechazaron tan pronto como se los mencioné.
—¿Qué? ¡No nos mudaremos a Colombia a vivir con un traficante de armas
ilegal! —gritó mi padre cuando le dije sobre el peligro potencial—. ¿Quién se cree
que es ese bastardo? Acabo de conseguir un nuevo trabajo, por no hablar de que no
podemos abandonar a todos nuestros amigos y familiares.
No puedo decir que culpo a mis padres por no querer mudarse al otro lado
del mundo para vivir conmigo en el recinto de mi secuestrador. Son todavía
jóvenes, ambos en sus cuarenta y tantos años, y siempre han llevado vidas activas.
Mi papá juega lacrosse casi cada fin de semana y mi mamá tiene un grupo de
amigas que se reúnen para tomar vino y contar chismes sobre una base regular.
Mis padres siguen muy enamorados el uno del otro, con mi papá constantemente
sorprendiendo a mi mamá con regalitos como flores, chocolates, o una cena. Al
crecer, no tenía ninguna duda de que ambos me querían, pero también sabía que
yo no era el epicentro absoluto de sus vidas.
Sé que lo que Julian dice es verdad, y me encuentro inclinada a confiar en
esto; es mejor si mis padres no parecen tener demasiada conexión con la
organización Esguerra.
Su capacidad para llevar una vida normal depende de ello.
***

La noche antes de la salida de Julian, le pido a Ana que prepare una cena
especial para nosotros. Recientemente he descubierto que tiene una debilidad por
el tiramisú, por lo que es nuestro postre para esta noche. Para el plato principal,
Ana me dijo cual era su plato favorito de niño, por lo que hace lasaña de la misma
manera en la que lo hacía la madre de Julian.
No sé por qué hago esto. No es como si una buena comida lo hará renunciar
al cruel placer de poner sus manos sobre Majid. Conozco a mi marido lo suficiente
como para entender que nada puede disuadirlo. Sé que está acostumbrado al
peligro. Creo que aún lo anhela hasta cierto punto. No soy tan tonta como para
pensar que lo puedo domesticar con una cena.
Aun así, quiero que sea especial. Necesito que lo sea. No quiero pensar en
terroristas y tortura, secuestro y mentes jodidas. Por solo una noche, quiero fingir
que somos una pareja normal, que soy simplemente una mujer que quiere hacer
algo bueno por su marido.
Antes de la cena, me doy una ducha y seco mi largo cabello castaño hasta
que se ve liso y brillante. Incluso aplico un poco de sombra de ojos y brillo de
labios. Normalmente no pongo tanto esfuerzo en mi apariencia, ya que Julian le
gusta tal como soy, pero quiero lucir perfecta. Mi vestido es pequeño sin tirantes
de color marfil con un ribete negro en la cintura, y mis zapatos son atractivos
tacones negros de punta abierta. Debajo, estoy usando un sostén negro de realce
sin tirantes y un tanga a juego: el conjunto de lencería más sensual que tengo en mi
armario.
Voy a seducir a Julian esta noche, no por otra razón que no sea porque
quiero.
Se retrasa por alguna logística de última hora, así que termino esperándolo
en la mesa del comedor con velas por unos pocos minutos, en tanto la ansiedad y
la emoción luchan por la supremacía en mi pecho. Ansiedad porque me siento
enferma al pensar en mañana, y emoción porque no puedo esperar para pasar
tiempo juntos.
Cuando por fin entra en la habitación, me pongo de pie para saludarlo y su
mirada se queda en mí con una intensidad impresionante. Deteniéndose a unos
centímetros, corre sus ojos sobre mi cuerpo. Cuando los levanta hacia mi cara, el
fuego ardiendo en las profundidades azules envía un cosquilleo eléctrico
directamente a mi núcleo. Una sonrisa lenta y sensual aparece en sus labios cuando
dice en voz baja—: Te ves hermosa, mi mascota. Absolutamente preciosa.
Una oleada de placer calienta mi piel con el cumplido. —Gracias —susurro,
con mis ojos pegados a su cara. Se cambió para la cena también, colocándose un
polo de color azul claro y un par de pantalones de color caqui gris que se ajustan a
su cuerpo alto y de hombros anchos. Con su cabello lustroso y oscuro hacia atrás,
Julian puede pasar fácilmente por un modelo o una estrella de cine de vacaciones
en un campo de golf. Mi voz suena sin aliento mientras digo—: Te ves bastante
sorprendente.
Su sonrisa se ensancha a medida que se acerca a la mesa y se detiene frente a
mí. —Gracias, nena —murmura, curvando sus fuertes dedos alrededor de mis
hombros desnudos mientras baja la cabeza y capta mi boca en un beso profundo,
pero increíblemente tierno. Me derrito en el lugar, arqueando mi cuello hacia atrás
bajo la presión de hambre de sus labios y no es hasta que Ana se aclara
deliberadamente la garganta detrás de nosotros que recupero mis sentidos lo
suficiente como para darme cuenta de que no estamos en nuestra propia
habitación. Avergonzada, lo empujo y Julian me deja, liberándome y dando un
paso atrás con una sonrisa.
—La cena primero, supongo —dice con ironía, caminando alrededor de la
mesa, sentándose frente a mí.
Ana, con las mejillas ligeramente rojas, nos sirve lasaña, vierte a cada uno
una copa de vino y desaparece antes de que yo tenga la oportunidad de hacer algo
más que dar un rápido gracias.
—Lasaña. —Julian olfatea con aprecio la comida—. No recuerdo la última
vez que comí esto.
—Ana me dijo que tu madre solía hacerla para ti cuando eras pequeño —
digo en voz baja, mirando como toma el primer bocado—. Espero que todavía te
guste.
Sus ojos se levantan de su plato, su mirada se encierra en la mía mientras
mastica la comida. —¿Arreglaste esto? —pregunta después de tragar, y hay una
nota extraña en su voz. Hace un gesto hacia el vino y las velas encendidas en los
bordes exteriores de la tabla—. ¿No fue Ana quién preparó todo esto?
—Bueno, hizo toda la preparación —admito—. Simplemente le pedí un par
de cosas. Espero que no te importe.
—¿Importarme? No, por supuesto que no. —Su voz aún suena un poco
extraña, pero no pregunta más. En vez de eso, comienza a comer, y la conversación
cambia a mis próximos exámenes.
Después de que terminamos con la lasaña, Ana saca el postre. Se ve tan rico
y delicioso como cualquiera que he visto en un restaurante italiano y estoy viendo
la reacción de Julian mientras Ana lo coloca sobre la mesa.
Si se encuentra sorprendido, no lo demuestra. En su lugar, le brinda a Ana
una sonrisa cálida y le da las gracias por los esfuerzos. No es hasta que ella vuelve
a salir de la habitación que se gira a mirarme. —¿Tiramisú? —dice en voz baja, sus
ojos reflejando la luz danzante de las velas—. ¿Por qué, Nora?
Me encojo de hombros. —¿Por qué no?
Me estudia un momento, su mirada inusualmente reflexiva mientras me
observa y espero que presione aún más. No lo hace. En su lugar, recoge su tenedor.
—Sí, por qué no —murmura y vuelve su atención al postre que hace agua la boca.
Sigo su ejemplo, y comemos todo.

***

Cuando llegamos a la planta superior, Julian me lleva a la cama. En vez de


desvestirme de inmediato, agarra mi cara entre sus manos.
—Gracias por una noche maravillosa, cariño —susurra, con una emoción
indefinible en sus ojos oscuros.
Le sonrío, elevando mis manos para posarlas en su cintura. —Claro. —Mi
corazón se siente como si estuviera a punto de rebosar de felicidad—. De nada.
Parece que va a decir algo más, pero luego simplemente inclina su boca
hacia la mía y empieza a besarme con una pasión casi desesperada. Mis ojos se
cierran mientras el placer se mueve dentro de mí. Sus labios son increíblemente
suaves, su lengua acaricia hábilmente la mía y su rico sabor oscuro hace que mi
cabeza dé vueltas. A medida que nos besamos, sus manos se deslizan alrededor de
mi espalda, presionándome más cerca. La dureza de su erección contra mi vientre
envía una lanza de calor al centro de mi sexo y me agarro a sus costados, con mis
rodillas débiles en tanto sus labios vagan de mi boca a mi oreja, luego hasta mi
cuello.
—Eres tan caliente —murmura con voz ronca. Su aliento casi quema mi piel
sensible y gimo, dejando caer mi cabeza mientras me arquea sobre su brazo para
mordisquear el área sensible por encima de mi clavícula. Mis pezones se tensan y
mi sexo empieza a doler con la familiar tensión pulsante mientras Julian lame mi
piel, luego sopla aire frío sobre la zona mojada, enviando escalofríos eróticos en
todo mi cuerpo.
Antes de que pueda recuperarme, me levanta, girándome para que me
encuentre de espaldas. Luego, sus manos viajan a la parte de atrás de mi vestido,
bajando la cremallera. Éste cae al suelo, dejándome con nada más que mis zapatos
de tacón negro, el sujetador con realce y el tanga.
Julian suelta un suspiro audible y me doy vuelta, dándole una lenta sonrisa
burlona. —¿Te gusta? —murmuro, dando un par de pasos hacia atrás para darle
una mejor vista. La expresión de su cara hace a mi pulso acelerarse por la
excitación. Me mira como un hombre hambriento mira un pedazo de pastel, con
agonía anhelante y lujuria desnuda. Sus ojos dicen que quiere devorarme y
saborearme al mismo tiempo, que soy la mujer más caliente que ha visto en su
vida.
En lugar de responder, da un paso hacia mí y llega a mis espaldas para
desenganchar el sujetador. Tan pronto como deja mis pechos libres, los cubre con
sus cálidas palmas, raspando con sus pulgares a través de mis pezones
endurecidos. —Eres jodidamente exquisita —susurra con voz ronca, mirándome
fijamente, e inhalo un suspiro tembloroso; sus palabras y el toque de sus manos
hacen que mi interior se agite—. Eres todo en lo que puedo pensar, todo en lo que
me puedo enfocar.
Su confesión convierte a mis huesos en gelatina. El conocimiento de que lo
afecto así, que este hombre poderoso y peligroso está tan consumido por mí como
yo, hace que mi corazón lata con un salvaje ritmo irregular. Independientemente
de cómo empezó todo, Julian es mío, y lo quiero tanto como me quiere.
Incentivada, envuelvo mis brazos alrededor de su cuello y tiro de su cabeza
hacia abajo, hacia mí. A medida que nuestros labios se encuentran, pongo todo lo
que tengo en ese beso, dejándolo sentir cuánto lo necesito, lo mucho que lo amo.
Mis manos se deslizan en su espeso y sedoso cabello mientras sus brazos se cierran
alrededor de mi espalda, presionándome, y mis pezones puntiagudos rozan el
algodón de su camisa, recordándome el contraste tentador entre mi casi desnudez
y su estado arropado. Su dura erección empuja en mi vientre y el calor dentro de
mí quema mientras nuestras bocas encajan en una sinfonía de lujuria, uniéndose
con anhelo explosivo.
No estoy segura de cómo terminamos en la cama, pero me encuentro allí,
desgarrando frenéticamente con mis manos la ropa de Julian mientras él deja caer
besos calientes en mi pecho y estómago. Su mano se cierra alrededor de mi tanga,
rasgándola con un solo movimiento y luego sus dedos empujan en mi apertura;
dos grandes dedos me penetran con una rugosidad que me hace jadear y me
arqueo. —Estás tan mojada —gruñe, metiendo sus dedos profundamente en mí
antes de sacarlos y llevarlos a mi cara—. Saborea lo mucho que me quieres.
Insoportablemente excitada, cierro los labios alrededor de sus dedos,
chupándolos en mi boca. El sabor de mi humedad ya no me repele. En todo caso,
me excita, haciéndome calentar incluso más. Julian gime en tanto chupo sus dedos,
girando mi lengua alrededor de ellos como si fueran su pene y luego quita su
mano. Levantándose, saca su camisa por su cabeza con un solo movimiento,
dejando al descubierto sus músculos ondulantes debajo. Siguen sus pantalones y
agarro un breve vistazo de su erección antes de que se suba encima de mí,
agarrando con sus poderosas manos mis muñecas y fijándolas al lado de mis
hombros. Luego sus ojos se quedan en los míos y empuja mis muslos con sus
rodillas, presionando la cabeza de su pene dentro mi cuerpo.
Mi corazón tamborilea con anticipación, y sostengo su mirada. Su rostro se
tensa con lujuria, su mandíbula se aprieta fuertemente mientras me penetra
lentamente. Esperaba que me tomara rudamente, pero es cuidadoso, trabajando su
grueso pene en mí con una intencionalidad que es a la vez excitante y frustrante.
No hay dolor mientras mi cuerpo se extiende para aceptarlo, simplemente una
plenitud placentera, pero una parte enfermiza de mí ahora quiere la rugosidad, la
violencia.
—Julian —Paso mi lengua por mis labios—, quiero que me folles. Que me
folles realmente. —Para enfatizar mi petición, envuelvo mis piernas alrededor de
sus caderas, llevándolo hasta el final en mí. Ambos gemimos con la sensación
intensa y veo sus pupilas dilatarse hasta que solo queda un borde delgado de los
restos azules alrededor del círculo negro.
—¿Quieres que te folle? —Su voz es gutural, tan llena de hambre que
apenas distingo las palabras. Sus manos aprietan mis muñecas, casi cortando mi
circulación—. ¿Que te folle en serio?
Asiento, con mi pulso en algún lugar de la estratósfera. Todavía se siente
mal admitir eso, reconocer que necesito algo que una vez temí.
Saber que le estoy pidiendo a mi secuestrador que abuse de mí.
Julian inhala fuertemente y puedo sentir cuando suelta el control. Su boca
baja a la mía, sus labios y lengua ahora salvajes, casi viciosos. Este beso me devora,
roba mi aliento y alma. Al mismo tiempo, su pene se retira de mí casi por completo
y luego golpea de nuevo con una brutal embestida que me divide por la mitad y
coloca mis terminaciones nerviosas en el fuego.
Grito en su boca, envolviendo mis piernas más firmes en su culo musculoso
mientras empieza a follarme sin restricciones. Es una posesión tan violenta como
cualquier violación, pero me deleito, ya que mi cuerpo ama al asalto feroz. Es lo
que quiero, lo que necesito. Puede que mañana tenga moretones, pero por el
momento, todo lo que siento es la tensión masiva reuniéndose dentro de mí, la
presión arrollándose en lo profundo de mi sexo. Cada embestida implacable me
deja sin respiración, hasta que siento que me voy a romper, y luego lo hago: una
explosión de placer se dispara a través de mi cuerpo al tiempo que me deshago en
los brazos de Julian, completamente abrumada por la oscura felicidad.
Él también se corre, con su cabeza hacia atrás en éxtasis de dolor, cada
músculo de su cuello fuertemente estirado mientras muele su pene más
profundamente dentro de mí con un grito áspero. La presión de su entrepierna
contra mi clítoris prolonga mis contracciones, retorciendo cada gota de sensación
en mi cuerpo, filtrando todos los restos de la fuerza de mis músculos.
En la repercusión, sale de mí y me apega en su contra, acunándome desde
atrás. Y mientras nuestra respiración comienza a disminuir, vamos a la deriva en
un sueño profundo y sin sueños.
20
Traducido por Josmary
Corregido por Daliam

Julian
La mañana siguiente me despierto antes que Nora, como siempre. Está
durmiendo en su posición favorita: abrazando mi pecho, descansando una de sus
piernas en la parte superior de la mía. En silencio me libero, me dirijo a la ducha,
tratando de no pensar en la tentación de su pequeño cuerpo sexy acostado allí,
todo suave y cálido por el sueño. Es lamentable, pero no tengo tiempo para
saciarme con ella esta mañana; el avión ya me espera en la pista de aterrizaje.
Se las arregló para sorprenderme anoche. Toda la semana sentí una ligera
casi imperceptible distancia de su parte. Puede que haya roto sus barreras esa
noche, pero ella las reconstruyó. No hizo pucheros ni me dio el tratamiento del
silencio, pero me di cuenta que tampoco me había perdonado totalmente.
Hasta anoche.
Pensé que no necesitaba su perdón, pero la sensación casi eufórica en mi
pecho el día de hoy dice lo contrario.
Mi ducha tarda menos de cinco minutos. Una vez que estoy vestido y listo
para salir, me acerco a la cama para darle un beso a Nora antes de irme.
Inclinándome sobre ella, deslizo los labios contra su mejilla, y en ese momento, sus
ojos revolotean hasta abrirse.
Sus labios se curvan en una sonrisa soñolienta. —Hola…
—Hola, tú —digo con voz ronca, acercando mi mano para quitar un mechón
de cabello enmarañado de su cara. Mierda, ella me provoca cosas. Cosas que una
niñita no debería ser capaz de hacer. Estoy a punto de vengarme finalmente del
hombre que mató a Beth y me robó a Nora, y todo lo que puedo pensar es en subir
a la cama con ella.
Parpadea unas cuantas veces, y veo su sonrisa desvanecerse al recordar que
esta no es cualquier mañana. Todos los rastros de sueño desaparecen de su cara
mientras se sienta y me mira fijamente, sin hacer caso de la manta que cae y deja al
descubierto su torso desnudo.
—¿Ya te vas?
—Sí, cariño. —Tratando de mantener mis ojos lejos de sus pechos redondos
y turgentes, me siento en la cama junto a ella y tomo su mano entre las palmas de
las mías, frotando suavemente—. El avión ya está listo, esperándome.
Traga. —¿Cuándo volverás?
—Si todo va bien, en aproximadamente una semana. Tengo que reunirme
con un par de funcionarios en Rusia antes que nada, por lo que no llegaré a
Tayikistán de inmediato.
—¿Rusia? ¿Por qué? —Un pequeño ceño divide su frente—. Pensé que te
ocuparías de algunos negocios en Ucrania en tu camino de regreso.
—Así era, pero las cosas cambiaron. Ayer por la tarde recibí una llamada de
uno de los contactos de Peter en Moscú. Quieren que me reúna con ellos primero, o
de lo contrario no me dejarán llegar a Tayikistán.
—Oh. —Ahora se ve aún más preocupada y su ceño se profundiza—. ¿Sabes
por qué?
Tengo algunas sospechas, pero ninguna que quiera compartir con ella por el
momento. Ya está demasiado preocupada. Los rusos siempre han sido
impredecibles, y la situación cada vez más volátil en esa región no facilita las cosas.
—He interactuado con ellos en el pasado —digo sin comprometerme, y me
levanto antes de que tenga la oportunidad de preguntarme más—. Me tengo que
ir, cariño, pero nos vemos en unos días. Buena suerte con tus pruebas, ¿de
acuerdo?
Asiente, con los ojos sospechosamente brillantes mientras me mira, y sin
poder resistirlo, me agacho y la beso por última vez antes de salir de la habitación.

***
Moscú en marzo es más frío que las tetas de una bruja. El frío se filtra a
través de mis gruesas capas de ropa y se instala en lo profundo de mis huesos,
haciéndome sentir como si nunca entraré en calor de nuevo. Particularmente,
nunca me ha gustado Rusia, y esta visita solo solidifica mi opinión negativa del
lugar.
Congelado. Sucio. Corrupto.
Puedo combatir con los dos últimos, pero los tres combinados es demasiado.
No es extraño que Peter estuviera contento de quedarse atrás para vigilar el
complejo. El muy cabrón sabía exactamente en qué estaría metido. Vi la sonrisa en
su rostro mientras observaba el avión despegar. Después del calor tropical de la
selva, las temperaturas gélidas de Moscú en lo último del invierno se sienten
francamente dolorosas; al igual que mis negociaciones con el gobierno ruso.
Toma casi una hora, diez aperitivos diferentes, y la mitad de una botella de
vodka antes de que Buschekov llegue al punto de la reunión. La única razón por la
que tolero esto se debe a que me toma alrededor de ese tiempo para que mis pies
se descongelen del frío bajo cero en el exterior. El tráfico en el camino hacia el
restaurante era tan malo que Lucas y yo terminamos saliendo del coche y
caminando ocho cuadras, congelándonos el culo en el proceso.
Ahora, sin embargo, finalmente soy capaz de mover los dedos de los pies; y
Buschekov parece dispuesto a hablar de negocios. Él es uno de los funcionarios no
oficiales: alguien que ejerce una influencia significativa en el Kremlin, pero cuyo
nombre no aparece en las noticias.
—Tengo un asunto delicado que me gustaría discutir con usted —dice
Buschekov después de que el camarero se lleva algunos de los platos vacíos. O,
más bien, dice nuestra intérprete después de que Buschekov dice algo en ruso.
Dado que ni Lucas ni yo entendemos más que unas pocas palabras del idioma, el
hombre contrató a una joven traductora para nosotros. Bonita, rubia y de ojos
azules, Yulia Tzakova parece ser solo un par de años mayor que mi Nora, pero el
funcionario ruso me aseguró que la chica sabe ser discreta.
—Comencemos —le digo en respuesta a esa declaración. Lucas se sienta a
mi lado, y consume en silencio su segunda porción de blinis de caviar rellenas. Él
es el único que he traído conmigo a esta reunión. El resto de mis hombres se hallan
estacionados cerca en caso de cualquier dificultad. Dudo que los rusos intentaran
nada por el momento, pero uno nunca puede ser demasiado cauteloso.
Buschekov me da una sonrisa de labios finos y responde en ruso.
—Estoy seguro de que son conscientes de las dificultades en nuestra región
—traduce Yulia—. Nos gustaría que nos ayudaran a solucionar este asunto.
—Ayudarles ¿cómo? —Tengo una buena idea de lo que quieren los rusos,
pero aun así quiero oírle decirlo.
—Hay ciertas partes de Ucrania que necesitan nuestra ayuda —dice Yulia
después de la respuesta de Buschekov—. Pero, dado el estado de la opinión
mundial en estos momentos, sería problemático si fuéramos y los ayudáramos.
—Así que les gustaría que yo lo haga.
Él asiente, y sus ojos incoloros me miran mientras Yulia traduce mi
declaración. —Sí —dice—, nos gustaría que un cargamento considerable de armas
y otros suministros llegara a los que luchan por la libertad en Donetsk. No se
puede relacionar con nosotros. A cambio, se le pagará su cuota habitual y le
concederemos paso seguro a Tayikistán.
Le sonrío suavemente. —¿Es todo?
—También preferiríamos que evitara cualquier trato con Ucrania en este
momento —afirma sin pestañear—. Dos sillas y un solo culo y todo eso.
Supongo que esta última afirmación tiene más sentido en ruso, pero
entiendo la esencia de lo que dice. Buschekov no es el primer cliente que me exige
esto, y tampoco será el último. —Me temo que voy a exigir una compensación
adicional por eso —digo con calma—. Como ustedes saben, generalmente no tomo
lados en este tipo de conflictos.
—Sí, lo hemos escuchado. —Recoge un pedazo de pescado salado con el
tenedor y mastica lentamente mientras me mira—. Tal vez usted podría
reconsiderar esa posición en nuestro caso. Puede que la Unión Soviética haya
desaparecido, pero nuestra influencia en esta región sigue siendo bastante
sustancial
—Sí, soy consciente. ¿Por qué cree que estoy aquí? —La sonrisa que le doy
ahora tiene un toque cortante—. Pero la neutralidad es un producto caro a
renunciar. Estoy seguro de que entiende.
Algo helado parpadea en la mirada de Buschekov. —Entiendo. Estoy
autorizado para ofrecerle un veinte por ciento adicional al pago habitual por su
cooperación en este asunto.
—¿Veinte por ciento? ¿Cuando está cortando mis posibles ganancias a la
mitad? —Me río en voz baja—. No lo creo.
Se sirve otro trago de vodka y lo remueve, mirándome de forma pensativa.
—Veinte por ciento más y el terrorista de Al-Quadar capturado remitido a su
custodia —comenta después de unos momentos—. Esta es nuestra última oferta.
Lo estudio mientras me sirvo un poco de vodka. A decir verdad, esto es
mejor de lo que había estado esperando de su parte, y sé que no se debe tentar
demasiado la suerte con los rusos. —Tenemos un acuerdo entonces —digo y,
levantando la copa en un brindis irónico, me lo tomo de un trago.

***

Mi coche nos espera en la calle cuando salimos del restaurante. El conductor


finalmente logró atravesar el tráfico, lo que significa que no nos congelaremos en
nuestro camino al hotel.
—¿Te importaría darme un aventón hasta el metro más cercano? —pregunta
Yulia mientras Lucas y yo nos acercamos al coche. Puedo ver que ya empieza a
temblar—. Deben ser aproximadamente diez cuadras de aquí.
Le doy una mirada, considerándolo, entonces le digo a Lucas que se acerque
con un breve gesto. —Revísala.
Lucas se acerca y le da unas palmaditas. —Está limpia.
—Está bien, entonces —le digo, abriendo la puerta del coche para ella—,
entra.
Se sube y se asienta junto a mí en la parte trasera, mientras que Lucas se une
al conductor en la parte delantera. —Gracias —dice con una sonrisa bonita—. Lo
agradezco. Este es uno de los peores inviernos en los últimos años.
—No hay problema. —No estoy de humor para hacer una pequeña charla,
así que saco mi teléfono y empiezo a responder los mensajes de correo electrónico.
Hay uno de Nora, que me hace sonreír. Quiere saber si aterricé bien. Sí,
escribo. Ahora solo tengo que tratar de no congelarme en Moscú.
—¿Te quedas aquí por mucho tiempo? —La suave voz de Yulia me
interrumpe cuando estoy a punto de sacar un informe detallando de los
movimientos de Nora por la finca en mi ausencia. Cuando la miro, la chica rusa
sonríe y cruza sus largas piernas—. Te podría mostrar la ciudad si quieres.
Su invitación no podría ser más evidente ni si hubiera palmeado mi pene en
ese mismo instante. Veo el brillo del hambre en sus ojos cuando me mira, y me doy
cuenta de que es una de esas: una mujer a la que le gusta el poder y el peligro. Me
quiere por lo que represento, por la emoción que le da jugar con fuego. No tengo
ninguna duda de que me dejaría hacer lo que quiera con ella, no importa que tan
sádico o depravado sea, y luego rogaría por más.
Es exactamente el tipo de mujer que yo hubiera follado con mucho gusto
antes de conocer a Nora. Desafortunadamente para Yulia, su pálida belleza no me
provoca nada. La única mujer que quiero en mi cama es la chica de cabello oscuro
que está actualmente a varios miles de kilómetros.
—Gracias por la invitación —le digo, dándole una sonrisa fría—. Pero nos
iremos pronto, y me temo que estoy demasiado cansado para hacerle justicia a tu
ciudad esta noche.
—Por supuesto. —Sonríe, sin inmutarse por mi rechazo. Claramente tiene
suficiente confianza en sí misma para no ofenderse—. Si cambias de opinión, ya
sabes dónde encontrarme. —Y cuando el coche se detiene frente a la parada de
metro, se baja con gracia, dejando atrás un rastro tenue de perfume caro.
Cuando el coche comienza a moverse de nuevo, Lucas se da la vuelta para
mirarme. —Si no la quieres, yo estaría encantado de entretenerla esta noche —
ofrece casualmente—. Si eso te parece bien, por supuesto.
Sonrío. Las rubias ardientes siempre han sido la debilidad de Lucas. —¿Por
qué no? —le digo—. Es toda tuya si la quieres. —No volamos hasta mañana a
primera hora, y tengo un montón de seguridad en el lugar. Si Lucas quiere pasar la
noche follando a nuestra intérprete, no le negaré ese placer.
En cuanto a mí, voy a utilizar mi puño en la ducha pensando en Nora, y
luego tendré una buena noche de descanso.
Mañana va a ser un largo día.

***

El vuelo a Tayikistán desde Moscú se supone que dure un poco más de seis
horas en mi Boeing C-17. Es uno de los tres aviones militares que poseo, y es lo
suficientemente grande para esta misión, caben fácilmente todos mis hombres y
nuestros equipos.
Todo el mundo, incluyéndome, está vestido con lo último en equipos de
combate. Nuestros trajes son a prueba de balas y resistente al fuego, y estamos
totalmente armados con rifles de asalto, granadas y explosivos. Puede ser una
exageración, pero no voy a correr riesgos con la vida de mis hombres. Disfruto del
peligro, pero no soy suicida, y todos los riesgos que tomo en mi negocio se calculan
con cuidado. El rescate de Nora en Tailandia fue la operación más peligrosa en la
que he estado involucrado en los últimos años, y no lo habría hecho por nadie más.
Solo por ella.
Me paso la mayor parte del vuelo repasando las características de
fabricación de una nueva industria en Malasia. Si todo va bien, moveré la
producción de misiles allí desde su ubicación actual en Indonesia. Los funcionarios
locales en esta última región se están poniendo demasiado codiciosos, exigiendo
sobornos más altos cada mes, y no estoy inclinado a complacerlos durante mucho
más tiempo. Contesto algunas preguntas de mi gerente de cartera con sede en
Chicago; está trabajando en la creación de un fondo de fondos mediante una de
mis filiales y me necesita para darle algunos parámetros de inversión.
Estamos volando sobre Uzbekistán, a pocos cientos de kilómetros de
nuestro destino, cuando decido comprobar cómo va Lucas, quien está pilotando el
avión.
Se vuelve hacia mí tan pronto como entro en la cabina. —Llegaremos en
aproximadamente una hora y media —dice sin que se lo pregunte—. Hay un poco
de hielo en la pista de aterrizaje, así que lo están derritiendo para nosotros en este
momento. Los helicópteros tienen el tanque lleno y se encuentran listos para salir.
—Excelente. —Según el plan, aterrizaremos a una docena de kilómetros de
la guarida terrorista sospechosa en las montañas de Pamir, y volaremos en
helicópteros el resto del camino—. ¿Alguna actividad inusual en esa zona?
Niega con la cabeza. —No, todo está tranquilo.
—Bien. —Entrando en la cabina, me siento junto a Lucas en el asiento del
copiloto y me pongo el cinturón—. ¿Cómo estuvo la chica rusa anoche?
Una sonrisa extraña aparece en su rostro pétreo. —Fue muy satisfactorio. Te
lo perdiste.
—Sí, estoy seguro —le digo, aunque no siento el más mínimo atisbo de
arrepentimiento. Es imposible que una aventura de una noche pueda aproximarse
a la intensidad de mi relación con Nora, y no tengo ningún deseo de conformarme
con menos que eso.
Lucas se ríe; una expresión aún más extraña en sus rasgos duros.
—Tengo que decir, nunca esperé verte como un hombre felizmente casado.
Alzo las cejas. —¿En serio? —Esta es probablemente la observación más
personal que ha hecho nunca. En todos los años que ha estado con mi
organización, Lucas nunca traspasó la distancia de un empleado leal a un amigo;
no es que le haya animado a hacerlo. La confianza nunca ha sido fácil para mí, y
solo han existido un uñado de personas que he sido capaz de llamar “amigos”.
Se encoge de hombros, suavizando su expresión a su usual máscara
impasible, aunque un toque de diversión todavía acecha en sus ojos. —Por
supuesto. Las personas como nosotros por lo general no se consideran un buen
partido.
Una sonrisa involuntaria se escapa de mi garganta. —Bueno, no sé si, en
rigor, Nora me considera un “buen partido”. —Un monstruo que la secuestró y
jodió su cabeza, seguro. Sin embargo, ¿un buen marido? De alguna manera lo
dudo.
—Bueno, si no lo hace, entonces debería —dice Lucas, volviendo su atención
a los controles—. No eres infiel, cuidas de ella y has arriesgado tu vida para
salvarla. Si eso no es ser un buen esposo, entonces no sé lo que es. —Mientras
habla, veo una pequeña mueca que aparece en su rostro cuando se asoma a algo en
la pantalla del radar.
—¿Qué es? —pregunto bruscamente, con todos mis instintos súbitamente en
alerta.
—No estoy seguro —comienza a decir, y en ese momento, el avión se sacude
con tanta violencia que casi salgo expulsado de mi asiento. Solo el cinturón de
seguridad, que había abrochado por costumbre, me impide golpear el techo
mientras el avión va en picada repentinamente.
Lucas agarra los controles, un flujo constante de obscenidades salen de su
boca mientras intenta corregir el rumbo frenéticamente. —Mierda, carajo, mierda,
mierda, maldita mierda…
—¿Qué nos golpeó? —Mi voz es firme, mi mente está extrañamente
tranquila mientras evalúo la situación. Hay un chisporroteo procedente de los
motores. Puedo oler humo y escuchar gritos en la parte de atrás, así que sé que hay
un incendio. Tiene que ser una explosión. Eso significa que o nos dispararon desde
otro avión o un misil tierra-aire explotó en estrecha proximidad, dañando uno o
más de los motores. No pudo ser un golpe directo porque el Boeing está equipado
con una defensa antimisiles que está diseñada para repeler incluso a las armas más
avanzadas y porque todavía estamos vivos, no volando en pedazos.
—No estoy seguro —se las arregla para decir mientras lucha con los
controles. El avión se nivela por un breve instante y luego desciende en picada de
nuevo—. ¿Acaso importa?
No estoy seguro, para ser honesto. La parte analítica de mí quiere saber qué
o quién va a ser responsable de mi muerte. Dudo que sea Al-Quadar; según mis
fuentes, no tienen armas tan sofisticadas. Eso deja una posibilidad de error por
algún soldado uzbeko de gatillo fácil o un ataque intencional por alguien más. Los
rusos, tal vez, aunque por qué harían esto, es una incógnita.
Sin embargo, Lucas tiene razón. No sé por qué me importa. Saber la verdad
no va a cambiar el resultado. Puedo ver los picos nevados de Pamir en la distancia,
y sé que no vamos a llegar.
Lucas reanuda sus maldiciones mientras lucha con los controles, y me
agarro al borde de mi asiento, con los ojos fijos en el suelo corriendo hacia nosotros
a un ritmo terriblemente rápido. Hay un sonido rugiente en mis oídos, y me doy
cuenta que es mi propio latido del corazón, que puedo oír la sangre que corre por
mis venas mientras la creciente adrenalina agudiza todos mis sentidos.
El avión hace unos cuantos intentos para salir del picado, cada uno
desacelera nuestra caída por unos segundos, pero nada parece capaz de detener el
descenso letal.
Mientras nos observó cayendo en picado a nuestras muertes, solo tengo un
pesar.
Nunca sostendré a Nora de nuevo.
Tercera parte:
El cautivo
21
Traducido por CrisCras
Corregido por Miry GPE

Nora
Dos días sin Julian.
No puedo creer que hayan pasado dos días completos sin Julian. He hecho
mi rutina habitual, pero sin él aquí, todo se siente diferente.
Más vacío. Más oscuro.
Es como si el sol se hubiera escondido detrás de una nube, dejando mi
mundo en sombras.
Es una locura. Más que una locura. Ya he estado sin Julian. Cuando me
encontraba en la isla, se marchaba a viajes todo el tiempo. De hecho, pasó más
tiempo fuera de la isla que en ella, y de algún modo todavía me las arreglé para
funcionar. Sin embargo, en esta ocasión, tengo que luchar constantemente con una
horrible sensación de malestar, de ansiedad que parece empeorar con cada hora.
—De verdad no sé qué me pasa —le digo a Rosa durante nuestro paseo
mañanero—. He vivido durante dieciocho años sin él, y ahora de repente, ¿no
puedo pasar ni dos días?
Me sonríe. —Bueno, por supuesto. Ustedes dos son inseparables, así que
esto no me sorprende en lo más mínimo. Nunca he visto una pareja tan
enamorada.
Suspiro, negando tristemente con la cabeza. Frente a todo su aparente
sentido práctico, Rosa tiene una vena romántica tan ancha como el mar. Hace un
par de semanas, finalmente confié en ella, hablándole sobre cómo nos conocimos
Julian y yo, y sobre mi tiempo en la isla. De hecho, ella parecía pensar que todo el
asunto era más bien poético.
—Te secuestró porque no podía vivir sin ti —dijo soñadoramente cuando
intenté explicarle por qué aún tenía reservas respecto a Julian—. Es como el tipo de
cosas que lees en libros o ves en películas… —Y cuando la miré fijamente, apenas
capaz de creer lo que escuchaba, añadió con nostalgia—: Ojalá alguien me deseara
lo suficiente para secuestrarme.
Así que sí, Rosa no es la persona que va a inculcarme algo de sentido. Cree
que el que me marchite sin Julian es un resultado natural de nuestra gran aventura
amorosa, en lugar de algo que probablemente requiere ayuda psicológica.
Por supuesto, Ana tampoco es mucho mejor.
—Es normal extrañar a su marido —me dice el ama de llaves cuando apenas
puedo obligarme a mí misma a cenar—. Estoy segura que Julian la echa de menos
también.
—No lo sé, Ana —digo con duda, empujando el arroz por mi plato—. No he
tenido noticias de él en todo el día. Ayer respondió a mi correo, pero hoy le envié
dos… y nada. —Eso, más que nada, es lo que me molesta, creo. A Julian no le
importa el hecho de que esté preocupada, o no se encuentra en una posición para
responderme, encontrándose sumergido hasta las rodillas en una lucha contra
terroristas.
Cualquier posibilidad me marea.
—Podría estar volando a cualquier parte —dice Ana razonablemente,
llevándose mi plato—. O encontrarse en algún lugar sin señal. De verdad, no
debería preocuparse. Conozco a Julian, y puede cuidarse solo.
—Sí, estoy segura que puede, pero aun así es humano. —Todavía puede ser
asesinado por una bala extraviada o una bomba inoportuna.
—Lo sé, Nora —dice tranquilizadoramente, dándome una palmadita en el
brazo, y veo la misma preocupación reflejada en las profundidades de sus ojos
marrones—. Lo sé, pero no puede permitirse tener pensamientos malos. Estoy
segura que tendrá noticias suyas pronto. Contactará con usted por la mañana como
tarde.

***
Duermo a ratos, despertándome cada par de horas para revisar mi email y
teléfono. Por la mañana, todavía sin noticias de Julian, salgo a tumbos, y aún
cansada, de la cama, con ojos agotados pero determinada.
Si Julian no se pone en contacto conmigo, voy a tomar el asunto en mis
propias manos.
Lo primero que hago es buscar a Peter Sokolov hasta dar con él. Se
encuentra hablando con unos pocos guardias en el extremo alejado de la hacienda
cuando lo encuentro, y parece sorprendido cuando me aproximo y pido hablar con
él en privado. A pesar de eso, accede a mi petición en seguida.
Tan pronto como nos encontramos fuera del alcance del oído de los otros,
pregunto—: ¿Has sabido algo de Julian? —Todavía encuentro intimidante al
hombre ruso, pero es el único que conozco que puede tener respuestas.
—No —responde con su voz con acento—. No desde que su avión despegó
de Moscú ayer. —Hay un indicio de tensión en torno a sus ojos mientras habla, y
mi ansiedad se triplica cuando me doy cuenta de que Peter también está
preocupado.
—Se suponía que tenían que reportarse, ¿verdad? —digo, mirando fijamente
sus atractivos rasgos estoicos. Mi pecho se siente como si no pudiera obtener
suficiente aire—. Pasó algo malo, ¿verdad?
—Todavía no podemos asumir eso. —Su tono es cuidadosamente neutral—.
Es posible que no respondan a nuestras llamadas por razones de seguridad,
porque no quieren que nadie intercepte sus comunicaciones.
—En realidad no crees eso.
—Es improbable —admite, con sus ojos grises fijos en mi cara—. Este no es
el procedimiento habitual en este tipo de casos.
—Cierto, por supuesto. —Haciendo mi mejor esfuerzo para luchar contra el
nauseabundo miedo que se extiende a través de mí, pregunto de forma
monótona—. Así que, ¿cuál es el plan de respaldo? ¿Vas a enviar un equipo de
rescate? ¿Tienes más hombres presentes que puedan actuar como refuerzo?
Sacude la cabeza. —No hay nada que hacer hasta que sepamos más —
explica—. Ya he sacado a nuestros investigadores en Rusia y Tayikistán, así que
debería tener una mejor idea de lo que sucedió pronto. Hasta el momento, todo lo
que sabemos es que su avión despegó de Moscú sin ningún problema.
—¿Cuándo crees que tendrás noticias de tus fuentes? —Intento contener mi
pánico, pero algo de ello se filtra a través de mi voz—. ¿Hoy? ¿Mañana?
—No sé, señora Esguerra —dice, y veo un indicio de lástima en esos ojos
grises sin misericordia—. Podría ser en cualquier momento. Le haré saber tan
pronto como oiga algo.
—Gracias, Peter —digo y, sin saber qué más hacer, camino de regreso a la
casa.

***

Las siguientes seis horas pasan arrastrándose. Camino por la casa, yendo de
habitación en habitación, incapaz de centrarme en ninguna actividad específica.
Siempre que me siento para estudiar o intento pintar, una docena de escenarios
diferentes, cada uno más horrible que el anterior, empiezan a presentarse en mi
cabeza. Quiero creer que todo va a estar bien, que el avión de Julian desapareció
del radar por alguna razón inofensiva, pero tengo más consciencia que eso.
No hay cuentos de hadas en el mundo en el que vivimos Julian y yo, solo
salvaje realidad.
No he sido capaz de comer nada en todo el día, aunque Ana ha intentado
tentarme con todo, desde carne hasta postre. Para apaciguarla, como unos pocos
bocados de papaya en la hora de la comida y retomo mi paseo por la casa sin
objetivo.
Temprano por la tarde, me siento literalmente enferma por la ansiedad. Me
late la cabeza, y mi estómago se siente como si se comiera a sí mismo, el ácido
dejando un agujero ardiente en mis entrañas.
—Vamos a darnos un baño —ofrece Rosa cuando me encuentra en la
biblioteca. Veo la preocupación en su cara, y sé que es probable que Ana la enviara
para distraerme. Rosa normalmente se encuentra demasiado ocupada con sus
tareas para tomarse tiempo libre en medio del día, pero obviamente hoy hace una
excepción.
Nadar es lo último de lo que tengo ganas, pero acepto. La compañía de Rosa
es mejor que volverme loca con la preocupación.
Mientras salimos de la biblioteca juntas, veo a Peter caminando en nuestra
dirección, con una expresión seria en su cara.
Mi corazón se detiene por un momento, luego comienza a golpear con furia
contra mi caja torácica.
—¿Qué pasa? —Mi lengua apenas puede formar las palabras—. ¿Oíste algo?
—El avión aterrizó en Uzbekistán, a un par de cientos de kilómetros de la
frontera de Tayikistán —dice en voz baja, deteniéndose enfrente de mí—. Parece
que hubo un error de comunicación y el ejército de Uzbekistán los derribó.
La negrura se cierne en los bordes de mi visión. —¿Los derribó? —Mi voz
suena como si llegara desde lejos, como si las palabras pertenecieran a otra
persona. Apenas me encuentro consciente de Rosa colocando su brazo como apoyo
alrededor de mi espalda, pero su toque no hace nada para detener el hielo que se
extiende a través de mí.
—Estamos buscando los restos —dice Peter, casi amablemente—. Lo siento,
señora Esguerra, pero dudo que puedan haber sobrevivido.
22
Traducido por johanamancilla
Corregido por Vane Black

Nora
No sé muy bien cómo llego a la habitación, pero me encuentro allí,
acurrucada en una bola de silenciosa agonía en la cama que Julian y yo
compartimos.
Puedo sentir manos suaves en mi cabello, escuchar murmullos en español, y
sé que ambas; Ana y Rosa están aquí conmigo. El ama de llaves parece estar
llorando. Yo también quiero, pero no puedo. El dolor está muy fresco, demasiado
profundo para permitir el consuelo de las lágrimas.
Pensé que sabía cómo se siente que te arranquen el corazón. Cuando
equivocadamente pensé que Julian se hallaba muerto, estuve devastada,
destrozada. Esos meses sin él fueron los peores de mi vida. Pensé que sabía lo que
era sentir la pérdida, saber que nunca vería su sonrisa de nuevo ni sentiría el calor
de su abrazo.
Es solo ahora que me doy cuenta que hay niveles de sufrimiento. El dolor
puede oscilar de devastador a destrucción de alma. Cuando perdí a Julian, era el
centro de mi mundo. Ahora, sin embargo, es mi mundo entero, y no sé cómo
existir sin él.
—Oh, Nora… —La voz de Ana sale gruesa por las lágrimas mientras
acaricia mi cabello—. Lo siento, hija… lo siento tanto…
Quiero decirle que también lo siento, que sé que Julian también le
importaba, pero no puedo. No logro hablar. Hasta respirar parece requerir un
esfuerzo exorbitante, como si mis pulmones hubiesen olvidado cómo funcionar.
Una pequeña inhalación, una pequeña exhalación; eso es todo lo que parezco
capaz de hacer en este momento.
Solamente respirar. No morirme.
Después de un tiempo, los susurros silenciosos y toques relajantes se
detienen, y me doy cuenta que estoy sola. Debieron haberme cubierto con una
manta antes de irse, porque puedo sentir su peso acolchado sobre mí. Debería
hacerme sentir caliente, pero no es así.
Todo lo que siento es un congelado y adolorido vacío donde solía estar mi
corazón.

***

—Nora, hija… Ven, bebe algo…


Ana y Rosa han regresado, ayudándome a sentar con sus manos suaves. Me
ofrecen una taza de chocolate caliente, y la acepto en piloto automático,
acunándola entre mis palmas frías.
—Solo un sorbo —ruega Ana—. No has comido en todo el día. Julian no
querría esto, sabes eso.
El golpe de agonía ante la mención de su nombre es tan fuerte que la taza
casi se resbala de mi agarre. Rosa la agarra, sujetando mis manos, y suave, pero
inexorablemente empuja la taza hacia mis labios. —Vamos, Nora —susurra, con
una mirada llena con compasión—, bebe algo.
Me fuerzo a tomar uno pocos sorbos. El rico líquido caliente se filtra por mi
garganta, la combinada avalancha de azúcar y cafeína ahuyenta algo de mi
cansancio entumecido. Sintiéndome una fracción más viva, miro hacia la ventana y
me doy cuenta con conmoción que ya está oscuro, que debo haber estado acostada
allí por unas pocas horas sin registrar el paso del tiempo.
—¿Alguna noticia de Peter? —pregunto, mirando hacia tras a Ana y Rosa—.
¿Encontraron los restos?
Rosa parece aliviada de que estoy hablando de nuevo. —No lo hemos visto
desde la tarde —dice, y Ana asiente, con sus ojos enrojecidos e hinchados.
—Está bien. —Tomo unos pocos sorbos más de chocolate caliente y entonces
le devuelvo la taza a Ana—. Gracias.
—¿Puedo traerte algo de comer? —pregunta, esperanzada—. ¿Tal vez un
emparedado, o una fruta?
Mi estómago se agita al pensamiento de comida, pero sé que necesito comer
algo. No puedo morir al mismo tiempo que Julian, no importa cuán atractiva
parezca esa opción en este momento. —Sí, por favor. —Mi voz suena cansada—.
Un trozo de pan tostado con queso, si no te importa.
Saltando de la cama, Rosa me da una gran sonrisa de aprobación.
—Aquí vamos. Ves, Ana, te dije que es una luchadora. —Y antes de que
pueda cambiar de opinión sobre la comida, sale corriendo de la habitación para
agarrar la comida.
—Voy a ducharme —le digo a Ana, también levantándome. De pronto,
tengo un fuerte deseo de estar sola, de estar lejos de la asfixiante preocupación que
veo en el rostro de Ana. Mi cuerpo se siente frágil y frío, como un tempano de
hielo que podría destrozarse en cualquier momento, y mis ojos están quemando
con lágrimas no derramadas.
Solo enfócate en respirar, una respiración pequeña después de otra.
—Por supuesto, hija. —Ana me da una amable sonrisa cansada—. Adelante.
La comida estará esperándote cuando salgas.
Y mientras hago mi escape hacia el baño, la observo marcharse en silencio
de la habitación.

***

—¡Nora! ¡Oh por Dios, Nora!


Los gritos de Rosa y sus golpes frenéticos en la puerta del baño me
sobresaltan y me sacan de mi entumecido, casi catatónico estado. No tengo ida de
cuánto tiempo he estado parada bajo el rocío caliente, pero salgo de inmediato.
Luego, envolviendo una toalla alrededor de mí misma, corro hacia la puerta,
resbalando mis pies mojados en las baldosas frías.
Con mi corazón martilleando en la garganta, abro de un tirón la puerta. —
¿Qué pasa?
—Se encuentra vivo. —Los gritos de Rosa casi me ensordecen con su
volumen agudo—. ¡Nora, Julian está vivo!
—¿Vivo? —Por un momento, no puedo procesar lo que está diciendo, mi
cerebro sigue inactivo de hambre y pena—. ¿Julian está vivo?
—¡Sí! —chilla, agarrando mi mano y saltando de alegría—. Peter acaba de
enterarse que lo encontraron junto a algunos de sus hombres vivos. ¡Los están
llevando al hospital mientras hablamos!
Mis rodillas se doblan y me tambaleo sobre mis pies. —¿Al hospital? —Mi
voz supera apenas el susurro—. ¿De verdad está vivo?
—¡Sí! —Rosa me acerca en un abrazo demoledor, entonces me libera,
retrocediendo con una sonrisa gigante en su rostro—. ¿No es eso increíble?
—Sí, por supuesto… —Mi cabeza gira con alegría e incredulidad, mi pulso
corre a un kilómetro por minuto—. ¿Dijiste que lo están llevando al hospital?
—Sí, eso es lo que dijo Peter. —La expresión de Rosa se pone seria por un
momento—. Él está hablando con Ana en la planta baja. No me quedé a escuchar,
quería darte las noticias lo antes posible.
—¡Por supuesto, gracias! —De pronto estoy electrizada, todo rastro de mi
neblina mental y desesperación desaparece. ¡Julian se encuentra vivo y lo están
llevando al hospital!
Corriendo hacia el armario, saco el primer vestido que encuentro y me lo
pongo, dejando caer la toalla al piso. Entonces me precipito hacia la puerta y bajo
volando las escaleras, con Rosa rápidamente detrás de mí.
Peter está en la cocina al lado de Ana. Los ojos del ama de llaves se amplían
mientras me ve saliendo disparada hacia ellos, mis pies descalzos y mi cabello
empapado de la ducha. Probablemente luzco como una mujer loca, pero me
importa una mierda. Todo lo que me importa es averiguar más sobre Julian.
—¿Cómo esta? —jadeo, derrapando hasta detenerme a unos metros de
ellos—. ¿En qué estado se encuentra?
Una expresión asombrosamente similar a una sonrisa destella sobre el duro
rostro de Peter mientras me mira. —Van a hacer algunas pruebas en el hospital,
pero parece que su esposo sobrevivió a un accidente de avión con nada más grave
que un brazo fracturado, un par de costillas rotas y un corte feo en su frente. Está
inconsciente, pero eso parece ser en su mayoría debido a la pérdida de sangre de la
herida en su cabeza.
Y mientras miro fijamente a Peter con incredulidad y boquiabierta, explica—
: El avión cayó sobre una zona boscosa, por lo que los arboles amortiguaron gran
parte del impacto. La cabina del piloto, donde Esguerra y Kent se encontraban
sentados, fue arrancada por la fuerza del impacto, y eso parece haber salvado sus
vidas. —Luego la sonrisa desaparece, y sus ojos metálicos se oscurecen—. La
mayoría de las otras personas murieron. El combustible estaba atrás, y explotó,
destruyendo esa parte del avión. Solo tres de los soldados sobrevivieron allí, con
graves quemaduras. Si no fuera por el uniforme de combate que todos llevaban
puesto, tampoco habrían sobrevivido.
—Oh por Dios. —Una oleada de terror me recorre. Julian está vivo, pero casi
cincuenta de sus hombres fallecieron. Tuve interacción mínima con la mayoría de
los guardias, pero vi a muchos de ellos alrededor de la finca. Los conozco, aunque
solo de vista. Todos eran fuertes, al parecer hombres indestructibles, y ahora están
muertos. Se fueron; justo como Julian, si no hubiese estado delante—. ¿Qué pasa
con Lucas? —pregunto, comenzando a temblar con reacción retardada. Comienzo
a hacerme a la idea que Julian estuvo en un accidente de avión y sobrevivió. Que,
como un gato con nueve vidas, venció las probabilidades una vez más.
—Kent tiene una pierna fracturada y una contusión severa. También estaba
inconsciente cuando fueron hallados.
El alivio escala en mi interior, y mis ojos, antes quemando por la sequedad,
se llenan con repentinas lágrimas. Lágrimas de gratitud, de alegría tan intensa que
es imposible de contener. Quiero reír y sollozar al mismo tiempo.
Julian está vivo, al igual que el hombre quién una vez salvó su vida.
—Oh, Nora, hija… —Los brazos regordetes de Ana se cierran a mi alrededor
mientras mis lágrimas se derraman—. Todo estará bien… Todo estará bien…
Temblando con sollozos reprimidos, la dejo sostenerme un momento en un
abrazo maternal, luego me aparto, sonriendo entre las lágrimas. Por primera vez,
creo que todo estará bien. Que lo peor se terminó.
—¿Cuándo podemos despegar? —le pregunto a Peter, limpiando la
humedad en mis mejillas—. ¿Puede el avión estar listo en una hora?
—¿Despegar? —Me da una mirada extraña—. No podemos despegar,
señora Esguerra. Estoy bajo órdenes estrictas de permanecer en la finca y
asegurarme de que usted esté a salvo aquí.
—¿Qué? ―Lo miro con incredulidad—. ¡Pero Julian está herido! Está en el
hospital, y soy su esposa…
—Sí, lo entiendo. —La expresión de Peter no cambia, con ojos fríos y
misteriosos mientras me mira—. Pero me temo que Esguerra literalmente me
asesinará si le permito estar en peligro.
—¿Me estás diciendo que no puedo ir a ver a mi esposo, quién acaba de
estar en un accidente de avión? —Mi voz se alza mientras una oleada de repentina
furia barre a través de mí—. ¿Que se supone que tengo que sentarme aquí sin
hacer nada mientras Julian se encuentra tumbado y herido a medio mundo de
distancia?
Peter no parece impresionado con mi estallido. —Haré todo lo posible para
organizar una llamada telefónica segura, y tal vez una conexión de video para
usted —dice con calma—. También la mantendré informada de cualquier novedad
en cuanto a su salud. Más allá de eso, me temo que no hay nada que pueda hacer
en este momento. Actualmente me encuentro trabajando en reforzar la seguridad
alrededor del hospital donde los están llevando a Esguerra y a los otros, así que
con suerte él regresará aquí sano y a salvo, y lo verá pronto.
Quiero gritar, chillar y discutir, pero sé que no servirá de nada. Tengo tanta
influencia sobre Peter como la tengo sobre Julian, la cual es ninguna. —Bien —
digo, respirando profundo para calmarme—. Haz eso, y quiero saber tan pronto
como recupere el conocimiento.
Peter inclina su cabeza. —Por supuesto, señora Esguerra. Será informada de
inmediato.
23
Traducido por Genevieve
Corregido por Anna Karol

Julian
Primero me doy cuenta de los ruidos. Femeninos murmullos bajos se
entremezclan con un pitido rítmico. Hay un zumbido de electricidad en el fondo.
Todo esto acompañado de un dolor punzante en la parte delantera de mi cráneo y
un fuerte olor a antiséptico en mis fosas nasales.
Un hospital. Estoy en un hospital de algún tipo.
Me duele el cuerpo, el dolor aparentemente está por todas partes. Mi primer
instinto es abrir los ojos y buscar respuestas, pero me quedo quieto, dejando que
los recuerdos vengan a mí.
Nora. La misión. Volar a Tayikistán. Revivo todo, las sensaciones fuertes y
vividas. Me recuerdo hablando con Lucas en la cabina, siento el avión moverse
debajo de nosotros. Oigo el zumbido de los motores y la sensación de caer desde el
cielo. Soporto la parálisis del miedo en esos últimos momentos mientras Lucas
intenta nivelar el avión por encima de la línea de árboles para conseguirnos
preciosos segundos, y luego siento el impacto del accidente.
Más allá de eso, no hay nada, solo oscuridad.
Debió ser la oscuridad permanente de la muerte, pero estoy vivo. Me lo dice
el dolor en mi cuerpo maltrecho.
Continuando inmóvil, evalúo mi nueva situación. Las voces a mi alrededor;
hablan en un idioma extranjero. Suena como una mezcla de ruso y turco.
Probablemente Uzbeko, dado dónde volábamos en el instante del accidente.
Son dos mujeres hablando, su tono es casual, casi indiscreto. La lógica me
dice que probablemente son las enfermeras de este hospital. Las oigo moverse
mientras charlan entre sí, y con cuidado abro un ojo para mirar a mi entorno.
Estoy en una habitación gris con paredes de color verde pálido y una
pequeña ventana en la pared del fondo. Las luces fluorescentes en el techo emiten
un zumbido bajo por la electricidad, el zumbido que noté antes. Un monitor está
conectado a mí, con una intravenosa conectada a mi muñeca. Veo a las enfermeras
en el otro lado de la habitación. Están cambiando las sábanas de una cama vacía
que hay allí. Una cortina fina separa el área de mi cama, pero se ha abierto,
permitiéndome observar la habitación por completo.
Aparte de las dos enfermeras, me encuentro solo. No hay señales de
cualquiera de mis hombres. Mi pulso salta ante esto, y hago mi mejor esfuerzo
para calmar mi respiración antes de que lo noten. Quiero que continúen pensando
que estoy inconsciente. No parece haber ninguna amenaza, pero hasta que no sepa
qué pasó con el avión y cómo acabé aquí, no bajaré la guardia.
Flexionando cautelosamente los dedos de manos y pies, cierro los ojos y
mentalmente hago un balance de mis lesiones. Me siento débil, como si hubiera
perdido mucha sangre. Me palpita la cabeza, y siento un fuerte vendaje sobre mi
frente. Mi brazo izquierdo que duele sin tregua, está inmovilizado, como si tuviera
yeso. El derecho parece estar bien. Me duele respirar, así que supongo que mis
nervios están dañados de alguna manera. Más allá de eso, puedo sentir todos mis
miembros, y el dolor en el resto de mi cuerpo se siente como raspones y moretones
más que huesos rotos.
Después de unos minutos, una de las enfermeras se va mientras la otra se
acerca a mi cama. Me quedo quieto y en silencio, fingiendo inconsciencia. Ella
ajusta la sábana que me cubre, entonces revisa un vendaje en mi cabeza. Puedo
oírla tarareando suavemente en voz baja, mientras se gira para irse también, y en
ese momento, pasos más fuertes entran en la habitación.
Una voz de hombre, profunda y con autoridad, hace una pregunta en
uzbeko.
Abro los ojos de nuevo para mirar a la puerta. El recién llegado es un
hombre de mediana edad, delgado, vestido con uniforme de oficial del ejército. A
juzgar por la insignia en su pecho, debe ser de alto rango.
La enfermera le responde, su voz suena suave e incierta, y luego el hombre
se acerca a mi cama. Me tenso, preparado para defenderme si es necesario, a pesar
de la debilidad en mis músculos. Como sea, el hombre no toma un arma ni hace
cualquier movimiento amenazante. En su lugar me estudia, con una expresión
extrañamente curiosa.
Guiándome por instinto, abro los ojos por completo y lo miro, con mi
cuerpo aún tenso ante un ataque potencial. —¿Quién es usted? —inquiero sin
rodeos, pensando que ser directo es lo mejor—. ¿Qué lugar es este?
Se ve sorprendido, pero recupera la compostura casi de inmediato. —Soy el
coronel Sharipov, y se encuentra en Tashkent, Uzbekistán —responde, dando
medio paso atrás—. Su avión se estrelló, y lo trajeron aquí. —Tiene un acento
fuerte, pero su inglés es sorprendentemente bueno—. La embajada rusa se ha
contactado por usted. Su gente enviará otro avión para que lo recoja.
Sabe quién soy entonces. —¿Dónde están mis hombres? ¿Qué pasó con mi
avión?
—Todavía estamos investigando la causa del accidente —dice. Sus ojos se
mueven ligeramente hacia un lado—. No está claro en este punto…
—Tonterías. —Mi voz es mortalmente tranquila. Noto cuando alguien
miente, y este hijo de puta sin duda trata de engañarme—. Usted sabe lo que pasó.
Duda. —No estoy autorizado para hablar de la investigación…
—¿Su ejército disparó un misil contra nosotros? —Utilizo mi brazo derecho
para ayudarme a sentarme. Mis costillas protestan por el movimiento, pero ignoro
el dolor. Puedo sentirme tan débil como un niño, pero nunca es buena idea verse
de esa manera frente a un oponente—. Será mejor que me lo diga ahora porque
sabré la verdad de una manera u otra.
Su rostro se tensa ante mi amenaza implícita. —No, no fuimos nosotros.
Hasta este momento, parece que utilizaron uno de nuestros lanzadores de misiles,
pero nadie dio la orden de disparar a su avión. Recibimos la noticia de que Rusia
atravesaría nuestro espacio aéreo, y nos dijeron que les permitiéramos pasar.
—Sin embargo, tiene idea de quién es el responsable —señalo con frialdad.
Ahora que estoy sentado, no me siento tan vulnerable, aunque me sentiría mucho
mejor si tuviera una pistola o un cuchillo—. Sabe quién utilizó el lanzador.
Sharipov duda de nuevo, luego admite de mala gana—: Es posible que uno
de nuestros oficiales pueda haber sido sobornado por el gobierno de Ucrania.
Estamos investigando esa posibilidad.
—Ya veo. —Por fin todo tiene sentido. De alguna manera Ucrania se enteró
de mi cooperación con los rusos y decidió eliminarme antes de convertirme en una
amenaza. Esos malditos bastardos. Por eso trato de no tomar partido en estos
pequeños conflictos: es demasiado costoso, en más de un sentido.
—Tenemos soldados en esta planta —dice Sharipov, cambiando de tema—.
Va a estar a salvo aquí hasta que el enviado ruso llegue a Moscú.
—¿Dónde están mis hombres? —repito, estrechando los ojos cuando veo
que Sharipov aparta la mirada de nuevo—. ¿Están aquí?
—Cuatro —admite en silencio, mirándome—. Me temo que el resto no
sobrevivió.
Mantengo mi expresión impasible, aunque es como si retorcieran una hoja
afilada en mis entrañas. Debería estar acostumbrado a ello, a la gente muriendo a
mi alrededor, pero de alguna manera todavía pesa sobre mí. —¿Quiénes son los
sobrevivientes? —pregunto, manteniendo la voz tranquila—. ¿Tiene sus nombres?
Asiente y recita una lista de nombres. Para mi alivio, Lucas Kent se
encuentra entre ellos. —Él recuperó la conciencia brevemente —explica Sharipov—
, y ayudó a identificar a los otros. Además de usted, es el único que no fue
quemado por la explosión.
—Ya veo. —Mi alivio es sustituido por ira construyéndose poco a poco. Casi
cincuenta de mis mejores hombres están muertos. Hombres con los que he
entrenado. Que he llegado a conocer. Mientras proceso todo eso, se me ocurre que
solo hay una forma en que el gobierno de Ucrania hubiera sabido sobre mis
negociaciones con los rusos.
La bonita intérprete rusa. Era la única persona ajena al tanto de esa
conversación.
—Necesito un teléfono —le digo a Sharipov, balanceando los pies en el
suelo y poniéndome de pie. Mis rodillas tiemblan un poco, pero mis piernas son
confiables para mantener mi peso. Esto es bueno. Significa que soy capaz de salir
de aquí por mi cuenta—. Lo necesito ya mismo —agrego eso, mientras solamente
me mira boquiabierto cuando saco la aguja intravenosa de mi brazo con mis
dientes y suelto los sensores que monitorean mi pecho. Mi bata de hospital y pies
descalzos, sin duda, se ven ridículos, pero no me importa un carajo. Tengo un
traidor con el cual tratar.
—Por supuesto —me dice, recuperándose de su estado de shock. Mete la
mano en su bolsillo, saca un celular y me lo da—. Peter Sokolov quería hablar con
usted tan pronto como se despertara.
—Bueno, gracias. —Colocando el teléfono en mi mano izquierda, que
sobresale de la escayola, empiezo a presionar el número con la derecha. Es una
línea segura que atraviesa muchas vías; se necesitaría un hacker de clase mundial
para rastrear su destino. Mientras escucho los familiares sonidos y pitidos de la
conexión, tomo el teléfono con la mano derecha y le digo a Sharipov—: Por favor,
pídele a una de las enfermeras algo de ropa. Estoy cansado de usar esto.
El coronel asiente y sale de la habitación. Un segundo después de que se va,
la voz de Peter viene en la línea: —¿Esguerra?
—Sí, soy yo. —Mi agarre se aprieta en el teléfono—. Supongo que oíste las
noticias.
—Sí, las oí. —Hay una pausa en la línea—. Hice que detuvieran a Yulia
Tzakova en Moscú. Parece que tiene algunas conexiones con Kremlin que nuestros
amigos pasaron por alto.
Así que Peter ya está al tanto. —Sí, al parecer. —Mi voz sale plana, a pesar
de que la ira hierve dentro de mí—. No hace falta decir que abandonamos la
misión. ¿Cuándo nos recogerán?
—El avión está en camino. Llegará allí en unas pocas horas. Envié a
Goldberg en caso de que pudiera necesitar un médico.
—Bien pensado. Estaremos esperando. ¿Cómo está Nora?
Hay un breve momento de silencio. —Está mejor ahora que sabe que se
encuentra vivo. Quería volar allí tan pronto como se enteró.
—No se lo permitiste. —Es una afirmación, no una pregunta. Peter sabe que
no debe arruinarlo.
—No, por supuesto que no. ¿Quiere verla? Puedo prepararle una conexión
de vídeo con el hospital.
—Sí, por favor. —Lo que realmente quiero es verla y tenerla en persona,
pero el vídeo tiene que ser suficiente por ahora—. Mientras tanto, voy a ver a
Lucas y a los otros.

***

Por la escayola voluminosa en mi brazo, es una lucha ponerme la ropa que


la enfermera me trae. Los pantalones entran sin problemas, pero tengo que
arrancar la manga izquierda para pasar la escayola por el hueco del brazo. Mis
costillas duelen muchísimo, y cada movimiento requiere un esfuerzo tremendo,
como si mi cuerpo no quisiera nada más que tumbarse en la cama y descansar.
Persisto, sin embargo, y luego de varios intentos, finalmente tengo éxito en
vestirme.
Por fortuna, caminar es más fácil. Logro dar zancadas. Cuando salgo de la
sala, veo a los soldados que Sharipov mencionó anteriormente. Hay cinco, todos
vestidos con uniforme militar y armados con Uzis. Al verme salir al pasillo, me
siguen en silencio, mientras me dirijo a la Unidad de Cuidados Intensivos. Sus
rostros inexpresivos hacen que me pregunte si están ahí para protegerme o para
proteger a los demás de mí. No me puedo imaginar que el gobierno uzbeko esté
encantado de tener un traficante de armas ilegales en su hospital civil.
Lucas no está allí, así que compruebo a los demás primero. Como me dijo
Sharipov, todos tienen quemaduras graves, con vendas que cubren la mayoría de
sus cuerpos. Están también fuertemente sedados. Hago una nota mental para
transferir una gran cantidad en cada una de sus cuentas bancarias para
compensarlos por esto, y que vean a los mejores cirujanos plásticos. Estos hombres
conocían los riesgos cuando llegaron a trabajar para mí, pero todavía quiero
asegurarme de que sean atendidos.
—¿Dónde está el cuarto hombre? —pregunto a uno de los soldados que me
acompaña, y me dirijo a otra habitación.
Cuando llego, veo que Lucas está dormido. No se ve tan mal como los otros,
lo cual es un alivio. Será capaz de volver conmigo a Colombia una vez que llegue
el avión, mientras que los hombres quemados tendrán que permanecer aquí
durante al menos unos días más.
Volviendo a mi habitación, encuentro a Sharipov, colocando un portátil en
la cama. —Me pidieron que le diera esto —explica, dándome el equipo.
—Excelente, gracias. —Tomando el portátil con mi mano derecha, me siento
en la cama. O, más apropiadamente, colapso en esta, ya que mis piernas tiemblan
por el esfuerzo de andar por todo el hospital. Por suerte, Sharipov no ve mi
maniobra torpe, ya que se dirige a la puerta.
Tan pronto como se va, entro a Internet y descargo un programa diseñado
para ocultar mis actividades en línea. Entonces voy a un sitio web especial y coloco
mi código. Eso me lleva a una ventana de chat de vídeo, y coloco otro código allí,
conectándome a una computadora en el complejo.
Primero aparece la imagen de Peter. —Al fin, ahí estás —dice, y veo la sala
de mi casa en el fondo—. Nora ya viene.
Un momento después, la carita de Nora se muestra en la pantalla.
—¡Julian! ¡Oh, Dios mío, pensé que nunca volvería a verte! —Su voz está
llena de lágrimas apenas contenidas, y hay rastros en sus mejillas húmedas. Su
sonrisa, sin embargo, irradia alegría pura.
Le sonrío, todo mi enojo y malestar físico son olvidados ante un aumento
repentino de felicidad. —Hola, nena, ¿cómo estás?
Me mira boquiabierta. —¿Cómo estoy? ¿Qué clase de pregunta es esa? ¡Tú
eres quien estuvo en un accidente de avión! ¿Cómo estás? ¿Es eso una escayola en
tu brazo?
—Eso parece. —Elevo mi hombro derecho en un breve encogimiento de
hombros—. Es mi brazo izquierdo, y soy diestro, así que no es problema.
—¿Qué pasa con tu cabeza?
—Oh, ¿esto? —Toco el grueso vendaje alrededor de mi frente—. No sé muy
bien, pero dado que estoy caminando y hablando, supongo que es algo menor.
Niega con la cabeza, mirándome con incredulidad, y mi sonrisa se ensancha.
Nora probablemente piensa que estoy tratando de ser un macho frente a ella. Mi
mascota no se da cuenta de que realmente este tipo de lesiones son de menor
importancia para mí; sufrí lo peor con los puños de mi padre cuando era niño.
—¿Cuándo vendrás a casa? —pregunta, con su rostro más cerca de la
cámara. Sus ojos se ven enormes de esta manera, sus largas pestañas están
húmedas—. Vendrás a casa ahora, ¿verdad?
—Sí, por supuesto. No puedo ir exactamente tras Al-Quadar así. —Agito mi
mano derecha hacia la escayola—. El avión está en camino para buscarme, y a
Lucas, así que te veré muy pronto.
—No puedo esperar —dice en voz baja, y mi pecho se aprieta ante la cruda
emoción que veo en su rostro. Me recorre un sentimiento muy parecido a la
ternura, intensificando mi anhelo por ella hasta que es doloroso.
—Nora… —empiezo a decir, solo para ser interrumpido por un fuerte sonido
exterior. Es seguido por varios más: una ruidosa ráfaga de fuego que reconozco de
inmediato.
Disparos. Las armas están utilizando silenciadores, pero nada puede calmar
la explosión ensordecedora de los disparos de una ametralladora.
Inmediatamente, hay gritos y respuestas a los disparos. Esta vez son
ruidosos. Los soldados estacionados en el suelo deben estar respondiendo a
cualquier amenaza que esté ahí afuera.
En una milésima de segundo, voy a la cama, el portátil se desliza al suelo.
La adrenalina me recorre, acelerando todo y a la vez, frenando mi percepción del
tiempo. Siento como si las cosas sucedieran en cámara lenta, pero sé que es solo
una ilusión, que es mi cerebro intentando lidiar con el intenso peligro.
Me muevo por instinto, por una vida de entrenamiento. En un instante,
evalúo la habitación y veo que no hay lugar para esconderme. La ventana en la
pared opuesta es demasiado pequeña para atravesarla, e incluso si no lo fuera,
correría el riesgo de caer desde el tercer piso. Eso deja la puerta y el pasillo, que es
de donde vienen los disparos.
No me molesto tratando de averiguar quién está atacando. No tiene sentido
en este momento. Lo único que importa es sobrevivir.
Más disparos, seguido de un grito justo fuera. Oigo el pesado golpe de un
cuerpo al caer, y elijo ese momento para moverme.
Abriendo la puerta, voy en dirección al sonido, aprovechando el impulso
para deslizarme sobre el suelo de linóleo. Mi escayola golpea contra la pared
cuando me encuentro con el soldado muerto, pero ni siquiera registro el dolor. En
cambio lo pongo encima de mí, usando su cuerpo como escudo mientras las balas
empiezan a volar a mi alrededor. Veo su arma en el suelo, la agarro con la mano
derecha y empiezo a disparar tiros al otro extremo del pasillo, donde observo a
hombres enmascarados con armas, agazapados detrás de una camilla de hospital.
Demasiados. Lo veo. Son muchos, y no hay suficientes balas en mi arma.
Veo los cuerpos que cubren el pasillo: los cinco soldados uzbekos fueron
acribillados, así como algunos de los atacantes enmascarados y sé que es inútil. Me
mataran también. De hecho, es sorprendente que aún no esté lleno de agujeros, con
escudo humano o no.
No quieren matarme.
Me doy cuenta de ese hecho cuando mi arma resuena por última vez,
descargando la última ronda de balas. El suelo y las paredes a mi alrededor se
destruyen por sus balas, pero estoy ileso. Como no creo en milagros, eso significa
que los atacantes no están apuntándome.
Están apuntando a mi alrededor, para mantenerme contenido en un solo
lugar.
Quitándome el muerto de encima, poco a poco me pongo de pie,
manteniendo mi mirada en las cifras armadas en el otro extremo del pasillo. Los
disparos se detienen cuando empiezo a moverme, el silencio es ensordecedor
después de todo el ruido.
—¿Qué quieren? —Alzo mi voz lo suficiente como para ser escuchado en el
otro extremo del pasillo—. ¿Por qué están aquí?
Un hombre se levanta detrás de la camilla, Su arma se dirige a mí, mientras
comienza a caminar en mi dirección. Está enmascarado como todos los demás,
pero algo en él parece familiar. Se detiene a unos cuantos metros, donde veo el
brillo de sus ojos oscuros por encima de la máscara, y el reconocimiento me
recorre.
Majid.
Al-Quadar debió oír que estoy aquí, a su alcance.
Me muevo sin pensar. Continúo sosteniendo la ametralladora ahora vacía, y
arremeto contra él, blandiendo el arma como lo haría con un bate, arqueándolo
antes de golpear. Incluso con mis heridas, mis reflejos son excelentes, y la culata
del arma hace contacto con las costillas de Majid antes de que sea echado contra la
pared, y mi hombro izquierdo estalla en agonía. Mis oídos resuenan por la
explosión mientras me deslizo por la pared, y me doy cuenta de que he recibido un
disparo, que se las arregló para disparar su arma antes de que pudiera infligirle
daño.
Puedo oír gritos en árabe, luego unas manos ásperas me agarran,
arrastrándome por el suelo. Lucho con todas las fuerzas que me quedan, pero
siento mi cuerpo comenzando a desfallecer, mientras mi corazón trabaja cada vez
menos para bombear sangre. Algo presiona mi hombro, lo que agrava el dolor
ardiente, y puntos negros cubren mi visión.
Mi último pensamiento antes de perder la conciencia es que la muerte va a
ser preferible a lo que me espera si sobrevivo.
24
Traducido por Anna Karol
Corregido por Daniela Agrafojo

Nora
No me doy cuenta de que estoy gritando hasta que estrellan una mano
contra mi boca, amortiguando mis chillidos histéricos.
—Nora. Nora, basta. —La firme voz de Peter me saca de la vorágine de
horror, arrastrándome de vuelta a la realidad—. Cálmese y dígame lo que vio. ¿Se
puede calmar lo suficiente como para hablar?
Fuerzo un pequeño asentimiento, y me libera, dando un paso atrás. Por el
rabillo del ojo, veo a Rosa y a Ana de pie a unos metros. Las manos de Ana se
encuentran sobre su boca, lágrimas corriendo por sus mejillas de nuevo, y Rosa se
ve asustada y angustiada.
—No puedo… —Apenas puedo forzar las palabras por mi garganta
inflamada—, no vi nada. Solo escuché. Estábamos hablando, y luego, de repente,
hubo disparos y… y gritos, luego más disparos. Julian… —Mi voz se quiebra
cuando digo su nombre—. Julian debió dejar caer el equipo, ya que todo se volteó
en la pantalla, después lo único que pude ver fue la pared, pero oí los disparos, los
gritos, más tiroteo… —No soy consciente de que sollozo incontrolablemente hasta
que las manos de Peter se cierran alrededor mis hombros y me guían suavemente
hacia el sofá.
Me obliga a sentarme en tanto empiezo a temblar; el terror de lo que acabo
de presenciar se combina con los recuerdos de unos pocos meses atrás, cuando fui
secuestrada por Al-Quadar en Filipinas. Durante unos momentos horribles, el
pasado y el presente se funden, y estoy de nuevo en esa clínica, escuchando los
disparos y sintiendo un miedo tan intenso que mi mente no puede registrarlo. Pero
ahora no somos Beth y yo quienes estamos en peligro.
Es Julian.
Vinieron por él; y sé exactamente quienes son.
—Es Al-Quadar. —Mi voz es ronca mientras me levanto, haciendo caso
omiso de los temblores que siguen sacudiendo mi cuerpo—. Peter, es Al-Quadar.
Él asiente, y veo que ya está en su teléfono. —Sí. Sí, soy yo —dice, y me doy
cuenta de que habla en ruso—. El problema del hospital. Sí, ahora mismo. —Bajando el
teléfono, me dice—: Acabo de notificar a la policía de Uzbekistán de los eventos en
el hospital. Están en camino, junto con más soldados. Llegarán allí en cuestión de
minutos.
—Será demasiado tarde. —No sé de dónde viene mi certeza, pero lo siento
en lo más profundo de mis huesos—. Lo tienen, Peter. Si todavía no está muerto, lo
estará dentro de poco.
Me mira, y noto que él también lo sabe; sabe qué tan desalentadora es esta
situación. Hablamos de una de las organizaciones terroristas más peligrosas del
mundo, y han hallado al hombre que ha estado cazando, derribando y diezmando
sus filas.
—Vamos a rastrearlos, Nora —dice Peter en voz baja—. Si no lo han
matado, sin embargo, existe la posibilidad de que podamos ser capaces de
recuperarlo.
—No lo crees en serio. —Puedo verlo en su cara. Solo lo dice para
tranquilizarme. La gente de Majid ha sido capaz de evadir la detección durante
meses, y fue solo la afortunada captura de ese terrorista en Moscú lo que llevó al
descubrimiento de su paradero. Van a volver a desaparecer, se esconderán en otro
lugar ahora que su ubicación en Tayikistán se ha visto comprometida.
Desaparecerán, y también lo hará Julian.
Peter me da una mirada indescifrable. —No importa lo que yo crea. El
hecho es que quieren algo de su esposo: el explosivo. Lo querían antes, y tengo la
certeza de que lo quieren ahora. Sería muy tonto de su parte matarlo de inmediato.
—Crees que primero van a torturarlo. —La bilis se eleva en mi garganta
cuando recuerdo los gritos de Beth, la sangre por todas partes mientras Majid
cortaba sistemáticamente fragmentos de su cuerpo—. Oh, Dios mío, crees que van
a torturarlo hasta que confiese y les dé el explosivo.
—Sí —dice Peter, con sus ojos grises fijos en mi cara mientras Ana comienza
a sollozar en silencio en el hombro de Rosa—. Lo creo. Y eso nos da tiempo para
encontrarlos.
—No hay tiempo suficiente. —Lo miro, asqueada de terror—. El tiempo no
es suficiente. Peter, van a torturarlo y matarlo mientras los buscamos.
—No lo sabemos a ciencia cierta —dice, sacando su teléfono otra vez—. Voy
a sacar todos nuestros recursos para esto. Si Al-Quadar tuvo algo que ver con el
accidente, aparecerá en algún lugar del radar, y lo sabremos.
—¡Pero eso podría llevar semanas, incluso meses! —Mi voz se eleva cuando
la histeria se apodera de mí nuevamente. Puedo sentir la cordura deslizándose de
mis manos en tanto la montaña rusa de pena, alegría y terror en la que he estado
viajando desde hace un par de días me sumerge en un pozo sin fondo de
desesperación. Fue apenas ayer cuando pensé que había perdido a Julian de
nuevo, únicamente para enterarme de que está vivo. Y ahora, justo cuando parecía
que lo peor había pasado, el destino nos ha dado el golpe más cruel de todos.
Los monstruos que asesinaron a Beth están a punto de arrebatarme a Julian
también.
—Es la única opción que tenemos, Nora. —La voz de Peter es calmante,
como si estuviera hablando con un niño rebelde—. No existe otra manera.
Esguerra es duro. Es capaz de aguantar por un tiempo, sin importar lo que le
hagan.
Respiro hondo para recuperar el control. Puedo desmoronarme más tarde,
cuando esté sola. —Nadie es lo suficientemente duro para soportar la tortura
infinita. —Mi voz sale casi uniforme—. Sabes eso.
Inclina la cabeza, reconociendo mi comentario. Por lo que he oído acerca de
sus habilidades únicas, él sabe mejor que nadie cómo puede ser una tortura eficaz.
Cuando lo miro, una idea entra en mi cabeza, una idea que nunca me había
interesado antes.
—El terrorista que capturaron —expongo lentamente, sosteniendo la mirada
de Peter—. ¿En dónde está?
—Se supone que debe ser remitido a nuestra custodia, pero por ahora
continúa en Moscú.
—¿Crees que podría saber algo? —Mis manos se retuercen en la faldilla de
mi vestido mientras me quedo mirando al torturador principal de Julian. Una parte
de mí no puede creer que esté a punto de pedirle que haga esto, pero mi voz es
firme cuando digo—: ¿Crees que podrías hacerlo hablar?
—Sí, estoy seguro de que puedo —dice lentamente, mirándome con algo
parecido al respeto—. No sé si sabrá dónde podrían estar ahora, pero vale la pena
intentarlo. Volaré a Moscú inmediatamente a ver qué puedo averiguar.
—Voy contigo.
Su reacción es inmediata. —No, no lo hará —dice, frunciendo el ceño—.
Estoy bajo órdenes explícitas de mantenerla a salvo aquí, Nora.
—Acaban de capturar a tu jefe y, está a punto de ser torturado y asesinado.
—Mi voz es aguda y mordaz cuando pronuncio cada palabra—: ¿Y crees que mi
seguridad es una prioridad? Sus órdenes ya no se aplican porque ellos tienen a
Julian. Ya no me necesitan para atraparlo.
—Bueno, en realidad, les encantaría tenerla para torturarlo. Podrían
quebrarlo mucho más rápido si la tienen a usted también. —Niega con la cabeza,
con su expresión arrepentida pero decidida—. Lo siento, Nora, pero tiene que
quedarse aquí. Si logramos rescatar a su esposo, estaría muy enfadado al saber que
permití que estuviera en peligro.
Me aparto, temblando, con una mezcla de terror y frustración,
alimentándose uno al otro hasta que siento como si fuera a estallar por todo. Me
siento impotente. Completamente inútil. Cuando me llevaron, Julian fue a
buscarme. Me rescató, pero no puedo hacer lo mismo por él.
Ni siquiera puedo salir de la finca.
—Nora… —Es Rosa. Puedo sentir su mano en mi brazo mientras veo
ciegamente por la ventana, repasando en mi mente todos los callejones sin salida
como una rata en un laberinto—. Nora, por favor… Ven, vamos a darte algo de
comer…
Sacudo bruscamente la cabeza en estado de negación y jalo el brazo,
manteniendo la mirada enfocada en el césped verde de afuera. Hay algo
mordisqueando el borde de mi cerebro, un errante pensamiento medio formado
que no puedo captar lo bastante bien. Tienen que ver con algo que dijo Peter, algo
que mencionó en el pasado… Lo escucho salir de la habitación, sus pasos
tranquilos en el pasillo, y de repente me doy cuenta.
Dándome la vuelta, voy corriendo tras él, haciendo caso omiso de la
conmoción en el rostro de Rosa cuando la aparto del camino.
—¡Peter! ¡Peter, espera!
Se detiene en el pasillo, y me mira tranquilamente mientras corro hasta
detenerme junto a él.
—¿Qué pasa?
—¡Lo sé! —grito—. Peter, sé exactamente qué hacer. Sé cómo traer de
regreso a Julian.
Su expresión no cambia. —¿De qué está hablando?
Respiro y empiezo a explicar mi plan, hablando tan rápido que me tropiezo
con las palabras. Puedo verlo sacudir la cabeza mientras lo hago, pero continúo de
todos modos, impulsada por un sentido de urgencia más intenso que cualquier
cosa que haya experimentado. Necesito convencer a Peter de que tengo razón. La
vida de Julian depende de ello.
—No —dice cuando termino—. Es una locura. Julian me mataría…
—Pero podría estar vivo para matarte —interrumpo—. No hay otra opción.
Lo sabes tan bien como yo.
Sacude la cabeza, y la mirada que me da es realmente arrepentida.
—Lo siento, Nora…
—Te daré la lista —dejo escapar, aferrándome a la única pajita que se me
ocurre—. Te daré la lista de nombres antes de que terminen tus tres años si haces
esto. En cuanto Julian esté a salvo, estará en tus manos.
Peter me mira fijamente, su expresión cambia por primera vez.
—¿Sabe sobre la lista? —pregunta con una voz que palpita con tanta rabia
que lucho contra el impulso de dar un paso atrás—. ¿La lista que Esguerra me
prometió?
Asiento. —Así es. —En otras circunstancias, estaría aterrada de provocar a
este hombre, pero ya he superado el miedo en este momento. Ahora me impulsa
una imprudencia nacida de la desesperación, dándome un valor inusual—. Y sé
que no vas a conseguirla si Julian muere —sigo insistiendo—. Todo este tiempo
que has trabajado para él habrá sido en vano. Nunca serás capaz de vengarte de la
gente que mató a tu familia.
Su mirada impasible desaparece por completo, transformando su rostro en
una máscara de ardiente furia. —No sabe una mierda sobre mi familia —ruge, y
esta vez doy un paso atrás, cuando mi instinto de auto conservación reacciona
tardíamente al mirar sus manos apretándose en puños—. ¿Se atreve a burlarse de
mí?
Da un paso hacia mí al mismo tiempo que retrocedo con el corazón
martilleando en mi pecho. Entonces, con un movimiento violento y agudo, se gira
y le da un puñetazo a la pared, rompiendo los paneles de yeso. Me estremezco,
saltando hacia atrás, pero él golpea la pared nuevamente, descargando su furia
como, sin duda, quiere hacerlo conmigo.
—Peter… —Mi voz es baja y suave, como si estuviera hablando con un
animal salvaje. Veo a Rosa y a Ana en la puerta, mirando aterrorizadas, y trato de
calmar la situación—. Peter, no me estoy burlando de ti, solo señalo los hechos.
Quiero ayudarte, pero primero necesito que me ayudes tú a mí.
Él me mira, con el pecho agitado por la ira, y lo miro luchando por
recuperar el control. Tiemblo por dentro, pero mantengo mi mirada fija en su
rostro. No muestres miedo. Hagas lo que hagas, no muestres miedo. Para mi alivio, su
respiración comienza gradualmente a ralentizarse y la furia que retuerce sus
características lo deja cuando regresa del oscuro lugar en donde se encontraba su
mente.
—Lo siento —dice con voz tensa después de unos momentos—. No debí
reaccionar de esa manera. —Respira profundo, dos veces, luego veo que su
habitual máscara controlada se desliza en su lugar—. ¿Cómo sé que va a mantener
su promesa acerca de la lista? —dice en un tono más normal, su ira al parecer ya
desaparecida—. Me está pidiendo que haga algo que Esguerra odiará. ¿Cómo sé
que estará de acuerdo en entregarme la lista si hago esto?
—Haré que te la dé. —No tengo ni idea de cómo puedo hacer que
Julian haga algo, pero no dejo que se muestren mis dudas—. Te lo juro, Peter.
Ayúdame con esto, y podrás tener tu venganza antes de que tus tres años hayan
terminado.
Me mira, y prácticamente puedo sentir su debate interno. Sabe que mis
argumentos son sólidos. Si hace lo que le pido, tiene una oportunidad de conseguir
esa lista de nombres cuanto antes. Si Julian muere, no le daré la lista en absoluto.
—Bien —dice, aparentemente tomando una decisión—, prepárese. Nos
vamos en una hora.

***

Cuando aterrizamos en un pequeño aeropuerto cerca de Chicago, hay una


gruesa capa de nieve en el suelo, y me alegro de haber optado por llevar mis viejas
botas de nieve. Ya es de noche, y el viento es muy frío, traspasando mi abrigo de
invierno. Igual apenas registro el malestar, ya que todos mis pensamientos son
consumidos por la experiencia terrible que se acerca.
No hay ningún coche a prueba de balas esperándonos. Nada que llame la
atención sobre nuestra llegada. Peter llama a un taxi para mí, y me meto en la parte
trasera del coche, mientras él se dirige de nuevo al avión.
El conductor, un hombre muy amable de mediana edad, intenta charlar
conmigo, probablemente con la esperanza de averiguar quién soy. Estoy segura de
que piensa que soy una celebridad de algún tipo, que llega en un jet privado. Doy
respuestas monosilábicas a todas sus preguntas, y él capta rápidamente mi deseo
de que me dejen tranquila. El resto del viaje transcurre en silencio mientras miro
por la ventana las carreteras oscuras a estas horas de la noche. Me duele la cabeza
por el estrés y el cambio de horario, y mi estómago se revuelve con nauseas. Si no
me hubiera obligado a comer un emparedado en el avión, me desmayaría de
agotamiento.
Cuando llegamos a Oak Lawn, dirijo el taxi hacia la casa de mis padres. No
esperan que llegue, pero eso es lo mejor. Hace que todo parezca más auténtico,
menos parecido a una trampa.
El conductor me ayuda a bajar una pequeña maleta que empaqué para la
ocasión, y le pago, dándole un extra de veinte dólares por haber sido grosera antes.
Se marcha y yo llevo mi maleta hasta la puerta de mi casa de la infancia.
Deteniéndome frente a la familiar puerta marrón, toco el timbre. Sé que mis
padres están en casa porque veo las luces de la sala de estar. Les toma un par de
minutos llegar a la puerta, un par de minutos que se sienten como una hora en mi
estado de agotamiento.
Mamá abre la puerta, y su mandíbula se afloja con sorpresa cuando me ve
allí de pie, con la mano apoyada en el mango de la maleta.
—Hola, mamá —digo, con la voz temblorosa—. ¿Puedo entrar?
25
Traducido por CrisCras
Corregido por NicoleM

Julian
Al principio, solo hay oscuridad y dolor. Un dolor que me desgarra y
destroza por dentro. La oscuridad es más fácil. No existe dolor ahí, solo olvido.
Aun así, odio la nada que me consume cuando me encuentro en ese vacío oscuro.
Odio la negrura de la falta de existencia. A medida que pasa el tiempo, llego a
anhelar el dolor porque es lo opuesto de la negrura, porque sentir algo es mejor
que no sentir nada.
Poco a poco, el vacío oscuro retrocede, disminuyendo el agarre sobre mí.
Ahora, junto con el dolor, hay recuerdos. Algunos buenos, otros malos, vienen en
oleadas. La amable sonrisa de mi madre mientras me leía una historia para dormir.
La dura voz de mi padre y sus puños aún más duros. Cuando corría por la selva
persiguiendo a una mariposa colorida, tan feliz y despreocupado como solo es
posible para un niño. El matar a mi primer hombre en esa selva. Jugar con mi gata
Lola, luego pescar y reír con una niña de doce años de brillantes ojos… con María.
El cuerpo de María roto y violado, su luz e inocencia destruidas para
siempre.
Sangre en mis manos, con la satisfacción de oír los gritos de los asesinos.
Comer sushi en el mejor restaurante de Tokio. Moscas volando sobre el cadáver de
mi madre. La emoción de cerrar mi primer trato, el atractivo de la llegada del
dinero. Más muerte y violencia. Muerte que yo causo. Muerte en la que me
regodeo.
Y luego allí está ella.
Mi Nora. La chica a la que secuestré porque me recordaba a María.
La chica que es ahora mi razón para existir.
Sostengo su imagen en mi mente, permitiendo que todos los otros recuerdos
se desvanezcan en el fondo. Es todo en lo que quiero pensar, todo en lo que quiero
centrarme. Hace que el dolor se aleje, hace que la oscuridad desaparezca. Podría
haberle traído sufrimiento, pero ella me ha traído la única felicidad que he
conocido desde mis primeros años.
Mientras el tiempo pasa lentamente, me hago consciente de otras cosas.
Además del dolor, hay sonidos y sensaciones. Oigo voces y siento una brisa fría en
mi cara. Me arde el hombro izquierdo, me palpita el brazo roto, y me muero de
sed. Aun así, parezco estar vivo.
Retuerzo mis dedos para verificar ese hecho. Sí, estoy vivo. Casi demasiado
débil para moverme, pero vivo.
Mierda. El resto de los recuerdos me inundan, y antes incluso de que abra los
ojos, sé dónde me encuentro, y sé que no debería haber luchado contra la
oscuridad. El olvido habría sido mejor que esto.
—Bienvenido de nuevo —dice la voz de un hombre en voz baja, y abro los
ojos para ver el rostro sonriente de Majid cerniéndose sobre mí—. Has estado
inconsciente el tiempo suficiente. Es hora de que comencemos.

***

Me arrastran a lo largo de un duro suelo de cemento que parece ser algún


tipo de lugar de construcción. Por el aspecto, va a ser un edificio industrial, y la
habitación a la que me arrastran no tiene ventanas, solo una puerta. Pienso en
luchar, pero estoy demasiado débil por mis heridas para tener alguna posibilidad
de éxito, así que decido esperar el momento adecuado y conservar la poca fuerza
que me queda. Supongo que tendré que hacerle frente a lo que tengan reservado
para mí.
Empiezan por desnudarme y atarme con una cuerda que enganchan en una
viga que hay en el techo sin terminar. No son amables al respecto, y la escayola de
mi brazo izquierdo se rompe cuando me atan las muñecas y pasan mis brazos
heridos por encima de mi cabeza. El agonizante dolor de mi brazo y hombro
herido hace que me desmaye, y no es hasta que me lanzan agua helada a la cara
que recupero la consciencia de nuevo.
En cierto modo, admiro sus métodos. Saben lo que hacen. Quítale la ropa a
un hombre, e inmediatamente se siente vulnerable. Mantenlo frío, débil y herido, y
ya está en desventaja, con su psique tan golpeada como su cuerpo. Comienzan con
el pie derecho. Si no hubiese hecho pasar a otros por esto, ya habría estado
suplicando y rogando.
De este modo, mi cuerpo se encuentra en un modo completo de lucha o
huida. El conocimiento de que me hallo tan cerca a la muerte, o al menos al dolor
enloquecedor, hace que mi corazón lata con un ritmo enfermizamente rápido. No
quiero darles la satisfacción de verme temblar, pero puedo sentir pequeños
temblores recorriendo mi piel, tanto por el agua helada que me tiraron encima en
una habitación ya congelada, como por el subidón de adrenalina. Me han
levantado tan alto que solo las puntas de los dedos de mis pies tocan el suelo, y con
la mayoría de mi peso soportado por mis muñecas atadas, mi brazo y hombro
heridos ya gritan en agonía.
Mientras cuelgo allí, intentando respirar a través del dolor, Majid se acerca a
mí, con una sonrisa presumida arrugando su cara.
—Bueno, si no es Esguerra —dice, su acento británico haciendo que suene
como alguna versión del medio este de James Bond—. Qué amable de tu parte
hacerle una visita a nuestro rincón del mundo.
No digo nada, simplemente lo miro de forma contemplativa, sabiendo que
lo irritará más que nada. Sé lo que va a exigir, y no tengo ninguna intención de
dárselo, no cuando de cualquier forma va a matarme de la forma más dolorosa.
Efectivamente, mi falta de respuesta lo provoca. Puedo ver la rabia
llameando en sus ojos. Majid Ben-Harid ansía el miedo y la miseria de otros.
Entiendo eso respecto a él, porque soy igual. Y dado que somos como almas
gemelas, sé cómo arruinarle la diversión. Va a destruir mi cuerpo, pero no lo
disfrutará tanto como le gustaría.
No se lo permitiré.
Es un pequeño consuelo por el hecho de que voy a morir de forma tortuosa,
pero es todo lo que tengo por el momento.
Ya sin su sonrisa presumida, Majid avanza hacia mí.
—Ya veo que no tienes ganas de charlar —dice, levantando un gran cuchillo
de carnicero hacia mi cara—. Entonces vamos a cortar por lo sano. —Pasa la punta
de la cuchilla por mi mejilla, cortando lo suficiente profundo como para que la
sangre descienda por mi barbilla en un delgado hilo—. Me das la ubicación de tu
fábrica de explosivos, así como todos los detalles de seguridad, y yo… —Se inclina
tan cerca que puedo ver el negro de sus pupilas en el marrón barro de los iris de
sus ojos—, haré que tu muerte sea rápida. Si no lo haces… bueno, seguro que no
necesito explicar la alternativa. ¿Qué dices? ¿Quieres hacerlo fácil o difícil para
nosotros? Porque el resultado será el mismo de cualquier manera.
No respondo, y no me estremezco, ni siquiera cuando esa cuchilla continúa
su doloroso y cortante viaje por mi cuello, pecho y estómago, dejando un rastro de
sangre donde sea que toca mi piel.
No importa lo que elija porque Majid no tiene ninguna intención de cumplir
cualquier promesa que me haga. Nunca me dará una muerte rápida, ni siquiera si
le entregara el explosivo mañana. En los pasados meses he causado demasiado
daño a Al-Quadar, frustrado demasiados de sus planes. Tan pronto como le dé lo
que quiere, me destrozará de la forma más dolorosa posible, solo para mostrarle a
sus tropas cómo reparte castigo a aquellos que se le enfrentan.
Al menos es lo que yo haría en su lugar.
El cuchillo se detiene justo debajo de mis costillas, la afilada punta se clava
en mi carne, y puedo ver los ojos de Majid brillando con un placer perverso.
—¿Y? —susurra, presionándolo apenas un centímetro—. ¿Juegas o no,
Esguerra? De verdad depende de ti. Puedo comenzar a recolectar algunos órganos,
solo para hacerlo extra provechoso para nosotros, o si lo prefieres, puedo comenzar
más abajo, con la parte favorita de tu esposa…
Suprimo un instintivo impulso masculino de encogerme ante eso último y
mantengo mi expresión calmada, casi divertido. Sé que no hará nada demasiado
dañino al principio, porque si lo hiciera, me desangraría al momento. Ya he
perdido demasiada sangre, así que no llevaría mucho tiempo acabar conmigo. Lo
último que querría Majid es privarse de una víctima consciente. Si va en serio
respecto a conseguir ese explosivo, tendrá que empezar poco a poco y desarrollar
la brutalidad con la que acaba de amenazarme.
—Adelante —digo fríamente—, haz lo mejor que puedas.
Y dedicándole una sonrisa burlona, espero a que comience la tortura.
26
Traducido por Maii
Corregido por Agus Herondale

Nora
La noche en que volví a casa es un sinfín de llanto, abrazos y preguntas
sobre qué sucedió y cómo me las arreglé para volver.
Les digo a mis padres la verdad tanto como puedo, explicándoles sobre el
avión caído en Uzbekistan y sobre el secuestro de Julian por parte del grupo
terrorista con el que ha estado luchando.
Mientras hablo, los veo luchando entre la conmoción e incredulidad.
Los terroristas y aviones derribados por mísiles están tan fuera del
paradigma de sus vidas, que sé cuán difícil les resulta procesarlo. En un momento,
fue difícil para mí, también.
—Oh, Nora, cariño… —La voz de mi madre es suave y empática—. Lo
siento tanto, sé que lo amaste, a pesar de todo. ¿Sabes que pasará ahora?
Sacudo la cabeza, intentando evitar mirar a mi padre. Él piensa que esto es
un buen desenlace; lo veo en su cara. Le alivia que me deshice del hombre que
considera mi abusador. Estoy convencida de que mis padres piensan que Julian se
merece esto, pero mi mamá, al menos, intenta ser sensible con mis sentimientos. Mi
papá, sin embargo, apenas contiene su satisfacción por este giro en los eventos.
—Bueno, no importa que pase, me alegra que hayas vuelto a casa. —Mi
madre toma mi mano, con las lágrimas inundando sus ojos oscuros en tanto me
mira—. Estamos aquí para ti, cariño, ¿lo sabes, no?
—Lo sé, mamá —susurro, con la garganta cerrada por la emoción—, es por
eso que volví. Porque los extrañaba… Y porque no podía estar sola en ese estado.
Eso es cierto, pero no es la verdadera razón por la que estoy aquí. No puedo
decirle a mis padres esto.
Si supieran que regresé a casa para poder ser secuestrada por Al-Quadar,
nunca me perdonarían.

***

A pesar del cansancio, apenas dormí esa noche. Sé que tomará un tiempo
que Al-Quadar responda a mi presencia en el pueblo, pero estoy consumida por el
miedo y nerviosa por la anticipación. Cada vez que me duermo, tengo pesadillas,
solo que en los sueños no es Beth la que cortan en pedazos, sino Julian. Las
imágenes sangrientas son tan reales que me despierto con náuseas y temblando,
con mis sábanas cubiertas de sudor. Por último, me rindo y saco los materiales de
arte que traje en la maleta. Espero que pintar logre distraerme del hecho de que
mis pesadillas pueden estar sucediendo ahora mismo, en algún escondite de Al-
Quadar, a miles de kilómetros.
Cuando los rayos de sol se filtran por la ventana de la habitación, me
detengo para examinar mi pintura. Luce algo abstracto al comienzo: remolinos
rojos, blancos y marrones, pero si se mira con mayor detención revela algo
diferente. Todos los remolinos son caras y cuerpos, personas entrelazadas, en una
exageración de éxtasis violento. Los rostros revelan tanto la agonía como el placer,
la lujuria y el tormento.
Es probablemente mi mejor trabajo hasta la fecha, y lo odio.
Lo odio porque muestra lo mucho que he cambiado. Lo poco que queda de
mi antigua yo.
—Guau, cariño, esto es asombroso… —La voz de mi madre me saca de mi
discusión interna, así que me volteo para verla parada en la puerta, observando la
pintura con verdadera admiración—. Ese instructor francés debe ser muy bueno.
—Sí, el señor Bernard es excelente —coincido, tratando de ocultar el
cansancio de mi voz. Estoy tan cansada que solo quiero colapsar, pero esa no es
una opción por el momento.
—No dormiste bien, ¿verdad? —Frunce el ceño, luciendo preocupada y sé
que no tuve éxito en ocultar el cansancio—. ¿Estabas pensando en él?
—Por supuesto que sí. —La ira repentina inunda mi voz—. Es mi esposo,
sabes.
Parpadea sorprendida e inmediatamente me arrepiento de mi fuerte tono de
voz. Esta situación no es su culpa; si alguien está libre de culpa en todo esto, son
mis padres. Mi mal temperamento es lo último que se merecen… En especial
porque mi plan desesperado solamente les causará más angustia.
—Lo siento, mamá —digo, y voy a su lado a darle un abrazo—. No quise
decirlo así.
—Está bien, cariño. —Me acaricia el cabello, con un toque tan suave y
reconfortante que quiero llorar—. Entiendo.
Asiento, aunque creo que no puede entender la magnitud de mi estrés. No
puede, porque no sabe qué estoy esperando.
Espero ser atrapada por los mismos monstruos que tienen a Julian.
Espero que Al-Quadar muerda el anzuelo.

***

La mañana avanza. Es sábado, por lo que mis padres están en casa. Se


encuentran felices por eso, pero yo no. Desearía que estén en el trabajo. Quiero
estar sola si… No, cuando los matones de Majid vengan a por mí. Pasar la noche era
relativamente seguro, ya que Al-Quadar necesitaría de tiempo para poner un plan
en acción, pero ahora, en la mañana, no quiero a mis padres cerca. La seguridad
que Julian puso alrededor de mi familia, aseguraría que estarán a salvo, pero los
guardaespaldas podrían interferir en mi secuestro y eso es lo último que quiero.
—¿Compras? —Mi padre me mira de forma extraña cuando les digo sobre
mi plan de salir de tiendas luego del desayuno—. ¿Estás segura, cariño? Acabas de
regresar, y con todo lo que está pasando…
—Papá, estuve en el medio de la nada durante meses. —Le doy mi mejor
mirada de los hombres no lo entienden—. No tienes idea de lo que eso significa para
una chica. —Notando que continúa poco convencido, agrego—: En serio, papá,
podría usarlo como distracción.
—Tiene razón —interviene mi madre. Volviéndose hacia mí, me lanza un
guiño y continúa—: No hay nada como las compras para despejar la mente de una
mujer. Iré con Nora, será justo como los viejos tiempos.
Mi corazón se detiene. No puedo tener a mamá conmigo si el punto de esto
es mantenerlos fuera del potencial peligro.
—Oh, lo siento, mamá —digo con pesar—. Pero le prometí a Leah que iría
con ella, son las vacaciones de primavera por lo que está en casa. —Más temprano
en la mañana, había visto una actualización de facebook con esa información, así
que solo estoy mintiendo parcialmente. Mi amiga se encuentra en la ciudad, solo
que no había hecho planes para verla.
—Oh, de acuerdo. —Luce herida por un momento, pero se recupera y me da
una sonrisa brillante—. No te preocupes, cariño. Te veremos después de que te
pongas al día con tus amigas. Me alegra que quieras distraerte de esa manera. Es lo
mejor, en serio…
Mi papá aún me mira con sospecha, pero no hay nada que pueda hacer. Soy
una adulta y no estoy pidiendo su permiso.
Tan pronto como se acaba el desayuno, les doy un beso y abrazo a cada uno
y voy hacia la estación de autobús, para ir al centro comercial.

***

Vamos, llévame. Maldita sea, llévame ya.


He estado paseando por el centro comercial durante horas, y para mi
frustración, aún no hay señales de Al-Quadar. Puede ser que no sepan que estoy
aquí, o no les interesa nada sobre mí ahora que tienen a Julian.
Me niego a considerar la última opción, pero si fuera así, sería como pensar
que Julian está muerto.
El plan tiene que funcionar. No existe alternativa, Majid solamente necesita
más tiempo para saber que estoy aquí sin protección, que soy una herramienta
conveniente para forzar a Julian a hacer lo que deseen.
—¿Nora? Mierda, ¿Nora, eres tú? —Una voz familiar me quita de mis
pensamientos, y me volteo para ver a Leah mirándome con asombro.
—¡Leah! —Por un segundo, me olvido del peligro y me apresuro a abrazar a
la chica que fue mi mejor amiga durante años—. ¡No tenía idea de que estarías
aquí! —Y es cierto, a pesar de la mentira a mis padres esta mañana, no esperaba
encontrarla así. En retrospectiva, debería haberlo hecho, usábamos este lugar para
pasar el rato cada fin de semana cuando éramos más jóvenes.
—¿Qué haces aquí? —pregunta una vez que nos separamos del abrazo—.
¡Pensé que estabas en Colombia!
—Sí lo estaba, es decir, lo estoy. —Ahora que la excitación inicial ha
acabado, recuerdo que estar con ella puede traerme problemas. Lo último que
quiero es que mi amiga sufra por mi causa—. Estoy aquí para una breve visita —
explico apurada, dando una mirada preocupada alrededor. Todo se ve normal, así
que continúo—: Siento no haberte dicho que estaba en casa, pero las cosas están
frenéticas y, bueno, sabes a qué me refiero…
—Es cierto, debes estar ocupada con tu nuevo marido y eso —dice
suavemente, y puedo sentir como crece la distancia, aunque no nos hemos movido
ni un milímetro.
No hemos hablado desde que le conté sobre mi casamiento, solo
intercambiamos unos breves correos electrónicos, y veo que aún cuestiona mi
cordura… no entiende la persona en la que me convertí.
No la culpo por ello. En ocasiones yo tampoco lo entiendo.
—Leah, bebé ¡ahí estás! —Una voz masculina interrumpe nuestra
conversación, y mi corazón salta al ver quién se acerca detrás de ella.
Es Jake, el chico del que estuve enamorada.
El chico del que Julian me robó aquella fatídica noche en el parque.
Solo que ya no es un chico. Sus hombros son más grandes, su rostro tiene
rasgos duros. En algún punto, se ha convertido en un hombre, uno que solo tiene
ojos para Leah. Se detiene a darle un beso y le dice en una baja y sensual voz—:
Bebé, te tengo ese obsequio…
El rostro de ella enrojece. —Eh, Jake —murmura, tirando de su brazo para
indicarle sobre mi presencia—. Mira a quién encontré.
Se voltea, y sus ojos marrones se agrandan con sorpresa. —¿Nora? ¿Qué
haces aquí?
—Oh, ya sabes… solo, solo haciendo algunas compras… —Espero no sonar
tan atónita como me siento. ¿Leah y Jake? ¿Mi mejor amiga y mi ex enamorado Jake?
Es como si mi mundo se inclinara sobre su eje. No tenía idea de que estaban
saliendo. Sabía que ella dejó a su novio hace un par de meses porque lo mencionó
en un correo, pero nunca me dijo que estaba saliendo con Jake.
Al momento en que los veo, juntos, con idénticas expresiones de
incomodidad en su rostro, me doy cuenta de que su relación no es algo ilógico.
Ambos estudian en la Universidad de Michigan, coinciden en el mismo círculo de
amigos desde la secundaria. Incluso tuvieron una experiencia traumática en
común: su amiga/cita secuestrada pudo unirlos aún más.
También me doy cuenta que todo lo que siento al verlos es alivio. Se ven
felices juntos; la oscuridad de mi vida no dejó una marca permanente en la de Jake.
No hay arrepentimiento de lo que pudo haber sido, tampoco celos, solo una
ansiedad que crece cada minuto que Julian pasa en las manos de Al-Quadar.
—Lo siento, Nora —dice Leah, dándome una mirada cautelosa—. Debería
haberte dicho sobre nosotros. Es solo que…
—Leah, por favor. No tienes que explicar nada. De verdad. Estoy casada y
con Jake solo tuve una cita. No me debes ninguna explicación… Me sorprendieron,
es todo.
—¿Quieres, eh… tomar un café con nosotros? —me ofrece Jake, pasando un
brazo por la cintura de Leah, en un gesto inusualmente protector. Me pregunto si
la quiere proteger de mí. Si es así, es incluso más inteligente de lo que pensé—.
Podríamos ponernos al día, ya que estás en la ciudad y eso —continúa, pero
sacudo la cabeza negando.
—Me encantaría, pero no puedo —digo, y el arrepentimiento en mi voz es
genuino. Deseo ponerme al día con ellos, pero no puedo tenerlos cerca en caso de
que Al-Quadar elija este momento para atacar. No tengo idea de cómo los
terroristas podrían sacarme en medio de un concurrido centro comercial, pero sé
que hallarían la manera. Mirando mi teléfono, pretendo estar sorprendida por la
hora, y digo en tono de disculpa—: Me temo que ya llego tarde…
—¿Está tu esposo contigo? —pregunta Leah, frunciendo el ceño y el rostro
de Jake palidece. Probablemente no consideró la posibilidad de que Julian se
encuentre cerca cuando me invitó a tomar un café.
Niego con la cabeza y mi garganta se cierra con la horrible realidad de esta
situación, que amenaza con ahogarme nuevamente.
—No —digo, esperando sonar normal—. No pudo venir.
—Oh, está bien. —Profundiza su ceño, con una mirada perpleja, pero el
color vuelve al rostro de Jake. Obviamente le alivia no confrontarse al despiadado
criminal que le causó tanto dolor.
—En verdad tengo que irme —digo y Jake asiente, apretando su agarre
sobre Leah para mantenerla cerca.
—Buena suerte —dice, y me doy cuenta que se alegra de que me marche.
Fue educado para ser cortes, así que agrega—: Fue bueno verte —pero sus ojos
dicen algo diferente.
Le doy una sonrisa comprensiva. —A ti también —digo, y saludando con la
mano a Leah, me dirijo a la salida del centro comercial.

***

Me olvido de Jake y Leah tan pronto como llego al estacionamiento.


Dolorosamente en alerta, exploro todo el lugar antes de sacar mi teléfono de mala
gana y llamar a un taxi. Podría quedarme más tiempo en el centro comercial, pero
no quiero poner en peligro a mis amigos. Mi siguiente parada será la avenida
Michigan, en Chicago, donde puedo pasar por las tiendas más importantes
mientras rezo para ser secuestrada antes de que pierda la cordura.
Mientras espero, el viento frío atraviesa mi ropa; la chaqueta y el suéter de
cachemir son una leve protección del frío. El taxi tarda media hora en llegar, y a
esa altura, estoy medio congelada y mis nervios están alterados hasta el punto que
quiero gritar.
Abriendo la puerta, me subo en la parte trasera del coche. Es un taxi de
aspecto limpio, con un cristal grueso que separa la parte delantera de la posterior,
y las ventanas ligeramente polarizadas.
—A la ciudad, por favor. —Mi voz es más aguda de lo necesario—. A las
tiendas de la Avenida Michigan.
—Claro que sí, señorita —dice el conductor suavemente, y mi cabeza se
mueve bruscamente por el acento en su voz. Mis ojos se encuentran con los suyos
en el espejo retrovisor y me congelo, al tiempo que un rayo de puro terror se
desliza por mi espalda.
Podría ser uno de los miles de inmigrantes que conducen taxis para vivir,
pero no lo es.
Es Al-Quadar. Lo puedo ver en la fría maldad de su mirada.
Por fin vinieron a por mí.
Es lo que esperaba, pero ahora que llegó el momento, me encuentro
paralizada por un miedo tan intenso que me ahoga desde dentro. Mi mente vuelve
al pasado, y los recuerdos son tan vívidos, casi como si estuviera allí otra vez.
Siento el dolor en las puntadas apenas cicatrizadas en mi cuerpo, veo los cuerpos
de los guardias en la clínica, escucho los gritos de Beth… Siento el vómito en mi
garganta mientras Majid tocaba mi cara con su dedo cubierto de sangre.
Debo haberme puesto tan pálida como una hoja, porque la mirada del
conductor se endurece y oigo el leve chasquido de la cerradura de las puertas al
activarse.
El sonido me impulsa a la acción. Con la adrenalina corriendo por mis
venas, me vuelco hacia la puerta, intentando abrirla mientras grito hasta que
quedo sin voz. Sé que es inútil, pero debo intentarlo, y, lo que es más importante,
debo aparentar que lo hago. No puedo quedarme sentada y calmada mientras me
lleva de vuelta al infierno.
No deben descubrir que esta vez quiero ir voluntariamente.
Mientras el coche continúa moviéndose, sigo luchando con la puerta y
golpeando la ventana. El conductor me ignora mientras sale de la plaza del
estacionamiento a toda velocidad, y nadie parece ver que pasa algo, las ventanas
polarizadas me ocultan de su mirada.
No vamos lejos. En lugar de ir hacia la autopista, el auto se dirige a la parte
trasera del edificio. Veo una camioneta color beige esperándonos, y lucho con más
fuerza, rompiéndome las uñas mientras las clavo en la puerta con desesperación,
solo parcialmente fingida. En mi apuro por rescatar a Julian, no consideré bien lo
que significaría ser secuestrada por los monstruos de mis pesadillas, que pasaría
por algo horrible otra vez, y el miedo que me invade solo se reduce ligeramente al
ser premeditada.
El conductor estaciona al lado de la camioneta y el seguro de las puertas se
abre. Lanzándome al exterior, caigo con mis palmas y rodillas en el suelo, pero,
antes de que pueda ponerme de pie, un fuerte brazo se cierra sobre mi cintura y
una mano con guante se cierra sobre mi boca, ahogando mis gritos.
Oigo como sueltan órdenes en árabe al mismo tiempo que me llevan a la
camioneta, pateando y retorciéndome, después, veo un puño volando hacia mi
cara.
Hay una explosión de dolor en mi cráneo, y luego, nada más.
27
Traducido por Beatrix
Corregido por Itxi

Julian
Entro y salgo de la conciencia, los períodos de desvelada agonía se
intercalan con tramos cortos de calmante oscuridad. No sé si han pasado horas,
días o semanas, pero se siente como si hubiera estado aquí desde siempre, a
merced de Majid y el dolor.
No he dormido. No me dejan dormir. Tengo un descanso solo cuando mi
mente apaga el tormento, y tienen formas de traerme de vuelta cuando estoy así
durante demasiado tiempo.
Primero me hicieron la técnica de tortura por inmersión. Me resulta
divertido, en cierta forma perversa. Me pregunto si lo hacen porque saben que
tengo raíces estadounidense, o si solo piensan que es un método eficaz de hacer
confesar a alguien sin infligir daños graves.
Lo hacen una docena de veces, empujándome al borde de la muerte, luego
trayéndome de vuelta. Se siente como que me estoy ahogando una y otra vez, y mi
cuerpo lucha por aire con una desesperación que parece fuera de lugar dada la
situación. No sería tan malo si accidentalmente me ahogaran; mi mente lo sabe,
pero mi cuerpo se esfuerza por vivir. Cada segundo con ese trapo mojado en la
cara se siente como una eternidad; el chorro de agua de algún modo es más
aterrador que la espada más afilada.
Hacen una pausa de vez en cuando y me lanzan preguntas, con la promesa
de detenerse si contesto. Y cuando mis pulmones se sienten como que estallan,
quiero ceder. Quiero poner fin a esto, pero algo dentro de mí no me deja. Me niego
a darles la satisfacción de ganar, de dejar que me maten a sabiendas de que
consiguieron lo que querían.
Mientras mi cuerpo se esfuerza por el aire, la voz de mi padre viene a mí.
—¿Vas a llorar? ¿Vas a llorar como el niño bonito de tu mamá o a enfrentarme
como un hombre?
Tengo cuatro años otra vez, encogido en la esquina mientras mi padre me patea
repetidamente en las costillas. Sé la respuesta correcta a su pregunta, sé que debo hacerle
frente, pero tengo miedo. Me encuentro muy asustado. Puedo sentir la humedad en mi
rostro, y sé que lo hará enojar. No pretendía llorar. Sinceramente, no he llorado desde que
era un bebé, pero el dolor en las costillas hace que me lloren los ojos. Si mi madre estuviera
aquí, me sostendría y me besaría, pero no se acerca cuando mi padre está en este estado de
ánimo. Le tiene demasiado miedo.
Odio a mi padre. Lo odio, y quiero ser como él por una vez. No quiero tener miedo.
Quiero ser el que tiene el poder, al que todo el mundo teme.
Enrollándome en una pequeña bola, uso el fondo de mi camisa para limpiar la
delatadora humedad de mi cara, luego me pongo de pie, haciendo caso omiso de mi miedo y
el dolor en las costillas magulladas.
—No voy a llorar. —Tragando el nudo en mi garganta, alzo la vista hasta
encontrarme con la mirada enojada de mi padre—. Nunca voy a llorar.
Maldice en árabe. Más humedad en mi cara.
Mi mente es violentamente arrancada de nuevo al presente mientras
convulsiono, con náuseas y aspirando el aire cuando me quitan el trapo empapado.
Mis pulmones se expanden con avidez, y por medio del zumbido en mis oídos,
escucho a Majid gritarle al hombre que casi me mata.
Bueno, a la mierda. Parece que esta parte de la diversión se ha terminado.
Comienzan con las agujas. Agujas largas y gruesas que conducen bajo mis
uñas de los pies y manos. Soy capaz de soportar esto, mientras mi mente separa en
sí misma de mi cuerpo torturado y me lleva de vuelta al pasado.
Tengo nueve. Mi padre me llevó a la ciudad para las negociaciones con sus
proveedores. Estoy sentado en los escalones, en la entrada del edificio, con una pistola
metida en el cinturón por debajo de mi camiseta. Sé cómo utilizar esta arma; ya maté a dos
hombres con ella. Vomité después de la primera, ganándome una paliza, pero la segunda
matanza fue más fácil. Ni siquiera me inmuté cuando apreté el gatillo.
Unos adolescentes salen a la calle. Reconozco sus tatuajes; son parte de una banda
local. Mi padre probablemente los utilizó en algún momento para distribuir su producto,
pero ahora mismo parecen estar aburridos y sin nada que hacer.
Observo mientras serpentean arriba y debajo de la calle, pateando algunas botellas
rotas y bromeando entre sí. Una parte de mí, envidia su compañerismo cómodo. No tengo
muchos amigos, y los chicos con los que ocasionalmente juego, todos parecen tenerme
miedo. No sé si es porque soy el hijo del señor, o si han oído cosas sobre mí. Normalmente
no me importa su miedo, los animo de hecho, pero otras veces deseo solo poder jugar como
un niño normal.
Estos adolescentes no han oído hablar de mí. Me doy cuenta, porque cuando me ven
allí sentado, sonríen y caminan hacia mí, pensando que han encontrado una presa fácil de
intimidar.
—Hola —dice uno de ellos en voz alta—, ¿qué hace un niño como tú aquí? Este es
nuestro barrio. ¿Te has perdido, chico?
—No —le digo, replicando sus sonrisas—. Estoy tan perdido como tú… chico.
El chico que me habló se llena de ira. —¿Por qué pequeña mierda… —se dirige
hacia mí, e inmediatamente se congela cuando apunto mi arma hacia él sin pestañear.
—Inténtalo —le invito suavemente—. Acércate más, ¿por qué no lo haces?
Los chicos comienzan a retroceder. No son completamente estúpidos; ven que sé
cómo manejar el arma.
Mi padre y sus hombres salen en ese momento, y los chicos se dispersan como una
manada de ratas.
Cuando le digo a mi padre lo que pasó, asiente. —Bien. No retrocedas, hijo.
Recuerda eso, toma lo que quieras, y nunca retrocedas.
El agua fría en la cara, seguida por una bofetada brutal, me devuelve al
presente. Ahora me tienen atado a una silla, mis muñecas atadas a la espalda y los
tobillos atados a las patas. Mis dedos palpitan con agonía, pero continúo vivo, y
por ahora intacto.
Veo la furia frustrada en el rostro de Majid. Él no está contento con el
progreso hasta ahora, y tengo la sensación de que se encuentra a punto de
amplificar sus esfuerzos.
Efectivamente, se acerca a mí, su cuchillo apretado en el puño. —La última
oportunidad, Esguerra… —Se detiene frente a mí—. Te voy a dar una última
oportunidad antes de empezar a cortar algunas partes útiles del cuerpo. ¿Dónde
está la jodida fábrica, y cómo podemos entrar?
En lugar de responder, junto la poca saliva que perdura en mi boca y le
escupo. La saliva teñida de rojo salpica toda su nariz y mejillas, y veo con
satisfacción que se limpia con su manga, mientras su cuerpo vibra con rabia ante el
insulto.
Sin embargo, no tengo la oportunidad de disfrutar de su reacción por
mucho tiempo, porque pone sus puños en mi pelo y tira de él, haciendo que mi
cuello se doble dolorosamente hacia atrás.
—Déjame que te cuente lo que está a punto de suceder, pedazo de mierda —
susurra, presionando el puñal contra mi mandíbula—. Voy a comenzar con tus
ojos. Voy a cortar tu globo ocular izquierdo por la mitad, luego voy a hacer lo
mismo con el derecho. Y cuando estés ciego, voy a empezar a recortar tu pene,
palmo a palmo, hasta que solo haya un trozo minúsculo... ¿Me entiendes? Si no
empiezas a hablar ahora, nunca verás ni follarás de nuevo.
Luchando contra el impulso de vomitar, me quedo en silencio en tanto
empuja el cuchillo hacia arriba, hacia la fina piel debajo de mi ojo izquierdo. El
cuchillo corta mi mejilla en el camino, y siento el calor de la sangre corriendo por
mi piel fría. Sé que habla en serio, pero también sé que ceder no va a cambiar el
resultado. Majid me torturará para conseguir respuestas, y una vez que las tenga,
me torturará aún más.
Mirando mi falta de reacción, Majid presiona el cuchillo en mi piel. —
Última jodida oportunidad, Esguerra. ¿Quieres conservar el ojo o no?
No respondo, y arrastra el cuchillo más hacia arriba, haciendo que mis
párpados se cierren reflexivamente.
—Está bien —susurra, disfrutando de mi cuerpo involuntariamente en
pánico mientras trato de alejarme de su alcance… y luego siento una explosión
nauseabunda de dolor cundo el cuchillo pincha mi párpado y penetra
profundamente en mi ojo.

***

Debo de haber perdido la conciencia de nuevo porque ya no siento más


agua fría. Estoy temblando, con mi cuerpo en estado de shock por la agonía
insoportable. No puedo ver nada con mi ojo izquierdo, todo lo que siento es un
vacío palpitante. Mi estómago se irrita con la bilis, y necesito de todo mi esfuerzo
para no vomitarme encima.
—¿Qué hay del segundo ojo, Esguerra, ah? —Sonríe, agarrando con fuerza
en su puño el cuchillo ensangrentado—. ¿Te gustaría estar ciego mientras te
quitamos tu pene, o prefieres verlo todo? Por supuesto, no es demasiado tarde
para detener todo esto... Solo tienes que decirnos lo que queremos saber, y
podríamos incluso dejarte vivir, ya que eres tan valiente y todo eso.
Miente. Puedo escuchar el tono de regodeo de su voz. Piensa que me tiene
casi roto, tan desesperado por detener el dolor que voy a creer algo de lo que dice.
—Que te jodan —susurro con la fuerza que me queda. No retrocedas. Nunca
retrocedas—. A ti y a tus amenazas patéticas.
Sus ojos se estrechan de rabia, y el cuchillo se aproxima a mi cara. Cierro mi
ojo restante, preparándome para la agonía… pero nunca llega.
Sorprendido, abro mi párpado ileso y veo que Majid se distrajo por uno de
sus secuaces. El hombre parece emocionado, apuntando hacia mí mientras parlotea
en árabe rápido. Me esfuerzo para distinguir algunas de las palabras que sé, pero
habla demasiado rápido. A juzgar por la sonrisa que se extiende por la cara de
Majid, lo que dice es una buena noticia para él, lo que significa que probablemente
es mala para mí.
Mi suposición se confirma cuando Majid se vuelve hacia mí y dice con una
sonrisa cruel—: Tu otro ojo está a salvo por ahora, Esguerra. Hay algo que
realmente quiero que veas en pocas horas.
Lo miro, incapaz de ocultar mi odio. No sé de lo que habla, pero la boca de
mi estómago se cierra cuando los terroristas salen de la habitación sin ventanas.
Solo hay algo que me convencería para que ceda, y ella está sana y a salvo en mi
recinto. No pueden estar hablando de Nora, no con toda la seguridad que tengo
alrededor de ella. Es un nuevo juego mental, tratando de hacerme pensar que
tienen algo peor en el almacén para mí que lo que ya he sufrido. Es una táctica
dilatoria, una forma de prolongar mi sufrimiento, nada más.
No tengo ninguna intención de creerme su truco, pero en tanto que espero
allí, atado y con el peor dolor de mi vida, no soy tan fuerte como para detener la
ansiedad que crece dentro de mí. Le agradecería por el respiro de este tipo de
tortura, pero no lo hago.
Con gusto dejaría que Majid cortara cada uno de mis miembros, si tan solo
pudiera estar seguro de que Nora se encuentra a salvo.
No sé cuánto tiempo pasa mientras espero el tormento, pero por fin oigo
voces en el exterior. Se abre la puerta, y Majid arrastra a una pequeña figura
vestida con un par de botas y una camisa de hombre que le llega hasta las rodillas.
Tiene las manos atadas a la espalda, y hay una mancha de sangre en la parte
inferior de su brazo izquierdo.
Se me revuelve el estómago y el horror frío se extiende a través de mis venas
cuando me enfrentan los ojos oscuros de Nora.
Mi peor miedo se ha hecho realidad.
Tienen a la única persona que me importa en todo el maldito mundo.
Tienen a mi Nora, y esta vez, no puedo rescatarla.
28
Traducido por Jan Cole
Corregido por Agus Herondale

Nora
Temblando de la cabeza a los pies, observo a Julian, con mi pecho oprimido
por la agonía ante la vista. Lleva un vendaje tosco y de aspecto sucio en su hombro,
desde donde pierde sangre, y su cuerpo desnudo es una masa de cortes, moretones
y arañones. Su rosto se encuentra incluso peor. Debajo del viejo vendaje en su
frente, no hay un solo lugar que no se encuentre descolorido o hinchado. Pero la
parte más horrorosa de todo, es el gran corte sangrante a lo largo de su mejilla
izquierda que va hasta su ceja, un lio de carne desigual donde solía hallarse su ojo.
Donde solía estar su ojo.
Le cortaron el ojo.
Ni siquiera puedo empezar a procesar eso en este momento, así que no lo
intento. Por ahora, Julian está vivo y eso es todo lo que importa.
Se encuentra atado a una silla de metal, con las piernas atadas y los brazos
restringidos detrás de su espalda. Puedo ver el impacto y horror en su rostro
ensangrentado cuando nota mi presencia, y quiero decirle que todo estará bien,
que esta vez yo voy a salvarlo a él, pero no puedo. Aún no.
No hasta que Peter tenga la oportunidad de llegar aquí con los refuerzos.
Mi pómulo lastimado palpita donde me golpearon y la parte inferior de mi
brazo izquierdo quema con dolor por la herida abierta. Me quitaron la ropa y
cortaron el implante anticonceptivo mientras me encontraba desmayada,
probablemente temiendo que fuese algún tipo de rastreador. No había esperado
eso, imaginé, que, en todo caso, encontrarían uno de los rastreadores de verdad,
pero salió mejor de lo que esperé. Después de sacarme el implante y ver que no era
nada más que una simple varilla de plástico, debieron descartarme como una
amenaza, pensando que soy exactamente lo que pretendía ser: Una chica ingenua
que fue a ver a sus padres, ajena a cualquier peligro restante. Me alegro de haber
tenido la precaución de dejar el rastreador de pulsera en la hacienda, a fin de no
levantar sus sospechas.
Para mi alivio, no parecen haberme tocado mucho de otras maneras. Por lo
menos, si hicieron algo más que tocar mientras me encontraba inconsciente, no
siento evidencia. No tengo dolor muscular ni humedad entre mis piernas, ni dolor
de ningún tipo. Me da escalofríos pensar que me tuvieron desnuda, pero pudo
haber sido, sencillamente, mucho peor. Cuando me desperté llevaba la camisa de
alguien más y mis propias botas acolchadas. Deben estar ahorrando todo el drama
para cuando me halle delante de Julian.
Esta era la parte de mi plan que Peter encontró más riesgosa: El tiempo de
mi captura hasta la llegada a su escondite.
—Sabes que pueden buscar en cada centímetro y encontrar los tres aparatos
de rastreo que Julian te colocó —me dijo antes de que dejáramos la hacienda—. Y
luego ambos desaparecerán para nosotros. Entiendes lo que te harán para hacer
que Julian hable, ¿verdad?
—Sí, lo entiendo, Peter. —Le di una sonrisa triste—. Lo entiendo
perfectamente. Sin embargo, no hay otra opción, y los rastreadores son pequeños,
las heridas de inserción apenas son visibles en este punto. Podrían encontrar uno o
dos, pero dudo que encuentren los tres, y si lo hacen, para el momento en que lo
hagan, puede que tengas localizada su ubicación.
—Tal vez —dijo, exponiendo en silencio con sus ojos la opinión sobre mi
cordura—, o tal vez no. Hay cientos de cosas que pueden salir mal entre el
momento en que te capturen y cuando te lleven a Julian.
—Es un riesgo que voy a correr —le dije, dando por terminada la discusión.
Sabía cuán peligroso sería para mí actuar como un aparato de rastreo humano para
localizar a los terroristas, pero no podía ver otra manera de llegar a Julian a
tiempo, y a juzgar por su estado actual, casi llegué demasiado tarde.
Lo veo intentar recomponerse, esconder su reacción visceral ante mi
presencia, pero no tiene mucho éxito. Pasada la conmoción, su mandíbula se tensa
y su ojo bueno empieza a brillar con rabia mientras nota mi estado semi-vestido.
Sus poderosos músculos luchan con las restricciones. Parece que quiere hacer
pedazos a todos en la habitación, y sé que las cuerdas que lo atan a la silla son lo
único que le impide lanzar un ataque suicida a nuestros captores. Los otros
terroristas deben pensar lo mismo, ya que dos de ellos se le acercan más,
agarrando sus armas por si acaso.
Pareciendo encantado con este giro de los acontecimientos, Majid se ríe y
me arrastra hacia el centro de la habitación, con un agarre en mi brazo
terriblemente fuerte.
—Sabes, tu putita tonta prácticamente cayó en mi regazo —le dice en un
tono jovial, agarrándome con un puño el cabello y obligándome a arrodillarme—.
La encontramos comprando en tu ausencia, como todas esas codiciosas putas
norteamericanas. Pensamos en traerla aquí para que puedas ver su linda carita
antes de cortarla en pedazos… ¿A menos que quieras empezar a hablar?
Julian permanece en silencio, mirando a Majid con un odio asesino, mientras
yo tomo respiraciones pequeñas y poco profundas para hacer frente a mi terror.
Mis ojos se encuentran llorosos por el dolor en mi cuero cabelludo, y el temor
pulsando a través de mí se siente casi como un ser vivo. Con las manos atadas
detrás de la espalda, no hay nada que pueda hacer para prevenir que Majid me
lastime. No tengo idea de cuánto tiempo va a tardar en llegar Peter, pero hay
muchas posibilidades de que pueda no llegar a tiempo. Veo las manchas color
oxido en la cuchilla colgando del cinturón de Majid, y las nauseas suben por mi
garganta cuando me doy cuenta que es la sangre de Julian.
Si no nos rescatan pronto, será mi sangre, también.
Para mi horror, Majid alcanza la cuchilla, todavía con mi cabello agarrado
dolorosamente.
—Oh, sí —susurra, presionando el borde plano contra mi cuello—, creo que
su cabeza será un pequeño trofeo, después de que la corte un poco, por supuesto...
—Presiona el cuchillo hacia arriba, y me congelo con terror mientras siento el corte
de la hoja en la piel suave bajo mi barbilla, seguido por la sensación del líquido
caliente resbalando por mi cuello, que me revuelve el estómago.
El gruñido que emana de Julian no se parece a nada humano. Antes de que
pueda hacer más que jadear, se dispara hacia delante, usando las puntas de los
pies para impulsarse y levantar la silla del suelo. Su acción es tan repentina y
violenta que los dos hombres de pie a su lado no reaccionan a tiempo. Julian,
literalmente, se estrella contra uno de ellos, llevando el terrorista armado hasta el
suelo, y, con un giro de su cuerpo, lleva la pata de metal de la silla en la garganta
del hombre.
El siguiente par de segundos son un borrón de sangre y gritos en árabe.
Majid suelta su agarre en mí y grita algunas órdenes, incitando a los otros a la
acción mientras él mismo salta a la lucha.
Aún atado a la silla, Julian arrastra el cuerpo del hombre herido, y veo, con
horrorizada fascinación, como el hombre a quien atacó se retuerce en el suelo,
agarrándose la garganta mientras unos sonidos de gorgoteos y repiqueteos salen
de su boca. Se muere, puedo verlo en los débiles chorros de sangre saliendo de la
irregular herida en su cuello, sin embargo, su agonía no parece afectarme. Es como
si estuviera viendo una película en vez de observar a un ser humano
desangrándose en frente de mis ojos.
Majid y los otros terroristas corren a ayudarlo, tratando de detener el flujo
de la sangre, pero es demasiado tarde. El frenético agarre del hombre en su
garganta se reduce, sus ojos se ponen vidriosos, y el hedor de la muerte, de los
intestinos salidos y la violencia, llena la habitación.
Está muerto.
Julian lo mató.
Debería estar asqueada y consternada, pero no lo estoy. Tal vez esas
emociones me golpearán más adelante, pero por ahora, todo lo que siento es una
extraña mezcla de alegría y orgullo: alegría porque uno de estos asesinos se
encuentra muerto, y orgullo porque Julian fue el que lo mató. Incluso atado y
debilitado por la tortura, mi esposo logró derribar a uno de sus enemigos, un
hombre armado que fue lo bastante estúpido como para permanecer cerca de su
alcance letal.
Mi falta de empatía me preocupa en cierto nivel, pero no tengo tiempo para
analizarlo. Si Julian intentaba crear una distracción o no, el resultado final es que
nadie me presta atención en este momento, y tan pronto como me doy cuenta,
entro en acción.
Parándome de un salto, lanzo una mirada frenética alrededor de la
habitación. Mi mirada se posa en un pequeño cuchillo en una mesa cerca de la
pared, y salto hacia este, con el pulso acelerado. Todos los terroristas se hallan
reunidos alrededor de Julian en el otro lado de la habitación, y oigo gruñidos,
maldiciones y el sonido repugnante de puños golpeando carne.
Lo castigan por este asesinato y, por ahora, me ignoran.
Volviéndome de espaldas a la mesa, me las arreglo para palmear el cuchillo
y meter la hoja debajo de la cinta adhesiva envuelta alrededor de mis muñecas. Mis
manos tiemblan, haciendo que la hoja afilada me corte la piel, pero ignoro el dolor,
tratando de alcanzar la cinta gruesa antes de que se den cuenta de lo que pasa. Mi
agarre es resbaladizo por el sudor y la sangre, pero persisto y, finalmente, mis
manos son libres.
Temblando, inspecciono la habitación de nuevo, y diviso un rifle de asalto
apoyado con descuido contra la pared. Uno de los terroristas debe haberlo dejado
allí entre la confusión consecuente del ataque inesperado de Julian.
Con el corazón en la garganta, me muevo lentamente a lo largo de la pared
hacia el arma, esperando desesperadamente que los terroristas no miren en mi
dirección. No tengo ni idea de lo que voy a hacer con un arma contra una
habitación llena de hombres armados hasta los dientes, pero tengo que hacer algo.
No puedo esperar y verlos golpear a Julian hasta matarlo.
Mis manos se cierran alrededor del arma antes de que alguien note algo, y
aspiro temblorosamente con alivio. Es un AK-47, uno de los rifles de asalto con los
que practiqué durante mi entrenamiento con Julian. Agarrando el arma pesada, la
levanto y apunto en dirección de los terroristas, tratando de controlar el temblor de
mis brazos inducido por la adrenalina. Nunca antes he disparado a una persona,
solo a las latas de cerveza y blancos de papel, y no sé si tengo lo que se necesita
para tirar del gatillo.
Y mientras trato de reunir el coraje para hacerlo, una explosión cegadora
sacude la habitación, haciéndome caer al suelo.

***

No sé si me golpeé la cabeza o simplemente me hallaba mareada por la


explosión, pero lo siguiente de lo que soy consciente es del sonido de disparos
afuera de las paredes. Toda la habitación se llena de humo, y toso mientras,
instintivamente, trato de levantarme.
—¡Nora! ¡Quédate abajo! —Es Julian, su voz es ronca por el humo—.
¡Quédate abajo, cariño! ¿Puedes oírme?
—¡Sí! —grito en respuesta, con una alegría intensa que llena cada célula de
mi cuerpo cuando me doy cuenta de que se encuentra vivo y en un estado lo
suficientemente bueno como para hablar. Aún en el suelo, me asomo desde detrás
de la mesa que cayó junto a mí, y lo veo acostado de costado en el otro extremo de
la sala, todavía atado a la silla de metal.
También veo que el humo viene desde la rejilla de ventilación en el techo, y
que la habitación se encuentra vacía a excepción de nosotros. La batalla, o lo que
sea que suceda, tiene lugar afuera.
Peter y los guardias deben haber llegado.
Casi llorando de alivio, agarro el AK-47 tirado a mi lado, me coloco sobre mi
estómago y empiezo a arrastrarme hacia Julian, aguantando la respiración para
evitar inhalar demasiado humo.
En ese momento, la puerta se abre de golpe y una figura familiar entra a la
habitación.
Es Majid, y en la mano derecha, sostiene un arma.
Debió darse cuenta de que Al-Quadar estaba perdiendo y volvió para matar
a Julian.
Una oleada de odio sube por mi garganta, ahogándome con amarga bilis.
Este es el hombre que asesinó a Beth… Que torturó a Julian y habría hecho lo
mismo conmigo. Un feroz terrorista psicótico que, sin duda, ha asesinado a
decenas de personas inocentes.
No me ve allí, toda su atención se halla en Julian mientras levanta el arma y
apunta a mi esposo.
—Adiós, Esguerra —dice en voz baja… Y yo aprieto el gatillo de mi propia
arma.
A pesar de mi posición boca abajo, mi objetivo es preciso. Julian me dio
prácticas de tiro sentada, acostada, e incluso corriendo. El rifle de asalto se resbala
en mis brazos temblorosos, golpeándome dolorosamente en el hombro, pero las
dos balas le dan a Majid tal donde pretendía: en la muñeca y el codo derecho.
Los disparos lo tiran contra la pared y el arma sale de su agarre. Gritando,
se aferra a su brazo sangrante, y me levanto, haciendo caso omiso del peligro que
representan las balas volando afuera. Puedo oír Julian gritándome algo, pero no
capto sus palabras exactas a través del zumbido de mis oídos.
En este momento, es como si el mundo entero se desvaneciera, dejándome
sola con Majid.
Nuestros ojos se encuentran, y por primera vez, veo miedo en su oscura
mirada de loco. Sabe que yo soy la que le disparó, y puede leer la intención fría en
mi rostro.
—Por favor, no… —empieza a decir y, aprieto el gatillo de nuevo,
disparándole cinco balas más en el estómago y pecho.
En el breve silencio que sigue, observo como su cuerpo se desliza por la
pared, casi en cámara lenta. Su rostro está flojo por la conmoción, gotea sangre por
la comisura de la boca, y sus ojos se encuentran abiertos, mirándome con una
especie de incredulidad entumecida. Mueve los labios, como si quisiera decir algo,
y un gorgoteo le sale de la garganta mientras más sangre brota de su boca.
Bajando el arma, me acerco a él, atraída por la extraña compulsión de ver lo
que hice. Sus ojos suplican a los míos, rogando misericordia sin palabras. Sostengo
su mirada, alargando el momento… Y luego apunto el AK-47 a su frente y jalo del
gatillo de nuevo.
La parte trasera de su cabeza explota, sangre y pedazos de tejido cerebral
salpican contra la pared. Sus ojos se ponen vidriosos, el blanco alrededor del iris se
vuelve carmesí mientras los vasos sanguíneos se revientan. Su cuerpo se queda
flojo, y el olor a muerte, agudo y picante, hoy impregna la habitación por segunda
vez.
Excepto que Julian no es el asesino esta vez.
Soy yo.
Mis manos son firmes mientras vuelvo a bajar el arma, observando el chorro
de sangre bajando por la pared detrás de Majid. Luego camino hacia Julian, me
arrodillo a su lado y, cuidadosamente, coloco el arma en el piso mientras empiezo
a desatar las cuerdas.
Permanece en silencio mientras lo libero de las ataduras y también lo hago
yo. El sonido de los disparos afuera empieza a disminuir y espero que eso
signifique que las fuerzas de Peter están ganando. Sin embargo, de cualquier
manera, me encuentro lista para lo que pueda venir, envuelta en una calma
extraña, a pesar de nuestra aun precaria situación.
Cuando los brazos y piernas de Julian se encuentran libres, patea la silla y
rueda sobre la espalda, cerrando su mano derecha alrededor de mi muñeca. Su
brazo izquierdo, todavía parcialmente en una escayola, se queda inmóvil a su lado,
y hay más sangre en su rostro y cuerpo por la golpiza que acaba de recibir. Sin
embargo, su agarre en mi muñeca es sorprendentemente fuerte mientras me jala
más cerca, obligándome a bajar al suelo a su lado.
—Quédate abajo, cariño —susurra con los labios hinchados—. Ya casi
termina... Por favor, permanece abajo.
Asiento y me estiro a su derecha, teniendo cuidado de no agravar sus
heridas. Con la puerta abierta, una parte del humo de la habitación empieza a
despejarse, y puedo respirar libremente por primera vez desde la explosión.
Suelta mi muñeca y desliza el brazo bajo mi cuello, jalándome en su contra
en un abrazo protector. Mi mano le roza accidentalmente sus costillas, haciéndole
sisear de dolor, pero cuando trato de deslizarme hacia atrás, se limita a abrazarme
con más fuerza.
Cuando Peter y los guardias entran por la puerta unos minutos más tarde,
nos encuentran yaciendo uno en los brazos del otro, con Julian apuntando el AK-
47 a la puerta.
29
Traducido por NicoleM
Corregido por Jan Cole

Julian
—¿Cómo se encuentra? —pregunta Lucas, sentándose en la silla junto a mi
cama. Hay un vendaje grueso en su cabeza, y tiene que usar muletas por su pierna
rota. Aparte de eso, ya se encuentra en vías de recuperación. Se hallaba
inconsciente en otra habitación cuando Al-Quadar atacó el hospital Uzbekistani y,
por lo tanto, se perdió toda la diversión.
—Se encuentra... bien, creo. —Presiono el botón para poner la cama en una
posición donde estuviese medio sentado. Me duelen las costillas por el
movimiento, pero ignoro la molestia. El dolor ha sido mi compañero constante
desde el accidente, y estoy, más o menos, acostumbrado en este momento.
Desde nuestro rescate de esa obra de construcción en Tayikistán hace cinco
días, Nora y yo hemos estado recuperándonos en un centro especializado en Suiza.
Es una clínica privada equipada con los mejores médicos de todo el mundo, y he
tenido a Lucas supervisando de forma personal la seguridad aquí. Por supuesto,
con las células más peligrosas de Al-Quadar eliminadas, hay menos amenaza
inmediata, pero aun así, vale la pena ser cauteloso. También trasladé a todos mis
hombres heridos aquí, para que pudieran recuperarse más rápido y en un
ambiente más agradable.
La habitación que comparto con Nora es la más moderna, equipada con
todo, desde juegos de video hasta una ducha privada. Hay dos camas, una
ajustable para mí y otra para Nora, con sábanas de algodón egipcio y colchones de
espuma viscoelástica en cada una. Incluso los monitores de frecuencia cardiaca y
las intravenosas colocadas alrededor de las camas tienes un aspecto elegante, más
decorativos que médicos. Todo el equipo es tan lujoso, que casi puedo olvidar que
estoy en otro hospital.
Casi, pero no del todo.
Si nunca pongo de nuevo un pie en un hospital, moriré como un hombre
feliz.
Para mi gran alivio, todas las lesiones de Nora resultaron ser leves. La
herida en su brazo necesitaba unos puntos de sutura, pero el golpe en su rostro
solamente dejó un moretón desagradable en el pómulo. Los médicos también
confirmaron que no fue agredida sexualmente, a pesar de su estado de desnudez.
A las pocas horas de nuestra llegada, fue declarada sana y lista para ir a casa.
Yo, por otro lado, me encuentro un poco peor, aunque no tan jodido como
podría haber estado.
Ya me han realizado dos operaciones, una para minimizar la formación de
cicatrices en mi rostro, y la segunda para poner una prótesis ocular en la órbita del
ojo vacío, y así no parecer un cíclope. Nunca seré capaz de ver con el ojo izquierdo
de nuevo, al menos, no hasta que la tecnología de ojo biónico avance aún más, pero
los cirujanos me han asegurado que voy a ver casi normal una vez que todo se
cure.
Mis otras lesiones tampoco son demasiado malas. Tuvieron que recolocar
mi brazo roto y envolverlo en una nueva escayola, pero la herida de bala en el
hombro izquierdo cicatriza muy bien, al igual que mis costillas rotas. Aún tengo un
poco de sangre seca debajo de las uñas de las manos y pies debido a la tortura con
la aguja, pero mejora poco a poco. Los golpes que me dieron los hombres de Majid
al final, lastimaron mis riñones un poco. Sin embargo, gracias a la pronta llegada
de Peter, escapé de otras lesiones internas y más huesos rotos. Cuando todo esté
dicho y hecho, tendré unas pocas cicatrices más y, potencialmente, una debilidad
en el brazo izquierdo, pero mi apariencia no asustará a los niños pequeños.
Me encuentro agradecido por ello. Nunca he sido particularmente vanidoso
acerca de mi aspecto, pero quiero asegurarme de que Nora aún me encuentre
atractivo, que no le dé asco mis caricias. Me aseguró que las cicatrices y los
moretones no la molestan, pero no sé si lo dice en serio. Debido a las lesiones, no
hemos tenido sexo desde el rescate, y no sabré cómo se siente hasta que la tenga en
mi cama otra vez.
En general, no me hallo seguro de cómo se ha sentido Nora en los últimos
cinco días. Con todas las cirugías y los médicos en el medio, no hemos tenido
oportunidad de hablar de lo que pasó. Siempre que toco el tema, lo cambia, como
si quisiera olvidar todo el asunto. La dejaría, excepto que también ha estado
inusualmente tranquila. De algún modo, introvertida. Es como si el trauma por el
que pasó hubiese causado que se encierre en sí misma... que cierre sus emociones
de alguna forma.
—Y, ¿lo está manejando bien? —pregunta Lucas, y sé que habla de la
muerte de Majid. Todos mis hombres saben sobre la manera en que Nora lo baleó,
y de su papel en mi rescate. La admiran por ser tan valiente, mientras yo lucho
contra un impulso diario de estrangularla por arriesgar su vida. Y Peter, bueno, eso
es un asunto diferente. Si no hubiese desaparecido inmediatamente después de
traernos a la clínica, le habría sacado la cabeza por colocarla en ese tipo de peligro.
—Así es —digo, respondiendo a su pregunta. Mis preocupaciones acerca del
estado mental de Nora no son algo que quiera compartir con Lucas—. Lo maneja
tan bien como puede esperarse. La primera muerte nunca es fácil, por supuesto,
pero es resistente. Lo superará.
—Sí, me encuentro seguro de que lo hará. —Alcanzando sus muletas, se
levanta y pregunta—: ¿Qué tan pronto deseas regresar a Colombia?
—Goldberg dice que podemos irnos mañana. Quiere que me quede aquí
una noche más, para asegurarse de que todo esté sanando de forma correcta, y
luego supervisará mi cuidado en el complejo.
—Excelente —dice—. Haré los arreglos, entonces.
Se va cojeando de la habitación, y alcanzo mi computador para comprobar
el paradero de Nora. Fue a buscar un aperitivo en la cafetería que se encuentra en
el primer piso de la clínica, pero ya se ha ido por más de diez minutos, y comienzo
a preocuparme.
Inicio sesión, abro el informe de los rastreadores y veo que se encuentra de
pie en el pasillo, a unos quince metros de la habitación. El punto que muestra su
ubicación se halla inmóvil; debe estar charlando con alguien allí.
Aliviado, cierro el computador y vuelvo a colocarlo en la mesita de noche.
Sé que mi miedo por Nora es excesivo, pero no puedo controlarlo. El ver el
cuchillo de Majid en su garganta ha sido la peor experiencia de mi vida. Nunca me
había sentido tan aterrorizado como cuando vi la sangre correr por su suave piel.
Literalmente, vi una pared de color rojo en ese momento, y la rabia que bombeaba
a través de mí me dio una ola de fuerza que no sabía que poseía. Matar a ese
terrorista no fue una decisión consciente; la necesidad de proteger a Nora abrumó
tanto mi instinto de auto conservación como el sentido común.
Si hubiese estado pensando con más claridad, habría inventado otra manera
de apartar la atención de Majid de Nora hasta que los refuerzos pudieran llegar.
Empecé a sospechar del plan de rescate tan pronto como Majid mencionó las
compras. Tuvo una especie de sentido horrible: Nora sabía que mis enemigos la
querían como una ventaja, y era consciente de los rastreadores. No podía creer que
fuera a salir de esa manera, o que Peter se lo permitiera, pero era lo único que
podría explicar el cómo Al-Quadar fue capaz de poner las manos sobre ella en mi
ausencia.
En vez de permanecer a salvo en la finca, Nora arriesgó su vida para
salvarme.
Sabiendo de lo que era capaz Majid, se enfrentó a sus pesadillas para
salvarme, al hombre que tenía todas las razones para odiar.
No sé si creí que de verdad me amaba hasta ese momento... hasta que la vi
allí de pie, asustada, pero determinada, su cuerpito envuelto en una camisa de
hombre diez tallas más grande. Nadie, nunca antes, hizo algo así por mí; incluso
cuando era niño, mi madre escapaba a la primera señal de temperamento de mi
padre, dejándome a su misericordia. Aparte de los guardias que contraté, nadie
nunca me había protegido. Siempre estuve solo.
Hasta ella.
Hasta Nora.
Mientras recuerdo cuán feroz se veía con el arma apuntando a Majid, la
puerta de la habitación se abre y, el tema de mis reflexiones, entra.
Lleva un par de pantalones y una camiseta de manga larga de color marrón,
con el cabello en una cola de caballo detrás de la espalda y en los pies, zapatos de
ballet. La contusión en su pómulo sigue ahí, pero hoy lo cubrió con un poco de
maquillaje, probablemente, para poder hablar por video con sus padres sin tener
que preocuparlos. Les ha hablado casi a diario desde nuestra llegada a la clínica.
Creo que se siente culpable por asustarlos al desaparecer de nuevo.
Come una manzana; sus dientes blancos muerden la fruta jugosa con
evidente placer.
Mi corazón comienza a latir con fuerza en mi cavidad torácica mientras mi
pecho se expande con deleite y alivio. Es como si cada vez que la viera ahora, mi
reacción fuese la misma que si se hubiese ido quince minutos o varias horas.
—Hola. —Se acerca, y con gracia, se sienta en el lado derecho de la cama.
Inclinándose, presiona sus suaves labios contra mi mejilla en un breve beso, luego
levanta la cabeza para sonreírme—. ¿Quieres un poco de manzana?
—No, gracias, nena. —Mi voz se vuelve ronca mientras su toque me hace
dolorosamente consciente del hecho de que no la he follado desde que dejamos la
finca—. Es toda tuya.
—De acuerdo. —Muerde la manzana—. Me encontré con el doctor Goldberg
en el pasillo —dice después de tragar—. Dijo que mejoras, y que podemos irnos a
casa mañana.
—Sí, eso es correcto. —La veo sacar la lengua para limpiar un pedacito de
fruta de su labio inferior, y un rayo de calor me aprieta las bolas. Definitivamente
estoy mejorando o, al menos, mi pene lo cree—. Nos iremos tan pronto como dé el
visto bueno.
Arranca otro trozo y lo mastica lentamente, estudiándome con una
expresión particular.
—¿Qué pasa, nena? —Alcanzo su mano libre, llevando su delicada palma a
mi rosto y froto el dorso de su mano contra mi mejilla. Sé que es probable que
raspe su piel suave con mi barba de más de una semana, pero no puedo resistir la
tentación de su toque—. Dime lo que piensas.
Pone el corazón de la manzana sobre una servilleta en la mesita de noche. —
Deberíamos hablar de Peter —dice en voz baja—. Acerca de la promesa que le hice.
Me tenso, endureciendo mi agarre en su palma. —¿Qué promesa?
—La lista. —Sus dedos se retuercen en mi agarre—. La lista de nombres que
le prometiste por tres años de servicio. Le dije que se la daría tan pronto como la
tuvieras, si me ayudaba a rescatarte.
—Mierda. —La miro con incredulidad. Me estuve preguntando cómo
persuadió a Peter para desobedecer una orden directa, y aquí está mi respuesta—.
¿Le prometiste que lo ayudarías a conseguir venganza si te ayudaba en esa locura?
Asiente, con los ojos fijos en los míos. —Sí. Fue lo único que pude pensar en
ese momento. Peter sabía que si morías, no conseguiría la lista, y le dije que la
conseguiría antes si me ayudaba.
Mis cejas se fruncen mientras una ola de furia me atraviesa. Ese ruso hijo de
puta, puso a mi esposa en peligro de muerte, y eso no es algo que pueda perdonar
ni olvidar. Podría haberme salvado la vida, pero arriesgó la de Nora con el fin de
hacerlo. Si no hubiese desaparecido después de llevar a cabo el rescate, lo habría
matado por ello. ¿Y ahora Nora quiere que le dé esa lista?
No hay ninguna jodida posibilidad.
—Julian, se lo prometí —insiste, al parecer, sintiendo mi respuesta implícita.
Su mirada se llena de determinación inusual mientras añade—: Sé que te
encuentras enojado con él, pero todo el plan fue mi idea, no quiso hacerlo al
principio.
—Cierto, porque sabía que tu seguridad debería haber sido su principal
prioridad. —Dándome cuenta que aún le aprieto la mano, la suelto y digo con
dureza—: El bastardo tiene suerte de todavía estar vivo.
—Lo entiendo. —Iguala mi mirada—. Lo mismo sucede con Peter, créeme.
Sabía que ibas a reaccionar así, es por ello que se fue después de dejarnos aquí.
Inhalo, tratando de aferrarme a mi temperamento. —Y buena zafada la
suya. Sabe que nunca confiaré en él ahora. Le ordené que te mantuviera a salvo en
la finca, ¿y qué hizo? —La miro mientras el recuerdo de ella siendo arrastrada en
esa habitación sin ventanas, ensangrentada y con miedo, se cuela en mi cerebro—.
¡Te entregó en bandeja al maldito Majid!
—Sí, y al hacerlo, salvó tu vida...
—¡No me importa mi maldita vida! —Me siento por completo, ignorando la
punzada de dolor en las costillas—. ¿No lo entiendes, Nora? Eres la única persona
por la que me preocupo. Tú, no yo, ¡ni nadie más!
Me mira fijamente, y veo que sus grandes ojos comienzan a brillar con
humedad. —Lo sé, Julian —susurra, parpadeando—. Sé eso.
La miro, y la ira me abandona, sustituyéndose por una necesidad
inexplicable de hacerla entender. —No sé si lo sabes, mi mascota. —Mi voz sale
tranquila mientras alcanzo su mano otra vez, necesitando su frágil calidez—. Eres
todo para mí. Si algo te pasara, no quisiera sobrevivir, no querría una vida sin ti.
Le tiemblan los labios, las lágrimas se acumulan en sus ojos antes de caer. —
Lo sé, Julian... —Sus dedos se enroscan en mi palma, apretando con fuerza—. Lo
sé, porque es igual para mí. Cuando creí que tu avión se estrelló... —Traga, su voz
se quiebra—. Y luego, cuando escuché los disparos durante nuestra llamada...
Inhalo, su angustia hace que me duela el pecho. —No, nena... —Me llevo su
mano a los labios y beso el interior de la palma—. No pienses más en eso. Es más,
no hay nada que temer. Majid se ha ido, y estamos a punto de erradicar por
completo a Al-Quadar...
Mientras hablo, veo su expresión abatida, su mirada cada vez más
extrañamente cerrada. Es como si tratara de retirar sus emociones, de construir una
especie de muro mental para protegerse a sí misma. —Lo sé —dice, y sus labios
forman una sonrisa vacía que he visto a menudo desde el rescate—. Se acabó. Se
encuentra muerto.
—¿Te arrepientes? —pregunto, bajando su mano. Necesito entender la
fuente de su retirada, para llegar al fondo de lo que causa que se cierre de esa
manera—. ¿Te arrepientes de matarlo, cariño? ¿Es por eso que has estado molesta
los últimos días?
Parpadea, como si la pregunta le sorprendiera. —No me encuentro molesta.
—No me mientas, mi mascota. —Liberando su mano, la agarro con
suavidad de la barbilla y miro sus ojos ensombrecidos—. ¿Crees que no te
conozco? Puedo ver que has estado diferente desde Tayikistán, y quiero entender
por qué.
—Julian... —Su voz tiene un tono de súplica—. Por favor, no quiero hablar
de esto.
—¿Por qué no? ¿Crees que no lo entiendo? ¿Crees que no sé lo que se siente
matar por primera vez y vivir con el conocimiento de que arrebataste una vida
humana? —Hago una pausa, buscando una reacción. Cuando no veo ninguna,
continúo—: Ambos sabemos que Majid se lo merecía, pero es normal sentirse como
una mierda después. Tienes que hablar de ello, para que puedas comenzar a
aceptar todo lo ocurrido...
—No, Julian —interrumpe; el cauto vacío de su mirada da paso a un brote
repentino de ira—. No lo entiendes. Sé que Majid merecía morir, y no siento el
haberlo matado. No tengo ninguna duda de que el mundo es un mejor lugar sin él.
—Entonces, ¿qué es? —Comienzo a sospechar a dónde se dirige esto, pero
quiero oírla decirlo.
—Lo maté —dice en voz baja, mirándome—. Me paré a su lado, lo miré a los
ojos y apreté el gatillo. No lo maté para protegerte, o porque no tenía otra opción.
Lo maté porque quise. —Hace una pausa, entonces, con los ojos brillosos, añade—:
Lo maté porque quise verlo morir.
30
Traducido por Jadasa
Corregido por Agus Herondale

Nora
Julian me obsesrva fijamente, la expresión en su cara vendada no cambia
ante mi revelación. Quiero apartar mi mirada, pero no puedo; su agarre en mi
mentón me obliga a sostenerle la mirada mientras desnudo el terrible secreto que
me ha estado carcomiendo interiormente desde nuestro rescate.
Su falta de reacción me hace pensar que no entiende completamente lo que
estoy diciendo.
—Yo lo maté, Julian —repito, decidida a hacerle comprender ahora que él
me obligó a hablar de esto—. Asesiné a Majid a sangre fría. Cuando lo vi entrar en
la habitación, sabía lo que quería hacer y lo hice. Le disparé al arma en su mano, y
cuando se encontraba desarmado, le disparé de nuevo en el estómago y en el
pecho, asegurándome de no hacerlo en el corazón, así viviría un par de minutos
más. Podría haberlo matado de inmediato, pero no lo hice. —Mis manos se cierran
en puños sobre mi regazo, mis uñas se clavan dolorosamente en mi piel mientras
confieso—. Le mantuve con vida porque quería mirarlo a la cara cuando acabara
con su vida.
El ojo sin vendar de Julian brilla de un profundo azul y siento una oleada de
ardiente vergüenza. Sé que no tiene sentido, sé que estoy hablando con un hombre
que ha cometido crímenes mucho peores que este, pero no tengo la excusa de su
jodida educación. Nadie me obligó a convertirme en una asesina. Ese día, cuando
le disparé a Majid, lo hice por iniciativa propia.
Asesiné a un hombre porque lo odiaba y quería verlo morir.
Espero a que Julian responda, que diga algo, ya sea despectivo o
condenatorio, pero en vez de eso, pregunta en voz baja—: ¿Y cómo te sentiste
cuando todo terminó, mi mascota? ¿Cuándo yacía allí, muerto? —Libera mi
mentón y mueve su mano para dejarla sobre mi pierna, donde su gran palma cubre
la mayor parte de mi muslo—. ¿Te alegró verlo de esa manera?
Asiento, bajando la mirada para escapar de la suya penetrante.
—Sí —admito; un estremecimiento me atraviesa cuando recuerdo la casi
euforia que sentí al ver las balas de mi arma desgarrando a Majid—. Cuando vi
que la vida dejó sus ojos, me sentí fuerte. Invencible. Sabía que él ya no podía
hacernos daño y me alegré. —Reuniendo valor, lo miro de nuevo—. Julian... Le
volé los sesos a un hombre y lo peor es que no me arrepiento en lo absoluto.
—Ah, ya veo. —Una sonrisa estira sus labios parcialmente curados—. Crees
que eres una mala persona porque no te sientes culpable por matar a un criminal
terrorista… Y crees que deberías hacerlo.
—Por supuesto que debería sentirme culpable. —Frunzo el ceño ante la
diversión inapropiada en su tono de voz—. Asesiné a un hombre y tú mismo
dijiste que es normal sentirse una mierda por ello. Te sentiste mal después de tu
primer asesinato, ¿verdad?
—Sí. —La sonrisa de Julian adquiere un toque de amargura—. Fue así. Era
un niño, y no conocía al hombre que me vi obligado a disparar. Era alguien que
traicionó a mi padre, y hasta la fecha, no tengo idea de qué clase de persona era...
Si fue un criminal endurecido o simplemente alguien que se juntó con malas
compañías. No lo odiaba, no tenía una opinión de él, de verdad. Lo maté para
probar que podía hacerlo, para que mi padre se enorgulleciera de mí. —Hace una
pausa, luego continúa, suavizando su expresión—. Por lo que ya ves, mi mascota,
era diferente. Cuando mataste a Majid, libraste al mundo del mal, mientras que
yo... Bueno, esa es otra historia. No tienes razón alguna para sentirte mal por lo
que hiciste, y eres lo suficientemente inteligente como para saberlo.
Lo miro, mi garganta cerrándose cuando imagino a un Julian de ocho años
tirando el gatillo. No sé qué decir, cómo mitigar su culpa por ese acontecimiento de
hace mucho tiempo y la ira que siento por Juan Esguerra llena mi pecho.
—Sabes, si tu padre estuviera vivo, también le dispararía —digo
salvajemente, haciendo que Julian se ría encantadoramente.
—Oh, sí, estoy seguro de que lo harías —dice, sonriéndome. La expresión
debería de verse grotesca en su rostro magullado e hinchado, pero de algún modo,
en vez de eso se ve sexy. Incluso golpeado, vendado como una momia y con
rastrojos oscuros de varios días en la mandíbula, mi marido irradia un magnetismo
animal que trasciende la mera apariencia. Los médicos nos dijeron que su rostro se
vería casi normal una vez que todo se cure, pero incluso si no es así, tengo la fuerte
sospecha de que Julian será igual de atractivo con un parche en el ojo y algunas
cicatrices.
Como en respuesta a mis pensamientos, su mano que se encuentra sobre mi
muslo se mueve más arriba, hacia la unión entre mis piernas.
—Mi pequeñita feroz —murmura, y su sonrisa se desvanece en tanto un
familiar destello cálido aparece en su ojo sin parche—. Delicada, sin embargo, tan
feroz... Me habría gustado verte ese día, cariño. Estuviste magnífica cuando
enfrentaste a Majid, tan valiente y hermosa... —Sus dedos presionan rudamente en
mi clítoris a través de mis pantalones de vaqueros y se me escapa un suspiro de
asombro, con mis pezones endurecidos cuando aumenta repentinamente el líquido
de necesidad que humedece mi sexo.
—Sí, eso es correcto, nena —susurra, moviendo sus dedos hacia mi
cremallera—. Tú con esa arma eras lo más sexy que he visto nunca. No podía
apartar mi mirada de ti. —La cremallera se desliza hacia abajo con un silbido
metálico, el sonido extrañamente erótico y mi centro se contrae con un repentino
dolor desesperado.
—Um, Julian... —Mi respiración sale irregular, y los latidos de mi corazón se
aceleran cuando la mano de Julian se mete en la bragueta abierta de mis
pantalones vaqueros—. ¿Qué… qué estás haciendo?
Curva sus labios en una media sonrisa malvada.
—¿Qué te parece que estoy haciendo?
—Pero... pero no puedes... —La oración se convierte en un gemido cuando
sus dedos audazmente empujan mi ropa interior y acunan mi sexo, deslizando su
dedo medio entre mis pliegues húmedos para masajear mi palpitante clítoris. El
calor que explota a través de mis terminaciones nerviosas se siente casi como una
chispa eléctrica, cada vello de mi cuerpo se levanta en respuesta a la chispa de
placer. Jadeo, sintiendo la tensión que se acumula en mi interior, pero antes de que
pueda alcanzar mi pico, los dedos de Julian se alejan, dejándome flotando en el
borde.
—Quítate la ropa, después súbete encima —ordena con voz ronca, tirando
de la manta para revelar una bata de hospital que forma una tienda de campaña
con una enorme erección—. Necesito follarte. Ahora.
Dudo por un momento, preocupada por sus heridas, y la mandíbula de
Julian se tensa por el disgusto.
—Lo digo en serio, Nora. Quítate esa ropa.
Tragando saliva, me bajo de la cama, incapaz de creer que, incluso ahora,
siento la compulsión de obedecerle. Su brazo izquierdo está en un cabestrillo,
apenas puede moverse sin dolor, y, sin embargo, mi respuesta instintiva es
temerle, al mismo tiempo desearlo y temerle.
—Y cierra la puerta con llave —ordena mientras empiezo a levantar mi
camiseta—. No quiero que nos interrumpan.
—Bueno.
Dejándome puesta mi camiseta, me apresuro hacia la puerta para trabarla,
dándonos privacidad. Cada paso que doy me recuerda el calor palpitante entre mis
piernas, y mis pantalones vaqueros ajustados rozan mi clítoris sensibilizado e
incrementan mi excitación.
Cuando regreso, Julian se encuentra en posición semi-reclinada en la cama,
desatada la parte de delantera de su bata y acariciando su pene erecto. Hay un
vendaje tieso alrededor de sus costillas, pero no afecta el poder salvaje de su
musculoso cuerpo. Incluso herido, logra dominar la habitación, su atractivo tan
magnético como siempre.
—Buena chica —murmura, observándome con ojos entrecerrados—. Ahora
desnúdate para mí, cariño. Quiero ver tu culito sexy retorciéndose al sacarse los
pantalones vaqueros.
Hundo mis dientes en mi labio inferior; el calor en su mirada me excita aún
más.
—Muy bien —susurro y le doy la espalda. Me inclino y lentamente estiro
hacia abajo mis pantalones vaqueros, asegurándome de balancear mis caderas de
un lado para el otro mientras expongo a sus ojos mi trasero vestido con una tanga.
Cuando los pantalones vaqueros llegan a mis tobillos, volteo hacia él y me
saco mis zapatos, luego saco los pies de mis pantalones, dejándolos en el suelo.
Julian observa mis movimientos con lujuria sin disimular, su respiración comienza
a acelerarse mientras en la punta de su pene comienza a brillar la humedad. Ya no
está tocándose, en vez de eso sus manos agarran las sábanas, y sé que es porque
está cerca de correrse, la columna dura de su sexo se asoma desafiando a la
gravedad.
Manteniendo los ojos fijos en él, procedo a quitarme mi camiseta, estirando
por encima de mi cabeza en un movimiento burlonamente lento. Debajo, estoy
usando un sedoso sujetador blanco que combina con mi tanga. Compré por
internet varios trajes a principios de la semana, y estoy contenta de que decidí
conseguir un par de conjuntos de ropa interior más bonitos. Me encanta ver esa
mirada de hambre incontrolable en el rostro de Julian, esa expresión que dice que
movería montañas para tenerme en ese momento.
Cuando la camiseta cae al suelo, dice bruscamente—: Ven aquí, Nora. —Su
mirada me devora, me consume—. Necesito tocarte.
Inhalo, y mi sexo se inunda con la humedad a medida que me acerco a la
cama, deteniéndome frente a él. Estira su mano hacia mí, arrastrando su palma
sobre mi caja torácica, luego mueve su mano más arriba, hacia mi sujetador. Sus
dedos se cierran alrededor de mi pecho izquierdo, amasando a través del material
sedoso y jadeo cuando pellizca mi pezón, haciendo que se endurezca aún más.
—Sácate el resto de tu ropa. —Su mano deja mi cuerpo, por un momento
haciéndome sentir desolada, y me apresuro a desabrochar mi sujetador y empujar
el tanga por mis piernas antes de sacármela por completo—. Bien. Ahora
móntame.
Mordiendo mi labio, me subo en la cama, a horcajadas sobre las caderas de
Julian. Su pene roza el interior de mis muslos y la agarro con mi mano derecha,
guiándola hacia mi entrada adolorida.
—Sí, eso es —murmura, extendiendo su mano para agarrar mi cadera
cuando empiezo a bajarme sobre su eje. Liberando su pene, uso mis manos para
apoyarme en la cama, y gime—: Sí, tómame, mi mascota... por completo... —
Usando su agarre en mi cadera, voy más abajo, forzando su pene más profundo en
mi interior y gimo ante la exquisita sensación al estirarse, con mi cuerpo
adaptándose para estar llena y penetrada por su gruesa longitud.
Se siente como el más dulce de los alivios, el placentero dolor de su posesión
intensa y a la vez dolorosamente familiar. Mientras lo observo, asimilando la
mirada de placer atormentado en su rostro, repentinamente soy consciente de que
esto fácilmente podría no estar sucediendo, que en vez de estar acostado debajo de
mí, Julian podría estar dos metros bajo tierra, su poderoso cuerpo aplastado y
destruido.
No soy consciente de haber hecho algún sonido, pero debo de haberlo
hecho, porque los ojos de Julian se entrecierran, su mano aprieta mi cadera.
—¿Qué sucede, nena? —pregunta bruscamente, y me doy cuenta de que he
empezado a temblar, escalofríos destruyen mi cuerpo ante la imagen de él tendido
ahí frío y roto. Mi deseo se evapora, sustituido por el recuerdo del terror y pavor.
Es como si me hubieran salpicado con agua helada, burbujeando con el horror de
lo que hemos pasado, y me ahogo desde dentro.
—Nora, ¿qué sucede? —La mano de Julian se desliza hasta mi garganta,
agarrando mi nuca para acercar mi rostro al suyo. Me perfora con la mirada
mientras mis manos agarran convulsivamente las sabanas a cada lado de su
pecho—. ¿Qué ocurre? ¡Dime!
Quiero explicarle, pero no puedo hablar, mi garganta se cierra en tanto los
latidos de mi corazón se aceleran, sudor frío empapa mi cuerpo. De repente, no
puedo respirar; el pánico tóxico araña mi pecho y comprime mis pulmones,
comienzo a hiperventilar cuando puntos negros invaden los bordes de mi visión.
—¡Nora! —La voz de Julian me llega como desde lejos—. Mierda... ¡Nora!
Un golpe punzante en mi cara sacude hacia un lado mi cabeza, y jadeo,
llevando mi mano rápidamente a acunar mi mejilla izquierda. La conmoción del
dolor me aleja del pánico, y mis pulmones por fin empiezan a trabajar, mi pecho
expandiéndose para que entre el aire tan necesario. Jadeando, giro la cabeza para
mirar con incredulidad a Julian, y la oscuridad en mi mente retrocede cuando
empuja hacia adentro la realidad.
—Nora, nena... —Ahora frota suavemente mi mejilla, calmando el dolor que
me causó—. Lo siento mucho, mi mascota. No quería golpearte, pero parecía que
tenías un ataque de pánico. ¿Qué sucedió? ¿Quieres que llame a una enfermera?
—No… —Mi voz se quiebra en sollozos que escapan de mi garganta. Las
lágrimas comienzan a caer por mi rostro cuando me doy cuenta de que estoy
completamente asustada, y eso sucedió durante el sexo. El pene de Julian sigue
enterrado en mi interior, solo un poco menos duro que antes, y todavía estoy
temblando y llorando, como una loca—. No —repito con voz ahogada—. Estoy
bien... En realidad, estaré bien…
—Sí, lo estarás. —Su voz adquiere un tono de mando con fuerza mientras su
mano se mueve hacia abajo para agarrar mi garganta—. Mírame, Nora. Ahora.
Incapaz de hacer otra cosa, obedezco, reuniéndome con su mirada. Su ojo
brilla en un azul feroz y brillante. Mientras lo miro, mi respiración comienza a
ralentizarse, disminuyen mis sollozos y mi desesperante pánico se desvanece. Aún
estoy llorando, pero en silencio, ahora más como un reflejo que otra cosa.
—Está bien, está bien —dice en ese mismo tono áspero—. Ahora vas a
montarme y no pensarás en lo que sea que te molestó. ¿Me entiendes?
Asiento; sus instrucciones me calman aún más. A medida que mi ansiedad
se desvanece, otras sensaciones empiezan a emerger. Noto el olor limpio y familiar
de su cuerpo, la sensación viva de los vellos de su pierna presionando contra mis
pantorrillas...
La forma en que su pene se siente en mi interior, caliente, grueso y duro.
Mi cuerpo responde de nuevo, distrayéndome de mi pánico. Respirando
profundo, empiezo a moverme, levantándome y luego bajando sobre su eje; mi
centro se humedece aún más y suaviza cuando el placer comienza a curvarse en mi
vientre.
—Sí, justo así, bebé —murmura Julian, deslizando su mano por mi cuerpo
para presionar mi clítoris, intensificando la tensión que aumenta en mi interior—.
Fóllame. Móntame. Úsame para olvidar tus demonios.
—Sí —susurro—. Lo haré. —Y manteniendo mi mirada sobre su rostro,
aumento el ritmo, dejando que el placer físico me lleve lejos de toda la oscuridad,
el infierno de nuestra pasión quema por dentro los recuerdos del horror helado.
Cuando nos corremos, con segundos de diferencia, nuestros cuerpos tan en
sintonía como nuestras almas.

***

Esa noche me voy a dormir en la cama de Julian, no en la mía. Los doctores


dieron el visto bueno después de que me advirtieron de no empujar sus costillas o
cara durante la noche.
Me acuesto a su derecha, apoyando mi cabeza en su hombro sano. Debería
estar durmiendo, pero no es así. Mi mente zumba, murmurando como una
colmena. Un millón de pensamientos corren por mi mente, mis emociones oscilan
desde la euforia a la tristeza.
Ambos estamos vivos y más o menos intactos. Estamos juntos de nuevo,
habiendo ambos sobrevivido a pesar de todo. Ya no tengo ninguna duda de que,
de alguna jodida manera, estamos destinados el uno para el otro. Para bien o para
mal, encajamos, nuestras piezas torcidas y dañadas encajan como un
rompecabezas.
No tengo idea de lo que depara el futuro, las cosas puede que nunca estén
bien de nuevo. Aún necesito convencer a Julian para que honre mi promesa a
Peter, y necesito pedirle a los doctores una píldora del día después, dado el hecho
de que ninguno de los dos se acordó de usar protección el día de hoy. No sé si es
posible quedarse embarazada tan rápido después de haber perdido el implante,
pero no es un riesgo que estoy dispuesta a correr. La posibilidad de que un niño,
de que un bebé indefenso sea sometido a nuestra clase de mi vida… Ahora me
horroriza más que nunca.
Tal vez cambiaré de opinión con el tiempo. Quizás dentro de unos años, me
sentiré de manera diferente. Tendré menos miedo. Sin embargo, por ahora, soy
muy consciente del hecho de que nuestra vida nunca volverá a ser un cuento de
hadas. Julian no es un buen hombre y yo, ya no soy una buena mujer.
Eso debería preocuparme... Y tal vez mañana lo hará. Sin embargo, en este
momento, sintiendo su calor alrededor, no soy más que consciente de un profundo
sentimiento de paz, de una certeza de que esto es lo correcto.
Que aquí es donde pertenezco.
Levantando mi mano, trazo sus labios medio curados con mis dedos,
sintiendo su forma sensual en la oscuridad.
—¿Alguna vez me dejarás ir? —murmuro, recordando nuestra conversación
de hace mucho tiempo.
Sus labios se contraen en una leve sonrisa. También lo recuerda.
—No —responde en voz baja—. Nunca.
Nos acostamos en silencio por unos momentos, luego pregunta en voz
baja—: ¿Quieres que te deje ir?
—No, Julian. —Cierro los ojos, una sonrisa curvando mis propios labios—.
Nunca.
Hold Me
Captor y cautiva. Amantes. Almas gemelas.
Somos todo eso y más.
Pensamos que habíamos pasado por lo peor. Pensamos
que finalmente teníamos una oportunidad.
Nos equivocamos.
Somos Nora y Julian, y esta es nuestra historia.
Sobre el Autor
Anna Zaires se enamoró de los libros a los cinco años,
cuando su abula le enseñó a leer. Escribió su primera
historia poco después. Desde entonces, siempre ha vivido
parcialmente en un mundo de fantasía donde los únicos
limites eran los de su imaginación. Actualmente reside en
Florida. Anna está felizmente cada con Dima Zales (un
autor de ciencia ficción y fantasía) y colabora estrechamente
con él en todas sus obras.
Para obtener más información, por favor, visita:
www.annazaires.com

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