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El Testigo

Claudio Biondino

Im-Annuel era el último ser viviente sobre la faz de la Tierra o, por lo menos, así lo
creía. No había visto a nadie de su especie, ni de ninguna otra, desde hacía casi un siglo.
Poco antes del Colapso había buscado refugio en las ruinas de una antigua ciudad
humana, bajo los restos de un centro comercial que había logrado mantenerse en pie a
pesar de los incendios y saqueos. Allí pasaba las Horas de Letargo, rodeado de
computadoras y televisores que ya nadie iba a utilizar jamás. Por las noches deambulaba
entre los edificios derruidos, contemplando el desolado paisaje urbano. Sabía muy bien
que su destino estaba sellado. La falta de alimento lo llevaría a consumirse hasta las
cenizas, en un proceso que era largo y doloroso para los seres de su clase.
Pero Im-Annuel no se había tendido a esperar el final ni se había arrojado al
fuego diurno de la aniquilación. Su figura oscura, enjuta y algo encorvada había
recorrido, a lo largo de muchos años, las bibliotecas humanas y los archivos secretos de
los Primeros. Lo impulsaba el ansia por conocer el origen de los suyos. Había deseado
alcanzar ese conocimiento casi tanto como volver a probar el sabor de la sangre. Pero ya
no tenía hambre de sabiduría ni de vida. El hambre le había atormentado el cuerpo y el
espíritu durante demasiado tiempo. Ahora ya casi no la sentía. En su lugar, sólo había
resignación y debilidad.
Una noche clara, su derrotero sin rumbo lo llevó fuera de la ciudad. Mientras
dejaba atrás aquella mortaja de acero, vidrio y cemento presintió, con alivio, que el final
estaba cerca. Se alegró al ver la luna inmensa entre las estrellas. El cielo nocturno iba
recuperando, pensó, la belleza anterior a los tiempos de la Gran Destrucción. Im-Annuel
avanzó tambaleándose entre las dunas del desierto que se extendía en todas direcciones.
No conocía los límites de aquel océano de arena, si es que los tenía. Quizá el resto del
mundo no fuera más que un recuerdo sepultado bajo sus olas. Se hallaba inmerso en
esos pensamientos cuando un destello lo deslumbró, tomándolo por sorpresa. Frente a
él, a unos pocos metros, pudo distinguir una presencia luminosa; una figura brillante
que lo observaba desde las dunas cercanas. Era un humanoide alto, delgado, de cabeza
calva y alargada. Vestía una túnica blanca y sus pies, descalzos, flotaban unos
centímetros por encima del suelo.
—Acércate, criatura —dijo el extraño. La orden había sido pronunciada con un
marcado desprecio. Iba dirigida a un ser considerado inferior e incompleto. Pero Im-
Annuel no se sintió ofendido por ello. Avanzó, entrecerrando los ojos, hacia la figura
deslumbrante.
—¿Quién eres? —preguntó el ser luminoso en tono altivo.
—Mi nombre es Im-Annuel, soy el último sobreviviente de la devastación de
este mundo, o eso creí hasta ahora. ¿Quién eres tú? —No había asomo de temor o
reverencia en su voz. Esto irritó al extraño.
—¡Limítate a responder a mis preguntas, abominación! —ordenó—. He venido
a evaluar a la humanidad y a prepararla para el Gran Paso, pero me he encontrado con
su desaparición. Tal vez puedas decirme qué ha ocurrido aquí, y quién eres… tú.
Im-Annuel comenzó a comprender y en su rostro se dibujó una sonrisa burlona.
—Oh, ya veo. Tú eres uno de ellos ¿no es así?
—Soy Gabriel, uno de aquellos a quienes los antiguos llamaron, en su poco
entendimiento, ángeles —explicó la figura espectral—. Pero no has contestado mis
preguntas: ¿quién eres tú y qué ha pasado aquí?
Im-Annuel volvió a sonreír. Sabía muy bien a quiénes habían tomado los
antiguos por ángeles.
—Bien, te contaré —dijo, y se sentó en la arena con las piernas cruzadas—. Soy
un vampiro. He vivido durante siglos alimentándome de la sangre de los humanos, pero
ellos ya se han extinguido. Ahora estoy consumiéndome, lentamente, por falta de
alimento.
—Ya es suficiente, abominación. Puedes callarte. —Gabriel interrumpió el
interrogatorio unos instantes, mientras escudriñaba a Im-Annuel con detenimiento—.
Tal como lo percibí —continuó luego—. No eres un ser natural. Eres sólo un sueño, un
ensayo involuntario. Pero ¿qué hace un engendro onírico como tú en este plano de
realidad?
—Los humanos nos trajeron —respondió Im-Annuel sin dejar de sonreír.
La intriga de Gabriel pudo más que su indignación —¿Cómo es eso posible?
—Si me dejaras hablar, podría contarte la historia.
La tensión aumentó en el ambiente y, durante unos instantes, Im-Annuel pensó
que iban a ser eliminado sin más dilaciones. Pero esto no lo intimidaba. De todos modos
no le quedaba mucho tiempo. Por lo menos podría divertirse un poco antes del final.
—Habla —dijo Gabriel al cabo de un minuto—. Pero más vale que tengas algo
importante para decir.
Im-Annuel lo observó con algo de lástima, pues conocía el destino de aquella
criatura engañada por su propia soberbia.
—Pues, veamos —dijo en un tono pedagógico que irritó aún más a su
interrogador—, he estudiado por mucho tiempo las investigaciones de los sabios de mi
especie, y puedo asegurarte que hemos surgido de la mente humana, que nos soñó
durante siglos, hasta que la manipulación inconsciente de múltiples planos
dimensionales provocó nuestra aparición. No sé exactamente cómo fue el proceso, pero
ese es nuestro origen. Fuimos los victimarios de la humanidad, pero fuimos también su
resultado, la culminación de su esencia.
—¡Sé muy bien de dónde han salido tú y los tuyos, pues no pueden haber
surgido de ninguna otra parte! —respondió Gabriel enrojeciendo de furia—. Lo que
quiero saber es cómo han pasado a este plano, y por qué dices que ustedes fueron la
culminación de la esencia humana.
—No sé cómo se produjo el Paso —explicó Im-Annuel—, pero sé que fueron
los humanos quienes lo buscaron. Y digo que fuimos su culminación porque, aunque no
éramos humanos, fuimos el producto de sus más oscuros deseos; su superación.
—¡Sólo eres una pesadilla insolente! —El interrogador había vuelto a perder los
estribos—. La esencia de la humanidad es lo que tienes ante ti. ¡Los humanos debían
haber evolucionado hasta fusionar sus energías individuales en una conciencia única y
superior, tal como yo soy la evolución de una especie más antigua y sabia!
—Por supuesto, Gabriel —dijo el vampiro, redoblando la apuesta por el tono
irónico—. Sé muy bien que tu verdadero nombre es Legión. Y sé también que pronto te
fundirás con otras conciencias similares para formar un único Ser; un Ser que luego
abandonará este universo como un polluelo que rompe el cascarón para salir al mundo
real; un Ser cuyo destino es la eternidad y la contemplación de las criaturas que surgirán
de su voluntad: un dios, tal como el que creó este huevo que llamamos universo, y luego
se retiró a jugar su papel de voayeur frío y distante. Pero tú no estarás allí para participar
de ese gran acontecimiento, porque tu conciencia perecerá al fundirse con las otras. ¿No
te molesta siquiera un poco esa perspectiva?
El tono burlón de Im-Annuel iba en aumento. Gabriel sentía que estaba
perdiendo autoridad frente a él. Podía fulminarlo con una simple mirada, pero algo lo
detenía. Una sombra de duda se agitaba en su interior, y la pequeña criatura ficticia era
capaz de movilizarla con éxito en su beneficio.
—Será un honor para mí formar parte de una conciencia mayor —dijo el
interrogador aparentando seguridad—. Pero tú no lo serás nunca. Sólo eres un ensayo
inconsciente y descartable de la creatividad humana, el ensayo fallido de una larva
divina, que por alguna razón escapó del plano onírico/experimental del que nunca debió
haber salido. Tú no tienes futuro, no te fundirás en una totalidad superior ¿No te molesta
a ti esa perspectiva?
—No —respondió tranquilamente Im-Annuel—. No me molesta. Si mi
conciencia va a dejar de existir, prefiero que desaparezca dignamente y no que se diluya
en el interior un demiurgo autista. Pero tú no conoces la dignidad. La humanidad,
aunque más no sea de forma inconsciente, luchó por alcanzarla.
Gabriel sentía que, en el fondo, estaba rebajándose a una discusión de igual a
igual con una criatura no sólo inferior sino también irreal. Deseaba fulminar a Im-
Annuel con todas sus fuerzas, pero necesitaba llegar al fondo del asunto. Aún no sabía
qué había sucedido exactamente con la humanidad. Hizo una pausa para controlar su
ira, y prosiguió el interrogatorio sin hacer caso de los insultos. Ya llegaría la hora de
ajustar cuentas con el vampiro.
—¿A qué te refieres con que los humanos lucharon por su dignidad?
—A la búsqueda de la auto-destrucción. —Im-Annuel sonrió satisfecho. Sabía
que, llegado a este punto, tenía ganada la batalla dialéctica—. Nosotros no íbamos a
exterminarlos. Nos manteníamos a un nivel parasitario para no acabar con nuestra
fuente de alimento (siempre fuimos buenos ecologistas). Pero la humanidad se auto-
aniquiló al modificar de manera drástica el clima del planeta. Los escasos humanos
sobrevivientes se refugiaron en cuevas artificiales, a una gran profundidad. Y en esas
cuevas los vampiros tuvimos que acabar con ellos, cazándolos para sobrevivir. Luego
los de mi especie fueron muriendo poco a poco. Supongo que soy el último de mi clase.
—No veo a dónde quieres llegar —Gabriel bajó el tono de voz, pero sonaba más
amenazador que antes—, y será mejor que lo hagas pronto. ¿Qué tiene que ver la auto-
destrucción con la dignidad? La auto-destrucción es el mayor acto de cobardía que se
pueda cometer.
—No si ya se está condenado de antemano —dijo Im-Annuel insistiendo con su
tono entre didáctico e irónico—. En ese caso, la dignidad está en elegir la auto-
destrucción en lugar de sentarse a esperarla. Aunque no fueran conscientes de ello, los
humanos intuían este momento. Lo llamaban el ‘Juicio Final’. No comprendían su
verdadera naturaleza, pero rechazaban la idea de que sus conciencias individuales
fueran fagocitadas por un ser superior. Y nosotros, sus ensayos de creatividad divina, los
seres que poblamos sus sueños durante siglos, tampoco queríamos ser descartados sin
más cuando llegara ese momento. Sólo hacía falta que el inconsciente humano lograra
desatar sus fuerzas auto-destructivas. Nosotros sólo los redimimos (y nos redimimos) a
través del exterminio.
—En ese caso, la humanidad merece el destino que ha sufrido —sentenció
Gabriel—. La antigua raza de la que yo he surgido, en su gran sabiduría, comprendió el
honor que representaba volverse parte de un orden superior de existencia.
—Debió haber sido una raza de cobardes —respondió Im-Annuel en medio de
una sonora carcajada—. Y tú también lo eres. Dime, ¿qué lugar ocuparás en el futuro
dios? ¿Un lugar de honor en su divina mirada? ¿En el aliento de su divina voz? ¿O tal
vez en su divino trasero?
La risa hiriente de Im-Annuel se hundió como una espada filosa en el espíritu de
Gabriel, que no logró reaccionar ante tal ofensa. Su seguridad se había quebrantado.
—La humanidad puede haber tenido muchos defectos —continuó el vampiro,
ahora mortalmente serio y sin el menor rastro de su anterior risotada—, pero al menos
no se dejó someter por la divina jerarquía. Y nosotros, sus testigos, tampoco.
El odio de Gabriel había alcanzado límites insospechados incluso para él mismo.
Exterminar a ese repugnante engendro no era suficiente. Debía castigar a Im-Annuel
arrastrándolo al destino del que había intentado escapar. Se acercó al vampiro para
absorber su energía e incorporarlo a su propio ser. Extendió la mano y lo tocó, pero la
sensación no fue la esperada. Un extraño hormigueo le invadió el brazo y se expandió
luego por el resto del cuerpo.
—¿Pero… qué…? —Su rostro se distorsionó en una mezcla de sorpresa y
horror.
El vampiro le había sujetado la mano con firmeza y le había hundido los
colmillos en la muñeca. Gabriel cayó de bruces un minuto después, aún sin poder
comprender del todo lo que ocurría. Antes de morir, el ángel alcanzó a ver a un nuevo
Im-Annuel. Ya no tenía el aspecto de un anciano abatido, sino el de un joven fuerte y
saludable, que brillaba con luz propia en la noche de aquella tierra muerta. El vampiro
se agachó para hablarle al oído.
—Gracias por el alimento especial, Gabriel —susurró—. Ahora que me he
nutrido de tus facultades, creo que iré a hacer una visita a tus hermanos.
El cuerpo de Gabriel se volvió polvo en unos segundos, y el viento lo esparció
por el lugar, mezclándolo con la arena del desierto. Im-Annuel estaba solo de nuevo,
pero su situación había cambiado de raíz.
—Visitaré a estos famosos ángeles —se dijo—, y luego tal vez salga de este
podrido cascarón para resolver un asunto pendiente… Un Padre que abandona sus hijos
a la suerte tendrá mucho que explicarme.

Marzo 2006
Publicado en Axxón 161. Abril 2006
http://axxon.com.ar/rev/161/c-161cuento4.htm
Publicado en INFINI (en francés). Abril 2006
http://perso.wanadoo.fr/jplanque/Affaire_en_souffrance.htm

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