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CURSO:

“HISTORIA DEL PERÚ II”


DOCENTE:
Cristobal Triveños Zela.
INTEGRANTES:
 Pacheco Yarin, Karla Vanessa.
 De la Cruz Ccoscco, Miriam.
 Cahuana Salas, Andrea.
 Quispe Choqqepuri, Maria Cleofe.
 Choque Cusicuna, Rosa Amelia.
 Misme Quispe, Maria Angelica.
 Condo Condori, Sharon.

CUSCO – PERÚ
2018
Ordinariamente se ha estimado que la Conquista
del Perú acabó con la ejecución de Atao Huallpa; y
así se enseña todavía. Pero no existe afirmación más
falsa. Cuando el Inca fue agarrotado en
Cajamarca, las guerras de los conquistadores contra
los caudillos indígenas no se habían iniciado aún.
En efecto, fue solo con el anuncio de la ejecución de
aquel monarca que sus generales, muerto ya su
señor –liberados por tanto de toda promesa de
pasividad-, empezaron las campañas militares
contra los cristianos. Se iniciaron entonces las
cruentas guerras de la Conquista del Perú; luchas en
las cuales el español tuvo siempre a su lado a
decenas de miles de indios aliados. Prolongado
proceso heroico de cien batallas hasta hoy ignoradas
por nosotros. Gloriosa resistencia que nos
enorgullece con varios triunfos incaicos sobre las
armas hispánicas. Épicas campañas en las cuales se
formó un audaz pelotón de caballería peruana y
una elemental arcabucería incaica. Larga lucha
que solo habría de cerrarse con el asesinato de
Manco Inca en las montañas de Vilcabamba la
Vieja.
LAS ALIANZAS ANDINAS
Nos situamos en 1533. Después de la caída de Atahualpa, el siguiente objetivo de los
colonizadores fue apoderarse del Ombligo del mundo: El Cusco, al salir de Cajamarca,
el ejército español, conformado por pizarristas y el hijo de Huayna Capac, Tupac
Huallpa, nombrado por Pizarro como el nuevo soberano incaico para no perturbar
los intereses del extranjero, marcharon hacia los andes.
Durante su paso el Valle del Mantaro, establecieron alianzas con las huancas, que
escogieron apoyar a los españoles para liberarse del sojuzgamiento de los quechuas.
Mientras tanto el otro hijo de Huayna Capac, Manco Inca, que fue encarcelado por
Hernando Pizarro, sabia de la codicia que tenían los españoles por el oro y por la
plata. Haciendo uso de su astucia, los engaño para escapar.
Aunque sus ganas de expulsar a los españoles del Cusco con algunas decenas de miles
de incas fueron admirables, no logro con su cometido.
En 1536, en medio de un combate épico, Hernando Pizarro recupera el control de la
fortaleza de Sacsayhuaman y con ello, el Cusco.
Estos en su mayoría eran huancas, los Chachapoyas y las tribus cañaris. Los mismos
no solo apoyaron a tumbarse al imperio Inca, también contribuyeron en el control de
las extensas chacras del virreinato cual auxiliar sirviente. Además, por varios años
estuvieron exentos de pagar tributo a la Corona Española en recompensa de su
alianza en contra de los hijos del Sol.
Los cañaris, que en la actualidad, se encuentran en Ecuador, fueron un grupo de
nativos que vivian en la selva. Durante la época incaica, fueron subyugados por
Huayna Capac y Atahualpa tras varias guerras.
Los Chachapoyas, conocidos como los guerreros de las nubes, no tenían algún
parecido étnico inca. Aunque suene increíble los Chachapoyas eran de piel blanca y
talla mayor que los hombres andinos. Resistieron buen tiempo contra los incas, pero
finalmente fueron vencidos, nunca conquistados porque al poco tiempo llegaron los
españoles que se apoderaron de las ciudades.
También se encuentran los Huancas y los Chancas. A pesar de que los Chancas habían
intentado conquistar el Cusco varias veces, nunca lo lograron. Fue Pachacutec quien
arraso con todos los pueblos Chancas que se cruzaban a su paso. Y pensar que alguna
vez ambas culturas (Incas y Chancas) establecieron la paz que dijeron mantener por
la eternidad, hasta que los españoles se separaron.
RESISTENCIA INCAICA ATAHUALLPISTA
La resistencia incaica propiamente dicha tuvo tres fases claramente definidas. La
primera se inició inmediatamente después del asesinato del Inca Atahuallpa,
perpetrado por orden de Pizarro, tras una farsa de juicio, el 26 de julio de 1533.
Atahuallpa, que desde su prisión ordenara la muerte de Huáscar, fue acusado de
tramar un golpe contra los españoles en Cajamarca, lo cual pudo ser cierto, pues a su
muerte enarbolaron la bandera de la resistencia sus generales Challco Chima y Apo
Quizquiz. Por esos días, en medio del caos, se acentuó la rebelión de los señores locales
contra el imperio, y los reyezuelos Chimúes, Chachapoyas, Huancas y Cañaris
creyeron ver en los españoles oportunos colaboradores para recuperar su autonomía
de otrora; en consecuencia, no tardaron en unírseles por oleadas, para luchar aliados
contra los incaicos atahuallpistas, que ocupaban aún gran parte del Tahuantinsuyo.
Se rebelaron también contra el imperio miles de yanaconas del campo,
aprovechando que los orejones centraban toda su atención en la guerra. Los
españoles supieron aprovechar tan favorable coyuntura, proclamando apoyo a toda
rebelión, logrando de esa manera que grandes contingentes de yanaconas cambiaran
el amo nativo por el cristiano. Así pues, grupos rebeldes, de varias naciones y clases
sociales, tomaron las armas contra los Incas, a su vez enfrentados entre sí. En tan
grave confusión sólo los incaicos atahuallpistas, nucleados en torno a sus generales
Challco Chima, Apo Quizquiz y Rumi Ñahui, tuvieron plena conciencia de las fatales
consecuencias que acarrearía la invasión española. Y la combatieron heroicamente,
sin ningún apoyo. Se batieron solos contra los españoles; y además de enfrentar a un
enemigo muy superior en número, lo más trágico fue la inferioridad de su aparato
bélico. Ello no obstante, su lucha fue tenaz y bravía; y numerosas batallas, en el
centro y norte del derrumbado imperio, dieron fe de su abnegada y digna constancia
en la defensa del suelo patrio. Sobre esta historia ha escrito varios libros cumbres Juan
José Vega. En la ruta de Cajamarca al Cuzco, ellos se enfrentaron con suerte adversa
a los españoles. El pacto entre éstos y los incaicos tradicionalistas quedó
bárbaramente sellado en Jaquijaguana, donde para contentar al entonces joven
Manco Inca, Pizarro hizo quemar vivo al general Challco Chima, que poco antes
cayera prisionero ingenuamente. En noviembre de 1533 Apo Quizquis intentó
contener el avance español sobre el Cuzco y tras ser derrotado en Paruro optó por la
retirada al norte. Por medio de chasquis había tenido noticia de que el general
Rumiñahui combatía por su parte en el septentrión andino a huestes invasoras recién
llegadas. Al cabo, entre 1534 y 1535, tanto Apo Quizquiz como Rumi Ñahui
ofrendaron la vida, ambos cerca de Quito, el primero asesinado por un orejón
contrario a proseguir la resistencia y el segundo quemado vivo por los españoles. El
historiador Andrade Reimiers, recordando esta tragedia –recuerda el doctor
Edmundo Guillén-, dice que el Quito cristiano surgió sobre las cenizas de estos famosos
héroes.
PUNÁ, FIESTAS Y SANGRE

El Curaca Cotoir, uno de los siete señores de la isla, recibió a Francisco Pizarro con
muchas fiestas. Los españoles pudieron apreciar allí cuán regiamente vivían los
nobles, en palacetes muy hermosos y con un harem selecto que custodiaban
celosamente unos eunucos. Un templo a Timpal, dios de la guerra, se levantaba en
medio de la ciudadela principal.
Puná no era un lugar del todo asimilado a la vida incaica. Allí sobrevivían
costumbres ya desaparecidas en provincias asimiladas desde tiempo atrás al Imperio
de los Incas. Dentro del océano de pueblos distintos que conformaban el
Tahuantinsuyo, Puná, al igual que otras regiones sojuzgadas por los Incas en tiempos
recientes, conservaba bastante el régimen antiguo pre-incaico. Reacios a toda
sujeción imperial, los Curacas de Puná, tras resistir tercamente a Huaina Capac, se
rebelaron contra Atao Huallpa. Ya vencidos por el usurpador quiteño, su agresividad
los llevó a sublevarse por segunda vez; apenas aquél abandonó la costa para
ascender a los Andes. Mientras Atao Huallpa reiniciaba la lucha contra su hermano
cuzqueño, los punaeños se alzaron contra la guarnición incaica. Luego pasaron al
ataque sobre Tumbes.
No obstante la rebelión contra Quito y la Dinastía Hurin, los jefes punaeños no
devolvieron la libertad a varios orejones cuzqueños. Quizás trataban aquellos curacas
de recobrar su autonomía al amparo de la prolongada lucha fraticida entre los hijos
de Huaina Capac. Habían combatido contra Quito, pero no parecían dispuestos a
retornar bajo la égida cuzqueña. Los caciques lugareños deseaban, sin duda,
recuperar- como lo consiguieron- todos sus privilegios; fueros que habían sido
disminuidos con la presencia de las autoridades imperiales incaicas.
Los tumbesinos fueron derrotados por los punaeños en esa pequeña guerra litoral.
Atao Huallpa no había dispuesto de tiempo suficiente para bajar otra vez a la costa
y restablecer el orden en estas zonas; pues estaba embebido en la organización de las
grandes campañas militares contra el Cuzco. El triunfo punaeño significó que
seiscientos tumbesinos fueran llevados como siervos a Puná; con sus mujeres e hijos.
Cuando los castellanos desembarcaron en la isla hacía ya varios meses que sus
Curacas gozaban de plena autonomía y celebraban sus victorias.
SE INICIA LA LUCHA
Fue precisamente a los dos meses del triunfo punaeño sobre Tumbes que llegaron a la
isla las fuerzas expedicionarias españolas. Una vez allí instaladas, rodeadas del
asombro y desconfianza de los nativos, se leyó el famoso Requerimiento; con lo cual,
quedó ese sitio asimilado al Imperio Español sin sospecharlo siquiera los Curacas
punaeños.
Poco antes los españoles habían puesto en libertad a unos cuantos orejones
cuzqueños; despidiéndolos con grandes obsequios. Fueron ellos los primeros en repartir
en tierra firme las noticias sobre el inesperado acontecimiento. Puede creerse que esos
orejones fueron capturados y muertos por las huestes de Atao Huallpa, pues, que se
sepa, no llegaron al Cuzco. Pero alcanzaron sí a propagar extrañas nuevas sobre el
retorno de los seres misteriosos que salían del mar emergidos de la espuma de las
aguas.
Los primeros abusos de los castellanos en cuanto a oro y mujeres, así como la visita
que les hizo el Curaca de Tumbes Chiri Masa, llevó a los jefes panaeños a tramar la
muerte de los extraños.
Por su reducido número parece una empresa fácil.
Fue así como una mañana avanzó confiado “mucho número de indios, todos con sus
armas y atabales y otros instrumentos que traen en sus guerras”. Otros, con mucha
música, desembarcaron desde sus balsas de guerra.
Una espantosa carnicería pone rápidamente fin al encuentro, cuando los atacantes,
gracias a la sorpresa, habían ya tomado parte del campamento español. La
infantería simple de formación ligera se deshace ante el ímpetu de la caballería
pesada de los castellanos. En varias embarcaciones, igualmente, setecientos flecheros
habían intentado asaltar las carabelas. Los desdichados no conocían aún el poder de
la pólvora y el acero. Son rociados con las ballestas y los arcabuces mientras los indios
auxiliares ayudaban a ponerlos en derrota.
Tales desastres no desalentaron a los punaeños. Retirados a la maleza prosiguieron
una lucha de guerrillas. Vendrán luego veinte días de expediciones punitivas de los
castellanos, amparados en sus indios centroamericanos.
UN ALIADO IMPREVISTO

En efecto, no todos los tumbesinos eran partidarios de Atao Huallpa. Quedaban aún
unos cuantos huascaristas, quienes tenían aparentada lealtad a las autoridades
impuestas por el usurpador. Esos huascaristas no habían gozado, hasta aquel
momento, de ninguna oportunidad de revivir la lucha contra los enemigos de
Huáscar Inca. Las sanguinarias represiones impuestas por Atao Huallpa no sólo
deshicieron allí la organización de los Hanan, sino que dejaron una huella de pavor
que frenó los arrestos subversivos de los sobrevivientes.
Precisamente, los cristianos irían a aliviar sus propios pesares mediante una entrevista
insospechada, cuando el más calificado de esos escasos huascaristas tumbesinos
demandó ver a Francisco Pizarro, seguramente conocía los asombrosos relatos de los
orejones cuzqueños, que fueron puestos en libertad por los castellanos de Puná y que
debieron recorrer una parte de la costa antes de ser capturados por tropas de Atao
Huallpa. Dijo ese tumbesino “que había estado en el Cuzco y que le parecía que los
españoles eran hombres de guerra y que podían mucho”.
Este indio, ciertamente, debió narrar a los cristianos las incidencias de la cruenta
guerra entre los hijos de Huaina Capac. Frescos estaban aún los recuerdos de las
encarnizadas batallas de Ambato, Tumipampa, Mullutuyru y Cusipampa; choques
militares que finalizaron con la estabilización del poderío de Atao Huallpa en el
extremo norte del Tahuantinsuyo. Vivíase en aquellos días los últimos momentos de la
paz de tres años que siguió a la sangrienta campaña de Cusipampa. Lejos, en las
serranías, los Hanan y los Hurin alineaban nuevos ejércitos para decidir el destino del
Imperio de los Incas.
El importante tumbesino que contó estos sucesos fue, sin duda, uno de los primeros en
creer en la divinidad de los Viracochas: dioses llegados de ultramar para castigar a
quienes intentaban usurpar la corona incaica. Fue por esa razón que dio apoyo a los
castellanos en la lucha que tuvieron que emprender contra las reducidas huestes de
Chiri Masa, el curaca tumbesino partidario de Atao Huallpa.
Para ese tumbesino huascarista -como para todo el bando de los Hanan Cuzcos-, los
españoles no aparecieron allí como conquistadores del Perú. Todo lo contrario, en
medio de los trágicos contornos de la guerra civil, su mente mágico-religiosa vio en
ellos a emisarios celestiales, por los cuales habían clamado en sus preces al Sol y a
Pachacamac. Su aspecto extraño, al lado del caballo, la pólvora, el acero y la
carabela, concedió calidad sobrenatural a esos seres misteriosos cuyo origen nadie
podía conocer y ni siquiera intuir.
La presencia de los Viracochas atizó aún más el fuego de la lucha. Los Hanan Cuzco
al sentirse reconfortados con protección que suponían divina cobraron mayor ánimo;
los Hurin Cuzcos, enseñoreados de Quito - recelando del infausto suceso-, trataron de
apresurar luego el término del conflicto que consumía todas sus energías. Los de Quito
favorecieron así matanzas sin piedad, mientras trataban de estrechar lazos con la
mayor parte posible de grupos aristocráticos de todas las comarcas norteñas del
Imperio de los Incas. El arribo de los cristianos, pues, no solo distó mucho de unir a los
hijos de Huaina Capac sino que, más bien, acentuó la división. Sencillamente porque
ni los Hanan ni los Hurin vieron a los castellanos como lo que realmente fueron: los
conquistadores del Tahuantinsuyo.
Fue así como aquel tumbesino huascarista que se ofreció para apoyar a los cristianos
no hizo sino acatar la tradición imperial cuzqueña que lo obligaba a ser fiel a la
legítima dinastía de los Hanan Cuzcos que representaba Huáscar Inca. Por ello, con
toda decisión volvió a coger las armas contra Quito, poniéndose de lado de quienes
veía dueños de tan terribles fuerzas mágicas. Emisarios celestiales que ya iban
anunciando una nueva justicia.
SURGEN LOS DIOSES VIRACOCHAS

Con la velocidad del rayo ha llegado al Cuzco la noticia de que misteriosos seres han
aparecido en el extremo norte del Imperio. El hecho coincide con nuevas derrotas de
las huestes de Huáscar Inca y las oraciones que han sido dirigidas al Sol para que
proteja a la dinastía imperial. Los rumores los hacen dueños de fuerzas
sobrenaturales. No pueden, por tanto, sino ser los justicieros Viracochas.
Nadie ha recogido mejor la impresión de mágico respeto a los conquistadores que
Titu Cusi Yupanqui, cuando transcribe el mensaje llevado hasta la capital del Imperio
de los Incas por veloces postas Tallanas:
“Es una gente que sin duda no pueden ser menos que Viracochas porque dicen que
vienen por el viento y es gente barbuda, muy hermosa y muy blancos, comen en
platos de plata y las mismas ovejas que los traen a cuestas, las cuales son grandes,
tienen zapatos de plata; echan illapas (rayos) como el cielo. Mira tú si semejante
gente, y que de esta manera se rige y gobierna, serán Viracochas. Y aún nosotros los
habemos visto, por nuestros ojos, y a solas hablar con paños blancos y nombrar
algunos de nosotros por nuestros nombres sin que se lo diga nadie: no más de por
mirar al paño que tienen delante; y más que es gente que no se les aparecen sino las
manos y la cara y las ropas que traen son mejores que las tuyas, porque tienen oro y
plata; y gente de esta manera y suerte ¿Qué pueden ser sino Viracochas?”.
Cieza de León precisa que cuando llegaron estas noticias “alegráronse los
Hanancuzcos; tenían tal acontecimiento por milagro, creían que Dios todo Poderoso,
a quien llamaban Tra Viracocha envió del cielo aquellos hijos suyos para que libraran
a Huáscar Inca y lo restituyesen en el trono”. El erudito jesuita Bernabé Cobo –
cronista enciclopédico-, confirmará después estas tesis apuntando que el nombre de
Viracochas a los españoles “nos pusieron solos los vecinos del Cuzco y aficionados a
Huáscar”. Joseph de Acosta cree que la versión se propagó rápidamente por haber
aparecido los cristianos poco después de grandes invocaciones a las divinidades
imperiales, demandando justicia contra el usurpador quiteño, tesis que comparte
Juan Polo de Ondegardo.
Van y vienen, entonces, mensajeros secretos del Cuzco para observar a los Viracochas.
Al poco tiempo, nadie dudará ya en la capital del origen divino de los extraños seres
salidos del mar. Renace la esperanza y Huáscar Inca oficializa el nombre de
Viracochas. Cunde entonces fuerte optimismo; aguardándose que el rebelde
usurpador Atao Huallpa caiga pronto aniquilado por esos dioses misteriosos.
Presionado por la rebeldía de sus ejércitos del norte -que alinearon todos con Atao
Huallpa-, Huáscar Inca decidió enviar de inmediato una comitiva para rendir
pleitesía a los Viracochas y rogar su decisiva intervención.
LA REBELION CHIMU

Asegurados los señoríos Tallanes, Francisco Pizarro ordenó avanzar de Sarán hacia el
sur, rumbo a las comarcas de los chimúes; a quienes se sabía también opuestos a la
hegemonía imperial incaica. Se trataba de un antiguo reino muy poderoso, que
había sido conquistado medio siglo atrás después de largo batallar de los Incas. La
mayor parte de la gente estaba al lado de Huáscar, aunque no faltaron unos pocos
Curacas aliados de Atao Huallpa, quienes abandonaron sus pueblos para retirarse a
las sierras.
Francisco Pizarro avanza ya con fastuoso cortejo indígena. El más importante de sus
compañeros es el gran régulo de los Tallanes, Huacha Puru; enemigo encarnizado del
Inca usurpador. No menor prestancia ostenta el rico Curaca Xancol Chumbi de
Reque, quien fue a visitarlo a Piura para darle su apoyo contra Atao Huallpa, y
quien, a poco, perecerá asesinado por indios enemigos. En el camino se recibe la
adhesión de numerosos Caciques quienes salen al encuentro de los castellanos. Otro
aliado de relieve es el Curaca del opulento dominio de Lambayeque, Chestan
Xecfuin. Caxu Soli, el principal señor de Jayanca se alista, igualmente, al lado de
quienes luchan contra Atao Huallpa. Todos ellos marchan en hamacas, con gran
boato, en medio de la caballería española. Es ya un extraño cortejo en el cual se
mezclan los jinetes hispánicos a los negros africanos, los cientos de auxiliares
nicaraguas y los miles de nuevos amigos de las tierras Tallanas y Chimúes. Todos ellos
jugaran un papel decisivo en la primera fase de la conquista del Perú.
Pero el sostén más importante en esta región lo otorgará el Chimo Capac; fervoroso
partidario de Huáscar Inca y Señor de Moche, Virú, Chicaza, Jequetepeque y Collique.
No cabe duda que en este apoyo hubo intervención cuzqueña, derivada
probablemente del viaje realizado semanas atrás por los emisarios del Cuzco ante
Francisco Pizarro. “Por este motivo lejos de resistir la entrada de los españoles sirvió a
estos últimos con ánimo de que destruyesen a Atao Huallpa, el cual venía
devastando el territorio confinante con sus dominios”.
Francisco Pizarro, por su lado, no ocultaba su inclinación hacia el monarca legítimo.
Su paje y primo Pedro Pizarro cuenta que marchaba “publicando entre los naturales
que iba a favorecer y ayudar a Huáscar Inca, el señor natural de este reino, que iba
ya de caída”. Por ello se los reciben los pueblos entre fiestas y se hospedan en las
mejores residencias.
En Collique encuentran cuatro nobles enviados por Atao Huallpa. Su misión no es
otra que la de espiar. Pizarro lo permite, infundiendo una falsa confianza en esos
indios quiteños. Se finge debilidad y blandura. Estos contarán luego a su rey Atao
Huallpa lo que han visto; y enredan nuevamente su mente concentrada más en la
liquidación de la dura guerra contra el Cuzco que ya le iba costando decenas de
miles de hombres. Sobre los españoles “andaba jugando su fantasía con los
pensamientos que le venían, mas no se concluyó ninguna determinación”.

REFUERZOS INDIOS

En vista de lo difícil de su situación, Hernando Pizarro decidió aumentar los


contingentes de indios aliados. Incluso les entregó lanzas y espadas. Finalmente
adiestró a grupos de indios de Pascac para que supiesen usar las picas contra los
caballos enemigos. Cometió asimismo otro acto por el cual sería más tarde acusado
ante la justicia española: enseñó a los esclavos negros el manejo de la pica. De tal
modo Hernando Pizarro –decidido como siempre– estaba dispuesto a jugárselas
íntegro frente a Almagro y a Manco Inca.
Cuando Almagro apareció por los alrededores del Cuzco, el jefe de la plaza hizo
formar sus efectivos de españoles y de indios aliados. Estos últimos, al decir de un
almagrista, llegaban nada menos que a cuarenta mil. Conviene anotar que el
Capitán General de los indios aliados se había distanciado de Hernando Pizarro a
causa de las disenciones internas nacidas de disputa por mujeres.
Numerosos vecinos del Cuzco, igualmente, hicieron llegar mensajes secretos al campo
almagrista, dando adhesión.
EL SOSTEN DE LOS CAÑARIS

Al igual que en el Cuzco, los castellanos habrían de contar en Lima con el apoyo
decidido de los mortales enemigos de los Incas: los Cañaris.
El Capitán Sandoval trajo de regiones norteñas cinco mil guerreros de esa nación.
También vino un número considerable de Chachapoyas bajo el mando de Alonso de
Alvarado; cuyo socorro fue solicitado desde Lima por el propio Francisco Pizarro.
En general, los cristianos acopiaron gente de cuanto lugar pudieron. Como base de
acción tenían a los Curacas yungas de la costa a los cuales los Generales cuzqueños no
trataron de atraer sino de destruir.
LA GUERRA DE RECONQUISTA

De 1536 a 1544 se prolongaría la segunda fase de la guerra hispano incaica. Fue una
verdadera guerra de reconquista, como la llama Edmundo Guillén, y la sostuvieron
los núcleos incaicos cuzqueños, incluso aquellos que en un primer momento prestaron
ingenuo apoyo a los españoles. Muertos los caudillos de la resistencia incaica
atahuallpista, dispersos sus partidarios, los españoles creyeron consolidada la
conquista. Se equivocaron, pues poco tardó Manco Inca en tomar conciencia del
cambio fatal producido en su pretendido imperio, del cual fuera reconocido Inca por
Pizarro cuando era apenas un adolescente. Dos años después del fatídico pacto de
Jaquijaguana, Manco vio con más claridad, al ser testigo de una situación cada vez
peor para los suyos. Y comprendió, tal vez ya tarde, que había sido vilmente
engañado por los que en 1533 se presentaron como sus aliados. Porque tras el
aniquilamiento de la resistencia incaica atahuallpista, los españoles revelaron sus
miras ya sin tapujos. Desapareció el trato amistoso hacia la facción de orejones que
los habían apoyado y fue reemplazado con violaciones, saqueos, robos, torturas,
humillaciones y asesinatos. Del respeto falaz se paso al vejamen –refiere Juan José
Vega-, y del cinismo a la burla. Y el propio Manco pasó a ser víctima de tales
afrentas. Entonces fue que se arrepintió del grave error de otrora, reconociendo
póstumamente la heroicidad y justa causa de los incaicos de la facción atahuallpista,
a los que tan ciegamente antes combatiera. Reunió en secreto a los orejones,
deplorando ante ellos haber servido a los españoles en el aniquilamiento de los
generales atahuallpistas; y los exhortó a desatar la guerra total por recuperar la
autonomía, pronunciando un discurso que bien puede inscribirse como el primer
documento de la lucha libertadora del Perú, testimonio que fue publicado por el
cronista español Pedro de Cieza de León.

“ A Atahuallpa lo mataron sin razón –dijo-, e hicieron lo mismo de sus capitanes


Challco Chima, Rumi Ñahui, Zopezopahua. También han muerto en Quito, en fuego,
(a Quizquiz y sus camaradas), para que las ánimas se quemen con los cuerpos y no
puedan ir a gozar del cielo. Paréceme –continuó el Inca- que no será cosa justa ni
honesta que tal consintamos, sino que procuremos con toda determinación morir sin
quedar ninguno, o matar a estos enemigos nuestros tan crueles”. Retomó así Manco
Inca los ideales por los que se sacrificaron otros adalides patriotas entre 1533 y 1534.
Libertad o Muerte sería su consigna, y la habría de cumplir fielmente, junto a Vila
Oma, Kusi Titu Wallpa (Cahuide), Tisoc Inca, Quizu Yupanqui y otros cientos de
héroes del Perú de los Incas. En la nueva actitud de Manco Inca mucho tuvo que ver
la influencia que recibió de Vila Oma, orejón de los Hanan Cuzco, formado en la
corte de Atahuallpa y reconocido por éste como sumo sacerdote y a la vez principal
caudillo militar. Tras un intento fallido, Manco pudo burlar la vigilancia que sobre él
ejercían los españoles, pasando a Calca donde desató la guerra de reconquista en
mayo de 1536. Por entonces, Francisco Pizarro residía ya en Lima, la flamante capital
de la gobernación española del Perú, habiendo dejado a sus hermanos al mando del
Cuzco, luego de que su socio Diego de Almagro fuera astutamente, camino de Chile.
A no dudarlo, la guerra de reconquista incaica es uno de los temas más importantes
de la historia de los pueblos andinos. Al respecto, en el Perú existe importante
bibliografía
especializada, siendo ya clásicos los libros de Juan José Vega, Edmundo Guillén Guillén,
Rómulo Cúneo Vidal, Horacio Villanueva Urteaga y Waldemar Espinoza Soriano.
Ellos han reconstruido en extenso el decurso de ese movimiento en sus varias etapas.
Sus libros y ensayos constituyen aportes significativos y trascendentales. Pero ellos
mismos también han señalado reiteradamente que queda aún mucho por investigar
y esclarecer, pues el material documental, publicado e inédito, dista mucho de haber
sido revisado y cotejado del todo. Por lo demás, desde diversas ópticas siempre
podrán encontrarse capítulos aún ignorados o poco esclarecidos. Por ello, las crónicas
clásicas seguirán mereciendo especial atención, como también las colecciones
documentales que hace ya mucho editaran publicistas de la talla de José Toribio
Medina, Roberto Levillier y Raúl Porras Barrenechea. Pero si bien es cierto que la
guerra de Manco Inca contra los conquistadores españoles ha sido descrita en detalle
por connotados historiadores, ella no se refleja con la importancia que debiera en los
textos oficiales de difusión masiva, consecuencia derivada de programas educativos
cuyos contenidos debieran ser reformulados. En esa gesta épica la historiografía
reconoce como momentos cumbres, el cerco del Cuzco, la campaña sobre Lima y la
retirada a Vilcabamba. Pero poco ha reparado en que paralelamente al estadillo de
la rebelión en el Cuzco, la región meridional del otrora floreciente Imperio de los Incas
fue también conmovida. A la luz de la investigación documental debe concluirse en
que no se trató de sucesos aislados, sino que estuvieron concatenados con el magno
proyecto de reconquista. Porque el primer objetivo de Manco Inca fue dividir a los
españoles que ocupaban el Perú. Estos tenían ya sus propias contradicciones
(almagristas contra pizarristas/ conquistadores ricos contra conquistadores pobres),
pero el propósito era distanciarlos físicamente. Así fue que los voceros de la resistencia
nativa propalaron la versión de que Chile era otro Perú, esto es, que contenía
similares riquezas en metales preciosos. Con ello motivaron la ambición de uno de los
caudillos españoles, Diego de Almagro, quien se propuso marchar a la conquista de
Chiri, como se llamaba a esa región del sur para llegar a la cual, por la ruta Incaica
del sureste, preciso era atravesar gélidas cordilleras. De allí el nombre Chiri,
equivalente a frío. Francisco Pizarro, el otro caudillo español, dio crédito a esa versión
toda vez que anhelaba alejar del Perú a su socio y rival, razón por la cual auspició
con vehemencia su marcha hacia Chile. Lejos estaban de suponer ambos jefes
hispanos, que una vez distanciados físicamente Manco Inca desataría la guerra contra
ellos. Existen pruebas documentales de que Manco Inca se fijó como uno de sus
principales objetivos aniquilar a los que iban con Almagro. Pudo ello hacerse en la
ruta de Charcas, como al parecer lo proyectó Vila Oma. Pero luego se optó por
intentarlo en Chile, donde actuaría como principal conspirador el famoso intérprete
Felipillo. Así pues, en el original plan de Manco Inca se proyectó abrir tres frentes de
guerra: atacar el Cuzco que por esos días custodiaban los hermanos de Francisco
Pizarro; enviar una expedición al mando del general Quizu Yupanqui sobre Lima, la
flamante capital de la emergente gobernación española del Perú, donde residía
Francisco Pizarro; y desatar la resistencia nativa contra el ejército de Diego de
Almagro, en su marcha a Chile por la ruta de Bolivia y Argentina.
Bien se sabe que el asedio al Cuzco fracasó tras varios combates en Sacsahuaman,
debiendo retirarse Manco Inca primero a Ollantaytambo y después a la agreste
región montañosa de Vilcabamba. Quizu Yupanqui, por su parte, si bien derrotó en
la sierra central a varias columnas enemigas, y estuvo a un paso de tomar Lima,
sucumbió finalmente ante el crecido número de sus adversarios, pues Francisco
Pizarro recibió apoyo no sólo de las guarniciones españolas del norte del Perú, como
San Miguel de Piura y Chachapoyas, sino también de otras posesiones hispanas de
América. En la ruta a Chile se verificó también la resistencia nativa, hasta que
finalmente Almagro descubrió e hizo prisionero a quien en secreto la generaba,
Felipillo. Éste había sido convenientemente aleccionado por Vila Oma y al optar por
la causa patriota quiso tal vez enmendar su conducta de otrora, cuando sirviera a
Pizarro contra Atahuallpa. Lo cierto es que en 1536 Felipillo murió en la hoguera, a
las faldas del Aconcagua. Desde Vilcabamba Manco Inca atacó de continuo a los
españoles que viajaban entre Lima y Cuzco, razón por la cual en 1539 hubo de
fundarse entre ambas la ciudad de San Juan de la Frontera de Huamanga. Para
entonces, las contradicciones entre los conquistadores habían originado ya las
llamadas guerras civiles, en las cuales se verían también envueltas las poblaciones
nativas. Por desgracia, las contradicciones internas prosiguieron, afluyendo, entre
otras, la subyacente que siempre había existido entre príncipes de madres Incaicas y
príncipes de madres provincianas. Se entiende así el por qué las crónicas mencionaron
constantemente que Manco fue combatido por sus propios hermanos. El caso más
notorio fue el de Paullo Topa, hijo de Guayna Cápac en una princesa de Huaylas.
Atendiendo a las tradicionales normas incaicas, Paullo nunca hubiera podido ceñir la
mascaypacha, por ser príncipe de madre provinciana, pues ese derecho era exclusivo
de los príncipes de ascendencia incaica por vía paterna y materna, como fue el caso
de Manco Inca. Pero en medio del trastorno provocado por la conquista española,
Paullo rompió con la tradición, logrando que Almagro, a quien sirvió
esforzadamente, lo proclamase nuevo Inca. En los tiempos posteriores, personajes
descendientes de ambas ramas reclamarían el derecho de ser reconocidos como Inkas.
Pese a sus encomiables esfuerzos, Manco no pudo lograr la unidad nacional: y tal
como había sucedido en la primera fase, ésta siguió enfrentando a hermanos de raza
y cultura. Con Paullo Inka se alinearon los príncipes semicuzqueños -si bien no todos-;
y también combatieron a Manco, entre otras naciones, las de los Huancas,
Chachapoyas y Cañaris, además de algunos grupos Yungas. El soporte principal del
movimiento de reconquista fue el Cuzco y la región que alcanzó plenamente la
influencia incaica: aquella ceñida por los ríos Vilcanota y Apurímac. Pero la guerra se
extendió de Quito a Tucumán, aunque sin mando único, a causa de insalvables
rivalidades. Por otro lado, es justo reconocer que varias naciones selváticas, hasta
entonces autónomas, se solidarizaron con la causa de Manco y lo sostuvieron en la
última etapa de su lucha.
LA ECONOMÍA DEL SAQUEO
Quienes adoptaron estas prácticas comerciales también estaban dispuestos a la
incorporación de ciertos aspectos culturales y la religión europea, aunque lo
asimilaron en función en su propio marco de referencia Andino. Muchos también
adoptaron, las vestimentas, las costumbres, el lenguaje y los alimentos hispanos, así
del igual manera el cristianismo .la aculturación dio paso a que las personas indígenas
empiecen a una nueva categoría por el producto de la unión españoles e indígenas.
Hubo dos razones en el que resultara esencialmente vulnerable y fuese defectuoso
para el desarrollo de la colonización. En primer el surgimiento y consolidación del
poder de los encomenderos era inaceptable pues este indudablemente implicaba el
desvió de la riqueza andina de la metrópoli hacia la emergencia elite local. Su
crecimiento dependía del quinto real de la plata andina para sus aventuras
europeas.
En segundo lugar, las mismas alianzas como base para el colonialismo era defectuosa
en última instancia pues, dependía de que los indios cumplieran las demandas
explotadoras de los encomenderos los curacas cooperaban con estas demandas ya
que conllevaba ciertas ventajas hacerlo porque retendrían su puesto privilegiado.
EL COLAPSO DEMOGRÁFICO

La carga de crecimiento de demandas tributarias recaía sobre la población nativa


azotadas por las enfermedades introducidas por los europeos, en consecuencia, por
todas las Américas, los nativos experimentaron un catastrófico colapso demográfico.
Incluso antes de la aparición de Pizarro en la costa peruana, la viruela, la malaria, el
sarampión, la tifus, la gripe habían propagado América del sur llevados tal vez por
los comerciantes nativos que comenzaban a causar estragos en la población
biológicamente indefensa del Tahuantinsuyo se cree que tras la muerte de huayna
capac que desato las desastrosas luchas dinásticas entre huascar y Atahualpa se debió
a una epidemia de viruela que azoto a quito entre 1523 y 1525.
Son numerosas las causas de este desastre demográfico, único en la historia moderna
del mundo, van desde las diversas calamidades de la guerra, a las penurias de
causadas de las penurias causadas por la naturaleza explorada del nuevo régimen
colonial y a la difundida desmoralización psicológicas de la población conquistada.
Todos estos factores se conjugaron para intensificar la propagación de enfermedades
letales en una población sin inmunidad alguna.
Lo mismo hizo el envió de trabajadores de la encomienda y de las aldeas a una
amplia gama de empresas, tanto públicas como privadas, a medida que la mano de
obra en los pueblos era desviada de la producción nativa hacia otros fines, los
sofisticados e intrincados sistemas andinos de terrazas e irrigación rápidamente
cayeron en ruinas. Es así que no sorprende la caída en las cosechas, así se produce la
escases de alimentos y a una extensa hambruna en el sector indígena.
No contentos con seguir viviendo con la expropiación de los alimentos de los indígenas
los conquistadores empezaron a producir diversas carnes, pan, vino, azúcar, y aceite
de oliva. Así mismo introdujeron el ganado vacuno y ovino a los andes. Las vacas y
ovejas se multiplicaron con rapidez. Por ejemplo en Huánuco las familias se redujeron
los informes de aborto e infanticidios también suicidios afectos mucho a la población,
Nathan whachtel sostiene que la desmoralización de la población indígena l ver el
colapso de sus costumbres, la desprotección de sus dioses y la desorganización de los
incas les llevo m a una desesperación total.
Al final todos estos factores la guerra, la explotación, el cambio socioeconómico y el
generalizado trauma psicológico se intensificaron para la propagación de
enfermedades epidémicas.
LA MINERIA DE LA PLATA
Un indio llamado Diego Hualpa descubrió lo que son las minas de plata de potosí en
busca de un santuario nativo. Unos años más tarde, las extraordinarias vetas de plata
descubiertas en potosí producían de ciento cincuenta mil a doscientos mil pesos de
plata semanalmente, rindiéndole al monarca español un quinto real de 1,5millones de
pesos al año.
Según Humbotl Potosí en sus primeros en sus primeros diez años produjo unos 127
millones de pesos que alimentaron la maquinaria de guerra de los hansburgo y las
pretensiones hegemónicas de España en 5055555Europa, Además, en el medio siglo
siguiente la plata de Potosí dinamizo y articulo una amplia economía interna andina
de producción e intercambio, que incluía el norte argentino, el valle central de chile, y
la costa peruana y ecuatoriana.
Durante la primera etapa de desarrollo de las mina de Potosí, entre 1545 y 1565,
fueron fundamentalmente indios quienes llevaron l producción de plata. Los incas se
habían dedicado principalmente a la minería confines decorativos y desarrollaron
una metalurgia especial. Se utilizó técnicas y herramientas indígenas tales como el
proceso de fundición llamado guayra este era un pequeño horno que fundía el
mineral molido permitiendo separar la plata.
Durante este apogeo estas guayras operaban en las laderas de potosí durante la
noche.
Un campamento minero rápidamente se levantó en potosí de 14 mil habitantes hasta
alcanzar a los 170mil lo cual la convertiría en una de las ciudades más grandes del
mundo occidental en ese entonces, y sirvió para estimular y sirvió para estimular la
agricultura d ellos valles de alrededor del altiplano ya que los alimentos debían ser
llevados al enclave montaña arriba desde afuera. No obstante la considerable
riqueza generaba en aquellos años, las condiciones de vida siguieron siguieron siendo
primitivas en potosí.
Después de un gran envió inicial, la producción de plata de potosí se desacelero
debido al agotamiento de las vetas superficiales, al cada vez menor contenido de
plata del mineral extraído, y al persistente faccionalismo político que azotaba el país.
La producción no aumento sino hasta el descubrimiento de las minas de mercurio de
Huancavelica en 1563, que permitió a los mineros de potosí adoptar el más eficiente
proceso de refinamiento de patio que acababa de perfeccionarse en México. Una vez
instalada dicha tecnología en el Perú, a comienzos de 1570, la plata se convirtió en el
motor del desarrollo colonial. Hasta ese entonces, la economía del saqueo siguió
basada en el sistema de encomienda.
LA ENCOMIENDA
El tributo d la encomienda comprendía las necesidades básicas de los colonos
españoles requerían para mantenerse: alimentos, el transporte de agua, leña y
mercancías y la construcción de casas y obras públicas. Ya que con los incas el tributo
recolectado era en forma de trabajo mas no especie, pero ahora alteraba la
subsistencia aldeana y debía satisfacerse sin importar que las cosechas en buenas o
malas. El caso de Pedro de Hinojosa, con su encomienda o repartimiento
extremadamente rico del alto Perú no es la excepción en función de las obligaciones
tributarias indígenas. Además de trabajo Hinojosa recolocaba 1200 panejas de maíz
y de plata extraída de diversas minas, Potosí inclusive valorizada en 27.300 pesos en
1559.
Aunque había reglas y leyes que reglamentaban la encomienda, la relación entre los
encomenderos y sus encargados tendían tendían con el tiempo a negociarse. Un
sistema político burdo surgió en el proceso en el transcurso de ese proceso de
negociación frecuentemente violento y brutal, que duro más de tres décadas. En
consecuencia la encomienda tendía a variar de lugar y su eficiencia en la apropiación
de bienes y de mano de obra dependía, en gran medida, de la habilidad de los
encomenderos al negociar con los nativos.
Para facilitar estas relaciones y organizar eficazmente una encomienda, el
conquistador-encomendero estableció alianzas con los curacas, los principales jefes
indios que habían actuado como intermediarios entre el estado inca y las
comunidades étnicas locales. Ellos realizarían la misma función en el nuevo orden
europeo, siendo responsables de la supervisión y la administración de los indios, así
como de la recolocación y entrega del tributo de los trabajadores asignados alas
encomenderos. A cambio tomaban parte del tributo así recibir otros vienes hispanos
y privilegios de estos últimos. En consecuencia los curacas conservaron buena parte de
su antiguo estatus de elite y alcanzaron un ligar importante en la sociedad del pos
conquista. Al forjar estas alianzas con los curacas y colocarse en la posición de los
representantes del antiguo estado inca, los encomenderos lograron apropiarse del
aparato andino ya existente, la extracción excedentes.
Para maximizar las ganancias con este sistema de gobierno descentralizado e
indirecto, los encomenderos rápidamente se dieron cuenta de que una buena relación
de trabajo con los curacas aseguraba un flujo abundante de bienes y trabajadores,
Buscaron, por lo tanto cimentar tales relaciones con favores y presentes a sus aliados
indios. En virtud a su riqueza en tributo y a su control de la fuerza laboral nativa, la
clase de los encomenderos paso a dominar la sociedad inmediatamente posterior a la
conquista, en un sistema que reflejaba el feudalismo. Aunque la encomienda no era
una merced de piedad, si permitía el establecimiento de una soberanía afectiva sobre
la población nativa, actuando el señor encomendero como el principal arbitro y
dispensador de justicia. En este sentido su palabra era ley entre sus indios.
El mecanismo más importante de poder de los encomenderos fue el cabildo, formado
para traza y gobernar los primeros municipios españoles en los andes, que ellos
rápidamente lograron controlar. Cuando el rey finalmente comenzó a enviar
corregidores desde Lima a finales de la década de 1560, estos usualmente eran
cooptados por los encomenderos y otros integrantes del cabildo, en alianzas de interés
mutuo. Semejante arreglo entorpecía la extensión de la autoridad real y ayudaba a
fortalecer aun más el poder de la clase (encomendera) a nivel nacional. Por ejemplo,
a mediados del siglo, según Ramírez, la docena aproximada de encomenderos de
Trujillo, al norte de lima, constituía una elite estrechamente ligada a la base
económica común, intereses compartidos y cercanos lasos de parentesco. Al haber
convertido virtualmente al cabildo en su propio club exclusivo, lograron ejercer un
dominio casi total sobre la temprana sociedad trujillana.
Una de las funciones más importantes del cabildo era repartir solares en las ciudades
y mercedes de tierras para cultivos y pastoreo a los colonos. Gradualmente, el
crecimiento de los centros y mercados urbanos como el Cusco, Lima y los
campamentos mineros, permitió que muchos colonos, entre ellos los encomenderos
perdieran apreciar las posibilidades de la agricultura comercial. Por lo tanto, estos
últimos comenzaron a adquirir por merced venta o usurpación tierras aptas para el
cultivo y pastoreo a fin de producir y vender productos a la creciente población
urbana. Aunque inicialmente conformaban parcelas fragmentadas accesibles a los
mercados vecinos y en zonas por lo general fértiles estas mercedes con el tiempo se
consolidaron en propiedades más grandes. Este fue el origen de la hacienda, una
institución que paso a ser una marca distintiva del pero colonial, pero que durante el
siglo XVl siguió siendo pequeña y subdesarrollada. La adquisición de estas pequeñas
propiedades se vio a si mismo facilitada por el colapso demográfico de la población
india, que dejo vacante grandes extensiones de fértiles tierras en los valles, fáciles de
tomar para los europeos recién llegados. A medida que la agricultura comercial se
extendía, incentivaba el crecimiento de los mercados urbanos en la década de 1550;
así, el valor de la tierra, que durante las 3 primeras décadas había sido insignificante
en comparación con las encomiendas, comenzó a elevarse y a cobrar una
importancia cada vez mayor.
Entonces, a mediados del siglo, la creciente demanda mercantil de productos
agrícolas, tanto indígenas como europeas, fue satisfecha por el sistema de las
encomiendas y las pequeñas haciendas en vías de crecimiento. Las primeras
recolectaban alimentos, principalmente pero no exclusivamente indios, para
venderlos en los pueblos, especialmente en las minas en donde los trabajadores
indígenas no solamente consumían grandes cantidades de coca y comidas nativas.
Las haciendas tendieron a especializarse en la producción de los alimentos hispanos
recién introducidos, como el trigo, el aceite de cocina, el vino y la carne, que eran más
agradables para los gustos europeos y apropiados para su reventa urbana.
BIBLIOGRAFIA
1. La guerra de los viracochas, Juan José Vega

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