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MISA Y ALQUIMIA

por JETHRO
Jamás un alma cristiana estuvo más emocionada que la mía, cuando me fue dado el poder poner en
paralelo los diversos arcanos de la Santa Ciencia y el desarrollo de la Santa Misa. ¿El sacerdote es un
alquimista que lo ignora? ¿O tal vez lo sabe? ¿El Ritual Romano ha sido establecido por un Adepto de los
tiempos antiguos?

No, el paralelismo existe únicamente porque la verdad es una y no puede haber más que un solo camino
para llegar a ella..., un camino estrecho, árido y lleno de dificultades, pero TODO RECTO.

El Adepto y el Religioso no pueden más que adoptar esta vía para alcanzar su fin: la Piedra Filosofal para
el uno, la Santidad para el otro. El resultado final permite sin embargo permite operar milagros a los dos
servidores de Dios.

¿Por qué el desarrollo de la Santa Misa casa tan bien cronológicamente con las operaciones alquímicas?
Simplemente porque describe la vida de JESÚS, la CUAL (como las de los enviados de Dios), se adapta
no puede ser mejor a esta VERDAD ÚNICA, de donde todo ha salido. La alquimia no es realmente más
que un medio “material”, “qeuímico”, que sirve de control a toda idea, a toda concepción. Cuando un
hecho, una idea, no encajan en el orden cronológico de las operaciones de la Gran Obra, podemos decir
que ese hecho o esa concepción ideológica es erróneo. La Misa, reflejando la vida de Nuestro Señor, no
puede sino cuadrar con el Magisterio. Nosotros vamos, por otra parte, a estudiar su desarrollo.

Todo es maravilloso y sorprendente a la vez. Antes de toda operación el alquimista debe confeccionar su
Agente Principal o AGUA PERMANENTE o también AGUA QUE NO MOJA LAS MANOS, como dice
Basilio VALENTINO. Para ello se servirá de productos cáusticos, agua, un filtro, fuego y obtendrá “su
sal”, su SPIRITUS MUNDI (ESPÍRITU DEL MUNDO), esta sal que representará en definitiva y para él
solo los 4 lementos, su fuego y su vaso. El Sacerdote hará lo mismo; antes de toda celebración, él
confeccionará el AGUA BENDITA, para ello, él también se servirá de agua, de sal, de un filtro y animará
el todo por la invocación del Espíritu Santo contenido en sus plegarias.

La analogía desde el principio es llamativa, la continuación no lo es menos. Operación alquímica y


comienzo del Santo Oficio ofrecen el mismo ritual. Después, el Alquimista pone en su vaso su Materia
Prima molida, inerte y sin vida (azufre, mercurio y sal de los filósofos impregnadas de terrestreidades);
ella no tomará vida, movimiento y exaltación más que en el instante mismo en que el Adepto rociará su
agua de fuego.

En religión sucederá lo mismo, los fieles reunidos en la iglesia representan el cuerpo pecador,
manchado por sus faltas y sus pasiones. Cada uno de estos fieles es comparable a un fragmento de Materia
Prima; como ella es un compuesto trino (cuerpo, alma y espíritu). Esta reunión no comenzará
verdaderamente a vivir, a animarse y a elevarse más que en el momento en que el Sacerdote la bendecirá,
es decir, la rociará con algunas gotas de agua bendita. Es entonces cuando el magnífico canto resuena: “Tú
me rociarás Señor con el hisopo, y yo seré purifica tú me lavarás y más que la nieve, yo seré blanco. Ten
piedad de mí, oh Dios, según Tu gran misericordia”.

Pero ¿qué hay más blanco que la nieve? Esta nieve que centellea y brilla con mil fuegos bajo el
sol durante el día, a la vez que permite orientarse también en las noches más oscuras. La sal filosófica ¿no
es comparable a estos cristales de nieve sin mancha? CANSELLET en su Alquimia escribe: “En el plano
mágico y religioso, es el agua que es bendecida el sábado santo en la vigilia de Pentecostés así como cada
domingo en la cristía, animada por un poco de sal igualmente bendita que sirve para la aspersión colectiva
y purificado dora de la asistencia”.

En la Turba de los Filósofos, BONNELUS declara: “Sabed que nuestra agua no es agua vulgar,
sino agua permanente, la cual jamás deja de buscar su compañero y cuando ella lo encuentra, lo atrapa
súbitamente y él y ella son una sola cosa, tan solamente ella lo perfecciona sin cualquier otra cosa”. El
Sacerdote por su parte completa un ritual similar cuando, revestido con el amito, el alba, el cinto, la estola
y su capa violeta, él sumerge l cirio en el agua diciendo: ”Que descienda a este contenido la “fuente de la
virtud del Espíritu Santo”.

Es preciso admitir que hasta aquí el simbolismo es llamativo, el agua, la sal y el fuego son los
principales excipientes. En los dos casos, la confección de esta agua es un acto indispensable.

Desde el principio de la Santa Misa, el Sacerdote bajo el altar invoca al Eterno recitando la
(Confitero) Confesión, reconociendo así su debilidad y su imperfección. Él reza por los asistentes y por él
mismo. La asamblea exaltada es comparable entonces al comienzo de SOLVE en la Gran Obra, la materia
trina “rociada” (de agua que no moja las manos), es decir proveniente de esa sal blanca y cristalina, se ve
exaltada, ella también; la oración ardiente de los fieles sube entonces hacia el cielo como los vapores
minerales suben en el atanor. La Gracia desciende sobre los primeros regenerándolos por el fuego del
Espíritu Santo, mientras que caen las granulaciones regeneradas por el fuego primordial. El buen
FLAMEL acaso no dijo: “Haz que la concepción se haga en la bajo del vaso (mineral etíope), y que la
generación de la cosa engendrada se haga en el aire (nacimiento de las granulaciones en los vapores)”.

He aquí nuestro paralelismo presente: la granulación nueva se aloja en las terrestreidades y los
fieles “espiritualizados” son ellos también simbólicamente depurados, pero estando bañados siempre en la
materialidad terrestre. Todos imploran la misericordia del Padre. En este estado, el alquimista llega él
también a un punto crucial. Él debe implorar al Eterno para no seguir falsos pasos, para no apresurarse
demasiado, en una palabra ara evitar mil tentaciones; así, como por “casualidad”, es justo lo que dice el
Oficiante subiendo al altar: “Alejad Señor toda tentación y todo lo que pueda alejarnos de vuestro
santuario”.

Después es el Gloria, seguido del Credo, los que resuenan. Dios ha escuchado las plegarias de la
asamblea. El alquimista también entona un Gloria y un Credo. Él ha realizado los siete trabajos de
Hércules y ha vencido a los toros encantados, como dice FLAMEL. Él ha salido de este laberinto que hace
perecer a tantos sopladores.

El sacerdote en este instante entona: “Que nuestros pecados sean borrados” y el alquimista podría
responderle: “Es lo que yo hago, yo quito la lepra de mi piedra”.

El incensamiento del Altar (Piedra Perfecta) y de los fieles se remonta a los primeros días de la
Iglesia y ORÍGENES mismo ha hecho mención de ello. El empleo del incienso es muy significativo. Él
sube hasta Dios como un símbolo de devoción, llenando la Iglesia y a los asistentes de un dulce perfume
balsámico. La Hostia es elevada entonces. Por su parte, la Piedra al blanco ¿acaso no es reputada por
despedir un “dulce olor”? ¿No es ella la primera medicina?
El Padrenuestro, que eleva las almas y traduce la línea de conducta de los fieles, sigue a
continuación. Es este Padrenuestro el que el Alquimista seguirá paso a paso. Después el Agnus Dei
(Cordero de Dios) le sucederá, anunciando la certidumbre de que por el Cordero todos los pecados son
perdonados; ¿así no es por la sal “simbolizada por un ángel” por la que el Alquimista pone un vestido
blanco a su Piedra? Es lo mismo que dice asilio VALENTINO cuando escribe: “Pero eso no puede ser
hecho a menos que toda el agua no sea desecada y el cielo y la tierra con todos los hombres no sean
juzgados por el fuego”, lo que confirma CALID cuando dice: “Si no lo desecáis, si no lo volvéis bien
blanco, si no lo animáis haciendo que entre el alma en él, y si no le quitáis su mal olor, no habréis hecho
nada”.

La cronología, no se puede negar, no puede ser más perfecta.

Llega entonces la Comunión. El Sacerdote renueva el gesto de la Cena, él coge la Hostia y bebe el
Vino convertido en la Sangre de Cristo. El Alquimista en una operación simbólica similar, embebe de
“Sangre” su Piedra al blanco.

Aquí todo cambia, el corazón, el lenguaje, las obras. Así, como recuerdo de la muerte del Señor,
dice el Sacerdote, pan vivo, que das la vida al hombre, conceded a mi alma no vivir más que para vos”. El
Alquimista, por su parte, simboliza su operación por un Pelícano que se abre el costado para alimentar a
sus crías con su sangre.

“Oh prodigio increíble, el pande los Ángeles se convierte en el pan del hombre”, el oficiante con
las dos materias del Sacramento Eucarístico efectúa la doble operación que el Alquimista realiza.

La consagración de estas dos especias corresponde a las sublimaciones que componen toda la
segunda parte de la Obra.
En cuanto al Cáliz (del cual no parece inútil evocar el papel indispensable durante la celebración
de la Santa Misa), diremos que debe ser de oro o de plata dorada en su interior. Los dos colores que
simbolizan la luna y el sol alquímico nacientes en el atanor. Así, ya se trate del oro metálico o de oro
alquímico, los dos metales son semejantes en cuanto a sus constituyentes. Qué decir también de la
analogía que existe entre la hostia “pura” y sin mancha y la placa de cera “pura” de abeja que sirve para
envolver las partículas de polvo filosofal a lo largo de las proyecciones. Las dos son seccionadas encima
de un vaso; la primera permite la transustanciación, la segunda la transmutación.

Igual que en cada fragmento de la Hostia se encuentra el cuerpo del Cristo redentor, lo mismo en
cada partícula de la Piedra Filosofal se encuentra la esencia áurica.

Sacerdotes y Alquimistas son elegidos de Dios; también, no se puede más que deplorar el error
popular, que tiende a dejar entender que la Alquimia no es más que una ciencia humana que no debe servir
más que para fabricar oro, mientras que su meta esencial es testimoniar la veracidad de un concepto.

Como la Hostia consagrada da la santidad a las almas enfermas y mancilladas, la Piedra Filosofal
ennoblece a los metales viles indiscutibles. Los dos planes coinciden siempre.

También, cuando CALID declara: “Si tú no haces entrar el alma en el cuerpo que está privado de
ella (leed “e bebido al rojo”), jamás obtendrás lo que tú buscas”. No hace falta más que interpretar
fielmente lo que el Sacerdote recita durante su comunión: “Sangre preciosa, sed pues además la sangre y
el alma de nuestras almas. Amén”. Así es en virtud de esta transformación divina que se opera en él, que
el oficiante (verdadera Piedra Filosofal) va a poder cristianizar de alguna manera a todos los comulgantes.

Podemos decir que su “virtud Divina” se ha vuelto multiplicadora, puesto que a él se le permite
transmitir la gracia celeste a ciertos fieles.

En Alquimia, esta última fase se llama transmutación. Escuchemos lo que dice el buen FLAMEL:
“Un grano teñirá y convertirá en muy perfecto metal (oro o plata) atrayendo y alejando de sí toda materia
impura y extraña , que se le había unido en su primera coagulación”.

Así, como se constata, Sacerdotes y Alquimistas son hombres de Dios. Si ellos trabajan sobre
materiales muy diferentes, no es menos cierto que el desarrollo de los dos sacerdocios es el mismo.
Demos gracias al Eterno por habernos desvelado su misterio y recordemos todos siempre que
Todo está en Uno que Uno está en Todo.
AMÉN

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