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LA METÁFORA, CORAZÓN DE LA HISTORIA

Laura Bensasson (CIDHEM)

l. Historia de la historia.
Conservar la memoria de los hechos y los personajes del pasado ha sido
una necesidad humana desde épocas muy remotas; antes de que la palabra fuera
“llevada al cautiverio del signo escrito”1, se trasmitía oralmente de generación en
generación, y a veces en forma musicada; las epopeyas recopiladas y recordadas
bajo el nombre de Omero nos ofrecen un valioso ejemplo, pero podemos
mencionar también las chansons de gestes de la Edad Media o, más
recientemente, los corridos de la revolución mexicana, donde el acontecimiento, la
leyenda y el sentimiento se mezclan sabiamente en un género particular, accesible
a un público más vasto e iletrado.
Después de la fragmentación del conocimiento filosófico, el derrumbe de las
monarquías absolutas y el escepticismo respecto a las verdades teológicas, la
seguridad y la verdad se buscan en el conocimiento científico. Es a partir del siglo
XVII que la historia adquiere el estatuto de una ciencia, cuyo objeto es el
conocimiento del pasado y cuya certeza reside en las fuentes consultadas; se trata
de una historia política, que se limita a los acontecimientos consagrados, los
grandes personajes y la génesis de las instituciones.
El ideal científico impulsa a los historiadores a creer en una verdad histórica
objetiva que descansa en hechos verificables y a dotarse de una metodología
rigurosa sobre el modelo positivista de las ciencias experimentales; dicho de otra
manera, el historiador cree trabajar con hechos históricos reales, comprobables,
objetivos e inamovibles, pero en realidad no existe una categoría especial de
acontecimientos que constituya propiamente la Historia, sino que un suceso
histórico puede transformarse en múltiples objetos de conocimiento.
Tampoco existe un camino ya hecho por el que los acontecimientos
transitan: todos los itinerarios son igualmente legítimos, pero ninguno es el

1Germán Argueta, en Argueta, J., y E. Licona, coord., ORALIDAD Y CULTURA, México, Colectivo
Memoria y Vida Cotidiana, 1994
verdadero, ninguno es “la” Historia; es por ello que Veyne define un
acontecimiento como “una encrucijada de itinerarios posibles”2 pero al no existir
“hechos históricos” por naturaleza – prosigue el autor - la historia no puede
definirse por su objeto sino por la respuesta a nuestros interrogantes, y es
efectivamente subjetiva, pues la elección del tema es libre; ello implica que el
conocimiento histórico es relativo y que los historiadores se interesaron en cada
época por objetos distintos con distintas interrogantes.3
Por otro lado, “la objetividad es una de las ficciones más atractivas y
enceguecedoras de los historiadores y políticos.” y puede conducirnos a una
formulación oficial de la realidad, cuya versión en turno no acepta cuestionamiento
alguno; es por ello que “todo cuestionamiento no sólo es enfrentarse contra los
grupos en el poder, sino contra la construcción verbal misma que de la realidad
formulan los grupos.”4
Ésta es la razón por la cual Prost no define la historia como una ciencia,
sino un “oficio artesanal”5,; la historia es el estudio de las sociedades humanas del
pasado y sus metamorfosis pero no podemos explicar sus leyes, sólo podemos
entenderla mediante la imaginación.
Finalmente la pobreza conceptual de la historia positivista, el escepticismo
respecto a la cuantificación (que M. Bloch llamó “la falsa exactitud”), el derrumbe
del mito revolucionario y el desencanto con respecto al determinismo monocausal
de carácter económico, llevan al abandono de la “historia del acontecer” y al
nacimiento de una “historia de las mentalidades”, cuyo objeto es lo colectivo; 6
“dentro de esta corriente, subproducto de la Ilustración, sobrevive no obstante una
tradición antiquísima (...) según la cual definir la identidad de una sociedad es
reconstruir la historia de sus costumbres y de sus modos de vida.” 7y el viraje del
modelo analítico al descriptivo;; pero a diferencia de los historiadores narrativos
tradicionales, se retoma la vida de pobres y anónimos.

2 Paul Veyne, op. cit., p. 37.


3 ver Paul Veyne, op. cit., p. 36.
4C. Montemayor, op. cit., p. 10.
5 ver A. Burguière, op. cit.
6 ver Le Goff, Jacques, “Las mentalidades: Una historia ambigua”
7 Burguière, A., op. cit., p. 40.

2
Esta historia “no acontecimental” – afirma metafóricamente P. Veyne – “fue
una especie de telescopio que al descubrirnos en el cielo millones de estrellas
distintas de las que conocían los astrónomos antiguos, nos haría comprender que
la división del cielo en constelaciones era subjetiva.”8 Recordemos también que
Braudel9 distingue tres tiempos o velocidades en el desenvolvimiento de la
historia: el tiempo largo, casi inmóvil, del hombre en relación con su entorno; el
intermedio, de las economías y los Estados; y el corto, al que corresponde la
historia tradicional del individuo, los sucesos y los fenómenos políticos. Le Goff
define justamente la historia de las mentalidades como “la historia de la lentitud en
la historia”10
Le Goff señala que el análisis de las mentalidades es inseparable del
estudio de sus lugares y medios de producción, incluyendo las características del
lenguaje, los lugares comunes, la concepción del espacio y del tiempo.11 Por otra
parte M. Bloch sugiere de tomar en cuenta el sistema de las representaciones
colectivas del momento auxiliándose con la lingüística para el estudio de los
testimonios verbales, pues el sentido de los conceptos suele variar en el tiempo y
el contexto; mientras que P. Krzysztof12, insiste en la necesidad de reconstruir la
dimensión sensible –la “vivencia del pasado”- mediante la descripción de los
estados afectivos subjetivos, y ello implica siempre una parte de ficción, pues
“recordando con una memoria personal y grupal, cantando y contando dolencias y
alegrías propias y ajenas, vislumbrando épocas, ideas y angustias, la literatura es
la expresión a través de la cual el lector (...) vive lo que vivió y no pudo expresar”,
y también puede vivir una experiencia totalmente ajena a él.13
Vemos así como los límites entre narración e historia se tornan nuevamente
inciertos. Pero, añade Krysztof, “no puede haber historia sin la conciencia de la
frontera existente entre el reino de la realidad y el de la fantasía”, y señala las

8 Veyne, Paul, “Un relato verídico y nada más”, en COMO SE ESCRIBE LA HISTORIA, p. 38.
9 citado por Prost, Antoine, DOUZE LEÇONS SUR L´HISTOIRE, Paris, Éditions du Seuil, 1996
10 ibidem, p. 87.
11 Le Goff, op. Cit.
12 Pomian, Krzysztof, “Historia y ficción, Le Débat nº 54, 1989
13 Megged, Nahum, MÁS ALLÁ DE LAS PALABRAS, México, 1985, El Colegio de México

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características de la narración histórica, que conduce al lector hacia una realidad
extratextual, mediante “marcas de historicidad” (documentos, cartas, fotos,
archivos, mapas, piezas de museo), que pueden ser verificadas.14
Sin embargo, plantea A. García de León, no existen marcadores sintácticos
distintivos del discurso histórico - salvo quizá el uso del presente para narrar un
suceso del pasado -, y ante su ausencia el historiador utiliza “referentes que
confieren al discurso un poder persuasivo y autorizado socialmente”; estas marcas
de historicidad que sustituyen el elemento sintáctico permiten un control del texto,
pero no son necesariamente evidencias de cientificidad; más aún - insiste el autor
-, más que verdades, el historiador construye “verosimilitudes”, y “lo verdadero”
puede aparecer, paradójicamente mejor expresado en el relato de ficción. 15
La información de la que el historiador dispone es usualmente fragmentaria
y dispersa, y requiere, como para la narrativa de ficción, de una “intriga
contextualizante”, un relato que la vuelva inteligible, la unifique, le dé coherencia y
le proporcione un contexto; “sólo narrando - concluye García de León - se puede
explicar”.
También para Paul Veyne la historia es relato, y al igual que la novela,
selecciona, simplifica, organiza y resume, pues lo que los historiadores denominan
acontecimiento no es directa y planamente aprehensible; “la historia es, por
esencia, conocimiento a través de documentos. Pero, además, la narración
histórica va más allá de todo documento, puesto que ninguno de ellos puede ser el
acontecimiento mismo.”16
En conclusión, como admite García de León, no existe en realidad una
frontera clara entre el discurso de ficción y las diversas formas del relato histórico,
ya sea que éste pertenezca a la historia narrativa o a un discurso analítico que
pretenda mayor objetividad en el análisis de los sucesos del pasado.
El estudio de las formas de la vida cotidiana formó parte del pensamiento
histórico mientras éste tuvo como preocupación principal describir el itinerario y los

14 Pomian, Krzysztof, op. cit.


15 Garcia de León, A., op. cit.
16 P. Veyne, op. cit., p. 15.

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progresos de la civilización, y se volvió superfluo tan pronto como los Estados-
Naciones nuevamente constituidos se enrolaron en la memoria colectiva para
justificar por el pasado su dominio sobre un territorio y su manera de organizar la
sociedad.”17

Historia: memoria y resistencia.


La historia, como ciencia y como pasado, tiene pues un discurso y un
lenguaje, o más bien: diferentes discursos y diferentes lenguajes. “Luego de las
armas - comenta Enrique Florescano -, la lengua fue el principal instrumento de
dominación de las tierras americanas. La lengua española comenzó a dominar la
realidad americana cuando se convirtió en el relator de los descubrimientos,
conquistas y asentamientos españoles en el Nuevo Mundo. (...) Al lado de la
invasión española caminó el lenguaje que empezó a nombrar y conferirle un nuevo
significado a la naturaleza, los hombres y las culturas nativas. (...) Nombrar,
describir y clasificar el mundo físico americano fue una manera de apropiárselo.
(...) Como dice Michel de Certau, la historia que a partir de entonces comienza a
escribir el hombre occidental se escribe con ideas occidentales y sobre el cuerpo
físico de América. ( ) El lenguaje que va cubriendo de nuevos significados el
territorio americano gobierna también el relato de la realidad presente y reescribe
la memoria del pasado.”18
Pero paralelamente a esta historia oficial y académicamente reconocida, se
conserva y se manifiesta otra historia: es, como M. León Portilla llegó a llamar los
testimonios indios sobre la conquista española, “la visión de los vencidos”19; no se
le reconoce aún el mismo estatuto, como tampoco se reconocen sus lenguas; se
le llama “memoria” o “tradición oral”.
“La memoria, como la historia, trabaja con un tiempo ya transcurrido” dice
A. Prost, pero el tiempo de la memoria, del recuerdo, no puede objetivarse, pues

17 A. Burguière, op. cit., p. 40.


18 Florescano, Enrique, Historia de las Historias de México, nº 4, suplemento mensual de La
Jornada, diciembre del 2000.
19 León Portilla, M., comp., VISIÓN DE LOS VENCIDOS. RELACIONES INDÍGENAS DE LA

CONQUISTA, México, UNAM, 1971.

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revive con una carga afectiva inevitable; en el tiempo histórico, en cambio. el
registro frío y sereno de la razón remplaza el de las emociones .
Mas sin embargo, la memoria oral resurge y busca su lugar en la historia, a
veces traducida, reinterpretada o tergiversada por los parámetros de los que
detentan el poder del conocimiento histórico; su lenguaje es una mezcla de
recuerdo y fantasía, de vivencia y leyenda; su herramienta privilegiada: la
metáfora.
El uso de la metáfora aparece también en los textos de algunos
historiadores; Paul Veyne, por ejemplo, hace uso frecuente de ella, como al
afirmar que el género histórico ha sufrido grandes cambios a lo largo de su
evolución, “al igual que un río en terreno demasiado llano se desborda y cambia
fácilmente de cauce”.20
Pero el escritor albanés Bashkim Sheku, preso por escribir textos
desfavorables para el gobierno de su país, considera la metáfora como una
estrategia lingüística de resistencia para escapar a la censura de los regímenes
totalitarios; las metáforas - dice - eran consideradas “sospechosas por varias
razones: la más evidente era que con tal lenguaje se podían trasmitir mensajes
ambiguos. No obstante, la razón más importante surge de la forma misma, porque
una forma nueva es percibida por el poder como algo considerablemente
peligroso”, tan perturbador como la descripción fiel de la realidad política al
desnudo; “El uso de las metáforas o de los símbolos se desarrolló con el pretexto
de evocar la literatura popular, la tradición oral de los mitos y las leyendas
antiguas, lo mismo que los mitos históricos”.21
Mas dónde nacen los mitos? Ellos surgen “de donde brotan los sueños”; el
lenguaje de unos y otros es metafórico, es decir, poético. Para Julieta Campos 22,
el mito “es una forma de lenguaje y como tal, instaura un orden en el mundo: el
universo cobra un sentido y se organiza. Al nombrar las cosas el sujeto se

20 Veyne, P., op. cit., p. 23.


21 Bashkim Shehu, “La resistencia del lenguaje”, La Jornada Semanal, nº 335, 3 de agosto de
2001.
22 Campos, Julieta, LA HERENCIA OBSTINADA: ANÁLISIS DE CUENTOS NAHUAS, México,

F.C.E., 1982, p. 19)

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constituye como distinto: es un yo con identidad frente a un mundo lleno de
objetos que no son él mismo. En todo lenguaje está implícita la escisión hombre-
mundo y el deseo, que alude siempre a algo que no está en el sujeto, a una
ausencia. El lenguaje figurado, metafórico, le pone nombres infinitos a esa
ausencia.” Es así que podemos considerar la metáfora como el corazón de la
historia.
Pero no sólo para los mitos se utiliza la metáfora, pues las lenguas
indígenas hacen abundante uso de ella en todas sus manifestaciones y sobre todo
en la literatura; la literatura india fue trasmitida, casi en su totalidad, por medio de
la comunicación oral y recopilada a través de la visión cristiano-occidental de los
frailes misioneros y los cronistas de la colonia; “Su trabajo de compilación y
recolección de testimonios, de afanoso diálogo con los sobrevivientes poseedores
de la información directa, fue una tenaz lucha contra el olvido.”23

III. Historia y escritura.


La literatura y la historia no empiezan con la escritura, sino que “la aparición de la
escritura coincide con el surgimiento de sociedades jerarquizadas., es decir, con la
necesidad de trasmitir y perpetuar los ordenamientos en que se funda el poder”; 24
un poder del que los indios de América han sido excluidos por 500 largos años.
“La narrativa tradicional – dice C.Montemayor - es el género más estudiado
en la investigación antropológica dado su particular predominio en el amplio
espectro de la tradición oral: pero este hecho ha afectado de diversas maneras su
comprensión y ha reducido su naturaleza a la antinomía poco útil de oralidad-
escritura.”25
“La tradición narrativa oral es la memoria de los pueblos, prosigue . Esa
memoria no se mide por años sino por centurias que a veces llegan a acercarse al

23 Cornejo M., Gerardo, LAS DUALIDADES FECUNDAS, México, 1986, El Colegio de Sonora y ed.
Katún, p. 20.
24 Cornejo M., Gerardo, LAS DUALIDADES FECUNDAS, México, 1986, El Colegio de Sonora y ed.

Katún
25 Montemayor, Carlos, EL CUENTO INDÍGENA DE LA TRADICIÓN ORAL, CIESAS e Instituto

Oaxaqueño de las Culturas, Oaxaca, 1996, p. 17.

7
milenio y aun a sobrepasarlo.”26; es el “tiempo largo” de Bloch; el “núcleo duro” al
que A. López Austin se refirió alguna vez.
De hecho “las formas literarias tradicionales en las lenguas indígenas de
México – afirma Montemayor - se corresponden con una concepción del universo
que la cultura occidental ya ha olvidado: que el mundo es un ser viviente: (...) Este
conocimiento de las cosas visibles e invisibles permanece resguardado en ciertos
géneros literarios tradicionales y en ciertas ceremonias religiosas”; “en esos
contextos de resistencia cultural las lenguas indígenas suponen un uso específico
que es en sí mismo un tipo de composición que se destaca del uso coloquial”; a
diferencia de la comunicación oral, “el complejo proceso idiomático y cultural que
se ha dado en llamar “tradición oral” sólo puede explicarse cabalmente a partir del
arte de la lengua, pues en sentido estricto, la tradición es cierto arte de
composición que en las culturas indígenas tiene funciones precisas,
particularmente la de conservar conocimientos ancestrales”.27
Es por ello que “todos los pueblos han tenido sus cuenteros. Ellos han sido
imprescindibles para trasmitir la memoria real y fantástica de sus comunidades”;
“la oralidad pulsa el presente y el porvenir, y nos traslada, bajo la sospecha de la
remembranza, al pasado”.28

26 Julieta Campos, op. cit., p. 11.


27ibidem, p. 9.
28 Jermán Argueta, en ORALIDAD Y CULTURA, op. cit.

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