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importancia filosófica de estos temas y la necesidad de incluirlos en los programas de los
cursos universitarios que se ocupan de la argumentación.
La intención de estas breves consideraciones es persuadir de que la enseñanza de la
teoría y la práctica de la argumentación filosófica no puede de ninguna manera agotarse en los
contenidos habituales de un curso introductorio de lógica.
1 Johnson, R. H. y Blair, J. A: “Informal logic and the reconfiguration of logic” en Gabbay, D., Johnson, R.,
Ohlbach, H. y Woods, J. (eds.): Handbook of the Logic of Inference and Argument: The Turn Toward the
Practical, Amsterdam, Elsevier, 2002, pp. 339-396.
2 Perelman, C. y Olbrechts-Tyteca, L.: Tratado de la argumentación. La nueva retórica, Madrid, Gredos, 1994.
Traducción castellana de Perelman, C. y Olbrechts-Tyteca, L.: Traité de l’argumentation. La nouvelle
rhétorique, Paris, Presses Universitaires de France, 1958.
3 Toulmin, S.: The uses of argument, Cambridge, Cambridge University Press, 1958.
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La crítica pedagógica a las pretensiones de la lógica formal deductiva como teoría de la
argumentación se aplica todavía con más fuerza a las nuevas lógicas no deductivas
desarrolladas en las últimas décadas que pretenden formalizar el razonamiento de sentido
común. En efecto, estas teorías son casi siempre de un grado de complejidad formal mucho
mayor que el de la lógica deductiva clásica, lo que hace que el proceso de aplicación de estas
lógicas al estudio de argumentos del lenguaje natural sea todavía más dificultoso. Por lo tanto,
las perspectivas de utilizar estas nuevas lógicas como instrumento adecuado para la enseñanza
del análisis y evaluación de una clase de argumentos no-deductivos no parecen muy
promisorias.
Autores como Gerald Massey 4 y John Woods 5,6 han presentado, además, argumentos
radicales en contra de la posibilidad de aplicar de manera teóricamente fundamentada los
procesos de traducción de lenguajes naturales a lenguajes de la lógica involucrados en ese
método de análisis de argumentos. Estos argumentos intentan mostrar que la aplicación de las
reglas de formalización para determinar la (in)validez de un razonamiento del lenguaje natural
depende de intuiciones acerca de las relaciones de implicación lógica entre oraciones del
lenguaje natural. Pero, esto supone que para aplicar las reglas de formalización de manera
teóricamente fundamentada deberíamos disponer previamente de una teoría de la implicación
lógica para el lenguaje natural, que es precisamente lo que la teoría de (in)validez de la lógica
formal deductiva pretende proporcionar de manera indirecta —a través del proceso de
formalización— para los argumentos deductivos del lenguaje natural. Pero, no contamos con
una teoría de la implicación lógica para los lenguajes naturales y, por lo tanto, tampoco
disponemos de una teoría de la formalización. Por otra parte, si estuviese a nuestra
disposición una teoría de la implicación lógica para los lenguajes naturales, entonces la teoría
de (in)validez de la lógica formal deductiva ya no sería necesaria para proporcionar una teoría
de la (in)validez para los argumentos deductivos del lenguaje natural.
3. Argumentación y filosofía
La argumentación es, como ya se dijo, un tema filosófico por derecho propio que
merece un tratamiento independiente. Pero, además, la relación entre filosofía y
argumentación ocupa algunas de las discusiones recientes de la filosofía contemporánea. Sólo
señalaré aquí dos de esas cuestiones que plantean la íntima relación entre argumentación y
filosofía: por una parte, la cuestión de la argumentación como criterio para clasificar las
principales corrientes de la filosofía contemporánea y, por otra parte, el tema de la
desconfianza en la argumentación filosófica como instrumento para fundamentar las
pretensiones de verdad y racionalidad de otros discursos.
La importancia concedida a la argumentación por las distintas corrientes de la filosofía
contemporánea ha sido usada como criterio para diferenciar estilos filosóficos. En efecto, es
común en la literatura filosófica anglosajona distinguir entre el estilo analítico y el estilo
continental (europeo) de hacer filosofía. Los hechos geográficos a los que apela esta
clasificación —la tradición continental sería propia de los países de la Europa continental y la
analítica sería propia de los países anglosajones— resultan insuficientes, y a veces
inadecuados, para caracterizar a esos estilos filosóficos. Por ello, autores como Dagfinn
Føllesdal 7 sostienen que la filosofía analítica no se distingue de la filosofía continental por sus
4 Massey, G.: “The fallacy behind fallacies”, Midwest Studies in Philosophy, 6, 1981, pp. 489-500.
5 Woods, J., “Standard Logics as Theories of Argument and Inference: Deduction”, en Gabbay, D., Johnson, R.,
Ohlbach, H. y Woods, J. (eds.): Handbook of the Logic of Inference and Argument: The Turn Toward the
Practical, Amsterdam, Elsevier, 2002, pp. 41-103.
6 Woods, J.: “Fearful Symmetry”, en Hansen, H. y Pinto, R. (eds.): Fallacies. Classical and Contemporary
Readings, Pennsylvania, Pennsylvania State University Press, 1995, pp. 181-193.
7 Føllesdal, D.: “Analytic Philosophy: What is it and why should one engage in it?” en Glock, H.-J., (ed.): The
Rise of Analytic Philosophy, Oxford, Blackwell, 1997, pp. 1-16.
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orígenes geográficos, ni por los temas de los que se ocupa: su rasgo distintivo es la gran
importancia que tienen para ella el argumento claro y la justificación, frente a la confianza en
la retórica que le atribuyen como característica a la filosofía continental.
La filosofía analítica, entendida como aquella que se desarrolla utilizando la
argumentación y el análisis conceptual riguroso, suele verse como solidaria de una
concepción determinada de la filosofía. De acuerdo a esta concepción, la filosofía es una
investigación objetiva y acumulativa que busca encontrar respuestas verdaderas a
determinados problemas. La actividad filosófica sería, pues, más cercana a las ciencias
naturales que a las humanidades.
La filosofía continental, por su parte, presenta corrientes que se caracterizan por la
desconfianza en el poder del discurso filosófico para fundamentar argumentativamente las
pretensiones de verdad, objetividad y racionalidad de otros discursos, tales como el discurso
científico, moral o político. El postmodernismo filosófico es una de las corrientes de la
filosofía continental que sostiene esta posición escéptica en relación con el papel de la
argumentación en el discurso filosófico. La condición postmoderna puede caracterizase,
según la conocida definición de Jean-Francois Lyotard8 , por la incredulidad con respecto a los
grandes metarelatos de la modernidad: la dialéctica del Espíritu, la hermenéutica del sentido,
la emancipación del sujeto razonante o trabajador. El postmodernismo filosófico, por su parte,
puede resumirse en la afirmación de que la filosofía ha muerto, si por filosofía se entiende un
discurso legitimatorio que pretende proporcionar los fundamentos de otros discursos —del
discurso científico, del discurso moral, del político.
El neo-pragmatista norteamericano Richard Rorty puede servir para ilustrar algunas
posiciones características de la filosofía contemporánea respecto de la actividad filosófica y
del papel que en ella tiene la argumentación 9 . La filosofía de Rorty suele incluirse, además,
dentro del posmodernismo filosófico, junto con la de autores tales como Lyotard, Foucault o
Derrida.
Rorty rechaza la idea de la filosofía como jueza última de cualquier pretensión de
saber y niega que el/la filósofo/a sepa algo sobre el conocimiento que nadie más sabe tan bien.
Rorty nos invita a desembarazarnos de la metáfora de la mente como un espejo que refleja el
mundo y de la concepción de la filosofía asociada a esta metáfora, la de una teoría del
conocimiento que estudia las representaciones mentales usando métodos no empíricos. Frente
a esa concepción, la de la filosofía sistemática, Rorty propone una filosofía “edificante” que
considera que el conocimiento es una cuestión de conversación y de práctica social, más que
un intento de reflejar la naturaleza. Por ello, la filosofía edificante no busca descubrir la
verdad sino continuar una conversación, y el filósofo edificante se concibe como un
intermediario socrático entre varios discursos.
La argumentación lógica no tiene en la filosofía edificante el lugar central que le da la
filosofía sistemática, aunque puede resultar útil como recurso expositivo. El método de la
filosofía edificante no consiste en el análisis conceptual y la argumentación, sino en la
redescripción. Se trata de describir las cosas de una manera nueva hasta que se logre crear
nuevas pautas de conducta lingüística que puedan resultar en nuevas formas de conducta no
lingüística. El escepticismo respecto de la argumentación como instrumento del cambio
8 Lyotard, J.-F., (1984), La condición postmoderna. Madrid, Cátedra. Traducción castellana de La condition
postmoderne: rapport sur le savoir, Paris, Les Editions de Minuit, 1979.
9 Rorty, R.: La filosofía y el espejo de la naturaleza, Madrid, Cátedra, 1989. Traducción castellana de
Philosophy and the Mirror of Nature, Princeton, Princeton University Press, 1979. Rorty, R.: Contingencia,
ironía y solidaridad. Barcelona, Paidós, 1991. Traducción castellana de Contingency, Irony, Solidarity,
Cambridge, Cambridge University Press, 1989 y Welsch, W.: “Richard Rorty: Philosophy beyond Argument and
Truth?” en Egginton, W.y Sandbothe, M. (eds.): The Pragmatic Turn in Philosophy. Albany, State University of
New York Press, 2004, pp. 163-185.
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filosófico, científico, moral o político que manifiesta Rorty se sostiene en su creencia de que
estos tipos de cambio no son el resultado de actos voluntarios o de argumentos.
El postmodernismo filosófico manifiesta, pues, una desconfianza profunda en el valor
de la argumentación en filosofía. Rorty ilustra una variedad extrema de esa desconfianza que
lo lleva a aconsejar el abandono de la argumentación como método filosófico y a concebir a la
(post)filosofía como una conversatio perennis.