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Lectura del santo evangelio según san Juan (6,51-58):

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma
de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis
su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y
yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado,
y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha
bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron;,el que come este
pan vivirá para siempre.»

La primera lectura del domingo menciona la importancia no solo del pan y vino materiales, sino también de
un banquete más esencial que está en relación con el seguimiento de la prudencia. En este texto se establece
una comparación entre el pan ofrecido por la Sabiduría de Dios y el pan ofrecido por la necedad.

Leemos en Proverbios (9,1-6): La Sabiduría se ha construido su casa plantando siete columnas, ha preparado
el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa; ha despachado a sus criados para que lo anuncien en los
puntos que dominan la ciudad: «Los inexpertos que vengan aquí, quiero hablar a los faltos de juicio: "Venid
a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de
la prudencia."»

En el evangelio de este domingo continuamos y concluimos el discurso de Jesús sobre el Pan de Vida (Jn 6,
22-59). La última parte del Discurso se la conoce como el Paréntesis Eucarístico. Jesús identifica aquel Pan de
Vida (Jn 6,34.48), aquel Pan de Dios bajado del Cielo (Jn 6,33) con Su Carne. De modo que todo aquel que lo
coma vivirá para siempre.

Se nos indica un modo sapiente y prudente de vivir, tal como la lectura de Proverbios. Se nos invita a tomar
conciencia de qué estamos viviendo hoy, en este tiempo. A veces podemos estar viviendo de cosas vanas,
cosas no substanciales. Somos muchas veces “faltos de juicio”; “inexperto e imprudentes” (Cf. Pr 9,6). Valdría
la pena preguntarnos: ¿De qué estamos viviendo?

Los judíos cuestionan a Jesús: ¿Cómo puede este darnos a comer su carne? Se trata de un rechazo a un
alimento preparado y donado. Es decir, rechazan porque ya tienen una idea fija de cómo debe ser su
alimento. Es querer quedarse con lo antiguo y no aceptar superar las propias expectativas. Todo hombre
tiende a tener ya “solucionada”, fija, su vida, sus proyectos, su alimento. Lo que Dios nos propone en este
evangelio es también un modo de recibir Su Pan. Nosotros también podemos haber caído en una rutina fija
ante este Pan. En el contexto de las palabras de Jesús, lo que Él proponía era un absurdo: comer su carne y
beber su sangre. Propone una antropofagia o más aún una teofagia (que era practicada por religiones
paganas). ¿Y a nosotros nos cuesta creer en que Dios se nos dona totalmente? ¿Creemos verdaderamente al
don de amor de Dios por nosotros? ¿Dios como un siervo que nos sirve y prepara nuestro alimento?

Por esto, Proverbios nos indica que todo aquel que se ha encontrado con el Señor, por su iniciativa reflejada
en aquel llamamiento personal: “venid”, descubre en su vida el espacio para Él. Sabe gustar de Sus palabras.

A través del Evangelio se profundiza en este Encuentro. Ahí descubrimos que Jesús se ubica frente a nosotros
bajo forma de Pan y de Vino. ¿Podría haber buscado otro forma? ¿Podría haber buscado otro lugar de
relación? Existen muchísimos aspectos y lugares posibles. ¿Por qué elegir la forma de alimento y bebida?
Podríamos decir que elige esta forma porque el alimento y la bebida son elementos necesarios para nuestra
supervivencia. Podemos vivir sin muchas cosas, pero no podemos vivir sin comer ni beber. Jesús se coloca
frente a nosotros como lo Necesario para vivir.
Nuevamente podríamos preguntarnos: ¿vivimos día a día como si el Señor es lo auténticamente Necesario?

Por otra parte, el Evangelio presenta a Jesús que resucita y da la vida eterna. Se trata de Jesús que por su
Muerte y Resurrección otorga esta nueva vida a todo aquel que la reciba. Y, se presenta a la Eucaristía como
el modo de apropiación de esta vida.

Se presenta a la Eucaristía dentro de la perspectiva del envío de Jesús por parte del Padre. Y por esto, la
categoría de la relación toma un lugar principal. En la tradición veterotestamentaria el par “carne-sangre”
designa a la persona en su corporeidad. Se trata, pues, no de un consumo “mágico-utilitarista” del Pan y Vino
(“basta consumirlos para tener vida eterna”), sino de un modo de encuentro, desde la fe (“quien ve al Hijo y
cree en Él tendrá vida eterna” Jn 6,40), con la Persona de Jesús Crucificado-Resucitado en este Pan y Vino.

Así, el sacramento eucarístico según este Evangelio no es una alternativa opcional a la fe, sino una de sus
expresiones. Y es por medio de este sacramento que se nos permite establecer una relación entre Jesús y
nosotros. Por esto el verbo permanecer (menein) dice esta relación en términos de recíproca inmanencia y
de prolongada duración.

Se establece una equivalencia entra la relación que une al Padre con el Hijo y la relación que une al Hijo con
nosotros. Esta equivalencia está sobre todo en la perspectiva del don de la vida: El Padre es el Origen de toda
vida y hace de Su Hijo portador y dador de esa vida para todo aquel que entabla una relación con Jesús (“el
Hijo da vida a los que quiere… Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo
tener vida en sí mismo” Jn 5,21.26). De nuevo, el modo de apropiación de esta vida es presentado en el
Evangelio a partir de la recepción de su Cuerpo y Sangre. ¿Cómo planteamos nuestra vida si el Señor nos dice
que por la recepción de este alimento y bebida Él permanece en nosotros y nosotros en Él?

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