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Ascesis y Ascetismo

5 ABRIL, 2018 By PHILEAS 8 COMENTARIOS

Me preguntó recientemente Raúl de Argentina a través del formulario de contacto de este


blog: “¿Cuál es la diferencia entre Ascesis y Ascetismo?”

La palabra “Ascesis” proviene del griego (“Askesis”) y


significa “entrenamiento”. En un principio, esta Ascesis estaba relacionada a la preparación
física de los atletas griegos, pero posteriormente pasó a ser utilizada por las legiones
romanas y finalmente fue adoptada por el cristianismo (y luego por las escuelas iniciáticas)
como sinónimo del entrenamiento interior.

El ascetismo es otra cosa, aunque la raíz de la palabra sea la misma. Se trata de un intento
de purificación interior a través de la mortificación y de la negación del placer a fin de
perder el apetito por todo lo exterior, es decir por todo aquello que nos ate al mundo físico
para (supuestamente) acercarnos a Dios.

Pacomio y los monjes del desierto


Pacomio (290-347) fue el organizador del monacato egipcio y, para ello, creó una regla
donde se establecían diversos ejercicios contemplativos, prácticas ascéticas y trabajos
manuales.

El ascetismo de los monasterios de Pacomio era muy extremo. Por ejemplo, para que la
comida no fuera tan placentera, ésta era mezclada con cenizas y carecía de condimentación.
Además, estos monjes de Egipto solían caminar por el desierto envueltos en gruesas
frazadas de lana sometiéndose al inmenso calor y, algunas veces, se desnudaban en zonas
infestadas de mosquitos para que estos los pudieran picar a su antojo.

Dado que Pacomio consideraba que el sueño arrastraba al asceta a un mundo de errores e
ilusiones, intentaba no descansar y los cronistas cuentan que llegó a pasar quince años sin
dormir, limitándose a descansar en su celda, a veces de cuclillas y otras apoyado contra la
pared. Según cuenta Félix Amat de Palau y Pont: “Por lo regular oraba en pie, tendidos
los brazos en forma de cruz; y veces pasaba así toda la noche” (1).

En concordancia con esto, los monjes de Pacomio no


tenían camas sino asientos incómodos entre dos paredes y, en ocasiones, el abad les pedía
que cargaran arena o piedras de un lado para otro a fin de permanecer en vela durante toda
la noche (2).

Después de finalizar las obras para la construcción del monasterio de Moncose, Pacomio se
dio cuenta que -en lo profundo de su corazón- se sentía orgulloso de ese trabajo. Como no
quería ser víctima de la vanidad, tomó una maza y empezó a romper parte de las paredes,
pidiendo a sus hermanos que destrozaran las columnas y algunas decoraciones, a fin de que
el monasterio no los hiciera caer en el pecado (3).
Una de las tareas de las manuales de los monjes del desierto era confeccionar esteras.
Según se relata en las crónicas, en una ocasión, un monje confeccionó dos esteras en un día,
aunque por regla solamente estaba obligado a hacer una y, satisfecho por su esfuerzo,
mostró a Pacomio su labor. Éste, sin embargo, en lugar de felicitarlo, observó que el
orgullo del hermano solamente podía tener como origen al demonio y poniendo al monje
frente a los demás dijo: “¿No véis que este pobre hermano ha estado trabajando para
desde la mañana hasta ahora, para dedicar sus obras al demonio, sin provecho para su
alma, pues ha querido en sus obras agradar más a los hombres que a Dios?” (4). Dicho
esto, mandó azotarlo y le encerró en una celda por cinco meses comiendo únicamente pan y
sal.

En las comidas, todos los monjes debían acudir al refectorio, aunque muchos preferían
ayunar. Los que no ayunaban, al observar las privaciones de sus hermanos, empezaron a
sentirse culpables y también dejaron de ingerir alimento. Al final, ya nadie comía y el
refectorio se convirtió en una especie de competencia de ascetismo para ver quién era el
que ayunaba más. Pacomio, al observar vanidad en esta actitud, mandó confeccionar unas
túnicas con enormes capuchas que no permitían ver lo que sucedía alrededor. Y, de este
modo, los monjes volvieron a comer.

Pacomio y el Septum Supremo


El extremismo de estos hombres terminó por convertirse en fundamentalismo y hacia
finales del siglo IV se produjeron diversos hechos de violencia protagonizados por los
fanáticos monjes del desierto. Según cuenta Mircea Eliade: “En el año 388 incendiaron
una sinagoga en Callínico, cerca del Eufrates, y aterrorizaron a las aldeas sirias en las
que había templos paganos; en el año 391, el patriarca de Alejandría, Teófilo, los llamó
para «purgar» la ciudad del Serapeo, el gran templo de Serapis. Por la misma época,
penetraron violentamente en las casas de los paganos para buscar sus ídolos” (5).

Finalmente, en el año 415, se produjo uno de los hechos más aberrantes del cristianismo
protagonizado por un grupo de estos monjes, cuando -cobardemente- asesinaron a golpes a
Hipatia de Alejandría.

Quienes hayan visto la serie telesiva “Game of Thrones” encontrarán muchas similitudes
entre los monjes del desierto y los gorriones del Septum Supremo y el propio George R.R.
Martin aceptó que éstos están inspirados en “la Iglesia Católica medieval, con un toque de
fantasía”. De hecho, el propio Gorrión Supremo nos recuerda muchísimo a Pacomio y la
fanática Septa Unella a la hermana de Pacomio (Amma María o María de Egipto),
organizadora de los primeros cenobios femeninos.

Flagelantes y emparedadas
El extremismo religioso se agudizó durante la Edad Media y aparecieron diversos grupos
que buscaban a toda costa el sufrimiento como una forma de renunciar al mundo y, por
ende, de acercarse a Dios.

Uno de estos movimientos fue el de los Flagelantes, aparecido en Perugia durante el siglo
XIII, que se distinguía por organizar grandes procesiones donde los peregrinos se iban
azotando unos a otros durante 33 días, como una forma de purificarse y -al mismo tiempo-
de honrar los años de Cristo.
Otra forma de eremitismo fue el emparedamiento, es decir la auto-reclusión en pequeñas
celdas sin comunicación con el mundo, a no ser por pequeños huecos o agujeros donde se
podía introducir alimento y bebida desde el exterior. Muchas religiosas optaron por tomar
este “voto de tinieblas” apartándose del mundo y convirtiéndose en “emparedadas” o
“muradas”.

Uno de los casos más bizarros es de la monja salesiana Marguerite Marie Alacoque
que “algunas temporadas sólo bebía agua de lavar, comía pan enmohecido y fruta
podrida. Una vez limpió el esputo de un paciente lamiéndolo y en su autobiografía nos
describe la dicha que sintió cuando llenó su boca con los excrementos de un hombre que
padecía de diarrea” (6).

En fin, debemos aceptar que los extremistas siempre han sido creativos a la hora de
mortificarse: los ascetas sirios comían solamente alimentos podridos u hortalizas crudas,
otros religiosos preferían sumergirse en agua helada en pleno invierno e incluso hay varios
casos de monjes que tenían afición por masticar (a modo de chicle) los harapos y la ropa
interior de los leprosos (7).

Cuenta Karlheinz Deschner que “de vez en cuando se celebraban competiciones


penitenciales formales, grandiosos tómeos ascéticos entre monjes ortodoxos y cismáticos:
«sportsmen de la ‘santidad’». Cada bando intentaba establecer y batir records, quería
tener a quienes más resistían ayunando o a quienes más aguantaban en pie, a los mejores
en el rezo o en la genuflexión, a los que podían estar más tiempo callados o llorando” (8).
Procesión de flagelantes

Búsqueda o aceptación del dolor


“Sólo el dolor hace soportable la vida” sostenía la santa Marguerite Marie Alacoque (9) y
esta parece ser la constante del ascetismo extremo: la búsqueda del dolor y la huida del
placer. En las antípodas de esto, los hedonistas se afanan en buscar constantemente la
satisfacción del placer y el escape del dolor.

En un punto medio, la Vía Iniciática no niega el dolor pero tampoco lo busca. Y esto es
importante: una cosa es aceptar el dolor y entenderlo como un auténtico “vehículo de
conciencia” y otra cosa muy diferente es buscarlo, considerando que éste nos hará más
“puros” y más “espirituales”.

La perspectiva iniciática no busca reprimir nada sino integrarlo todo, encontrar una dorada
medianía (aurea mediocritas) a fin de reconciliarnos con el placer y el dolor.Tenemos
que salirnos de esa dicotomía, de ese par de opuestos, sabiendo que por encima del placer y
del dolor hay una tercera vía, un estado de ecuanimidad y equilibrio (ataraxia o titiksha)
donde puede ser hallada la Paz Profunda enmarcada por lo Bueno, lo Bello, lo Justo y lo
Verdadero.

El placer y el dolor son parte fundamental de la vida encarnada y, como almas encarnadas
en esta maravillosa Escuela de la Vida, necesitamos de ambos para tomar conciencia de
quiénes somos y hacia dónde vamos.

Concordancia – Por encima del placer y el dolor


“Considera iguales el placer y el dolor, la ganancia y la pérdida, la victoria y
la derrota”. (Sutta Nipata)

“Ser fuerte no significa ser bruto y sin corazón. ¡Ser fuerte significa estar por encima del
placer y del dolor, por encima del calor y del frío!” (Mahavatar Babaji)

“Los hombres buenos renuncian en verdad a todos los apegos en todo momento. (…)
Cuando experimentan placer o dolor, se sienten por encima del placer y del
dolor”. (Dhammapada)

“El placer y el dolor vienen juntos. Son parte de este mundo. Deja que tu felicidad sea algo
que está por encima del placer y del dolor. La paz real es encontrada cuando se supera la
inquietud y se queda tranquilo en medio de ella”. (Swami Satchidananda)

La muerte de Hipatia a manos de los monjes


fanáticos

Notas del texto


(1) García M. Colombas: “El monacato primitivo”
(2) Varios autores: “Año christiano, ó, Exercicios devotos para todos los dias del año”
(3) Marin, Michel-Angel: “Vies des pères des déserts”
(4) “La leyenda de oro para cada día del año”, tomo II
(5) Eliade, Mircea: “Historia de las creencias”
(6) Deschner, Karlheinz: “Historia sexual del cristianismo”
(7) Escribe Santa Ángela de Foligno, quien llegó a beber el agua de baño de los leprosos:
“Nunca había bebido con tanto deleite” y reconoce que, en una ocasión, “un trozo de
costra de las heridas de los leprosos se quedó atravesado en mi garganta. En lugar de
escupirlo, hice un gran esfuerzo por terminar de tragarlo, y también lo conseguí. Era como
si hubiese comulgado, ni más ni menos. Nunca seré capaz de expresar el deleite que me
sobrevino”.
(8) Deschner: op. cit.
(9) Sobre este tema, es recomendable revisar la “Autobiografía de Santa Margarita María
Alacoque”, traducida por Luis Gamas.

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