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EL REINO ERRANTE

Biblioteca de Literatura del Caribe Colombiano

Proyecto de extensión dirigido a bibliotecas escolares, distritales y


departamentales del Caribe colombiano, así como a la Red de Educadores de
Lengua Castellana del Distrito y estudiantes en general, con el propósito de
estimular la lectura de los autores representativos de la región

Consejo asesor
Edgar Parra Chacón Federico Gallego Vásquez
Leonardo Puerta Llerena Freddy Badrán Padauí

Director
Rómulo Bustos Aguirre

Codirector
Lázaro Valdelamar Sarabia

Coordinación Editorial
W. Esteban Vega Bedoya

Consejo Editorial
Gustavo Bell Lemus
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Gabriel Ferrer Ruíz ▪ Universidad del Atlántico
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Ariel Castillo Mier ▪ Universidad del Atlántico
Alberto Abello Vives ▪ Biblioteca Luis Ángel Arango
Darío Henao Restrepo ▪ Universidad del Valle
Juan Marchena Fernández ▪ Universidad Pablo de Olavide
Mónica Del Valle Idárraga ▪ Universidad de la Salle
Cristo Figueroa Sánchez ▪ Pontificia Universidad Javeriana
Sonia Burgos Cantor ▪ Universidad de Cartagena
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ÓSCAR DELGADO

Obra poética
Poemas y prosas
ÓSCAR DELGADO

Obra poética
Poemas y prosas

Artículo introductorio, selección e investigación


Luis Elías Calderón

Edición
Lázaro Valdelamar Sarabia
·

Publicación realizada por


la Universidad de Cartagena

Proyecto editorial del Grupo de Investigación Centro de


Estudio e Investigaciones Literarias del Caribe CEILIKA
y su semillero GERLCAR de la Universidad de Cartagena
(Programa de Lingüística y Literatura) y la Universidad
del Atlántico (Departamento de Idiomas)
C861.62 / D378
Delgado, Oscar, 1910 - 1937
Obra poética. Poemas y prosas / Oscar Delgado; Lázaro Valdelamar Sarabia,
Editor -- Cartagena de Indias: Editorial Universitaria c2018 
120 páginas. (Colección El Reino Errante. Biblioteca de Literatura del Caribe
Colombiano, 9)
Incluye referencias bibliográficas.
ISBN: 978-958-5439-16-0
1. Poesía Colombiana 2. Literatura Colombiana I. Valdelamar Sarabia, Lázaro, Editor   

CEP: Universidad de Cartagena. Centro de Recursos para el Aprendizaje y la


Investigación. Biblioteca José Fernández de Madrid.

Óscar Delgado: Obra Poética Poemas y prosas


Colección El Reino Errante
1a edición, primer semestre de 2018
Copyright de la investigación general: Luis Elías Calderón
Rector de la Universidad de Cartagena: Edgar Parra Chacón
Vicerrector de Docencia: Federico Gallego Vásquez
Vicerrectora de Investigaciones: Leonardo Puerta Llerena
Vicerrector Administrativo: Gaspar Palacio Mendoza
Secretaria General: Yanina Arrieta Leottau
Decano Facultad de Ciencias Humanas: Freddy Ávila Domínguez
Directora Programa de Lingüística y Literatura: Silvia Valero Valero
Jefe Sección de Publicaciones: Freddy Badrán Padauí
Impresión: Alpha Editores
Edición: Lázaro Valdelamar Sarabia
lavas40@hotmail.com
Investigación: Luis Elías Calderón
luisecal@hotmail.com
Diseño de Portada: Alpha Editores
Diagramación: Alpha Editores
ISBN: 978-958-5439-16-0
Depósito legal
Universidad de Cartagena
Editorial Universitaria
Centro, Calle de la Universidad N°. 36-100, Claustro de San Agustín
Impreso y hecho en Colombia
Se imprimieron 1000 ejemplares
Cartagena de Indias, Colombia, 2018
Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio o propósito, sin la
autorización previa de la Editorial Universitaria de la Universidad de Cartagena.
Artículo introductorio

Una estimulante anonimia


Óscar Delgado en la poesía colombiana

Luis Elías Calderón

Resumen
Óscar Delgado (1910-1937) es el autor de una veintena de
poemas y prosas publicados en la prensa colombiana en
la década de 1930, que lo sitúan como una de las mejores
voces de la poesía de su tiempo. Por no haberse recogido en
volumen, la obra de Delgado fue relegada al olvido hasta
1982, cuando el entonces Instituto Colombiano de Cultura
publicó una muestra de su trabajo poético y periodístico bajo
el nombre de Campanas encendidas. Desde ese momento
el poeta costeño ha ido recobrando el lugar que merece en
la poesía colombiana, y su protagonismo en el movimiento
literario vanguardista de Piedra y Cielo.

Palabras claves: Óscar Delgado, poesía, periodismo,


piedracielismo, vanguardia, Campanas encendidas.

Summary
Óscar Delgado (1910-1937) is the author of about twenty
poems and prose works published in Colombian newspapers
during the 1930’s. He has been considered as one of the best
voices of his time. As his works were not fully collected, he
was longtime forgotten. In 1982, the Colombian Institute
of Culture published a sample of his poems and journalistic
works signed as Campanas encendidas. Since then, the poet
has started to recover the spotlight he deserves amongst
Colombian poetry as well as his protagonism in the avant-
garde literary movement known as Piedra y Cielo.

Keywords: Óscar Delgado, poetry, journalism, piedracielismo,


avant-garde, Campanas encendidas.

El Octavo Piedracielista
El poeta Óscar Delgado (1910-1937) perteneció por
generación, amistad y afinidades literarias al grupo que en
1939 se congregó en torno a la publicación de los Cuadernos
de Piedra y Cielo, cuyos integrantes fueron Jorge Rojas,
Eduardo Carranza, Tomás Vargas Osorio, Arturo Camacho
Ramírez, Gerardo Valencia, Darío Samper y Carlos Martín.
Sin embargo, Delgado murió dos años antes del boom de
Piedra y Cielo y en aquel momento su obra no fue recogida
en volumen, razones por las que quizás su nombre rara vez
es asociado al movimiento que se venía gestando desde
inicios de la década, con notoria participación suya.1

El miembro más joven de Piedra y Cielo, Carlos Martín


(1988: 99), resume las características generales del grupo,
a las que Óscar Delgado no era ajeno: “Si bien es cierto
que el motivo de la agrupación fue una razón editorial, sin
embargo en el fondo latían similares influencias, similares
ambiciones, unas determinadas modalidades que revelan un
idéntico afán de renovación y de innovación.”2 En efecto,
1 Uno de los críticos que sitúa a Delgado en el Piedracielismo es Fernando
Charry Lara. Véase Bonnett (2003: 5).
2 Similar es la opinión de Carranza: “Unidos por lo que suele unir a los jóvenes:
el parentesco generacional hecho de anhelos comunes, de admiraciones coin-
cidentes y de ciertas similitudes en el idioma poético”. En: Martín (1984: 13).

10
Delgado igual que ellos, compartía vivamente el anhelo de
renovar la poesía colombiana, y su aporte en el momento fue
tan significativo que en 1936 el mismo Eduardo Carranza
(1937) –“orgulloso Capitán de Piedra y Cielo”-, tomó la
obra de Delgado como punta de lanza para contrarrestar los
ataques que Laureano Gómez venía haciendo a la nueva
poesía colombiana que eclosionaría en Piedra y Cielo.

Óscar Delgado había llegado hacia 1931 a Bogotá,


proveniente del pueblo de Santa Ana (Magdalena), y
estudiaba derecho en la universidad Externado de Colombia,
a la vez que trabajaba de redactor en el diario El Tiempo.
Allí polemizaba al estilo en que después lo haría Carranza;
exponía sus conceptos sobre literatura, política o el suceso
del momento, y había anunciado la publicación de sus
poemas con prólogo del camarada Tomás Vargas Osorio.

En 1934, suspendidos los estudios de derecho, se fue a la


Costa para no volver a la capital si no por breves periodos,
aunque su obra seguiría apareciendo en el diario bogotano
hasta el mismo día de su muerte, en 1937. Un año antes,
Carranza (1936: 12) le dedica el ejemplar número XI de
Canciones para iniciar una fiesta y escribe en el mes octubre
un extenso texto apologético sobre la poesía del costeño, que
podríamos considerar como el primer “manifiesto” de Piedra
y Cielo (1937). Allí el poeta Carranza, después de listar a los
futuros integrantes del movimiento y presentarlos junto con
Delgado como innovadores de la lírica nacional, arremete
contra los literatos conservadores y concluye destacando la
dificultad que para su comprensión representaba la poesía
de Óscar Delgado.

11
Por otra parte, quienes ven en Piedra y Cielo una estética
grupal que trasciende la coincidencia generacional y las
intenciones literarias, pueden encontrar en Delgado otros
elementos que lo acercan al piedracielismo: ciertos giros
del idioma, ciertas imágenes recurrentes, ciertos temas, e
incluso algo de ese “galimatías de confusión palabrera” que
tanto incomodaría a Juan Lozano y Lozano (1940: 2):

Largo retorno de horizontes lentos


en cristalino rumbo de alas limpias

Los futuros piedracielistas, y en general los jóvenes poetas


nacionales como Delgado, influenciados por la nueva poesía
española y en especial por la generación del 27, habían
vuelto a las viejas formas de la literatura hispánica, como el
romance y la canción. Federico García Lorca, por ejemplo,
era ya un fenómeno influyente en Hispanoamérica, hoy
conocido como lorquismo americano. La difusión de las
voces españolas fue mayor en 1932 y luego en 1934 cuando
Gerardo Diego (1932) publica y reedita su Antología de
la nueva poesía española (1915-1931), en la que además
de Lorca, aparecen Guillén, Alberti, Cernuda y otros
tantos, en quienes los poetas colombianos descubrieron la
metáfora deslumbrante e insólita, herencia de Góngora y
Juan Ramón Jiménez, cuyo libro Piedra y Cielo daría el
nombre al grupo colombiano. Nuestros poetas, por su parte,
reiteraban su independencia estética y sus ideales políticos
no eran siempre coincidentes.

En este marco se fue gestando el movimiento que sólo


alcanzaría a publicar siete cuadernillos, dejando por fuera a
otros integrantes del grupo. No obstante, con el paso de los
años se ha unificado bajo el rótulo de Piedra y Cielo a todos

12
los poetas de aquella generación, y la atmósfera que rodea
a aquel nombre lo convierte hoy en un mito, sin nómina
ortodoxa ni cerrada como algunos han pretendido. Así
Piedra y Cielo cobra más importancia como fenómeno de
una época que como reducido grupo de poetas; la prueba:
las réplicas del piedracielismo en el caribe colombiano con
grupos como Mar y Cielo en Cartagena o Arena y Cielo en
Barranquilla, que hablan del furor y alcance nacional del
suceso literario.

Podemos decir entonces, apartados del facilismo de las


fechas, que Óscar Delgado hizo parte, en su etapa inicial,
del grupo y generación que hoy se conoce como Piedra
y Cielo, no únicamente por amistad, sino también por
intereses literarios comunes y una cierta estética grupal
bastante discutida pero innegable. Lo mismo podríamos
afirmar de Aurelio Arturo, Antonio Llanos o Jorge Artel,
quienes tampoco publicaron en los célebres cuadernos pero,
en cambio, han figurado esporádicamente como miembros
del movimiento porque en efecto, todos pudieron haber
sido el octavo piedracielista.

Por la senda de una voz


La obra poética de Óscar Delgado irrumpe en el panorama
nacional a principios de los años treinta, durante el período
que Cobo Borda (2003: 196) llama “el verdadero cambio”
en la literatura de América Latina y el país. El episodio
lo cuenta así Lino Gil Jaramillo (1937: 98), colega del
poeta: “Prestaba sus servicios en un gran rotativo y, de un
momento a otro el joven comenzó a cantar en una forma
que rompía los modos y las modas en uso. Eran pequeñas
canciones y breves comentarios de extraña guisa, escritos
en un estilo de fugas y canzonetas […] Esas cosas gustaban

13
o no gustaban, pero eran tenidas en cuenta por las gentes de
letras”.

Sol
de abril:
siete flechas
de música en los arcos
de los caminos trémulos de viajes. (Preludio de Sol)

Los poemas y las prosas de Delgado habían comenzado a


circular en Lecturas Dominicales de El Tiempo, dirigido por
Jaime Barrera Parra, quien se había convertido en mentor de
los nuevos escritores del país. La obra de Delgado llamaría
pronto la atención de sus contemporáneos que, en mayoría,
aplaudían el surgimiento de la nueva figura poética. Del
lado opuesto estaban los conservadores y puritanos del arte,
que en afán por desbaratar todo lo que no oliera a su noción
de libertad y orden, apuntaron a develar los excesos en que
habrían caído los noveles poetas: la fórmula, e incluso el
calco.

La poesía de Delgado aparecería luego en los suplementos


literarios de El País (dirigido por Rafael Maya), La Nación
(dirigido por Clemente Manuel Zabala,) la página literaria
de El Heraldo (dirigida por Alberto Charry Lara) y la revista
de variedades Civilización, de Barranquilla, en donde ya
habían figurado al menos una prosa suya. Óscar Delgado
tenía, pues, los medios a su favor y las influencias necesarias
para lanzarse como poeta a escala nacional. La mayoría
de sus colegas, periodistas, poetas, escritores y políticos
formaban parte de la élite intelectual de la época y podían
favorecer su obra con una publicación o un guiño, más por

14
camaradería que por crítica como es la usanza colombiana.3
Una de esas voces anónimas de los diarios –quizás la de
su paisano Antonio Brugés Carmona- reconocía en 1935
dos de los elementos indisociables de la poesía de Delgado:
calidad y novedad:

Óscar Delgado ocupa un lugar significativo en el


equipo de los trabajadores literarios que vinieron
a la actividad cotidiana después de la aparición
del grupo de ‘los nuevos’. Las producciones que
hasta el momento ha entregado a la publicidad lo
señalan como dueño de una finísima sensibilidad
artística condicionada por un firme, un inalterable
y exigente sentido crítico. Posee, además, una
aguda percepción de los matices que lo lleva a
hacer de su prosa una labor lenta, minuciosa y
difícil que va dominando los naturales escollos
que surgen entre pensamiento y expresión,
de manera muy novedosa y singular. […] El
empaque de su prosa coloca a Óscar Delgado
en puesto de avanzada, pues se comprende
que con tan rica vena imaginativa y un acopio
vocabular tan espléndido, su obra literaria no
podrá subestimarse o relegarse a sitio inferior.
(Anónimo, 1935: 5)

Un año más tarde otro colega, Roberto García-Peña (1936:


8), incluía ligeramente el nombre de Delgado en el nuevo
canon de la poesía colombiana, en una revista de Chile,
publicada por colombianos residentes en aquel país. El

3 Armando Barrameda Morán (1983: 2) dice que la primera persona que


saludó la aparición de Oscar Delgado en la literatura nacional fue Esteban
Coímbra, sin dar más detalles al respecto.

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mismo año un redactor de El Tiempo lo ratifica como una
de las novedades poéticas de Colombia, a propósito de la
reciente publicación de Canciones para iniciar una fiesta
(1936), primer poemario de Eduardo Carranza, con el que se
sepultaría oficialmente lo que quedaba del Romanticismo y
del Modernismo en Colombia: “Los beocios y filisteos que
se quedaron en don Miguel Antonio Caro, Flórez y Abel
Marín, y se pasmaron en Pombo, no captan estos versitos
del joven Carranza o de Camacho Ramírez, otro joven que
está componiendo lindo, o de Óscar Delgado, como antes
nos pasó con León de Greiff y Barba Jacob” (Anónimo,
1968: 18). Pese a la relevancia de estos comentarios, no
dejan ellos de ser alusiones escuetas a una obra brevísima
que apenas consolidaba su discurso, con el agravante de no
hallarse recogida en volumen.

Ayudaba a la propaganda de la poesía de Óscar Delgado,


atizando al mismo tiempo la polémica literaria, comentarios
como los de Laureano Gómez contra los nuevos poetas que,
según él, no seguían “el encanto del ritmo y de la rima”
(Ventura, 1936a), y cuya poesía se empecinaba en llamar
“el género modernista” (Ventu­ra, 1936b). Según Gómez,
bajo el seudónimo de Jacinto Ventura, las combinaciones
métricas en los versos como los de Delgado eran un disparate
y la tal novedad obedecía a una fórmula matemática fácil,
inventada para eludir las dificultades propias del arte poético.
También le repugnaban el tratamiento de ciertos temas como
la mujer, el amor, la sexualidad, que calificaba de “rastrera
sensualidad” (Ventura, 1936c) y el uso del lenguaje:

Los versos que más aplausos coleccionan –dice


Gómez- son los que han roto con mayor audacia
las antiguas sujeciones de la métrica clásica y se

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reducen a una forma libre, vaga, generalmente
asonantada, sarpullida de vocablos exóticos y en
donde la calificación encargada a los adjetivos
utiliza un truco bastante ingenuo que consiste,
por lo general, en una trasposición de las
sensaciones: así, las cosas de gustar se oyen, las
de oír se ven, las de oler se palpan, etc. (Ventura,
1936b).

La respuesta de Carranza (1937) a estas críticas no se hizo


esperar y así enfiló unos versos de Delgado contra el oído
rancio del Monstruo: “Publicamos hoy un breve recorte de
la obra de Óscar Delgado, para regocijo de unos pocos y para
la indignación de todos los Jacintos Ventura enfundados
en el impermeable de su mal gusto. Sí señores: para que
rasguen sus vestiduras todos los polvorientos eruditos, los
solemnes figurones, que miden la poesía y la moral por
centímetros”.

Aldea.
Gris. Blanco en azul.
Nubes hilando y deshilando
en las ventanas el color
del tiempo. (Azorín)

Pero sería, sin duda, la inclusión en 1936 del poema La luna


nueva de octubre (Canción lunática) en la célebre Selección
de literatura Samper Ortega (Samper Ortega, 1936: 105)
lo que posicionó el nombre de Óscar Delgado en la poesía
colombiana, al lado de ciertos contemporáneos suyos como
Arturo, Artel y Carranza, y de los nombres ya entonces
consagrados de la lírica nacional como Silva, Valencia y
Rasch Isla entre muchos otros. La publicación que llevaba

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por título Los Poetas (de la Naturaleza), era uno de los cien
volúmenes de una muestra que pretendía dar un panorama
de los valores de las letras de Colombia y llegar a todos los
rincones del país y al extranjero.

Igualmente importante para la historiografía literaria de


Delgado es el hecho de que ese mismo año figuraron unos
poemas y unas prosas suyas en El Tiempo y El Heraldo bajo
el título general de Canciones Falsas, los primeros y Notas
Artificiales las segundas, acompañados de una nota a manera
de prólogo del futuro piedracielista Tomás Vargas Osorio
(1936: 13). Importante decimos porque según los amigos
más cercanos a Delgado, Canciones Falsas sería el nombre
definitivo que llevaría su libro de versos,4 después de una
rigurosa escogencia, pues según Carranza (1937), Delgado
llamaría su libro Guitarras de una noche mientras Samper
Ortega (1936: 105) sugiere que el nombre sería Breves
canciones de antes. El nombre o anuncio del poemario de
herencia vanguardista como el de Delgado, es para el crítico
Raúl Bueno (1985: 117), el “primer rodeo” del sentido global
del texto; es quien orienta al lector evitando su extravío en
la maraña de significados posibles. Óscar Delgado parece
estar enterado de ello, pues al leer sus poemas con el enfoque
del título Canciones falsas, descubrimos un horizonte
más preciso en la interpretación, una consciente intención
estilística y literaria. y una definida concepción de la poesía
que quizás los otros nombres no le concedían.

Pero al final el libro nunca llegó a la imprenta, pues Delgado


fue asesinado en su aldea natal antes de cumplir veintisiete
años y el tiempo y la fugacidad de las publicaciones

4 Véase en especial el testimonio de Antonio Brugés Carmona, citado en


Anónimo (1937: 1).

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periódicas sentenciaron sobre su poesía un olvido casi total,
pese a que el crimen se convertiría momentáneamente en
un fatídico detonante publicitario para la obra y figura del
poeta (ver la cronología anexa en esta edición). Fue así
como en el lapso de pocos meses escribieron sobre el bardo
malogrado: Lino Gil Jaramillo, Hernando Téllez, Carlos
Ariel Gutiérrez, Rafael Caneva Palomino, José Constante
Bolaño, Enrique Caballero Escobar, Antonio Salcedo y
otros tantos menos conocidos, pero igual de importantes en
la vida intelectual del país en aquellos días. Los adjetivos
elogiosos de su brevísima obra llovieron entonces por
montón: ágil, telegráfica, esbelta, aérea, fresca, sinóptica,
novedosa, limpia… Luego el largo silencio de casi
cincuenta años, con escasísimas reminiscencias de aquella
voz nueva, en una que otra nota que recordaba el aniversario
del asesinato del poeta. En este período sobresalen, por
ejemplo, la inclusión del poema Canción lenta en el especial
“Treinta años de poesía colombiana” (Anónimo, 1939) de
Lecturas Dominicales, y la aparición de varios poemas en
la antología Ecos de poesía, Líricos de la Costa Atlántica
publicada por Rafael Caneva Palomino (1943: 120).

De regreso con Campanas encendidas


En 1982 Carlos Alemán y Santiago Mutis prepararon una
muestra de la obra poética y periodística de Óscar Delgado
con el nombre de Campanas Encendidas (Delgado, 1982),
publicada en los Cuadernos de Cultura Popular del entonces
Instituto Colombiano de Cultura (Colcultura). Aunque
el pequeño volumen no atendía al título de Canciones
falsas y la intención editorial del poeta tampoco quedó
enteramente clara, es ésta la más importante publicación en
su bibliografía, puesto que vino a constituir, a fin de cuentas,
el poemario que había prometido Delgado y cuya ausencia

19
lo había marginado del público lector. En dicha colección
de cuadernillos, Óscar Delgado se reencontró medio siglo
después con Eduardo Carranza, Aurelio Arturo, y otros
pocos de aquella generación que ya habían alcanzado la
gloria del canon, e incluso, la revista Semana comparó el
suceso editorial de Colcultura con la entonces ya lejana
colección de Piedra y Cielo (Anónimo, 1982: 13).

Campanas Encendidas significó de esta forma el


redescubrimiento de una obra que pese a los años seguía
siendo fresca, de ahí su positiva recepción entre los
nuevos y viejos lectores de Delgado, que ya no solamente
elogiaban, sino que anotaban también las que para ellos
eran las carencias del poeta. Por ejemplo, Armando
Barrameda Morán (1983: 2), entre los viejos, dice desde
El Heraldo de Barranquilla que en la poesía de Delgado
“no hubo sofisticaciones”; otros no percibieron sino una
promesa literaria que jamás se concretó: “más expectativa
que realizaciones”, escribiría el novelista Ramón Illán
Bacca (2006: 2). Lectores más jóvenes como el poeta
Vargascarreño (1994: 1), admirarían la atemporalidad de la
obra, e incluso el también poeta Samuel Serrano (1994: 24-
30) vería en Delgado los primeros asomos del creacionismo
de Huidobro en Colombia. Felizmente hoy su nombre no
resulta raro y cada vez más lo encontramos en antologías,
tesis de grado, artículos y ensayos especializados.

¿Cuál novedad?
Entre los adjetivos recurrentes dados a Óscar Delgado
desde su advenimiento a la poesía está el de novedoso.
El calificativo obedecía a lo extraño que resultaba su
versificación dislocada, a la brevedad sistemática en un país
devoto de la profusión y a cierto uso particular del lenguaje.

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“Novedoso miniaturista del verso y la prosa” sintetizaría
Lino Gil Jaramillo (1968: 13).

El mismo Eduardo Carranza (1937), en tono más lírico


que crítico, advertía en 1936 estos rasgos en la poesía de
Delgado al calificarla de “sinóptica”, “mínima”, “original”,
“nueva”, de “aérea arquitectura” y al percibir también
en ella “una cálida palpitación americana”, es decir, la
posición de Delgado y su generación frente a lo hispánico5.
Detengámonos, pues, en estas características de su obra,
consideradas en la época como novedosas, y que le ganaron
al poeta elogios y rencores.

El primero de esos rasgos es, claro, el uso del verso libre y la


prosa poética, ambos raros pero no desconocidos en el país.
Por ejemplo Luis Vidales (1926), a quien Delgado (1937a)
había tildado de “terrorista métrico” había empleado el
verso libre en poemas de Suenan timbres y José Asunción
Silva ya había incursionado a finales del siglo XIX en la
prosa estrictamente lírica. Sin embargo, la mayoría de los
poetas colombianos posteriores seguían embelesados con el
soneto y la declamación.

Inclusive, ciertos integrantes de Piedra y Cielo –generación


a la que se tiene por renovadora de la poesía colombiana–
se caracterizarían por volver a las viejas formas de la poesía
castellana; por instaurar un neoclasicismo al que Delgado
no fue totalmente ajeno, aunque prime en su producción
el verso sin rima, sin forma preestablecida, sincopado, con
el que irrumpe a inicios de la década del 30 abriendo las

5 Así lo ve David Jiménez Panesso (2002: 59) al hablar de tropicalismo


en los casos de Gregorio Castañeda Aragón, Jorge Artel y Darío Samper,
entre otros.

21
ventanas del país a los nuevos aires poéticos que soplaban
en el ámbito de la lengua española con las generaciones
del 98 y del 27, Huidobro, Neruda… El logro no es, desde
luego, una inventiva personal ni privilegio suyo, pues en
una cultura literaria subsidiaria como la de entonces, su
mérito radica en haber sido el más insistente promotor
en los medios de la época de esos cambios en el país.
Una revolución en lo formal que hoy pasaría totalmente
desapercibida:

Esquema de diciembre

Ante los espejos del alba


la aldea
gris
se perfuma
con el agua de oro
de las campanas.

Pulveriza
vidrios de frío
el sol nuevo.

Va
la neblina
teñida en cantos de pájaros.

El río
falsifica
estatuas de nubes.

De extremo a extremo
de la mañana

22
el trópico
cuelga
sus hamacas de colores.

El segundo evento novedoso en Delgado es el uso del


lenguaje, alimentado por la lectura de García Lorca en
particular. Algunos críticos percibieron estas influencias en
la nueva generación poética colombiana y así descubrieron
la fórmula sin admitir renovación alguna. Uno de ellos
fue Juan Lozano y Lozano (1940: 2), que acusaba a la
muchachada de estéril:

Liberación que no va sin embargo hasta la


emancipación del calco de los poetas nuevos,
españoles e hispanoamericanos, que constituyen
su biblia poética. García Lorca, Alberti, Pellicer,
González Rojo, Villaurrutia, Huidobro, Neruda y
otros pocos. Sensación de las cosas, elementos
decorativos, trucos literarios, vocabulario, todo
lo han tomado, ya compaginado y compilado y
hecho, de esos poetas.

En el caso individual de Óscar Delgado, Samper Ortega


(1936: 104) había anotado lo propio, concediéndole, en
cambio, originalidad y talento:

Como todos los poetas que comenzaron a darse a


conocer hacia 1930, atestigua en sus producciones
la influencia del bardo español Federico García
Lorca. No obstante, en Óscar Delgado hay una
cierta originalidad que puede llevarlo lejos el día
que se resuelva a romper los moldes en que, por

23
ahora, ha querido voluntariamente encerrarse y,
abandonando toda imitación, ensaye volar con
sus propias alas.

En efecto, el Lorca de Libro de poemas (1921), de Canciones


(1921-1924) y de Romancero Gitano (1928), parece ser el
derrotero para Óscar Delgado. El lorquismo en su obra es a
veces impúdico, bordeando los límites del calco. Veamos:

Delgado:
Luna para piano

Oye
la luna de la alberca.

(El agua
toca la luna escrita para piano
por Claudio Debussy).

Oye
la luna de la alberca…

Lorca:
Debussy

Mi sombra va silenciosa
por el agua de la acequia.

Por mi sombra están las ranas


privadas de las estrellas.

La sombra manda a mi cuerpo


reflejos de cosas quietas.
[…]

24
Pero Delgado no se quedaría en la imagen y la metáfora lor-
quiana, ni en el paisajismo piedracielista, sino que experi-
mentaría con su propio lenguaje; así lo ve el poeta Samuel
Serrano (1994: 24) cuando afirma que: “Óscar Delgado […]
no se conformó con alcorzar postales de nuestra geografía,
como lo harían sus contemporáneos Piedracielistas, sino que
buscó a través del rechazo de la lógica inmediata, otra reali-
dad más profunda para la creación artística, convirtiendo su
poesía en una metafísica de la imagen”.

La aritmética del bridge se olvida por completo


detrás del sol exacto que recorta para la edición
de lujo de la tarde a la adolescente que pasea por
la costa la fotogenia de sus quince años sobre el
nivel del mar.

Los giros verbales y la adjetivación sinestésicos rescatan


del simbolismo francés una nueva metáfora, igual de
sugerente y musical. A ello se le suma la brevedad y la
concisión en el grueso de su obra, “el mecanismo de
síntesis necesario para reducir a frases definitivas las ideas
y las emociones”, como diría el propio Delgado (1982:
53) a propósito de Barrera Parra.

El manejo del lenguaje sería la razón principal por la cual


se lee hoy a Delgado con la misma frescura y regocijo que
hace ochenta años atrás. Su fina elaboración de la poesía lo
pone a la cabeza de su generación, quizás por eso Carranza
(1937) –gran vidente de su época– afirmaba tempranamente
que el poeta de Santa Ana gozaba de “una muy difícil
ubicación en la demografía del canto”, al compararlo con
cuatro contemporáneos suyos, los futuros piedracielistas
Gerardo Valencia, Arturo Camacho Ramírez, Tomás Vargas

25
Osorio y él mismo, y con otros poetas asociados al grupo
como Antonio Llanos y Aurelio Arturo.

Con sus Canciones Falsas y sus Notas Artificiales, Delgado


desacraliza con muy sutil humor la idea dulzona que el vasto
público aún tiene de la poesía. He aquí otro importante
rasgo estilístico suyo. Si bien es cierto que en su obra hay
jazmines, rosas, lágrimas, niñas y lunas, el carácter no es el
mismo de la literatura anterior y la cursilería no tiene cabida
alguna. Las mujeres en Delgado, por ejemplo, están lejos del
ideal frágil del Romanticismo y, por el contrario, transpiran
en el baile o se ocupan de rudas labores. La luna no es
como la de Silva, fría y fantasmal sino una luna de playa.
Los mismos títulos concebidos por el autor se oponen ya
a cualquier amarre sensiblero que pueda sugerir la palabra
canción (11 de los 22 poemas recogidos aquí llevan este
nombre): Falso y artificial le quitan el carácter solemne a su
poesía, al igual que el sustantivo “notas”6, en vez de prosas
o un nombre más literario. Así le daba Delgado su adiós al
Romanticismo y al agonizante Modernismo en Colombia.

Por último, pero igual de relevante en la obra de Delgado


es el americanismo, entendido aquí como máximo aporte
de aquella generación de poetas y escritores nacionales a
la tradición hispánica, así “la poesía aterriza en la pauta
geográfica”, para usar una frase de Delgado (1931a:
11). En ese empeño sobresalen también los coetáneos
Aurelio Arturo, Darío Samper, Jorge Artel y el propio
Carranza. Nutridos por las corrientes en boga en la época
(terrigenismo, indigenismo, negrismo) y por los conceptos
de José Vasconcelos (1925) acerca del mestizaje americano,

6 En una carta a sus hermanas, Delgado califica de “notica” su Elegía de


Guty Cárdenas. Bogotá, 18 abril de 1932 (Archivo de Regina Delgado).

26
los intelectuales de Latinoamérica asumieron otra postura
frente a lo propio. El vuelco de la generación colombiana
a lo americano no fue sólo hacia el paisaje tropical, sino
a sus costumbres y a su gente, ya no como exótico fondo
histriónico sino como protagonistas:

El recuerdo de Berta Álvarez comprende una


extensa comarca: desde el río erudito en estrellas
hasta el límite de los más remotos acordeones.

Lo admirable en Delgado es que poseía una clara idea del


papel que debía jugar la literatura costeña en la constitución
de una nación y de una identidad plural, apartada de
supuestos y clichés y posible de universalizar. En su texto
sobre Jorge Artel escribe estas líneas que no necesitan
explicación:

Si nuestra generación aportó a la contabilidad


literaria nacional el descubrimiento de la
geografía de Colombia, los poetas costeños, sin
pretensiones de monopolizar la alta temperatura,
han comenzado a definir la dimensión tropical de
la literatura nueva del país. El trópico no es una
alegoría botánica ni es ese octosílabo paisaje
de hojalata en el que creen derretirse dos o tres
pintorescos poetas tropicaloides. Quizás cuando
Jorge Artel extirpe de su instrumento poético la
cuerda de las musiquillas vacilantes, el trópico
se madure en sus versos y en los versos y en las
prosas de los que vamos sintiendo canciones
violentamente nuestras como nuestra brisa,
nuestra música, nuestras estrellas, nuestros ríos
y nuestros árboles (Delgado, 1931b: 11).

27
Podríamos concluir afirmando que al grupo de Piedra y
Cielo y sus contemporáneos no se los puede acusar de haber
hecho una poesía vacua y despreocupada, sin admitirles
paralelamente la frescura de su lenguaje y la renovación
que aportaron a las letras colombianas de entonces.
Tampoco se corresponde con la realidad histórica y social
en que surgieron estos poetas, considerarlos hoy como aedas
cantando a espaldas de los grandes temas que conmovían al
mundo, volcados “a las cosas intranscendentes” como diría
Lino Gil Jaramillo (1937: 98) de Óscar Delgado. No hay
que olvidar que eran jóvenes sin grandes preocupaciones
ni amarguras europeas de entreguerras, testigos jubilosos,
además, de la modernización del país iniciada en 1930 por
los gobiernos liberales.

Si bien es cierto que no más de cinco nombres de aquella


generación se han salvado a la lectura de los años, a ellos se
les debe en gran medida haber puesto la poesía colombiana
a tono con la de Hispanoamérica y España. Fueron, como
casi siempre en los relevos generacionales de la poesía
colombiana, la evolución de la tradición, antes que la
ruptura con ella.

Barranquilla, marzo de 2017

28
Poemas

Canciones Falsas

29
30
Preludio en sol

Sol
de abril:
siete flechas
de música en los arcos
de los caminos trémulos de viajes.

Brisas recién nacidas juegan a la niñez


en los retoños cálidos del agua.

Los pétalos del aire se maduran


de sol.
Y sobre el agua polirítmica
ríen el sol elástico
los retoños
del agua.

Flauta de sol inicia la lectura


de las livianas claves que aligeran
el moreno cuadrante del estío.

Largo retorno de horizontes lentos


en cristalino rumbo de alas limpias
multiplica los ángulos
del sol.

¡Flauta de sol en claves gárrulas!


¡Angulo fiel del ágil sol de abril!

31
Canción morena

En el olor desnudo de la luna morena


vibran los cocoteros, ágiles de tambores
y de candelas vírgenes que pigmentan el viento
cautivo en los retoños fluviales de mi flauta.

Ya la luna morena viene por la corriente


gruesa de nuestro río como una fruta joven
que picaron los pájaros nuevos de las estrellas
y nutrirán los jugos calientes de tu risa.

Derretida en los dedos fluviales de mi flauta


la noche se retuerce sobre tu cuerpo duro.

Tú muerdes el perfume de la luna morena…


Y yo exprimo tu cuerpo como un gajo de lunas.

32
Invitación a la Costa

Iremos a extender el collar de soles de las danzas rojas


dentro del arco rotundo de una estación ágil
que tiñen luces polifónicas de mar.

El sonido mulato de los tambores ebrios


correrá por tu piel como agua de lujuria: y tu cuerpo
veré quebrarse como los acordeones cuando sufren
la morosa nostalgia de los sones cálidos.

Vientos brillantes hundirán en tus cabellos


un salado ritmo de olas.

Colgaremos horizontes flexibles de alcatraces


para mecer el color viajero de nuestros ojos.

Multiplicado en frutales imágenes de olores alegres,


el mediodía sembrará sueños frondosos.

Trenza de noches atará tus senos.


Y candelas insólitas tostarán la sombra
que abrigue nuestro grito enorme, clavado en la tierra marina,
hipnotizada por el agudo zodíaco de las estrellas violentas.

33
Canción cálida

La dorada tiniebla de tu piel visible al tacto


arde como las danzas vegetales
en la ondulante hoguera lenta
de los tambores.

La dorada tiniebla de tu piel


paralela al metálico viento de la música
recoge y mueve la desnuda noche flexible
de los palmares.

La dorada tiniebla de tu piel


visible al tacto,
paralela al metálico viento de la música…

34
Costa nocturna

Atarrayas calientes
el látigo bravo de la rumba
pinta en la espalda de la noche.
Racimo de tambores maduros
suda el olor geográfico de la danza.

A bejucos de candela
se enrosca la serpiente de la brisa mulata
que siembra axilas vírgenes en el olfato
de la temperatura.

En lunas vegetales mujeres de nombres ebrios


tuestan la mazorca de su risa negra.

Las maderas sentimentales


de las orquestaciones indígenas
balancean
pentagramas violentos
como bárbaros chinchorros de guacamayas.

35
Canción fácil

Arena de campanas:
playa de tus cabellos.

Remadora del alba,


brisa rubia
tañes en tu marina cabellera.

Espumas inconclusas aligeran la sombra


de tu voz navegante tras el aire
que acaloran las fáciles campanas
encendidas.

Arena de campanas:
playa bajo las nubes.

En las distancias de tu piel se inicia


la suave adolescencia de las olas.
Distancias de tu piel cierra la arena.

Remadora del alba:


cabellera de dóciles orillas.

36
Mañana

Feliz orilla del día:


desnuda brisa del agua.

La luz enreda en la playa


la sombra de las palmeras.

Marinera voz de sol


para cantar en las barcas.

El aire pinta jardines


en la piel de la mañana.

Feliz orilla del día:


edad celeste del agua.

37
Breves canciones de antes

I
Yo vi crecer tu nombre
como una flor de ausencia y de silencio
bajo la madrugada de tus ojos.

(Yo vi crecer tu nombre...)

Los espejos nocturnos del silencio


cantan su líquida caligrafía,
y el hilo trágico de la distancia
va enhebrando sus gotas,
lloradas al amparo
de un recuerdo solar donde diciembre
abre sus abanicos
de pájaros
azules.

Yo vi crecer tu nombre
como una flor de ausencia y de silencio
bajo la madrugada de tus ojos.

38
II
Abramos la ventana de tu ausencia.

Y la brisa miriágona de un sueño


se plegará a la forma
celeste de los días
que me vieron sorber en tus cabellos
el perfume del sol.

Abramos la ventana de tu ausencia.

Y hacia la lontananza de tu nombre


como un ritmo de nubes
partirán
los pájaros alegres de la infancia
tras el acorde azul de tus pupilas.

39
Canción lenta

Ventana de tu voz sobre la ausencia


de la tarde en tus manos y en las hojas claras.

Abrir sobre tu ausencia la ventana del sueño


y escuchar la forma final de los perfumes
que medían el ritmo líquido de la estrella.

La tarde iba en tus manos y en las hojas claras.


La tarde lenta y fácil
sonaba en el paisaje de tu voz
como una campana de la infancia.

40
Canción íntima

Lento país fragante


de tus manos perdidas.

(Rumor azul
de nubes
en la inconsútil desnudez
del agua).

Lento país fragante


de tus manos perdidas.

(Ausencia azul
de nubes
en la mirada musical
del agua).

Lento país fragante


de tus manos…

41
Tarde

Nos lleva el río a la tarde


narradora de luciérnagas.

La tarde viento de oro


alarga estrellas fluviales
en el color de tus ojos.

Tus manos guían estrellas


en el río de la tarde.

42
Waldteufel

Tañía el río estrellas navegantes


dorado son de estrellas afiladas,
estrellas en el río de la luna.

Luna de los violines: amarilla


voz infantil sobre la memoriosa
fronda de los violines de la luna.

Y pasaban las islas en el sueño


de un viento de violines donde el río
tañía las estrellas y la luna.

43
Canción lunática

La luna nueva de octubre


fragmenta en el pentagrama
gris y trémulo del río
la canción de su reflejo.

¡Canción de luna viajera


en cascabeles de infancia!

La media luna decora


la vernácula balada
de las palomas dormidas
en los aleros de invierno.

¡Lentas palomas de luna


volaron hacia mi alma!

La luna llena de octubre


toca la flor desvelada
del recuerdo con sus manos
enjoyadas de leyenda.

¡Cansadas manos de luna


deshojaron mi nostalgia!

La luna menguante moja


en aguas de madrugada
su red de canas azules
olorosas a luceros.

¡Su red de canas azules


la luna peina en las palmas!

44
Canción leve

La luna nueva de octubre


sobre el mar.

La luna nueva sobre el mar ahíla


su amarillo rumor
de hoja oscilante.

El mar de azules filos


fragiliza los cálidos metales
de la luna en perfil.

La luna nueva
de octubre
sobre el mar,
guitarra anocheciendo.

45
Luna para piano

Oye
la luna de la alberca.

(El agua
toca la luna escrita para piano
por Claudio Debussy)

Oye
la luna de la alberca…

46
Esquema de diciembre

Ante los espejos del alba


la aldea
gris
se perfuma
con el agua de oro
de las campanas.

Pulveriza
vidrios de frío
el sol nuevo.

Va
la neblina
teñida en cantos de pájaros.

El río
falsifica
estatuas de nubes.

De extremo a extremo
de la mañana
el trópico
cuelga
sus hamacas de colores.

47
Azorín

Aldea.
Gris. Blanco en azul.
Nubes hilando y deshilando
en las ventanas el color
del tiempo.

Aldea: novia con paisaje.


Luna feliz.
Tarde en azul.
Flauta olvidando y recordando
sobre las rosas el olor
del tiempo.

48
Canción monótona

Llueve
en fa menor.
A la luz de la lluvia leo tu recuerdo.
La lluvia
toca en los pianos vespertinos
una música como las rejas
de tu antigua ciudad.
El gris bemol de la tarde
suena en la escala de las gotas
de las hojas.
Tu recuerdo termina
pero la ventana oye toda la lluvia
en fa menor.

49
Canción

Infancia:
lluvia sobre las rosas,
guitarra anocheciendo…

Y el ágil aire
y el día de las nubes recorriendo
el geométrico sol de las ventanas.

Infancia:
penumbra de jazmines,
guitarra anocheciendo…

50
Vieja canción

Los jazmines encienden su perfume de luna


y apagan las guitarras.

Fin
de la honda canción de alguna noche.

La lenta sombra de las hojas mide


las distancias del tiempo y de la música.

Mujer,
vieja canción de alguna noche:

apaga la memoria lunar de los jazmines


y enciende las guitarras.

51
Jardín

Sobre la noche ondulante


inclina el viento de la luna
su canción de hojas.
El brillo de los perfumes alarga
la memoria vegetal
de la sombra.

Sobre la noche ondulante


de las hojas
el agua flautista
extravía en el tiempo de la luna
su música indescifrable.

52
Paz

Va por la senda tenue del silencio la sombra


musical de tus pasos. Pretéritas corolas
en una red de pálidas fragancias aprisionan
el fantasma del eco de las difuntas horas.

Tus manos convalecen de añoranzas propicias,


tu voz entra en la bruma de otoñales sordinas
y tus cabellos plúmbeos, enhebrados de enigmas,
se atedian bajo el éxodo de las hojas antiguas.

Radia en la geometría galante de tus joyas


la lenta arquitectura de las nubes absortas.
Y para el rito flébil de tus últimas glorias

en el viento de oro del crepúsculo vibra


tu nombre como una luz sagrada encendida
sobre el aceite lírico de la tarde infinita.

53
54
Prosas

Notas Artificiales

55
56
Añoranza del retablo estival

A Enrique Caballero Escobar

El paisaje
Cuando comienza diciembre a hojear su álbum de amane-
ceres, los almendros giran ya bajo una brisa de pájaros.

El verano pulveriza su lámina trasparente sobre el aire de


azul trémulo que refresca la sombra de las nubes nuevas.

Para el advenimiento de aquella navidad provinciana, sin


villancicos, ni juguetería, el paisaje recoge la humedad
dorada de las campanas y envuelve las dimensiones
tranquilas de la aldea en trinitarias de sol.

La estrella
Ante una cálida opacidad de cigarras, el crepúsculo ilumina
la leyenda de la estrella nunciadora, desflecada entre la
cabellera del río claro.

Nunca supieron de su sabor bíblico los hombres que la


contemplan a través de la verde quietud de las ceibas, pero
su geometría de vidrio retoca una religiosa emoción que
aclara la humilde arena de sus vidas.

La estrella es un plateado rumor de paz que va enhebrando


el collar de las lunas magas de diciembre.

57
La noche
Convertidas por afán eglógico de los habitantes en angostos
bosques de arbustos teñidos por una liviana floración de
papeles alegres, las calles entran al murmullo de la noche
gozosa pobladas de faroles rústicos que tiemblan en el
ramaje como brillantes frutas de colores.

La noche navideña balancea en el chinchorro de candelas de


la cumbia su desnudez enjoyada de constelaciones rurales.

Unos tambores alimentan el vértigo del vestuario campesino


que desarrolla su cromática exuberancia sincronizada por el
abanico melódico de los acordeones.

El milagro
Surge de la temperatura recóndita de los pechos el canto
que desenvuelve la interpretación lugareña del inefable rito
iluminado por una calurosa liturgia de cobres.

La hora del milagro antiguo recorre la cronometría aguda de los


gallos. Y panes calientes inciensan el olfato de la madrugada.

La Virgen morena
Nocturnas trenzas onduladas por la recia evocación de los
bejucos que fortalecen el rancho nativo. Pupilas tostadas
por el viento oloroso que agiliza la fecunda lejanía de
los maizales. Brazos disciplinados en la gimnasia de los
cántaros rítmicos para el ritmo maduro de la maternidad.
Voz vegetal como la risa de las mazorcas. Piel profunda
como la tiniebla líquida de los estanques montañeros…

58
La Virgen morena, sembrada en el centro del retablo estival,
conforta la ambición paterna de aquellos hombres nutridos
por el ácido misticismo de la tierra.

59
Hoja de álbum

En este álbum familiar los recortes de periódicos estable-


cieron la reconciliación tipográfica de todas las literaturas.
El azar de las tijeras impuso a los autores y a los estilos
un imprevisto régimen de colindancias. La hidráulica lacri-
mal de Julio Flórez inunda el suelo fúnebre de los cipreses
agobiados por la ráfaga del plenilunio. Luis Vidales practi-
ca su terrorismo métrico en la misma página donde varios
sonetos de Miguel Rasch Isla regulan el funcionamiento
del otoño. Y junto a la gesticulante y heroica prosa de José
María Vargas Vila, figuran los circunspectos acrósticos de
Federico Gil, poeta de la más conmovedora domesticidad.

A cualquiera de sus folios pegó alguien cualquier día mi


loa de diciembre, impresa en anilinas estivales como
un cartel de turismo. Son unos párrafos excesivamente
decorativos, planeados en torno al escenario de la navidad
provincial. En la temperatura de los adjetivos resuena
todavía la noche teñida de acordeones y faroles, con su
estrella perpendicular a la ingenua botánica del retablo y
sus campanas madrugadoras apresurando la salida del sol.

Esta página movida por amplias metáforas rurales me


plantea hoy de nuevo aquel paisaje ventilado por los
almendros que giran bajo la brisa de los pájaros. A través
de la fronda gramatical una música de cobre aparece y
desaparece.

60
Croquis de la lluvia

Para el viaje a la infancia la lluvia tiene las mismas


excelencias que Jean Cocteau le reconoce al trueno. Cuando
el pizzicato de las primeras gotas anuncia el tema de la
sonata pluvial, se apresura el recuerdo a perseguir la clave
de las estampas infantiles en la emoción del invierno.

Entonces aparece la tarde aldeana tejiendo morosamente


la lluvia de acuerdo con la más aburrida técnica de los
encajes. En la comarca de los patios el agua implanta para
el itinerario de los barcos de papel un erudito sistema de
lagos, istmos, ríos, ínsulas y penínsulas y elabora en las
albercas la profundidad pulida y lenta donde imprimirá
la mañana su litografía de sol nuevo en las hojas y nubes
puestas a secar en los alambres del telégrafo.

El crepúsculo invernal se demora en los jardines descifrando


penumbras y humedades. Quizás una campana brilla tras
el límite de la noche. Y después, a la distancia del sueño,
la lluvia continúa ejecutando su melancólica música de
clavicordio como en las arietas de León Bogislao de Greiff
Hausler.

61
Acuarela de Berta Álvarez

Mientras llueve sobre Bogotá como en las peores épocas de


la literatura colombiana diviso el recuerdo de Berta Álvarez
iluminado por lustrosa meteorología. Berta Álvarez en su país
tórrido aparece bajo el claro viento fluvial, junto a las músicas
de guitarra. Es una mujer morena con diciembre al fondo.

Evocar el verano equivale a trasladar estrictamente a su


cuerpo todo un sistema de símbolos estivales.

Indudablemente sería preciso escribirle una carta de amor


para conocer la densidad de los crepúsculos o la altura de los
almendros. Y en virtud del mismo embaucamiento erótico
resultaría ineludible usar una liviana sintaxis vespertina
para inquirir de sus canciones la posición de los planetas,
o de los hábiles revuelos de su falda la temperatura de los
bailes antillanos.

El recuerdo de Berta Álvarez comprende una extensa


comarca: desde el río erudito en estrellas hasta el límite de
los más remotos acordeones.

Allí, naturalmente, las noches llevan sombras de hojas


como los poemas de Aurelio Arturo y los días extienden su
cielo redactado en blanco y azul a la manera de los mejores
cuentos de Azorín.

62
Mi pueblo centraliza ese leve territorio de álbum. La
torrecilla eclesiástica reparte irónicamente su horario de
voto y sus palomas. Y cuando los gallos, influidos por Jules
Renard, orquestan el avance del alba, todas las ventanas
componen con los pájaros y las trinitarias una escena de la
más vistosa ortodoxia decembrina.

Entonces, en su patio lleno de vegetaciones pueriles, Berta


Álvarez organiza la coreografía de las palmas y hacia el
vaivén de las rosas solariegas eleva sus brazos donde no se
pone el sol.

63
Ramona

I
Fue en este pueblecito de calles que van y vienen sin prisa
donde a través de los discos ortofónicos descubrí a Ramona,
instalada en su caluroso escenario sembrado de palmeras
falsas.

II
En todas las grafonolas habitaba entonces un barítono que
imponía a su voz, como sentimental gimnasia, un elástico
suspiro por el amor de Ramona.

III
¡Ramona! La lente de ese nombre fotogénico proyectaba en mi
pensamiento una imagen de mujer deliciosamente selvática,
vestida de morenas desnudeces. Sus tres sílabas, impulsadas
por el cordaje de un violín palúdico, giraban como trompos
de colores sobre la superficie del silencio pulido.

IV
El paisaje conjugado en siete tonos rurales me hizo amar a
Ramona dentro de la égloga. Desde la mañana columpiada
en vientos azules y verdes, hasta la tarde tendida en el
chinchorro del crepúsculo, Ramona recorría bucólicos
itinerarios en mi imaginación, movilizada por la mecánica
oculta del aparato parlante.

64
V
Era un amor absurdamente abstracto: fue vana la búsqueda
de una concreción femenina capacitada para servir de
envase a la melodramática idea de mi amada.

VI
Inesperadamente desapareció. El sitio fue abandonado por
las grafonolas, y las gaitas lugareñas que sostenidas por los
tambores de piel de chivo alzaban luces rojas en la plaza
nocturna, desconocían el nombre que adoptó elasticidades
imprevistas en el suspiro solfeado de los barítonos.

VII
¿Qué rumbo tomarían las prófugas bocinas que difundieron
por los ángulos cardinales de mi fastidio la silueta de esa
mujer musical?

VIII
Yo utilicé un olvido endecasílabo que aprendí de ciertos
rapsodas para borrar el eco que las cadencias de Ramona
dibujaran en mi reloj provincial.

IX
Bajo temperaturas de añoranza cultivé aquel olvido.
Cuando la creí para siempre retirada de la ortofónica espiral
del disco, recordábala llorosamente, como se recuerda a las
novias románticas que mueren de una enfermedad literaria.

65
X
Sin embargo, cada vez que contemplo el avance de la
civilización, en mi ánimo flamea la fe en la muerte de
Ramona.

XI
Cualquier día la peste de los voltios inoculará a la vida de
este pueblecito el microbio que ha de acelerar el ir y venir de
sus calles, y dislocará la inefable geografía y la astronomía
simplísima que patrocinan hoy su panorama.

XII
Y quizá no sobreviva yo a la tragedia de que, asomados a
algún altoparlante público, todos los barítonos me anuncien
el retorno de Ramona, enjoyada de colores eléctricos y
envuelta en el pentagrama tórrido del saxofón.

66
Elegía de Guty Cárdenas

Como el novilunio y la estrella de la tarde, la guitarra exorna


el blasón crepuscular de las aldeas.

Las aldeas, inmóviles en una lenta opacidad de olvido,


recorren el terciopelo de los atardeceres por la ruta melódica
de esa guitarra siempre encendida tras el olor de los recuerdos
que bendicen la marchitez de los patios patriarcales. La
brisa blanca de las palomas y los heliotropos, rizada de sol
vespertino entre las ventanitas de madera sobre las cuales
la devoción familiar crucifica los cogollos de palma que
iluminaron vegetalmente la misa del Domingo de Ramos,
impregna en lejanías de ángelus el preludio de las canciones
traspasadas por esa amarga dulzura yacente en el nombre de
las hermanas muertas.

Conmovedoras enredaderas de trovas refrescaron mucho


tiempo la bohemia anecdótica de los enamorados nocturnos
y pulieron la evocación erótica de las serenatas, hasta cuando
el advenimiento de las grafonolas trastornó los inefables
sistemas provincianos de asedio cordial a las trenzas y los
ojos y las manos de las novias atediadas en el cautiverio de
las rejas amables, rústicas, encanecidas de lluvia. Y ante
la derrota de las ingenuas orquestas cuyo funcionamiento
llenó los ocios del boticario, el peluquero y el alcalde,
los mecanismos parlantes dosificaron automáticamente la
emoción de las constelaciones.

67
Alguna grafonola febril prolongó en la distancia de una
noche cualquiera de mayo o de septiembre la voz cálidamente
dolorosa de Guty Cárdenas, el trovador inolvidable que
infundía resonancias arrebatadoras a su instrumento de
nerviosas cuerdas estremecidas de nostalgia indescifrable
como la sombra rítmica de los almendros.

Guty Cárdenas poseía el armonioso secreto de fertilizar el


fenómeno fonográfico mediante la irradiación conmovida
que a través de su canto articulaba la métrica fragante de
los versos terrígenas. Urdida por la prosaica física de los
aparatos de Edison, la hebra sagrada de sus canciones
bordó en el silencio penumbroso del sonambulismo aldeano
la memoria lírica de todos los romances y la viviente
reminiscencia de aquellas viejas guitarras que antaño
musicalizaron la virtud azul del véspero y la presencia
agorera de la luna y el itinerario fugaz de la Vía Láctea.

68
La tragedia de los organillos

La subconsciente sugestión de primitivismo que, según


Ortega y Gasset, actúa a través de lo húmedo sobre la mente
humana como una goma que nos pega al paisaje, es quizá
el sedimento que origina esa angustia evocativa que recorre
toda la literatura invernal. Y al modo de las formas reales o
metafóricas del agua, la música neumática de los organillos
conecta con sutiles hebras líquidas nuestra memoria y
hondísimas imágenes de añoranza.

Siempre la voz de un organillo tiñe de amarillento enigma


las calles de esa ciudad que alguna olvidada novela edificó
sobre la arena de nuestra infancia y que se perenniza a lo
largo de las lecturas posteriores como un recuerdo dibujado
al lápiz. Después, en cualquier ciudad terrestre, hemos visto
a un hombre manejar el lírico aparato junto a la perpendicular
indiferencia de un poste del alumbrado urbano, alfiler de
falsa piedra que se eleva en la esquina como una mariposa
de asfalto, y de nuevo extrae el pensamiento de su colección
de estampas el organillo triste y viejo que dentro de un
delicado soneto de Luis C. López hila flecos de cordial
arrullo bajo los balcones medianochescos.

La historia de la música popular es la serie de sus


adaptaciones a los diferentes grados térmicos que va
alcanzando el amor, adaptaciones que acarrean las sucesivas
decadencias, desaparición, invención y grandeza de las
faunas instrumentales.

69
Cuando prosperó ese amor moroso que enredado a la
arquitectura de su época como un rosal parásito, hacía
depender su destino de media docena de compases de
vals asociados a la luna y demás celestes utensilios de
uso retórico, alcanzaron el vértice de su gloria todos los
instrumentos anémicos que sometieron a irrigaciones de
melancolía el otoñal jardín donde distribuyó sus gracias la
risa de la Marquesa Eulalia. La ventilación de los abanicos
cortesanos fue utilizada por los poetas endecasílabos para
crear en pleno trópico un amanerado escenario de artificial
vegetación propicia a exquisitas complicaciones amorosas
y a las lentas escenas de las romanzas crepusculares;
gemían entonces los organillos lejanos, atareados en la
suave canción oportunamente antigua…

Un día el amor desecha los rudimentarios vehículos


musicales y confía su locomoción a medios deportivos,
encaminados a racionalizar el sentimiento ciñéndolo a las
reivindicaciones biológicas. La poesía aterriza en la pauta
geográfica. La emoción liquida el cadencioso itinerario de
Waldteufel y el jazz siembra en el oído una ruidosa botánica
cuya fronda orquestal luce como fruta inédita la desnuda
carcajada de la negra Josefina.

La fuga de los balcones, de los enamorados y del silencio


inicia la tragedia de los organillos. Su música húmeda
sufrió las fricciones metálicas del tráfico y humillada por
las sirenas de los automóviles subordinóse a las exigencias
de la circulación urbana.

70
Hecho para el quedo vaivén del amor de antes, fracasa
cuando intenta convertir sus tubos en incubadora de
músicas veloces. Y a través del estridentismo callejero, la
hegemonía de los cobres satiriza la flácida musculatura con
que el decadente aparatillo remeda el brinco altisonante.

71
Carta con paisaje al fondo

Santa Marta, diciembre. Amigo Jorge Cárdenas: Aquí, a la


orilla del país, los últimos guarismos del calendario reciben
una vertiginosa ventilación marina. Bajo el excesivo
kilometraje del viento, esta ciudad ondula y suena como los
acordeones. Los árboles practican una elocuente gimnasia
que les altera el corte de su indumentaria y las mujeres
asisten a la desorganización de su follaje.

Habito frente a una bahía que me reconcilia con la técnica


de las tarjetas postales. Una bahía en traje de domingo.
Sobre sus livianos verdes y azules queda muy bien el gris
tonelaje de los trasatlánticos. La oratoria del mar envuelve
unos crepúsculos de ancha sintaxis que colecciono en mi
cartera. También, a propósito de la medianoche, la luna
incalificable aparece cuando las olas funcionan de acuerdo
con los mejores valses de Johann Strauss.

El declive de las lluvias que biselan el aire de Bogotá es,


naturalmente, la posición menos apta para el estímulo de
tus relaciones personales con el Océano Atlántico. Cuando
el asfalto invernal tergiversa la noche de los faroles y pasa
la dama de invierno guarnecida por la zoológica frivolidad
de sus pieles, resulta inverosímil poseer un concepto de
las playas. Este pliego podría convertirse, pues, en una
invitación a que por contacto con los colores marítimos
rectifiques tu minuciosa teoría de la bañista. Lo cual sería
muy saludable.

72
La aritmética del bridge se olvida por completo detrás del
sol exacto que recorta para la edición de lujo de la tarde a
la adolescente que pasea por la costa la fotogenia de sus
quince años sobre el nivel del mar.

73
Alma y paisaje de Margot Manotas

Margot Manotas, mujer de estío…

Aquella ciudad flexible que perfuman las distancias de su


viento fiel recógese como un eco bajo la cálida síntesis de
tu nombre.

Vibra en ti el recuerdo del sol que arquea el oro violento de


su ruta sobre nuestro paisaje fértil, mecido por el sueño de
las nubes que tejen el vuelo marino de los cielos veloces.

Tus ojos deletrearon la ardiente astronomía de las noches


engarzadas en torno a la umbrosa vibración de las palmeras
y tu voz ha seguido la curva de las canciones abiertas ante
el olor moreno de las lunas.

Nuestra añoranza y nuestros sueños emigran hoy a la tem-


peratura feliz de tu belleza engastada en el saudoso hemis-
tiquio de Leopoldo de la Rosa: “Mujer, noche tú misma”.

Tu cuerpo capta la exquisita sinuosidad de nuestra música,


porque lo ha vestido la muselina vegetal de las mañanas
cristalinas, y porque lo ha envuelto la ola como una llama
de esmeralda.

Margot Manotas, mujer de estío: toda la claridad en tus


pupilas, toda la sombra en tus cabellos…

74
Loa de las estrellas menores

La metafísica del fantasma tenía por objeto establecer la


posición de Greta Garbo en el cosmos. Sus más tenaces ca-
tedráticos iban camino de imponerles a los espectadores del
cinema la lectura de Max Scheller en los intermedios. De lo
cual tenemos desapacible memoria. Greta Garbo, importan-
tísima mujer sin importancia, centralizó una copiosa circu-
lación de biografías, teorías, poesías y teosofías deslumbra-
das por la temperatura boreal de sus ojos y extraviadas en el
meridiano frígido e inexacto de su sexualidad.

La metafísica del fantasma comprendía también la ubicación


cósmica de Marlene Dietrich, tudesca inquieta y andariega.
Alguna noche, mientras llovía bajo la dirección de Joseph
von Sternberg, apareció su máscara, en parcial eclipse por
la oblicua penumbra del velo, y a ella concurrieron los
geómetras de las cejas, los matemáticos de las pupilas, los
geógrafos de los labios. El patético mecanismo de esos
componentes faciales intervino en la escenografía erótica de
varios continentes. La estela de las películas que lo portaban
dio rumbo a extensas filosofías del viaje y a literaturas de
bares y de puertos, a bordo de cuyos párrafos navegamos
hacia la biología de Marlene Dietrich regidos por el eco de
sus canciones y por la desaforada brújula de sus piernas.

Por fortuna en el goce de la astronomía cinematográfica


vamos ya olvidando esos astros de tan enciclopédica
brillantez. Ahora preferimos ingresar a la zona leve y amable

75
donde funcionan las estrellas menores. Allí los nombres y
los rostros ejercitan su magia espectral y pendulan de la
luz a la sombra sin las intervenciones del impulso teórico.
Cada mujer acarrea su feminidad y su atmósfera, libre de
cualquier varillaje libresco que interfiera la fluidez de su
ademán o la proyección de su belleza.

Las estrellas menores fluctúan dentro de minuciosas


anécdotas, discurren por entre pasiones actuales y manuales.
Sus actos no colindan con ninguna dimensión universal.
Para amarlas no es indispensable recurrir al estudio de la
geometría ineuclidiana.

Kay Francis con su boca enervante y húmeda como un mal


clima; Joan Crawford con el glisando fácil de su dentadura;
Miriam Hopkins con su carita pueril de amiga íntima; y los
capilares platinos de Jean Harlou, el latifundio carnal de
Mac West o las ligas de Jeanette MacDonald: todo y el resto
puede surgir, deslizarse, brillar y desaparecer en la pantalla
(en tanto que Herbert Marshal sonríe y estafa en varios
idiomas europeos, un poco antes de que Edward Everett
Hurton contraiga matrimonio y cuando William Powell
ensaya para su voz esmeriles inéditos) sin que el desarrollo
de tan nutrido registro de delicias signifique la rectificación
del concepto de la angustia o la reforma en la fisiología de
las culturas.

Su loable calidad artística resalta especialmente en la


manera de manejar ciertos útiles de la escena: muebles,
armantes, vehículos. Como dominadoras de máquinas sus

76
aptitudes van desde los automóviles hasta el saxofón. En
cambio, el comportamiento de Greta Garbo ante un teléfono
es igualmente detestable al de Marlene Dietrich frente a
los pianos de cola. Y ambas han dejado constancia de su
torpeza en el uso de los ferrocarriles.

77
Visión de Berta Singerman

Como si atravesara el ámbito de los ecos rurales que


refrescan la página sinfónica donde Igor Stravinsky narra el
ritual consagratorio de la primavera, Berta Singerman surca
el ritmo de los poemas deslumbrados por el estremecimiento
de las imágenes elementales llevando en la piel y los
cabellos la unción de los dorados perfumes que aligeran el
equinoccio gozoso.

En el aire ágil y en la luz inconsútil, en el espacio palpitante


bajo la libertad de las formas generadas dentro de la vida
virgen de la tierra, Berta Singerman halla las fraternas
fuerzas dóciles al enigma lírico de su garganta, modelada
para el ejercicio canoro de aprisionar la esencia dionisíaca
del fuego.

Cuando ella golpea la tiniebla de septiembre con la torva


sentencia del buitre o alarga en la fatiga lunática de un
sueño la evocación de las sombras de los cuerpos que se
juntan con las sombras de las almas, la ternura brillante del
fluido vocal no logra definir la nota de la angustia metafísica
de la añoranza viril. Porque la noche propicia a su voz no
es el arco de signos pensativos ante el cual se inquiere de
los infolios esotéricos la cifra de la eternidad sino la fiesta
fértil de las nupcias universales que glorifica un himno de
fragancias undívagas como cuerpos de mujeres.

78
A la orilla de los versos húmedos de temblor matinal,
clarificados de rumores aéreos, las pupilas de Berta
modulan el asombro de la distancia rítmica por donde las
mariposas vegetales de sus manos perseguirán el viento
de su voz… (Viento de oro que incendia la fronda sorda
de las palabras mesuradas, esa voz debiera sólo recorrer la
clave diáfana que concatena los colores de la primavera en
una ronda fácil). Penetra a la atmósfera de los cromáticos
símbolos vernales con la alegría de una deidad adolescente
que danzase a la música de su propia risa.

Danzando alrededor del verso conjura Berta Singerman el


espíritu de la letra, permaneciendo así en el sentido clásico
de la danza: enunciación graciosa.

Danza el canto pacífico que rodea en el alba la desnudez


de las primeras horas, el arpegio que festona la ruta de los
pájaros, el grito del sol ebrio en el mediodía de las uvas, el
salmo del agua madrugadora que pasa deshojando retoños
trémulos de nubes y la plegaria inmóvil del agua que
murmura luceros mientras los árboles tejen el crepúsculo.

Y al perenne danzar sobre la fiel juventud de los paisajes


iniciose su alma en la bienaventuranza de crear y sus brazos
intuyeron la sedosa cadencia de las letanías maternales. La
esplendidez verbal que antes fuera órbita de la loca emoción
asordínase y enternecida se adelgaza en hebras estelares que
urden la íntima mitología de los cuentos y se aterciopelan
como el sueño de las ventanas felices para mecer a los niños
en hamacas de luna.

79
Júbilo de la tierra y la vida, liturgia de la noche y el día, grácil
ráfaga de los ímpetus claros: esa voz de Berta Singerman,
encendida en el epitalamio de la estación madura y en
el panteísmo de la maternidad perfecta, grita las intactas
lontananzas que en el corazón extiéndese a la idolatría del
mundo.

80
Portada

Un grupo de escritores aprovecha la breve ausencia de


Jaime Barrera Parra para publicar en esta hoja, que él dirige,
los resultados literarios de diversas idas y venidas por las
panorámicas “Notas del Week-End”.

Los artículos aquí reunidos tienen, pues, la trepidación de


la caligrafía cosmopolita con que se redactan los apuntes de
viaje. El lector de Jaime Barrera Parra es el pasajero de un
ferrocarril que le da la vuelta al mundo. Los rectángulos de
las ventanillas deslízanse ante sus ojos como cartas de un
naipe arremolinado en el azar de las ciudades o en el viento
marino.

Otras veces el transitar por sus páginas deja en el oído la


temperatura sexual de la música negra. Sus metáforas
y adjetivos parecen compuestos al compás del saxofón,
extraídos del alcohólico ritmo de los espejos en algún bar
novelesco, en el mayor bar del mundo, hallado por Paul
Moran en Asia.

Allá detrás de su prosa persiste la musiquilla de los


acordeones trashumantes. Uno de esos acordeones, como el
acordeón de Pierre Mac Orlan, es para Jaime Barrera Para
una cartera repleta de documentos sentimentales. Seríale
grato ejecutar en él, frente a la vidriera de cualquier café de
puerto, un valse de Waldteufel.

81
Bar hacia el alba

I
Jaime Barrera Parra fue un profesional del mutismo. El
mutismo fue su predilecto género de conversación. Aquella
noche, mientras Juan Roca Lemus hablaba copiosamente
alrededor de la teoría y la práctica de la caza del cocodrilo,
Jaime construía su silencio al compás del corazón y del
saxofón que desde la orquesta elevaba la temperatura del
bar con una enfática música de las Antillas. Pero de pronto,
en inverosímil ejercicio de locuacidad, inició el ditirambo
de las grafonolas en una laboriosa plática que después de
complicarse con cierta erudita exégesis portuaria del amor
desembocó de manera imprevisible frente a la decadencia
de la marimba para concluir con una fundamental metáfora
sobre el asesinato. Y volvió a callar. Por única vez vi
entonces intervenir en su conversación unos cuantos
elementos de esa literatura suya que siempre pareció como
compuesta entre la atmósfera nocturna de algún bar donde
ardiera la cobriza música de las Antillas.

II
En su camarote de periodista, bajo el aturdimiento litográ-
fico que desplegaban tres dibujos de Covarrubias, cuarenta
y cinco retratos de Marlene Dietrich y un mapamundi, Jai-
me Barrera Parra escribía su prosa impregnada en anilinas
locomotrices. A bordo de su “Remington Typewriter 12”
aterrizó en los temas de todos los climas. Los recuerdos de
su adolescencia provincial y de su juventud internacional

82
coloreaban sus párrafos con una tintura de veloz trascen-
dencia geográfica. Por eso quienes cubrían los itinerarios de
su estilo comentaban luego la aventura con esa premurosa
sintaxis que se usa para redactar los boletines de turismo.

A las rutas marítimas y terrestres que recorría llevó


siempre Barrera Parra sus añoranzas rurales cariñosamente
dobladas en su cartera. Las vertiginosas estampas que iba
filmando su óptica viajera se alineaban paralelamente a su
cordial colección de acuarelas silvestres. Junto al puente
de Brooklyn y a la torre Eiffel figuraba el campanario y la
estrella de la tarde. Las ciudades, las mujeres y las cataratas
de exótica ortografía colindaban con sus nativas imágenes
aldeanas, pulidas por el ángelus y el plenilunio. Detrás de
los timbales y trombones de Paul Whiteman fluía en su
memoria un octosílabo eco de guitarras…

Asomado permanentemente al escenario de Europa, con


la inteligencia irrigada por lecturas y tóxicos, vitaminas y
tesis de Occidente, Barrera Parra no perdió nunca el ritmo
cromático de su tierra original. Y esa fue la clave de su
ejemplar humorismo. Su bifocal sensibilidad le proporcionó
el mecanismo de síntesis necesario para reducir a frases
definitivas las ideas y las emociones de la literatura y la
política, desde las atribuciones cósmicas del poeta cursi
hasta la influencia de las neveras en la obra de Baldomero
Sanín Cano, pasando por la importancia electoral de los
maizales en los Estados Unidos e incluyendo la neurastenia
del elefante. Así en esta retórica labor de superposición,
dispersión, distribución y revolución de hombres, libros,

83
paisajes y animales, Jaime Barrera Parra inauguró un
inolvidable funcionamiento del adjetivo y una sorpresa
técnica de la metáfora.

III
Jaime Barrera Parra deseaba envejecer en un puerto. Una
playa, un faro, un bar. De noche impulsado por el humo
de las pipas trashumantes y por un viento de narraciones
con nombres de archipiélagos, el bar iría navegando hacia
el alba. Jaime recordaría que allá dentro de sus mejores
páginas ocultó la música de su acordeón trasoceánico
que fue, como el acordeón de Pierre Mac Orlan, una
cartera llena de documentos sentimentales. Y quizá en la
madrugada marina le hubiera sido grato ejecutar en él un
vals de Waldteufel.

84
Nocturno de Diego Fallon

Resulta por completo inexplicable que la luna esta noche no


ejercite sobre la ciudad sus aptitudes iluminativas de acuerdo
con los más elocuentes endecasílabos de Diego Fallon.
Porque no puede la memoria proyectarse con certidumbre
hacia la centenaria estampa del poeta sin el auxilio de la
tenue balística plenilunar. Su evocación exige un fondo de
esa luz azul y solemne que agranda las vidrieras en ciertos
pésimos retratos de Beethoven.

Ha sido, pues, imposible ilustrar la ceremonia conmemo-


rativa del bardo tolimense verificando los datos conteni-
dos en su lírico informe acerca de la voltaria esfera.

Cualquier viaje a la luna se complica siempre por una trave-


sía pueril de la adolescencia. Tanto interviene el saturnino
reflector en las escenas de aquella edad oblicua, enfocando
el nombre de la novia o el desarrollo de los valses viene-
ses, que un itinerario dirigido al examen y nomenclatura de
sus regiones debe partir del menos apacible recuerdo que se
tenga de la iniciación en la retórica. De ahí que al releer las
treinta estrofas de Diego Fallon, es decir, al dispararse uno
métricamente contra la integridad del plenilunio, se perciba
desde luego un frondoso recuerdo de surtidores, organillos,
jazmines y otros útiles del escritorios de los dieciocho años.

Diego Fallon era el lunático enciclopédico. Enfiló en toda la


longitud de la trayectoria del satélite sus graves preocupa-

85
ciones respectivas al alma y a la muerte, a la gramática y a la
historia universal. Fue de la luna un enamorado categórico y
gesticulante. La luna pudo así anticiparse medio siglo a las
mujeres del cinematógrafo italiano.

La luna gustaba entonces de coincidir con cierta página


de Baudelaire y oprimía la garganta de las niñas para
comunicarles un perenne deseo de llorar. Su influencia
en los jardineros de la época era notoria en las novelas de
amor. Su cuarto menguante figuraba entre los documentos
del suicida. Y su aparición a la altura de los campanarios era
melódicamente celebrada desde algún soneto de Luis Carlos
López por los tiples y las melenas de los aedas tahúres.

Pero la decadencia de Pina Menichelli disminuyó la


importancia de la luna. Le impuso radicales reformas en el
maquillaje y la obligó a introducir costumbres extravagantes
en su vida privada. La luna varió el curso de sus cejas y
aprendió a tocar el ukelele.

Hoy sus adoradores patéticos a la manera de Diego Fallon,


sus amantes eruditos y filosofales, andan por ahí sumergidos
en el polvo memorioso de las bibliotecas y de los archivos,
escrutando los recovecos de las Obras Completas en
busca de biográficas fechas aptas para colgar de su cifra
la iconografía de la luna vetusta. La luna actual, mientras
tanto, se olvida de los lagos y de los árboles, transita por el
cielo como si lo hiciera bajo la dirección de Ernst Lubitsch
y lleva sus rayos ondulados estrictamente como los cabellos
de Peggy Hopkins Joyce.

86
Gregorio Castañeda Aragón o el mar no visto

Gregorio Castañeda Aragón ha ido elaborando sin premura


su inventario marítimo. Ancoras y esparaveles, banderas al
sol, pájaros en las jarcias. Las velas pescadoras que trazan
sobre azul su geometría de tiza. Los mástiles que tejen
crepúsculos trasatlánticos. Una marimba ilumina la taberna.
Gregorio Castañeda Aragón entra a la taberna para fumar
un pensamiento de viajes a la luz de la marimba: “Rodear la
tierra. Un mar hoy, otro mañana”. El vespertino paisaje de
los faros y las grúas le comunica emociones de navegación.
Y deletreando nombres de vientos y de islas escribe sus
poemas teñidos por la temperatura de los puertos.

Pero como la poesía de los puertos ha sido inventada por


los sedentarios (afirma Paul Morand con precisión de
técnico en paisajes y valijas) Gregorio Castañeda Aragón
se queda en la taberna frente al mar. Enciende su pipa,
despliega sus mapas de imaginación, consulta el rumbo de
las constelaciones oceanógrafas. Y antes de hacer girar sus
versos en la rosa de los horizontes cardinales, atraviesa la
música de la marimba y escucha los relatos de la marinería
para inquirir la distancia y el color del mar no visto.

87
Orquesta Negra, poemas de Castañeda Aragón

Una vez las pupilas de Gregorio Castañeda Aragón


desenredaron el viento de las rutas azules para enhebrar
canciones ebrias de distancias saladas. Del mismo diestro
modo con que otra vez su ironía hizo recortes cotidianos del
almanaque, su emoción salubre de poeta fuerte convirtió
los rincones del mar Caribe en una colección de estampas
que integran uno de los más saneados volúmenes de la
bibliografía colombiana.

Los poetas de la Costa Atlántica, cuyos nombres y cuya obra


gozan de la afortunada ignorancia del señor Otero Muñoz,
al definir artísticamente las aristas sentimentales de aquella
parte del país, se han procurado de manera automática
un respaldo de originalidad rarísimo en esta república de
literatos impersonales.

El verso de Luis Carlos López corre como un gato indiscreto


por los ángulos ridículos y malolientes de las escenografías
arrabalera y aldeana, llenas de portones y cocineras, pretiles
y perros, borrachos liberales y plazas que bostezan el sol
meridiano. Y Castañeda Aragón, después de hacernos la
revelación del mar, nos descubre los perfiles ruidosos de una
ciudad costeña que enfocaron los reflectores polilucíferos de
Jaime Barrera Parra: una ciudad que es vibrante y ágil porque
no tiene en su organismo pesados residuos de pretérito
histórico, ignora las perezosas posturas de la evocación y
grita como los hombres nuevos y las mujeres frescas que por
los caminos del alba marchan a poseer el día.

88
A través del jazz, difícil armonía del anarquismo
instrumental, donde la música es agua accidentada que
conducen el humorismo del piano y la gimnasia de los
cobres y la epilepsia de la batería, Castañeda Aragón va
desenvolviendo sus interpretaciones de muestrario urbano.

En una lavandería china, delante del blanco vestuario


almidonado que hace acrobacias sobre la cuerda floja,
medita en la ausencia de los trajes de baño. El parasol de
verde papel japonés que la barranquillera hace girar sobre la
calurosa cabecita, es un disco de gramófono que toca el fox
de “El verde parasol”. El fin de un carnaval, escandaloso de
rumbas y de automóviles a 60 kilómetros, es una acechanza
de la neurastenia. Y quizá las torres ebrias, cuyas agujas
inyectan a la sombra opios de inquietud, sean las torres de
San Nicolás o San Roque.

Con deliciosa oportunidad el poeta interrumpe de vez en


cuando la solar audición de su orquesta oscura para darnos
a paladear exquisitas acuarelas extraídas del limpio paisaje
costeño.

Y en la mañana, oveja blanquísima que baja del monte


tocando su cencerro, pasa el agua numerosa ungiendo de
primavera los caminos, se oye la alta campana de la sierra,
se oye la voz de la cortijera que evoca un tropical olor de
vinos insulares y aparece Flora trayendo de la aldea donde
hay canciones y campanas felices, su encargo pacífico y
rural de buen amor…

89
Luis Carlos López o la aldea perdida

Desde los versos de Luis Carlos López la aldea se divisa


planteada en términos de tedio y caricatura: la mañana bosteza
como una plaza. La tarde continua leyendo novelas de catorce
tomos. La noche instala en el tejado de la iglesia una luna
de latón que estimula el alcoholismo de los bardos tahúres.
Y el horario de la parroquia maneja parsimoniosamente los
acontecimientos: la muerte de Casimiro el campanero, la
feroz arenga de Ruy Pérez Barba, los azorinianos paseos de
don Lucas, de don Juan Manuel…

Y, sin embargo, la aldea fue alguna vez una feliz estampa


cuyos colores funcionaron de acuerdo con la más deliciosa
filosofía de la vida. Cuando las campanas y los gallos
inauguraban el paisaje del alba, una luz vegetal refrescaba
la sabiduría de los abuelos. El crepúsculo abría las ventanas
con la novia al fondo. El acróstico y el soneto regulaban
el curso del amor y de la política. El almanaque de Bristol
suministraba un concepto anual del catolicismo y de la
meteorología.

Toda la saludable fragancia de aquella época florece sobre


lo grotesco en los versos de Luis Carlos López. Por eso
constituyen un perfecto manual para la añoranza de la aldea
perdida. A través de ellos, persiguiendo la pista del boticario,
del alcalde y del peluquero, se cae bajo la lírica jurisdicción
de esa vieja guitarra que ondula en una retrospectiva brisa
de canciones.

90
Jorge Artel

Cuentan que aquella ciudad es una célula histórica donde el


sonoro perfume del silencio vigoriza la fatiga transparente
de las evocaciones. Los grandes días grabaron en el
pensamiento de sus castillos fieles una fuga de navíos ante
el inválido heroísmo de don Blas de Lezo y una victoria de
reconquistadores sobre amarillentos crepúsculos de hambre.
Las noches frondosas barajaron un naipe fanfarrón de
chambergos, mujeres, guitarras y lunas, mientras pasaba un
viento de romance que hacía crecer la heráldica vegetación
de las rejas de hierro ágil.

Allí nació Jorge Artel. Como un retrato de Zuloaga, su


adolescencia tuvo una noble ciudad en el fondo. Y aunque
no se doblegó a suntuosas añoranzas contrariando a esos
extáticos escritores que José Carlos Mariátegui llamó “los
poetas y prosistas de la serenata bajo los balcones del
Virreinato”, sí tuvieron sus primeros poemas el tornasol
de las emociones artificiales y la osatura ridículamente
quebradiza de un varillaje de abanico.

La lectura de Henri Murger, Vargas Vila y Emilio Carrera


enharinó el almanaque de su vigésimo año: edifica entonces
una docena de sonetos para hospedar a la musa mal vestida,
habla mal de Rafael Núñez y en el cerro de La Popa instala
su Montmartre embotellando plenilunios y haciendo del
anisado un vino triste.

91
Cuando adquirió conciencia de su pigmento y con un libro de
Leopoldo Marechal en el bolsillo, Jorge Artel se encaminó
a la bahía nocturna donde los muelles y los mástiles
componen su viejo dibujo al carbón. De paso por las calles
inmóviles, iba colgando greguerías de los faroles apagados.
Cantó en la madrugada con los marinos borrachos de ron
Cristóbal y esperó la llamarada del alba para tenderse sobre
la piel mineral de las playas y besar los caracoles que son
las encías de esas risas que riegan un alegre sabor de coco
por la sombra del paladar meridiano.

Otro día las sabanas del departamento de Bolívar arremo-


linaron en sus ojos el verde rumoroso de sus pajonales y el
son saludable de sus palmeras.

Bajo la inverosímil astronomía del Sinú, su cuerpo negro


ardió en la cumbia como en una candelada sanguínea,
alimentada por la oscura metáfora de los tambores y por
la voz que estiliza su pereza para el comienzo de aquellas
coplas recias que zumban dentro de las reminiscencias
fluviales de Antolín Díaz.

Si nuestra generación aportó a la contabilidad literaria


nacional el descubrimiento de la Geografía de Colombia,
los poetas costeños, sin pretensiones de monopolizar la alta
temperatura, han comenzado a definir la dimensión tropical
de la literatura nueva del país. El trópico no es una alegoría
botánica ni es ese octosílabo paisaje de hojalata en el que
creen derretirse dos o tres pintorescos poetas tropicaloides.

92
Quizás cuando Jorge Artel extirpe de su instrumento poético
la cuerda de las musiquillas vacilantes, el trópico se madure
en sus versos y en los versos y en las prosas de los que
vamos sintiendo canciones violentamente nuestras como
nuestra brisa, nuestra música, nuestras estrellas, nuestros
ríos y nuestros árboles.

93
Croquis de Barrancabermeja

Rafael Jaramillo Arango ha publicado en borrador los


elementos para una posible novela de Barrancabermeja.

En apresuradas cuartillas consignó los datos elementales


que retienen la turbia fisonomía del puerto invadido por
la peste continental del petróleo. Allí el asesinato y el
incendio, la huelga y el soborno y el odio de clases y de razas
aparecen urgiendo el curso miserable de dos o tres vidas.
Pero aparecen apenas como inconexos trazos de referencia
dentro de los cuales habría que concluir, quizá con cierta
vigorosa minuciosidad, el dibujo de los destinos que enreda
el azar de los placeres proletarios, la pintura anatómica de
las almas vistas a contraluz sobre una prostibularia estampa
de alcoholismo, pillaje y tahurería.

Un ángulo en el croquis de la novela se raya crudamente


con las hamponas luces de la noche del sábado en
Barrancabermeja. La ruidosa iluminación alude a las calles
del barrio sin nombre por cuyas aceras sospechosas transita
el peligro de muerte. Rótulos de colores eléctricos localizan
los bares y las tabernas, donde los perfumes y los idiomas
complican la terminología del amor. Las mujeres pasan
con el incapturable contrabando de su pasado. Luego ríen
mientras alguna victrola enrosca en su cuerpo una música
de cualquier parte del mundo. Y hacia la mitad del horario
nocturno se registra la mayor velocidad de los dados y de
las navajas.

94
Es entonces cuando un hombre interrumpe la crónica de sus
andanzas y llena de nuevo su vaso de cerveza para iniciar
la historia de José Joaquín Bohórquez, infeliz y maravillosa
como la de Juan Augusto Suter.

A la media noche del sábado convergen todas las rutas del


relato. Falsos brillos y tinieblas beodas centralizan aquel
estrepitoso carrusel de bailes y riñas. Y sin embargo no llega
a percibirse la densidad respiratoria de la muchedumbre.
Principal reparo a esta novela es el de no ser una novela
de masas. La turbulencia de éstas bajo la sistematizada
explotación capitalista debía constituir un primer plano
dinámico en vez de funcionar en calidad de inconcluso
fondo a la melodía de un idilio, como pintoresco marco a la
silueta de un nombre femenino, rubio y quebradizo.

Sin duda el esquema de Barrancabermeja contenido en las


páginas de Rafael Jaramillo Arango soportaría la ráfaga de
una radical actitud revolucionaria. Detrás del monstruoso
ballet de las máquinas imperialistas late una humana
trabazón de músculos que requiere el hallazgo del acento
que concrete su potencia subversiva, la definición de una
geometría literaria que movilice el ritmo peligros de sus
flexiones.

95
Tamí Espinoza, comedia de Antonio García

Alguna vez cae el corazón al equinoccio de la soledad intacta


y única: y es, profundizado en la perspectiva de todas las
ausencias, como una hoja que ingresa al viento para afrontar
el desenlace de su destino vegetal. Y es un viento de soledad
el que agita el conflicto de tres corazones en esta exquisita
comedia de Antonio García “Tamí Espinoza”, donde tres
hombres proyectan en la fugacidad de tres mujeres el perfil
doloroso de su locura, su desesperanza o su pecado.

Juan Bautista, Juan Carlos y Tamí Espinoza no son tres


fantoches parlantes a la manera de los que declaman su
moral y su desgracia en el teatro centenarista, invertebrado
conjunto de escenas que arrastran sonoramente un argumento
ante el público asustadizo. Los personajes de Antonio
García, atareados en su tácito monólogo interior, giran
discretamente dentro del diálogo asordinado, minucioso,
subjetivista, recóndito: intrincada orquestación compuesta
sobre la raigambre sórdida de la tragedia.

Por los caminos de la vida, Tamí se va un día al encuentro


de la vida. Antes de partir quiere libertarse de todo eco que
pudiera estorbarle la marcha con llamadas furtivas hacia el
ayer, y desnuda su corazón de los recuerdos otorgados por
la vieja casona familiar. Su calurosa juventud sólo tolera
el peso otoñal de Blanca, esa mujer semimarchita que lo
condena al sometimiento de una fascinación ancestral.

96
Bajo la despedida de Tamí, su hijo, y de Blanca, el fantasma
postrero de su juventud, Juan Bautista Espinoza siente la
desolación de sus escombros espirituales, el abandono de
su vejez solitaria. El lamento de su paternidad derrotada se
une a la queja de su último hijo, Juan Carlos: un anormal
imaginativo que llora la fuga de Lelé... Lelé, adorable
sombra de niña amada por un idiota sentimental que sueña
verla junto a un vuelo de gaviotas en una mañana marina.

Ambos, padre e hijo, que perdieron su reino íntimo, hacen a


través de su tristeza el descubrimiento de su idéntica soledad.
En un instante ingenuo infantilizan y metodizan su amargura:
del piano, un viejísimo piano que tocaron las mujeres amadas,
cuatro manos torpes arrancan un improvisado remedo
musical de los pasos de las mujeres fugitivas.

En esta comedia de Antonio García existe un ambiente psico-


lógico coherente y continuado que cobija las frases y los ac-
tos de los personajes. Todos ellos palpan el momento profun-
do, impregnado de una melancólica temperatura de silencio.

Lo fatal gravita sobre todas las cabezas; riela en todas las


almas. Y en el cruce de las despedidas sin palabras, de lo
que acaba y lo que empieza, todos se hunden en su yo.

Cada cual está solo entre todos, cada cual emite una
individual irradiación de angustia que lo aísla dentro de la
atmósfera dramática.

Monologan…

97
Una carta de Óscar Delgado

La ciudad, febrero 6
Don Jaime Barrera Parra, calle 14.

Mi querido Jaime:

De mi saludable colección de carcajadas extraigo ésta


que adjunto a la presente esquela para hacerla llegar por
tu conducto al conocimiento de Rodríguez Garavito, ese
insomne señor que acaba de asustarse eruditamente por
cierta confusa falta de respeto a los muertos perpetrada por
Antonio García y por mí.

Antonio y yo hemos salido ilesos de tan agrio descarrila-


miento crítico: la comedia escrita por el uno y elogiada por
el otro carece absolutamente de intención biográfica o in-
terpretativa y es una de esas finas obras teatrales cuya ana-
tomía dramática escapa al juicio obeso de quienes suponen
que la escena es la forma dialogada de la oratoria.

Sencillamente grotesca resulta la tarea de someter a un


tratamiento de adjetivos el valor de una obra desconocida y
de construir una muralla de autores para defender algo que
nadie ha pensado en vulnerar.

98
Por otra parte, soy un devoto admirador de Gabriel
D’Annunzio y la devoción por el poeta de “Los sueños
de las estaciones” me aleja de tomar por danunzianismo
la instalación dentro del estilo de una cómoda tintorería
decadente.

Te abraza
Óscar Delgado

99
Infierno y Caricatura

I
Aquel hombre que en una novela de Henri Barbusse acecha
la desnudez de la vida y de la muerte por el agujero de un
tabique, arrancando cuerpos y voces a la dramática arcilla
de la sombra y martillando el metal de los días sobre un
amargo yunque de soledad, extrajo de su acechanza la hebra
que enhebra las torturas del infierno terrestre.

Como aquel hombre, Ricardo Rendón disciplinó la óptica


de su lápiz para el espionaje permanente de la escena
pública a través del orificio dentado de la carcajada. Y como
él, que elaboró el diagnóstico de la realidad en un desolado
breviario de escepticismo, el caricaturista enfiló a lo largo
de su neurastenia todos los fantoches cuyas piruetas forman
el varillaje de una época política.

II
Los dueños de almas abiertas al zodíaco de la emotividad
sufren un oscuro impulso de confrontaciones que los lleva a
la psicosis incluida dentro de las miserias corporales bajo la
advocación de Dupré: asomados a un punto de vista desde
el cual las ideas y los hechos aparecen aplastados por la
escueta perspectiva de su pequeñez, adquieren la inquietud
inútil de precisar la palabra que circunscribe la única
certidumbre del mundo: NADA.

100
Es de esa selva hiperemotiva, de esa inextricable enredadera
de reacciones cuya sorda mecánica aspira a definir Achille
Delmas, de donde surge como el brote de una enlutada
estación interior la orquídea alucinante del suicidio.

Maurice de Fleury describe patéticamente el itinerario de


esos hombres hacia la puerta oscura. Barajan las hojas del
calendario como un póker absurdo y cada cifra es un opaco
signo que aumenta el logaritmo opaco de su tragedia.

Detrás de la angustia, libre de ese sentido metafísico que


se plantean dos personajes de Paul Bourget, la muerte
despetala su promesa como una rosa lunática.

III
¿Fue Rendón hacia el suicidio preso en la red patológica
urdida por los psiquiatras? ¿Adoptó al suprimirse alguna
filosofía equivalente a la de cualquiera de los suicidas
literarios del cortejo que integró Paul Morand sobre la obra
de Chateaubriand, Daudet, Goethe, D’Annunzio, Flaubert,
Dostoievski?

Alguna noche, mientras la embriaguez se amonedaba en los


círculos de vidrio de las copas, el maestro sintió la fatiga
de caricaturizar el infierno, el cansancio de disolver en tinta
china la grosería humana. Midió la vida con el ángulo de los
zapatos de Charlot.

101
Y una de esas horas en que la profunda canción de Porfirio
Barba Jacob nos recuerda que somos tan sórdidos, tan
lúgubres “un día en que ya nadie nos puede retener”,
consumó la humanización de la muerte llevándola al
reservado de un bar para empaparle en cerveza los cabellos,
los ojos y la boca.

102
Glosa de Josefina Albarracín

I
Ha podido comprobarse definitivamente que la mujer de
Colombia confía demasiado en la salvación por la retórica.
Pretende adquirir completa personería sexual evadiéndose
de su sexo, entrando en sonora beligerancia con el manejo
de gramaticales maquinarias.

Así, cuando alguna dama de Tunja o de Bucaramanga


comienza a practicar el menosprecio por su categoría de
inquilina de los espejos lanza sus manos al galope sobre las
llanuras del papel de imprenta.

Otras hilan con lamentable insistencia el deseo de que se les


legalice el arribo a la universidad. Es decir: anhelan iniciarse
en la roedora indagación de códigos voluminosamente
científicos y languidecer de modo trascendental ante
profesores de hipnótica sabiduría. Y mientras tanto en la
ciudad un jurisperito, por ejemplo, se suicida en virtud de la
desaparición de las violetas.

Si quisiera recordar una frase de Óscar Wilde estaría dis-


puesto a decir que la mujer de Colombia aspira a integrar-
se biológicamente pareciéndose lo más posible al hombre.
Para verificarlo sería bastante reconstruir el entusiasmo con
que recibió la invitación al sufragio político que alguna vez
le hiciera el ingenioso caballero de la alegre figura.

103
II
Josefina Albarracín, en cambio, labra la piedra y la madera.
Trabaja sobre los naturales volúmenes con la certeza que
tiene el genio femenino para expresarse en el espacio.

La madera, la saludable madera que atrajo tanto a la cotidiana


emoción de Luis Tejada, es el material maravillosamente
apto para someterse al afán plástico de una mujer. Las
manos exactas de Josefina Albarracín la gobiernan según
el ritmo previsto sin hacerla perder su madura cadencia
vegetal. Parece como si entre la ondulada voluntad de las
fibras y las manos escultoras preexistiera cierto acuerdo de
coincidencias, algún pacto para el melodioso intercambio
de docilidades.

Quizás por eso las tallas de Josefina Albarracín proporcio-


nan a sus contempladores una delicia tranquila e íntima,
semejante a la que otorgan los bordados. Son figuras labo-
radas con tal suave perfección, con tal amor de pulimento,
que la estética potencia que contienen se ordena dentro de
ellas en una sencillez equivalente a la que equilibra los pri-
mores en las manufacturas familiares del azúcar.

III
El amable ingenio de Mark Twain compuso el registro de las
impresiones que llenaron los primordiales días de Eva. Allí
aparece la concepción cósmica de la mujer inicial. El árbol
y la nube, la estrella o la luna, todas las piezas pintorescas
del mundo quedan reducidas a utensilios aprovechables por
ella de acuerdo con el pueril funcionamiento de su espíritu.

104
Probablemente desde entonces para una mujer estrictamen-
te femenina el universo es antes que todo materia de orna-
mentación.

105
Elegía de San Pedro Alejandrino

Las sociedades de mejoras públicas, las juntas de conser-


vación y ornato y otras asociaciones secretas han logrado,
con ciencia y paciencia dignas de todo insulto, destruir la
fisonomía histórica y monumental de la casa donde murió
Simón Bolívar.

La casa contenía el eco de la última y rotunda soledad del


héroe. La arquitectura y el paisaje que decoraron el tremendo
crepúsculo de 1830 lo prolongaron después en voluntaria
actitud de memoria y silencio. La custodia de aquel eco
y una administración estética de la desolación hubieran
perpetuado en San Pedro Alejandrino el tono fúnebre que le
impuso el acorde final de la más bella vida del siglo XIX. Y
fuéramos hoy a templar nuestras vanidades democráticas en
el ritmo del tiempo estancado detrás de la sombra enfática y
autoritaria del Libertador.

Pero la poderosa jurisdicción del mal gusto y una incapa-


cidad unánime para la estimación del sitio ejecutaron en
San Pedro Alejandrino un nutrido plan de anacronismos
y adulteraciones. Así, sobre la escueta tierra que cerró el
continental itinerario de Bolívar figuran ahora la sajona pe-
tulancia del césped y los amaneramientos vegetales de un
jardincillo propicio para las menos elegíacas ocurrencias de
veraneo. Las antiguas paredes soportan calamidades de una
marmolería baratísima y de una iconografía impertinente.
Las vitrinas y las estanterías dan a los viejos recintos un

106
irrefutable aspecto de almacén de artículos para regalos. Y
los lustrosos accesorios del simbolismo oficial completan la
fronda de festones, coronas, papales y banderas cuya espe-
sura desterró de aquellos lugares a la dignidad del recuerdo.

San Pedro Alejandrino existía como domicilio de un espectro


glorioso, como cautiverio de un momento de historia que
allí se conjuraba en su temperatura exacta y dramática. Era
un bien documental cuya autenticidad y validez residía en
su pretérita ubicación, en su fidelidad al instante en que
la muerte clausuró el destino del “gran padre magnífico
y terrible”. Por eso fue inaudito el afán de “ornamentar”
lo que ya en sí era completo, acabado, inmodificable;
y de viciar con la redundancia y la retórica de las placas
“conmemorativas” los rincones donde todos los detalles de
la aridez y del abandono constituían los sacramentos útiles
de la conmemoración perfecta; y de extraer a San Pedro
Alejandrino de su anterior estampa genial y fatal para
convertirlo en algo actual, cotidiano, insulso, reformable y
adaptable al parecer de las espesas gentes municipales.

Ha desaparecido, pues, la casa donde murió Simón Bolívar.


El cemento, la jardinería y el patriotismo han liquidado su
original y auténtico carácter, han vulnerado su solemnidad
para otorgarle un irónico parecido a ciertas dependencias
de la Magdalena Fruit Company. La categoría ruinosa y el
trágico decoro de San Pedro Alejandrino fueron abolidos
desde cuando se le sustrajo lo que llamaríamos “el encanto
fantástico y suprasensible de la pátina” si quisiéramos
emplear una frase de Jorge Simmel, a quienes quizá

107
hayan oído mentar los importantísimos miembros de las
sociedades de mejoras públicas, las juntas de conservación
y ornato y otras asociaciones secretas.

108
La decadencia de las profecías

El Obispo de Santa Marta, desde el púlpito afiligranado


de la iglesia de mi pueblo, desmenuzó sobre mis paisanos
a través de una oratoria jadeante que quiso ser trágica,
la fulminante acusación de impiedad e inmoralidad,
dramatizada con unas cuantas profecías catastróficas que
atormentaron la mente plana de los devotos con el galope
de los cuatro jinetes apocalípticos.

Mientras el prelado alargaba la madeja de su oración, yo


recordaba un venerable mamotreto leído en mi infancia
donde se describían los castigos divinos que enrojecieron la
historia israelita. Entre sus páginas algún artista de sádicos
refinamientos intercaló medrosas estampas de profetas que
perforaban el futuro con su visión terrible, de rostros roídos
por el miedo, de ciudades cuya arquitectura se desvanecía
en un bosque de llamas, de multitudes arrolladas por
arcángeles coléricos. Y el filo del recuerdo surcó mi espalda
con un zigzag nervioso.

Mi imaginación dio cumplimiento a las predicciones


obispales. Mi tierra, mi sencilla tierra de vida transparente,
coloca su nombre, por obra y gracia del orador, al lado de
los nombres malditos de las urbes nutridas por el jugo del
pecado. La misma lluvia corrosiva que asoló a Sodoma cae
sobre nuestro gris panorama, y las calles arenosas donde
se reúnen los perros, los gatos, las gallinas y los burros en
paradisíaca fraternidad, se convierten en ríos de fuego: los

109
pacíficos animales son sustituidos por una fauna monstruosa
que puebla el fuego de formas diabólicas.

Pero cuando un silencio súbito me empujó a la realidad,


mientras el Obispo descendía nerviosamente del púlpito,
el raciocinio desinfló el globo de la imaginación con un
pinchazo iconoclasta. La tranquilidad santísima con que
los feligreses cambiaron de postura y la calma con que la
voz dulzona de un organillo decrépito barnizó el silencio,
dieron las dimensiones cabales que asume la decadencia de
las profecías.

Así como el milagro recorrió ya toda la gama del descrédito,


la venganza divina condimentada con lava y azufre no pasa
de ser una mostrenca figura retórica.

En 1930, cuando la realidad económica echa a perder la


vida con el gesto crítico de su faz de piedra, la incomodidad
de un representante del clero por la escasez de matrimonios
tiene la misma humana explicación que el desencanto de un
empresario de circo que mire por un agujero del telón las
butacas vacías. Pero si esa incomodidad segrega suficiente
cantidad de bilis para decretar la inmoralidad de un pueblo
y colocarlo ante la cuchilla hiperbólica de una predicción
dantesca, el andamiaje del sermón se viene abajo al impulso
de un viento escéptico. Y el profeta queda magistralmente
atravesado por el florete cínico del humorismo.

110
Anexos

111
112
Lecturas y testimonios
sobre el autor y su obra

Óscar Delgado
Anónimo
El Tiempo, enero 21 de 1935, p. 5

Óscar Delgado ocupa un lugar significativo en el equipo


de los jóvenes trabajadores literarios que vinieron a la
actividad cotidiana después de la aparición del grupo de
“los nuevos”. Las producciones que hasta el momento ha
entregado a la publicidad, lo señalan como dueño de una
finísima sensibilidad artística condicionada por un firme, un
inalterable y exigente sentido crítico. Posee, además, una
aguda percepción de los matices que lo lleva a hacer de su
prosa una labor lenta, minuciosa y difícil que va dominando
los naturales escollos que surgen entre pensamiento y
expresión, de manera muy novedosa y singular. De esta
suerte, sus más afortunadas imágenes dan la impresión
de que su autor las adquirió en algún bazar recién puesto,
cuando todavía no habían llegado otros compradores a
poner los ojos que hubieran deslustrado el brillo nuevecito
con que resaltan en los párrafos.

Buen cazador de imágenes, Delgado se mete por los


predios de la metáfora con gentil desembarazo. De allí
sale cargado de excelente botín, después de lograr las más
extraordinarias aproximaciones: un valse de Strauss y una
carrera de caballos organizada por Tom Mix; una anécdota

113
galante de Hubert Marshall y una frase humorística sobre
el problema social en las bananeras; Greta Garbo y el
ferrocarril de Santa Marta; la decadencia de Occidente y la
rumba costeña; el amor y sus relaciones con las dulcísimas
naranjas que se cosechan en los Huertos de Santa Ana. El
empaque de su prosa, coloca a Óscar Delgado en puesto
de avanzada, pues se comprende que con tan rica vena
imaginativa y un acopio vocabular tan espléndido, su obra
literaria no podrá subestimarse o relegarse a sitio inferior.

114
Óscar Delgado
Tomás Vargas Osorio1
El Heraldo, mayo 30 de 1936, p. 13

Óscar Delgado, poeta para leer entre dos penumbras


en vértice de confidencias. La definición al revés de las
definiciones puede ser exacta. Leyendo un poema de Óscar
Delgado –que bien pudiera ser escrito sobre el anverso
vegetal de una hoja tierna– recordamos, no sabemos por
qué extrañas y sutiles afinidades, las sinfonías musicales
de Claudio Debussy. El poema, como la sinfonía, nos
parece que van fluyendo bajo puentes de sombra, bajo
unos grandes arcos en cuyas bases crece una vegetación de
juncos menudos y de musgos frescos y suaves.

Cuando el filósofo estaba diciendo que el hombre no es


más que un esquema espiritual que él debe rellenar con
experiencias, sensaciones, dolores, alegrías, eternidad
y transitoriedad en constante fluir, Óscar Delgado pudo
sonreírse porque él ya traía a la actividad del espíritu
una personalidad bien construida, con todos sus atributos
substanciales y hasta ¿por qué no? con sus zarandajas
superfluas. Todo se reduce a dividir la vida por su máximo
común denominador, como en un problema elemental de
quebrados. El resultado será la verdad única, que unas
veces se calza las botas largas y remendadas de Charlot para
medir el mundo por metros de aventura y que otras veces
se pone un poco de color en las mejillas y en los labios y se
1 Tomás Vargas Osorio (Oiba, Santander, 1908 - Bucaramanga, 1914)
Poeta, periodista, cuentista, novelista, ensayista y crítico literario. Fue
director del suplemento literario de El Tiempo y colaborador de Diario
Nacional, El Espectador, Vanguardia Liberal, El Día, El Liberal, Vida
Nueva y Revista de las Indias. Son conocidos sus libros de poesía Un
hombre sueña, Regreso de la muerte y Travesía terrestre. Perteneció al
grupo poético de Piedra y Cielo.

115
sombrea con carboncillos azules la red delgada y minúscula
de las pestañas.

Siguiendo esta vocación de reducirlo todo a su expresión


intrínseca, Óscar Delgado repulsa en su poesía la profusión,
la confusión, lo barroco y reduce las cosas a sus imágenes
más simples y auténticas. Muy cerca está el intento de
aquella poesía pura que en años pasados constituyó un
rompecabezas para los poetas recientes que leyeron ciertos
libros del Abate Bremond. A Óscar le ha bastado con ver lo
que otros no ven, es decir, el objeto puro, el objeto poético
solamente, dejando el objeto retórico fuera de su órbita y
fuera de los círculos de la mirada sobre el contorno interior.
Así se explica cómo Óscar Delgado se encuentra al término
de toda una evolución poética. De la luna de Diego Fallon
a la luna de Óscar Delgado hay cien años de purificación
del ojo y de la sensibilidad. Volviendo a la comparación de
arriba, la diferencia que existe entre un acorde tumultuoso
de Wagner y un compás melodioso de Claudio Debussy.

Poesía esencialmente musical es la de Óscar Delgado, hecha


de elementos transparentes y flexibles –el agua, el aire, la
mujer–, se rodea de una atmósfera propicia de medias luces,
como los interiores mozárabes, y se esfuma al cabo como el
humo de un braserillo de cristal en que se quemaron las más
delicadas esencias del trópico.

116
Homenaje a Óscar Delgado
Eduardo Carranza2
El Tiempo, abril 18 de 1937, segunda sección.
Firmado en octubre de 1936

En Óscar Delgado admiramos una de las más fuertes y


originales personalidades de las nuevas letras de Colombia.
Su prosa se desenvuelve llena de sorpresas como el litoral
Atlántico de su tierra, mordido por los dientes alegres de la
espuma. Su prosa tiene bahías de júbilo y penínsulas que
son –en la geografía y en la literatura– el humorismo de la
tierra, sacándole la lengua al mar. Entre los renglones se
desliza –también como en su costa, por entre los renglones
de palmeras odaliscas– un salino vientecillo de ironía. Prosa
maravillosamente dislocada, como cuerpo de trapecista.

Óscar Delgado goza de una muy difícil ubicación en la


demografía del canto. No se detuvo, como Aurelio Arturo, a
fijar melodiosamente el itinerario de las hojas cayendo, o a
descifrar los conceptos que a la espuma marina le merecen
los brazos abiertos de los golfos. No se preocupó, como
Gerardo Valencia, por calificar la sinceridad azul de una
mañana, o a estudiar la escenografía tórrida que el ángel de
las frutas organiza para el nacimiento de los mangos o la
velocidad de las aguas dedicadas a rodar canciones como

2 Eduardo Carranza (Apiay, Meta, 1913 - Bogotá, 1985)


Maestro, diplomático y poeta de gran resonancia en países de habla
hispana. Asumió el liderazgo de su generación poética: “Yo, orgulloso
capitán de Piedra y Cielo […] la más importante de la historia de la poesía
colombiana”. Desde joven perteneció a la Academia Colombiana de la
Lengua. Fue director del suplemento literario de El Tiempo y de las revistas
de Indias, del Rosario y de los Andes, y director de la Biblioteca Nacional
de Colombia. Publicó varios libros entre los que se cuentan Canciones
para iniciar una fiesta (1936); Seis elegías y un himno (1939); Azul de
ti (1952); El olvidado y Alambra (1957); Los pasos cantados (1973) y
Epístola mortal y otras soledades (1975).

117
aros, o a denunciar el delicioso contraste del traje de Conchita
Espine y un fondo de azaleas familiares. No se dedicó a la
manera de Antonio García a confeccionar veleros de bruma
con unas gotas de ausencia y una pequeña dosis de marxismo,
para echarlos a navegar por arroyuelos octosílabos. Ni se
entretuvo, como Arturo Camacho Ramírez, en diagnosticar
la taquicardia que padecen frecuentemente los luceros y las
margaritas. Ni descubrió, como Tomás Vargas Osorio, las
ciudades perdidas en la sangre y el palpitar de las campanas
en el pecho del campanario. Ni pegó como Antonio Llanos,
los labios de avidez al abierto costado de la noche. Ni puso
como yo, trampas de agua al vuelo de las nubes, doncellas
rizadas permanentemente por rizadoras brisas celestiales.

Óscar Delgado ha puesto sus ojos de buzo joven y su oído


de explorador vocacional al servicio de las ciencias más
extraordinarias. Ha indagado en la botánica romántica,
estableciendo la importancia de “la flor de batatilla”,
de “los lirios impolutos”, del “rosal florecido” y de “las
hojas de laurel marchitas” en la literatura colombiana del
siglo pasado y buena parte del presente. Ha comprobado
la adorable precisión con que la luna ejerció sus varias
funciones iluminativas y románticas de acuerdo con el
reglamento y maquillaje que endecasílabamente le impuso
don Diego Fallon, hasta el día en que “la luna se retiró a
la vida pública, varió el curso de sus cejas y aprendió a
tocar el ukelele”. Ha escrito un emocionante tratado de 57
renglones en los que se prueba que en los brazos de Berta
Álvarez no se pone el sol. Berta Álvarez, nos declara Óscar
Delgado en un estilo telegráfico, “es una mujer morena con
diciembre al fondo”, cuyo recuerdo se divisa “iluminado
por una lustrosa meteorología”.

118
Óscar Delgado nos ha entregado también importantes
conclusiones referentes a la sismografía sentimental: nos
ha dicho que por la temperatura de una carta de amor se
puede establecer exactamente el color del crepúsculo en
que fue escrita, nos ha dicho que podemos averiguar la
dirección del viento sobre los jazmines, según la intensidad
con que se recuerden las últimas palabras de aquella
muchacha abandonada al borde de una música de guitarras;
Óscar Delgado cantó también, con memorable éxito, a una
doncella que tenía “quince años sobre el nivel del mar”, y
a Kay Francis y sus ciento once mil voltios de sombra, que
en la ventana de una prosa suya, asoma su boca “húmeda y
enervante como un mal clima” y el extremo de las manos
pulsadoras del sueño y del deseo.

Su “Elegía de San Pedro Alejandrino” es una bella diatriba


contra quienes “con ciencia y paciencia dignas de todo
insulto” desdibujaron el perfil histórico del sitio en donde
se detuvo el aliento de quien descubrió el pulso profundo
de América y echó a cantar su corazón en la mitad de la
historia. “La casa, escribe Óscar Delgado, contenía el eco
de la última y rotunda soledad del héroe. La arquitectura y
el paisaje que decoraron el tremendo crepúsculo de 1830
lo prolongaron después en voluntaria actitud de memoria
y silencio. La custodia de aquel eco y una administración
estética de la desolación hubieran prolongado en San Pedro
Alejandrino el tono fúnebre que le impuso el acorde final de
la más bella vida del siglo XIX. Y fuéramos hoy a templar
nuestras vanidades democráticas en el ritmo del tiempo
estancado detrás de la sombra enfática y autoritaria del
Libertador”.

119
En su poesía hay una cálida palpitación americana. Un
violento sabor de tierra caliente, filtrándose en el cristal de
una sensibilidad depurada por el paso de los rumores de
la cultura. Poesía con aguas y cielos tatuados de nubes y
mujeres morenas sobre el vitral de la mañana con los cabellos
como arena cayendo y descolgando olor de nísperos en la
noche del Magdalena, sus orillas y sus islas.

Óscar Delgado nos entregará su obra poética en el libro futuro


“Guitarras de una noche”. Allí quedarán esas canciones
mínimas que revelan su visión de las cosas, su emoción
del mundo. Poesía lírica, esbelta, delgada, en oposición a
la poesía de volumen que se ha venido considerando como
cifra última y permanente entre el vulgo seudo-literario,
inadaptable a los aires nuevos que soplan en la cima de
cada tiempo. Poesía de altas nostalgias recostadas sobre
el femenino brazo único de la guitarra. Poesía sinóptica,
aérea arquitectura de sugerencias, hermética para quienes
no se imaginan siquiera cuánto pierden con no entenderla.
Poesía que ilumina el plano ordinariamente escondido de
los seres y que nos revela la verdad a quienes sabemos que
la metáfora es casi siempre la verdad.

Publicamos hoy un breve recorte de la obra de Óscar


Delgado, para regocijo de unos pocos y para la indignación
de todos los Jacintos Ventura enfundados en el impermeable
de su mal gusto. Sí señores: para que rasguen sus vestiduras
todos los polvorientos eruditos, los solemnes figurones,
que miden la poesía y la moral por centímetros. Porque
pongan ceniza sobre sus frentes en cuarto creciente, todas
esas gentes que me parecen los sacristanes del arte: viven
subiéndose a los altares, manoseando las imágenes y
apagando las luces, pero nunca ven a Dios ni sus milagros a

120
plena luz. Óscar Delgado nos trae los aires salinos de Santa
Marta y su bahía que nos dice Lino Gil Jaramillo, parece
haber sido construida bajo la dirección de un director de
orquesta. Nos trae sus palabras con las eses guillotinadas y
sus ideas fugaces y brillantes como pájaros de colores.

Poeta de difícil abordaje, prosador de sutiles prosas,


coktelero arbitrario de músicas y colores. Cineasta de
alta graduación y “manager” de una legión de ángeles
humoristas. Óscar Delgado guarda en la cartera un billete
premiado en la lotería de la inteligencia.

121
Óscar Delgado
Hernando Téllez3
El Tiempo, abril 13 de 1937, p. 5

Óscar Delgado trabajó en este diario. Aquí aparecía con la


noche. Aquí conversaba. Aquí escribía. Sonaba por estos
pasillos, por estos camarotes de trabajo y de tertulia, su
risa prolongada, sonora, alegre como pocas y como pocas
constante. Constante, a pesar de que no fue jamás ni a
derechas, un eufórico cabal. Un soplo melancólico le oreaba
el alma y le servía de contención a ese imperio de la alegría
que es consustancial a los de su raza y de su tierra. Pero
sabía reír. Una delgada y tensa vena de humor fecundaba
sus diálogos, acaso demasiado sutiles como su inteligencia,
que penetraba tan finamente la carne de los hechos y los
punzaba en su más recóndita entraña. Entre triste y festivo
Óscar Delgado andaba por esta casa, suscitando cordiales
controversias, desatando la ola tranquila de una amistad que
anudada en torno de él, a la vera de su nombre, hemos sentido
hoy mutilada, herida torpemente por manos homicidas.

Era Óscar Delgado un dechado de compañeros.


Tremendamente lógico, su espíritu, su carácter, su
inteligencia caminaban en línea recta inalterable. No
entendía las curvas, las sinuosidades de que generalmente
están hechos aún los caracteres menos sospechosos. Alma,
la suya, limpia, alma sin una sola nube, que pagaba todos los

3 Hernando Téllez (Bogotá, 1908 - 1966)


Periodista, cuentista, ensayista, traductor y crítico literario de gran
renombre; fue también diplomático y parlamentario. Colaborador de
Mundo al Día, Unión Liberal, Universidad, El Tiempo, El Liberal, Semana,
El Nacional de Caracas y Cuadernos de París. Vinculado a la generación
de Los Nuevos y autor de los libros: Cenizas al viento y otras historias,
Diario, Literatura y sociedad, Lucas en el bosque, La gramática y el arte
literario y otros.

122
días emocionado tributo a todas las cosas del mundo tocadas
con la mano de la belleza. Un artista puro, incontaminado,
había en Óscar Delgado. Para él todo se planteaba, a la
postre, en un problema de estética. Si fugazmente apareció
interesado en la política, esa actitud suya debe entenderse
nada más que como un afán intelectual y curioso de su
inteligencia, afanada por completar un experimento más.
Ni pasión sectaria, ni entusiasmo proselitista le servían de
acicate en ese juego bárbaro de la política en que se vio
envuelto sin premeditación y sin gusto. Le era singularmente
placentero mirar el mundo, observar todas las peripecias del
ejercicio vital y, de esta suerte, la política le parecía nada
más que una ventana propicia como ninguna otra. Para él sí
que resultaba exacta la sentencia del filósofo de Weimar: el
mundo es un espectáculo, pero nada más que un espectáculo.

Admirablemente dotado como escritor, su prosa aparecía


sin embargo como una flor de dificultad. Obsesionado
por la belleza formal, pulía y repulía su estilo, lo llenaba
de enmiendas, de tachaduras, de correcciones sin quedar
jamás definitivamente satisfecho. El ácido corrosivo de
su autocrítica, le tornaba doloroso el acto de la creación.
Gustaba de suscitarse dificultades con su propio idioma
para hacer más pura la obra, y poderla ofrecer limpia de
escoria. Sus notas son así diminutas obras maestras de
estilo, trabajadas con moroso cuidado. En esos breves
apuntes esquemáticos, “estilizados”, ellos sí con prodigiosa
paciencia aparece viva, definitiva, su singular capacidad
para sentir, entender y calificar la belleza.

Hemos dicho también que el humor fertilizaba las comarcas


de su espíritu. Y es la verdad. De la zona melancólica de
su carácter le nacía, como contrapeso, esa disposición

123
para la acre sonrisa del humorismo. Y su innata sagacidad
alimentada y fortificada por bellas lecturas, había convertido
su pupila en un instrumento maravillosamente apto en la
tarea nada fácil de saber observar a los hombres y a los
hechos. Su corazón que una artera mano detuvo en su ritmo
sosegado y dichoso, fue un corazón leal, extremosa, radical,
hermosamente leal. Si hay una política de los sentimientos
como hay una política de las ideas, esa política fue en Óscar
Delgado la de la lealtad. Corazón de veintiséis años que
ayer dejó de repicar en ese pecho de hombre joven, y que
iba por el mundo sin alimentar y sin probar la amargura. El
sabor de ceniza que la muerte nos dejó ayer en los labios, al
herirnos tan cerca y tan hondo, solo se atempera recordando
la risa jubilosa del amigo ausente.

124
Óscar Delgado
Carlos Ariel Gutiérrez4
El Tiempo, mayo 9 de 1937, p. 8

Los que hace pocos meses envidiábamos la euforia de Óscar


Delgado, subrayada por su ancha risa cordial y frutal, risa
costanera y cubana, nunca imaginábamos que fuera a caer
en una absurda y horrenda refriega política. Porque Óscar
Delgado había nacido para todo menos para los dramatismos
y las estupideces de la política de jungla del trópico. Era
esencialmente un poeta. Y era, además un hombre nuevo,
enamorado gozoso de lo contemporáneo: del cine, del jazz,
del maquinismo, de las mujeres de la novela de Maurice
Bedel y de los personajes de los libros de Paul Morand.
Su prosa lírica la adornó con jubilosas banderas
internacionales, como para una fiesta de trasatlántico. No
encontramos reminiscencias de su estilo en ninguno de los
escritores del país: tal vez, un poco de alegría infantilista y
colorinesca de Salvador Novo, fresco narrador azteca. Sus
breves comentarios “tallados hasta el exceso del pétalo”,
eran poemas en prosa, con gotas de un lirismo risueño. Su
retrato de Berta Álvarez, sus colegialas vestidas de azul
celeste, sus acuarelas samarias, sus greguerías lunáticas son
pequeñas obras perfectas.

Óscar Delgado barnizaba todos sus escritos de una auténtica


modernidad. Si cantaba a la noche, no la decoraba con
la luna de Fallon, matronal y solemne, sino a una noche
4 *Carlos Ariel Gutiérrez (Aguadas, Caldas - México)
Abogado, político y periodista de amplia trayectoria. Escribió en El
Tiempo, El Colombiano, Sábado y La Patria, de Manizales. Una buena
muestra de sus artículos fue recogida en el libro Humo del Tiempo (1991),
donde aparece este texto sobre Delgado, ligeramente modificado. En 1946
fue designado como agregado cultural de la embajada de Colombia en
México, país donde residió hasta su muerte.

125
abrigada de pieles azules, con marimba de puerto loca y
cosmopolita. En sus versos casi siempre se asomaba, en
primeros planos, el mar. En su “hidrografía poética” se
destacó el mar, pero no ese mar peinado con las consabidas
gaviotas de las oleografías; ni tampoco el custodiado por
palmeras, con indias de labios lánguidamente diseñados,
de voluptuosas caderas con movimientos de oleajes que se
desangra en espumas sobre el pecho de los acantilados; ni el
mar de navíos abiertos en gallardetes que hacen la primavera
de los puertos. Ni tabernas brumosas, ni blusas cebradas, ni
bocinas que cantan un himno nuevo al amanecer. Su mar
era de magazine, con aullantes colores de rumba antillana,
urbanizado con “maillots” y mujeres que hieren con sus
tacones finos la arena alegre de la playa.

Óscar delgado era dueño de un fino humor que se resolvía en


lirismo. Despreocupado, violó todas las leyes de tránsito de la
literatura vieja, y los gazmoños inquisidores de los manuales
de retórica se espantaron de sus poemas sincopados. En sus
versos estaban movilizados los cinco sentidos, el corazón
en segunda instancia. Sus compañeros de generación lo
admiramos por su valor poético, porque sonreía de las cosas
solemnes de última hora, y porque saludaba a los fantasmas
literarios y políticos con irrevocables carcajadas. Como
escribió Cocteau de un pintor surrealista, también Óscar
Delgado, para operarla, dormía a Venus con cloroformo. En
Óscar Delgado apreciábamos no solo al intelectual, sino al
amigo. Río suelto era su corazón. Generoso, cordial, noble,
acogedor. Muere a los veintiséis años, cuando la literatura
criolla, nueva, esperaba que sus manos terminaran de raspar
las hirientes guitarras de su obra, sus líricas “guitarras de
alguna noche”.

126
Orilla del recuerdo
Lino Gil Jaramillo5
Revista Tierra, mayo de 1937, p. 98

Mi conocimiento de Óscar Delgado fue muy fugaz. En las


redacciones de los periódicos bogotanos le vi muchas veces
revolviendo canjes y hojeando revistas con el aspecto de
un joven marinero que recorre camarotes, cavas y puentes
de un viejo barco anclado para habituarse a las faenas del
viento y la tempestad. Apenas los saludos de rigor y uno
que otro encuentro banal en que Óscar encendía en forma
de luces de bengala sus alegres comentarios sobre figuras y
cosas literarias.

Al lado de Barrera Parra, viejo capitán de muchos tornados


y borrascas, se hizo a la mar del diarismo. Prestaba sus
servicios en un gran rotativo, y de un momento a otro el
joven comenzó a cantar en una forma que rompía los modos
y las modas en uso. Eran pequeñas canciones y breves
comentarios de extraña guisa, escritos en un estilo de fugas y
canzonetas, en esa manera en que algunos grandes maestros
han dejado primores de melodías. Esas cosas gustaban o no
gustaban, pero eran tenidas en cuenta por las gentes letras.

El joven desapareció un día cualquiera y fuese a la costa.


Allí en Santa Marta volvimos a vernos. A la orilla de la
bahía sobre cuya pista ensayan los vientos cada noche sus

5 Lino Gil Jaramillo (Pereira, 1908 - Cali, 1976)


Periodista y crítico literario, vinculado desde temprana edad al periódico
El Espectador. A partir de 1960 hasta su muerte mantuvo una columna
permanente en ese diario, de donde extrajo su libro Tripulantes de un barco
de papel. Fue también editorialista del periódico La Prensa, de Barranquilla.
Su fuerte fue la crónica a manera de retrato, como lo testimonian algunos
de sus libros en los que rindió homenaje a sus compañeros de generación:
Escrito en la arena, El libro de los cronistas, Unos y Otros.

127
extrañas cabalgatas solíamos instalar nuestro diálogo. O
al amparo de esas pequeñas cantinas que por momentos
parece que van a zarpar. O en los bares centrales. O por
innominadas callejas de penumbra. Nuestros afanes nos
trajeron al interior y no volvimos a verle. Hasta que una
mala tarde los periódicos anunciaron su fin dramático en
una emboscada de baja ley que la reacción política les
tendiera a él y a su padre en Santa Ana, villa natal. Una
página miserable que vale más no mencionar.

Óscar Delgado, marinero de extrañas rutas, boga hoy


por mares de recuerdo. Sin otros puntos de referencia
que sus escasas páginas en que se nos muestra como un
sagaz pesquisidor de detalles y finos matices, como un
temperamento discretamente inclinado al humorismo, a las
cosas intrascendentes, a las infantiles figuritas de papel, sus
amigos le enviamos nuestro mensaje por intermedio de la
rosa de los vientos.

128
Breve obra rescatada
Armando Barrameda Morán6
El Heraldo, mayo 12 de 1983, p. 2

Después de un prolongado, paciente y casi temerario


rastreo por archivos de sus amigos personales y por
las páginas amarillentas de publicaciones bogotanas y
barranquilleras, un condiscípulo de Óscar Delgado, de la
época en que el poeta cursaba estudios secundarios en un
colegio de Mompox, consiguió al fin reunir la docena y
media de poemillas o brevísimos poemas y diez páginas
de la agilísima y superintelectualizada prosa del malogrado
escritor magdalenense. Vencida tras reiterado acoso la
indiferencia del Instituto Colombiano de Cultura, bajo el
patronato editorial de esa entidad de promocionismo cultural
apareció a principio del mes de julio de 1982 la primera
edición (69 páginas, en formato “bolsilibro”) del poemario
de Óscar Delgado, bajo el título de Campanas Encendidas.
Mejor hubiera sido que el compilador se atuviera a la
constante o reiterada motivación de los pequeños poemas.
La compilación de la casi minúscula pero bien pulida obra
poética de Delgado, aparece bajo un título a mi parecer
rebuscado. Aunque haberse acordado de esos instrumentos
de bronce en forma de copa invertida en cuyo interior
cuelga un badajo, no fue idea completamente peregrina. Al
fin y al cabo, las campanas son la única voz colectiva y
congregante de las pequeñas aldeas y de los villorrios hasta
donde no llega ese “mundanal ruido” que en los grandes
conglomerados urbanos acabó con los silenciosos diálogos
del alma con el arcano.
6 Armando Barrameda Morán (Ciénaga, Magdalena - Bogotá)
Poeta y periodista de gran renombre. Hijo de Gregorio Castañeda Aragón
y amigo de Óscar Delgado, de quien escribió varios portraits literarios. Su
vasta obra aún se halla dispersa en periódicos y revistas nacionales.

129
En ciertos aspectos de su música interior, la menuda poesía
de Óscar Delgado tiene mucho de elación aldeana, de
arrobamiento ante el paisaje bucólico. De encantamiento
ante el vuelo de una alondra, de placidez ante el vuelo
agonizante de la luz crepuscular, de romántica embriaguez
bajo el plenilunio totalitario que ya solo ejerce embrujo
sobre las parejas enamoradas que dejan el automóvil a la
vera de la carretera y en el punto más frondoso del boscaje
aledaño hacen el amor, bajo la mirada azul y complaciente
de esa celestina de los noctívagos bohemios.

Los extremistas del vanguardismo a todo trance, llaman


desdeñosamente a esa poesía, en el tono en que la urdió
Delgado, “poesía de campanario”. Con ello quieren
significar que se trata de un género lírico alejado de las
lucubraciones retorcidas de esa otra que también suelen
llamar “poesía cerebral”. En la poesía de Óscar Delgado no
hubo sofisticaciones. Escribió versos como hubiera pintado
acuarelas para ilustrar álbumes de colegialas aficionadas a
la poesía. Poeta lunar por excelencia, su temática selenita
dista mucho de la de Fallon. La luna que canta Delgado en
casi la totalidad de sus poemas, es una luna que no tiene
ninguna de las implicaciones agoreras que se vislumbran
en los poemas de Julio Flórez, o en los nocturnos de José
Asunción Silva. La luna de Flórez tuvo el mismo fúnebre
resplandor que tiene la piel de la luna de los cadáveres. La
de Silva, luz fantasmal que alumbró “amarguras infinitas”.
Pero esa luna que cantó Óscar Delgado es la luna grande
y dorada que embelesa a los niños y el cantar del poeta es
“canción de luna viajera/ en cascabeles de infancia!”

El primero y tal vez uno de los pocos escritores colombianos


que saludó la incorporación de Óscar Delgado al mapa

130
de la poesía colombiana, fue Esteban Coimbra. Después
del asesinato del poeta escribieron sobre su personalidad
literaria, Hernando Téllez, Eduardo Carranza, Lino Gil
Jaramillo, Enrique Caballero Escobar y Tomás Vargas
Osorio. Entre todos los que he nombrado, quien captó con
mayor exactitud la suave, fina y límpida musicalidad de la
poesía de Óscar Delgado, fue Vargas Osorio, cuando escribió:
“Leyendo un poema de Óscar Delgado […] recordamos, no
sabemos por qué extrañas y sutiles afinidades, las sinfonías
musicales de Claudio Debussy”.

131
La mirada breve, Campanas encendidas
Guillermo Martínez González7
Revista Ulrika No. 10, Bogotá, 1987, pp. 40-41

Entre los mayores dones que le debemos a la poesía está


el de su poder para transformar el tiempo: se trata no sólo
de recuperar lo perdido o adivinar el futuro sino también
que la poesía intenta suspender o destruir el tiempo lineal y
cotidiano. Una vez logrado el momento esencial el poema
lo somete al relámpago de la quietud, al instante que
relumbra en el universo. Así, el lector tiene la sensación
de eternidad, el breve esplendor de lo absoluto. Así, por
este encantamiento la poesía se convierte en justificación
metafísica de la existencia: sumido en esa verticalidad el
hombre vuela lejos de sí mismo, se olvida de la muerte e
incluso la acepta: tal vez esta sea la condición para que las
creaciones humanas alcancen tanta luz, tanto sueño. Tales
son los pensamientos que se nos vienen ahora al leer el
pequeño volumen de Óscar Delgado. Porque sus poemas
son como breves hojas que se agitan intemporales en el
viento.

Todo en Óscar Delgado aparece bajo el signo del agua.


Volver a las soleadas tardes del trópico, al primer árbol, a
la primera estrella, esto constituye el empeño primordial de
Campanas Encendidas. Poesía solar, recupera de nuevo la
antigua inocencia, la mirada pura y breve de las cosas. De
allí el tono elemental, la secreta alegría, el esencial regocijo
7 Guillermo Martínez González (La Plata, Huila, 1952 – Bogotá, 2016)
Ensayista, poeta, editor, profesor de literatura hispanoamericana y de
español. Licenciado en filosofía y letras. Miembro de los comités de
redacción de las revistas literarias Ulrika, Puesto de Combate y director de
Pretextos. Beca de cultura a la creación individual en poesía en 1993. Autor
de Declaración de amor a las ventanas (1980); Mitos del Alto Magdalena
(1990); El árbol puro del río (1994); entre otros.

132
con la naturaleza que recorre a los textos. De allí su rumor
de guitarra que se enciende en jardines perfumados, la
luz que invade la tiniebla: aún la noche es anticipo de la
claridad: abre su párpado ante el alba de oro.

“Brisas recién nacidas juegan a la niñez/ en los retoños


cálidos del agua”, se nos dice en “Preludio en Sol”. Como
muchos poetas, Óscar Delgado se sostiene en la infancia.
Tal vez la poesía sea volver a ser niños, volver a ser un
poco salvajes, no lo sabemos: en todo caso allí están las
primeras magias, la desconcertante llamada del mundo. Y
por eso Delgado celebra una infancia feliz, una infancia que
retorna al paraíso. Un gozo que a veces se confunde con el
amor porque en este estado también como niños volvemos
a lo elemental, al juego, a la ensoñación: con los cuerpos
desnudos los amantes inventan al otro, a la luz:

La tarde iba en tus manos y en las hojas claras.

La tarde lenta y fácil


sonaba en el paisaje de tu voz
como una campana de la infancia.

De acuerdo con la metáfora de Lewis Carroll el poeta


imagina la luz después que la vela se apaga. “¡Lentas
palomas de luna/ volaron hacia mi alma!”, dice Delgado.
No sabemos si su paraíso pertenece a un pasado intemporal
o si su memoria transforma una infancia dichosa. Lo
que sí sabemos es que el paraíso está allí en su alma,
resplandeciente como la realidad. Sí, la infancia protege a
Delgado y por eso lo sentimos tan lejano y tan cerca, tan
remoto y tan nuevo. El paraíso de Campanas Encendidas es
creación interior: es el sueño que inventamos los hombres

133
para no morir, es lo que nos guía en cualquier presente para
no desviarnos o caer. Y por eso en el paraíso de Delgado se
confunden las nociones del tiempo: es lo antiguo nuestro, el
origen, pero también el mañana, la feliz orilla de un día en
que por fin se “desnuda la brisa del agua”:
Abramos la ventana de tu ausencia.

Y hacia la lontananza de tu nombre


como un ritmo de nubes
partirán
los pájaros alegres de la infancia
tras el acorde azul de tus pupilas.

Sí, hermano breve de Aurelio Arturo y José Asunción Silva,


Óscar Delgado pasó por la vida como en sus poemas: nos
deja una estela de luz, el emocionado encuentro con la
poesía verdadera.

134
Óscar Delgado
Por Hernán Vargascarreño8
Revista Exilio No. 1, Santa Marta, abril de 1994

Desaparecido a la edad de 26 años, hace ya seis décadas,


Óscar Delgado no ha dejado ni dejará de estar vigente
con su trabajo poético; otro hecho muy distinto es el
desconocimiento de su obra por parte de los colombianos. No
sabemos qué fuerzas adversas lo han excluido de antologías
regionales y nacionales; grave error para nuestras letras de
la Costa Atlántica. Leer un poema suyo en los rincones de
un año como 1994, no implica retroceder a cánones o modas
estilísticas de las cuales no ha escapado la poesía; leer un
poema de Óscar Delgado, ahora, en este momento, es leer
un poema que pudo haber sido escrito una hora antes; he
ahí el valor de su obra, esa maravillosa susceptibilidad que
lo ubica como un poeta visionario y universal, porque supo,
hace sesenta años, adelantarse con su estilo a una época en
que la rima y la métrica encasillaban la labor de muchos
poetas nuestros y foráneos. Y no es la casualidad de un
poema, es toda su obra (la poca que ha escapado al paso
del tiempo): una veintena de poemas y algunos escritos en
prosa, los que tienen la impronta de nuestro poeta.

8 Hernán Vargascarreño (Zapatoca, Santander, 1960)


Poeta, editor y traductor. Licenciado en idiomas de la Universidad Industrial
de Santander. Creador y director del programa nacional Poesía Mar Abierto,
de 1991 a 2008 en Santa Marta, ciudad donde fundó la Biblioteca de poesía
Óscar Delgado, única en su género en la Costa Caribe. Dirige la revista de
poesía Exilio. Actualmente es profesor en Bogotá y tallerista de la Casa de
Poesía Silva. Es uno de los más fervientes difusores de la poesía de Óscar
Delgado. Ha publicado entre otros: Plural (1993), País íntimo (2003, 2006
y 2007) y sus traducciones al Castellano Almenas del tiempo, de Edgar Lee
Masters (2003), ¿Quién mora en estas oscuridades?, edición bilingüe de
Emily Dickinson (2007) y Antínoo, de Fernando Pessoa (2015).

135
Lunas y estrellas alargadas en los ríos, sinfonías soñadas
de Debussy que se confunden con los sonidos que riega
la tarde, hamacas para oscilar un poema, guitarras como
fantasmas de mujeres que sin cesar pasan por el país de las
ventanas, ausencias en todas las presencias, nombres que
crecen en silencio ante la caligrafía de las gotas de lluvia,
violines que alargan la canción de las cigarras, gimnasia
de las palmeras que saludan a los habitantes de la noche.
Ese es el universo poético de Óscar Delgado, ubicable en
cualquier trópico del mundo, posible de traducir a cualquier
idioma terrenal o divino, prolongable en la historia futura.

136
Óscar Delgado o el azar de las imágenes
Hernando Cabarcas Antequera9
Folleto de la exposición itinerante “Ala y latido. Tres poetas
colombianos en las publicaciones periódicas (1920-1970):
Leopoldo de la Rosa, Tomás Vargas Osorio y Óscar Delga-
do”, inaugurada en la Biblioteca Nacional de Colombia, el 16
mayo de 2005. Beca Nacional 2004 del Ministerio de Cultura.

Valorado hacia 1932 como el poeta que tenía “la imaginación


más rica de las últimas generaciones”, Óscar Delgado
murió “por tener que hacer política”, en el municipio
magdalenense de Santa Ana, donde había nacido. En esa
forma trágica terminaban sus propósitos por esclarecer,
desde su condición de senador de la República, asuntos
de la masacre de las bananeras. Paralelamente, estaba
indagando en la “botánica romántica” y desde las “flores
de batatilla” del siglo XIX pudo oír las “Guitarras de una
noche”. Fueron estas las palabras que escogió como título
para el poemario que estaba preparando para su publicación,
habiendo soñado atemperar los ritmos del corazón con la
presencia de la alegría y las fibras de las noches.

Menos de dos meses le faltaron a Óscar Delgado para


cumplir 27 años de edad y, curiosamente, en el proceso
de reconstrucción y agrupación de su obra hemos podido

9 Hernando Cabarcas Antequera (Bogotá, 1959)


Filólogo de la Universidad Pedagógica Nacional de Colombia y doctor en fi-
lología española de la Universidad de Salamanca (España). Ex director del
Instituto Caro y Cuervo. Investigador, crítico y profesor universitario de lite-
ratura en la Universidad de los Andes y Autónoma de Colombia. De su labor
crítica se destacan la Obra completa de Aurelio Arturo (Madrid, Archivos de la
UNESCO, 2001), Don Quijote o la invención de la literatura (Biblioteca Na-
cional de Colombia/Instituto Caro y Cuervo, 2005), y el proyecto “Antología
crítica de tres poetas colombianos en publicaciones periódicas (1920-1970):
Leopoldo de la Rosa, Tomás Vargas Osorio, y Óscar Delgado”.

137
recuperar 27 poemas que son la realidad viviente de un
artista que concebía que la existencia estaba “en lo que
tiembla en las hojas de los árboles o en las hojas de los
libros”. Estas composiciones de Óscar Delgado son, pues,
una “Invitación a la Costa” para ver el mar y liberar la
imaginación y alcanzar “ese estado de gracia que nos hace
apasionarnos por el espíritu de la danza y la geometría”.

138
Óscar Delgado
Por José Luis Garcés González10
Literatura en el Caribe colombiano, señales de un proceso.
Tomo I
Universidad de Córdoba, Montería, 2007, pp. 178-180

Campanas encendidas
La poesía de Óscar Delgado es sencilla. Su verso es claro.
Sus temas los tiene cerca del corazón. Le canta a la luna, al
sol, a la lluvia, al jardín, al mes de diciembre. Pero no hay
en él sensiblería alguna. Muchos de sus poemas se titulan
“Canción”. Y sí, falta la lira para completar la vocalización
del texto. Dado el tiempo en el que vivió, la poesía de
Delgado es de estricta vanguardia y de una majestuosa
contemporaneidad. Parece de hoy. Es más: algunos poetas,
hoy, no son capaces de escribirla con ese tono y ese lenguaje.

Así, en Campanas encendidas, la mano maestra de Delgado


va narrando su aldea espiritual, su río, sus vegetales
dormidos bajo la luna. Y de pronto, en otro poema, como
húmedo animal de sorpresa, el agua. El agua que todo
lo bebe. Que todo lo mira. Y que, al entregarse al sol, se
calienta, y es otro sol, alargado, móvil, con afán de mar.

No es exagerado decir entonces que Óscar Delgado llevaba


la poesía como la sombra. Y no era un anexo. Era su yo y
su sombra. Su yo duplicado. Su carne poética dividida en
dos estancias.
10 José Luis Garcés González (Montería, 1950)
Escritor, poeta, periodista y ensayista de gran prestigio en las letras
costeñas. Ha ganado varios concursos en diferentes categorías en Colombia
y el extranjero. Autor, entre otros, de los libros de cuentos Fernández y
las ferocidades del vino (1991) y Aguacero contra los árboles (2007), de
la novela Fuga de caballos (2013) y de dos volúmenes críticos titulados
Literatura en el Caribe colombiano, señales de un proceso (2007).
Miembro fundador del grupo literario El Túnel.

139
Poeta en verso y en prosa: poeta
La prosa de Óscar Delgado es espléndida. Él narra en
poesía. Por eso sus textos son poemas en prosa. Muy pocos
escritores (y estamos hablando a principios del siglo XXI)
manejan en América Latina el uso que Óscar Delgado le
da al adjetivo. El adjetivo de él es un adjetivo brujo. Él lo
utiliza de manera asombrosa; a veces bordea el exceso pero
sabe detenerse a tiempo. Y entonces el lector percibe que
ese es un vocablo virginal, que antes de Óscar Delgado el
adjetivo era sombra o luz muerta.

No menos puede decirse de los textos “Carta con paisaje al


fondo”, “Sinopsis de Berta Álvarez”, y “Hoja de álbum”,
entre otros. Delgado no da vueltas en torno al lenguaje
poético, no se enreda en su discurso; por el contrario,
comunica, habla con fortaleza y con un hermoso énfasis
estético. Su prosa parece que desbordara el tema que trata:
tal es la belleza de su palabra narrada:

“Mientras llueve sobre Bogotá como en las peores épocas de


la literatura colombiana, diviso el recuerdo de Berta Álvarez
iluminado por lustrosa meteorología. Berta Álvarez en su
país tórrido aparece bajo el claro viento fluvial, junto a las
músicas de guitarra. Es una mujer morena con diciembre al
fondo”. (Sinopsis de Berta Álvarez).

Cierto es que murió en 1937, a los 27 años de edad, pero pese


a la brevedad existencial no se puede asegurar que Óscar
Delgado haya sido “más expectativas que realizaciones”11,
pues su obra, si bien no es abundante, tiene la suficiente
solidez creativa y estética para consolidar un discurso válido
y muy personal en el panorama de la poesía colombiana del
siglo XX. Y, como se ha probado, calidad desplaza cantidad.

11 Bacca, Ramón Illán. “Óscar Delgado”, en El Heraldo, Barranquilla, 26 de


marzo de 2006, p. 2

140
Cronología de Óscar Delgado

1910

Nace el 6 de junio en Santa Ana, Magdalena12, un pueblo


del Caribe colombiano, río arriba, lejos del mar. Santa
Ana era, en palabras del propio Delgado (1931b: 4), “un
pueblito de calles que van y vienen sin prisa”. Aquel lugar
será el modelo para la aldea de Delgado, principal espacio
poético de su obra, con sus calles, sus pájaros, sus árboles,
su música y su gente.

Óscar Delgado era el segundo de los seis hijos del


matrimonio de Emilia Campo y Temístocles Delgado,
comerciante y ganadero, ex guerrillero de la Guerra de
los Mil Días y reconocido dirigente liberal de la zona.
Sus hermanos fueron Emilia, Regina, Graciela, Hernando
y Alfredo, quien más tarde sería contertulio del Grupo de
Barranquilla13.

1919-1923

Estudia la primaria en la Escuela de Varones de Santa Ana


donde su abuela materna, Eleonora Medina, normalista gra-
duada en Santa Marta en siglo XIX, ejercía como maestra.

12 Partida de Bautismo nº 265 del libro bautismal de 1910, Parroquia de Santa


Ana, Magdalena.
13 Los datos personales fueron suministrados por Regina Delgado Campo,
hermana del poeta.

141
Delgado y sus hermanas hacia 1915

De este periodo proviene una célebre anécdota de la


infancia de Delgado: Cuenta Carlos Alemán (Arango, 1995:
263-265), escritor y político amigo suyo, que Temístocles
Delgado había llevado a su hijo Óscar a conocer “el último
invento de los sabios de Memphis”: el hielo que por primera
vez llegaba a la aldea canicular. Agrega que años más tarde
le contó la historia al Nobel costeño y sugiere que ésta fue
el origen del célebre episodio de Cien años de soledad.

1924-1925

Se matricula en el prestigioso Colegio Pinillos de Mompox,


que en la Colonia había sido la primera universidad de la
Costa. Allí fortalece su amistad con Carlos Alemán, mucho
más joven que él y quien lo rescataría del olvido casi
cincuenta años después de su muerte, al lograr en 1982 que
el Instituto Colombiano de Cultura divulgara ampliamente
una muestra de su poesía. Mompox era para Delgado un
lugar entrañable, tanto que prometió escribir una página
que le quedó debiendo (Anónimo, 1936a: 12).

142
1926-1928

Para el padre de Óscar Delgado no bastaba la reputación


del colegio Pinillos en donde él mismo había estudiado,
por lo que decidió trasladarlo a Barranquilla a continuar
sus estudios secundarios. Salía pues de la “Ilustre Villa
de Santa Cruz” para la Barranquilla moderna de los años
veinte, “vibrante y ágil –diría Delgado– porque no tiene
en su organismo pesados residuos de pretérito histórico”
(1931c: 5).

En esta ciudad Delgado ingresa primero al Colegio Biffi, de


donde se retira al año siguiente por el carácter confesional
de la institución14 y pasa entonces como interno al Colegio
Americano, en donde según un condiscípulo suyo, escribe
su primer texto de carácter literario titulado Evocaciones
del atardecer y su primer ensayo poético titulado Nubes,
“en ritmo yámbico y con alma de romántico incurable”,
(Vizcaíno: 1937: 12). También recibe clases de piano del
famoso músico curazaleño Emirto de Lima, estudia violín y
pintura15, conocimientos y gustos que aparecerán más tarde
en su producción poética y periodística.

El ambiente académico y cultural de Barranquilla era favora-


ble, las novedades literarias nacionales y extranjeras llegaban
primero a la ciudad o se producían en ella, como fue el caso
de Voces, considerada hoy una de las mejores revistas de la

14 A los 20 años Oscar Delgado escribe una diatriba contra el obispo de Santa
Marta, Joaquín García Benítez, porque éste lanzó desde el púlpito de la
iglesia de Santa Ana una sentencia de fuego contra la gente del lugar que
convivía en unión libre. El texto nos muestra a Delgado como un anticlerical,
no obstante esto no era impedimento para que el mismo obispo se hospedara
en su casa. Ver: “La decadencia de las profecías”. (1930a).
15 Conversaciones con Margot Pachón de Delgado, cuñada del poeta.

143
vanguardia latinoamericana. Habitualmente llegaban tam-
bién grupos de teatro y zarzuela españoles, las proyecciones
cinematográficas eran permanentes y el paso de uno que otro
intelectual animaba la ciudad (Bacca, 1998: 56).

Delgado (derecha) a las afueras del Colegio Americano (1926).


Leyenda al envés: “Alfonso Barros y mi estrambótica figura”.

En 1927, Temístocles Delgado, padre de Óscar, es elegido


senador suplente del ex general de la Guerra de los Mil
Días, Pablo Emilio Bustamante.

En 1928 se da la masacre de las bananeras en el


departamento del Magdalena, la tierra de Óscar Delgado.
El ejército nacional, con la venia del Estado, lleva a cabo
la matanza de obreros en huelga de la compañía bananera
norteamericana United Fruit Company. Con este crimen
comienza a debilitarse el partido conservador montado en
el poder hacía más de cincuenta años.

144
Óscar Delgado, recién graduado de bachiller con honores
en el Colegio Americano a finales de este año, seguía atento
todos esos hechos para actuar más tarde como político.

1929-1930

Delgado permanece en Santa Ana, en donde edita con


Antonio Brugés Carmona Horizonte, un periodiquillo en el
cual publica sus primeros poemas y del que no se conocen
ejemplares.

Traba amistad con el periodista y escritor Atilio Velázquez,


quien por esos años vive en la población en calidad de
profesor de escuela primaria.

En agosto de 1930 firma desde su pueblo el primer texto que


se conozca suyo, “La decadencia de las profecías” (1930a),
publicado en la revista Civilización de Barranquilla, dirigida
por Adalberto del Castillo.

Luego en Mundo al día, de Bogotá, publica el 22 de


noviembre una partitura suya para piano titulada Bajo la
noche (1930b).

Trabaja también en los negocios de su padre, atendiendo en


especial el almacén de variedades.

En 1930 el liberal Enrique Olaya Herrera llega a la


presidencia de Colombia, venciendo al conservatismo
dividido en dos candidatos –el poeta Guillermo Valencia
y Alfredo Vásquez Cobo– poniendo así fin a la llamada
Hegemonía Conservadora, e iniciando la modernización
del Estado colombiano.

145
Había llegado pues para los liberales la anhelada toma del
gobierno. Ahora los papeles se invertían en un país biparti-
dista, sectario y mayoritariamente analfabeta. Temístocles
Delgado, el padre de Óscar, fue uno de los favorecidos con
el cambio de mandato al ser designado como alcalde liberal
en un pueblo conservador como Santa Ana.

1931-1934

Óscar Delgado marcha esta vez a Bogotá para convertirse en


abogado como deseaba su padre. Ingresa así a la Universidad
Externado de Colombia, de donde viene, quizás, su amistad
con Aurelio Arturo, también estudiante de derecho en la
misma universidad, e igual que él proveniente de la lejana
provincia colombiana (Castillo Mier, 2007-2008: 164).
En el viaje a la capital, el propio Temístocles Delgado
acompaña e instala a su hijo Óscar, llevándolo de paso a
la oficina de su amigo personal Eduardo Santos, para ver
cómo lo podía vincular al diario El Tiempo. Así fue como
quedó el muchacho costeño a las puertas del periodismo
nacional, en donde haría una corta carrera como redactor.

Óscar Delgado con no más de 20 años interactuaba con


los intelectuales de la Bogotá de cafés y tertulias que
frecuentaban el diario de Santos. Allí conoce entre otros,
a Hernando Téllez, a Luis E. Nieto Caballero, a Enrique
Santos (Calibán), a Alberto Lleras, a Ramón Barba, a Juan
Roca Lemus y principalmente al que muchos señalan como
su maestro en el periodismo, Jaime Barrera Parra, y entre
toda esta hornada de escritores nuevos y viejos comenzaría
a llamársele por los cubículos y pasillos del diario “el
benjamín de El Tiempo”.

146
Paralelamente estrecha amistad con integrantes de los
movimientos literarios que surgieron en Bogotá en las
décadas del veinte y treinta, los Nuevos y los Piedracielistas.
Y justamente, a la par de varios de los futuros miembros de
este último grupo, Delgado empezará a publicar su obra,
sobre todo en Lecturas Dominicales de El Tiempo, hasta el
mismo día de su muerte.

Luego de dos o tres años Delgado abandona los estudios de


derecho por falta de vocación y se dedica exclusivamente
al periodismo y la literatura. Asiste también con frecuencia
a las cámaras legislativas, lo que le permitió, según un

La redacción de El Tiempo en 1931. En primera fila: Arturo Pérez Restrepo,


Arcencio Zambrano, Hernando Téllez, Ernesto Hernández, Óscar Delgado,
Antolín Díaz. Segunda fila, sentados: Luis E. Nieto Caballero, Fabio
Restrepo, Oliverio Perry, Enrique Santos (Calibán), Alberto Lleras, Gabriel
Montaña. Tercera fila, de pie: Lope Restrepo, José Joaquín Jiménez, Ángel
Jaramillo, Roberto García-Peña, José Justo Fernández, Antonio María
Sepúlveda, Gilberto Owen, Joaquín Quijano Mantilla, Carlos Borda Franco
y Federico Rivas Aldana (Fraylejón). Foto Reyes, archivo El Tiempo.

147
contemporáneo suyo, “captar y caricaturizar los gestos
de nuestros más hábiles parlamentarios y estudiar las
inutilidades de aquellos que constantemente van ungidos
con el voto popular” (Bermúdez, 1935: 14).

En 1934 Delgado se encarga en Santa Marta de la


secretaría privada de la Gobernación del Magdalena, su
departamento. La ciudad marítima que figura a veces con
nombre propio en su obra poética era, además, la excusa
para volver al Caribe. El poeta abandona así la capital para
convertirse en protagonista de la desprestigiada política de
las provincias. Delgado permanece como secretario de la
Gobernación hasta finales de 1936, durante dos periodos
consecutivos.

El Heraldo de Barranquilla publicita una conferencia suya


titulada “Ideas para una literatura de la Costa” (Anónimo,
1934), que daría el 19 de octubre en los salones de la
Asociación de Empleados del Magdalena.

1935

Se anuncia su participación en la revista capitalina Mañana,


junto con Darío Samper, Roca Lemus y otros.

Se lanza como suplente de Néstor Brugés a la Cámara de


Representantes, saliendo elegido por las provincias del Sur
y del Río (Bermúdez, 1935: 14), donde está su natal Santa
Ana. Sus adversarios conservadores lo acusan en la prensa
samaria por fraude electoral en Santa Ana, donde su padre
era alcalde (García y Martínez, 1935: 4).

148
A Óscar Delgado, sin embargo, parecía no atraerle el ejer-
cicio de la política con el mismo ímpetu que a la mayoría
de los jóvenes intelectuales de su época, e incluso Antonio
Brugés Carmona (1937a: 1) decía que sus amigos lo consi-
deraban sin menosprecio “falto de temperamento político”16.
Otros, por el contrario, se emocionaban al imaginarlo alter-
nando “con parlamentarios diestros de la talla de Laureano
I, Turbay II y Gaitán III” (Bermúdez, 1935: 14). Delgado se
declaraba liberal de izquierda y con esas convicciones haría
una corta pero vertiginosa carrera en la vida pública.

1936

Prepara en Santa Marta con varios intelectuales liberales


la publicación de un periódico con el nombre de Polémica
(Anónimo, 1936b).

Viaja en abril como funcionario de la Gobernación por


varios pueblos del Brazo de Mompox, y en septiembre por la
antigua Provincia del Sur del departamento del Magdalena,
hoy territorios del Cesar y Norte de Santander (Anónimo,
abril 27 y septiembre 26 de 1936).

En octubre Delgado ocupa la curul de Representante en


Bogotá, y no vacila en intervenir en el debate sobre la Zona
Bananera de su departamento y la industria del banano.
“Fue una intervención breve –anota Carlos Alemán (2010:
50-51), tal vez sin mucha resonancia, pero fue una audacia
que un joven recién estrenado en la Cámara interviniera en
un debate público. Se trataba del gran Congreso que hizo
las reformas del 36”.

16 De la apatía de Delgado por la política también hicieron mención:


Hernando Téllez (1937: 5) y Antonio Salcedo (1937: 4), entre otros.

149
Credencial del Congreso de Colombia

El 30 de noviembre muere en Santa Ana su abuela materna


Eleonora Medina.

En la célebre antología de Samper Ortega aparece su


poema “Canción lunática” con el título de “La luna nueva
de octubre”, en el tomo 83, Los Poetas (de la naturaleza).
Igualmente aparecen en El Heraldo y en El Tiempo, algunos
poemas y prosas suyas bajo los títulos de Canciones falsas,
los primeros, y Notas Artificiales los segundos, nombres
con los que pensaba publicar su obra poética.

1937

Empieza en Santa Ana la campaña electoral que lo llevaría


ahora a obtener una curul en la Asamblea del Magdalena,
en representación de las provincias del sur que le habían
dado anteriormente la victoria. El 4 de abril es elegido
representante. Pero los ánimos estaban revueltos en
el villorrio conservador. Su padre era acusado por los
adversarios de abuso de autoridad y provocador como

150
alcalde, e incluso, el periódico El País lo había denunciado
por presuntamente intentar incendiar el pueblo vecino de
San Zenón (Ariza, 1937: 3). Contrario a la opinión de sus
amigos, a Delgado se lo ve en estos días entusiasmado por
la política, prometiendo cosas y reiterando su posición de
izquierda ¿Demagogia? Así le habla a un amigo pocos días
después de las votaciones:

Para no incurrir en un exceso de optimismo, te


diré que el resultado de las elecciones presenta
caracteres que hacen pensar en la posibilidad de
que yo haya sido elegido diputado a la asamblea
del Magdalena. Si tales sospechas son fundadas y
me cae al bolsillo la correspondiente credencial,
puedes tener la seguridad de que de mi curul
se elevará siempre una voz en defensa de una
nueva política para interpretar y resolver nuestros
problemas regionales y de una política de izquierda
para librar al departamento de las consecuencias
de la vieja política […] Espero tener pronto el
placer de conversar contigo y con mis amigos
plateños. Alguna noche descompondremos y
recompondremos el departamento y el país entre
vaso y vaso de cerveza (Delgado, 1937b: 6).

El 11 de abril, una semana después del triunfo electoral de


Delgado, los conservadores de Santa Ana organizaron una
manifestación para promover la cedulación conservadora.
Fue así como en las primeras horas de la noche se
congregaron en la plaza unas dos mil personas de toda la
comarca que habían sido invitados para escuchar al joven
momposino Napoleón Rodríguez, recién graduado en la
Javeriana, y próximo a los afectos de Laureano Gómez.

151
Delgado y su padre habían sido invitados por Rodríguez
a la manifestación política, pero Temístocles consideró
que no era prudente asistir e intentó inútilmente
disuadir al hijo. Convinieron, entonces, en quedarse a
pocos metros del lugar, en casa de Brugés Carmona.
Temístocles Delgado había sido advertido por su padre
de un presunto complot en su contra, a lo que el hijo
respondió tajantemente: “Vea papá, sabe lo que le
digo: que yo me muero en el puesto como perro de
montería”17. Aunque una premeditación de los hechos
nunca se pudo probar, se constató el corte de los cables
del telégrafo y nunca se pudo explicar la presencia de
cientos de garrotes en un lugar estratégico cerca de la
concentración política con los que efectivamente se
proveyó la turbamulta. Por este último hecho, Carlos
Alemán llamaría paródicamente este episodio “la noche
de los guayacanes cortos” (Alemán, 1987: 3), mientras
el pueblo sobrenombró a la principal sindicada como
“Juana Garrote”.

Esa noche, en medio de las lámparas de petróleo que


alumbraban a la muchedumbre, un tiro hizo blanco en el
corazón de un espectador conservador cercano al parapeto
donde estaba la dirigencia de su partido, desatando la
tragedia. Se acusó al padre de Óscar Delgado de haber
premeditado el hecho, instruyendo a un policía para
que llevara a cabo el asesinato. En respuesta el pueblo
se dividió en turbamultas que pedían venganza, y así
atacaron a palo y a machete el almacén y la residencia
de los Delgado, que estuvo a punto de ser incendiada.

17 Conversaciones con Isabel Pérez, testigo.

152
Temístocles Delgado fue sacado de la casa de Brugés
Carmona con amenazas de dar muerte a su familia que
milagrosamente se había salvado del linchamiento al huir
a una casa vecina. Y tal como se esperaba, el jefe liberal
salió a la calle y revólver en mano se presentó en la casa
bastión de los conservadores, a reclamar por el orden y las
acusaciones que le hacían18. Al gritar en la puerta “¿Con
quién me las entiendo; con hombres o con mujeres?”, fue
baleado en una pierna, y luego en plena calle macheteado
en la espalda y el rostro le fue desfigurado a garrotazos.
La justicia no halló culpables y todos los sindicados
fueron declarados inocentes cuatro años después19. A todas
estas, Óscar Delgado que había salido en defensa heroica
y suicida de su padre, fue alcanzado por una bala por la
espalda, en hechos siempre confusos. Logró devolverse
moribundo a casa de Brugés Carmona donde se desplomó
pidiendo agua20. Luis Mejía López, un joven de 20 años se
declaró victimario y pagó 5 años de cárcel en el panóptico
de Santa Marta; al salir afirmó que había sido pagado por
inculparse21.

Resulta interesante el hecho de que unos días antes de la


muerte de Delgado, desde la capital, Laureano Gómez
hubiera invitado a sus copartidarios a “asumir una actitud
beligerante” con sus adversarios, lo que devendría en la
“acción intrépida” y el “atentado personal” que sumirían
al pueblo colombiano en el período hoy conocido como
La Violencia. Paradójicamente ese mismo día del crimen
18 Conversaciones con Belén Nieto, testigo.
19 Para los datos judiciales y la reconstrucción de esta parte nos basamos en
el expediente del Tribunal Superior de Santa Marta, 7 de febrero de 1940.
(Copia de la Fundación Amigos de la Historia de Santa Ana).
20 Conversaciones con Marlene Brugés, testigo.
21 Conversaciones con la viuda de Luis Mejía, Elvira Sánchez Pianetta.

153
de Santa Ana El Tiempo publicaba en la mañana la última
prosa de Delgado (1937b: 3), testamentaria e indulgente
con su pueblo que lo sacrificaba:

Y sin embargo la aldea fue alguna vez una feliz


estampa cuyos colores funcionaban de acuerdo a
la más deliciosa filosofía de la vida.

154
Fuentes de la Cronología

Alemán, Carlos (1987, 26 de abril). “Delgado, poeta sin


amarguras”. Lecturas Dominicales de El Tiempo: 3
Alemán, Carlos (2010). En cada casa un piano. Memorias
de Carlos Alemán Zabaleta. Conversaciones con Álvaro
Pablo Ortiz y Guillermo Martínez González. Trilce Editores.
Bogotá: 147
Anónimo (1934, 22 de octubre). “Una conferencia”. El
Heraldo, Ecos del Magdalena.
Anónimo (1935, 21 de enero). “Óscar Delgado”. El Tiempo: 5
Anónimo (1936a, 11 de mayo). “Don Óscar Delgado nos
concede un interesante reportaje”. El Heraldo: Ecos del
Magdalena.
Anónimo (1936b, 6 de febrero). “Un nuevo periódico”. El
Heraldo, Ecos del Magdalena.
Anónimo (1936c 27 de abril). “Regresó la comisión que fue
a San Sebastián”. El Heraldo: Ecos del Magdalena.
Anónimo (1936d, 26 de septiembre). “El secretario privado
habla de la gira efectuada recientemente al sur por el señor
gobernador”. El Heraldo: 20
Anónimo (1937a, 12 de abril). “Salvaje crimen político
hubo en Santa Ana (Mag)”. El Espectador: 1

155
Anónimo (1937b, 17 de abril). “La última Carta de Óscar
Delgado”. Periódico Rumbos, Plato (Magdalena): 6
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Márquez en El Universal. El Universal. Cartagena: 361
Ariza G. Manuel (1937, 19 de abril). “Los primeros
informes que se le dieron a la Gobernación sobre los sucesos
ocurridos en Sta. Ana.” El Siglo: 3
Bacca, Ramón Illán (1998). Escribir en Barranquilla. Uni-
norte. Barranquilla: 281
Bermúdez, Luis A. (1935, mayo 11). “Óscar Delgado”. El
Heraldo: 14
Castillo Mier, Ariel (2007-2008). “Germán Espinosa,
un poeta que novela la historia”. Revista Aguaita, 17-18,
Cartagena: 164
Delgado, Óscar (1930a, agosto), “La decadencia de las
profecías”. Revista Civilización, Barranquilla.
Delgado, Óscar (1930b, 22 de noviembre). “Bajo la noche”,
pasillo para piano. Revista Mundo al día, Bogotá.
Delgado, Óscar (1937b, 11 de abril). “Luis Carlos López o
la aldea perdida”. El Tiempo: 3
Delgado, Óscar (1982). Campanas encendidas. Colcultu­ra.
Cuadernos de Poesía, Vol. 11, Bogotá: 69
Expediente del Tribunal Superior de Santa Marta sobre los
sucesos de de Santa Ana, 7 de febrero de 1940 (Incompleto,
Archivo de la Fundación Amigos de la Historia de Santa Ana).
García, J. María y Martínez, Julio. (28 de mayo). “Telegra-
ma”. El Estado, Santa Marta: 4

156
Salcedo, Antonio (1937, 13 de abril). “Última alusión de
Óscar Delgado”. La Prensa: 4
Samper Ortega, Daniel (1936). Los poetas (de la naturaleza).
Bi­blioteca Aldeana de Colombia, Tomo 83. Ministerio de
Educación Nacional-Editorial Minerva. Bogotá: 306
Téllez, Hernando (1937, 13 de abril). “Óscar Delgado”. El
Tiempo: 5
Vizcaíno T, Otoniel (1937 13 de mayo). “Óscar Delgado”.
El Heraldo: 12

157
158
Noticia Bibliográfica

1.Índice cronológico de publicaciones de la obra de


Delgado de 1930 a 1937

1930
“La decadencia de las profecías”, revista Civilización,
Barranquilla, (fotocopia sin fecha, firmada en 1930 desde
Santa Ana, Magdalena, archivo de Ramón Illán Bacca).
“Bajo la noche” (pasillo, partitura para piano), revista
Mundo al día, Bogotá, noviembre 22 de 1930

1931
“Paz” y “Diciembre” (primera versión de “Esquema de
diciembre”, sin estrofas y con error en la diagramación),
Lecturas Dominicales de El Tiempo, mayo 24 de 1931, pp.
9 y 11 respectivamente.
“Ramona” (con auto caricatura, Lecturas Dominicales de
El Tiempo, junio 7 de 1931, p. 4
“Invitación a la Costa”, Lecturas Dominicales de El
Tiempo, junio 21 de 1931, p. 8
“Costa nocturna”, Lecturas Dominicales de El Tiempo,
agosto 16 de 1931, p. 31
“La tragedia de los organillos” (con dibujo sin firma),
Lecturas Dominicales de El Tiempo, agosto 30 de 1931, p. 11

159
“Poemas de Óscar Delgado” (“Preludio en sol”, “Breves
canciones de antes”, “Canción lunática”, “Diciembre”
(Segunda versión de “Esquema de diciembre”), con
un dibujo de Óscar Delgado por Serrano), Lecturas
Dominicales de El Tiempo, septiembre 13 de 1931, p. 12
“Canción morena”, Lecturas Dominicales de El Tiempo,
octubre 11 de 1931, p. 8
“Orquesta Negra, poemas de Castañeda Aragón” (con
dibujo sin firma), Lecturas Dominicales de El Tiempo,
octubre 18 de 1931, p. 5
“Jorge Artel”, Lecturas Dominicales de El Tiempo,
noviembre 8 de 1931, p. 11
“Infierno y caricatura”, Lecturas Dominicales de El
Tiempo, noviembre 29 de 1931, p. 2
“Añoranza del retablo estival”, Lecturas Dominicales de
El Tiempo, diciembre 27 de 1931, p. 9

1932
“Tamí Espinosa, comedia de Antonio García” (con
dibujo de Serrano), Lecturas Dominicales de El Tiempo,
enero 31 de 1932, p. 12
“Una carta de Óscar Delgado”, Lecturas Dominicales de
El Tiempo, febrero 21 de 1932, p. 11
“Alma y paisaje de Margot Manotas”, El Tiempo, mayo
14 de 1932, p. 5
“Elegía de Guty Cárdenas”, El Tiempo, Bogotá, abril 17
de 1932, p. 8

160
“Visión de Berta Singerman” (con foto de Berta Singerman
en escena), Lecturas Dominicales de El Tiempo, agosto 14
de 1932, p. 1
“Canción íntima”, Lecturas Dominicales de El Tiempo,
agosto 28 de 1932, p. 7

1933
“Portada” (con dibujo de Jaime Barrera Parra por Vargas
Codazzi), Lecturas Dominicales de El Tiempo, Bogotá,
julio 30 de 1933, p. 1

1934
“Acuarela de Berta Álvarez” (fechada en diciembre de
1933, con dibujo sin firma), Lecturas Dominicales de El
Tiempo, febrero 4 de 1934, p. 8
“Canción fácil” (con dibujo de Robles Aponte), Lecturas
Dominicales de El Tiempo, enero 21 de 1934, p. 11
“Glosa de Josefina Albarracín”, (con dibujo de Serrano),
Lecturas Dominicales de El Tiempo, mayo 20 de 1934, p. 5
“Croquis de Barrancabermeja” (con caricatura de
Jaramillo Arango, sin firma), Lecturas Dominicales de El
Tiempo, marzo 4 de 1934, p. 3
“Nocturno de Diego Fallon”, Lecturas Dominicales de El
Tiempo, marzo 18 de 1934, p. 12

1935
“Loa de las estrellas menores”, El Tiempo, Bogotá, enero
19 de 1935, p. 22

161
“Sinopsis de Berta Álvarez”, Página Literaria de El
Heraldo, Barranquilla, julio 12 de 1935

1936
Canciones falsas y Notas artificiales (“Canción fácil”,
“Canción leve”, “Canción lenta”, “Croquis de la lluvia”,
“Hoja de álbum”, con presentación de Tomás Vargas Osorio),
El Heraldo, Barranquilla, mayo 30 de 1936, página literaria.
Canciones falsas (con fotografía de Óscar Delgado,
aparecen: “Vieja canción”, “Canción cálida”, “Canción
monótona”), El Tiempo, octubre 11 de 1936, segunda
sección, p. 2
Cinco canciones falsas (“Canción”, “Jardín”, “Esquema de
diciembre”, “Canción íntima”, “Tarde”), El Heraldo, 1936
Canciones falsas (“Luna para piano”, “Canción”, “Tarde”,
“Canción íntima”, “Canción leve”), El Tiempo, 1936
“Canción lenta” (Con presentación de Tomás Vargas
Osorio), El Tiempo.
“La luna nueva de octubre” (“Canción lunática”), en:
Samper Ortega, Daniel Los Poetas (de la naturaleza). Bi-
blioteca aldeana de Colombia, tomo 83. Bogotá: Ministerio
de Educación Nacional-Editorial Minerva, p. 105

1937
“Luis Carlos López o la aldea perdida” (por un error de
diagramación aparece con el título invertido con el soneto
“María, como un jazmín de lágrimas” de Eduardo Carranza,
también por error atribuido a Óscar Delgado). El Tiempo,
abril 11 de 1937, segunda sección, p. 3

162
2. Sobre esta edición

El nombre de Óscar Delgado (1910-1937) es un secreto


mayor entre los conocedores de la poesía colombiana. Los
escasos poemas y prosas que componen su producción le
bastaron para situar su nombre en la alta lírica nacional. Su
poesía, publicada en diarios y revistas del país y opacada
luego por los avatares del tiempo, volvió a la luz pública
cincuenta años después de la muerte del poeta con Campanas
encendidas (1982), una publicación del entonces Instituto
Colombiano de Cultura.

Hoy, a 81 años de la muerte de Delgado, hemos querido


recoger bajo un mismo signo su poesía en verso y en prosa.
Los vasos comunicantes entre estos dos modos del lenguaje,
establecidos en especial por un mismo estilo, imágenes y
temas persistentes como la música, la aldea o la infancia,
más una manifiesta intención estética, hacen de la obra un
discurso coherente que exige ser leído como una totalidad.

Así, los poemas han sido agrupados en esta compilación


bajo la denominación original que su autor quiso para ellos,
Canciones falsas, a modo de subtítulo; aunque la inclusión
íntegra y su disposición en el volumen son arbitrariamente
nuestras, pues no conocemos más detalles de la intención
editorial de Delgado. Igual pasa con la prosa, la que hemos
restablecido a versiones originales (por ejemplo, hemos
devuelto fondo y forma a “Añoranza del retablo estival”,
arbitrariamente versificado y trastocado en su sintaxis
después de la muerte del poeta); o publicamos otras versiones
de los textos que figuran en Campanas encendidas, para
que el lector haga una mejor lectura de ellos.

163
De este modo, queda pendiente una edición crítica y
completa de la obra de Delgado, en la que figuren las
diferentes versiones que el autor hizo públicas, ejercicio
atractivo para el estudio del estilo y la evolución estética
de su poesía. Los cambios de nombres, la versificación
diferente e incluso la reescritura de un texto como “Nocturno
de Diego Fallon”, nos hablan de una constante revisión de
la obra y del ejercicio creativo del escritor.

Por lo demás, la agrupación de la prosa poética con textos


netamente periodísticos obedece a que en gran parte de
ellos el tono lírico les imprime el inconfundible estilo
de Delgado. Acogemos, pues, para toda la obra en prosa
recuperada, el subtítulo de Notas artificiales, con el que,
en efecto, Delgado publicó algunas prosas estrictamente
poéticas en la prensa nacional.

Queda pues en manos del lector esta obra que ratifica el


vigor de la poesía costeña y el talento de Delgado, que
busca otra vez la reconciliación con la infancia y el paraíso
perdidos.

3. Bibliografía del artículo introductorio de esta


edición

Anónimo (1935, 21 de enero). “Óscar Delgado”. El Tiempo: 5.


Anónimo (1937, 12 de abril). “Salvaje crimen político hubo
en Santa Ana (Mag)”. El Espectador: 1.
Anónimo (1939). “Treinta años de poesía colombiana”.
Lecturas Dominicales de El Tiempo.
Anónimo (1962, 5 de junio). “Este joven Carranza”. El
Tiempo: 18.

164
Anónimo (1982, 30 de agosto). “La última cosecha. Con
profusión de géneros, tendencias, tamaños y colores,
Colcultura se expone, otra vez, a la complacencia y la ira”.
Semana.
Barrameda Morán, Armando (1983, 12 de mayo). “Breve
obra rescatada”. El Heraldo, 2A.
Bacca, Ramón Illán (2006, 26 de marzo). “Óscar Delgado”.
El Heraldo: 2.
Bonnett, Piedad (2003). Imaginación y oficio, conversacio-
nes con seis poetas colombianos. Medellín: Universidad de
Antioquia.
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Caneva Palomino, Rafael, compilador (1943). Ecos de
poesía, líricos de la Costa Atlántica. Ciénaga: Estudios
Tipográficos de la Escuela Complementaria.
Carranza, Eduardo (1936). Canciones para iniciar una
fiesta. Bogotá: Ediciones de Derechas.
Carranza, Eduardo (1937). “Homenaje a Óscar Delgado”.
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Cobo Borda, Juan Gustavo (2003). Historia de la poesía
colombiana siglo XX, de José Asunción Silva a Raúl Gómez
Jattin. Bogotá: Villegas Editores.
Delgado, Óscar (1931a, 30 de agosto), “La tragedia de los
organillos”. Lecturas Dominicales: 11.
Delgado, Óscar (1931b, 8 de noviembre), “Jorge Artel”.
Lecturas Dominicales: 11.
Delgado, Óscar (1932, 18 de abril). “Carta”. Archivo de la
familia Delgado.

165
Delgado, Óscar (1937, 18 de abril). “Hoja de álbum”. El
Tiempo, sección 2.
Delgado, Óscar (1982). Campanas encendidas. Bogotá:
Colcultura. Cuadernos de Poesía, Vol. 11.
Diego, Gerardo (1932). Poesía española. Antología 1915-
1931. Madrid: Signo.
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nueva literatura colombiana”. El Tiempo: 8.
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Gil Jaramillo, Lino (1968, 13 de septiembre). “Santa Marta
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Biblioteca Aldeana de Colombia, Tomo 83. Bogotá:

166
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Siglo, Bogotá: 8 En: Gómez, Laureano (1984): 33.
Vidales, Luis (1926). Suenan timbres. Bogotá: Minerva.

167
168
Índice

Artículo introductorio
Una estimulante anonimia: Óscar Delgado en
la poesía colombiana________________________ 9

Poemas
Canciones Falsas

Preludio en sol______________________________ 31
Canción morena_____________________________ 32
Invitación a la Costa__________________________ 33
Canción cálida______________________________ 34
Costa nocturna______________________________ 35
Canción fácil_______________________________ 36
Mañana ____________________________________ 37
Breves canciones de antes_____________________ 38
Canción lenta_______________________________ 40
Canción íntima______________________________ 41
Tarde_____________________________________ 42
Waldteufel_________________________________ 43
Canción lunática____________________________ 44
Canción leve_______________________________ 45
Luna para piano____________________________ 46
Esquema de diciembre_______________________ 47
Azorín____________________________________ 48
Canción monótona___________________________ 49
Canción___________________________________ 50
Vieja canción_______________________________ 51

169
Jardín_____________________________________ 52
Paz_______________________________________ 53

Prosas
Notas Artificiales

Añoranza del retablo estival____________________ 57


Hoja de álbum______________________________ 60
Croquis de la lluvia___________________________ 61
Acuarela de Berta Álvarez_____________________ 62
Ramona___________________________________ 64
Elegía de Guty Cárdenas______________________ 67
La tragedia de los organillos____________________ 69
Carta con paisaje al fondo____________________ 72
Alma y paisaje de Margot Manotas_____________ 74
Loa de las estrellas menores___________________ 75
Visión de Berta Singerman____________________ 78
Portada ____________________________________ 81
Bar hacia el alba_____________________________ 82
Nocturno de Diego Fallon_____________________ 85
Gregorio Castañeda Aragón o el mar no visto_____ 87
Orquesta Negra, poemas de Castañeda Aragón____ 88
Luis Carlos López o la aldea perdida____________ 90
Jorge Artel_________________________________ 91
Croquis de Barrancabermeja___________________ 94
Tamí Espinoza, comedia de Antonio García______ 96
Una carta de Óscar Delgado___________________ 98
Infierno y caricatura__________________________ 100
Glosa de Josefina Albarracín__________________ 103
Elegía de San Pedro Alejandrino________________ 106
La decadencia de las profecías_________________ 109

170
Anexos

Lecturas y testimonios sobre el autor y su obra_ 113


Cronología de Óscar Delgado_______________ 141

Noticia Bibliográfica_______________________ 159

171

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