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UN MUNDO CASI PERFECTO

PRIMERA PARTE: ASCENSO

Desde lo alto de la catedral, la criatura observó la ciudad.

Todos en ella lo temían. Los ciudadanos de Joseon como un temor reverencial, casi místico, los invasores
japoneses con el pánico de quien contempla como sus propios demonios interiores han cobrado vida.

La criatura tenía muchos nombres. El Ángel de la Muerte, el Salvador, el Demonio Alado… todos creían
haberlo visto alguna vez elevarse sobre los tejados de la ciudad y desaparecer en el humo gris de las
chimeneas. Pocos lo había visto realmente de cerca y, la mayoría, estaban muertos.

Nadie sabía de dónde había salido, ni lo que era. Solo sabían que odiaba a los japoneses, que atacaba y
mataba sin ningún remordimiento. ¿Qué buscaba? ¿Realmente quería salvar a Joseon o solo deseaba
venganza? Y, la pregunta más inquietante ¿quién, o qué, era? ¿fue humano alguna vez? ¿acaso seguía
siéndolo?

La criatura no podía hablar, y tampoco parecía tener nada que decir. La criatura estaba sola. Lo había
estado casi toda su vida, antes de convertirse en lo que fue ahora, y hubo un tiempo que la soledad fue su
mejor aliado. Pero todo cambió aquel día, y después, volvió a cambiar.

Aquellos que creían que la criatura había sido humana alguna vez tenían razón. Había una mujer, una
anciana que vivía prácticamente en la mendicidad que gritaba a quien quisiera oírle que conocía la
identidad del monstruo alado. Nadie la creía, era una mujer algo loca, todos sabían su historia, había
perdido el juicio cuando la casa de huéspedes que regentaba había volado por los aires. Decían que la
mujer se había salvado de milagro.

Pero ella sabía que no había sido la única.

Hacía dos años se había cruzado con la criatura en las solitarias calles del centro. Había visto como
asesinaba a sangre fría a dos altos cargos japoneses que salían de un burdel. Lo había mirado a lo ojos
antes de que elevase el vuelo, agitando sus enormes alas metálicas. Había reconocido esa mirada, lo
único humano que quedaba tras la máscara que le cubría el rostro.

En ese momento la anciana fue consciente de que ella había creado aquel monstruo.

Aquella tarde de septiembre en la un muchacho alto y de aspecto saludable se acercó a su hospedería


solicitando una habitación. Si hubiese sabido entonces el peligro que encerraba aquel muchacho lo
hubiera empujazo hacia la calle a escobazos.
Jamás debió haberle permitido vivir bajo su techo.

Y, por encima de todo, nunca jamás debió haber hecho que se conociesen.
*****

-¡Ey, espera, muchacho!- gritó la Señora Jung a alguien detrás de Changmin- ven aquí.

Changmin se giró para encararse con el aludido. Había un joven junto a la puerta, parecía estar a punto de salir a la
calle.

-Tengo algo de prisa- murmuró este con voz algo insegura, lanzando una rápida mirada de curiosidad a Changmin.

Su voz era suave y bonita, acorde con su rostro. Sus ojos eran castaños, enormes y dulces, semiocultos bajo mechones
de pelo negro, y tenía una boca tentadora, que ahora fruncía en un gesto nervioso. Parecía algo mayor que Changmin,
aproximadamente de la edad de su hermano.

-No te entretendremos demasiado-intervino la Señora Jung- solo quería que conocieses a tu nuevo compañero de
habitación- señaló a Changmin.

Los dos jóvenes se observaron sorprendidos. ¿Él iba a ser su compañero? Changmin se ruborizó ante la mirada, algo
alterada, del recién llegado.

-Creí que… - comenzó este último- no me dijo nada sobre un compañero de habitación.

-Llevas casi cinco meses disfrutando de una habitación individual al precio de una doble, ¿esperabas que fuese para
siempre?

-El ático es demasiado pequeño para dos personas, el resto de habitaciones…

Changmin frunció el ceño molesto, deseando no estar presenciando esa discusión. Él mismo prefería alojarse solo,
pero no lo hubiera mostrado tan abiertamente delante del otro chico, como estaba haciendo él, sin importarle que les
estuviese escuchando.

-El ático tiene dos camas, ¿cierto? – intervino la Señora Jung - Ya está todo dicho entonces.

-Será algo temporal- intervino Changmin, por primera vez, recriminándose a si mismo por necesitar justificarse –
solo hasta que una de las habitaciones individuales quede libre…

El muchacho levantó la mirada hacia él, como si estuviese sorprendido de oírle hablar. Desvió la vista al instante.

-No es nada personal- contestó con voz queda.

La Señora Jung asintió, satisfecha, como si la última afirmación del muchacho significase su victoria.

-¡Claro que no lo es!- intervino, dando por cerrada la discusión- Changmin es un buen muchacho, trabajador y
educado. No es algo que veamos a menudo por este barrio, será una buena influencia para ti. Verás como pronto os
hacéis excelentes amigos.
Mientras su nuevo compañero continuaba con la mirada clavada en el suelo, con el ceño levemente fruncido,
Changmin dudo muy mucho que la Señora Jung pudiese estar en lo cierto

Aquel joven, cuyo nombre la Señora Jung pronto le aclaró que era Jaejoong, abandonó la casa pocos minutos
después, y desapareció para el resto de la noche. Changmin tuvo tiempo de explorar con tranquilidad su nueva
residencia. Como Jaejoong había dicho, era una habitación demasiado pequeña para dos personas, especialmente si
esas dos personas eran completos desconocidos. Los techos inclinados, de estilo abuhardillado, no ayudaban
demasiado al aprovechamiento del espacio. Había dos camas estrechas, apenas a un metro la una de la otra, y dos
juegos de muebles similares: una cómoda, una silla y un colgador para la ropa para cada inquilino. A un lado una
puerta de madera conectaba con el pequeño aseo de la habitación.

El único mueble común era un enorme sillón orejero, de aspecto confortable, frente a la ventana. Un sillón demasiado
pequeño como para que dos adultos pudieran acomodarse juntos. Al menos la ventana enfocaba a la calle principal,
mucho más espaciosa e interesante que la calle en la que se encontraba la puerta de entrada. Además, el edificio era el
más alto de la manzana, con diferencia, así que desde las alturas del ático se podía vislumbrar una buena panorámica
del barrio.

Changmin dejó la bolsa con sus pocas pertenencias sobre la cama vacía. La cama de Jaejoong estaba pulcramente
preparada, con su colcha bien estirada, y una manta doblada a sus pies. En la cómoda había algo de ropa sencilla
plegada y muchos libros desgastados. Changmin se acercó, sin poder reprimir su curiosidad por conocer algo más de
su esquivo compañero. Ojeó alguno de los libros. Era evidente que a Jaejoong le gustaba leer novelas de aventuras,
predominaba un autor sobre todos los demás: Julio Verne. Leyó la contraportada de uno de los libros, el más
desgastado, pulpos gigantes, barcos de viajaban bajo el agua… esbozo una sonrisa al imaginarse al muchacho perdido
en semejantes ensoñaciones.

Había pocas cosas más de interés a simple vista; y Changmin se negó a abrir los cajones del mueble, ya estaba
violando excesivamente su intimidad; apenas un reloj de mesa, una jarra y un vaso de cristal… nada excesivamente
revelador. Changmin perdió el interés y se giró hacia el lado deshabitado de la habitación. Con un suspiro comenzó a
preparar su propia cama con las mantas que la Señora Jung le había facilitado.

-Supongo que ha sido mi elección- murmuró para si mismo, observando la pequeña habitación- el precio de la
libertad.

*****

Changmin agradecía inmensamente que su horario de trabajo fuese tan incompatible con el de su compañero de
habitación. De ese modo los silencios tensos y las miradas furtivas se limitaban a tres o cuatro horas, a lo sumo.
Jaejoong abandonaba la habitación todos los días sobre las ocho de la tarde y no solía regresar antes de las dos de la
mañana. Por otro lado, Changmin debía levantarse antes de las siete para llegar a los muelles de descarga a tiempo
para los primeros atraques.

Había conseguido aquel trabajo casi por casualidad, un día vagando por las inmediaciones del río Han. Aquella
mañana había discutido con su hermano una vez más. Como siempre, Changmin le había recriminado no haber
cumplido su promesa, la promesa que le había hecho hace años de abandonar la ciudad y todo lo que ello implicaba.
El que ahora era su capataz lo había visto junto al muelle y le había llamado a gritos, había un exceso de mercancía
que descargar y pocos brazos fuertes para hacerlo. Changmin en un principio los había mirado aprensivo pero
finalmente accedió a ayudarlos. Regresó al refugio aquella tarde con el misero sueldo de una mañana de duro trabajo
en los bolsillos y una chispa de esperanza brillando dentro de él.

Tal vez hubiese una salida. Tal vez todavía se le permitiese llevar una vida normal, alejado de la violencia y la
desconfianza. Lejos de la lucha contra el Imperio.

Esa era la gran razón por la cual había ido a parar al ático de la Señora Jung de un día para otro, rogando por una
habitación: Changmin huía de su pasado. Un pasado lleno de compañerismo y entrega pero también de sangre y
dolor.

Changmin había sido, hasta hacía unas pocas semanas, uno de los miembros mas jóvenes de la resistencia al Imperio
Japonés. Desde que era un adolescente había luchado por boicotear la presencia japonesa en Joseon hasta que,
finalmente, había huido.

De alguna manera absurda, su nueva vida sacrificada y sin demasiadas concesiones, le satisfacía de un modo que su
hermano jamás hubiese sido capaz de comprender. Por supuesto que Changmin odiaba a los invasores y admiraba
profundamente la valentía de todos sus compañeros rebeldes, dedicados a ayudar al pueblo de Joseon. Sin embargo,
el nunca había querido ser como ellos. Una vez había mantenido esa misma conversación con Shindong y con
Kyuhyun, su mejor amigo dentro del grupo.

Se encontraban agazapados entre las sombras de un par de coches Japoneses. Planeaban dar un golpe a uno de los
centros cívicos de la ciudad, que sabían escondía armamento militar del imperio en sus almacenes. Uno de los
miembros de su equipo, Kangin, ya estaba dentro del edificio. Se había movido entre la bruma y había noqueado a los
guardianes de la puerta trasera. Mientras esperaban la señal luminosa desde el interior del edificio, que indicaría que
Kangin había comprobado que el camino estaba seguro, el nerviosismo de Changmin aumentó.

-Lleva demasiado tiempo ahí dentro. Debería haber dado ya la señal.

Kyuhyun le lanzó una mirada rápida antes de regresar su atención al edificio.

-Lo hará, dale tiempo.

Changmin inspiró con fuerza, irritado.

-Es una locura, entrar el solo… todo lo que hace siempre es una maldita locura. Todo lo que hacemos todos.

-Lo hacemos por el pueblo de Joseon, lo sabes bien.

-El pueblo de Joseon está ahora mismo cenando en sus casas mientras nosotros…

Shindong sonrío con sorna.

-¿Preferirías estar en casa, agotado tras un día en las fábricas japonesas, cenando un cuenco de arroz y sopa? Vamos,
chaval, ¡esto es mil veces más divertido!

-Tal vez si lo preferiría-murmuró Changmin.


Pero ninguno de los dos pareció escucharlo. Dentro del centro cívico la tenue luz de Kangin acababa de titilar a través
de una de las ventanas. Sin embargo, antes de que pudiese emitir un suspiro de alivio, la voz de Kyuhung, le hizo
ponerse alerta.

-Algo va mal…

Changmin apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que Leeteuk, apostado no muy lejos de allí, les gritase “¡Al
suelo!” y una ráfaga de fuego y humo se elevase frente a ellos. El edificio acababa de explotar.

No era la primera trampa que les tendía el ejército Japonés, ni Kangin el primero de sus compañeros en morir por la
causa. Sin embargo, Changmin se prometió ese día que aquella sería la última muerte que él presenciaría.

*****

La primera vez que Jaejoong habló con él, sin que Changmin comenzase en primer lugar la conversación, fue para
preguntarse si le importaba si encendía un momento el calentador para preparar té.

Jaejoong se preparaba el té a menudo, casi a diario, y nunca había preguntado a Changmin si le importaba o no si
encendía el calentador. Changmin, que llevaba varios días apenas subiendo al ático para cambiarse de ropa, y
volviendo a irse hasta que calculaba que Jaejoong estaba a punto de marcharse, consideró esto una buena señal.

Sorprendido por la ruptura del voto de silencio de su compañero, decidió quedarse en la habitación, fingiendo estar
muy ocupado arreglando su reloj despertador. Mientras trasteaba con el viejo aparato de cuerda, escuchando a
Jaejoong trajinar con la tetera, se esforzó en buscar algún tema de conversación inofensivo que rompiese el hielo de
una vez por todas.

¿Qué sabía realmente de Jaejoong? Lo único en lo que podía pensar cuando lo veía era en averiguar donde acudía
todas las noches cuando abandonaba el ático y, sospechaba, aquel distaba mucho de un tema de conversación
inofensivo. Durante las dos semanas que llevaban compartiendo no había descubierto sobre el muchacho mucho más
de lo que había aprendido el primer día: Jaejoong, era callado y distante, aunque no parecía tan arisco como había
dado a entender su primer encuentro. También era tranquilo y casi obsesivamente ordenado y, por encima de todas
las cosas, le encantaba leer. De hecho, se pasaba casi todo el tiempo que compartían en la habitación, durante el día,
acurrucado en el sillón orejero junto a la ventana, leyendo una de sus desgastadas novelas de aventuras.

Tal vez ese sí era un buen tema inofensivo de conversación: los libros.

-Así que…-aventuró Changmin con torpeza, su propia voz le sonó extraña rompiendo el silencio de la habitación- ¿te
gusta leer?

Jaejoong se giró en su dirección, con la tetera humeante en las manos y la frente fruncida en un gesto entre la sorpresa
y la confusión que, de no haber estado tan ocupado en sentirse completamente estúpido en ese momento, a Changmin
le hubiese resultado encantador.

-Si que me gusta-contestó Jaejoong, todavía algo confuso por la interrupción. En ese momento pareció darse cuenta
de que la tetera estaba abrasándole las manos y se apresuró en dejarla sobre la mesita. - eh, ¿y a ti? – añadió
finalmente, tras una pausa, frotándose las manos contra los pantalones.

-No mucho, no.

-Oh, vale.

-Si…- Changmin se maldijo a si mismo mentalmente. Solo a él se le ocurría comenzar una conversación de la que no
iba a tener nada que aportar. Aunque, realmente, ¿qué podía aportar interesante él en una conversación? ¿Técnicas de
ocultación y huida cuando se aproximaba la policía? ¿Sus monótonas horas de descarga en el muelle?

-Puedes coger cualquiera de mis libros, si un día te animas- le invitó Jaejoong, de repente, con una breve sonrisa.

Una sonrisa. Algo nerviosa y forzada, tal vez, pero una sonrisa al fin y al cabo.

*****

La tarde que abandonó el refugio solo dejó dos cartas: una para su hermano, otra para Kyuhyun. Pero su mejor amigo
no se conformó simplemente con eso. Un mes y medio después, mientras trabajaba en el muelle con el resto de sus
compañeros, un joven de aspecto inocente y despreocupado se acercó a ellos con una sonrisa en la boca.

-¿Cómo va la jornada, muchachos?

Solo que Changmin sabía que Kyuhyun era todo lo opuesto a alguien inocente.

Alguno de los braceros lo miraron con indiferencia, otros lo ignoraron. El musculoso capataz le gritó con sorna.

-Disfrutando de la brisa aquí junto al río, ¿te apetece unirte a nosotros, chaval?

Kyuhyun rió.

-Creo que dejaré el trabajo duro para los profesionales - miró directamente a Changmin, que continuaba inexpresivo –
además, tengo que irme enseguida. Voy a encontrarme con un viejo amigo en el centro esta noche. Hemos quedado a
las doce en la plaza del Ayuntamiento para contemplar juntos como ondea la bandera japonesa sobre nuestras
cabezas.

-Harás bien en tener cuidado- murmuró otro de los braceros, divertido- nadie se acerca al centro de la ciudad en plena
noche si no busca pelea con los japoneses. No les gusta que los ciudadanos de Joseon metamos las narices en sus
tabernas y burdeles. A no ser que seas una de sus putas, o un rebelde… hazte un favor y encuéntrate con tu amigo en
un lugar más tranquilo

Kyuhyun fingió horrorizarse.

-Yo no soy ninguna de sus putas, eso desde luego. Aunque tengo mis dudas sobre mi amigo… eso dependerá si se
presenta esta noche o no.
Changmin pudo evitar sonreír a su pesar. A veces odiaba realmente a Kyuhyun. Este percibió su sonrisa y supo que
había ganado la batalla. Se despidió de los braceros con un gesto simpático y se alejó de allí, silbando con las manos
en los bolsillos.

Changmin suspiró resignado, al parecer tenía una cita aquella noche.

Llegó veinte minutos tarde, solo para torturar a Kyuhyun haciéndole esperar preguntándose si llegaría. A Changmin
nunca le había preocupado demasiado el moverse por el centro de la ciudad cuando caía el sol. Como todo buen
rebelde, conocía bien y sabía evitar los locales de los japoneses. En realidad, a pesar de las advertencias de los
braceros, el centro de la ciudad estaba poblado en su mayoría por los ciudadanos de Joseon más indefensos y
desesperados: mendigos, huérfanos, prostitutas… gente a los que el Imperio les había arrebatado sus sueños y
esperanzas y ya no tenían ya nada que perder. Muchos de ellos conocían bien a los rebeldes y les proporcionaban
escondites e información. Changmin repartió algunas monedas entre los niños que se agolpaban en uno de los
callejones que desembocaban en la plaza. Alguno de ellos le resultaba familiar y estaba seguro de que también ellos
lo había reconocido. Un muchacho delgado y algo sucio le lanzó una sonrisa esperanzada al verlo, Changmin evitó su
mirada.

¿Qué había de malo en elegir una vida normal? Había pasado años luchando por toda esa gente, matando y siendo
herido. Era mucho más de lo que cualquiera de los habitantes de la ciudad había hecho por Joseon. No les debía nada
más, al contrario, había dado a aquel pueblo muchísimo más de lo que había recibido. Entonces, ¿por qué se sentía
culpable?

La magnificencia de la plaza del Ayuntamiento le abrumó. Estaba silenciosa, casi patológicamente silenciosa, como
aquella noche antes de que explotase la bomba en el centro cívico. La enorme bandera japonesa ondeaba sobre el
poste de cuarenta metros de altura, bajo ella la estatua de bronce del Emperador observaba en dirección a Japón con
sus ojos vacíos. Changmin se quedó observándola unos minutos, en una mezcla de repulsión y atracción.

-Tenno Heika Banzai- susurró una voz burlona a su oído. Viva el Emperador.

Changmin se giró, algo alarmado, para encontrarse con la sonrisa sardónica de Kyuhyun. Le había pillado de
sorpresa, estaba claro que estaba perdiendo facultades.

-Puede vivir mil años en lo que a mí respecta-contestó Changmin a modo de saludo- siempre que se mantenga alejado
de Joseon.

-Vaya, un comentario bastante revolucionario para un simple trabajador del muelle obediente como tú…

Changmin le lanzó una mirada molesto.

-¿Has venido a burlarte de mí o tienes algo importante que decirme?

Kyuhyun se encogió de hombros, con indiferencia, con la mirada clavada en la enorme bandera ondeante.

-Solo quería despedirme. Quería decirle adiós al Changmin que conocí en este mismo lugar donde ambos vimos a los
nueve años como se izaba esta misma bandera, ¿lo recuerdas?

Changmin lo recordaba bien, el día de la coronación del Gobernador de Joseon, mano derecha del Emperador. En la
práctica, Joseon llevaba ya casi un año invadida por el Imperio, sin embargo no fue hasta aquel día cuando todo el
país fue consciente de que su destino ya había dejado de pertenecerles. En aquel momento Changmin aferró la mano
de su hermano mayor esperando que ocurriese algo que los salvase a todos. Un milagro, un héroe que apareciese de la
nada y derrumbase aquel dirigible.

Diez años después Changmin había dejado de creer en los héroes.

*****

Changmin se alejó de Kyuhyun con una sensación de vacío en su interior. Su orgullo le había impedido despedirse de
su amigo en persona como era debido. Le hubiera gustado preguntarle por su hermano, que estaba haciendo ahora,
cómo se había tomado su marcha. Aun así, dudaba que Kyuhyun le hubiera dicho una palabra al respecto, siempre
había mantenido una lealtad hacia él algo ridícula, a los ojos de Changmin. Criándose los tres juntos, bajo la tutela del
mismo hombre, Kyuhyun siempre había sido el hermano pequeño complaciente que, a pesar de los lazos de sangre,
Changmin nunca había podido ser.

Estaba tan sumido en sus pensamientos, mientras recorría los oscuros callejones del centro, que apenas fue consciente
del tumulto hasta que estuvo prácticamente sobre él. Un puñado de vecinos se arremolinaba en torno a un hombre
alto, precariamente vestido con uno de los uniformes del ejército japonés, y una figura menuda encogida contra la
pared.

El hombre parecía haberse vestido rápidamente o, quizá, estaba a mitad de proceso de desnudarse. Tenía la camisa
del uniforme desabrochada, mostrando un torso curtido por varias cicatrices y quemaduras, iba descalzo y se había
soltado el cinturón del pantalón. La figura encogida era una mujer, también semidesnuda. Era obvio que el soldado la
había arrastrado a la calle desde la puerta de burdel que tenía detrás de él. La mujer sollozaba intentando parar los
golpes que le estaba propinando.

El público observaba aprensivo, sin atreverse a intervenir. Este es el pueblo de Joseon, pensó Changmin con
amargura, observando la bandera, sin hacer nada, esperando un milagro. Tal vez fue ese recuerdo, tal vez fue culpa de
Kyuhyun y su reaparición, tal vez fue aquel niño del callejón y su mirada esperanzada, como fuera, antes de que
pudiese darse cuenta de lo que hacía, Changmin se abrió paso entre la multitud y se colocó entre ellos.

-¡Aléjate de ella!-gritó- ¡acabarás matándola!

-¡La muy puta ha intentado drogarme!- exclamó el soldado, con perfecto acento de Joseon.

La multitud reprimió un bufido de indignación. Solo había una cosa que el pueblo de Joseon odiase más que a los
Japoneses, y eso era los propios ciudadanos de Joseon que trabajaban para ellos.

-¡Ha intentado envenenarme la muy zorra!- volvió a insistir el soldado, claramente borracho y fuera de sí- quería
robarme o dios sabe que más…

Un par de espectadores se alinearon a ambos lados de Changmin, envalentonados por su gesto. En ese momento se
preguntó si también ellos lo habían reconocido o, simplemente, era el acento del soldado lo había despertado su odio.

-Tu dios no está aquí, asqueroso traidor,-murmuró uno de ellos, un hombre joven, algo más bajo que Changmin pero
de constitución fuerte- tal vez deberías ir a buscarlo a Japón.
El soldado los observó furioso, escupiendo saliva mientras les gritaba que se apartasen. Pobre diablo, pensó
Changmin, aún no se da cuenta de lo que ha despertado. Tres figuras más se colocaron tras ellos, el círculo de
espectadores se fue estrechando. Los gritos de furia y los insultos de un par de docenas de voces eclipsaron los
chillidos de auxilio del soldado.

Quizá el pueblo se empezaba a cansar de esperar a su héroe.

Una mano suave aunque firme, sujetó la muñeca de Changmin, apartándole del linchamiento justo cuando este
comenzó. No fue hasta que se alejaron unos metros en la oscuridad del callejón cuando reconoció, pasmado, la
persona que lo estaba guiando.

-¿Jaejoong?

Su compañero de cuarto se giró hacia él. Había algo en él diferente al aspecto con el que Changmin estaba
acostumbrado a verlo en el ático. Algo que no supo definir.

-Ven conmigo,-le pidió- la policía no tardará en llegar.

-¿Cómo…de donde has salido?

-Estaba cerca, he visto a la multitud y te he visto a ti- hablaba de forma atropellada, nervioso, todavía sujetando la
muñeca de Changmin- el hombre a mi lado dijo algo… dijo que los rebeldes no debían andar muy lejos, que tú eras
uno de ellos.

Changmin ni se molestó en desmentirlo, ya habría tiempo de aclarar las cosas si fuera necesario, ahora solo tenía un
pensamiento en mente:

-¡Tengo que volver!- se soltó del agarre de Jaejoong- ¡Yo he iniciado todo esto! No puedo dejarles solos.

Jaejoong le agarró de las solapas de la chaqueta y le obligó a mirarlo.

-¡Escúchame, niño idiota! Al gobierno no le importa en absoluto lo que una turba furiosa haga a un soldado de Joseon
acabado y alcohólico. Apresarán a un par de hombres y los llevarán a pasar la noche al calabozo, nada más. Pero si
realmente eres uno de ellos, uno de los rebeldes, y te encuentran aquí… - su voz se convirtió en un ruego – por favor,
vámonos. Se lo que les hacen a sus prisioneros de guerra, a veces se jactan de ello en mi presencia.

¿En su presencia? La cabeza de Changmin bullía en preguntas. ¿Qué hacía Jaejoong en aquel lugar? ¿Era allí donde
iba todas las noches al caer el sol? Fuera como fuese, sabía que tenía razón. Se limitó a ceder ante su mirada
suplicante y asintió, derrotado.

Jaejoong le soltó, suspirando aliviado.

-Conozco un camino seguro, ven conmigo.

Changmin obedeció. Atravesaron los callejones adyacentes, tan estrechos que apenas cabían dos personas una al lado
de la otra. Su compañero, aunque algo tenso, se movía con seguridad entre las peligrosas calles del centro. Conforme
fueron dejando detrás el ruido del tumulto, Changmin empezó a ser consciente del latido de su propio corazón y de la
respiración agitada de Jaejoong, caminando delante de él. Posiblemente acababan de tener la conversación más larga
desde que se habían conocido y, sin embargo, era más consciente que nunca de lo poco que sabía del joven con quien
compartía habitación.

-¿Qué estabas haciendo aquí esta noche?- le preguntó, en un susurró, sin dejar de seguirlo.

Jaejoong levantó la vista, entre sorprendido y avergonzado. Parecía a punto de contestar cuando el ruido de unos
pasos contra el asfalto los alentó.

-Maldita sea- murmuró su compañero, empujándolo hacia uno de los oscuros portales del callejón- no te muevas- le
ordenó, juntando su cuerpo contra el de él.

Antes de que Changmin pudiese decir algo, o siquiera ser consciente de la repentina cercanía de ambos, escucharon
dos voces serenas hablar en japonés. Las luces de sus linternas iluminaron el callejón. Eran policías.

Changmin sitió como el cuerpo de su compañero se tensaba junto al suyo. Intercambiaron miradas asustadas.

-Abrázame-le susurró Jaejoong, en voz tan tenue que, de no haber estado ya tan cerca el uno del otro, no hubiera sido
capaz de escuchar.

Changmin obedeció, por el simple hecho de que ese era el tipo de petición que se sentía completamente incapaz de
denegar a Jaejoong. En el momento en que sus brazos rodearon la cintura de su compañero, las linternas de los
policías les cegaron por completo.

-¡Eh, vosotros dos!- les ordenó una voz fría, de marcado acento japonés- ¡salid de ahí!

Jaejoong se separó de Changmin inmediatamente, con un fingido gesto de sorpresa y vergüenza.

-Buenas noches agentes-se inclinó levemente, con un nerviosismo que Changmin sabía no era del todo simulado- no
nos hagáis daño, por favor- rogó.

Las linternas de los dos policías le enfocaron directamente al rostro, compungido. Changmin se quedó quieto,
aturdido, observando la escena desde la penumbra.

-¿Os estabais escondiendo de nosotros?-inquirió uno de los policías, con voz dura- ha habido revueltas a un par de
manzanas de aquí.

Jaejoong asintió, mordiéndose el labio.

-Si señor, lo sabemos- volvió a inclinarse en una reverencia rápida- nosotros no nos ocultábamos de la policía,
nosotros solo…-reprimió un sollozo, señalando a Changmin, que se tensó cuando las linternas lo enfocaron a él-
perdonadnos, por favor, le he dicho muchas veces que no tiene que venir a buscarme, pero no puede evitarlo. No le
gusta mi trabajo, no soporta que me toquen otros hombres.

Changmin se quedó congelado, mientras las linternas volvían a posarse sobre el rostro lloroso de Jaejoong.

-Espera, creo que lo conozco- le informó uno de los policías al otro, con voz cansada- es una de las putas del teniente.
Uno de los chicos que se trae a veces al casino, trabaja en uno de los burdeles del barrio.
El otro japonés soltó un bufido.

-Supongo que hay gustos para todo- bajó la linterna- largaos de aquí. Dile a tu novio que no se acerque por esta zona
de la ciudad si no quiere buscarse problemas.

Jaejoong asintió, volviendo a inclinarse, mientras agarraba a Changmin de la mano y tiraba de él.

-Lo sabe, señor, muchas gracias.

Changmin se dejó llevar, permitiendo que Jaejoong lo guiase hasta calles más seguras. Ni siquiera fue consciente del
trayecto que tomaron, su cabeza daba vueltas con un solo pensamiento.

Jaejoong se prostituía. Cada vez que abandonaba el ático y regresaba de madrugada venía al peligroso centro de la
ciudad a vender su cuerpo a los Japoneses. Jaejoong, el muchacho ordenado y silencioso con el que compartía
habitación…

Casi inconscientemente soltó la mano con la que Jaejoong aún le sujetaba. Este se tensó, a su lado.

-No estaba seguro si lo sabías- murmuró con voz neutra, mirando al frente- creí que a lo mejor la Señora Jung o
alguno de los chicos del edificio te lo habría contado.

-No lo sabía-contestó Changmin, todavía impactado.

-Eres libre de marcharte de la habitación si quieres. No serías el primero que lo hace, de hecho. Todos los
compañeros con los que he compartido el ático se han dividido en dos grupos diferenciados en cuanto se han enterado
de lo que hago: los que me han insultado y se han largado y los que han intentado aprovecharse- cerró las manos en
puños, todavía con la vista al frente- tú no pareces de los segundos, así que supongo…

-La Señora Jung dijo que pronto quedaría una habitación disponible para mí- le cortó Changmin, con voz firme- Me
quedaré en el ático hasta entonces, ese era el trato.

Vio, complacido, como los puños de Jaejoong se relajaban ligeramente, mientras asentía levemente.

-Me parece bien.

-Hoy los dos hemos descubierto secretos del otro- le indicó Changmin- y me has salvado de aquellos policías sin
importarte arriesgar la vida. No deberías avergonzarte de eso.

Jaejoong levantó la vista, esbozando una sonrisa tenue.

-Es lo que hace el pueblo de Joseon. Unos pocos héroes dan sus vidas luchando por nosotros y los demás nos
limitamos a ayudarlos cuando podemos.

Changmin suspiró.

-Has elegido un mal héroe, entonces. Abandoné a la rebelión y a mis compañeros el mismo día que me conociste. Tú
has sido el único valiente esta noche.
La sonrisa de Jaejoong se acentuó.

-No fui yo el que salió entre la multitud para detener a aquel soldado. Puede que ya no seas un héroe, pero esta noche
has inspirado a tu pueblo, les has dado una razón para luchar.

Changmin no fue capaz de decir nada más, perdido en las palabras de Jaejoong, mientras iban aproximándose a las
calles tranquilas del viejo edificio donde se encontraba su nuevo hogar.
*****
Irónicamente, conocer el secreto de Jaejoong provocó que las cosas mejoraran un tanto en la habitación del ático.
Ahora Changmin podía entender la reticencia inicial de Jaejoong respecto a compartir habitación, así como su
comportamiento distante durante las primeras semanas. Desde aquella noche parecía más relajado en su presencia,
más sociable. Una tarde, sin que Changmin se lo pidiese, se prestó a ayudarle a cambiar las sabanas de su cama. En
otro momento, cuando Changmin regresó de trabajar, encontró que su reloj despertador marcaba la hora correcta, con
sus manecillas girando por primera vez en meses.

-He estado limpiándolo- le informó Jaejoong, levantando la mirada del libro que estaba leyendo- le pasó algo
parecido al mío hace un tiempo y el anciano de la planta tres me enseñó como arreglarlo. Espero que no te importe.

A Changmin no le importaba, no le importaba en absoluto.

Precisamente por eso, porque la actitud de Jaejoong había cambiado notablemente, Changmin no pudo evitar
preocuparse cuando, una tarde al regresar al ático un poco antes de su horario habitual, encontró a su compañero de
pie en medio de la habitación, algo nervioso, observándole con inquietud.

-¿Qué tal el día?-preguntó Changmin, mientas dejaba su bolsa sobre la cama, mirándole de reojo.

Algo ocurría, Jaejoong se estaba mordiendo el labio, inquieto. Estaba claro que escondía algo, que su llegada
repentina le había pillado por sorpresa.

-Bien, todo bien- contestó Jaejoong, distraído- ¿Tú? Has llegado pronto. ¿Quieres que bajemos a la sala común un
rato?

Hay un hombre, pensó Changmin con amargura. Quiere sacarme del medio antes de que uno de sus clientes llame a
la puerta.

-¿Esperas a alguien?- preguntó, rezando por que no se vislumbrase su malestar.

Jaejoong lo miró confuso.

-¿A alguien? No, yo no…-una luz de entendimiento iluminó sus ojos- espera, ¿Qué crees que…?

No tuvo tiempo de concluir su pregunta, un maullido tenue llegó a los oídos de ambos. Changmin se giró en dirección
al sonido justo para observar como un pequeño bultito se movía despacio bajo las sábanas y la colcha de la cama de
Jaejoong.

-¿Qué es eso?- preguntó Changmin señalando el bulto en movimiento.


-¿Qué es qué?-preguntó Jaejoong, fingiendo indiferencia.

-¿Tienes un gato escondido ahí debajo?

Jaejoong suspiró de forma bastante cómica.

-Nunca vuelves tan pronto- se quejó, dirigiéndose hacia su cama y retirando las colchas.

Un gatito oscuro, de poco más de un mes de vida, salió a la luz, agitando su cabecita despeinada, con aire molesto.
No parecía muy conforme con el método de ocultación que había empleado Jaejoong.

-Apareció en la ventana hace unos días- le aclaró este último, algo avergonzado- le he estado dejando entrar mientras
tu estabas fuera. Se que no se pueden tener animales en las habitaciones, no quiero quedármelo ni nada parecido, pero
es tan pequeño…

Changmin rió, aliviado, agachándose junto a la cama.

-Es adorable- murmuró, acercando una mano para acariciarlo.

El gatito trotó sobre la cama en dirección contraria.

Jaejoong rió y lo cogió en brazos.

-Conmigo también fue algo arisco al principio, se acostumbrará a ti.

-Creí que no ibas a quedártelo- Changmin lo miró suspicaz.

Jaejoong suspiró.

-No podría aunque quisiera. La Señora Jung acabaría encontrándolo, tiene un olfato especial para detectar cuando un
inquilino incumple sus normas.

-Algo se nos ocurrirá,-intentó animarle Chagmin, mientras se incorporaba- voy a la cocina a por algo de comer.
Traeré algo para…

-Jiji-le informó Jaejoong.

Changmin no pudo evitar reírse.

-Jiji, perfecto. Veré si puedo encontrar algo para él.

-Changmin…- le llamó Jaejoong, antes de que este cerrase la puerta detrás de él.

Changmin se giró. Su compañero tenía la vista clavada en el animal, entre sus brazos.

-Lo que has dicho antes, cuando me has preguntado si esperaba a alguien…

-Olvídalo- le cortó Changmin algo avergonzado- ha sido una estupidez.


-Nunca traigo a nadie aquí-insistió Jaejoong, con voz firme, levantando la mirada- jamás. No hablo solo de clientes,
tampoco traigo- titubeó, buscando las palabras- amigos. No traigo amigos. No tengo amigos de esa clase,- esbozó una
sonrisa triste- de ninguna, en realidad.

-¡Hey!- intervino Changmin, fingiendo molestia- ¿cómo que no? ¿qué pasa con Jiji y conmigo?

Jaejoong se ruborizó, esbozando una sonrisa tímida.

-Jiji es un gato, niño idiota.

El olor del guiso de la Señora Jung inundaba las cocinas del edificio. Los inquilinos tenían derecho a un par de platos
calientes cada día a cambio de unas monedas. Changmin solía bajar cada noche a por un bol de arroz y algo sopa.
Normalmente se limitaba a engullir su ración en cinco segundos, de pie. Sin embargo esta vez vagabundeó distraído
por el recinto, mientras la Señora Jung servía un tazón al anciano del tercer piso que había ayudado a arreglar su
reloj.

-¿Cómo van las cosas por los muelles, joven?- le saludó este último.

-Van tirando- murmuró Changmin, concentrado en el bol de crema de Azafran colocado sobre la repisa. ¿Le gustaría
a Jiji la crema de Azafrán?

-Cuando era joven siempre quise trabajar en los muelles- rió el anciano, dando buena cuenta de su ración- pero era un
muchacho enclenque, nada comparado contigo.

Chagmin sonrió, regresando su atención hacia él, sentándose a su lado y aceptando el cuenco que le tendía la señora
Jung.

-Mi hermano mayor iba todos los días a descargar mercancía- continuó el anciano- como haces tú, me sentía estúpido
por quedarme en casa a ayudar a mi padre en la tienda.

-Cuando era pequeño mi hermano encontró un cachorro ladrando en la puerta de nuestra casa- comentó Changmin,
pensativo- Acabó convenciendo a mi abuelo de que necesitábamos un perro guardián.

El anciano lo observó algo confuso por el desvió de la conversación. Sin embargo la mente de Changmin ya estaba
muy lejos de ahí.

Tal vez si le hiciera creer a la Señora Jung que necesita un gato…

-¡Ratones!

La Señora Jung se giró hacia él como un resorte.

-¿Qué acabas de decir, muchacho?

-¡Acabo de ver un ratón colarse debajo del fregadero, Señora Jung!


La mujer observó a ambos comensales, con ojos como platos.

-Yo también lo he visto- murmuró el anciano con calma, relamiendo su ultima cucharada de guiso- un ratón enorme
de color gris.

Changmin sonrió satisfecho, observando la aprehensión de la mujer. A sus espaldas, el anciano le guiño un ojo.

Al día siguiente un gatito oscuro llamado Jiji apareció oportunamente en la portería de la Señora Jung, maullando con
descaro.

*****

A pesar de que había sido Changmin el que, en primer lugar, había ofrecido su amistad a Jaejoong, lo cierto es que
jamás había tenido un amigo como él.

Era obvio que Jaejoong había sido sincero cuando había confesado que no tenía amigos. No parecía haberlos tenido
nunca, en realidad, y no parecía tener muy claro que hacer al respecto. Resultaba enternecedor ver como se esforzaba.
Empezó a frecuentar los lugares comunes de la casa, que hasta ahora siempre había evitado, solo para encontrarse con
Changmin y compartir una partida de Shogi.

Aunque a Changmin le gustaban los juegos y mesa y solía participar en las partidas de otros inquilinos cuando se
reunían en la sala común, poco a poco empezó a darse cuenta que prefería quedarse en el ático charlando con
Jaejoong, en lugar de pasar el tiempo en los salones de la planta baja.

En el ático Jaejoong sonreía cada vez con más frecuencia, iluminando la estancia con sus ojos risueños. En las zonas
comunes, en cambio, Jaejoong estaba siempre algo tenso, a la expectativa. Changmin sabía que no todos los vecinos
eran amables con él, cuando lo encontraban solo.

-Puedo fabricar un tablero para nosotros- le sugirió Changmin una tarde, tras notar como Jaejoong tensaba la espalda
al ver entrar a la habitación uno de los muchachos de la planta primera, que le lanzó una mirada de desprecio.

Changmin había descubierto hacía una semana como uno de sus compañeros se burlaba de Jaejoong en el rellano,
cuando este abandonaba el edificio, como cada noche. Parecía que Changmin había sido el último en enterarse de
cuál era el destino de esas escapadas diarias.

-Está bien así- contestó Jaejoong, con resignación mientras colocaba las fichas.

-Tienes tanto derecho a vivir aquí como ellos, incluso más. Llevas más tiempo y eres mejor inquilino.

Jaejoong sonrió con tristeza, observando una ficha entre sus manos.

-Estoy acostumbrado.

-Idioteces-bufó Changmin, quitándole la ficha de las manos y colocándola sobre el tablero, con brusquedad- la
próxima vez que uno de ellos te moleste dímelo y yo…
-No necesito que defiendas- le cortó Jaejoong, con voz cortante- se cuidarme solo, llevo haciéndolo toda mi vida.

Changmin se ruborizó ante la reacción de su compañero.

-Solo pretendía ayudar.

Jaejoong asintió cansado y se levantó de la mesa de juegos.

-Lo se. Mira, siento no poder acabar la partida- murmuró evasivo- pero se me ha hecho tarde.

-Jaejoong…-intentó retenerle, sin saber muy bien que decirle.

Pero este lo ignoró y abandonó la sala, dejándole solo bajo la mirada curiosa del muchacho de la planta baja, que los
observaba recostado en un sillón desgastado junto a la estufa.

-¿Problemas con tu novia?

Changmin se levantó lanzándole una mirada glaciar y se colocó frente a él. No había sobrevivido a años de lucha
contra las tropas del Imperio para tener que aguantar las idioteces de un imbécil inmaduro. Sintió como el joven se
encogía levemente en su sillón.

-Escúchame bien- comenzó Changmin con voz amenazadora- porque no vas a oírlo dos veces, al menos no con la
cara intacta…

-Ya basta- le cortó una voz familiar, desde la puerta. Jaejoong había regresado, y lo miraba con tristeza. Desvió su
vista hacia el muchacho- vete, por favor, déjanos solos.

El joven, algo aliviado, no tardó en obedecer, esforzándose por pasar lo más lejos posible de Changmin. No parecía
demasiado interesado en escuchar el final de su frase.

-Te pedí que no te entrometieses- le dijo, cuando se quedaron a solas.

Para alivio de Changmin no parecía enfadado, solo cansado.

-Lo siento, no debería hacerlo, no es asunto mío. Pero no puedo evitarlo.

Jaejoong esbozó una sonrisa irónica, que no se reflejó en sus ojos, como acostumbraba.

-Claro que no puedes evitarlo, eres el héroe de la casa.

-Te dije aquel día que no soy ningún héroe-insistió Changmin, con una punzada de dolor en el pecho.

Jaejoong asintió, retirando la vista hacia la ventana, tenía los ojos acuosos, como si se esforzase en no llorar.

-Lo siento, he vuelto con intención de disculparme y en lugar de eso…- suspiró, dejando la frase a medias y regresó
la mirada a Changmin, derrotado- no se me dan bien estas cosas.
-¿No se te da bien qué?

-Esto- levantó los brazos señalando el espacio entre los dos- vivir con alguien, tener un amigo.

Changmin soltó una risa nerviosa.

-No pasa nada, Jaejoong. Los amigos discuten, y se enfadan- le colocó la mano sobre el hombro y le dio un apretón
cariñoso.

Jaejoong sonrió, esta vez de verdad, y colocó su mano sobre la de Changmin.

Esa era una de las razones por las cuales Jaejoong no se parecía en absoluto a ningún amigo que hubiese tenido hasta
la fecha, no debería ser tan consciente de cada una de las veces en las que se tocaban. No debería sentir esa extraña
ola de calidez.

Jaejoong le retiró la mano de su propio hombro y la sujetó entre la suya, balanceándolas de forma juguetona, como si
fueran niños.

-Aunque los amigos suelan discutir de vez en cuando, preferiría que nosotros no lo hagamos nunca más, si no te
importa…

Changmin rió

-No me importa.

En ese momento, la señora Jung entró en la habitación, apoyándose en su inseparable escoba.

-¿Que hacéis ahí de pié mirándoos como dos pasmarotes?

*****

Finalmente la señora Jung cumplió la promesa que les había hecho el primer día de Chagmin: encontró una
habitación libre para él.

Una habitación de la segunda planta, pulcra y sencilla en la que Changmin podría finalmente vivir tranquilo, como
siempre había querido.

Al fin y al cabo Changmin había aceptado vivir en el ático, compartiendo espacio con un desconocido, solo a cambio
de ser el primero en la lista cuando quedase disponible una habitación individual.

Sin embargo, para sorpresa de la señora Jung y de si mismo, rechazó la oferta.

*****
La criatura aterrizó con un golpe seco sobre el tejado del edificio calcinado.

Había sido un buen edificio, de ladrillo rojo, resistente. Tal vez por eso seguía en pie un año después del
incendio. A la criatura ya no le importaba aquel lugar, no mientras estuviese vacío. Arrancó casi sin
esfuerzo el marco de la ventana de la habitación más próxima al tejado, la habitación del ático, y entro
en ella.

Nada.

Todo había desaparecido.

Sus ojos registraron aquella habitación que nunca le había parecido tan pequeña como ahora. Apenas
podía extender sus alas. Entre la ceniza y la madera quemada encontró algo, un destello brillante.

Una caja de música.

La criatura no podía gritar, de haber podido, sus gritos se hubieran escuchado en toda la ciudad.

*****

-¡Los Rebeldes han robado un almacén del ejército repleto de viandas y están repartiendo fruta por toda la ciudad!

Changmin llevaba un par de horas en casa, tumbado en uno de los agrietados sofás de la sala común, escuchando con
desgana el sonido de la radio de la Señora Jung. Frente a él, sobre la alfombra, el bebé del joven matrimonio de la
segunda planta jugueteaba tirándole del rabo al pobre Jiji, que bufaba molesto. Su madre, que tejía un pequeño jersey
junto a la ventana, se levantó rápidamente para cogerlo en brazos en cuanto comenzó el alboroto.

Fue uno de los desagradables muchachos de la planta baja quien irrumpió en la sala con las mejillas arreboladas por
la emoción, informando sobre la noticia. En pocos minutos otros inquilinos se acercaron curiosos.

-No se sabe muy bien como ha ocurrido- informó el joven- ha sido esta mañana, la gente dice que tenían explosivos,
dinamita, pero eso es imposible, ¿verdad? Nadie puede conseguir explosivos en Joseon…

-Tal vez se los robaron al Imperio-aventuró la joven esposa, en voz baja, como si la simple suposición ya fuera un
delito.

O los han fabricado pensó Changmin. Han fabricado cosas más difíciles.

-No digáis estupideces- les cortó la señora Jung- nadie tiene explosivos, nadie salvo los Japoneses. Ha debido ser de
otro modo.

-Como sea…-continuó el muchacho- dicen que se han desplazado por todos los barrios de la ciudad y que están
repartiendo fruta a los transeúntes, ¡delante de las narices del Gobernador!

Algunos de los presentes se rieron, nerviosos, otros murmuraron en voz baja maldiciones contra el imperio y
alabanzas hacia los rebeldes. La señora Jung golpeó con su escoba a alguno de los muchachos en las piernas, para
dispersarlos, gruñendo que no quería problemas bajo su techo.

Changmin, sin embargo, se quedó ahí quieto, con un extraño sentimiento de melancolía. Recordaba bien las noches
como esta, en el refugio. El sentimiento de triunfo tras una pequeña victoria, el brillo en los ojos de sus compañeros.
Ahora mismo, si hubiera seguido a su lado, estaría celebrándolo con ellos, repartiendo comida entre los ciudadanos
de Joseon. Por un momento sintió deseos de salir a la calle a buscarlos, encontrar a su hermano y pedirle regresar con
ellos de nuevo. Suspiró y se dejó caer de nuevo en el sillón, Jiji se acercó de forma tentativa y Changmin lo cogió en
brazos.

Podía hacerse una idea en la cabeza de cómo había ocurrido. Estaba seguro de que había sido Kyuhyun el que había
urdido el plan y que había sido Siwon quien había dado el chivatazo. Los japoneses se fiaban de Siwon, pulcro, serio,
el hijo de una buena familia de Joseon que buscaba medrar en el nuevo régimen. Siwon no era el único infiltrado
entre las filas japonesas que trabajaba para los rebeldes, pero si era el más comprometido con la causa. Tal vez fuera
culpa de Heechul, Changmin siempre había sospechado que Heechul y Siwon estaban enamorados, por muy absurdo
que pudiera parecer que un hombre de dios como Siwon pudiera fijarse en otro hombre. Una vez le había mencionado
su teoría a su hermano y este solo había bufado molesto y le había espetado “se cree el ladrón que todos son de su
condición”. Desde entonces no había vuelto a mencionar una palabra sobre aquel tema, por miedo a que su hermano
se burlase de él de nuevo.

Changmin suspiró, acariciando a Jiji, imaginando ahora a Siwon y a Heechul, riendo y celebrando la pequeña
victoria. Imaginó a Heechul abrazándolo, colgándose a su cuello y repitiéndole lo valiente que era por ayudarlos,
mientras Siwon se limitaba a esbozar una de sus sonrisas serenas y finalmente lo atraía hacia sí, besándolo. Rezó
interiormente al dios de Siwon para que su fantasía fuese realidad, para que sus ex compañeros tuvieran al menos
unas horas de paz y felicidad.

Subió a la habitación cuando Jaejoong ya se había ido, todavía con un sabor amargo en la boca, y tardó en quedarse
dormido, con un sueño inquieto, del que le rescató Jaejoong al despertarle cuando le escuchó llegar a casa, algo más
tarde que de costumbre. Una vez su compañero se hubo acostado, Changmin siguió durmiendo un par de horas más
hasta la hora de ir a trabajar.

Fue al levantarse cuando lo vio, brillando indolente sobre la cómoda. Junto a su abrigo y a su mono de trabajo, fuera
de lugar en una ciudad marcada por las privaciones y la racionalización alimentaria: un melocotón.

Changmin lo sujetó, casi reverencialmente y lo acercó a la nariz para respirar su aroma dulce. Había olvidado el olor
de la fruta. Se giró hacía Jaejoong, que dormía profundamente en su cama, con el pelo oscuro cayéndole desordenado
sobre la frente.

Durante un instante se preguntó quien de ellos había entregado la fruta a Jaejoong aquella noche. ¿Sería Yesung y
había inquietado a Jaejoong con sus palabras excéntricas de la misma forma que había inquietado a Changmin
durante todo aquel tiempo que vivieron juntos? ¿O sería Kibum, con su eterna sonrisa brillante? Fuera como fuese,
poco importaba ya, lo único importante es que Jaejoong había conseguido aquella noche un preciado melocotón y, en
lugar de comérselo, había esperado llegar a casa para regalárselo a él.

*****
A partir de aquella noche comenzó un pequeño juego entre ellos.

Cada uno dejaba de vez en cuando algún pequeño regalo entre las cosas del otro, para que lo viese al despertar o al
llegar a casa. Una chocolatina, una postal, una bolsa de té, o un simple papel de periódico con alguna noticia positiva,
para variar.

Ninguno mencionó los regalos que se intercambiaban, pasó a formar parte de la rutina de convivencia en el ático.

Hasta el día que Changmin hizo que todo cambiase para siempre.

Una tarde, de regreso a casa, encontró una pequeña librería de segunda mano que siempre le había pasado
desapercibida. Changmin no era un gran lector. Su vida, hasta el día que se instaló en la habitación del ático, ya había
sido suficientemente arriesgada e incierta como para necesitar leer sobre las aventuras de otras personas. Sin
embargo, algo en aquella pequeña tiendecita le atrajo irremediablemente: en el escaparate, sobre un pequeño atril, un
libro encuadernado en letras de oro brillaba con luz propia:

Un Mundo Perfecto de Julio Verne

Los dibujos de la portada parecían una obra de arte. Representaban un dirigible que volaba sobre las humeantes
chimeneas de una ciudad. Changmin levantó la vista inconscientemente, casi esperando que uno de los dirigibles
japoneses hiciese su aparición. Resultaba algo macabro ver como aquellos artefactos que habían salido de la fantasía
de unos libros bienintencionados habían acabando convirtiéndose en la pesadilla del pueblo de Joseon.

Fuera como fuere, sabía que a Jaejoong le encantaría tener un libro de su autor favorito, elegantemente encuadernado
y con dibujos bien trabajados. Sin embargo, al entrar en la tienda para interesarse por el precio, Changmin entendió
porqué todos los ejemplares que su compañero poseía eran ediciones baratas de kiosko, en papel poco mejor que el de
periódico. Jaejoong no podía permitirse gastar ese dinero por un capricho. Changmin tampoco, de hecho, pero hacer
feliz a Jaejoong durante un segundo no parecía un capricho en absoluto.

Regresó a casa, con el libro bien envuelto en un áspero papel marrón, escondido debajo de la chaqueta. Por suerte,
Jaejoong ya se había marchado. Changmin agradeció mentalmente no tener que cruzarse con él aquella tarde; la idea
de dejar sobre la cómoda de Jaejoong un regalo que superaba en valor con creces todos los que se habían estado
intercambiando hasta ahora, le ponía algo nervioso. Aquella noche apenas durmió, esperando la llegada de su
compañero con una mezcla de ilusión y miedo. Cuando escuchó abrirse la puerta, Changmin contuvo la respiración
bajo las mantas.

Como siempre, Jaejoong entró de forma casi ridículamente sigilosa. Era conmovedor ver como el muchacho se
esforzaba siempre en no despertarlo, ignorante de que Changmin dormía mucho más tranquilo cuando lo escuchaba
llegar y sabía que ya estaba a salvo. Como casi todas las noches, fue directo al baño, a asearse, sin percatarse del
paquete. Al regresar a la habitación y acercarse a la cómoda, Changmin escuchó, divertido, como el muchacho
reprimía un grito de asombro. Sin embargo, durante unos minutos, no se escucho nada más. Silencio absoluto.
Changmin se quedó quieto en su cama, con nerviosismo creciente, ¿por qué Jaejoong no hacía nada? ¿Acaso le había
molestado recibir un regalo tan caro de Changmin? Por primera vez se planteó, algo horrorizado, que Jaejoong
pudiese malinterpretar el obsequio, creyendo que Changmin esperaría algo a cambio, lo mismo que le pedían todos
esos hombres en aquel lugar espantoso donde trabajaba. Estaba a punto de levantarse para intentar justificarse cuando
sintió una presencia arrodillarse junto a la cabecera de su cama.
Una mano cálida le acarició con suavidad el pelo, deslizándose por el lóbulo de su oreja hasta la mejilla. Changmin,
todavía fingiendo dormir, sintió una corriente traspasarle la columna vertebral, semejante a la que había sentido
aquella tarde que se habían abrazado en el callejón, o la tarde que se habían tomado de la mano en la sala común. No
se movió, realmente se sentía incapaz de hacerlo.

En ese momento sintió la respiración tenue de Jaejoong sobre su rostro y, poco después, notó que depositaba un beso
suave sobre su mejilla, retirándose despacio, dejando un rastro de lágrimas sobre la piel de Changmin.

Abrió los ojos. Jaejoong, todavía arrodillado a su lado, le sonrió con dulzura.

-Sabía que estabas despierto-le susurró.

Changmin se ruborizó, agradeciendo la penumbra de la sala.

-¿Has estado llorando?- preguntó, incorporándose ligeramente y acercando una mano insegura hacia el rostro de
Jaejoong. Tal como había notado cuando le había besado, sus mejillas estaban húmedas.

Retiró la mano rápidamente, pero Jaejjong se la sujetó entre las suyas, acercándola de nuevo hacia su rostro,
inclinando la cabeza levemente para mecerse sobre ella.

-Es por tu culpa, niño idiota- le besó la palma de la mano- no vuelvas a gastarte tanto dinero en mí. Prométemelo.

Changmin asintió en silencio. Se sentía incapaz de hablar, perdido en las sonrisas y los gestos de cariño de Jaejoong.
Este rió bajito y volvió a acercarse, sentándose en la cama, para abrazarlo. Changmin, sin poder evitarlo, atrajo el
cuerpo frágil del muchacho contra el suyo, aspirando el olor de su pelo.

-Gracias por quedarte en el ático, por no mudarte a la habitación que dejaron libre- murmuró Jaejoong, de repente,
contra su hombro.

Así que lo sabía.

-No voy a ir a ninguna parte- contestó Changmin. No sin ti, quiso añadir, pero se sintió incapaz de hacerlo.

Tras varios minutos abrazados, Jaejoong finalmente rompió el hechizo, separándose de él.

-Duerme-le ordeno, empujándole con suavidad para que se tumbase de nuevo- tienes que irte a trabajar en apenas
unas horas.

Changmin obedeció, observando como Jaejoong se acercaba a su propia cama y se acomodaba, mirándole, todavía
con una ligera sonrisa en los labios, no sin antes colocar su nuevo libro bajo la almohada.

-Voy a leerlo contigo, lo leeremos por turnos en voz alta, intentaré quedarme en casa los días que libres en el trabajo,
para que podamos hacer ese tipo de cosas juntos -le informó, antes de cerrar los ojos y quedarse dormido.

A pesar la promesa que le había hecho, en ese mismo momento Changmin le hubiera comprado toda la biblioteca
nacional. ¬¬
*****

Con el invierno llegó el racionamiento del carbón. Changmin nunca había vivido un invierno donde el gobierno
controlase el nivel de frío que eran capaces de soportar. En el refugio siempre habían dispuesto de todo el carbón que
podían robar y, si bien entregaban la mayor parte a las familias más necesitadas, nunca había pasado excesivo frío en
las largas noches de invierno.

Pero, como ciudadano corriente de Joseon, las reglas eran distintas: un kilo por persona y mes. El Imperio no estaba
dispuesto a desperdiciar su principal medio de energía en mantenerles calientes y confortables. En las calles los
vendedores ambulantes de madera se multiplicaron, pero no era buena madera, seca y resistente, preparada para
caldear una habitación, sino madera verde y húmeda a la que le costaba prender. En los alrededores de la ciudad no
proliferaban los bosques y a la gente no les quedó otro remedio que conformarse con lo que tenían. La señora Jung,
en un acto de extraña generosidad por su parte, incluso dejó a disposición de sus inquilinos muebles viejos para que
los trocearan y se los repartieran.

-Una de sus hijas murió de frío hace muchos años- le explicó Jaejoong, mientras recogían su parte de madera para
subirla al ático- la encontraron junto al río, congelada. Hacía días que estaba desaparecido. El difunto Señor Jung la
echó de casa, después de una discusión. Dicen que estaba embarazada…

Changmin observó a Jaejoong asombrado, jamás se había parado a pesar que hubiese algún tipo de explicación detrás
de la amargura constante de la Señora Jung. Como si su mención hubiese sido un reclamo, la aludida apareció tras
ellos, golpeándoles en el trasero con el paño de secar los platos a modo de látigo.

-¡Ey, la pareja de tórtolos! ¡Coged vuestra madera y dejad de bloquear la fila!

Ambos se apresuraron a obedecer. Solo la Señora Jung era capaz de utilizar un inocente utensilio de limpieza como
arma de destrucción y salir victoriosa.

En la escalera, ambos cargados con su madera, se cruzaron con la joven familia del bebé. El marido cargaba con su
propia ración de los destrozados muebles de la Señora Jung.

-Si os quedáis sin carbón podéis pedírnoslo a nosotros- se ofreció Changmin, observando el bebé, que parecía una
pequeña bolita de lana sobre sus numerosos abrigos- no es bueno que el niño pase frío.

La madre sonrió.

-Nos las apañamos bien, dormimos los tres abrazados, es imposible pasar frío así. Además, el ático es mucho más frío
que nuestra habitación.

Changmin no pudo sino darle la razón. El ático no estaba resultando demasiado impermeabilizado para este clima.
Jaejoong en cambio se limitó a asentir, algo distraído, antes de despedirse. El joven pasó el resto de la tarde en un
extraño silencio que inquietó a Changmin. Hacía tiempo que Jaejoong estaba encantadoramente comunicativo con
Changmin, siempre parloteando de tonterías sin importancia y los silencios incómodos de las primeras semanas
parecían haber llegado a su fin.

-¿Te ha molestado que ofreciera parte de nuestro carbón a los de la segunda planta?-aventuró Changmin, un rato
después- se que debería haberte consultado…
Jaejoong, sentado en la repisa de la ventana, lo observó sorprendido, como si acabase de percatarse de su presencia.
Al otro lado del cristal había comenzado a nevar.

-Claro que no- contestó, algo asombrado.

-Entonces, ¿cuál es el problema?- se acercó para sentarse frente a él, en la ventana.

-Ellos duermen juntos, así no pasan frío- contestó, finalmente, sin mirarle a los ojos.

¿Era eso? ¿Acaso Jaejoong estaba insinuando…?

-Nosotros podemos hacer lo mismo si quieres-contestó Changmin, sintiéndose repentinamente vulnerable- podemos
poner todas las mantas en una de las camas y puedes acostarte a mi lado cuando llegues a casa- Jaejoong le lanzó una
mirada atormentada- sabes que yo nunca haría… yo no podría…- continuó Changmin, sin sentirse capaz de terminar
la frase.

-Ya lo se-le contó Jaejoong, con voz cansada, cerrando los ojos agotado- se que no.

-¿Entonces cual es el problema?

-¿De verdad quieres compartir la cama todas las noches con alguien que llega a casa cubierto del sudor y del semen
de desconocidos a los que, con un poco de suerte, jamás volverá a ver?

Changmin se quedó bloqueado por las palabras de su compañero. Nunca había ocultado lo que hacía pero se
esforzaba siempre en evitar el tema. Escucharle hablar sobre ello en voz alta, de forma tan directa, con esa mirada
atormentada y avergonzada en los ojos, resultaba devastador. Le hubiera gustado pedirle que lo dejase todo, que
abandonase ese mundo y a quien fuera que lo hubiese arrastrado hacia él. Que se quedase a su lado entre esas cuatro
paredes, donde estaba a salvo. Le hubiera gustado decirle muchas otras cosas pero, en su lugar, se limitó a ver como
se alejaba de su lado y se preparaba para salir hacia las calles nevadas, un día más.

No fue hasta dos frías noches después cuando, tras cuatro horas temblando bajo las mantas de su cama, Changmin
escuchó llegar a Jaejoong, algo antes que de costumbre. En lugar de ir directamente al aseo, como era habitual, se
acercó con cautela a la cama de Changmin.

-¿Estás despierto?-susurró.

Changmin se incorporó levemente.

-¿Ocurre algo?

Incluso en la oscuridad, se podía notar la inseguridad en el rostro de su compañero, de pie, a su lado.

-Nada, solo que… ¿te importa?- señaló la cama de Changmin- hoy no he… hoy solo he servido copas y limpiado. No
he dejado que me tocasen.

Changmin sonrió, sin poder ocultarlo, y retiró las colchas y las mantas invitándole a entrar. Jaejoong soltó una risita
nerviosa se acercó un momento a su propia cama para coger sus propias mantas y añadirlas a las de Changmin.
-Apesto un poco a humo y sudor-advirtió mientras se deslizaba dentro de las sábanas.

Changmin lo atrajo hacia él, pasando el brazo sobre su cintura. Jaejoong suspiró acomodándose, con los ojos
cerrados.

-Se está muy bien así, ¿verdad?- murmuró al borde del sueño.

Changmin lo acercó todavía un poco más, sintiendo como el sueño empezaba a invadirle a él también.

-Es perfecto.

*****

Desafortunadamente, no siempre Jaejoong se tumbaba a su lado al regresar a trabajar. Había noches en las que volvía
a su rutina de encerrarse en el baño unos minutos antes de tumbarse en su propia cama. Esas noches eran las más frías
y largas para Changmin pues sabía el significado oculto tras ellas. Sin embargo, poco a poco, la frecuencia con la que
Jaejoong se acercaba a la cama de Changmin fue aumentando.

Changmin nunca había sido tan feliz como lo fue aquellas noches, con Jaejoong acurrucado a su lado, con el peso de
demasiadas mantas sobre ellos. El frío era un recuerdo difuso, en aquel nido de calor y suavidad, con sus piernas
enredadas y la cabeza de Jaejoong tan cerca de la suya, con el pelo de su amigo acariciándole la cara.

Fue una de esas noches cuando Changmin le habló de su hermano.

-¿Se parece a ti?-le preguntó.

-Es bastante alto, pero yo lo soy más- añadió con orgullo- aunque me temo que él es el guapo de la familia, todo el
mundo lo dice…

Jaejoong soltó una risita, divertido.

-Pobre Changmin, tan horrible, enclenque y desagradable a la vista, con esas orejas de soplillo…

-¡Hey!- se quejó Changmin, risueño, incorporándose para colocarse levemente sobre él, haciéndole cosquillas- ¡retira
eso!

Jaejoong se retorció entre risas. Intentando sin éxito agarrarle las orejas, golpeándole para que parase su ataque.
Changmin rió a su vez, observando como su desesperado compañero se esforzaba en evitar el asalto. Finalmente se
compadeció de él y lo soltó, permaneciendo todavía sobre su cuerpo, observando como Jaejoong suspiraba aliviado,
limpiándose los ojos llorosos por la risa.

-Eso ha sido juego sucio…- se quejó, con una sonrisa.

-Para que aprendas a no meterte con mis orejas- contestó Changmin, devolviéndole la sonrisa, haciendo ademán de
retirarse. Jaejoong lo sujetó, pasándole los brazos alrededor del cuerpo, manteniéndole sobre él.

-No te muevas- le pidió, con la voz algo rasgada y repentinamente seria- no te vayas tan lejos.

-Te estoy aplastando. No iba a irme lejos-contestó Changmin, embriagado al notar como el cuerpo de Jaejoong
comenzaba a dar señales de excitación bajo el suyo. Era la primera vez, a pesar de toda la intimidad que compartían,
que Jaejoong mostraba algún tipo de reacción sexual en su presencia- solo iba a tumbarme aquí al lado…

-Eso es demasiado lejos- susurró Jaejoong con voz quebrada, enterrando la cabeza en el cuello de Changmin- quédate
aquí hasta que me quede dormido, por favor, quédate así sobre mí, cerquita…

Changmin obedeció. Se quedó sobre él hasta que el cuerpo de Jaejoong se fue relajando y su respiración se fue
haciendo más pesada, presa del sueño.

*****

Jaejoong cumplió la promesa dada a Changmin respecto a los días libres. Desde hacía ya un tiempo habían
comenzado a pasar juntos jornadas enteras en las que, casi exclusivamente, se dedicaban a no hacer nada. La mayor
parte del tiempo se acomodaban en el sillón orejero. Uno sentado sobre él y el otro en cojines en el suelo, apoyado en
uno de los reposa brazos. En ocasiones Jaejoong leía en voz alta alguna de sus novelas y Changmin lo escuchaba,
otras era Changmin quien leía, sintiéndose algo torpe al no ser capaz de imitar la pasión y énfasis que su compañero
ponía en la lectura. Sin embargo, a Jaejoong no parecía importarle demasiado.

En aquella ocasión era Jaejoong quien estaba acurrucado en el sillón, con los ojos entrecerrados y expresión
soñolienta. Changmin en el suelo a su lado, hacía un rato que se dedicaba a observar con ensimismado desinterés
como la elaborada portada de su ejemplar de Un Mundo Perfecto reflejaba los últimos rescoldos de luz de la tarde,
creando figuras de colores en el cristal de la ventana.

Jaejoong deslizó una mano perezosa sobre la cabeza de Changmin, apoyada cerca de él, acariciándole el pelo.
Changmin dejó de fijarse en las luces de colores, concentrado únicamente en el maravilloso cosquilleo que le
provocaban las caricias.

-Tendrías que cortártelo un poco, yo puedo ayudarte- comentó Jaejooong, mientras comenzaba a enrollar
juguetonamente el pelo de Changmin entre sus dedos.

-¿No te gusta así?- inquirió Changmin con voz débil. Las dulces muestras de afecto de su amigo, cada vez más
frecuentes, continuaban desarmándolo por completo.

-¿Te parece que no me guste?-rió bajito Jaejoong, dejando que las hebras castañas se deslizasen entre sus dedos- si
estuviésemos solos, bien lejos de aquí, te pediría que incluso lo dejases crecer un poco más… pero aquí, sabes que a
los japoneses no les gusta el pelo demasiado largo, lo consideran un acto de rebeldía.

Changmin suspiró, cansado.

-Ojala estuviésemos realmente bien lejos de aquí.- se giró para encarar a su amigo, esforzándose en sonreír- Jae, pide
un deseo ¿Dónde te gustaría estar ahora mismo? Un lugar muy muy lejos sin japoneses y sin máquinas.
Jaejoong sonrió soñador.

-Europa. Inglaterra.

Changmin rió.

-¿Solo para conocer a Julio Verne?

Jaejoong puso los ojos en blanco.

-No solo por eso, allí es todo verde y húmedo. No como Joseon, lleno de humo. Me encantaría vivir en una de esas
casas de piedra de la campiña, que describen en los libros… con su chimenea y su jardín rodeado de una pared de
hiedra- sonrió, con la mirada perdida en el atardecer tras la ventana,- me gustaría poder despertarme en una cama
enorme y mullida escuchando las campanas de la Iglesia del pueblo, sabiendo que nadie de aquel lugar podría
hacerme daño y que a ningún gobierno ni imperio le importa lo más mínimo el destino de en aquel pueblo minúsculo
e insignificante.

-Es un sueño precioso-murmuró Changmin, con un nudo en la garganta. Por un momento visualizó a Jaejoong
viviendo en aquel lugar, tan diferente a este, sin ser molestado ni insultado. Dejando atrás todos los años de miedo,
vergüenza y dolor. Sonriendo abiertamente, siendo feliz- ojala algún día puedas conseguirlo.

Jaejoong se ruborizó.

-Nunca le había hablado de esto a nadie… siempre temo que se rían de mí. Soy consciente de lo lejos que está
Inglaterra y también de que nadie puede abandonar Joseon sin la aprobación del Imperio, yo solo… bueno, solo es un
ideal.

-Me siento honrado de que hayas confiado en mí para contármelo- contestó Changmin, conmovido- a cambio déjame
enseñarte algo.

Se levantó del suelo y se acercó a su cómoda. Jaejoong lo siguió, algo confuso, viendo como sacaba de uno de los
cajones una pequeña bolsa de terciopelo oculta tras la ropa. Changmin notó la sorpresa en los ojos de su amigo, el
terciopelo era un material escaso en Joseon.

-La bolsa es lo de menos,- le adelantó sin poder disimular la emoción de enseñar su preciado tesoro a Jaejoong- lo
valioso es lo que hay dentro.

Jaejoong contuvo el aliento cuando Changmin presentó ante él una preciosa caja de música, metálica, con intrincados
relieves en la cubierta que representaban a un pájaro desplegando sus alas. Era su mayor, y único, orgullo material.
Heredada de su abuelo, construida cuando Joseon era un país próspero y libre. Preciosa y valiosa en cada detalle.

-¿Dónde la has conseguido?- preguntó Jaejoong impactado.

-Mi abuelo era un maestro en su oficio, el mejor. Creaba en su taller pequeños mecanismos, como los de esta caja, y
otros incluso más impactantes. A los nobles de Joseon les encantaba sus ingenios. A los japoneses no tanto…-su
mirada, clavada en la caja de música, se oscureció al recordar. Sabía que Jaejoong no le preguntaría, nunca lo hacía,
pero necesitaba contárselo- un día, en los primeros años, entraron a casa y lo apresaron. Tenían miedo de que acabase
construyendo cosas más peligrosas, que por una vez la mecánica se volviese en su contra. No era mi verdadero
abuelo, en realidad- le aclaró- Mi hermano y yo nunca conocimos a nuestros padres, el nos crió desde pequeños junto
con otros chicos- levantó la vista para observar a Jaejoong- hacía tiempo que no hablaba de esto con nadie.

-Me siento honrado- Jaejoong sonrió con dulzura, repitiendo sus palabras.

Changmin le devolvió la sonrisa, mientras empezaba a dar cuerda a la caja.

-¿Quieres verla funcionar?

-Me encantaría.

Se preparó para encarar la sorpresa y Jaejoong, y este no le defraudó. La caja de música se abrió invadiendo la
habitación de una melodía suave y algo melancólica que imitaba vagamente los trinos de un jilguero. En su interior,
un pájaro metálico desplegó sus alas, moviéndolas, emprendiendo el vuelo alrededor de la habitación. Changmin
siempre se había sentido fascinado por el realismo del ave.

-Es lo más hermoso que he visto nunca…- murmuró Jaejoong fascinado, siguiendo con la mirada el recorrido del
pájaro- cuesta creer que existan maravillas así.

A Changmin le hubiera gustado contestar que lo más hermoso que él había visto nunca era precisamente el propio
Jaejoong, escuchando fascinado la melodía, con los ojos brillantes y las mejillas arreboladas. En lugar de eso, tomó
su mano con delicadeza y lo acercó a él.

-Baila conmigo-susurró, con voz rasgada, embriagado por compartir aquella preciada música de su pasado con
alguien, al fin.

Jaejoong asintió, dejándose abrazar, apoyando la cabeza en el hueco entre el hombro y el cuello de Changmin. Estaba
tan delgado que prácticamente podía notar sus costillas bajo la ropa, Changmin lo abrazó con más fuerza. Apenas si
se movían al ritmo de la música, pero a ninguno de los dos parecía importarles.

Llevaban quien sabe cuanto tiempo bailando cuando Changmin sintió los labios suaves de Jaejoong sobre su cuello,
acariciándolo tan dócilmente como una mariposa sobre su piel. Poco a poco los besos fueron aumentando de
intensidad, dejando un rastro de calor y humedad, subiendo despacio, siguiendo el camino de su mandíbula.

-Tú formas parte de mi sueño-Jaejoong le susurró al oído- la casa de piedra, la hiedra… nada de eso importa
realmente si estoy solo. Antes de conocerte mi único deseo era ocultarme bien lejos, donde nadie pudiese acercarse a
mí. Ahora mismo lo único que me importa es este ático y lo que hay dentro de él, me quedaría en este ático junto a ti
el resto de mi vida mientras el mundo explota a nuestro alrededor.

El primer beso fue de tal intensidad que sorprendió a ambos. Changmin sintió como sus dos almas se fusionaban a
través del contacto de sus labios, liberadas por fin de tantos meses de represión. Changmin se perdió en la suavidad
de aquella boca con la que llevaba toda su vida soñando, mucho antes incluso de conocerlo. Besar a Jaejoong era tal
como había imaginado y mucho más. Dulce, intenso, maravilloso. Se separó de él tras lo que parecieron siglos,
apenas unos milímetros, apoyando la frente sobre la de él. Jaejoong respiraba con pesadez, con la boca entreabierta y
los ojos cerrados, era la imagen más erótica que había visto jamás.

-Eres tan maravilloso, Jae, ni siquiera puedo creer que me permitas tocarte…-le susurró.
Jaejoong rodeó con los brazos el cuello de Changmin.

-Hazlo, tócame, vuelve a besarme.

Changmin obedeció. Aquella noche, como Jaejoong había dicho, el mundo explotó a su alrededor.

Las caricias y los besos de Jaejoong despertaron a Changmin del dulce sopor en el que había caído rendido hacía un
par de horas. Si había sido maravilloso acurrucarse con Jaejoong durante las noches de invierno, despertarse
abrazando su cuerpo desnudo, tras haberle hecho el amor, era el paraíso bajado a la tierra.

-Perdona, no quería despertarte- se excusó Jaejoong, algo ruborizado.

Changmín sonrió y se acercó a él, besando con ternura sus labios una y otra vez.

-No importa, en absoluto- murmuró, sin dejar de besarlo- eres libre de despertarme siempre que quieras.

Jaejoong rió entre besos. Changmin nunca lo había visto así, tan radiante, con los ojos brillantes, sin parar de sonreír.

-Lo de esta noche-aventuró Changmin, esperanzado- ¿te ha hecho feliz?

-Tú me haces feliz siempre-rió- pero hacer el amor contigo esta noche ha sido…nunca había experimentado nada
parecido. Nada en mi pasado, nada de lo que…-titubeó buscando las palabras, Changmin lo atrajo, abrazándolo más
fuerte- no imaginé que el sexo pudiese ser tan maravilloso. Tenía tanto miedo a estropearlo si cruzábamos esa
barrera, y estuve tan cerca de cruzarla tantas noches… tenía pánico a que me rechazases por ser indigno de ti.

Changmin sintió una opresión en el pecho. Lo separó levemente de él para poder mirarle a los ojos.

-¿Cómo pudiste por un momento pensar que no eras digno de mi?

-No se trata de autocompasión,-se escuso Jaejoong- pero cuando estoy contigo no puedo olvidar lo que soy, lo que
hago. Nunca había sentido la necesidad o el deseo de estar con alguien de verdad, pero cuando te vi por primera vez,
en la portería de la Señora Jung, tal alto y tan atractivo, con esas orejitas tuyas…-rió, acercándose para morderle una,
de forma juguetona.

Changmin se ruborizó al instante.

-No digas tonterías, aquel día prácticamente me ignoraste. ¡Solo querías perderme de vista!

-Temía que te enterases de mi profesión y salieses huyendo, o me insultases… durante las primeras semanas no
estaba seguro de si lo sabías o no, estaba asustado por tu reacción.

Parecía que la conversación estaba apagando ligeramente la luz en los ojos de Jaejoong, Chagnmin le dio un besito en
la nariz.

-Nunca habrá nada que pueda hacer que te rechace, que huya de ti. Todo en ti y en lo que haces es precioso, dulce y
valiente. Te quiero.

Jaejoong sonrió, con los ojos húmedos, colocándose sobre Changmin.

-Demuéstramelo.

*****

Durante los últimos tres días, apenas se habían separado el tiempo justo para que Changmin acudiese a trabajar.
Durante sus horas de descarga en el muelle del río, era incapaz de contener su felicidad y su deseo de regresar cuanto
antes al ático donde sabía que le estaba esperando Jaejoong.

Este dio un respingo levantándose del sillón junto a la ventana, al oírle abrir la puerta. Se quedaron observándose el
uno al otro, Changmin en el umbral, Jaejoong al otro lado de la habitación, sonriéndose como idiotas.

Esto es a lo que se refiere todo el mundo, esta es la felicidad que todos buscan, pensó Chagmin, mientras acortaba la
distancia que los separaba y abrazaba a Jaejoong.

-Tengo que lavarme- le indicó, al cabo de un rato- estoy cubierto de polvo, volveré enseguida.

Jaejoong lo aferró con más fuerza.

-Dijiste eso antes de irte a trabajar y has tardado casi diez horas- se quejó, sin soltarlo- siéntate un rato a mi lado y
luego yo mismo te ayudare a bañarte.

Changmin no pudo resistirse a esa oferta.

Acabaron acurrucados en el sillón orejero, con las piernas enredadas, el uno frente al otro, sin parar de besarse y de
murmurar frases sin sentido. Los labios de Jaejoong eran adictivos, suaves y perfectos, siempre ansiosos por recibir
sus besos. Changmin apenas podía recordar como había sido su vida unos días antes, cuando no le estaba permitido
besar a Jaejoong con total libertad.

Jaejoong se separó un poco de él.

-He estado pensando varias cosas en tu ausencia- le indicó- sobre nosotros, sobre lo que vamos a hacer- pareció dudar
unos segundos- bueno, no estoy seguro, no hemos hablado realmente de eso… de si quieres hacer algo.

Changmin le retiró el pelo de la frente.

-¿A qué te refieres?

Jaejoong se mordió el labio, algo nervioso.

-No puedo volver allí, a donde iba por las noches. Quiero que tú seas el único. Pero tampoco puedo quedarme aquí si
no vuelvo, no nos permiten dejarlo sin más.
-¿Vendrían a buscarte?- pregunto Changmin, con inquietud. Jaejoong nunca hablaba realmente de esa parte de su
vida.

-Una vez mataron a una chica que quiso marcharse. Hace unos años intenté irme y me rompieron varias costillas.

Changmin asintió, repentinamente serio.

-En ese caso abandonaremos la ciudad.

La mirada ilusionada de Jaejoong le derritió el corazón.

-No sabía si aceptarías, no estaba seguro de si querrías ir tan lejos por mí.

Changmin se acercó para volver a besarlo.

-Iremos al sur, a la costa. Hay trabajo en los puertos para los dos. Acabarás acostumbrándote, eres más fuerte de lo
que crees. Quiero que ganes peso, y que sonrías todo el tiempo como me estás sonriendo ahora. Quiero que seamos
felices juntos, muy lejos de aquí. No pienso alejarme de ti.

Jaejoong no pudo reprimir las lágrimas, rodeando con sus brazos el cuello de Changmin.

-¿Lo ves, niño idiota? dices que no eres un héroe pero has conseguido salvarme.

Les quedaban apenas unos minutos para irse. Tenían una pequeña maleta preparada con las pocas pertenencias que
habían decidido conservar. Entre ellas, la caja de música y el libro que Changmin había regalado a Jaejoong.

Su tren salía a las cinco de la tarde. Changmin insistió que fueran acercándose a la estación, cuanto antes
abandonaran la ciudad antes serían libres. En ese momento Jaejoong recordó algo.

-Jiji- exclamó- quiero llevármelo.

Changmin sonrió a su pesar.

-Si puedes encontrarlo en diez minutos nos lo llevamos, pero no te retrases…

Jaejoong sonrió y se puso de puntillas para darle un beso rápido en los labios, antes de salir corriendo escaleras abajo
en busca del gatito.

De haber sabido que iba a ser su último beso, posiblemente Changmin jamás le hubiese dejado marchar.

*****
SEGUNDA PARTE: CAÍDA

Jaejoong había perseguido al huidizo gatito hasta uno de los callejones adyacentes de la pensión. Jiji seguía siendo un
cachorro, pero había ganado peso y tamaño en las últimas semanas y cada vez era más difícil de atrapar.

El muchacho lo acorraló contra la pared de ladrillo y lo sujetó con firmeza.

-No seas tan arisco- le reprendió con cariño- nos vamos de aquí, ¿entiendes? Nos vamos al sur los tres juntos.

Sujetó al gatito entre sus brazos y lo atrajo contra su pecho. Estaba seguro de que podría sentir sus latidos rápidos y
ansiosos. Se marchaban de la ciudad, iba a pasar con Changmin el resto de su vida. Sonrió, aferrando con fuerza a
Jiji.

No había hecho nada para merecerse tanta suerte. Nada en absoluto.

Estaba a punto de abandonar el callejón cuando escuchó el grito de aquella mujer. Tardo en reconocerla, la señora
Jung. Y después otros gritos, no tan familiares, voces duras que ordenaban y amenazaban.

Japoneses.

¿Qué demonios estaba ocurriendo?

El sonido cercano de una explosión le hizo tambalearse.

Jiji bufó asustado y saltó de sus brazos huyendo, segundos antes de que a su alrededor todo se tornase una locura.
Japoneses de uniforme por todas partes, armas, coches de patrulla y gritos. Jaejoong se quedó paralizado donde
estaba.

Alguien pasó corriendo tras él, empujándolo contra el suelo. El golpe hizo reaccionar a Jaejoong.

Están atacando el edificio, comprendió con horror. Changmin sigue ahí.

Corrió en dirección a la calle de la puerta de entrada, sin estar seguro de que iba a hacer cuando llegase hasta allí.
Unos brazos fuertes le sujetaron, impidiéndole continuar.

Jaejoong levantó la cabeza para encarar a un hombre uniformado. Intentó retroceder, horrorizado. El hombre le sujetó
de nuevo.

-¡Quieto!- le ordenó.

Jaejoong mordió la muñeca con la que le sujetaba y el hombre le soltó con un gesto de dolor y una maldición.
Jaejoong siguió corriendo en dirección a los gritos. Al llegar a la puerta de entrada se quedó paralizado.

Fuego y humo, dominándolo todo. La explosión que había escuchado… todo a su alrededor ardía en altas llamaradas
que consumían el familiar edificio de ladrillos donde había vivido los últimos cinco años. Había una mujer de rodillas
con la cara ensangrentada, en la puerta. Los japoneses apuntaban a la señora Jung con sus armas.

-¿Dónde están? ¿Dónde escondes a los rebeldes?

Jaejoong apenas podía procesar la información. Tenía la mirada clavada en el edificio ardiendo.
Changmin. Changmin estaba ahí dentro.

La Señora Jung sollozaba, sin ser capaz de comprender lo que estaba ocurriendo, alegando que ella no ocultaba a
ningún rebelde.

Pero Jaejoong sabía que no era cierto.

Los gritos de las personas, sus vecinos, muriendo dentro de aquel infierno de fuego, llegaron hasta sus oídos. El
anciano del reloj, la familia del bebe, los muchachos insufribles que siempre le molestaban… Todos estaban ahí.

Y Changmin.

Jaejoong gritó con angustia, precipitándose hacia la puerta, hacia los japoneses, hacia la muerte… ya poco importaba.
Antes de que pudiese llegar, el golpe de la culata de una pistola sobre su cabeza lo derrumbó contra el suelo.

Ni siquiera estaba seguro de si llegó a perder el conocimiento. Todo a su alrededor ya era demasiado confuso y
doloroso como para distinguir la realidad de la pesadilla. Un par de soldados lo levantaron y lo zarandearon con
fuerza.

-Lleváoslo de aquí- ordenó uno de ellos con voz fría.

Otro soldado lo sujetó y lo arrastró con brusquedad lejos del incendio, de los gritos de angustia y de Changmin.
Jaejoong se debatió, desesperado, herido y sangrando. El soldado ignoró sus súplicas y volvió a golpearlo.

Esta vez, definitivamente, sí perdió la consciencia

*****

Cuando Jaejoong despertó, con un dolor punzante en la cabeza que apenas era capaz de soportar, con el cuerpo
magullado, acurrucado sobre un suelo frío de cemento, lo primero que pensó es que su jefe había vuelto a perder el
control y le había dado una paliza.

Pero algo no encajaba.

Tardó unos segundos en recordar a Changmin. Sus besos, sus sonrisas, sus abrazos… la forma en la que había
irrumpido en su vida. Iban a irse de la ciudad aquella misma tarde. Jaejoong intentó incorporarse, todavía mareado,
sin poder reprimir un vómito. Tenía que ponerse en pie, tenía que encontrarse con Changmin o perderían el tren. No
podían permitirse comprar otros billetes.

Entonces la realidad cayó sobre su conciencia como una pesada losa.

Changmin estaba muerto.

El edificio de ladrillo rojo donde había vivido los últimos años había desaparecido en una nube de humo.

Volvió a vomitar, entre sacudidas de dolor y espanto. A su alrededor todo cobró sentido, la celda, las voces al otro
lado de la puerta. Estaba prisionero de los Japoneses. Antes de que pudiese darse cuenta, la puerta se abrió, cegando a
Jaejoong con la luz del otro lado.

Tres figuras altas lo observaron desde arriba.

-Maldita puta,-murmuró uno de ellos con desagrado- está lleno de sangre, meados y vómitos… creí que íbamos a
divertirnos con él.

Jaejoong retrocedió al sentir el brusco golpe del agua fría contra su cuerpo.

-Ya esta limpio-contestó otra de las figuras, con desdén, lanzando al suelo un cubo vacío y llevándose las manos a los
botones de su pantalón, esbozando una sonrisa cruel- empiezo yo… siempre quise probar a una de las putas del
teniente.

Jaejoong no se movió, mojado, de rodillas en el suelo. Ni siquiera le importaba si aquellos soldados le violaban o le
mataban a golpes.

Changmin esta muerto, repitió una voz en su cabeza.

El soldado lo levantó a pulso y lo sujetó contra la pared, con la mano contra su garganta, cortándole la respiración.

-Tienes suerte, ¿sabes?-le susurró, su aliento apestaba a tabaco y licor- te has librado del fuego. Esto solo es el precio
que vas a tener que pagar por haber sobrevivido a tus vecinos, esos traidores al Imperio…

-¡Basta!- ordenó una voz firme, desde la puerta.

El soldado aflojó el agarre sobre el cuello de Jaejoong y se giró para encarar a una figura alta, igualmente
uniformada.

-¿Quién os ha permitido molestar al prisionero?

Los soldados de la celda observaron la figura alta con aprehensión.

-Solo es una putilla del centro de la ciudad, señor,- se justificó uno de ellos- lo hemos reconocido al traerlo hasta
aquí… no tiene ningún valor.

-¡Soltadlo!- ordenó la figura con voz firme- salid de aquí los tres, ¡ahora!

Los tres soldados obedecieron. Jaejoong jadeó y volvió a caer de rodillas, sin fuerzas, llevándose las manos al cuello
dolorido.

La figura que lo había rescatado se acercó a él. Era un hombre joven, aproximadamente de su edad, alto y atractivo. O
al menos sería atractivo de no llevar aquel uniforme japonés. Se arrodilló frente a él, sonriendo con tristeza.

-Mirame, Jaejoong- le pidió, con una voz muy diferente con la que se había enfrentado a los soldados- tienes que
concentrarte y escucharme.

Jaejoong no quería escucharle. No quería escuchar a nadie. Changmin estaba muerto. Changmin estaba muerto.
El soldado le sujetó la barbilla con delicadeza y le obligó a mirarle a los ojos.

-Jaejoong, tienes que concentrarte- repitió- Escucha, estas en un calabozo de la comisaría central. Tenemos que
reaccionar antes de que los inquisidores te lleven a las celdas de prisioneros para interrogarte. Ellos creen que en la
casa de huéspedes donde vivías se ocultaba el ejército rebelde. Un vecino reconoció el rostro de uno de ellos entre las
personas que se alojaba allí.

Jaejoong ahogó un sollozo. El hombre le ayudó a levantarse.

-Se que no es cierto. Se toda la verdad…

Jaejoong lo observó confuso. ¿Quién era aquel hombre?

El soldado lo observó, con una sonrisa triste.

-Escúchame, Kim Jaejoong. Mis compañeros y yo sabemos quien eres, os hemos estado observando a Changmin y a
ti. Sabemos lo que significabas para él…- su voz se quebró un tanto- no hemos podido rescatarle a él pero vamos a
hacerle un último favor.- le sujetó por los hombros y lo miró cara a cara- Permíteme presentarme, me llamo Choi
Siwon y, en este preciso instante, el ejército rebelde está a punto de irrumpir en la comisaría.

*****

Se sentía una marioneta. Primero los soldados japoneses y ahora los rebeldes. Ni siquiera sabia donde se encontraba,
donde lo habían llevado.

Habían atacado la comisaría con explosivos y armamento. Siwon lo había puesto a salvo y había dejado que los
rebeldes se lo llevaran con ellos. A partir de entonces todo se había transformado en una sucesión confusa de rostros
poco familiares y palabras ininteligibles. Recordaba vagamente que lo habían trasladado en una especie de vehículo y
lo habían introducido en unas cuevas bajo tierra. Recordaba haber visto unos enormes almacenes llenos de
maquinaria extraña y, finalmente, unos pasillos estrechos y oscuros con habitaciones con chimeneas y muebles
acogedores a ambos lados.

Le habían llevado a una de esas habitaciones, a una cama mullida. Alguien le había obligado a beber una infusión de
sabor amargo que le había hecho dormir.

Despertó quien sabe cuanto tiempo después, era difícil de discernir allí dentro si era de día o de noche. La habitación
estaba tenuemente iluminada, posiblemente para que Jaejoong no se asustase al despertar en un lugar desconocido.
Alguien le había limpiado, cambiado de ropa, y vendado la herida de su cabeza. El dolor punzante se había
transformado en un dolor sordo. Jaejoong sospechaba que todavía estaba bajo los efectos de algún somnífero.

Intentó incorporarse y desistió al instante. Estaba demasiado débil y mareado. Antes de poder hacer nada más, las
drogas que le habían dado hicieron de nuevo su efecto, volviendo a quedarse dormido.

La segunda vez que despertó no estaba solo. Había una figura tumbada a su lado, observándolo con seriedad. Y otra
de pie, detrás de él.
-Tranquilo, vuelve a dormirte…-susurró la figura a su lado. Un muchacho de su edad, de rostro hermoso y ojos
enormes y vivaces- estás a salvo, estás entre amigos.

Jaejoong deslizó la mirada adormilada hacia el hombre tras él. Había algo familiar en él, algo tranquilizador. Antes de
que pudiera darse cuenta de lo que se trataba, volvió a perder la consciencia.

-Tarde o temprano tendremos que dejar que se despierte y se enfrente a la realidad- les escuchó decir entre sueños.

-Ha perdido al hombre que amaba, Yunho, dale tiempo…

La voz del tal Yunho se quebró.

-¡Yo he perdido a mi hermano pequeño, maldita sea!

Los sollozos de Yunho invadieron los sueños de Jaejoong aquella noche.

La siguiente vez que despertó tenía la cabeza menos entumecida, el dolor algo más lacerante. Sus sentidos ya no
estaban tan abotargados.

El muchacho de aspecto delicado continuaba tumbado a su lado. Jaejoong buscó con la mirada al otro hombre, pero
ya no se encontraba allí.

-No te incorpores todavía-le aconsejó el joven- te hemos dado láudano y opio, tu cuerpo aún lo está asimilando.

Jaejoong obedeció, con la mirada vacía. No sentía ningún deseo de levantarse, si por el fuese se quedaría tumbado en
aquella cama el resto de su vida, hasta morir.

A su lado el muchacho suspiró, esbozando una sonrisa torcida.

-No deberías gustarme ¿sabes?, nunca me han caído bien los hombres más guapos que yo.

Jaejoong no contestó. Se quedó quieto, observándolo.

El muchacho suspiró, algo preocupado.

-Vamos, intento animarte…- se giró, todavía tumbado en la cama, mirando al techo- no se porque me ofrecí para ser
tu enfermero. No he cuidado de nadie en mi vida, en realidad-regresó su atención a Jaejoong- me llamo Heechul, por
cierto. Imagino que ya lo has intuido pero ahora mismo estás en una de las habitaciones del refugio rebelde.

-¿Dónde esta?-susurró Jaejoong con voz tenue.

Heechul se incorporó animado.

-¡Pero si ya hablas!- exclamó- ¿Dónde está quién, JaeJae?

-El otro hombre, el de antes… Yunho.


Heechul frunció levemente el entrecejo.

-Está fuera, con todos los demás. ¿Por qué…?

-Es su hermano-ni siquiera era una pregunta- es el hermano de Changmin.

Los ojos de Heechul brillaron con tristeza.

-¿Changmin te habló de él, cielo?

Jaejoong asintió, incorporándose, Heechul estaba en lo cierto, la habitación daba vueltas a su alrededor por efecto de
los somníferos.

-Nunca me dijo su nombre pero se que es él. Él, Changmin… -sintió como las lágrimas resbalaban por sus mejillas,
sollozó, sin poder evitarlo.

Heechul se acercó a él y le abrazó.

-Lo se, tranquilo, te pondrás bien.

*****

Heechul cuidó de él un par de días más, hasta que se sintió con fuerzas para salir de la habitación y conocer el refugio
rebelde y a las personas que habitaban en él. Poco a poco sus heridas físicas fueron cicatrizándose, mientras que su
corazón se iba desgarrando más y más por dentro. Durante aquel tiempo, Jaejoong llegó a creer que la certeza de la
pérdida de Changmin lo destruiría, ni siquiera era capaz de explicarse como podía seguir con vida, como podía seguir
respirando en un mundo donde no existía él.

Lo había amado casi desde el primer momento en que lo había visto. Jaejoong había conocido a pocos hombres
decentes en su vida, la integridad y franqueza que transmitía su nuevo compañero de habitación le habían confundido
en un primer momento. Cada minuto a su lado su amor por él había crecido más y más, hasta llegar a un punto en que
había necesitado reprimirse con todas sus fuerzas para no saltar sobre él para abrazarlo y llenarlo de besos. Los
últimos días habían sido tan maravillosos que ni siquiera había sido capaz de contener tanta felicidad. El modo en que
Changmin le había hecho el amor, tan distinto al resto de hombres que había conocido, despacio, adorando cada
centímetro de su cuerpo, borrando todo el dolor y la vergüenza que había acumulado durante años…

Todo eso había desaparecido en una bomba de fuego y humo. Los japoneses se lo habían arrebatado.

Precisamente por eso, cuando Kyuhyun le mostró su proyecto definitivo contra los invasores, transformar a un
humano en una criatura mecánica, se presentó voluntario al instante.

Aquella tarde Heechul irrumpió furioso en el taller de Kyuhyun.

-¿Qué creéis que estás haciendo con Jaejoong?


Kyuhyun apenas levantó la vista de la lupa de precisión con la que estaba trabajando, había esperado que este
momento llegase, tarde o temprano.

-Yo no le presioné, él se presentó voluntario- le cortó.

-¿Voluntario?-Heechul parecía fuera de sí- ¿voluntario para morir perforado por ese artefacto que has inventado?

Esta vez Kyuhyun si levantó la mirada hacia su compañero, que lo observaba con furia, los brazos en jarras.

-No va a morir, mi creación es segura, es perfecta. Mi abuelo trabajo en ella en secreto durante años ¿por qué crees
que lo mataron, realmente? He estado perfeccionándola.

-Es una aberración…

-¡Es un soldado! Ellos usan sus máquinas contra nosotros continuamente, tenemos que hacer algo, contraatacar.

-Lo que quieres crear no es una máquina, Kyu, va a haber una persona ahí dentro.

-Se presentó voluntario- insistió Kyuhyun- ni siquiera pensaba en él para hacerlo, no pensé en nadie. Fue él quien se
acercó… todos queremos venganza por la muerte de Changmin.

Heechul cerró los ojos, reprimiendo un suspiro.

-En su caso no se trata solo de venganza. Se trata de no sentir. Me confesó que le habías dicho que la criatura en la
que se convierta no será capaz de amar ni de sentir dolor.

Kyuhyun se removió incómodo.

-Bueno, técnicamente irá perdiendo su parte humana poco a poco hasta que comience a pensar como una máquina,
eso es cierto.

-Jaejoong ya está suficientemente destrozado, ¿Eres siquiera consciente de lo que vais a hacerle?

Kyuhyun suspiró, con tristeza.

-Tenemos que hacerlo, tenemos que salvar Joseon.

Heechul cerró los ojos, derrotado.

-¿Y quién lo salva a él? No creo que sea lo suficientemente fuerte como para sobrevivir a esto.

Kyuhyun suspiró, la mirada perdida en recuerdos del pasado.

-Nunca sabes lo fuerte que puedes llegar a ser hasta que ser fuerte es la única opción que queda.

*****
El día había llegado. El Gran Emperador abandonaba su palacio de Tokio para visitar Joseon por vez primera. En los
últimos meses las revueltas y la desobediencia civil habían ido en aumento, todo por culpa de la criatura alada.
Fueran cuales fuesen sus intenciones, por primera vez alguien se atrevía a hacer frente a los invasores. Y, lo mejor de
todo, lo hacía con éxito.

El Emperador no podía permitir aquello, había enviado sus mejores y más enormes dirigibles hacia Joseon. El día 13
de Mayo se celebraría la ceremonia de bienvenida en la plaza de la Ciudad. El ejército y los ciudadanos volverían a
postrarse a sus pies.

Y la criatura estaría allí, esperando.

Parecía demasiado fácil, demasiado sencillo. Kyuhyun llevaba días dándole vueltas. ¿Por qué iba el Emperador a
arriesgarse de ese modo? Venir a Joseon justo ahora, cuando había un engendro incontrolable rondando la ciudad…
Resultaba difícil creer que fuera a exponerse de esa manera pero, tal vez, la arrogancia de aquel dictador le hacía
creerse invencible.

Fuera como fuese, los rebeldes no estaban dispuestos a perder aquella oportunidad. Estarían allí, entre el pueblo, y
cuando la criatura atacase al Emperador, ellos actuarían. Sabían que si su Emperador corría peligro, prácticamente la
mitad de las tropas intentarían defenderlo, dejando a la otra mitad indefensa, a la merced del pueblo de Joseon.

El pueblo reaccionaría, estaban seguros, si veían caer a aquel hombre en manos del engendro alado. La venganza de
un pueblo contra el opresor.

Ahora todo dependía de la criatura.

Aquella noche los ciudadanos de Joseon se agolparon en la plaza, como años atrás, obligados a presenciar la
bienvenida de su Emperador.

Hace años, cuando Joseon era un país destruido por la guerra y Kyuhyun un huérfano asustado, los mismos
ciudadanos había visto izarse la bandera japonesa sobre sus cabezas, en esa misma plaza. Su abuelo y él observaban
en silencio el acto, con mirada apesadumbrada.

El resto de sus compañeros se había dispersado entre la multitud de la plaza. Sin embargo Yunho se quedó cerca de
él.

-Fue aquí donde os conocimos- le recordó Kyuhyun, estaba nostálgico aquella tarde- el abuelo y yo os encontramos
solos en la plaza y os llevamos a casa.

Yunho esbozó una sonrisa tenue.

-Ojala el viejo estuviese aquí ahora, él sabría que hacer.

Kyuhyun sonrió, a su pesar. El anciano genio de la mecánica que le había enseñado todo lo que sabía y que había
muerto a manos de los japoneses, temerosos de que su don se volviera contra ellos.
Y al final lo hizo, pensó Kyuhyun, el me enseñó todo lo que sabía y yo creé la criatura que va a matar esta noche al
Emperador.

Las luces del Ayuntamiento se iluminaron teatralmente, mientras comenzaban a sonar trompetas de victoria. Una voz
en los altavoces dispersos por toda la plaza anunció la llegada del Emperador. Los dirigibles sobre las cabezas del
pueblo bajaron altura, amenazantes. Kyuhyun buscó con la mirada la silueta alada de la criatura sobre los tejados de
la plaza, no la encontró, aunque estaba seguro de que estaba allí, en alguna parte.

En ese momento ocurrió algo imprevisto, la multitud se apartó para dejar paso a un enorme carro, de estructura
metálica. El artefacto soportaba una jaula enorme, repleta de hombres y mujeres de aspecto maltrecho.

-Son prisioneros-susurró Kyuhyun, repentinamente tenso,- los prisioneros de los Campos de Exterminio. ¿Qué
demonios van a hacer con ellos?

Su pregunta se resolvió pronto. Frente al balcón del Ayuntamiento se posicionó una hilera interminable de policías
japoneses armados con espadas. La policía japonesa ya solo utilizaba espadas con un propósito: las ejecuciones.

-Van a matarlos-intervino Yunho, rechinando los dientes con desagrado- para eso nos han traído, para que veamos
como su Emperador imparte justicia.

-Quiere demostrar al pueblo que ellos siguen teniendo el control,-intervino Kyuhyun con amargura,- que nuestras
absurdas rebeliones no sirven para nada contra el poder del Imperio.

Casi como si les estuviese escuchando, en ese momento el Emperador hizo su aparición en el balcón. Vestido con el
uniforme militar, rodeado de sus guardaespaldas. El pueblo permaneció en silencio, no hubo aplausos, ni abucheos.
Todos tenían su mirada puesta en el carro de prisioneros.

El Emperador comenzó a hablar, en japonés, la voz estridente de los altavoces tradujo el discurso al pueblo de
Joseon. Kyuhyun no le escuchaba, en su cabeza solo resonaba una plegaria silenciosa hacia la criatura que él había
creado.

Mátalo, acaba con él.

No muy lejos de allí, Heechul observaba una sombra casi imperceptible moverse en la penumbra de los tejados de la
catedral, adyacente a la plaza. Por alguna razón Heechul siempre lograba encontrarlo antes que nadie. Tal vez se
debía al tiempo que habían compartido juntos antes de que se transformase, a la conexión casi fraternal que había
sentido por aquel muchacho al que todos parecían haber olvidado y sustituido, en sus cabezas, por el monstruo alado
en el que se había convertido.

La plaza, generalmente tranquila, desplegaba su aspecto más amenazador. Los dirigibles, la voz de los altavoces, la
figura del balcón, los verdugos y la enorme Jaula…

-Ten cuidado, JaeJae - susurró casi para si mismo- por favor, ten mucho cuidado.

*****
Desde lo alto de la catedral, la criatura observó la ciudad.

Sabía lo que tenía que hacer, lo que todos esperaban que hiciese. Matar al Emperador. Destruir a su Dios.

Apenas prestaba atención a los prisioneros, que ya empezaban a desfilar frente a sus verdugos. Ellos no importaban,
solo importaba la venganza. Había sido creado para la venganza, era su única razón de ser. La criatura desplegó sus
alas, con la mirada fija en el hombre que iba a matar. Ni siquiera hubiera podido explicar que fue lo que le hizo
desviar su atención hacia debajo de aquel balcón, lo que le hizo mirar a los prisioneros temblorosos.

Pero lo hizo. Miró. Observó a esos hombres y mujeres observar desafiantes las espadas japonesas que iban a
matarlos.

Y entonces lo vio.

La criatura no podía amar, ni llorar, ni sentir. La criatura había dejado de ser humana, o eso le habían dicho.

Sin embargo, debajo de aquella máscara metálica, algo se desgarró dentro de Jaejoong.

Niño idiota.

Yunho apenas pudo reprimir un grito cuando su hermano bajó de aquella jaula.

Ahí estaba, con un aspecto más adulto del que recordaba, con la mandíbula más marcada y los músculos más
definidos, a pesar de su delgadez. Estaba mal afeitado y llevaba el pelo cortado a trasquilones. A pesar de todo, en
general, tenía buen aspecto. Parecía estar sano.

Kyuhyun parecía tan impactado como él.

-Changmin…- susurró el muchacho casi sin palabras.

Estaba vivo. Había estado vivo todos estos años. Tres años encerrado en los campos de exterminio y ellos no habían
sido capaces de darse cuenta. Habían creado un monstruo que vengase su muerte en lugar de intentar salvarlo. Y
ahora era demasiado tarde, ahora iba a verlo morir, ejecutado por una espada japonesa.

Entonces cayó en la cuenta.

-¿Dónde está? ¿Dónde está la criatura?

Kyuhyun escudriñó los tejados de nuevo, buscándolo con desesperación.

-No lo se, pero tiene que estar aquí. Tiene que estarlo… Ha venido a matar al Emperador.

-No puede hacerlo, tiene que salvar a Changmin.


-Yunho, no se si recuerda a Changmin- murmuró Kyuhyun, horrorizado- no se si es capaz de sentir todavía algo por
él.

En ese momento el pueblo rompió su silencio con un potente alarido. Sobre ellos la figura alada de la criatura se
elevaba por encima de los dirigibles japoneses. Bajó como un proyectil, esquivándolos, ignorando el balcón desde
donde observaba el Emperador, aterrizando con un estruendo metálico sobre la jaula de prisioneros.

*****

Changmin había escuchado historias sobre aquel ser. Todos los condenados que habían llegado después que él a la
prisión hablaban de él, el monstruo alado que asesinaba japoneses. Sin embargo, nunca prestó demasiada atención a
esas historias. Tenía cosas más importantes por las que preocuparse: sobrevivir a aquel lugar, salir de allí y encontrar
a Jaejoong, si es que seguía vivo.

Pero allí estaban, él y sus compañeros en el campo de prisioneros, frente a un pelotón de ejecución esgrimiendo sus
espadas japonesas. Iban a matarlos delante de su Emperador y de todo el maldito pueblo de Joseon, impasible como
siempre.

Sin embargo, saliendo de su entropía, el pueblo congregado en la plaza lanzó un grito de asombro y la criatura de la
que tanto había escuchado hablar aterrizó con violencia sobre la jaula de hierro de la que acababan de salir.

Los japoneses de las espadas retrocedieron asustados al verlo, alguno de los miembros del ejército apuntaron sus
armas de fuego hacia él. No pareció importarle, se elevó, esquivando los disparos y atacó.

El primer lugar a lo hombres de las espadas. Antes de que Changmin pudiera si quiera registrar lo que estaba viendo,
la criatura alada había acabado con prácticamente la mitad del pelotón de ejecución, la otra mitad, aterrada, intentaba
abandonar el lugar, precipitándose hacia la plaza.

Mala idea, pensó Changmin.

-¡Cogedlos!- gritó una voz entre el pueblo congregado- ¡no dejéis que se escapen!

Una voz sorprendentemente familiar, de hecho.

Al parecer su hermano mayor había sobrevivido a estos tres últimos años.

Un alarido creciente surgió entre el pueblo. Los disparos del ejército del Emperador dejaron de centrarse
exclusivamente en la esquiva criatura voladora y se dirigieron hacia la multitud, que arrastraba y golpeaba a los
verdugos por el suelo de la plaza.

La criatura se lanzó hacia los hombres armados. Los soldados se debatían entre intentar contener al monstruo alado o
al pueblo en la plaza, que empezaba a hacer tambalear la estructura de madera sobre la que se habían dispuesto las
ejecuciones. La criatura no se lo estaba poniendo nada fácil, Changmin nunca había visto nada igual: se elevaba en el
aire y volvía a caer en picado sobre los soldados, los sujetaba y los lanzaba hacia el suelo como si fuesen muñecas de
trapo, o los golpeaba con una fuerza sobrehumana, despertando un crujir de huesos.
Otro pelotón armado se acercó hacia ellos. Dispararon un extraño artilugio contra la criatura que desplegó una red
metálica a su alrededor, apresándolo.

El ser intentó liberarse, esforzándose sin éxito en desplegar sus enormes alas. Estaba atrapado. Los soldados
dispararon contra él. Una de las balas le acertó en el brazo, una de las pocas partes de aquel ser que quedaba a la vista
bajo el metal. Se tambaleó levemente. Era un brazo humano, un brazo que sangraba.

Es una persona, pensó Changmin. Maldita sea, hay alguien vivo ahí debajo.

No se lo pensó dos veces. Se abalanzó sobre uno de los soldados muertos y cortó las cuerdas de sus muñecas con la
espada caída a su lado. Agarró a Minho, uno de sus compañeros prisioneros, que observaba impactado como la
criatura arrancaba el arma de un soldado de las manos, casi de cuajo, y le golpeaba la cabeza con ella, partiéndola de
un crujido. Cortó las cuerdas del muchacho y le puso la espada en las manos temblorosas.

-¡Desata a los demás!- le ordenó- ¡salid de aquí!

-¿Qué vas a hacer tú?- gritó Minho sobre el estruendo.

Changmin señaló a la criatura, luchando acorralada entre un pelotón de soldados.

-¡Voy a ayudarle!

Changmin sujetó una de las armas olvidadas en el suelo y disparó con ella a uno de los soldados que rodeaban a la
criatura atrapada. Al ver caer a su compañero, el resto de los soldados se volvieron hacia él. La criatura dejó de
debatirse durante un segundo, Changmin hubiera jurado que se había quedado mirándolo, casi congelado. Disparó
contra otro, liberando así a la criatura de los dos captores que sujetaban su red por el lado derecho.

Un par de soldados lo atacaron, Changmin esquivó a duras penas las balas que le lanzaban, refugiándose tras uno de
los soportes de la jaula metálica. Las balas resonaron sobre su cabeza. Observó a su alrededor, Minho había hecho
bien su trabajo, los prisioneros habían abandonado la plataforma, cada vez más inestable. Sobre ella solo quedaban
los soldados, la criatura y él mismo. A su alrededor, en la plaza, se estaba desatando la locura. Los ciudadanos de
Joseon contra los japoneses.

El recuerdo de una voz familiar resonó en su cabeza “me quedaría en este ático junto a ti el resto de mi vida mientras
el mundo explota a nuestro alrededor.”

Volvió a preparar su arma, ni siquiera sabía cuantos disparos le quedaban. No importaba, sobreviviría a esta tarde, lo
encontraría.

Se giró, con el arma preparada, en dirección hacia donde los soldados apresaban a la criatura.

Nadie.

La red metálica yacía en el suelo, sobre los cuerpos muertos de los soldados que, hacía apenas unos segundos, le
habían disparado.

Changmin sintió una sombra abalanzarse sobre él. Antes de que pudiera darse cuenta, unos brazos fuertes le sujetaban
y lo levantaban del suelo, elevándolo por los aires.

*****

Lo depositó sobre la terraza de un tejado alto, a unas manzanas de la plaza. Los estruendos y disparos llegaban
amortiguados, convirtiéndolos en algo lejano e irreal. La criatura aterrizó con cierta brusquedad, unos metros alejado
de él, oculto entre la niebla y las sombras del atardecer.

Changmin se quedó quieto, respirando con fuerza, observando la figura imponente recortarse al contraluz. Sus alas
parecían medir casi cuatro metros de envergadura y su cuerpo y gran parte de su rostro, estaban cubiertos por una
armadura metálica. Por un momento se preguntó como algo tan pesado era capaz de volar.

La criatura también le observaba, manteniéndose alejado. Changmin se dio cuenta que estaba manchado de sangre, la
sangre de aquel ser.

-Estás herido- le dijo- te han disparado en el brazo, déjame que te ayude.

Hizo ademán de acercarse a él pero la criatura retrocedió, asustado, internándose más entre las sombras.

-No voy a hacerte daño-insistió Changmin, sorprendido por la reacción- me llamo Changmin-le dijo, con voz
tranquilizadora- ¿puedes…puedes hablar? ¿Puedes quitarte la máscara de la cara?

La criatura negó despacio con la cabeza. Al menos era capaz de entenderle. ¿Qué clase de ser atormentado era,
temeroso de la cercanía humana?

Changmin asintió.

-Comprendo. ¿Me dejas que me acerque a ti? Quero ver tu herida, asegurarme que estarás bien…

La criatura volvió a tensarse, asustado, Changmin dejó de insistir.

-Esta bien, entendido- murmuró con una sonrisa tentativa- me quedaré donde estoy.

La criatura se enderezó, algo más calmado. Dejando reposar sus alas a ambos lados del cuerpo, todavía observando a
Changmin entre las sombras.

Es hermoso, pensó este, observando su silueta. Me habían dicho que era un ser terrible y destructor pero hay algo
frágil y hermoso en él.

Se quedaron unos minutos observándose. Realmente deseaba acercarse, algo dentro de él, instintivo, ansiaba la
cercanía con aquel ser. Sin embargo tenía la certeza de que, si lo intentaba, saldría volando.

-Gracias por salvarme la vida ahí abajo- le dijo finalmente, rompiendo el silencio.

El ser hizo un gesto extraño, llevándose las manos a la máscara que le cubría la cara, como si acabase de intentar
decir algo y justo se hubiese dado cuenta de que era incapaz de hacerlo. Changmin se compadeció de él.
-Tranquilo- le indicó- no hace falta que digas nada.

Era difícil, en la distancia, interpretar los gestos de la criatura. Sin embargo Changmin era capaz de percibir su dolor
y confusión. Al cabo de un momento la criatura dio unos pasos bruscos en su dirección, asegurándose de permanecer
todavía lejos. Antes de que Changmin pudiese decir nada, la criatura se llevó las manos a los ojos, intentando
transmitirle un mensaje.

-¿Quieres…quieres que cierre los ojos?- murmuró Changmin con un nudo en la garganta.

La criatura asintió rápidamente.

Por alguna razón que no se sentía capaz de explicar, Changmin obedeció.

Cerró los ojos y esperó. Pasó lo que pareció una eternidad hasta que, con el corazón acelerado, escucho el tenue
sonido metálico de la criatura acercándose a él. Podía sentirlo frente a él, apenas a unos centímetros de distancia.
Resultaba extraño tenerlo tan cerca y no ser capaz de percibir su respiración.

Como un fantasma, pensó. Estoy a merced de un fantasma.

Pero Changmin no tenía miedo. Absurdamente se sentía completamente a salvo en presencia de aquel ser, sintiendo
su mirada penetrante en la piel.

-Déjame abrir los ojos- le pidió- quiero verte de cerca.

A modo de contestación sintió una mano sorprendentemente suave sobre sus párpados, pidiéndole sin palabras que
los mantuviese cerrados.

Changmin asintió, tragando saliva nervioso. El contacto de la mano de la criatura sobre su cara era suave, cálido y
familiar. Poco a poco el ser bajo la mano, acariciando las mejillas de Changmin, como si se tratase de un objeto
precioso, bajando por el cuello, los brazos y el torso. Colocó la mano sobre su pecho, buscando los latidos de su
corazón. Changmin, con los ojos todavía cerrados, buscó a tientas con su propia mano el cuerpo de la criatura.
Exploró la armadura metálica, buscando las zonas donde la piel quedaba expuesta. Podía notar enormes clavos
metálicos atravesarle la columna vertebral y el esternón, así como el lugar donde la estructura de las alas se unía al
cuerpo. Ni siquiera era capaz de comprender como aquel ser podía seguir vivo. Pero lo estaba, no había duda, la
forma en la que le tocaba, dulce y ansioso, demostraban un impulso humano.

Escuchó varias explosiones en la lejanía. Se estremeció en los brazos de aquel ser, había olvidado la revolución en la
plaza, lo había olvidado todo.

El mundo está explotando, pensó. Sin embargo solo soy capaz de sentirlo a él.

“Me quedaría en este ático junto a ti el resto de mi vida mientras el mundo explota a nuestro alrededor.”

Entonces se dio cuenta. Desobedeció y abrió los ojos.

Tras la máscara metálica, el hombre que amaba le devolvió la mirada, aterrorizado. La máscara cubría prácticamente
todo el rostro que el había amado y recordado con total nitidez durante tres años en aquella prisión. Sin embargo sus
ojos, sus preciosos ojos enormes y dulces, seguían ahí, cubiertos de lágrimas, observándole asustado.

-Jaejoong…

Pero nadie respondió su súplica. Jaejoong salió huyendo, elevándose entre el humo de las chimeneas, antes de que
Changmin pudiese asimilar lo que acababa de ver.

*****

Changmin irrumpió en el refugio rebelde a la mañana siguiente, fuera de sí. El refugio se había convertido en un
pequeño hospital improvisado y estaba repleto de personas que jamás había visto. Al parecer los últimos
acontecimientos habían engrosado las filas del ejército rebelde. A Changmin no le importó, avanzó con decisión en
busca de una cara conocida. Encontró al primero entre los heridos, atendiendo a uno de ellos.

Donghae siempre había sido un buen chico, amable con todo el mundo y entregado a la causa. Sin embargo,
Changmin ni siquiera se sintió culpable de sujetarle por la camisa con fuerza y empujarle contra la pared, delante de
los asombrados pacientes

-¿Dónde están?

-¡Changmin!- exclamó Donghae, aturdido- dijeron que te habían visto ayer en la plaza, me costó creerlo.

-¿Dónde están?-repitió Changmin- ¿dónde están Kyuhyun y mi hermano?

-Cuando te fuiste de aquí eras más educado, Minnie.

Changmin se giró para encarar a otro viejo rostro conocido. Heechul los observaba con su eterna sonrisa burlona en
los labios, sin embargo había un deje de tristeza en sus ojos. Algo le dijo que Heechul sabía porque estaba aquí.

-¿Qué le hicisteis?- preguntó Changmin, con un deje peligroso en la voz- ¿qué hicisteis a Jaejoong?

La sonrisa de Heechul desapareció.

-Así que lo has reconocido…

-Llévame hasta Kyuhyun, por favor- imploró Changmin, sintiéndose repentinamente débil, como si el hecho de que
alguien confirmase en voz alta su certeza diera una dimensión aún más real a la pesadilla.

-Kyuhyun y Yunho han salido a buscarte, la ciudad es un hervidero ahora mismo- le aclaró Heechul- Dios,
muchacho, cuando te vimos bajar de esa jaula, ¡se suponía que habías muerto en aquel incendio!

Changmin dio un paso hacia atrás, impactado.

-¿Jaejoong creía que había muerto?

Heechul asintió, con pesar.

-¿Qué le hicisteis?- dijo al fin, controlando su voz- ¿En que se ha convertido?


-Kyuhyun le implantó maquinaria, lo convirtió en un soldado contra el Imperio. Era un proyecto de vuestro abuelo…
Jaejoong quiso hacerlo, no pude evitarlo…- sollozó- lo siento mucho, Minnie.

El corazón de Changmin latía a cien por hora. No quería seguir escuchando. Era su culpa, él lo había convertido en
aquello. De no haber irrumpido en su vida, de no haber abandonado la lucha rebelde egoístamente, jamás hubieran
atacado la casa de huéspedes y Jaejoong estaría a salvo. Cerró los ojos, esforzándose en no gritar, o peor aún, llorar
delante de Heechul.

-¿Se puede curar?- preguntó, sintiéndose idiota por no ser capaz de controlar su voz- ¿puede volver a ser como antes?

Heechul lo miró con aprehensión.

-Ya no funciona como nosotros, tiene la maquinaria integrada en su organismo. No necesita aire, ni comida, tampoco
duerme ni se agota… no estoy seguro de que ocurriría si lo separamos a la máquina. Kyu piensa que moriría al
instante, que necesita la máscara y la coraza del pecho para vivir.

-¿Y tu que piensas?

Heechul suspiró.

-Ellos dicen que ya no es humano, que no hay vuelta atrás. Pero ayer por la tarde, en la plaza- sonrió, con tristeza-
simplemente quería salvarte, te reconoció.

Changmin asintió. Heechul tenía razón, después en la azotea, el modo en que lo había acariciado, su mirada
atormentada tras la máscara… seguía siendo él, seguía siendo Jaejoong.

-Tengo que encontrarlo, Heechul. Ayer, cuando lo reconocí se asustó y huyó de mí.

Heechul sonrió, algo más alegre.

-En estos años, cada vez que salía a las calles sentía que el andaba cerca. Casi nunca dejaba que lo viese pero se que
estaba allí, como un ángel guardián. Ayer dudo que se marchase muy lejos, no te perderá de vista ahora que te ha
encontrado. Posiblemente te ha estado observando desde que os separasteis. Durante estos tres años ha estado solo,
rodeado de gente que se aterrorizaba al verlo. Apuesto a que esta deseando estar cerca de ti, pero tiene miedo y se
avergüenza. Solo tienes que esperar a que este preparado.

Changmin asintió, rezando en su interior por estar él también preparado cuando ese momento llegase.

*****

Heechul tenía razón, la ciudad era un hervidero de revueltas y ataques desorganizados a las patrullas japonesas. La
chispa prendida en la Plaza se había extendido por toda la ciudad de forma alarmante. El pueblo de Joseon
comenzaba a reaccionar, comenzaba a enfrentarse al invasor.

Y todo lo había comenzado una criatura atormentada que había reaccionado de forma instintiva al ver a su amado en
peligro.

Una criatura que ahora se agazapaba temblando bajo la chimenea de uno de los frágiles tejados del centro de la
ciudad, protegido por el velo de la noche.

Jaejoong.

Sí, ese era su verdadero nombre, ahora podía recordarlo. Él lo había llamado así.

De repente notaba el peso de sus alas y su armadura. Era la primera vez que se daba cuenta de lo pesadas y frías que
eran.

Ayer había deseado tanto hablarle… pero ni siquiera estaba seguro de recordar como se hacía. Se sujetó la máscara
con las manos, temblando ¿acaso le estaba permitido temblar?

Nunca debió haberse acercado tanto a él, nunca debió dejar que lo viese de cerca. Pero deseaba tanto tocarlo…
asegurarse de que era real, de que estaba vivo.

Se escuchó una trifulca al otro lado de la calle. La criatura, antes llamada Jaejoong, se enderezó en posición de alerta.
Había seguido a Changmin hasta aquella taberna, sabia que seguía dentro. Poco tiempo después un par de hombres
fornidos sacaban a su amado a empujones.

-Has venido buscando problemas, ¿eh, muchacho?

Changmin sonrió con sorna y propinó un puñetazo a uno de ellos, el más enorme. Los dos hombres se precipitaron
hacia él. Claramente era una lucha desigual, lo hubiera sido incluso uno contra uno. En un abrir y cerrar de ojos
Changmin escupía sangre, noqueado, de rodillas en el suelo. En el siguiente abrir y cerrar de ojos una criatura alada
de aspecto aterrador se interponía entre aquellos hombres y él.

Changmin no pudo evitar reprimir una sonrisa al comprobar que su plan había funcionado. Esperaba que aquellos
pobres taberneros no acabaran demasiado mal parados, no había sido un cliente demasiado educado, al fin y al cabo.

Los dos hombres fueron lo suficientemente inteligentes como para huir antes de que Jaejoong atacase. Durante unos
segundos, Changmin y Jaejoong se quedaron quietos, solos en aquel callejón. Uno aún sentado en el suelo y el otro de
pie dándole la espalda. Changmin pudo ver el intrincado mecanismo de sus alas, emergiendo entre sus omóplatos.

-Jae, date la vuelta- le rogó.

Jaejoong tardó unos segundos en obedecer pero finalmente lo hizo, muy despacio.

Changmin se esforzó en ocultar su impresión. Apenas quedaba rastro del Jaejoong que había conocido, bajo aquella
máscara. Ni siquiera estaba seguro de debajo del metal su cara seguía intacta o si tenía la máscara implantada en el
rostro, no quería saberlo, de todos modos.

Tendió la mano hacia él, Jaejoong retrocedió unos pasos vacilante y Changmin temió que fuese a huir de nuevo.
Finalmente se acercó, colocando con suavidad su mano sobre la suya, y tiró de él con delicadeza, para ayudarlo a
levantarse.
Changmin le agarró la mano con fuerza, negándose a que le soltase.

-Eres tan estúpido- sollozó Changmin, sin poder evitarlo- salir huyendo de mi de esa manera…

En los ojos de Jaejoong había tristeza y vergüenza. A pesar de eso hizo algo inaudito, acercó su mano libre a las
mejillas de Changmin, para secarle las lágrimas. Changmin lo atrajo hacia sí, rodeándole el cuello con los brazos, no
tenían mucho tiempo antes de que se extendiesen los rumores sobre la aparición de la temible criatura alada y que
alguien apareciese en el callejón.

-Haz lo que hiciste ayer-le susurró al oído- llévame a algún sitio donde podamos estar solos.

Jaejoong lo sujetó por la cintura, devolviéndole el abrazo con fuerza, y extendió las alas.

Changmin sintió como sus pies se despegaban del suelo.

Volaron hacia un torreón abandonado. Tenía el aspecto de haber sido un almacén de cereal hacía ya bastante tiempo.
Jaejoong aterrizó sobre una amplia terraza exterior que comunicaba con el interior del edificio a través de una pared
derruida. Estaba claro que aquella era su guarida pero no parecía haber gran cosa allí dentro, ni ropa, ni un lugar para
dormir, ni comida. Heechul se lo había advertido, ahora ya no necesitaba nada de eso.

Por un momento Changmin visualizó a Jaejoong en aquel lugar, quieto, simplemente existiendo, y sintió un
escalofrío. Se giró hacia él, buscando el consuelo de sus ojos humanos. Jaejoong lo observaba inseguro, pero había un
brillo de esperanza en su mirada, un ruego de aceptación. Changmin extendió las manos hacia él, con una sonrisa, por
primera vez Jaejoong no titubeó para acercarse.

Changmin se dejó abrazar, con un suspiro. El frío metal de la armadura le atravesaba la ropa, pero no te importó.
Cerró los ojos, descansando la cabeza sobre su hombro. Casi sin darse cuenta comenzó a besarle la piel expuesta del
cuello, una de las pocas zonas a las que podía acceder. Sus manos vagaron por el cuerpo del otro, buscando más
zonas libres de la armadura. Jaejoong se tensó y lo separó ligeramente de él.

-No pasa nada…-susurró Changmin, con voz tranquilizadora- tranquilo, no volveré a hacerlo.

Jaejoong negó con la cabeza y colocó un dedo sobre sus labios, pidiéndole silencio. Changmin se dio cuenta,
alarmado, de que no habían sido sus caricias lo que lo habían inquietado. Escuchó un vago sonido de motor justo
antes de que un dirigible japonés surgiese de la nada sobre sus cabezas.

Había escuchado algo en la prisión, sabía que el invasor utilizaba dispositivos de ocultación para sus artefactos
voladores, pero jamás había pensado que algo tan enorme pudiese desaparecer ante sus ojos. Antes de que pudiesen
reaccionar el dirigible disparó una red metálica sobre Jaejoong y un pelotón entero de soldados descendieron sujetos
con arneses, hasta la torre.

Necesitaron decenas para sujetarlo, pero la red metálica era muy distinta a la primitiva red con la que habían
intentado capturarlo en la plaza y ahora Changmin se sentía capáz de ayudarlo. Con un terrible sonido de electricidad,
la red soltó la primera descarga sobre su víctima atrapada.

Changmin gritó, golpeado y atrapado entre cuatro soldados japoneses, pidiendo clemencia para Jaejoong. Pero lo
ignoraron. Cuando cesaron las descargas los soldados comenzaron a golpearle con mazas de hierro. Por primera vez
Changmin agradeció que Jaejoong no pudiese emitir sonido alguno, no hubiera podido soportar los gritos de dolor
que hubieran acompañado a esa mirada.

*****

Changmin despertó en un lugar familiar. Una celda del campo de prisioneros del que había salido apenas un par de
días antes rumbo a su ejecución en la plaza. Sin embargo, no era el lugar habitual donde había pasado los últimos
años. Después de los primeros meses, tras interrogarlo sin demasiado éxito, Changmin había dejado de estar
encerrado en las celdas y había pasado a compartir una habitación con otros prisioneros condenados a trabajos
forzados.

Desde entonces solo había vuelto a ver aquellas celdas deprimentes en una ocasión, cuando lo encerraron en ellas
durante dos semanas, por enfrentarse a uno de los guardias.

Y ahora había vuelto, y no estaba solo. Jaejoong yacía boca abajo a unos metros de él, con los ojos cerrados,
posiblemente intentando contener el dolor. Una de sus alas estaba torcida en un ángulo extraño, la otra había sido
arrancada de su cuerpo, del que ahora solo sobresalía un trozo de metal. Amputado, pensó Changmin horrorizado.
Las alas metálicas había pasado a formar parte de su cuerpo, al arrancarlas Jaejoong debió sentir algo semejante a si
le hubieran arrancado un brazo, o una pierna.

Al intentar acercarse a él se dio cuenta que tenía la mano derecha encadenada a la pared por un cordón metálico que
le rodeaba la muñeca. Intentó tirar inútilmente. Se estiró lo máximo posible, tendiendo su brazo izquierdo en
dirección a Jaejoong, también encadenado a su vez a la pared contigua, pero estaba demasiado lejos.

Jaejoong, al escucharle moverse abrió los ojos. Changmin quiso llorar al ver como, a pesar del dolor físico que debía
estar sintiendo, la mirada de Jaejoong se llenaba de dulzura al observarlo. Intentó imitar a Changmin, intentando
acercarse lo máximo posible, pero sus movimientos eran débiles.

-No te muevas-le pidió Changmin- estás malherido.

Jaejoong no le obedeció, tensó al máximo sus cadenas y estiró el brazo libre en dirección al de Changmin. Changmin
hizo un último esfuerzo, casi doloroso, hasta que consiguieron tocarse las yemas de los dedos. Se miraron felices,
tumbados en el suelo de aquella celda fría, apenas rozándose.

-Saldremos de aquí- le prometió Changmin- lo conseguiremos, Jae, ya verás.

Jaejoong, detrás de su máscara metálica, lo observó con cariño. Posiblemente no creía una palabra de lo que
Changmin estaba diciendo, ni siquiera él era capaz de hacerlo. Aun así, insistió. Necesitaba creer.

-Vas a ponerte bien. Kyuhyun arreglará tus alas otra vez… y nos iremos lejos, esta vez de verdad- luchó contra el
nudo de su garganta que amenazaba con hacerle llorar- Buscaremos un lugar tranquilo, construiremos una casa en lo
alto para que puedas volar. Puedes llevarme de vez en cuando contigo si quieres.

Jaejoong negó con la cabeza, alejando la mano de la de Changmin para sujetar con ella la máscara metálica con
fuerza. La señaló, haciendo ademán de arrancarla. Changmin, horrorizado, adivinó lo que quería decirle.
-No podemos quitártela- le indicó- la necesitas para vivir, para estar sano.

Jaejoong volvió a negar con la cabeza, todavía sujetando la máscara.

-No me importa- continuó Changmin, desesperado- no te amo solo por el recuerdo de quien fuiste, te amo ahora por
lo que eres. Seré feliz a tu lado…

Los ojos de Jaejoong se llenaron de lágrimas, soltó la máscara y escribió algo con el polvo del suelo, entre ambos,
con letra temblorosa, casi como la de un niño.

Solo quiero volver a besarte.

Changmin sollozó, con tristeza. Derrotado.

-Volveremos a besarnos, te lo prometo.

La mirada de Jaejoong volvió a dulcificarse, regresando su mano hacia la de Changmin. Este, algo aturdido se dio
cuenta que ya no solo eran capaces de rozarse sino que podía entrelazar sus dedos con los de Jaejoong. Antes de que
pudiera preguntar, escuchó como la argolla que sujetaba contra la pared la cadena de Jaejoong salía disparada.
Jaejoong la había arrancado en un último acto de fuerza.

La puerta de la celda se abrió repentinamente, al parecer los guardias había escuchado el ruido.

Jaejoong se irguió frente a ellos, esgrimiendo la cadena a modo de arma.

Como un ángel herido. Silencioso, peligroso y terrible.

*****

Le despertó el sonido de las campanas de una iglesia.

La cama era perfecta, mullida, acogedora y cálida. Al despertar, Jaejoong tardó en darse cuenta que algo fallaba.

La criatura no podía dormir.

Pero él acababa de hacerlo, había dormido y soñado con batallas y dolor pero también con besos y caricias.

Abrió los ojos. La luz del sol se colaba tenue tras los postigos de una ventana a su derecha. El trino de los pájaros
podía escucharse al otro lado, alegre y vital, completamente distinto al sonido de la ciudad en la que había nacido y
vivido. Su corazón se aceleró, esperanzado.

El corazón de la criatura no latía de ese modo, ni tampoco respiraba de forma natural.

Pero Jaejoong estaba respirando.


Se llevó las manos temblorosas al rostro, tocando la suave piel de las mejillas, húmedas por el llanto repentino.

Libre. Era libre de nuevo. Libre para hablar, para comer, para dormir… y para besar.

Changmin.

Quiso gritar su nombre pero, tras años en silencio, apenas salió un leve quejido de su garganta. Sin embargo, casi al
instante, una figura se inclinó sobre él. Jaejoong distinguió la cara de su amado en la penumbra.

-Estás despierto- murmuró este ansioso, acariciándole el pelo para retirárselo de la cara. Sus manos temblaban de
emoción.

Jaejoong gimió de nuevo, esforzándose en expresarse con palabras. Changmin lo calló colocándole un dedo sobre los
labios.

-Shhh, no te esfuerces.

Buscó algo en la mesilla y lo ayudó a incorporarse levemente. Era un paño mojado que colocó sobre su boca.
Jaejoong bebió con avidez, había olvidado la sensación de estar sediento.

-Tienes que ir poco a poco-le informó Changmin- tu cuerpo tiene que acostumbrarse a funcionar de nuevo por si solo.

Jaejoong estaba demasiado débil todavía para asimilar correctamente la situación. Lo último que recordaba era
aquella celda japonesa, el dolor insoportable, las cadenas y haber luchado contra aquellos hombres. Parecía un sueño
demasiado hermoso el encontrarse en brazos de Changmin en una habitación acogedora, libre por fin.

Acercó una mano temblorosa hasta los labios de Changmin. Este interpretó su gesto y se acercó a él, cubriéndole de
besos suaves en los labios y en las mejillas. Los labios de Jaejoong estaban algo agrietados y doloridos, pero no le
importó. Recibió los besos de Changmin con ansia.

No podía ser un sueño. La criatura no soñaba.

Finalmente, cuando Changmin se separó, Jaejoong apoyo su cuerpo contra el de él, todavía adormilado, este le rodeó
con sus brazos y volvió a acostarlo.

-Duerme un poco más, Jae- le pidió, tumbándose junto a él- pronto te encontrarás mucho más fuerte.

Jaejoong se aferró a Changmin con fuerza, esta vez no iba a dejarle escapar.

Changmin despertó sintiendo un cuerpo cálido acurrucarse contra él, intentó parecer dormido. Habían pasado casi
cinco días desde que Jaejoong había despertado por primera vez y, durante ese tiempo, apenas había salido de la
cama, a su lado.

Jaejoong todavía se encontraba débil, convaleciente, y le costaba permanecer despierto. Sin embargo, poco a poco,
Changmin empezaba a notar síntomas de mejoría. Notó la suave humedad de unos labios rozándole las mejillas y la
nariz. Changmin se esforzó por no sonreír, claramente Jaejoong se encontraba bastante mejor.
-Se que estás despierto, niño idiota- susurró Jaejoong, su voz prácticamente recuperada.

Changmin abrió los ojos, frente a él la visión con la que había soñado durante tres años: Jaejoong tumbado a su lado,
con la mirada brillante y una sonrisa en los labios. Todavía estaba pálido y ojeroso, más delgado de lo que debería.
Sin embargo era él, el rostro del hombre que amaba, oculto durante años tras la máscara de metal, libre por fin.

Se obligó a no pensar en lo que aquello significaba.

-Ya no soy un niño- murmuró Changmin contra su cuello, atrayéndolo hacia él.

-Me he dado cuenta-Jaejoong rió levemente.

Changmin jamás hubiera podido soñar ver a Jaejoong feliz de nuevo. Volvieron a besarse. Esta vez, con Jaejoong
mucho más recuperado, el beso tuvo un matiz más profundo, más apasionado. Changmin se colocó sobre él,
observándole con intensidad. Jaejoong dejó de reír, dejando solo el resquicio de una tenue sonrisa sobre sus labios.
Acarició con cuidado el rostro de Changmin, sujetando un mechón de pelo rebelde y retirándoselo detrás de la oreja,
al mismo tiempo deslizó sus piernas a ambos lados de las de Changmin, en un gesto de invitación.

Changmin se inclinó sobre él, volviendo a besarle, obedeciendo. Le retiró la camisa de algodón que llevaba puesta,
exponiendo la piel de su estómago y de su pecho. Besó cada cicatriz, las cicatrices de la criatura en la que se había
convertido solo para vengar su muerte. Las marcas de las costillas contra su piel. La respiración de Jaejoong se agitó,
tan real, tan humano de nuevo…

Changmin subió a los labios de Jaejoong, que lo recibieron entreabiertos y ansiosos, mientras le desabotonaba su
propia camisa. Changmin se separó un poco para terminar de quitársela.

Ni siquiera habían hablado, ni siquiera le había preguntado donde estaban, ni cómo habían llegado hasta allí. Ni
siquiera le había preguntado cuanto tiempo le quedaba, cuanto tiempo podría vivir sin aquella máscara y el resto de la
armadura.

Casi inconscientemente, Changmin llevó sus manos hacia la pequeña placa de metal redondeada todavía presente
sobre el esternón de su amante, delatando el cilindro que le atravesaba el pecho. Junto a los clavos de su columna
vertebral, era uno de los pocos vestigios de la criatura que todavía quedaban en él.

Jaejoong le retiró las manos de aquel lugar, avergonzado.

-Después- la voz de Jaejoong, casi un ruego, pareció adivinar los pensamientos de Changmin- hablaremos después.

-No, cariño, tienes que saber…

-Changmin, por favor, sigue besándome.

Changmin le hizo caso, lo besó, pero continuó hablando.

-Huimos de Joseon, nos buscaban… Llegamos aquí hace cuatro semanas.

Jaejoong gimió, con tristeza, mientras Changmin seguía hablando. Estaba claro que no deseaba que el mundo real
estropease su sueño. Por muy hermosa que pareciese la realidad, para Jaejoong siempre había ocultado dolor.
-Estamos en Hong Kong- comenzó Changmin, sin obedecerle, dolorosa o no, Jaejoong debía enfrentarse a ella- en
una pequeña aldea no muy lejos de la costa.

La mirada de Jaejoong mostró por primera vez un ligero interés.

-¿Me has traído a Inglaterra?

Changmin rió. Técnicamente Jaejoong tenía razón, Hong Kong era una colonia Inglesa. Al huir de la prisión, su
hermano y el resto de los rebeldes habían acudido en su ayuda. Jaejoong estaba tan malherido que Changmin creyó
que iba a perderlo. A su pesar, Changmin había pedido al que había sido su mejor amigo que cumpliese el último
deseo de Jaejoong y lo liberase.

Cuando, tras largas horas de trabajo, Kyuhyun había retirado la máscara del rostro inconsciente de Jaejoong,
Changmin creyó que iba a desmayarse al volver a verlo. Tan precioso, tan inocente, tanto tiempo oculto. Creían que
no sobreviviría a aquella noche, que su corazón y sus pulmones no resistirían a la transformación.

Pero lo hizo.

Una vez estable, todavía sedado, Changmin y él abandonaron Joseon en un barco mercante amigo de los rebeldes,
quienes desde el día del ataque en la plaza eran cada vez más y más poderosos. Al tomar tierra había recibido ayuda
inmediata, no eran los primeros fugitivos de Joseon que se refugiaban en aquella isla. Una vez instalados, a
Changmin solo le quedó esperar, con un nudo en el estómago, que Jaejoong despertara.

-La casa es toda nuestra- le comunicó Changmin, dándole pequeños besos en la mandíbula- hay una pequeña
biblioteca en la planta baja… esta prácticamente vacía, la llenaremos con libros de Julio Verne.

Jaejoong le rodeó el cuello con los brazos, abrazándolo con fuerza. Changmin notó como su hombro se humedecía
con las lágrimas del chico.

-¿Estamos cerca de la playa?- preguntó- Esta mañana he escuchado gaviotas.

Changmin sonrió, percibiendo una nota de ilusión en la voz de Jaejoong.

-Se puede ver desde las ventanas, no esta lejos… me han ofrecido trabajo en el puerto. Vamos a ser muy felices aquí,
Jae, cultivaremos verduras en el jardín y daremos largos paseos por las colinas y por la playa. Cuando estés fuerte
incluso podemos intentar ir a Inglaterra, la verdadera Inglaterra.

Jaejoong sonrió, conmovido. Sin embargo había un deje de tristeza en su mirada, como si las palabras de Changmin
fueran demasiado hermosas como para creerlas.

-¿Cuánto tiempo me queda? ¿Cuánto voy a vivir sin la armadura?

Changmin sintió un puño invisible oprimiéndole el pecho.

-Kyu dijo que no estaba seguro, no hay precedentes como el tuyo. Las piezas que te dejó...- acarició el metal de su
pecho con la mano, Jaejoong se enervó de nuevo, al contacto, pero le dejó hacer- te ayudarán a permanecer sano.
-¿Meses?-preguntó Jaejoong, esperanzado- ¿podremos estar meses enteros juntos?

Los ojos de Changmin se llenaron de lágrimas. ¿Eso era lo único que le importaba? ¿Estar a su lado?

-Voy a cuidarte muy bien, Jae, créeme. Vamos a estar juntos mucho más que eso, vamos a ser felices durante años.

Jaejoong lo volvió a abrazar, riendo y llorando al mismo tiempo, Changmin lo cubrió de besos hasta que estos
volvieron a tornarse de nuevo más apasionados, más apremiantes.

Changmin cumplió su promesa. Jae y él fueron felices en aquella casa junto a la costa durante casi cinco años.
Durante ese tiempo el único propósito de Changmin fue cuidar de su amado. Jaejoong, tal como Changmin había
predicho una vez en aquel ático de la casa de huéspedes de la Capital de Joseon, ganó peso y salud. En ocasiones,
solo en ocasiones, Jaejoong se despertaba gritando, creyendo que volvía a tener la máscara sobre su rostro, que volvía
a estar solo y que Changmin realmente había muerto en ese incendio. En esos momentos Changmin le hacía el amor y
le repetía lo precioso que era, hasta que Jaejoong acababa llorando de felicidad.

No fue hasta pasado mucho tiempo que la salud de Jaejoong comenzó a deteriorarse, cansándose más a menudo en
sus tareas cotidianas. Hasta que, una tarde de primavera, Changmin dejó a Jaejoong descansando en la terraza,
mientras bajaba a preparar un té para ambos. Al regresar, por un momento, creyó que Jaejoong estaba dormido, con
una sonrisa en los labios.

La noche anterior, Jaejoong se había acurrucado a su lado en esa misma terraza, bajo una manta, mientras observaban
las estrellas, y le había susurrado:

-Mereció la pena.

-¿A que te refieres?

-Mi vida, mereció la pena. Al final tuve mi recompensa.

*****

Era una noche cálida de verano.

Un hombre escudriñaba entre los pasajeros que acababan de descender del último tren. Entre ellos se materializó la
figura alta de su hermano pequeño. Emitió un suspiro de alivio al verlo, había esperado verle destrozado pero había
serenidad en su rostro.

La mirada de su hermano se cruzó con la suya y le sonrió levemente, esquivando a los viajeros del andén mientras se
dirigía hacia él. Tras acortar el espacio que los separaba, se dejó caer en sus brazos.

Yunho ni siquiera recordaba la última vez que había abrazado a su hermano pequeño, sin embargo lo agarró con
fuerza contra su cuerpo.
-Te he echado de menos, muchacho-murmuró.

Changmin continuó abrazándole unos segundos más antes de soltarlo.

-Y yo a ti, supongo.-contestó Changmin, con un gesto de amable burla.

Yunho rió entre dientes y le sujetó la pequeña maleta, agarrándole de los hombros en dirección a la salida de la
estación.

-Joseon…-suspiró Changmin, mirando a su alrededor.

-Ahora tiene otro nombre, muchacho, ahora es un país libre.

-Eso he oído,- intervino Changmin, mirando a su hermano con cariño- me he perdido la guerra.

El apretón de Yunho sobre los hombros de Changmin se intensificó.

-Tenías una misión más importante que cumplir, ¿Le hiciste feliz?

Changmin asintió, algo conmovido.

-Eso creo.

Yunho le sonrió con afecto.

-Bien hecho. Bienvenido a Corea, hermanito. Vamos a casa, todos están deseando verte.

La silueta de los dos hermanos fue desapareciendo poco a poco entre la bruma y el humo de la estación.

FIN

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