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Chapter Title: Origen y subjetividad: La literatura de viaje como lectura crítica del espacio
literario
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Boydell and Brewer, Tamesis an imprint of Boydell & Brewer are collaborating with
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la posdictadura
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2
1 Parte de este capítulo ha sido publicado en mi artículo “Literatura de viaje como punto de
partida: El hogar del exilio en Composición de lugar (1984) de Juan Martini y Vudú urbano (1984)
de Edgardo Cozarinsky”, Revista iberoamericana, 76(232–233) (julio–diciembre 2010), 727–740.
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2 Mucha de la literatura de Cozarinsky trata la relación entre la literatura de viaje y del exilio
y problemáticas de origen y dislocación. El primer capítulo de La novia de Odesa (2001), por
ejemplo, relata los inicios de una familia judía argentina que comienza con el matrimonio entre
un joven judío ruso y una joven shikse que se hace pasar por su esposa judía; juntos emprenden
su viaje en busca de una “tierra propia”. Este relato saca a relucir desde su inicio un referente
cultural y social complicado y ambiguo que desestabiliza una idea totalizante de pertenencia. El
rufián malvado (2004) también podría considerarse como perteneciente a la misma categoría.
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argentina durante la década de los años ochenta. Saer la postula como la im-
posibilidad misma de demarcar las fronteras identitarias del escritor y las
cuestiones de nacionalidad que acosan su escritura. En un momento en que la
crítica adopta la “literatura del exilio” como forma capaz de localizar geográ-
fica y temporalmente un discurso que “resiste y se opone” al lenguaje autori-
tario y totalizante heredado de la dictadura, Saer cuestiona las nomenclaturas
del “acá vs. allá” y, más aún, las ideologías institucionales que en determinados
momentos de crisis intentan reestablecer nuevas normas para una literatura
nacional. La partida, según Saer, es un desplazamiento discursivo que va más
allá de la experiencia individual del escritor, es un intento por alejarse de las
estructuras políticas de una sociedad en constante necesidad de nombrar el
espacio que ocupa la escritura.
La partida, como el evento que da comienzo al viaje del sujeto exiliado y como
metáfora del gesto crítico que desplaza los valores previamente establecidos, se
asemeja a la noción de “comienzo” en una obra literaria acuñada por Edward Said.
El comienzo, según el crítico palestino, no debe pensarse como un lugar inamo-
vible de “origen”, sino como una repetición de ese relato que se cree originario,
como un tipo de escritura “otra” que a su vez se convierte en una escritura “crítica”
que desfigura y cuestiona la idea misma de “origen”. Dice Said:
Tanto Saer como Said postulan los conceptos de “partida” y “comienzo” como
eslabones en la trayectoria del proceso de escritura y como estrategia para ana-
lizar la problemática relación entre los conceptos de “tradición” y literatura. La
idea de “comienzo” nos sirve, pues, para pensar la literatura de exilio como una
que viene a reescribir ese lugar inicial, ya sea a partir de los primeros relatos de
la nación como vimos en el capítulo anterior, o como veremos más adelante
como los textos de la posdictadura.
Igualmente útil resulta la consideración del proceso de “clasificación” pos-
tulado por Claude Lévi-Strauss, para quien la mente sólo puede clasificar lo que
observa a posteriori, es decir lo que recuerda de la experiencia, el comienzo en
la escritura es aquello que establece lo que se ha dejado atrás (Said, 1975, p. 6).
Desde esta perspectiva el relato de viaje ha servido como la metáfora que evoca
ese mismo desplazamiento; como un alejamiento del hogar del que parte el
viajero y una posición crítica frente a los valores que lo constituyen.
Si bien, como veremos a continuación, el propósito del viaje tradicional ha
sido históricamente “domesticar y familiarizar lo extraño” (Rosman, 2005, p.
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131), simultáneamente, existe la otra figura del viaje que se esfuerza por des-
plazar dicha domesticidad y busca reescribir las estructuras del hogar. En otras
palabras, la posibilidad de la “pérdida” está siempre implícita en el viaje a pesar
de que éste sea potencialmente un viaje hacia el exilio.
El constante temor al exilio no altera la existencia del hogar sino que es lo
que constituye la narración del viaje. El relato de la experiencia, de lo aprendi-
do y de lo añorado, se narra a partir de la nostalgia por el lugar que se ha dejado
atrás, como una manera de observar lo nuevo a partir de una mirada que lo fa-
miliariza, como sugiere Rosman. El viaje debe conceptualizarse como una
constante e infinita repetición del oikos, tal como lo define Georges Van Den
Abbeele; como un concepto que significa “hogar/home” y de donde deriva
también la palabra “economía” que aquí se usará en los términos de “economía
de viaje” y como el patrón que define el punto de partida y de llegada que “do-
mestica” al viaje (1992, p. xviii). El oikos, en tanto repetición, es una traducción
y, por ello, una traición a la idea misma de “origen”.
Visto así, resulta que la tradición de la narrativa de viaje en la literatura lati-
noamericana postula una paradoja: pone en tela de juicio la existencia de un
lugar de origen como un centro referencial definible que aprehenda la esencia
latinoamericana a pesar de haberse establecido como el “comienzo” literario
del cual se generan nuevas formas de pensar la literatura y nuevas narrativas.
Para analizar la idea de comienzo en los textos de Cozarinsky y Martini, será
importante primero pensar cómo se postula el concepto de origen en la litera-
tura desde donde parten los primeros relatos de viajes, y cómo dicho fenómeno
se recupera en la manera de relatar la dislocación geográfica y cultural de la
experiencia del exilio. Veremos también el lugar privilegiado que ocupa la lite-
ratura de viaje en la literatura argentina, así como en la novela de la uruguaya
Cristina Peri Rossi La nave de los locos (1984), donde se puede ver claramen-
te la confluencia entre la escritura de viaje y la del exilio.
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3 Algunos de los textos de Borges que ilustran su interés por la traducción como reproduc-
ción “subversiva”, como apunta Sylvia Molloy son, entre muchos, “Pierre Menard autor del
Quijote”; “Tlon, Uqbar, Orbis, Tertius”, “Historia del héroe y del traidor”. Para un análisis de esta
problemática en la literatura de Borges ver el texto de Sylvia Molloy, Las letras de Borges (Rosario:
Beatriz Viterbo Editora, 2000), pp. 130–132.
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a los que llega, sino también las condiciones de viaje de un pasajero de “tercera
clase” (Rosemberg, p. 130). A través de sus viajes al interior del país Arlt des-
cribe una realidad que escasamente era representada y que manifestaba a su vez,
la manera que se leía el campo desde la ciudad, una mirada generalmente de
turista, distanciada y superficial4.
La desautorización del viaje turístico e intelectual se apropia del lugar mar-
ginal que estos escritores construyen para sí mismos como la parte autofigura-
tiva de sus narrativas5. De esta manera la ilusión del viaje, según Andermann,
se deteriora y se vuelve “una suerte de derrumbe de la lejanía, como un decres-
cendo gradual de su potencialidad utópica hasta convertirse ésta en la imagen
misma del fracaso del proyecto liberal de construir una nación distinta” (p. 140).
Igual que la inseparable relación entre tradición y revolución, el relato de
viaje y el relato del exilio son lugares discursivos intrínsicamente inseparables.
La narrativa de viaje, esa figura transgresiva e innovadora que, según Van Den
Abbeele, “explora nuevas formas de mirar el mundo” (1992, p. 5) es, pues, el
oikos de la narrativa del exilio, su narrativa inaugural por servir como el refe-
rente literario a los textos que narran la pérdida. Sin embargo, lo es también la
deriva, el temor a la soledad absoluta, lo que compagina y le da sentido a la
travesía. Se trata de la experiencia de constante reescritura lo que forma parte
de los relatos de viaje así como del exilio porque ambos presentan un quiebre,
una ruptura con el lugar que han dejado atrás.
A continuación veremos que los textos de Martini y Cozarinsky dialogan
directamente con la tradición de la literatura de viaje al situarse en una trayec-
toria literaria que problematiza el espacio geográfico e institucional del relato
del exilio contemporáneo, a partir de una lectura crítica de la idea de comienzo
o punto de partida. Ambos postulan la escena del regreso, el reencuentro con el
pasado, como el discurso que posibilita la partida y una escritura alternativa a
ese lugar de origen.
Me propongo entonces explorar la escena de la partida en Composición de
lugar y en Vudú urbano como el evento simbólico y discursivo que da comien-
zo al viaje hacia el exilio tanto en los textos como en el itinerario crítico de este
libro. Ello nos permite pensar la idea del hogar como el espacio literario donde
se reflexiona en torno a los procesos de construcción de la identidad y los sen-
4 Fernando Rosemberg hace una lectura muy interesante de las Aguafuertes de Arlt. Dice “In
Resistencia […] he complains about the postcards portraying the population in their condition as
aboriginals, since the only natives he has seen were more easily identified as working class. Against
the accusation of being superficial, he defends his position by taking up the accusation and recas-
ting it as a way to distance himself from the role of cultural traveler and ethnographer inquisitor
that he is expected to embody.” Ver The Avant-Garde and Geopolitics in Latin America (Pittsburgh,
PA: University of Pittsburgh Press, 2006), p. 130.
5 Para un análisis del viaje como metáfora de la escritura, en los textos de Horacio Quiroga
y Roberto Arlt, ver Jens Andermann, “Croquis y caminos: Escritura viajera y telos topográficos”,
en Mapas de poder: Una arqueología literaria del espacio argentino, pp. 101–161.
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6 Cathy Caruth usa el concepto psicoanalítico del trauma que emerge a finales del siglo XIX
con los trabajos de Sigmund Freud y Pierre Janet sobre la histeria, término que Freud fue modifi-
cando a lo largo de su carrera como “a fundamental enigma concerning the psyche’s relation to
reality”. Se lo piensa como un “enigma” dado su “atraso” o repetición inesperada. Ver Cathy
Caruth, “Traumatic Awakening (Freud, Lacan, and the Ethics of Memory)”, in Unclaimed Expe-
rience: Trauma, Narrative, and History, p. 91.
7 El corpus de textos que tratan el exilio es extenso y variado. El artículo de José Luis de
Diego presenta quizás una de las listas más completas hasta el momento. Ver José Luis de Diego,
“Relatos atravesados por los exilios”, en Historia crítica de la literatura argentina, Noé Jitrik y
Elsa Drucaroff (eds) (Buenos Aires: Emecé Editores, 2000), pp. 452–458.
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Novela negra con argentinos (1990) de Luisa Valenzuela. La nave de los locos
(1984) de Cristina Peri Rossi, también forma un lugar privilegiado en el canon
de la literatura de exilio como consecuencia de la expulsión de tantos individuos
durante la dictadura uruguaya (1973–1985). Veremos más adelante cómo la
experiencia de dislocación y desarraigo que presenta esta novela en particular
sirve como otro eslabón tropográfico en la genealogía de la literatura de exilio
en su apropiación del género del relato del viaje. En todos estos textos la impo-
sibilidad de constituir la totalidad del sujeto posmoderno se suma a la imagen
referencial de la violencia causada por los militares como las torturas y la mu-
tilación de cuerpos8. Sin embargo, frente a estos ejemplos clásicos, creo que el
relato de viaje como texto fundacional consigue ampliar el contexto histórico
de la violencia para considerar otros itinerarios de fragmentación y desintegra-
ción de la identidad como parte constitutiva de la literatura sobre el exilio y de
toda la experiencia escrituraria.
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El espacio marginal que ocupa Martini en las letras argentinas, cobra un valor
figurativo muy interesante en su escritura, ya que sus textos constantemente
exploran metáforas y fabulaciones de alteridad de un modo que hace imposible
su categorización literaria. Conocido también por su trabajo de cine y su mezcla
de géneros, Cozarinsky tambien ha participado en la literatura argentina siempre
desde “afuera”, a causa de su temática obsesiva con experiencias de desarraigo
y extrañamiento. Sus obras, según José Sebreli, “ficción, ensayo y cine, están
ligadas por temas que son constantes, invariables; uno de estos leitmotiv es el
tránsito a comarcas lejanas; otro el retorno hacia tiempos idos. Ambas transla-
ciones se reconducen mutuamente” (p. 214). Al igual que el exilio de Cortázar
y Puig, la partida de Cozarinsky antecede a la dictadura militar. Hoy en día
mantiene dos casas, una en Buenos Aires y otra en París.
El extrañamiento como manifestación del exilio así como de una subjetividad
“en tránsito” forma parte de toda la obra de Martini y Cozarinsky, no sólo la de
los años de exilio. Es por ello, que ha sido siempre tan difícil incluirlos en
cualquier categorización por el simple hecho de desafiar los parámetros de la
“literatura de exilio” de la última dictadura9.
Los textos que aquí nos ocupan expresan la experiencia del exilio como
metáfora de la nostalgia, entendida como manifestación del deseo de regreso a
una experiencia de comunidad. Composición de lugar narra el regreso a la tierra
de los ancestros del narrador en busca de una herencia familiar, y Vudú urbano
narra el regreso ficcional a la tierra natal del narrador, a través del recuerdo y la
memoria, en busca de un reconocimiento de la ciudad que se dejó atrás, así como
el lugar que ocupaba el protagonista en dicho contexto. En ambos textos, el
espacio identitario de origen se vuelve objeto, se fetichiza, y se sustituye por
las ruinas de los lugares, personas y objetos que ocuparon antes un lugar crucial
en la construcción de la identidad y la herencia familiar de los protagonistas. El
fetiche en estos textos cumple dos funciones: actúa como objeto de deseo y al
mismo tiempo representa su ausencia.
9 Ambos escritores aparecen mencionados en muchos de los textos clásicos sobre literatura
argentina de la posdictadura como parte del fenómeno de la ola de destierros causados por la última
dictadura militar. Los textos de Saúl Sosnowski (1988), Karl Kohut y Andrea Pagni (1989), la
edición de Daniel Balderston (1987) y la de Fernando Reati (1992), entre otros, aportaron seria-
mente a la diseminación de estos y otros textos escritos en el exilio durante el Proceso. Otros textos
como La conversación infinita de Guillermo Saavedra y muchas de las revistas literarias de los
años 80 y 90, Punto de Vista, La maga, El ojo mocho entre tantas otras, al igual que la revista
académica norteamericana, Revista iberoamericana, 123–124 (abril–septiembre 1983) y 202
(enero–marzo 2003) en especial, han publicado entrevistas a escritores que vivieron en el exilio,
y artículos especiales como otras maneras de responder a la ausencia de esas voces en el campo
cultural argentino. Sin embargo fue recién en la década del 2000, cuando se empezaron a hacer
estudios más profundos y teóricos sobre algunos relatos del exilio, me refiero en especial el texto
de Idelber Avelar (1999), Gina Saraceni (2008) e Isabel Quintana (2001).
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¿Qué constituye ese lugar que denominamos hogar, o “home”, 10 ese lugar
que el exiliado debe abandonar y donde reside el deseo por acceder a lo propio?
Un lugar, como dijimos más arriba, es cualquier centro referencial, ya sea terri-
torial, histórico, epistemológico, político o estético, que sirve para demarcar los
parámetros identitarios de un individuo. El hogar funciona como punto trascen-
dental en toda economía de viaje, es el punto de partida y de retorno que dicta
que todo viaje, incluso la posibilidad de la pérdida del hogar que presupone el
exilio, está configurado bajo dicha economía. El hogar es el lugar que constru-
ye al sujeto, el eje central a partir del cual se observa el mundo.
Desde esta perspectiva los textos de Cozarinsky y Martini exploran las si-
guientes preguntas: ¿Qué significa cruzar las fronteras? ¿Cómo se narra el acto
de abandonar un lugar reconocido? Y por lo tanto, ¿Cómo se reconoce el “afuera”?
El efecto traumático del cruce de fronteras como experiencia de homesic-
kness11, se representa en estas novelas como una dislocación que ataca al
cuerpo, enfermedad o violencia que debilita al sujeto y lo deja a la intemperie
desprotegido de las estructuras que lo constituyen. Como apunta Henry Lefe-
bvre, el cuerpo ocupa lugar en la distribución del espacio en una sociedad,
como vehículo que pone de relieve el lugar del sujeto en la sociedad a través
de su papel y participación en las diferentes instituciones. “Localization can
absolutely not be taken for granted where the lived experience is concerned”
(p. 40). Efectivamente, es en el cuerpo donde se localiza la experiencia del
desarraigo en Composición de lugar y Vudú urbano, porque es en el cuerpo
donde se inscribe la despedida.
La partida hacia el exilio por expulsión política generalmente ocurre sin la
posibilidad de “los ritos de la despedida” que son los que diferencian “el ser
del no ser, el estar del no estar” (Trigo, p. 42), y que son los que, por lo menos,
organizarían la economía del viaje “forzado” que se va a emprender. La am-
bivalencia a la que se refiere Trigo es una problemática muy recurrente en la
literatura del exilio, en la que la identidad está directamente conectada a la
nacionalidad y como parte del lugar que se deja atrás. Esa ambivalencia, sin
10 La palabra en inglés “home” tiene ciertas connotaciones que no se usan de la misma manera
en español con la palabra “hogar”. Home no sólo suele referirse al hogar (la casa en la que uno
crece o vive), sino que también es una palabra que metonímicamente hace referencia a la nación
como se la interpreta en “The Star Spangled Banner” cuando se hace referencia a “the home of the
brave”. Por eso suelo agregar esta palabra en inglés ya que se acerca más al significado de la idea
de “lugar” como casa y territorio nacional, con las que trabajo.
11 La palabra “homesickness” en inglés patologiza la experiencia de la nostalgia por el
hogar, lo que no se expresa con la palabra “extrañar” o “añorar” en español, por eso prefiero
usar dicha expresión en inglés. Si bien, según Svetlana Boym, el español usa la expresión “mal
de corazón” para referirse al “patriotic longing”, creo que la palabra en inglés es la que más se
ajusta a la experiencia que se relata en los textos de nuestros autores. Para un análisis de las
diferentes traducciones del concepto de “homesickness”, ver Svetlana Boym, The Future of
Nostalgia (p. xvii).
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12 Los años del gobierno peronista forman una parte muy importante del contexto social y
cultural de la literatura de Puig especialmente en las primeras novelas. The Buenos Aires Affair (1973),
novela que se publica en 1973 pero que relata una trayectoria de dictadura que va desde la década
de los 50 hasta los 70 y El beso de la mujer araña (1976) especialmente, una novela que de alguna
manera anticipa la dictadura del 73, son textos que relatan experiencias de opresión y control social.
Sin embargo, es muy interesante la lectura de Suzanne Jill Levine con respecto a La traición de Rita
Hayworth (1968), que según la biógrafa, fue leída por la burguesía argentina como “una novela
peronista” a pesar de que “Manuel would always insist that he was neither for nor against any poli-
tical party. […] He identified with anyone marginalized, whether by class, sex, race or age—and he
sympathized with the desire for a Peronism that would really work for everyday people” (p. 209). A
pesar de su pública imparcialidad política, Puig fue víctima de la censura y amenazas telefónicas por
lo cual en 1976 se radica en el exterior definitivamente. El caso de Wilcock es más evidente. “Resulta
sencillo suponer que su exilio se ve en gran parte justificado por su declarado antiperonismo. Su
rechazo puede verse también en algunos de sus poemas: “Patria me rechazaste sin mirarme siquiera/
preferías los besos de tus negros demonios”. (Podlubne y Giordano, Exilio y extraterritorialidad, p.
386). Ver también Daniel Balderston, “La literatura antiperonista de J. R. Wilcock”, Revista ibe-
roamericana, 135–136, Pittsburgh (abril–septiembre 1986). Estas discusiones se retomarán en el
capítulo 4, donde hago mención de las causas del exilio de Edgardo Cozarinsky.
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13 Con estas palabras es que Martini describe la frase “Ocas en el claustro” en una entrevis-
ta con Beatriz Sarlo, porque pone en escena la circularidad “hermética”, cerrada del texto que su
trayectoria no descifra nada. Ver Juan Martini, “Experiencia y lenguaje I”, Punto de vista, 51
(1995), pp. 35–41.
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¿Una herencia?, ¿Una historia?” (p. 223). Se trata de preguntas que el relato no
logra descifrar pero que se intercambian y se reemplazan entre sí, como tres
categorías constitutivas de la identidad del sujeto exiliado.
La constante reiteración de la llegada en este texto anula las posibilidades de
adquirir algún tipo de ganancia para que el viaje sea posible. Es decir, anula la
existencia de una “historia” que contar, ya sea la historia de Minelli o el obje-
tivo de su trabajo: la Historia, como disciplina.
El recuerdo en esta novela se abre a la deconstrucción; carece de un referen-
te que nos permita afirmar la historia del personaje. Se trata de un viaje que no
se lleva a cabo, de un viaje que parte y no regresa, un viaje que regresa sin partir,
un viaje cuyo propósito es, en esencia, quedarse en el limbo. La imposibilidad,
tanto del relato personal como colectivo del viaje (la Historia) demuestra la
problemática situación de un personaje cuya historia se resiste a ser contada
porque no es articulable en una narrativa lineal con un comienzo y un fin. El
fracaso del relato de Minelli es sintomático de la insuficiencia de una identidad
que, no obstante, busca constantemente una situación que lo defina.
Pasemos a la experiencia traumática en el texto de Cozarinsky. Susan Sontag,
en su introducción de la primera edición, dice que Vudú urbano es “un libro
desplazado, ante todo porque carece de un idioma original” (p. 10). Efectiva-
mente, “El viaje sentimental”, título del primer relato, es la única parte del texto
que Cozarinsky escribió en español, lengua materna del escritor.
Al igual que el viaje de Minelli, este es un viaje que sólo existe como relato
pero que simbólicamente usa este primer texto como la escena que da comien-
zo al exilio del personaje. La partida, en Vudú urbano, se realiza a partir del
desprendimiento de la lengua materna; se trata de un desarraigo físico cuya
violencia produce una experiencia traumática. La escena del retorno al pasado
introduce la segunda parte del texto, una serie de relatos cortos que el narrador
denomina “El álbum de tarjetas postales del viaje”. Son relatos cortos que se
remontan a diferentes momentos de la infancia y la juventud del protagonista;
escenas de lugares, cafés, calles o tipos de personas, y en cada uno de ellos
Buenos Aires se vuelve el objeto, el fetiche deseado por el narrador.
El espacio se vuelve el relato de la memoria. Sin embargo, antes de poder
acceder a los relatos melancólicos de las tarjetas postales, es necesario pasar
por la experiencia de la pérdida, al momento de la destrucción que volverá los
lugares porteños en ruinas turísticas para el recuerdo. Las tarjetas postales fueron
escritas en lo que Cozarinsky denomina un “inglés de extranjero, que luego
tradujo a [su] español natal, […] para borrar la ‘noción de original’, para que
ciertos giros hallados al traducir sean luego incorporados en la lengua traducida,
hasta que el ‘original mismo se vuelva traducción’” (p. 165). Nos encontramos
ante una violencia que ocurre en el quiebre de la lengua materna que ya sólo
puede repetir, traducir, lo que se ha perdido para siempre. Será a través del evento
traumático del retorno, del reencuentro con el lugar de origen, como el narrador
reconoce el efecto de la pérdida.
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Like the collection, it always displays the romance of contraband, for its
scandal is its removal from its natural location […]. The souvenir speaks
to a context of origin through a language of longing, for it is not an object
arising out of need or use value; it is an object arising out of the necessarily
insatiable demands of nostalgia. (p. 133)
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The souvenir replica is an allusion and not a model; it comes after the fact
and remains both partial to and more expansive than the fact. It will not
function without the supplementary narrative discourse that both attaches
it to its origins and creates a myth with regards to those origins […]. The
souvenir displaces the point of authenticity as it itself becomes the point of
origin for narrative. (p. 136)
En Vudú urbano, la escena del reencuentro con el pasado, más que una bienve-
nida que le abre la ventana a la nostalgia, se presenta como un trauma; es el
viaje sentimental en el que el personaje se emprende, que se convierte, como
un cambio de escena cinematográfica, en un secuestro, un viaje siniestro “con-
vocado por algún pase mágico que él no convocó” (p. 27) que deforma, y se
apodera del relato de la reminiscencia. El narrador pierde el control del recuer-
do, de su imaginación y aterriza en Buenos Aires desconcertado:
La incredulidad lo golpeó, más breve sin duda y más intensa no sólo que
estas líneas que escribo, sino tal vez, más aún que la más admirable proeza
sintáctica. La sustituyó, si es posible, otro asombro mayor: Guillermo salía
sonriente, a “abrazarlo, a conducirlo, como envuelto en su abrazo”, hacia un
automóvil estacionado a la vuelta de la esquina. (p. 28)
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tonces cuando debe escapar para salvar su vida, que “Se cubre la cabeza para
evitar los golpes y, reuniendo todas sus fuerzas, se lanza hacia la puerta, mano-
teando en busca de una manija que no alcanza a ver” (p. 50). El reencuentro se
convierte, así, en una pesadilla, en un sueño del que casi no puede despertar y
del que, literalmente, debe escapar. “Entonces se da cuenta de que si pueden
lastimarlo es porque lo conocen, ellos recuerdan que nunca jugó al terror, ni
disfrazado de gaucho matrero ni apretando en el puño un pequeño libro rojo
[…]. Ya no es uno de nosotros” (pp. 49–50).
La escena final de la partida se vuelve una experiencia traumática no sólo
por el reconocimiento de un pasado que ya no tiene la autoridad para reclamar,
sino también porque pone en evidencia el nunca haber sido parte de ese pasado.
Esto es, cada uno de los personajes que lo persiguen tienen un lugar identifi-
cable dentro de la Argentina del pasado, mientras que el protagonista fue
siempre un “espectador, [que se] mantuvo aparte. Sin participar. Antes como
ahora” (p. 50). La escena del regreso no legitima el lugar que ocupaba el
narrador antes de partir, no logra devolverle la fantasía de una identidad que
corresponda con el recuerdo del pasado; todo lo contrario, la escena final, que
es parte del primer relato del texto, del punto de partida, saca a relucir su
estatus de exiliado, la falta de origen.
Al igual que los regresos y las huellas de la valija de Minelli, la escritura
del recuerdo en “El viaje sentimental”, representa la partida hacia el exilio
como reconocimiento de la imposibilidad del retorno. A pesar de la dislocación
del hogar, el uso de la figura del viaje expresa el deseo de familiarizar la ex-
periencia del destierro y mantener vigente el relato del hogar como locus de
la identidad; aunque la figura del viaje sólo sirva para repetir lo que se ha
perdido para siempre. Composición de lugar y Vudú urbano son novelas que
intentan reescribir el hogar a través de un viaje hacia el pasado, creando una
tropografía de relatos que en la traducción desafían la posibilidad de un ori-
ginal total y pleno. Aclara Van Den Abbeele que el comienzo, como el espacio
que le da inicio a la escritura:
is both the precondition for the referential mastery of the oikos and that
which implies the inevitable decentering of this referential economy into an
endless chain of reference. Such an eventuality, however, implies the loss of
whatever mastery was thought to be gained through the positing of travel as
text, even as it bears unwelcome witness to the justice of that thesis. (p. xxi)
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p. 60). Como dije en un principio, si bien durante la colonia, fue necesario encon-
trar nuevos vocabularios para describir las tierras americanas, el referente legal
se encontraba presente en todo tipo de relato, en “la novela caballeresca, la épica,
la hagiografía, la mística y en todos los relatos de viaje” (p. 61) en la manera que
estos textos se dirigen a una autoridad, como en la construcción del “yo” testigo
que narra dichos documentos. Es por eso que, aunque éstas sean las últimas pa-
labras de la voz de autoridad, de la Ley, aunque el personaje se aleje de su centro
referencial, lo hace como respuesta a una orden, como una forma de obediencia
cívica, poniendo en evidencia el aspecto legal y punitivo del exilio.
La obediencia de este imperativo se vuelve lo que Étienne Balibar denomina,
la “voz interiorizada”, “la de una autoridad trascendente a la que cada quién está
obligado a obedecer o que compele a cada uno a obedecer, incluso a los rebeldes
que no se rinden ante la ley pero tampoco logran sustraerse a su voz” (p. 188).
Por lo tanto, el relato, no sólo se reitera a través de la narración de esta expe-
riencia, sino que también con la reescritura de esa ley, se inserta en una dialéc-
tica político-cultural.
En este primer diálogo, cuando el personaje le pregunta a la voz de autoridad,
“cómo debo distinguir lo significante de lo insignificante” (p. 9), la voz ya no
responde y es entonces cuando el personaje debe responder por sí mismo y crear
un nuevo punto topográfico para adoptar una identidad propia. A partir de la
destrucción de la dualidad de lo “significante vs. insignificante”, se crea una nueva
idea de referente, una nueva idea de principio (hogar/home) aunque ya relatada,
ya hecha texto, ya traducida: “Desde entonces la paja y el grano están mezclados.
Bajo el cielo gris el horizonte es una mancha y la voz ya no responde” (p. 1).
Esta escena de comienzo que propone Peri Rossi podría pensarse como el
primer momento de autonomía que se le ofrece al sujeto, en el cual es capaz de
tomar una decisión propia y de autodefinirse como un ser independiente. No
obstante, el sujeto nunca transgrede su subjetividad, nunca deja de “estar sujeto”
a esa “mancha” original. Se trata de un momento en que se ponen en evidencia
los límites de dicha libertad debido a que “este acto sólo puede ser la contrapar-
te de una liberación, una emancipación o un devenir libre: la inscripción en el
individuo mismo, con todas sus contradicciones, de una trayectoria que comien-
za con la sujeción y que debe siempre estar en relación con ella, interior o ex-
teriormente” (Balibar, p. 188). Podría decirse que, a partir del encuentro entre
el yo y la autoridad que lo constituye como tal, el personaje se convierte en un
sujeto exiliado, que se constituye a partir del relato de la experiencia del viaje
y su legitimación14.
14 Según Roberto González Echevarría, para el sujeto del siglo XVI, la escritura está suma-
mente relacionada con la Ley, dado que de algún modo parecen establecerse simultáneamente y,
por lo tanto, “To write was a form of enfranchisement, of legitimation. The pícaro, the chronicler,
and in a sense the whole New World, seek enfranchisement and validation of their existence through
the writing of their stories” (1998, p.47).
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El personaje, Equis, retoma la idea del sueño más adelante y vuelve a rela-
tarla: “Cuando despierta de mal humor, es que oscuramente sabe que ha tenido
una revelación, en el sueño; una clase de revelación tan poderosa e insoportable
que ha sido preferible olvidarla” (p. 46). La “revelación” de la primera página
no será la primera ni la última. Esta reflexión se transformará en una mera lectura
de la situación original, dado que destruye la posible autoridad, no sólo de la
voz, de la Ley, sino también del primer sueño, al presentarlo como uno más del
montón, y reflejando la insuficiencia del original y, por consiguiente, la impo-
sibilidad misma de ser representado.
Del mismo modo en que Equis corrige sus sueños, o los reescribe, también
este viaje se convertirá en un sinnúmero de partidas, o “viajes leídos”, en los
cuales se presentarán ciertas referencias a otros momentos, a otras épocas, a
otros sueños y, especialmente, a otros textos de viaje, reflejados en las constan-
tes citas y traducciones de la Ilíada de Homero. Vale entonces tener en cuenta
la etimología de estas palabras que forman parte del lenguaje de viaje: re-
cuerdos o re-construir siempre aluden a un texto previo y por consiguiente a la
inestabilidad de sus significados. El tener que relatarlos (y aquí se da el mismo
problema) impone una segunda escritura, una traducción. El “hogar” como
relato; como ya se ha dicho más arriba, ese locus a partir del cual el sujeto se
crea, establece su relación con su sociedad, nación o comunidad; puede enton-
ces definirse en los términos en que Jacques Derrida define a la Ley:
The law is silent, and of it nothing is said to us. Nothing, only its name, its
common name and nothing else. We do not know what it is, who it is, where
it is. Is it a thing, a person, a discourse, a voice, a document, or simply a
nothing that incessantly defers access to itself, thus forbidding itself in order
thereby to become something or someone? (1992, p. 208)
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a saber. Cómo se halla. Cómo. El alma del extranjero. Del extraño. Del
introducido. Del intruso. Del huido. Del vagabundo. Del errante. (p. 10)
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el tener que acudir a la llamada del nombre, crea desconcierto y temor. El nombre
propio, así como la información que el nombre propio puede proporcionar en
una sociedad dictatorial, se interponen en el relato de la herencia del personaje:
“Pero cuando oyó su nombre, poco después, mientras una memoria a la deriva
recomponía turbias figuras, se sintió descubierto, en peligro, inerme. Abrió los
ojos. ¿Tú eres Juan Minelli verdad?” (p. 7). La iglesia en ruinas y los recuerdos
del nombre de Minelli dan inicio a una búsqueda que nunca llegará a su fin.
Por otra parte, la desfiguración del nombre propio hace que Minelli aparezca
en San Sisto como un fantasma, con una identidad ambigua y temporal. Los
otros personajes siempre dudan de su autenticidad aunque a ninguno le interesa
demasiado de dónde proviene. “¿Qué escenas, repites Minelli, que escenas
buscas? ¿Quién eres tú? ¿Dime quién te imaginas que eres?” (p. 122). En otros
momentos Minelli es simplemente definido como un traidor o un mentiroso:
“Eres un farsante. Eres un farsante, un hipócrita. ¿Qué gestos imitas Juan
Minelli?” (p. 46). Se lo trata como si todos supieran que hay otro Minelli, que
este no es el verdadero.
Efectivamente, cuando Minelli finalmente encuentra el lugar donde reside
su familia, descubre que su nombre es un “error”, que la familia se llama
“Micelli”. La duplicidad constante en la que vive Minelli es el eje central en
toda la novela. Minelli siempre parece encontrarse en un lugar donde ya había
estado antes y al que debe volver por segunda vez para tratar de encontrar
algo que justifique su viaje. Por esto vive en un estado nebuloso en el cual
todo parece reconocible pero carece de autoridad para traducirlo, para trans-
formarlo en un objeto propio. “¿Un lugar? ¿Una herencia? ¿Una historia?”
(p. 223), se pregunta; ¿Había sido esto el propósito de su viaje? Su viaje
culmina de la misma manera que comienza, en la imposibilidad del reencuen-
tro con su patrimonio.
En Vudú urbano el nombre del narrador no aparece escrito, dado que se trata
de un tipo de autobiografía y, por ello, se da a entender que el “yo” del texto
coincide con el nombre del autor, cuya función es la de ser un intermediario
entre su pasado y su fantasía. El reencuentro traumático con el pasado pone al
personaje escritor en una posición de espía de su propia historia, más que de
aquel que reconoce un pasado importante que relatar: “Así que volviste para
espiarnos
“ le dice uno de sus amigos de la memoria. “Típico tuyo, volver sin
avisarle a nadie. No importa, estás descubierto: se supo” (p. 37). A pesar de que
sus amigos lo llaman por su nombre, el lector nunca lo sabe porque su nombre
nunca se manifiesta. El narrador entra y sale del texto, no como una copia de sí
mismo o del autor, sino como un simulacro, como una copia falsa de lo que los
otros creen que es:
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No sólo es el personaje un defecto del original que pone a éste en peligro, sino
que también su relato se vuelve falso y confunde lo que ve con lo que recuerda
o cree recordar. El narrador es un espía que observa su pasado “desde un auto-
móvil en movimiento” el cual él no maneja; es como el turista que intenta darle
un sentido a lo que observa con su mirada exotizante y foránea. La falta de
nombre propio desautoriza la mirada del narrador, le quita la posibilidad de
apropiarse de lo que ve, creando así una ambigüedad de géneros, entre autobio-
grafía y relato ficcional. Su presencia anómala hace del recuerdo una fantasía
absurda que confunde “sus recuerdos, con datos” y desestabiliza la verosimili-
tud del testimonio.
Según Deleuze, los simulacros o fantasmas son imágenes “demoníacas”:
“stripped of resemblance, […] that have externalized resemblance and live on
difference instead. If they produce an external effect of resemblance, this takes
the form of an illusion” (1994, p. 128). Pues bien, si existe una verdad en Vudú
urbano, es la puesta en escena de la imposibilidad de acceder a este recuerdo y
de “explicar el territorio presente”.
Tanto Minelli, como el narrador de Cozarinsky, sufren de una errancia cons-
tante a pesar de encontrarse de regreso en la tierra de sus orígenes. Ambos se
encuentran en espacios donde sus referentes parecen haber sido borrados por el
tiempo y la distancia. Los narradores se presentan con cualidades fantasmales;
son como dobles de sí mismos, donde la identidad del primero, del “modelo”,
del “ícono”, como apunta Deleuze: “and the resemblance of the copy become
errors, the same and the similar no more than illusions born of the functioning
of simulacra” (1994, p. 128).
Error y errante, como reescritura y exilio, se convierten en imágenes que
definen lo siniestro de la experiencia de extranjería, al evocar los rastros de un
pasado que interrumpe y perturba el presente. La escritura proporciona, sin
embargo, un lugar que compensa y ofrece un albergue.
El relato de la historia personal y genealógica que se intenta construir en
Vudú urbano, implica un viaje de retorno que lleva a los personajes a la pérdida
del nombre y el fracaso de un encuentro con el hogar. Si el relato de viaje tra-
dicional se encarga de narrar lo perdido y el lugar que se ha dejado atrás con el
propósito de esbozar el espacio que ocupa la identidad, tanto del sujeto como
de la nación, estos textos relatan la imposibilidad de la vuelta a un lugar reco-
nocible y proponen la partida hacia el exilio como el evento que posibilita una
mirada crítica frente a dicho fracaso. Por ello ambas novelas pueden leerse como
textos “auto-etnográficos”, para volver al término de Mary L. Pratt, que se
apropian de un género con tradición hegemónica “in ways that engage with the
colonizer’s own terms” (p. 7), para desterritorializarlo.
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Otros comienzos
Como se ha podido observar, Composición de lugar y Vudú urbano necesitan
crear la escena de la pérdida como la marca, la herida en la narrativa de sus
propios exilios que da lugar a su proceso de construcción así como de su meta-
textualidad. Se trata de textos que se posicionan frente a la institución de la li-
teratura, de una forma crítica, en la que cuestionan el lugar que ocupa la expe-
riencia del exilio en las letras argentinas, sin dejar de lado lo doloroso del
desgarramiento cultural, lingüístico y geográfico. Amy Kaminsky en su texto
After Exile: Writing the Latin American Diaspora apunta que: “Exile and all the
process related to it have a material component, and that component is felt,
experienced, and known through the body” (p. xi). Kaminsky hace hincapié en
la experiencia del desgarramiento porque teme que el uso metafórico del des-
plazamiento y del destierro hayan afectado la manera en que se piensa dicho
evento y su “realidad”. Sin embargo, como hemos visto hasta ahora y como se
15 Existe un ensayo de Juan José Sebreli que citamos aquí y otro de David
Oubiña sobre algunos textos de Cozarinsky, pero que mayormente trabaja sus filmes.
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En el texto de Manuel Puig, el viaje hacia el exilio está marcado por la amnesia
del personaje Ramírez, causada como consecuencia de su tiempo en la cárcel y
la desintegración de su familia durante sus años de militancia política. El des-
garramiento que sufre el personaje, aparece entonces como una cicatriz en la
memoria que divide el “antes” y el “después” en la vida de este personaje.
Mientras que para el personaje Larry, enfermero encargado de cuidar al anciano
en el asilo, la partida comienza en los diálogos que se desatan entre ambos, en
las preguntas personales que le presenta Ramírez, que lo obligan a emprender
un viaje del subconsciente, mediante el cual se recorren los espacios más íntimos
de su juventud, relación con sus padres, las mujeres y también la sociedad en
la cual ocupa un lugar marginal. No obstante, dichas divergencias de la memoria
y el conocimiento, se efectúan mediante el espacio delimitado y claustrofóbico
del diálogo, mecanismo típico de las novelas de Puig. Existe sin embargo, una
falta de “intervención” (Lefebvre, p. 42) de ambos personajes en su entorno. Si
bien gran parte de las conversaciones entre Larry y Ramírez se efectúan en sus
paseos por la ciudad de Nueva York, la intensidad del diálogo delimita la liber-
tad para poder explorar y descubrir el espacio que ocupan. Su participación se
infiere más por lo simbólico, que por el espacio mismo que se ocupa en la ar-
quitectura del lugar.
La escena del comienzo, en ambos textos, se lleva a cabo a través de la explo-
ración de la propia subjetividad y un recorrido por los distintos elementos que
constituyen la identidad. Si pensamos en la estructura del relato de viaje que hemos
analizado anteriormente, es posible ver que la pérdida del hogar, ya inscripta en
el relato de cada uno de estos personajes, explora, sin embargo, la posibilidad de
una subjetividad futura en el caso de Insomnio y la puesta en escena de la cons-
trucción de la identidad como desarraigo que sufren ambos personajes, como una
maldición que sólo afecta a los lectores de la novela de Puig.
Larry encuentra unos textos, que Ramírez escribe en forma de código, sobre
las palabras de unas novelas francesas durante sus años en la cárcel, cuyo tes-
timonio desencadena el verdadero pasado del personaje que él mismo no puede
relatar por su falta de memoria. El descubrimiento de esa historia, sin embargo,
representa la posible publicación del texto de Ramírez y, por lo tanto, la rein-
mersión de Larry al ámbito académico. Del mismo modo que Larry desentierra
la voz y el pasado de su paciente de las palabras francesas, es decir de los libros
de otros, a Ezequiel Adad, el personaje de Insomnio, se le pide que interprete
las frases subrayadas de una Biblia, con el propósito de discernir qué pensaba
y sentía el exmarido de su novia Selva Irribarren, antes de fugarse. La lectura
entre líneas de Ezequiel, “algunas azules y otras negras”, desencadena la propia
lectura del texto bíblico, en cuyos libros Ezequiel recupera el significado y
destino de su nombre: “fundar una ciudad” (p. 105).
Desde esta perspectiva, en ambas novelas el libro, como artefacto que acumula
historias así como silencios, cumple la función de texto que exhibe nuevas
maneras de articular el deseo de comunidad, así como de modos de articular el
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