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Julio Jensen
University of Copenhagen
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All content following this page was uploaded by Julio Jensen on 14 February 2018.
Julio Jensen
Universidad de Copenhague
con el pasado, de acuerdo con la idea de que es posible fundar una sociedad y una
cultura de manera autónoma sobre las fuerzas cognitivas humanas. Este cambio
implicaría un orden social y cultural enteramente racional y, por tanto, se com-
prende como un inicio totalmente nuevo en la historia de la humanidad. Además
de en la filosofía de Hegel, este sentimiento de un cambio de época se manifiesta
en, por poner unos pocos ejemplos, la cronología nueva establecida después de
la Revolución Francesa, en los numerosos movimientos políticos utópicos de los
siglos XIX y XX que buscan establecer una sociedad nueva, o en el fenómeno que
Octavio Paz ha denominado “la tradición de la ruptura”, esto es, la permanen-
te sucesión de corrientes o “ismos” literarios y estéticos desde el Romanticismo
hasta las Vanguardias dado que estas corrientes buscan romper la frontera entre
arte y vida para establecer un nuevo orden social y estético.3 En lo que sigue, la
intención es analizar los presupuestos filosóficos de la mencionada comprensión
del Quijote, utilizando las interpretaciones de Lukacs (en su Teoría de la novela) y
Foucault (en Las palabras y las cosas) como muestras de la misma, y contrastarlas
con algunas características centrales de la obra cervantina para así valorar en qué
medida el criterio de modernidad de estos pensadores se ajusta a la obra maestra
de Cervantes.4
definitivamente extraños el uno al otro, pues el fuego es el alma de toda luz y todo
fuego se viste de luz.
(Lukacs, 1971, p. 29)
No hay duda de que en el Siglo de Oro hay obras que manifiestan una actitud
escéptica ante la hermenéutica renacentista y que, por tanto, se corresponden con
el abandono de ese esoterismo renacentista que describe Foucault.13 No obstante,
según el pensador francés, el Quijote “es la primera de las obras modernas”, pues ve
ahí esa ontología textual de un lenguaje liberado de referencia al mundo exterior
que caracterizará la literatura moderna:
Don Quijote es la primera de las obras modernas, ya que se ve en ella la razón
cruel de las identidades y de las diferencias juguetear al infinito con los signos y
las similitudes; porque en ella el lenguaje rompe su viejo parentesco con las cosas
para penetrar en esta soberanía solitaria de la que ya no saldrá, en su ser abrupto,
sino convertido en literatura; porque la semejanza entra allí en una época que es
para ella la de la sinrazón y de la imaginación.(Foucault, 1968, p. 55).
De manera paralela, Foucault, en las últimas líneas de Las palabras y las cosas,
predice la famosa “muerte del hombre”:
El hombre es una invención cuya fecha reciente muestra con toda facilidad la
arqueología de nuestro pensamiento. Y quizá también su próximo fin.
Si esas disposiciones desaparecieran tal como aparecieron, si, por cualquier
acontecimiento cuya posibilidad podemos cuando mucho presentir, pero cuya
forma y promesa no conocemos por ahora, oscilaran, como lo hizo, a fines del
siglo XVIII el suelo del pensamiento clásico, entonces podría apostarse a que el
hombre se borraría, como en los límites del mar un rostro de arena.
(Foucault 1968: 375).
Tanto Foucault como Lukacs ilustran, en las últimas líneas de sus respectivas obras,
el paradigma del absoluto fragmentado con esta visión de un futuro utópico en el
que se habrá superado la fragmentación inherente a la modernidad.18 La “muerte
del hombre” representaría la superación del paradigma kantiano ya que para Kant
es imposible alcanzar una forma absoluta de conocimiento al no existir ninguna
descripción del mundo que no esté ligada a nuestra experiencia finita. Por esta
misma razón, al estar el conocimiento del mundo inevitablemente ligado a nuestra
perspectiva sobre el mismo, la idea de la “muerte del hombre” representa la visión
de una totalidad utópica negativa.19 Al mismo tiempo, esta totalidad ausente se
manifiesta de forma estructural en los libros de Lukacs y Foucault pues aparece
por medio de ese final “abierto” de las mencionadas obras. Dado que el paradigma
de pensamiento al que pertenece determinada obra –tanto si es una obra de pen-
samiento como si es literaria– tiene consecuencias para la cristalización concreta
de la misma, una comparación e interpretación de la manera en que Cervantes,
Lukacs y Foucault cierran sus respectivas obras será un indicio para juzgar si de
hecho los tres pertenecen al mismo paradigma.
Para que una novela esté en consonancia con el paradigma del absoluto fragmen-
tado, no puede cerrarse en una totalidad de sentido sino que debe permanecer
abierta hacia esa visión de totalidad inalcanzable que se acaba de describir. En este
sentido, Cervantes es inequívoco: cierra su obra de manera definitiva con la muer-
te del protagonista recuperado de su locura. Por una parte, parece innegable que
Cervantes hizo esto para prevenir que nadie le volviera a usurpar sus personajes,
como había ocurrido con la versión de Avellaneda. Así, en los últimos párrafos de
la Segunda parte, la pluma del “autor arábigo”, Cide Hamete Benengeli, en alusión
al Quijote apócrifo, reclama:
Para mí sola nació don Quijote, y yo para él: él supo obrar y yo escribir, solos los
dos somos para en uno, a despecho y pesar del escritor fingido y tordesillesco que
se atrevió o se ha de atrever a escribir con pluma de avestruz grosera y mal deli-
ñada las hazañas de mi valeroso caballero, porque no es carga de sus hombros, ni
asunto de su resfriado ingenio; a quien advertirás, si acaso llegas a conocerle, que
deje reposar en la sepultura los cansados y ya podridos huesos de don Quijote, y
no le quiera llevar, contra todos los fueros de la muerte, a Castilla la Vieja, hacién-
dole salir de la fuesa donde real y verdaderamente yace tendido de largo a largo,
imposibilitado de hacer tercera jornada y salida nueva: que para hacer burla de
tantas como hicieron tantos andantes caballeros, bastan las dos que él hizo tan a
gusto y beneplácito de las gentes a cuya noticia llegaron, así en éstos como en los
estraños reinos.20
Sin embargo, y por tanto sin el condicionamiento del Quijote de Avellaneda, tam-
bién la Primera parte de la obra –el volumen que apareció en 1605– se cierra in-
equívocamente.21
La Segunda parte del Quijote se caracteriza por un mayor grado de linealidad
narrativa que la Primera pero también ésta tiene un acabamiento final, perfec-
tivo.22 Mientras que la linealidad cronológica y narrativa domina en la primera
mitad del volumen, en la segunda mitad las narraciones intercaladas interrumpen
la narración principal y desvían la atención del lector, de don Quijote y Sancho a
los avatares de los personajes secundarios. Sin embargo, estas narraciones contri-
buyen a la unidad tanto narrativa como temática de la novela en su totalidad. Así,
Neuschäfer ha mostrado la función moral de los relatos intercalados, ya que subra-
yan un nivel ético que se encuentra solapado por el modo paródico de la narración
principal. Estos relatos tratan del conflicto entre razón y locura, y forman así un
contrapunto serio a la historia de don Quijote:
El que se deja dominar por sus pasiones, es loco; el que sabe dominarlas y disci-
plinarse a sí mismo, es cuerdo. Locura es, además, no tener en cuenta los propios
límites, no ser consciente de lo flaca que es la naturaleza humana, y querer realizar
«lo imposible»; cordura, en cambio, es ser modesto, reconocer que necesitamos
ayuda, tanto del prójimo como de la divina providencia, y tener confianza en que,
También con respecto a la trama principal, los relatos contados en la segunda mi-
tad de la Primera parte contribuyen a la unidad de la obra. Al encontrarse todos
los personajes de las diferentes narraciones en un mismo lugar, la venta de Juan
Palomeque el Zurdo, se unen todos los hilos de los diferentes relatos en un sólo
tiempo y lugar, con lo que Cervantes hace coincidir los tiempos de las narraciones
intercaladas (los personajes narrando cada uno su relato correspondiente) con el
tiempo narrado en la novela (el tiempo que transcurre desde las sucesivas apari-
ciones de los personajes secundarios hasta las anagnórisis que cierran sus narra-
ciones). Así, Dorotea y don Fernando, por un lado, y Cardenio y Luscinda, por
otro, quedan emparejados respectivamente, mientras que el cautivo, Ruy Pérez de
Viedma, se reúne con su hermano el oidor, Juan Pérez de Viedma, después de los
años que pasó prisionero en Argel. Una vez que los relatos intercalados se cierran
dentro de la narración principal, el orden ha sido restaurado tanto narrativa como
temáticamente, ya que cada personaje ingresa al estado y lugar que le corresponde.
Por otro lado, don Quijote –convencido de que es víctima de un nuevo encanta-
miento– es encerrado en una jaula tirada por dos bueyes para ser llevado de vuelta
a su aldea. Esta elaborada construcción nos muestra un aparente desorden que
oculta un orden perfectivo: el cierre de la obra es claro.
A modo de explicitación, Cervantes hace al canónigo de Toledo que se une a
la comitiva que va camino de la aldea de don Quijote, expresar una dura crítica de
la estructura de las novelas de caballería:
No he visto ningún libro de caballerías que haga un cuerpo de fábula entero con
todos sus miembros, que mas parece que llevan intención a formar una quimera o
un monstruo que a hacer una figura proporcionada. (I, 47, 601)23
Si bien al final de la Primera parte se menciona que don Quijote hizo una tercera
salida, también es afirmado que “el autor desta historia” no ha encontrado noticia
de la misma (I, 52, 646). Es decir, no se nos promete una continuación, con lo que
esta mención no debería hacernos suponer que Cervantes consideraba su libro
“abierto” sino que forma parte de los juegos autoriales desplegados en el Quijote
(los cuales serán comentados más abajo). Además, el epitafio de don Quijote, que
aparece en las últimas páginas de la Primera parte, es un claro indicio de que Cer-
vantes consideraba el texto acabado y cerrado.
Togeby (al igual que Casalduero) considera la Primera parte del Quijote circu-
lar y la Segunda parte lineal:
Hemos dicho, a propósito de la Primera parte, que el círculo simboliza la locura y
su choque contra la realidad. Podríamos decir también que el círculo representa la
Ni la Primera ni la Segunda parte acaban con una proyección hacia el pasado míti-
co de las gestas caballerescas o hacia un futuro utópico en el que serán recuperadas
–como habría sido de esperar en un texto que formase parte del paradigma del
absoluto fragmentado–. La Primera parte se cierra con un retorno a la situación
con la que comenzó la narración, mientras que la Segunda parte del Quijote está
estructuralmente orientada hacia el desengaño de don Quijote, hacia este desper-
tar a la realidad que cerrará definitivamente la obra. Este final está prefigurado ya
desde el comienzo de este volumen:
El que recobre el caballero su salud mental en el lecho de muerte no es, como han
creído muchos, un final meramente convencional para satisfacer las exigencias
de la sátira literaria ni la señal de la derrota por quebrantamiento de la voluntad,
sino que es la lógica culminación de esta transformación psicológica y moral, que
ya había empezado en el primer capítulo de la Segunda parte, cuando confiesa
públicamente su extravío al decir: «Ni procuro que nadie me tenga por discreto,
no lo siendo». (Parker, 1948, p. 300).
Este párrafo representa una incongruencia lógica que ya ha sido notada en ante-
riores ocasiones: no tiene sentido que en el original de la historia se lea que este
pasaje no ha sido traducido fielmente.29 Por añadidura, inmediatamente después
de que es mencionado que el traductor falseó el original, se nos explica cuál fue
el contenido que Cide Hamete había escrito y que no fue traducido (la queja de la
pobreza de la historia de don Quijote).
Por un lado, esta cita está conectada con la discusión que en el tercer capítulo
de la Segunda parte sostienen don Quijote, Sancho y el bachiller Sansón Carrasco
sobre la relevancia o irrelevancia de las narraciones intercaladas de la Primera
parte. Por otro lado, la incoherencia lógica de la cita entronca con los “errores” o
incongruencias narrativas que se pueden encontrar a lo largo del texto. El “error”
más conocido aparece en la Primera parte: la desaparición y posterior aparición
del burro de Sancho sin que al lector le haya sido explicado cómo Sancho pierde
y recupera su montura. En la segunda edición de Juan de la Cuesta, unos meses
posterior a la princeps, aparece una interpolación en el capítulo 23 que narra cómo
Por una parte, es como si Sancho estuviera aclarando las incoherencias de la edi-
ción princeps, que es a la que se refiere Sansón Carrasco en su primera crítica a la
cuestión del burro, explicación que quedó suspensa por irse Sancho a su casa. Esto
concuerda con el hecho de que esta narración no coincide con la enmienda de
la segunda edición.30 Por otra parte, Sansón Carrasco replica (“No está en eso el
yerro”) haciendo referencia a la segunda edición, donde las interpolaciones men-
cionadas solucionan la pérdida y recuperación del burro pero no su mención en el
capítulo 25. Por añadidura, la supuesta verosimilitud de la explicación de Sancho
es apoyada por una intervención (que no se explicita si proviene de don Quijote o
del bachiller) que hace referencia a tanto el Orlando innamorato de Boiardo como
al Orlando furioso de Ariosto. La ironía es inequívoca dado que la improbable ma-
nera en que el robo es llevado a cabo es defendida por medio de una referencia a
esa épica caballeresca que el Quijote parodia una y otra vez por su inverosimilitud.
Estos pasajes forman parte del juego metaficcional que en gran medida genera
la acción de la Segunda parte y que consiste en que los dos protagonistas son fa-
mosos gracias a la publicación de sus aventuras. En la presente situación, la comi-
cidad de este recurso se enfatiza por el hecho de que Sancho siente la necesidad de
justificarse ante estos “errores” u omisiones.31 Se adivina, a través de estas discu-
siones, cómo Cervantes aprovecha las incongruencias narrativas para desarrollar
la metaficción por medio de los personajes pues al verse éstos protagonistas de un
libro, les atañe directamente lo que se narra de ellos, y entran en la discusión de la
perfección de la obra.32 En una vuelta de tuerca irónica y metaficcional, es incluido
Cide Hamete en esta controversia ya que al comienzo del capítulo 27 de la Segun-
da parte afirma que esa omisión fue culpa de los impresores, “que por no haberse
puesto el cómo ni el cuándo en la primera parte, por culpa de los impresores, ha
dado en qué entender a muchos, que atribuían a poca memoria del autor la falta
de emprenta.” (II, 27, 934). Es como si también Cide Hamete Benengeli sintiese la
necesidad de excusarse de este error y atribuir la culpa del mismo a otros, los im-
presores, quienes ya se encuentran fuera del espacio textual y por tanto no tienen
opción a defenderse.
¿Es posible interpretar estas incongruencias y el juego realizado con ellas, en
consonancia con la temática de la obra?33 Cervantes escribió un libro sobre la lec-
tura y la transmisión escrita en el que se burla de un lector que no distingue entre
literatura y realidad. Ahora bien, como ya notó Parker en 1948, el estrato temático
del Quijote no es de orden epistemológico sino moral:
No cabe duda de que la obra subraya lo difícil que es conocer la verdad así como
comunicarla o difundirla. Debido a esta dificultad, la vida es un «intrincado labe-
rinto» en que andan confusos los hombres. (…) Pero la dificultad está en el plano
de la moral, no en el de los sentidos. La dificultad que hay en alcanzar la verdad
se debe a la arrogancia, al engreimiento, al egoísmo, a la frivolidad, a la cólera, a la
grosería, a la intolerancia y al entremetimiento de los hombres; todo lo cual falsea
la verdad de tal manera que todos debemos, como don Quijote, «rogar a Nuestro
Señor muy de veras que nos libre de malos hechiceros y de malos encantadores».
(…) En resumen, la realidad no es ambigua; el mundo es razonable de suyo; sin
embargo, reina en todo él la discordia del campo de Agramante, puesto que los
hombres son muy propensos a falsear la verdad cuando creen que esto les convie-
ne. (Parker, 1948, p. 304).
ilusión–. Cuando una obra que no rompe su círculo mágico de autonomía ficcio-
nal es acabada por el lector, ésta es cerrada y (en mayor o menor grado) olvidada,
mientras que una obra que no se adapta a las expectativas del lector es como una
piedrecita en el zapato que no deja tranquilo a su dueño.
Desde esta perspectiva tiene pleno sentido la aseveración de Sansón Carras-
co de que “quizá podría ser que lo que a ellos [los críticos con la obra] les parece
mal fuesen lunares, que a las veces acrecientan la hermosura del rostro que los
tiene” (II, 3, 713). Ciertamente, si los “errores” o “descuidos” cervantinos tienen
la función de proyectar el problema realidad-ficción sobre el lector, no cabe duda
de que añaden, si cabe, un estrato de genialidad a la obra. Es importante notar
que las incongruencias del Quijote no están diseñadas para que el lector avezado
cierre la obra, como si fuera el problema lógico de una novela policíaca, sino que
son incongruencias que no tienen otra función que la de dejar al lector suspenso
ya que se trata de detalles insignificantes en relación con la totalidad de la obra
pero que no obstante rompen la ilusión del mundo ficticio autónomo. Tampoco
hay que identificar este juego metaficcional con la ambigüedad y polivalencia de
significados en la literatura moderna, en la que una obra queda abierta a múltiples
interpretaciones. En el Quijote la metaficcionalidad está maximizada, el lector se
encuentra con un texto que continuamente exhibe su carácter construido y ar-
tificioso, y de esta forma es enfatizada la enseñanza moral del libro: no hay que
dejarse engañar por la ficción.
Encontramos, entonces, detrás del Quijote a un autor jocoso que extiende su
broma al lector. Por medio de esta aplicación, al lector, del mensaje de la obra, el
texto rompe su autonomía ficcional y aparece el autor de manera clara, ya que
quien es responsable de la totalidad textual no es, evidentemente, ninguno de los
narradores ficticios sino el verdadero Miguel de Cervantes Saavedra. Al mismo
tiempo, es importante notar que al mencionar la autonomía de la ficción no se
alude a la autonomía del arte moderno, la cual se manifiesta en el pensamiento
kantiano y postkantiano. Kant divide las facultades de la razón en tres esferas au-
tónomas: el ámbito del conocimiento o de la razón teórica, el de la moral o de la ra-
zón práctica y el de la estética o del juicio. El arte, a partir de Kant, tiene su propio
ámbito de valor que posee autonomía con respecto a los otros dos complejos de ra-
cionalidad.39 El Quijote, por contraste, pretende unir al entretenimiento artístico
una enseñanza moral que afirma la constante necesidad de discernimiento. Igual
que tantos personajes de la novela se dejan seducir por la locura de don Quijote al
seguirle el juego, el lector se ha dejado seducir por la narración, y el autor aparece
para mostrarle, con un guiño burlón, cómo esta historia es una ficción y cómo no
hay que dejarse llevar demasiado por ella.40 De esta forma, queda también claro
cómo el Quijote no puede incluirse en una comprensión del arte que la separa del
pensamiento moral, sino que pertenece a un paradigma en el cual una función im-
A pesar de todo lo mencionado hasta aquí, cabe, sin embargo, argumentar que
el Quijote sí se puede incluir en una determinada vertiente del pensamiento mo-
derno pues la actitud del autor ante el lector que se ha mostrado en lo anterior, se
corresponde con un paradigma moderno en el que el individuo se encuentra ante
una realidad que debe investigar de manera no dogmática. Cervantes ha dado for-
ma a una obra de ficción dotada de una inteligibilidad moral con la que interpela
al lector a juzgarse a sí mismo a la luz que desprende. Por una parte, este juego
que muestra la dificultad de distinguir entre realidad y ficción se integra en el
pensamiento barroco del juego de las apariencias frente a la realidad, del engaño
a los ojos, de la vida como sueño o ilusión, etc. Por otra parte, la interpretación
propuesta en este artículo relacionaría el Quijote con un humanismo cristiano, en-
tendido en sentido amplio, que se manifiesta también en Erasmo de Rotterdam, se
prolonga con Pascal, Leibniz y Jacques Bousset en el s. XVII, entra en el XVIII con
Berkeley y, en España, Feijoo, continúa en el XIX con Schleiermacher y Kierke-
gaard, y entra en el siglo XX con Maritain y Ricoeur, por mencionar sólo algunos
autores. Ésta es una tradición que enfatiza la dignidad del individuo, su libertad
innata y sus posibilidades de discernimiento. En este sentido, no existe ruptura
entre modernidad y pensamiento cristiano. Por contraste, no hay coincidencia con
un escepticismo filosófico que entroncaría con las filosofías de Hume o Kant, esto
es, con los padres fundadores de esa modernidad secularista que se encuentra en
Notas
* El presente artículo es un desarrollo sustancial del texto “Cervantes and Foucault”, Cahiers
Parisiens / Parisian Notebooks, 2008, vol. 4, pp. 343–355.
1. Al igual que el concepto de modernidad, la idea de la novela moderna tiene una amplia varie-
dad de acepciones. En lo que sigue, me referiré a la idea filosófica de la novela moderna que se
fragua en el Romanticismo y se prolonga en el siglo XX.
2. Los románticos consideraban a Cervantes “peculiarly modern in spirit and as their precur-
sor.” (Close, 1978, p. 31).
3. Cf. Octavio Paz, Los hijos del limo, Barcelona 1981 y Peter Bürger, Teoría de la vanguardia,
Barcelona, 1987.
4. En cierto sentido, este artículo es una lucha contra molinos de viento en la medida en que la
visión teleológica de la historia, idea esencial para la mencionada comprensión del Quijote como
la primera novela moderna, ya no posee una contemporaneidad que nos interpela. Una reciente
teoría de la novela como la de Thomas Pavel, de hecho se distancia de una necesaria evolución
del género novelístico y considera una obra como el Quijote más bien como una excepción
antes que como un eslabón necesario: “On voit donc à quel point la distinction est essentielle
entre, d’une part, les esprits aventureux qui se lancent sur de nouvelles pistes, un Richardson, un
Walter Scott, un Huysmans (et avec autant de talent et de courage mais avec moins de succès,
un Marivaux et une Maria Edgeworth), et, d’autre part, les créateurs des monuments littéraires
qui dépassent de loin les circonstances de leur apparition : Cervantès, Fielding, George Eliot
et Proust. Cette distinction corrobore la vision, proposée plus haut, d’une histoire qui résulte
moins de l’efflorescence nécessaire des génies, que de multiples initiatives et d’innombrables
disputes des êtres humains. Précisément parce qu’elle est le fruit d’innovations polémiques, cette
histoire n’est pas donnée à l’avance : elle aurait pu être toute autre.” (Pavel, 2003, p. 411).
5. “Teoría de la novela ha permanecido en el nivel del ensayo, tan desdichado en su proyecto
inicial como en su ejecución, pero que, en sus intenciones, se acerca a la verdadera salida como
no ocurrió en ninguna de las obras contemporáneas” (Lukacs, 1971, p. 19).
6. Tanto F. Schlegel como Schiller operan con una utopía griega contrapuesta al arte moderno,
que sólo puede aspirar a esa perfección. Cf. Habermas, 1989, pp. 49–51.
7. “La novela es la epopeya de un tiempo donde la totalidad extensiva de la vida no está ya dada de
una manera inmediata, de un tiempo para el cual la inmanencia del sentido de la vida se ha vuelto
problema, pero que, no obstante, no ha dejado de apuntar a la totalidad.” (Lukacs, 1971, p. 59).
8. “Así, en tanto que la característica esencial de otros géneros literarios es descansar en una for-
ma acabada, la novela aparece como algo que deviene, como un proceso.” (Lukacs, 1971, p. 76).
9. “Y en una edad donde dominan los sistemas constituyentes, la significación paradigmática
de una vida singular no constituye jamás sino un simple ejemplo.” (Lukacs, 1971, p. 81).
10. “El individuo épico, el héroe de novela nace de esa alteridad del mundo exterior. En tanto
que el mundo sigue siendo interiormente homogéneo, los hombres no se distinguen ya más en
cualidad; sin duda, hay héroes y malvados, justos y criminales, pero la mayoría de los héroes
apenas si supera por una pulgada al enjambre de sus semejantes, y aun los locos escuchan las
palabras más venerables de los sabios. La interioridad aislada no es posible y necesaria sino en
el momento en que lo que separa a los humanos se ha transformado en un foso infranqueable,
cuando los dioses se han callado y ni el sacrificio ni el éxtasis pueden desatarles la lengua o
forzar su secreto, cuando el mundo de la acción se separa de los hombres y esa autonomía los
vuelve huecos, ineptos a asumir el verdadero sentido de los actos, a hacerse símbolo a través
de los actos y refractarlos en símbolos cuando la interioridad y la aventura están para siempre
disociados.” (Lukacs, 1971, pp. 69–70).
11. Foucault comenta el Quijote también en su Historia de la locura (1962). Con respecto al
papel histórico que le asigna en esta obra, diferente del que le otorga en Las palabras y las cosas,
ver Duvivier 1970 y Jensen 2008.
12. “En su ser en bruto e histórico del siglo XVI, el lenguaje no es un sistema arbitrario; está
depositado en el mundo y forma, a la vez, parte de él porque las cosas mismas ocultan y ma-
nifiestan su enigma como un lenguaje y porque las palabras se proponen a los hombres como
cosas que hay que descifrar. La gran metáfora del libro que se abre, que se deletrea y que se lee
para conocer la naturaleza, no es sino el envés visible de otra transferencia, mucho más profun-
da, que obliga al lenguaje a residir al lado del mundo, entre las plantas, las hierbas, las piedras y
los animales.” (Foucault, 1968, p. 43).
13. Por ejemplo la comedia El melancólico de Tirso de Molina, cf. Jensen 2003.
15. “Antes del siglo XVIII, el hombre no existía. (…) Las ciencias naturales han tratado, sin duda
alguna, al hombre como una especie o un género: la discusión sobre el problema de las razas
en el siglo XVIII es testimonio de ello. La gramática y la economía, por su parte, utilizaban no-
ciones como las de necesidad, deseo o memoria e imaginación. Pero no había una conciencia
epistemológica del hombre como tal.” (Foucault, 1968, p. 300, énfasis del autor).
16. “Con la lingüística se tendría una ciencia perfectamente fundada en el orden de las positivi-
dades exteriores al hombre (ya que se trata del lenguaje puro) y que, atravesando todo el espacio
de las ciencias humanas, llegaría a la cuestión de la finitud (ya que es a través del lenguaje y en
él mismo donde el pensamiento puede pensar: de suerte que en sí mismo es una positividad que
vale como fundamental). Por encima de la etnología y del psicoanálisis, más exactamente, intri-
cada con ellos, una tercera “contraciencia” vendría a recorrer, animar e inquietar todo el campo
constituido de las ciencias humanas y, desbordándolo tanto por el lado de las positividades
como por el de la finitud, formaría su impugnación más general.” (Foucault, 1968, pp. 369–370).
17. “Por un camino mucho más largo y mucho más imprevisto nos hemos visto reconducidos a
ese lugar que Nietzsche y Mallarmé indicaron cuando el uno preguntó: ¿Quién habla?, y el otro
vio centellear la respuesta en la Palabra misma. La interrogación acerca de lo que es el lenguaje
en su ser vuelve a tomar una vez más su tono imperativo.” (Foucault, 1968, p. 371).
18. En El discurso filosófico de la modernidad Habermas ha descrito cómo este “olvido del Ser”
es una figura de pensamiento recurrente en la modernidad, cuya superación se proyecta tanto a
un pasado arcaico como a un futuro utópico.
19. Habermas ha denominado certeramente esta vertiente del pensamiento moderno como una
“metafísica negativa”. Esta comprensión es la consecuencia de la tradición metafísica (Plotino)
que separa capacidad cognoscitiva humana y el Uno, principio y fuente de todo, pues “este con-
cepto ontológico-negativo del Uno como de una superabundancia o exceso que escapa a todo
discurso argumentativo, abre el camino para una crítica autorreferencial de la razón que retiene
todavía al pensamiento de Nietzsche, Heidegger y Derrida en el círculo mágico de la metafísica.
Siempre que el Uno se piensa como absoluta negatividad, como privación y ausencia, como
resistencia contra el habla proposicional en general, el fundamento de la racionalidad se revela
como el abismo de lo irracional.” (Habermas, 1990 [1988], p. 161).
20. Miguel de Cervantes, Don Quixote de la Mancha. Edición del Instituto Cervantes 1605–
2005. Dirigida por Francisco Rico. Barcelona, Galaxia Gutenberg / Círculo de lectores, Barcelo-
na, 2004, Segunda parte, capítulo 74, pp. 1136–37. En lo que sigue, se citará de esta edición de la
siguiente manera: (II, 74, 1136–37).
21. La composición o estructura del Quijote ha sido estudiada en varias ocasiones (Togeby 1977
[1957], Casalduero 1966, Martín Morán 2003, Morón 2005 entre otros) y dado que para la presen-
te discusión únicamente es relevanten la medida en que la obra tiene un acabamiento cerrado, no
voy a abordar la cuestión de la estructura de manera detallada. Por otra parte, es necesario notar
que Lukacs concede que la composición del Quijote se cierra en un acabamiento perfecto en cuan-
to a las ideas pero no en cuanto a las partes narrativas: “Ahí [en el Quijote], los acontecimientos
son casi intemporales; constituyen una tornasolada serie de aventuras aisladas en sí y, si es verdad
que el desenlace da su perfección al todo, en el plano de los principios y de los problemas, no es,
no obstante, sino ese propio todo lo que viene a coronar y no la totalidad concreta de sus partes.”
(Lukacs, 1971, p. 140–141). Al mismo tiempo, Lukacs explica esto como un acontecimiento único
e irrepetible: “A este respecto, como en todos los otros, el hombre que sin conocerlos ha vencido
los peligros inherentes a la forma que ha elegido, el hombre que ha sabido encontrar el secreto
de una inverosímil perfección, no es el ingenuo escritor Cervantes, sino más bien el visionario
intuitivo de un instante histórico-filosófico único y que no volverá jamás.” (Lukacs, 1971, p. 141).
22. El estudio de Martínez Mata nos recuerda que “[c]omo es sabido desde el temprano estudio
de Canavaggio (1958), Cervantes pondría en práctica en el Quijote los consejos de Alonso López
Pinciano formulados en su Filosofía antigua poética, en la que, siguiendo a Aristóteles, se reco-
mienda perseguir la variedad dentro de la unidad.” (Martínez Mata, 2008, p. 141).
23. En cuanto a la cuestión de la validez de identificar las ideas del canónigo con las de Cer-
vantes, basta comprobar en qué medida el Quijote se adapta a las convicciones sobre las obras
de ficción que expresa este personaje. Tanto con respecto a la construcción del texto –que ha
de formar “una figura proporcionada”– como con respecto a la enseñanaza placentera, la obra
cervantina se corresponde con la preceptiva del canónigo.
24. Alexander A. Parker, “El concepto de la verdad en el Quixote”, RFE XXXII (1948), pp. 287–
305. Joaquín Casalduero, Sentido y forma del Quijote, Madrid, 1966. Otis H. Green, Spain and
the Western Tradition, 1–4, Madison, Wisconsin, University of Wisconsin Press, 1963–68, vol.
IV, pp. 60–73. Cesáreo Gómez Bandera, “Monda y desnuda”: la humilde historia de Don Quijote,
Madrid, Iberoamericana, 2005, por citar sólo unas pocas referencias.
25. Unas pocas referencias: Canavaggio 1977; López Navia 1989 y 1991; Molho 1989 y 1992;
Parr 1992; el Saffar 1968; Weiger 1996.
26. “En efeto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más estraño pensamiento que jamás dio
loco en el mundo” (I, 1, 43); “«… y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de
Montiel». Y era la verdad que por él caminaba.” (I, 2, 50); “… tanto le dijo, tanto le persuadió y
prometió, que el pobre villano se determinó de salirse con él y servirle de escudero.” (I, 7, 99).
27. “Bien es verdad que el segundo autor desta obra no quiso creer que tan curiosa historia
estuviese entregada a las leyes del olvido”. (I, 8, 113).
28. “Unreliable narrator”, término acuñado por Wayne Booth en The Rhetoric of Fiction (1961).
29. Ya Clemencín lo nota en su edición. Para explicaciones, ver López Navia, 1989 o Locke,
1969.
30. En la enmienda no se explica de qué manera fue robado el burro ni se menciona el golpe
que Sancho se dio al caer a tierra según su relato en la Segunda parte, sino unicamente que
“[s]alió el aurora alegrando la tierra y entristeciendo a Sancho Panza, porque halló menos su
rucio; el cual, viéndose sin él, comenzó a hacer el más triste y doloroso llanto del mundo, y fue
de manera que don Quijote despertó a las voces y oyó que en ellas decía:
–¡Oh hijo de mis entrañas, nacido en mi mesma casa, brinco de mis hijos, regalo de mi mu-
jer, envidia de mis vecinos, alivio de mis cargas y, finalmente, sustentador de la mitad de mi
persona, porque con veinte y seis maravedís que ganaba cada día mediaba yo mi despensa!
Don Quijote, que vio el llanto y supo la causa, consoló a Sancho con las mejores razones que
pudo y le rogó que tuviese paciencia, prometiéndole de darle una cédula de cambio para que le
diesen tres en su casa, de cinco que había dejado en ella.” (ed. cit. Apéndice, p. 1348).
31. Otro ejemplo de este juego es cuando Sansón Carrasco plantea una segunda objeción a la
Primera parte: qué ocurrió con los cien escudos que Sancho encontró en la maleta de Sierra
Morena, pues esto tampoco es narrado. El bachiller considera esta pregunta “uno de los puntos
sustanciales que faltan en la obra” (II, 3, 714). Sancho responde con indignación alegando que
gastó los cien escudos “en pro de mi persona y de la de mi mujer y de mis hijos, y ellos han sido
la causa de que mi mujer lleve en paciencia los caminos y carreras que he andado sirviendo a mi
señor don Quijote” (II, 4, p. 716), y todavía añade: “y cada uno meta la mano en su pecho y no
se ponga a juzgar lo blanco por negro y lo negro por blanco, que cada uno es como Dios le hizo,
y aún peor muchas veces.” (II, 4, 717).
32. En la misma línea, don Quijote manifiesta su disconformidad con el énfasis que el autor
pone en “los infinitos palos” que recibe el protagonista. Cuando se entera de la incongruencia
del burro de Sancho, don Quijote afirma “que no ha sido sabio el autor de mi historia, sino algún
ignorante hablador, que a tiento y sin algún discurso se puso a escribirla, salga lo que saliere”
(II, 3, 711).
33. Es importante señalar que aparte de las incoherencias señaladas se pueden localizar otras
muchas. Una de ellas es la incongruencia temporal entre los diez años que pasaron entre la pu-
blicación de las dos partes del Quijote y el tiempo que afirma Sansón Carrasco al comienzo de
la Segunda parte que ha pasado desde que se publicó la Primera parte (un mes, cf. II, 2, n. 48).
También se pueden mencionar los cambios en los nombres: Quijada o Quesada, Sancho Zancas,
Teresa Panza o Teresa Cascajo, etc. “Otras algunas menudencias había que advertir, pero todas
son de poca importancia y que no hacen al caso a la verdadera relación de la historia, que nin-
guna es mala como sea verdadera.” (I, 9, 120). Todas estas incongruencias apuntan en la misma
dirección: el juego metaficcional del texto que el lector tiene entre sus manos. Lathrop (1984)
ha propuesto una interpretación de los “errores” cervantinos que en gran medida coincide con
la que se desarrollará en lo que sigue puesto que los comprende como una inclusión del lector
en el juego de la ficción.
34. Sobre el papel del Demonio en el Quijote, ver M.D. Hasbrouck, “Posesión demoníaca, locu-
ra y exorcismo en el Quijote”, Cervantes: Bulletin of the Cervantes Society of America 12.2 (1992),
pp. 117–126 así como I. Padilla, El diablo y Cervantes, México D.F., 2005.
35. La expresión proviene de M. Molho, quien tampoco piensa que sean errores sino que in-
terpreta los “descuidos” cervantinos como consecuencia de esa “amnesia controlada” que es
expresada en la primera frase de la obra (Molho 1989 y 1992). Cabría añadir que, a pesar de la
variedad de narradores y autores, el estilo es el mismo a lo largo del texto, está claro que este li-
bro tiene un solo autor con un estilo inconfundible. En el fondo, esta interpretación de los juegos
autoriales guarda analogía con el consejo que el amigo anónimo le da a Cervantes en el prólogo
a la Primera parte sobre cómo conseguir poemas o epigramas laudatorios para el principio del
libro: “que sean de personas graves y de título, se puede remediar en que vos mesmo toméis
algún trabajo en hacerlos, y después los podéis bautizar y poner el nombre que quisiéredes,
ahijándolos al Preste Juan de las Indias o al Emperador de Trapisonda, de quien yo sé que hay
noticia que fueron famosos poetas” (I, Prólogo, 14).
36. A lo largo de ambas partes del Quijote se repite la expresión “dicen que” para fundar el
origen verídico de la narración en una tradición popular. No deja de ser llamativo que esta
rivalidad entre autores, archivos y transmisión oral por aportar datos sobre la historia de don
Quijote se trasladase a la realidad con la versión apócrifa de Avellaneda, ya que de esta manera el
propio Avellaneda cedió a la tentación de penetrar en la ficcionalidad de don Quijote aportando
una nueva versión de la obra. Es altamente significativo que en el prólogo a la Segunda parte,
Cervantes encomiende al lector que, si se encuentra con Avellaneda, le diga de su parte “que no
me tengo por agraviado, que bien sé lo que son tentaciones del demonio, y que una de las mayo-
res es ponerle a un hombre en el entendimiento que puede componer y imprimir un libro con
el que gane tanta fama como dineros y tantos dineros cuanta fama; y para confirmación desto,
quiero que en tu buen donaire y gracia le cuentes este cuento:” (II, Prólogo, 675, énfasis mío). A
continuación, Cervantes narra dos cuentos de locos, con lo que la conexión entre el pecado de
la soberbia y la locura es evidenciada.
37. Esta idea está en consonancia con la tesis de Ruth el Saffar (1968) sobre la relación entre
texto y autor.
38. En los capítulos dos y tres de la Segunda parte se encuentran numerosas referencias a los co-
mentarios a que ha dado lugar la Primera parte del Quijote. Por ejemplo, menciona Sancho que
“unos dicen: «Loco, pero gracioso»; otros, «Cortés pero impertinente»; y por aquí van discu-
rriendo en tantas cosas que ni a vuestra merced ni a mí nos dejan hueso sano.” (II, 2, 701–702).
39. Es necesario mencionar que si bien Kant no separa completamente lo bello y lo bueno, ya
que en la Crítica del juicio (1790) afirma que el arte es símbolo de lo moralmente bueno, es él
quien sienta la base para la posterior independencia de lo estético con respecto a lo moral. Con
referencia a Kant, Taylor afirma; “What the object of beauty gives us is something quite distinct
either from utilitarian satisfactions or from the fulfilment of moral demands. The basis is there
for a declaration of independence of the beautiful relative to the good.” (Taylor, 1989, p. 423).
40. A lo largo de toda la obra los narradores insisten en la verdad de lo narrado. Evidentemente,
este postulado es irónico y enfatiza el carácter ficticio del Quijote pues Cide Hamete únicamente
pide “que le den el mismo crédito que suelen dar los discretos a los libros de caballerías, que tan
validos andan por el mundo” (I, 52, 647).
42. “Par appropriation, j’entends ceci, que l’interprétation d’un texte s’achève dans
l’interprétation de soi d’un sujet qui désormais se comprend mieux, se comprend autrement, ou
même commence de se comprendre.” (Ricoeur, 1970, pp. 194–195).
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