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CRIMINALIZACIÓN
EN UNA SOCIEDAD
GLOBAL
CAPÍTULO 1.A
Adela Erades Pérez
Maria Marco Villalba
Natalia Sayas Cervera
Enrique Oliver Molina
Víctor Royo Gasó
Clara Pons Gilabert
Giulia Maria Durca
Marc Granell
Juyai Jiménez Solís
Grupo 1 Criminología
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ÍNDICE
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1.¿QUÉ ES EXACTAMENTE EL DELITO?
El delito no es algo estático a través de los años, se trata de valoraciones que la sociedad
hace sobre los comportamientos o situaciones empíricas en un momento de coyuntura
social y política. Las normas que los delimitan reflejan unos intereses que pretenden ser
protegidos. Éstas, pueden estar provistas de más o menos legitimidad, y de aquí se deriva
otro hecho fundamental para la comprensión del delito, en los procesos de criminalización
interviene el poder político.
La explicación de porqué delitos que no eran criminalizados en otras épocas lo son a día
de hoy ha de referirse a un cambio de valores y formas de vida, a la evolución de la
tolerancia frente al delito y a las correlaciones políticas y sociales. Aunque la situación
material, no explica por sí misma el delito, los cambios sociales no producen
automáticamente determinadas tipologías. Casi todos los delitos de cuello blanco
contradicen el reduccionismo clásico de estas tipologías.
En cambio, no hay duda de que los cambios sociales influyen en la tasa de criminalidad,
pero nunca de forma simple y lineal. El objetivo es averiguar cómo, cuándo y porqué va
cambiando la imagen que una sociedad tiene de las conductas desviadas y punibles. Son
estos cambios en la percepción y la tolerancia lo que ha disparado la tasa de criminalidad en
el mundo, no el aumento sin más de su frecuencia.
Algunos tipos de conductas pueden ser percibidas como desviadas, recogerse en los
códigos penales, pero esto no hace que sean activamente perseguidos por lo gobiernos,
denunciados por la opinión pública o percibidos como crímenes por la ciudadanía. Son
definidos con otros nombres, como evasión fiscal o especulación urbanística.
Pero el mayor problema es cuando el dinero ilegal atraviesa jurisdicciones en las que la
legislación es distinta, el rastro del delincuente se pierde entre desacuerdos de los
gobiernos. Otras veces, aun siendo plenamente visibles no son criminalizados en a práctica
diaria, ya que muchos se benefician de ellos. La mayoría de estos delitos son difusos,
mientras que sus beneficiarios son concretos y directos, esto dificulta su criminalización y su
denuncia como actos ilícitos.
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La criminología y el Derecho Penal, son criticados por no abordar estas conductas
delictivas o por hacerlo de forma arbitraria, tardía y selectiva. Conceptos como “crímenes de
Estado”, “criminología verde” o “crímenes contra la humanidad” intentan poner fin a esta
problemática.
Ilustrada: Porque aborda tanto los hechos que se han cometido, quien los ha cometido
sino que también se aborda sus repercusiones. Por lo tanto el objetivo principal del
criminólogo debe ser el arrinconamiento del prejuicio, el rechazo de las medias verdades y
la comprensión de los fenómenos sociales.
Tomando la teoría neokantiana no queda claro dónde está la frontera entre la percepción
del delito (subjetiva) y la existencia de comportamientos y riesgos reales (objetiva). Su teoría
“sociedad del riesgo global” explora los fenómenos de la seguridad y del peligro
arbitrariamente pues se basa en una confusión entre los “subjetivo” y lo “objetivo”. Los
fenómenos de la inseguridad y del peligro son analizables racional y empíricamente pero
para hacerlo hay que explorar la realidad antes de crear una teoría, intuición o idea general.
Esto obliga a tratar el riesgo, el peligro o delito de una forma concreta e inductiva,
analizando más en su particularidad. Si no se hace de esta forma hay riesgo de que todo
acabe convirtiéndose en una nube tóxica de “Riesgo” generadora de intranquilidad y temor.
Esta forma de abordar el riesgo o ciertos delitos no solo no excluye el análisis de las
percepciones “subjetivas” sino también la percepción ciudadana de estas conductas ilegales
hechos que influyen sobre los comportamientos de los propios ciudadanos, realidades
sociales “objetivas”.
Deshacer esa nube tóxica del “Riesgo” y definir los nuevos fenómenos delictivos con el
máximo de precisión en medio de una gran complejidad social y política son dos de los
principales retos de una criminología ilustrada en la actualidad. Solo así se va a poder
contrarrestar el uso contingente, selectivo y aleatorio de algunos términos. A esto hay que
añadirle la necesidad de concretar más en los términos “riesgo” y “peligro” ya que cada vez
se han venido haciendo más abstractos e inverificables para la sociedad civil, su principal
víctima potencial.
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complejidad de los fenómenos de seguridad, o la falta de recursos en I+D. Esto hace que se
cree un círculo vicioso que obliga a la opinión pública a creerse todo lo que se dice. Al
hacerlo se acepta repercusiones penales que pueden llegar a alterar la vida de muchas
personas.
Para hablar de seguridad deberíamos hacerlo desde una perspectiva pluralista ya que se
ha de tener en cuenta los diferentes intereses y puntos de vista. Cada punto de vista va no
va asociado únicamente a riesgos y amenazas diferentes, sino también a ganadores y
perdedores que son distintos según el interés de los actores, países y grupos que nos
encontremos.
Por otro lado la investigación individualizada de los delincuentes y los delitos es cada vez
más costosa, lo cual hace imposible la investigación de todos ellos y obliga a centrarse en el
risk analysis maximizando los recursos en una situación de desbordamiento del delito
concentrándose en escenarios inabarcables. Pero esto no es solo un problema económico y
técnico sino también diplomático y militares que afecta a su análisis. Los nuevos criminales
son cada vez más inaccesibles, son entes insecuritas. No tienen que haber cometido ningún
delito pero han perdido su presunción de inocencia porque se mueven en un espacio
generador de Inseguridad y de Riesgo empíricamente verificable.
Estos entes insecuritas (inmigrantes ilegales, musulmanes, etc.) son figuras que según
en la coyuntura política y estado de opinión política los convierten en delincuentes
potenciales. Esto hace que se centren mayoritariamente en los actores y no en los actos.
Los mismo actores también adquieren lecturas diferentes según aquel que los juzga. Por lo
tanto el Estado se debería centrar por apostar por una seguridad concreta (seguridad
educativa, financiera, etc) y no universal. Pero en ningún caso se puede aspirar a espacios
limpios de inseguridad totalmente ya que esto podría causar desconfianza de sus
ciudadanos. El resultado sólo podría ser el aumento de la sensación subjetiva de amenaza
entre los sectores cada vez más amplios de la ciudadanía.
En la sociedad tan politizada y cegada por la buena economía en la que vivimos, parece
que solo hay un culpable para el delito: el de aquellos que dejan ser ciudadanos de facto.
Así, el derecho deviene en política y los derechos de los individuos, sus espacios de libertad
y los límites impuestos al proceso penal, no tienen lugar alguno.
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estructuras. Salen airosos de sus responsabilidades delictivas tales como estafas,
financiación ilegal, especulación, creación de puesto de trabajo vinculados a recalificaciones
urbanísticas… Y esto se debe a la importante funcionalidad que tienen en las políticas
económicas.
Por el contrario, los segundos, conocidos como delincuentes de cuello azul, pertenecen a
los sectores socialmente desfavorecidos, son delincuentes activos en el mundo de la
marginalidad y constituyen el mayor porcentaje de los presos cumpliendo condena en las
cárceles. Para éstos la suerte es distinta, pues el radar criminológico se orienta hacia los
comportamientos cometidos por aquellos que ya no cuentan ni en lo político ni en lo
económico.
De este modo se blinda el delito de consecuencias sistemáticas llevado a cabo por los
“ganadores” frente al delito de alcance personal y local (perdedores), no focalizando la tarea
en esclarecer los delitos más dañinos antes que los más fáciles de investigar.
Por ello, debemos tener en cuenta que el crimen no es un hecho puro, sino mestizo. De
este modo, podremos seguir una línea de trabajo desde la criminología ilustrada,
considerando los delitos como construcciones históricas cambiantes, enumerando los
actores involucrados y creando discursos penales con sus razones e intereses a preservar.
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1) El no-conocimiento, el carácter fronterizo y relativo del saber, son propios de todas
las ciencias. Sin embargo, ninguna de ellas tiene que enfrentarse al hecho de que los
únicos que son capaces de esclarecer las realidades de investigar, los delincuentes y las
fuerzas policiales que tienen un contacto más directo con el delito no están siempre
interesados en hacerlo, al menos de forma científicamente satisfactoria. El argumento de
la seguridad les resta a los investigadores independientes muchas posibilidades para
acceder a fuentes fiables. El origen del desconocimiento no está solo en la dificultad de
los objetos de estudio, sino además en la existencia de numerosos actores fuertemente
interesados en evitarlo
b. Las fuerzas policiales y la fiscalía: muchas veces existe un interés oficial por
reducir las cifras de delito para tranquilizar a la opinión pública. En los últimos
años, sin embargo, tienden a hacer lo contrario, a magnificar las cifras y la
peligrosidad del delito y de los delincuentes con el fin de obtener más recursos
económicos para revalorizar la función social de la policía o para vincular el
problema de la seguridad a estrategias militares y de política exterior. Cuantos
más grupos de criminales organizados existan y más peligrosos sean más dinero
se podrá obtener para combatirlos y más meritoria será su detención.
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parte de su capacidad económica y de su independencia para llevar a cabo
investigaciones, sobre todo cuando sus partidos de referencia o sus socios
capitalistas tienen algo que ver con los delitos. Esto afecta sobre todo al
esclarecimiento de los delitos de cuello blanco cometidos por personas
políticamente comprometidas.
Resulta mucho más rentable y productivo para una empresa periodística asistir a
conferencias de prensa convocadas por las fuerzas policiales, escuchar a sus
expertos, reproducir críticamente los datos generados por las fuentes oficiales,
limitarse a empaquetar la noticia siguiendo criterios comerciales antes que
científicos y dejar de lado las investigaciones.
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En conclusión, la identificación racional de los comportamientos susceptibles de ser
criminalizados, así como la definición de los peligros que emanan de ellos, no tiene tantos
aliados como pudiera parecer a primera vista.
Debería ser razón para el fomento de una cultura de la prudencia a la hora de dar por
seguros algunos conocimientos, para precisar la definición de los peligros y de los daños
relacionándolos con las intenciones concretos de sus actores, para afilar las metodologías y
los recursos destinados, así como para explotar también de forma racional el poder político
y económico que los delincuentes pueden acumular realmente. De dicho poder depende la
capacidad real de los delincuentes de poner en peligro los intereses y la seguridad
colectivos.
El delito está conectado estrechamente con los problemas relacionados con las cifras,
que en este caso son derivadas del crimen. Estas cifras pocas veces reflejan los datos
reales ya que en ocasiones las víctimas no denuncian. Las estadísticas de delitos son
problemáticas porque normalmente existe un uso político de dichas estadísticas, como por
ejemplo las relacionadas con las cifras de desempleo.
Por lo tanto, en el ámbito del delito no es aconsejable usarlas para la toma de decisiones
en cuanto a las estrategias contra el crimen. Esto se debe a que las lagunas estadísticas
son excesivas y los informantes de algunos países son entre poco y nada fiables.
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El problema de las cifras del delito en relación con el poder se presenta de manera que
muchos datos son utilizados como herramientas al servicio de la política. Esta conexión
crimen-poder ha hecho que las instituciones financien a un tipo de expertos que se apoyan
en cifras que no son muy consistentes. Esto ha creado una insaciable “demanda” por parte
del gobierno y una “oferta” de datos fáciles que solo reflejan lo que ya se había confirmado
como peligroso.
Los Estados que no inviertan en la generación de saberes propios tienen que dar por
válidos aquellos producidos por otros y conformarse con aceptar las hipótesis y decisiones
políticas derivadas de ellos.
Sin embargo no es imposible crear unas cifras y datos verídicos y reales sobre delito pero
siempre y cuando se defina adecuadamente aquello que se cuantifica.
Tras la Segunda Guerra Mundial se produce una expansión económica sin precedentes
en los países occidentales, dicha expansión viene arropada por cambios sociales en cuanto
a derechos para los ciudadanos, entre ello el derecho al voto o un sistema legal igual para
todos, un trabajo estable, una carrera profesional, vivienda digna, educación pública, de este
modo el bienestar de los ciudadanos pasa a convertirse en un elemento funcional para el
sistema económico.
El fordismo, una de las características más importantes del capitalismo, fue creando una
“sociedad de la inclusión” (Jock Young). El aumento de la productividad y el incremento de
los salarios reales fueron creando un “ascensor social”, es decir, todos los grupos sociales
mejoraron su capacidad adquisitiva. En paralelo a éste, hay otro fenómeno decisivo desde el
punto de vista criminológico, que fue que debido a la mejora absoluta del bienestar se
llevara a cabo un incremento más rápido de los recursos en manos de una parte de la
población en relación con el resto.
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El crecimiento económico hizo aumentar la población activa asalariada a costa de los
autónomos tradicionales generando una extensión de las relaciones mercantiles de tipo
“moderno”. Los espacios formalizados se fueron imponiendo frente a los tradicionales, es
decir, lo nuevo se fue comiendo a lo viejo, el mundo tradicional fue “colonizado” por el sector
“moderno” de la sociedad. Los modelos tradicionales de familias, sus valores, fueron
perdiendo importancia, además las formas de vida se individualizaron, en este momento,
dependían de los salarios.
Todo fue creando una nueva cultura del consumo que dependía del mercado y de unas
nuevas formas de vivir y trabajar, conocida como “consumismo”. También las relaciones
pasaron de ser colectivas y cooperativas a individuales y competitivas, y esto a pesar de
que las personas coexistían cada vez más en espacios interdependientes debido al
aumento de la urbanización. Todos estos cambios provocaron transformaciones normativas
que afectaron tanto a la definición del bien y del mal como a los mecanismo de control y
sanción sociales, además acompañaron a los procesos de modernización social en la
mayoría de los países.
Esta modernidad no puede considerarse como destructiva, ya que este tipo de sociedad
mercantil tiene consecuencias paradójicas, ya que por un lado el individuo gana libertad
frente al grupo, pero por otro, las sociedades modernas sólo son capaces de combinar
individualización e igualdad de oportunidades si proporcionan un acceso a recursos
económicos, culturales y sanitarios.
Esta subjetividad era impulsada por una transformación estructural de las sociedades
occidentales, y que cada vez más se iba extendiendo a más y más grupos sociales,
regiones y países a través de los medios de comunicación y de los nuevos iconos culturales.
Como ya he dicho, estos cambios afectaron de lleno a la frontera que separaba los
comportamientos delictivos de los comportamientos aceptados socialmente.
Cada país aplicó de forma diferente el nuevo modelo de Estado de bienestar, teniendo un
peso muy desigual en los procesos de destradicionalización, en unos el cambio fue más
rápido, mientras que en otros Estados el cambio tardó en llegar. Estos nuevos modelos de
Estado trataron de mitigar los efectos más injustos propios de la modernidad, aunque en
algunos países los nuevos modelos no llegaron a aplicarse o lo hicieron con posterioridad
(el sur de Europa, Corea o Japón), donde el proceso de modernización fue rápido pero los
cambios tardaron en llegar, a diferencia de países como los del norte y centro de Europa.
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Todo ello conlleva a una prolongada coexistencia entre las formas viejas y nuevas de
control en convivencia con los complejos sistemas de control del delito que nunca encajaron
con el canon de modernización del capitalismo, en el que se erosionaron instituciones
sociales como la familia o la comunidad de la iglesia.
Aquellos países que se modernizaron más rápido o más lentamente (Gran Bretaña,
EEUU, Alemania o los países escandinavos) sufrían una agonía que la crisis de 1930
terminó por liquidarlos y sus gobiernos se vieron obligados a crear nuevos sistemas de
racionalización.
Con la modernización la doble moral que creaban las dos esferas, la pública y la privada,
ha ido desmontándose, aunque no ha desaparecido con la liquidación de las sociedades
tradicionales de la misma forma que no ha desaparecido la diferenciación entre el bien y el
mal, aunque ambas adquieren unas nuevas dimensiones y se reorganizan fuera de los
límites definidos por las instituciones tradicionales.
En los años del boom de la postguerra se produjo una mejora de la situación social, a
pesar de ello esto no llevó a una reducción del delito. Al contrario, se produce un fuerte
aumento del mismo, aunque los delitos no son los mismos: los de la propiedad y del honor
tendieron a disminuir, pero debido a la emancipación de mujeres y niños hizo que se
denunciara más sus casos, en resumen violaciones. Esto se produjo porque paso a
denunciarse, no porque no ocurriera antes.
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Cabe destacar que el aumento de esta criminalidad se debe a lo que recibe el nombre de la
„primera combinación mundial‟: una combinación entre los procesos de destradicionalización
y la sensación de privación relativa.
Estos fenómenos vienen dados por los cambios en las sociedades, es decir, al tener
todos los mismos derechos y obligaciones se supone que todos pueden acceder a los
mismo recursos que estén al alcance en ese momento, pero siguió habiendo una
desigualdad en la sociedad que fue la que determinó el incremento de la delincuencia,
puesto que ya no se admite que el bienestar y el prestigio dependa de un intercambio de
favores. Como resultado obtenemos tres formas diferentes de transgresión: delictiva, política
y criminal. Es importante manifestar que muchos de los robos o asesinatos que se
producían eran resultado de una búsqueda de disfrute de productos de alta gama que
pertenecían a los más privilegiados.
Es en 1965 cuando empiezan a surgir las primeras manifestaciones creadas por una
creciente tensión social por casos como en el de Watts, Los Ángeles donde la no inclusión
de los afronorteamericanos no querían estar dentro del sistema político y cultural.
Pero fue realmente la suma de dos „combinaciones letales‟ la que haría aumentar las
tasas de criminalidad.
La segunda viene dada por juntarse la primera con un encarecimiento de las condiciones
de vida de los países afines a las ideas del capitalismo moderno. Años después se puede
hacer un mapa del delito según los avances que provocaron en la época los países, es
decir, aquellos donde no había un Estado de bienestar, pero sí unas redes de solidaridad y
mutualismo son capaces de mantener el delito controlado.
En los países cuya destradicionalización fue muy rápida aún persiste el mundo tradicional
en algunos ámbitos aunque en proceso de descomposición. Los países subdesarrollados
debido a su rápida modernización forman parte de este grupo y su tejido de solidaridad es
insuficiente para mantener a rajatabla el delito.
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territorios locales para desarrollar sus actividades delictivas y no en la vinculación a
mercados internacionales ( más difíciles de controlar).
Los países en desarrollo en los que ahora se intentan implantar bienes producidos en
países más desarrollados son en su mayoría espacios económicos locales desconectados
aún de la gran economía internacional. En dichos espacios rigen todavía valores propios de
sociedades tradicionales
La globalización por tanto viene acompañada de políticas liberales que rompieron con lo
tradicional y que han llevado a una mayor comunicación gracias a las TIC, que ha sido
decisivas para la aceleración de dichos cambios culturales reduciendo así el tiempo de
adaptación y asimilación de los estándares del consumo occidental entre poblaciones
empobrecidas.
Las ciudades tienen un particular protagonismo en los nuevos escenarios del crimen.
Pero los espacios locales y rurales también merecen ser analizados, sobre todo en su
relación con la acción de los estados y con los procesos de construcción nacional que
incluye la implantación territorial del monopolio en el uso de la violencia.
Los municipios dispersos y apartados, en los que las formas económicas tradicionales
generaron durante siglos unos equilibrios basados en el respeto de normas
consuetudinarias, de solidaridades informales y de poderes más o menos reconocidos,
sufrieron una rápida transformación tras su incorporación a los flujos económicos modernos.
Estos cambios afectaron a los equilibrios de poder. En algunos de estos espacios se han
hecho fuertes muchas organizaciones criminales en la era de la globalización, pero no
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porque desarrollaran un inmenso poder o porque fueran el producto de la globalización, sino
porque aprovecharon el vacío de poder y legitimidad existente desde hacía mucho tiempo.
Todos son casos únicos, pero tienen casos importantes en común: su incapacidad de
encontrar alternativas económicas locales a su rápida exposición a la gran economía
procedente de los espacios más dinámicos, la debilidad de sus instituciones locales, que
incluye muchas veces una presencia débil o corrupta de funcionarios públicos, pero también
la precariedad social en la que han pasado a vivir sus habitantes en medio de un rápido
proceso de modernización no regulado ni excesivamente ordenado políticamente . En todos
estos casos se trata de regiones periféricas, originariamente poco desarrolladas e
incorporadas de forma más bien rápida y no regulada a la economía internacional tanto a la
legal como también a la ilegal.
El norte y el sur de Italia se desarrollaron mucho más despacio que el resto del país y su
tejido nacional se mantuvo intacto hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX. Las
redes clientelares y los mecanismos de coerción orquestados por los grandes propietarios
agrarios destinados a conservar su poder, también permanecieron intactos.
El tejido tradicional, que incluiría los espacios de poder de la Mafia, se fue adaptando a
los nuevos tiempos. El “clientelismo de notables”, propio de la sociedad tradicional, se fue
convirtiendo en un “clientelismo de partido” más adaptarlo a las sociedades modernas. El
ejemplo del mezzigirono italiano permiten aventurar algunas hipótesis más generales,
algunas de ellas son extrapolables a la realidad de algunas de las regiones más inseguras
del continente latinoamericano:
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- Cuando la (brusca) modernización de un tejido tradicional dotado de fuertes poderes
locales heredados del pasado, y que le venían disputándole al Estado el monopolio
de la violencia, no influye reformas estructurales con capacidad de socavar dichos
poderes, lo viejo no desaparece, sino que adquiere una nueva funcionalidad.
- Las estructuras criminogénicas no se extinguen, sino se modernizan.
- La democratización política y el intento de legitimar a través de ella la acción del
estado facilita el entrelazado de instituciones modernas con las viejas estructuras
criminales con el agravante de que los primeros aportan ahora una legitimación que
antes no tenían.
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fiscales se beneficiaron de dichos movimientos a lo largo de todo el siglo XX principalmente
por las clases propietarias.
Muchos cambios en los comportamientos financieros no tienen que ver directamente con
el crimen, sino con cambios en la valoración de estas mismas conductas.
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