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LA ARGENTINA Y EL

IMPERIALISMO BRITÁNICO

LOS ESLABONES DE UNA CADENA


1806-1833

Rodolfo y Julio Irazusta

EDICIONES ARGENTINAS
“CONDOR”

Buenos Aires

Este material se utiliza con fines


exclusivamente didácticos
ÍNDICE
Prefacio .................................................................................................................................................. 7

Primera parte
LA MISIÓN ROCA

I.–Errores corrientes sobre la negociación diplomática .................................................................. 13

II.–Elementos de la negociación de 1933 .......................................................................................... 16

III.–La elección del personal ............................................................................................................. 22

IV.–La política de los ingleses ............................................................................................................ 26

V.–El diálogo inverosímil: la voz ....................................................................................................... 30

VI.–El eco ............................................................................................................................................ 37

VII.–Paralelo sobre la gratitud estadual .......................................................................................... 44

VIII.–Verdadera historia de las relaciones anglo-argentinas ......................................................... 53

IX.–La amistad internacional ............................................................................................................ 59

X.–El criterio de los delegados argentinos ........................................................................................ 64

XI.–La negociación ............................................................................................................................. 69

Segunda parte
EL TRATADO

I.–Características generales ............................................................................................................... 77

II.–La cuota del “chilled” ................................................................................................................... 82

III.–Los cambios ................................................................................................................................. 87

IV.–La rebaja del arancel .................................................................................................................. 92

V.–El protocolo ................................................................................................................................... 98

VI.–Al regreso de la misión .............................................................................................................. 103

VII.–La ratificación .......................................................................................................................... 108

VIII.–Significado de toda la transacción ........................................................................................ 117

Tercera parte
HISTORIA DE LA OLIGARQUÍA ARGENTINA

I.–La oligarquía en el gobierno ....................................................................................................... 133

II.–La primera emigración .............................................................................................................. 146

III.–Del despotismo ilustrado a la propaganda libertaria ............................................................ 158

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IV.–El gobierno “in partibus” ......................................................................................................... 171

V.–La restauración de 1852 y sus consecuencias ........................................................................... 186

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Este libro estaba terminado a fines de 1933, antes que los decretos del Poder Ejecutivo nacional
sobre el precio mínimo para los cereales y el régimen de los cambios modificaran asaz la materia que
tratamos. El tedio por la obra acabada, el interés por una nueva en gestación, nos harían imposible
emprender la tarea de eliminar de este libro toda traza de anacronismo en las partes que más directamente
se relacionan con la actualidad. Lo creemos innecesario. Nuestro juicio definitivo sobra el fondo del asunto
no ha sido informado por la realidad posterior a su formación.
La desvalorización del peso, corrección de las ventajas otorgadas a Inglaterra en los aforos, es
pequeña en relación con la cotización de la libra. Y el respaldo de nuestra moneda en la inglesa da a las
relaciones comerciales anglo-argentinas una estabilidad que es la mejor garantía de dichas ventajas. Ellas
son tan enormes que los mismos diarios financieros de Londres las creen injustas.
De todos modos, la política financiera inaugurada por el sucesor del doctor Hueyo, cualquiera sea
su insuficiencia, revela una sensibilidad por los intereses vitales del país de que el secretario nombrado
había carecido en absoluto, y nos obliga a señalar en el haber del ejecutivo nacional un comienzo de feliz
rectificación de los errores criticados en el curso de este libro. Esa rectificación se ha manifestado en una
rama gubernativa mucho más importante que la de hacienda; en la concepción de la política exterior. Como
para resarcirnos de las necedades proferidas a cada paso por el canciller a los embajadores
extraordinarios, el ministro del interior aprovechó la ocasión de inaugurar un monumento a don Bernardo
de Irigoyen para levantar el tono del gobierno a que pertenece al tocar la historia diplomática de la nación.
En un pasaje referente, a la iniciación de don Bernardo en la vida diplomática, dijo:
“Esa iniciación… se producía en circunstancias en que la política de las naciones de Europa se
mostraba impulsada por propósitos imperialistas; en que Roberto Peel en la Cámara de los Comunes, en
Inglaterra, y Thiers en el Parlamento francés habían proclamado el principio de la fuerza y de las
intervenciones armadas como norma de gobierno en las relaciones de esos Estados con la Argentina y
naciones de América. Eran los días de olvido y negación de las normas jurídicas, en que el Comodoro
Purvis, al comando de una escuadra inglesa en la bahía de Montevideo había producido el atropello de
detener y apresar, sin notificación previa de hospitalidad, naves argentinas al comando de Brown,
agravando ese atentado con una audaz rectificación del solemne reconocimiento de la independencia,
pronunciado veinte años antes por Jorge Canning, dando como excusa que existían precedentes del
gobierno británico de no admitir a los nuevos puertos de Sud América –expresión con que nos denominaba -
como potencias autorizadas para el ejercicio de tan alto e importante derecho como el del bloqueo. Se
agregaron a. éstos, otros días igualmente amenazantes, aquellos en que Gran Bretaña y Francia
concentraban escuadras en el Río de la Plata, el que querían usar como mar libre, pretendiendo, además,
imponer normas para la navegación de los ríos interiores argentinos, tentativas sustentadas en afanosos
empeños por seis misiones diplomáticas consecutivas, las que tuvieron al fin que someterse ante la
indomable resistencia del gobierno de Rosas, en nombre de la plenitud del dominio y jurisdicción nacional
en los ríos, dentro de los mismos principios que la Europa había consagrado en el Congreso de Viena,
período histórico cuyo epílogo fue el más amplio y solemne reconocimiento de nuestra soberanía en los
mismos parlamentos de los países que nos presionaban con sus escuadras, la consagración de la tesis
argentina en honrosos tratados, y el homenaje a nuestro pabellón con una salva de veintiún cañonazos”.
El lector verá más adelante que el pasaje citado llena el vacío más sensible en el diálogo londinense
(que nosotros llamamos inverosímil) sobre las relaciones anglo-argentinas. Pero ese aspecto de
rectificación de las recientes declaraciones de nuestra cancillería y sus representantes en el extranjero, no
es el único importante en las palabras del doctor Melo. Ellas son, además, extraordinarias por otro motivo.
Con ellas es la primera vez que un miembro del P. E. N. se sitúa conscientemente en el terreno nacional, y
formula un juicio desapasionado sobre la política exterior del gobernante más discutido de nuestra historia.
Ellas son tanto más significativas cuanto que parecen resultar de un criterio firme y permanente, pues,
emanan del mismo hombre que prohibió la circulación en nuestro país de las estampillas con que Inglaterra
conmemoraba el centenario de su incautación de las Malvinas, por un decreto que fué la única respuesta
digna a las reiteradas groserías inglesas de 1933 contra nosotros.
Marzo do 1934.

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PRIMERA PARTE
LA MISION ROCA

CAPÍTULO I

Errores corrientes sobre la negociación diplomática

Una misión de reciprocidad diplomática no era incompatible con gestiones encaminadas a conciliar los
intereses comerciales de ambos pueblos. Muy por el contrario correspondía perfectamente a la retribución de
la visita que nos hiciera el príncipe de Gales con objeto de inaugurar la exposición de industrias británicas en
Buenos Aires. Convenía que la embajada de la República tratara de aprovechar la cordialidad de relaciones
entre ambos Estados para iniciar conversaciones destinadas a defender nuestro comercio de exportación,
bastante castigado por la definición del proteccionismo en todo el mundo, y últimamente sacrificado a las
necesidades del imperialismo británico. Sólo que, estas gestiones de índole comercial no debían ser lo
esencial de la embajada, como lo dejó traslucir el gobierno en ocasión de su envío, sino una parte accesoria,
supeditada al buen mantenimiento de las relaciones diplomáticas en el terreno puramente político, vale decir,
las relaciones de Estado a Estado, cuya armonía era necesario conservar aún por encima de las dificultades
económicas entre el mercado argentino y el mercado inglés.
Conviene dilucidar aquí una confusión muy frecuente en nuestro país sobre las relaciones diplomáticas.
Está muy difundida la idea de que los asuntos de Estado ganan con ser equiparados a los negocios
comerciales. Esto proviene de que, no teniendo la República política internacional o propiamente hablando:
política, lo económico prima en nuestros asuntos públicos. Esta concepción se acomoda perfectamente de
todo lo que no sea el progreso material. Se acomoda sobre todo con la idiosincrasia, oligarquía enemiga por
tradición de todo esfuerzo político que signifique un sacrificio momentáneo en previsión de futuros
beneficios. Es lo que nos precipita frecuentemente en una situación de dependencia muy poco propicia para
la defensa de nuestros intereses.
Que las transacciones comerciales, deben someterse a la política de un Estado, a los intereses permanentes de
un pueblo, que muchas veces se contraponen a los de su propio comercio, lo está demostrando la política del
gobierno de S. M. Británica, preocupado de salvar la estructura del Imperio aún a costa del peculio de
algunos de sus nacionales empeñados en explotaciones comerciales radicadas fuera de su órbita política. Los
gobernantes británicos representan los intereses generales del Imperio, sin subordinarlos a los intereses
ocasionales de sus súbditos.
En cambio, nuestros actuales gobernantes representan al país en su aspecto de mercado, con el exclusivo
criterio que lo hiciera una corporación de intereses económicos, consorcio de comercio mixto o sindicato
internacional. No los intereses del pueblo argentino, que a veces pueden diferir de los intereses del comercio
extranjero radicado en el país, y aún de la producción nacional. El equivoco sobre el carácter de la misión, no
podía menos que perjudicar las relaciones diplomáticas sin beneficiar proporcionalmente a las relaciones
económicas.

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CAPÍTULO II

Elementos de la negociación de 1933

Por lo que ha mostrado un incidente posterior entre el jefe de otra embajada extraordinaria y el
ministro Saavedra Lamas, la imprevisión y falta de seriedad de nuestras últimas actividades diplomáticas han
sido absolutas. Se sabe positivamente que la misión Roca partió ignorando que uno de los principales asuntos
que plantearían los ingleses sería el de los cambios. (Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados 19 de
julio de 1933). Iba muy mal preparada en aquello que sus mismos organizadores habían contribuido a
presentar como fundamental, es decir la parte comercial.
Casi no llevaba elementos de negociación. El difunto Dr. de Tomaso había indicado bastante bien el
mínimum a defender. Pero ni él, ni el ex ministro Hueyo, ni el canciller Saavedra Lamas habían combinado
una superestructura de exigencias destinadas a proteger aquel mínimum, como para construir un edificio se
levanta primero un andamiaje cuyo volumen es mayor que el de la construcción definitiva. El único que
parece haber tenido un atisbo de lo que es la maniobra diplomática fue el Dr. de Tomaso, quien habría
declarado a un legislador argentino que la misión Roca debió ir a Londres con una ley de carnes ya votada.
Eso no era gran cosa, pero revela una exacta noción del método a seguir en la oportunidad. El gobierno
parece no haber tenido ni idea de tal método o plan, despachando a sus delegados con una sola carta, la
rebaja del arancel.
Tampoco tenían los ingleses mucho que ofrecer. Y fue tal vez debido a ello que en un principio
mostraron tanta repugnancia por la negociación proyectada. No podían imaginarse que en estos momentos
hubiese un Estado dispuesto a otorgar ninguna ventaja apreciable a cambio de lo poco que ellos estaban en
posesión de ofrecer. Pero nuestro miedo ante las amenazas implícitas o explícitas de los acuerdos imperiales,
despertó en ellos la voluntad de negociar.
Y aquí llegamos al círculo vicioso en que estábamos al insistir1 en nuestro deseo de ir a Londres.
Nuestro miedo, al facilitar la negociación, la había planteado en el terreno de las amenazas, y al mismo
tiempo nos impedía afrontarla como era debido en el terreno en que se hallaba planteada. Intimidados, era
difícil que usáramos la intimidación como arma diplomática. Ahora bien, sin ésta no podíamos contrarrestar
los efectos de Ottawa.
¿Que fuera grosería insistir en la negociación comercial e ir a Londres revestidos de una armadura de
compromisos legales tan pesada como la que se habían calzado los ingleses? Tal vez. Lo cierto es que
participar en el torneo sin ella era ir a un desastre seguro. Involuntaria o deliberada, la amenaza del libre
cambio imperial no podía ser contrarrestada por nosotros sino con amenazas inversas, de proteccionismo, de
nacionalismo económico. Antes que afrontar la negociación en la forma que lo hicimos, era preferible
quedarnos en casa, tomar las represalias a que nos provocaba la conferencia de Ottawa, y esperar. Quizás no
hubiese pasado mucho tiempo sin que nos invitaran a negociar, en vez de tener que insistir para conseguirlo,
con la ventaja resultante de la diferencia de condiciones en que hubiésemos abordado la discusión.
De esas previas medidas internas que en Londres nos hubieran servido como elementos de
negociación, la ley de carnes de que hablaba el Dr. de Tomaso no, era la única. Había muchas otras que, en
forma de leyes proyectadas o votadas o de propósitos gubernativos, bien combinados, eran un juego
diplomático formidable. Así una ley de transportes, un régimen del combustible, un plan de transformación
de la economía nacional, (con el anuncio de un posible monopolio oficial de elaboración de carne exportable
y un decidido proteccionismo a la manufactura argentina), y el silencio en vez de las declaraciones
prodigadas por el presidente Justo y el ex-ministro Hueyo sobre la intangibilidad de nuestra política
financiera. A un entregador le hubiera costado perder la partida con un juego así.
Sobre no ser buen jugador, como se verá más adelante, el Dr. Roca no llevaba nada de eso, al
contrario. Fue despachado con las manos vacías, o casi. Lo único que podía ofrecer era una rebaja en los
derechos aduaneros, es decir, el ofrecimiento más absurdo que puede hacer un país como el nuestro. Un país
deudor no debe hoy aceptar el principio de la reciprocidad comercial sin denunciar temporariamente sus
compromisos financieros con el acreedor; no debe renunciar a la ventaja que tiene en la balanza de pagos.
Inglaterra ha invertido en nuestro país grandes sumas de dinero. Esos capitales vinieron con el propósito de
valorizar sus riquezas naturales y por lo tanto de rescatar sus intereses en productos que nuestro suelo había

1
El canciller Saavedra Lamas declaró al diputado Noble que el gabinete británico, había, en un principio, “considerado”
inconveniente e1 carácter comercial que se quería dar a la embajada del Dr. Roca. (Diario de sesiones, 19 de Julio
1933).

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de producir. Como no venían a explotar minas de oro, no podían exigir que sus capitales se multiplicaran
metálicamente. De otra parte, lo que trajeron no fue oro, sino hierro, en rieles, máquinas e instrumentos de
toda especie, que han servido para la explotación de nuestro suelo, que da cereales y carne.
No podemos pagar en oro el interés y las amortizaciones de un capital que hemos recibido en hierro,
aunque aquél y no este metal sea la medida de los valores aceptada en el intercambio mundial. Si el Reino
Unido no nos compra, es obvio que no podemos pagarle la deuda que tenemos contraída con él. Pero nuestro
gobierno había vedado de antemano el uso de tal carta, porque en los meses que precedieron a la partida de la
misión Roca había multiplicado declaraciones de que el pago de la deuda exterior era intangible.
A las restricciones de Ottawa había que responder con la amenaza de transformar la economía
nacional. El monopolio de Estado o el régimen mixto de capital oficial y de particulares argentinos en la
elaboración de carne exportable es lo único que le puede dar al país el control del precio de su carne. Si a ello
se agrega el fomento por todos los medios de la industria fabril, se puede aumentar el consumo interno al
mismo tiempo que disminuye automáticamente la producción de carne, hasta el punto de que ya no sea una
amenaza el posible retiro del cliente inglés.
De querer maniobrar, había que acelerar el movimiento natural contrario a los capitales británicos
invertidos en el país por medio de planes concordantes sobre el régimen del transporte y del combustible. La
rebaja de los fletes ferroviarios junto con la protección aduanera al petróleo hubieran surtido efectos tal vez
mágicos.
Sobre ser las exigencias del momento económico que atravesamos, esas medidas hubieran servido de
moneda de cambio en Londres. Por su abandono se podía exigir ventajas positivas, al menos firmes, no como
esa única retribución negativa y por añadidura ilusoria, que obtuvimos en la garantía de cuota mínima
condicionada, como no lo está lo que dimos. Si el plan de negociación no daba resultado, nos volvíamos a
aplicarlo, y después veríamos.
Lejos de prepararse a la negociación con un plan racional, el gobierno despachó a sus negociadores a
ofrecer concesiones en una transacción planteada sobre la base de las restricciones. Si creía deshonroso el
procedimiento de abultar el precio para luego rebajar el valor del artículo, lo era mucho más ofrecer gratis su
mercadería para luego exigir un precio por ella. En este segundo procedimiento hay la vergüenza del
absurdo.
El plan de la maniobra argentina estaba tan indicado que la otra parte se aplicó a impedirnos
realizarla en una futura negociación. La actitud borreguil con que nos presentamos en Londres despertaría el
apetito de los ingleses, quienes a poco andar, abusando del terror que inspiraban a nuestros negociadores, les
arrancarían de las manos todas las cartas de nuestro juego, que ellos conocen mejor que nosotros. Y lo que
pudo ser el plan de una espléndida maniobra diplomática sirvió para dirigir la operación de afianzar nuestra
servidumbre.
Tal método se debió no solamente a la preparación de la embajada, sino también a la elección del
personal que debía desempeñarla.

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CAPÍTULO III

La elección del personal

El nombramiento del vice presidente Roca como embajador especial ante el gobierno de S. M. B.,
produjo en el país excelente impresión. Todos convinieron en que, si las circunstancias lo permitían, nadie
sería más apto para tornarlas favorables que el ilustre político cordobés, cuya reputación de capacidad estaba
por encima de la discusión, aún entre sus propios enemigos. Si alguien pudo atreverse a dudar del valor
intelectual del ex-gobernador y la información actual del político, no llegó nunca a sospechar que careciera
de destreza protocolar, de presencia de ánimo, cualidades inherentes a su condición de hombre de mundo. No
obstante su largo alejamiento de los asuntos públicos, se creyó que no le costaría ponerse al tanto de su
delicada misión en el trayecto del viaje, rescatando la falta de práctica reciente con sólo dar juego a sus
reflejos gubernamentales de hombre educado en las alturas del poder.
Su nombramiento respondía de otra parte, a una política concordante con esa creencia general. El
presente gobierno parece utilizar especialmente a la fracción oligárquica de la concordancia en lo que es más
de la competencia de la oligarquía: la diplomacia. Tanto los jefes como los subalternos respectivos de las dos
embajadas extraordinarias enviadas ante los gobiernos de S.S. M.M. Británica e Italiana, son en su mayoría
miembros de la vieja oligarquía dirigente del país. Oligarquía desplazada de la dirección de los negocios
públicos argentinos por la ley Sáenz Peña de 1912 y restaurada en el poder por la revolución de 1930. Sus
nombres rememoran tiempos idos, dan idea de la permanencia, del órgano vivo necesario para dirigir esa
larga vida que es la historia diplomática de un país.
Sin adelantar juicio sobre el resultado de ese ensayo, resultado que será comprensible para todos
cuando hayamos avanzado más en este estudio de uno de sus casos concretos, analizaremos en el terreno
racional la política de restauración oligárquica. La operación en sí era defendible. El medio tradicional de la
oligarquía para dar permanencia al órgano director de una institución que aspira a vivir más que un hombre
es tan natural que tiende a establecerse clandestinamente donde no se le reconoce estatuto legal; las mismas
democracias no lo pueden eliminar. Hay oligarcas de comité como hay oligarcas de Palacio. Pero la
institución más natural, sacada de su quicio, se vuelve absurda.
Fuera de la consideración histórica, que es el supremo criterio para decidir el mejor sistema político
en determinado momento, en determinado país, dos condiciones parecen indispensables para utilizar a la
oligarquía como régimen de gobierno. Donde ella tiene estatuto legal, sus miembros pueden ser llamados en
cuanto tales a las tareas del gobierno, sin tener en cuenta su situación particular en la sociedad. Esta no
puede ofrecer ninguna ventaja susceptible de volverse contra el interés general, oficialmente identificado con
el de su clase. Donde ella no tiene estatuto legal, los oligarcas no pueden ser utilizados sino individualmente,
con suma prudencia en la consideración de las condiciones personales. Con mayor razón en una república
democrática, después de un largo período de dominación popular de sufragio universal, sucedido por una
restauración empírica de mano torpe, que no ha hecho sino ahondar el abismo entre la plebe y la oligarquía,
sin asegurarle a ésta la permanencia en el mando con la reforma de los medios de constituir el poder. Esa
interinidad en la función pública es un peligro demasiado evidente para que nos detengamos a señalar sus
posibilidades de perjuicio al interés general.
Con ligereza de escolares que acabaran de leer acerca de Venecia y Roma, los liberales instalados en
la Casa Rosada se lanzaron a la tarea de restaurar a la vieja oligarquía argentina en el ejercicio de la más
importante función de Estado, no sólo olvidando la historia funesta de la misma -lo que sería perdonable,
dado que ella no se ha escrito más que en forma de panegírico– sino hasta los principios elementales de una
operación de esa especie. Así nombraron a los componentes de la misión Roca sólo cuidando que, además de
su cualidad genérica, fuesen de la relación personal del príncipe de Gales. No advirtieron que, dada la
situación política del país, el carácter de amigos dé los ingleses es más permanente en nuestros oligarcas que
el de representantes del Estado argentino. De tal modo, la amistad principesca, que en condicione normales
podía haber sido beneficiosa, era peligrosísima, siendo muy humano que los negociadores argentinos
sacrificaran lo transitorio -la investidura oficial- a lo permanente -la situación personal.
Las consecuencias del equivocado sistema seguido por el gobierno en la elección del personal
llegarían lejos. Bajo capa, se habla de faltas muy graves cometidas durante la negociación por uno de los
delegados. Pero sin necesidad de acudir a conjeturas sobre lo inconfesable, lo confesado prueba que como
debía suceder, los hechos respondieron al error de principio. Desde el día de la partida hasta el del regreso,
los oligarcas se comportaron de acuerdo a la falsa posición en que los colocaba la absurda elección del
gobierno. Los ingleses hallarían en nuestra delegación los mejores instrumentos para su maniobra
8
diplomática, maniobra que, como se verá en el capítulo siguiente, se inspira, al revés de la nuestra, en la
primacía de lo político sobre lo económico.

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