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Indice de materias

Acción de gracias.- L.5. Matrimonio.- J.1-9.


Afán de superación.- H.19-22, I.7, L-8. Mortificación.- I.1-31.
Alegría.- B.23, E.13, I.8, 17-26, L.16. Muerte.- K.1-13, J.25 y 26.
Amistad.- H.18, L.9-14. Murmuración.- H.19 y 21.
Apostolado.- H.25-29.
Navidad.- L.17-25.
Caridad.- H.24-29, L.16.
Cielo.- K.20-31. Obediencia.- J.25 y 26.
Comunión de los santos.- G.27-31. Ofrecimiento de obras.- C.5, 13.
Confesión.- D.12-31. Oración.- G.1-31. Atención G.11. Humildad G.14 y
Corrección fraterna.- H.21. 15.
Cosas pequeñas.- I.9 y 26.
Creación.- A.18-22. Perseverancia.- G.18-20. Fe G.21 y 22.
Cruz: ver Mortificación. Pecado.- D.1-8, 12.
Perdón de Dios.- D.9.
Defectos ajenos.- H.19-22. Perseverancia.- G.19, 21, I.10, 14, L.31.
Desprendimiento.- K.4-9. Profesionalidad.- C.11, 15, 16 y 18.
Dios.- A.1-8,23 y 27. Providencia.- A.29, B.28-30, I.6.
Dirección espiritual.- D.13,26 y 27.
Dolor: ver mortificación. Romano Pontífice.- G.31, H.30 y 31.

Educación.- G.29 y J.22-31. Sacerdote.- G.27.


Enemigos.- H.18. San José.- C.19 y G.12.
Entrega.- B.17 y L.8. Santa Misa.- F.8-14.
Esperanza.- B.20,21. Santidad.- A.28, B.15-27, 31, I.2.
Eucaristía.- F.8-31. Sinceridad.- H.16-17, 20-25. I.30, I.17-21.
Examen de conciencia.- C.25, H.19, 20, 22. Soberbia.- H.6-14.

Fe.- A.9-17, 24 y 25. Tentaciones.- I.27-31.


Felicidad.- A.26-27, 30-31, I.17-26, 31 y L.14-16. Tiempo.- C.24, 25. L.27-31.
Feminismo.- L.1. Trabajo.- C.7-31. G.30.
Filiación divina.- B.1, 4-14 y L.2.
Formación doctrinal.- A.12, 15, 16, 24. Veracidad
Fortaleza.- L.26. Vida (sentido de la.) B.2, 3, K.4, 7, 9, 10, 12-14.
Fraternidad: ver Caridad. Vida de familia.- J.10-17.
Vida de piedad.- B.12, 26. G.7, 11, 25, 28, 29.
Generosidad.- I.17-20. Vida ordinaria.- C.1-6.
Virgen María.- E.1-31, H.15, L.1-8 y 25.
Humildad.- H.1-4. Vocación: ver Entrega.

Iglesia.- H.30, 31.


Infancia espiritual.- B.7-8, 11-14, 17, 20, 25.
Infierno.- K.15-19.

Jesucristo.- F.1-7.
Juicio.- K.6, 8, 12-15.

Lucha ascética.- H.20, 22, I.7.

Madre.- G.29, J.18-21, L.2.


Mandamientos.- D.1 y 5.

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Índice

F.1.- Jesucristo es único. G.3.- Mando a distancia.


F.2.- Cristo es nuestra garantía. G.4.- Oración y vida.
F.3.- Las manos llenas. G.5.- Ocupaciones malditas.
F.4.- I. N. R. I. G.6.- Vaya si funciona.
F.5.- Él cargó con la peor parte. G.7.- La zapatilla.
F.6.- El sepulcro vacío. G.8.- Una voz extraña.
F.7.- Hoy toda la tierra es Palestina. G.9.- A Dios rogando y .
F.8.- Mejor la Misa. G.10.- Milagros sí, pero.
F.9.- Fray Juan de la Mano Seca. G.11.- El tiempo mejor empleado.
F.10.- "La Gran Panadera". G.12.- La mano derecha de Dios.
F.11.-El felpudo. G.13.- No sabemos pedir lo que nos conviene.
F.12.- Momento central. G.14.- Oración armada.
F.13.- "Allá voy yo". G.15.- Fariseo y publicano.
F.14.- La Misa de todo el día. G.16.- Escuchar a Dios.
F.15.- "Soy yo". G.17.- ¿Puedo ayudarte?
F.16.- La cárcel del Sagrario. G.18.- Remedio para el momento.
F.17.- El único Señor. G.19.- Servicio rápido.
F.18.- Es la necesidad más que la respuesta. G.20.- El premio a la perseverancia.
F.19.- "Mi corazón no duerme". G.21.- La fe sin fe.
F.20.- El vecino más importante. G.22.- Ni fe ni paraguas.
F.21.- No se va. G.23.- El regalo y el donante.
F.22.- La persona y su fotografía. G.24.- Un Dios en exclusiva.
F.23.- Merendar juntos. G.25.- Tomar el sol.
F.24.- Con el Sagrario tenemos todo. G.26.- "Él me mira".
F.25.- "Señor tú eres mi fortaleza". G.27.- La última hora del día.
F.26.- El Divino solitario. G.28.- A Dios le importa todo.
F.27.- La comunión de Francisco. G.29.- La mejor lección.
F.28.- Necesitamos cuerda. G.30.- El Cielo nos contempla.
F.29.- El estuche y la joya. G.31.- ¡Buenas noches, Santo Padre!
F.30.- Dios es mi huésped.
F.31.- Dios escucha y oye siempre. CITAS
G.5.- Dom Chautard: El alma de todo apostolado.
CITAS F. G.13.- Bruce Marshal: El padre Malaquías.
F.1.- Hillaire: La Religión demostrada. G.14.- Giovanni Guareschi: Don Camilo.
F.5.- Fundación Síndrome de Dow de Cantabria, G.24.- F. Diaz Plaja: El español y los siete pecados
Rev. Vol10, n. 4. capitales.
F.8.- Mauricio Rufino: Vademecum de ejemplos G.26.- Mons. Olgiati: Silabario del Cristianismo.
predicables. G.28.- Luis Aguirre Prado: Antología de anécdo-
F.9.- J.L. Martín Descalzo: Fray Juan de la Mano tas.
Seca. PPC. G.31.- Ignacio Segarra: El pan de cada día.
F.10.- J. P. Manglano Castellary: Corpus Cristi.
F.17.- C. Monserrat: Ejemplario catequístico. Humildad - Soberbia - Partidismo - Apostolado.
F.19.- J. Ablewick: Seréis mis testigos. H1.- ¡Cuidado con el sargento!
F.25.- Lía Carina A.: ¿De qué se ríen los santos? H2.- El último de la fila.
F.26.- D. Manuel González: Partiendo el pan a los H3.- Solo sé que no sé nada.
pequeños. H4.- Humildad y docilidad.
F.27.- Memorias de la Hermana Lucía. H5.- Fe a la carta.
H6.- Vocación de centro.
Oración. H7.- La soberbia ciega.
G.1.- En Él todo lo puede quien nada puede. H.8.- ¿Qué tienes que no hayas recibido?
G.2.- Para desterrar la soledad. H9.- El que se ensalza.

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H10.- El orgullo de "no tener" orgullo. I.8.- El irlandés.
H11.- Vértigo sin motivo. I.9.- Las cerezas de San Pedro.
H12.- Más papistas que el papa. I.10.- La cruz de cada día.
H13.- Miedo al qué dirán. I.11.- Cruces imaginarias.
H14.- Tres en uno. I.12.- Ducha con sacrificio.
H15.- Para Jesús cualquier Virgen es "su" Virgen. I.13.- La letra con sangre entra.
H16.- El cristal con que se mira. I.14.- Sigue adelante.
H17.- La mala política. I.15.- Las omisiones engendran lamentaciones.
H18.- No tengo enemigos. I.16.- Promesa de no fumar.
H19.- Gafas sucias. I.17.- Dios siempre paga con creces.
H20.- Los primeros zapatos. I.18.- La alegría de dar.
H21.- Profilaxis dental. I.19.- Divina alquimia.
H22.- El borracho borroso. I.20.- Es cuestión de amor.
H23.- Jarrón suicida. I.21.- Gafas negras.
H.24.- El que busca halla. I.22.- Es más lo que queda que lo que falta.
H.25.- Por un simple tornillo. I.23.- Buen humor hasta el final.
H.26.- Te puse a ti a su lado. I.24.- Un santo triste es un triste santo.
H.27.- El "santo" piñón de reloj. I.25.- "No se compra ni se vende".
H.28.- La transfusión. I.26.- El gusto por las cosas sencillas.
H.29.- El camino del ayuntamiento. I.27.- No echar leña al fuego.
H.30.- A pesar de los curas. I.28.- Verlas venir.
H.31.- Carné de identidad. I.29.- Mientras hay lucha, hay vida.
I.30.- Dolor de orgullo.
Citas I.31.- Felicidad barata.
H.1.- Noel Clarasó: Antología de anécdotas.
H.3.- C. Fisas: Mis anécdotas preferidas. Citas
H.4.- Luis Aguirre: Antología de anécdotas. I.1.- C. Moinserrat: Ejemplario catequísto.
H.5.- Noel Clarasó: o. c. I.4.- Mauricio Rufino: Vademecum de ejemplos
H.6.- Luis Aguirre: o. c. predicables.
H.8.- Luis Aguirre: o. c. I.6.- Mauricio Rufino: o. c.
H.9.- Luis Aguirre: o. c. I.8.- Juan Pablo I: Ilustrísimos señores.
H.11.- Luis Aguirre: o. c. I.9.- Antología de cuentos LABOR.
H.12.- F. Díaz Plaja: El español y los siete pecados I.11.-Luis Aguirre: Antología de anécdotas.
capitales. I.13.-Noel Clarasó: Antología de anécdotas.
H.14.- Luis Aguirre: o. c. I.14.-Jesús Urteaga: Siempre alegres.
H.15.- F. Díaz Plaja: o. c. I.15.-Julio Eugui: Anécdotas y virtudes.
H.16.- Florence Wedge: Dios y tus resentimien- I.16.- Julio Eugui: o.c.
tos. I.17.- Noel Clarasó: o. c.
H.21.- C. Monserrat: Ejemplario catequístico. I.18.- Noel Clarasó: o. c.
H.23.- J.María Pemán: Signo y viento de la hora. I.19.- R. Tagore: Ofrenda lírica, poema 50.
H.24.- Luis Aguirre: o. c. I.23.- Luis Aguirre: o. c.
H.25.- H. Godin: Levadura en la masa. I.24.- Luis Aguirre: o. c.
H.27.- H. Godin: o. c. I.25.- Mauricio Rufino: o. c.
H.29.- Luis Aguirre: o. c. I.27.- Luis Aguirre: o. c .
H.30.- Luis Aguirre: o. c. I.28.- Mauricio Rufino: o. c.
I.29.- Mauricio Rufino: o. c.
Mortificación - Alegría - Lucha ascética. I.30.- J. Peñacoba: ¿Soberbia, yo?
I.1.- Mens sana in corpore sano. I.31.- I. Segarra: El pan de cada día.
I.2.- Quitar lo que sobra.
I.3.- Sacrificio. Matrimonio - Vida de familia - Educación.
I.4.- Vosotros sois sus manos. J.1.- La trampa.
I.5.- hay cruces para todos. J.2.- Comedia, drama tragedia.
I.6.- Los gorriones. J.3.- No hay sitio para dos.
I.7.- Aprender a tiempo. J.4.- El miedo es libre.

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J.5.- El secreto de la felicidad. K.10.- El fruto es eterno.
J.6.- Divorcio rápido. K.11.- La horas de la cita.
J.7.- Multiplicación o división. K.12.- De cizaña a trigo.
J.8.- Querer es poder. K.13.- Con mis mejores galas.
J.9.- Después de la plata, el oro. K.14.- ¿A dónde voy?
J.10.- Marido tacaño. K.15.- El dilema ineludible.
J.11.- Memoria maldita. K.16.- Bocadillo con trampa.
J.12.- Disputa matrimonial. K.17.- ¿Qué sabemos del infierno?
J.13.- El monopolio del mal humor. K.18.- Abandonad toda esperanza.
J.14.- Mirar en la misma dirección. K.19.- Un susto a tiempo.
J.15.- Las pequeñas virtudes del hogar. K.20.- Solo Dios es bueno.
J.16.- Mejor negocio. K.21.- A pesar de todo.
J.17.- Discusiones teóricas. K.22.- ¿Duelo o fiesta?
J.18.- Madre, no hay más que una. K.23.- ¿Sueldo o limosna?
J.19.- ¿Quién tiene más mérito? K.24.-Un cielo desigual.
J.20.- La tarea más grandiosa. K.25.- Chalet o chabola.
J.21.- Protesta injustificada. K.26.- Te he estado buscando.
J.22.- La mejor inversión. K.27.- Invento humano.
J.23.- Ir por delante. K.28.- Amigos selectos.
J.24.- La obediencia excesiva. K.29.- Un cielo muy del siglo XX.
J.25.- Mandar por amor. K.30.- Dios por dentro.
J.26.- Sin abusar. K.31.- No valen disfraces.
J.27.- ¡Vaya si entienden! Citas
J.28.- Aquel beso cambió mi vida. K.3.- Mauricio Rufino: Vademecum de ejemplos
J.29.- Hay cosas que valen más. predicables.
J.30.- Pedagogía de cangrejo. K.8.- El Ideal Gallego 1 - II - 1985. Cosas de Maru-
J.31.- Coeducación fraterna. xa.
K.9.- Luis Aguirre Prado: Antología de anécdotas.
Citas K.13.- Angel Antonio Hernández. El Ideal Gallego,
J.1.- Juan Pablo I, Audiencia General, 13 - 9 78. 7 -VIII -1983.
J.9.- Luis Aguirre: Antología de anécdotas. K.16.- C. Montserrat: Ejemplario Catequético.
J.10.- A. Rovira: Enciclopedia temática de los chis- K.18.- Carlos Fisas: Mis anécdotas preferidas.
tes. K.20.- Camilo José Cela: La Rosa.
J.13.- Juan Pablo I: Ilustrísimos señores. K.27.- Vittorio Messori: Apostar por la muerte, p.
J.19.- Luis Aguirre: o. c. III, c. 1.
J.20.- Carlos Fisas: Frases que han hecho historia. K.31.- Carlos Fisas: o.c.
J.21.- Noel Clarasó: Antología de anécdotas.
J.23.- Mauricio Rufino: Vademecum de ejemplos Virgen María - Amistad - Navidad - Tiempo.
predicables. L.1.- Feminismo y Cristianismo.
J.28.- J. Martinez: Hay mucha gente buena. L.2.- Amor de madre.
J.30.- Mauricio Rufino: o. c. L.3.- Milagros de distinta categoría.
Subject: [anecdonet] Otras 31 anécdotas más L.4.- Con el favor, la paga.
Por Don Agustín Figueiras Pita L.5.- Es de bien nacidos el ser agradecidos.
L.6.- Esfuerzos y resultados.
Muerte - Infierno - Gloria. L.7.- La obra maestra de Dios.
K.1.- El "casi" sobra. L.8.- El proyecto de Dios y su realización.
K.2.- No sé cuando, pero vendrá. L.9.- A pesar de los defectos.
K.3.- No hay seguro de vida. L.10.- ¿Amigos o cómplices?
K.4.- La vida no es un pastel. L.11.- La amistad es cosa seria.
K.5.- Lo que vale al final. L.12.- Todos son amigos.
K.6.- ¿Qué llevas? L.13.- Impresionante lealtad.
K.7.- "No nos enseñan a morir". L.14.- La infeliz mortal.
K.8.- La otra orilla. L.15.- El arte de complicarse la vida.
K.9.- El último brindis. L.16.- Del infierno al cielo.

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L.17.- Nos sobran teorías. Fisas, Carlos: Frases que hicieron historia. Plane-
L.18.- Hacerle más caso. ta, 1991.
L.19.- Sueño o realidad. Fisas, Carlos: Mis anécdotas preferidas.
L.20.- Hacerle los recados. Godin, Nenri: Levadura en la masa. Nova Terrae,
L.21.- ¿Quién soy yo. 1962.
L.22.- La puerta de Belén. Juan Pablo I.: Ilustísimos Señores. B.A.C.,1978.
L.23.- Que Jesús esté contento. Martín Sánchez, B.: Ejemplos que nos hablan de
L.24.- Cumpleaños. Dios. Apost. Mariano.
L.25.- Causa de nuestra alegría. Martinez, Julio: Hay mucha gente buena. 1982.
L.26.- Filosofía de la vida. Messori, Victorio: Apostar por la muerte.
L.27.- El tesoro del tiempo. B.A.C.,1995.
L.28.- Hoy, ahora. Monserrat, Cipriano: Ejemplario catequístico.
L.29.- Cuida los minutos. Lumen,1947.
L.30.- Consejo infernal. Peñacoba,J.:¿Soberbia yo? Folletos Mundo Cris-
L.31.- La última batalla. tiano.
Plutarco: Vidas paralelas.
Citas Rovira, Armando: Enciclopedia temática de los
L.2.- Tagore: Ofrenda lírica: El Juez. chistes. De Vecchi, 1989.
L.4.- A. Corredor: Anécdotas marianas. Salesman E.: María siempre nos protege. Lumen,
L.9.- Noel Clarasó: Antología de anécdotas. 1988.
L.10.- Luis Aguirre: Antología de anécdotas. Salesman, E.: San Juan Bosco y la Virgen. Lumen,
L.11.- Plutarco: Vidas paralelas. 1988.
L.13.- Mauricio Rufino: Vademecum de ejemplos Urteaga, Jesús: Siempre alegres. Rialp.
predicables. Weige, Florence: Dios y tus resentimientos. Stu-
L 15.-Paul Watzlawick: El arte de amargarse la dium,1971.
vida. Herder) Weige, Florence: Intenta ahora mismo. Studium,
L.22.- J.L. Martín Descalzo: Jesús de Nazaret. 1971.
L.25.- E. Salesman: María siempre nos protege.
L.26.- Noel Clarasó: o. c.
L.27.- Luis Aguirre: o. c.
L.28.- Plutarco: Vidas paralelas.
L.30.- Mauricio Rufino: o. c.
L.31.- Noel Clarasó: o. c.

Bibliografía.
Aguirre Prado, Luis: Antología de anécdotas. La-
bor,1967.
Amigo, Carlos : Quiero conocer mejor a Dios.
Planeta, 1982.
Carini - Alimendi, Lia:¿De qué se ríen los santos?
Ciudad Nueva, 1998.
Clarasó, Noel: Antología de anécdotas. Acervo,
1971.
Corredor,A.: Anécdotas marianas. Apostolado
Mariano,1996.
De Mier Vélez,A.: Histórias verdaderas. Perpetuo
Socorro, 1994.
Diaz Plaja, F.: El español y los siete pecados capi-
tales. Alianza Editorial, 1968.
Drinkwater: Historias catequísticas. Herder, 1965
Eugui, Julio: Anécdotas y virtudes. Rialp, 1987.
Eugui, Julio: Nuevas anécdotas y virtudes. Rialp,
1995.

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F. 1.- Jesucristo es único. (*)
Era el año 1793, en pleno auge de la Revolución Francesa. Uno de los jefes de la República, que había asis-
tido al saqueo de las iglesias y a la matanza de los sacerdotes, Reveillere-Lepaux, se dijo: "Ha llegado el
momento de reemplazar a Jesucristo. Voy a fundar una religión nueva, acorde con la razón y el progreso".
Después de algunos meses intentando propagarla, defraudado, fue a ver al primer cónsul, Napoleón Bona-
parte. Desconsolado le dijo: - "Increíble, Señor. Mi religión tan razonable y hermosa, no prende".
- "Ciudadano, - le dijo Napoleón -. ¿Queréis de verdad hacer competencia a Jesucristo? No hay más que un
medio. Haced lo que hizo Él: haceos crucificar un viernes y tratad de resucitar el domingo".
Lépaux no creyó conveniente aventurarse a tal ensayo.
***
Jesucristo es el único hombre que ha sido capaz de partir la historia humana en dos mitades: antes de Cris-
to y después de Cristo.
Hoy en cualquier pueblo de la tierra, a la hora de colocar los sucesos de su vida en los anaqueles del tiem-
po, hay que tomarle a Él como punto de referencia.
Su doctrina es patrimonio de la Humanidad. Y constituye la cumbre de su pensamiento.
Hasta la misma Revolución Francesa atacó al Cristianismo enarbolando las banderas que de él había recibi-
do: libertad, igualdad y fraternidad.

F. 2.- Cristo es nuestra garantía.


Una buena monja vivía atormentada por los fallos y pecados de su vida. Un día - cercana ya su muerte -
tuvo la suerte de hablar con San Felipe Neri. La monja se veía irremisiblemente en el infierno. El Santo, con
su característico buen humor, le tomaba el pelo y le dijo:
• Yo te aseguro que irás al Cielo. ¿Quieres que te lo demuestre? ¿Por quién murió Jesús?
• Por los pecadores ­ respondió la religiosa.
• ¿Y tú qué eres?
• Soy una pecadora.
• Entonces Cristo ha muerto por ti. Y si Cristo ha muerto por ti, ¿cómo no vas a poder salvarte?
*** "Me amó y se entregó a la muerte por mí" (Gal. 2, 20). Puedo decir que todo lo suyo es mío. ¡Ojalá
pueda decir que todo lo mío es suyo!
Jesús nos acertó la quiniela. Ahora a mí me toca ir a cobrarla. El perdón de mis pecados ya está ganado. Lo
que me queda es aplicármelo. El es la medicina que necesito para salvarme. Lo que tengo que hacer es
tomarla. Pero tengo medicina y remedio.

F. 3.- Las manos llenas.


Una preciosa anécdota que se refiere diferentes maneras, aunque la consoladora idea de fondo es siempre
la misma.
Una joven de veinte años se está muriendo después de una vida azarosa, inútil y estéril. En un momento
alarga sus manos abiertas hacia el sacerdote que la atiende, diciendo con tristeza:
• Voy a presentarme ante Dios con las manos vacías.
El sacerdote saca un crucifijo del bolsillo, se lo pone entre sus manos tendidas y le dice:
• Mira. Ahora ya las tienes llenas.
Cristo es nuestro tesoro, nuestra garantía.
Si pretendemos presentarnos ante el Señor apoyándonos en nuestros méritos, sería para estar confusos,
inquietos y preocupados. Jesús, los méritos de su vida y de su muerte, es nuestra esperanza.
"Con razón tengo puesta en él (Jesucristo) la firme esperanza de que sanarás todas mis dolencias por medio
de él, que está sentado a tu diestra y que intercede por nosotros; de otro modo desesperaría. Porque mu-
chas y grandes son mis dolencias; si, son muchas y grandes, aunque más grande es tu medicina" (San Agus-
tín: Confesiones, libro 10º, 69).
Apoyados en Él, no hay nada que temer.

F. 4.- I. N. R. I.
Un buen cristiano solía llevar su rosario en el bolsillo. Al crucifijo del mismo, con cruz de madera, se le cayó
el cartelillo del INRI.

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Quiso cambiarle el crucifijo. Pero, luego, pensó que estaba mejor así. Que lo escrito en el cartelillo aquel no
respondía a la realidad: Jesús no murió por ser rey. Que lo que debía figurar en dicho cartel era su propio
nombre: ya que él - y yo - somos la causa real de la muerte del Señor.
Cada vez que veía aquel crucifijo sin el INRI, era un recordatorio: "Me amó y se entregó a la muerte por mí".
***
"Me amó y se entregó a la muerte por mi" (Gals. 2, 20). Una realidad que movía y empujaba a San Pablo.
Conviene no acostumbrarse. Y conviene no olvidarse. Todo un Dios muerto por mí. Nunca el hombre hubie-
ra soñado que Dios le amase hasta ese extremo, hasta llegar a tanto.
Y murió para que yo pueda ser hijo de Dios, santificarme y salvarme. ¿Está dando fruto en mi vida la pasión
de Cristo? "Me has redimido muriendo en la cruz. Que tanto sufrimiento no sea en balde" (De la secuencia
Dies irae).
De mí depende.

F. 5.- Él cargó con la peor parte. (*)


Una pequeña, con Síndrome de Down, jugando un día con una pelota se manchó las manos de tierra. Lue-
go, al frotarse la cara, cogió una fuerte infección en los ojos. A pesar de la medicación, no acababa de mejo-
rar.
Un día, entrando en la iglesia de su pueblo, en la provincia de Santander, al pasar frente a un gran crucifijo
que hay a la izquierda, un hermano suyo le dijo:
• Pídele a Jesús que te cure.
La pequeña se arrodilló delante del Cristo. Después de un rato, se levantó. Su hermano le preguntó si había
pedido a Jesús que le curase los ojos.
• ¿Cómo se lo voy a pedir? ­ respondió la chiquilla. ¿No has visto como tiene Él los suyos? Él tiene sus ojos
mucho peor que los míos.
***
En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.
¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?
¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y sólo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?
Ahora ya no me acuerdo de nada.
Huyeron de mi todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se ahoga en mi boca pedigüeña.
Y sólo pido no pedirte nada.
Estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta.
(Himno de vísperas, viernes de la I semana)

F. 6.- El sepulcro vacío.


En una clase de niñas de seis años, les preguntaba el sacerdote:
• ¿Dónde nació Jesús?
• En Belén ­ respondió toda la clase.
• ¿Y dónde vivió cuando era joven?
• En Nazaret ­ contestaron bastantes.
• ¿Y dónde murió?

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• En la cruz ­afirmaron casi todas.
• Sí, pero ¿en qué pueblo?
• En Jerusalén ­dijeron unas cuantas.
• ¿Y dónde está enterrado? ­siguió preguntando.
Se hizo un silencio "sepulcral" en la clase. Una, levantando la mano, dijo:
• No está enterrado, que resucitó.
***
En todos los sepulcros se lee una inscripción que dice: "Aquí yace.".En el del Señor debería estar escrito:
"Aquí no yace." Lo decía el ángel a las mujeres el domingo de resurrección: "No está aquí".
La vida de Jesús no acaba en fracaso, en muerte. Y la de sus seguidores tampoco. Acaba siempre en triunfo,
en vida, en gloria.

F. 7.- Hoy toda la tierra es Palestina.


En una clase de niñas de primero de Primaria -seis años- al volver al colegio después de Semana Santa, el
sacerdote les habla de la Resurrección del Señor. Les glosa el último capítulo del Evangelio según san Mar-
cos: las mujeres que el domingo a la mañana van al sepulcro y se lo encuentran vacío.
Una de las pequeñas, al llegar a casa comenta con su madre que había estado en su clase el sacerdote. La
madre le pregunta qué les había dicho. La cría había cogido perfectamente la idea: que Jesús había muerto
pero había resucitado y ahora estaba vivo.
La madre insiste a ver qué más les había dicho. Y, entonces, tercia otra compañera diciendo:
• Nos habló de unas mujeres que fueron a "Acapulco".
Desde el momento de la Resurrección, a Jesús se le puede encontrar en todas partes, menos en el sepulcro.
También en Acapulco. Basta con buscarle.
Hoy, en realidad, toda la tierra es Palestina.

F. 8.- Mejor la Misa. (*)


Enrique III, rey de Inglaterra, solía oír misa todos lo días. En una ocasión uno de sus consejeros le dijo:
• Majestad, ¿no sería mejor oír una predicación en lugar de la Santa Misa?
El rey le respondió al momento:
• Me gusta oír hablar bien de mis amigos. Pero prefiero verlos y estar con ellos.
A eso también vamos a la Santa Misa: a estar con el Señor y a llenarnos de Dios.
Importan los que están al lado, ya que son hermanos nuestros. Pero la atención se dirige -debe dirigirse-
ante todo al que no vemos, pero que está y con Él hablamos.

F. 9.- Fray Juan de la Mano Seca. (*)


Fray Juan era un sencillo y buen fraile. Un accidente, caminando por la nieve, le dejó con los brazos parali-
zados.
Le atormentaba no poder celebrar la Santa Misa. Con gran confianza pidió a Dios el milagro de poder mover
los brazos media hora cada día, el tiempo de la Misa. El Señor escuchó sus ruegos y le concedió lo que pe-
día.
La Misa del fraile paralítico se convirtió en noticia de prensa y atraía multitudes.
Un buen día, un curita joven salió a celebrar misa antes que Fray Juan. Iba tan lento que el fraile del milagro
tuvo que ir a celebrar su misa en un altar lateral de la iglesia. La gente que seguía la misa del cura joven, al
ver al fraile de la Mano Seca, olvidándose de la misa que estaban oyendo, se arremolinaron a su alrededor.
Fray Juan, lleno de tristeza, pensaba: "Entonces, Señor, estos no vienen a oír misa, sino "mi" misa. No vie-
nen por Ti, sino por mí. En lugar de ayudarles, les estoy distrayendo y estorbando. Tengo que pedirte otro
favor que, Tú lo sabes, me cuesta enormemente: que no se muevan más mis brazos".
Dios intervino de nuevo, pero no como él pedía: sus brazos recuperaron la movilidad ya para siempre. Poco
tiempo después "su misa" ya no era noticia.
Y Fray Juan rezó por los hombres:
• "Señor, ábreles los ojos. Ya ves: haces un milagro chiquito y se vuelven locos. Tienen cada día el gran mi­
lagro de tu venida a nuestros altares. y se aburren. ¿Quién entiende a los hombres, Señor?".
***
Consagrar: la obra más impresionante que puede realizar el hombre, el sacerdote.

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Asistir a misa: participar en el milagro más grandioso . A nuestro alcance a diario.

F. 10.-"La Gran Panadera". (*)


Don Bosco tenía una gran devoción a la Virgen bajo la advocación de María Auxiliadora. Un día de su fiesta
quiso celebrar la Santa Misa, en su honor, con unos seiscientos muchachos de los que él trataba. La iglesia
estaba abarrotada.
Habían preparado un gran copón lleno de partículas para consagrar en la misa. Pero el sacristán se lo olvidó
en la sacristía. Cuando se dio cuenta ya era tarde, ya había pasado la consagración.
Don Bosco abrió el sagrario y, con gran sorpresa, se encontró un pequeño copón con muy pocas partículas.
Lleno de confianza se dirigió a la Virgen:
• "Madre, todos estos muchachos han venido con la ilusión de recibir el cuerpo de tu Hijo. No puedes de­
jarlos marchar en ayunas".
Se puso a dar la comunión a los chavales. Pasaron comulgando los seiscientos. Y, milagrosamente, las partí-
culas del pequeño copón no se agotaban.
El sacristán, asombrado, asiste al prodigio: se le salían los ojos de sus órbitas. Cuando termina la misa,
muestra a Don Bosco el copón que había olvidado en la sacristía:
• "¿Cómo ha podido dar la comunión a todos con tan pocas Hostias? ¡Es un milagro, señor Don Bosco! ¡Un
milagro! ¡Y lo ha hecho usted!".
• "¡Bah!­dice Don Bosco sin inmutarse-. Junto al milagro de la transubstanciación, que obra el sacerdote al
consagrar, el de la multiplicación de las Hostias es insignificante. Además, lo ha hecho María Auxiliadora".
Siempre es María la que nos facilita la comunión. A Ella le debemos el Cuerpo del Señor que recibimos cada
vez que comulgamos: un regalo nunca suficientemente agradecido.
Belén, en hebreo, parece significar "casa de pan". María es la "Gran Panadera".

F. 11.- El felpudo.
Era una mala pensión de estudiantes, cuya propietaria no daba señales de gran amor a la limpieza. Había
suciedad por todas partes.
Un día, a la buena mujer, se le ocurrió colocar a la entrada un felpudo. Y en un cartelillo, colgado de la pa-
red, escribió: - "Por favor, limpien los zapatos en el felpudo".
Un inquilino ingenioso añadió debajo:
- "Antes de salir".
Al empezar la Santa misa, cuando vamos a entrar en contacto con Dios, empezamos pidiendo perdón de
nuestros pecados . No podemos presentarnos ante el Señor de cualquier manera.
Ese "acto penitencial" al inicio de la Santa Misa es como el felpudo a la entrada de la casa. Es lógico que, al
acercarnos a Dios, sintamos la necesidad de purificar el alma.
Es bueno y es razonable que la Misa empiece así. Y es importante vivir a conciencia ese primer momento de
la Santa Misa.

F. 12.- Momento central.


En una clase de niños de seis o siete años, pregunta el sacerdote:
• De cuanto ocurre en la Santa Misa, ¿qué es lo más importante?
• El cambio del pan en el Cuerpo de Jesús y del vino en su Sangre ­contestaron bastantes.
• Y el momento en el que eso sucede, ¿cómo se llama?
• "La concentración" -contestó uno de ellos.
Tenía la idea clara, aunque le fallaba la palabra. Pero esa palabra tampoco está mal. No cabe duda que de-
be ser un momento de "concentración", de especial atención, gratitud y humildad.
Humillados, abajados, de rodillas, adoramos la grandeza de Dios en el instante en que más se humilla y se
abaja.

F. 13.- "Allá voy yo".


Hay un interesante folleto de C. Ramirez Olarte, que se titula: "La Misa. ¡no me dice nada!". En él Don Pru-
dencio va explicando a Expedito la Misa y su significado. En un momento le dice:
• Después de haber echado el sacerdote el vino en el cáliz, toma con una cucharita unas gotas de agua y la
mezcla con el vino. ¿No te has fijado?

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• Si, me he fijado. ¿Qué significa?
• El vino representa a Cristo, puesto que se va a convertir en su sangre, y esas gotitas de agua, a nosotros y
todas nuestras cosas. Del mismo modo que al incorporar el agua al vino, todo se convierte ya en vino, tam-
bién nosotros debemos hacernos uno con Él. Y así como aquello, por las palabras de la consagración, se va
a convertir en algo divino, en el Cuepo y la Sangre del Señor, le pedimos a Dios, en ese gesto, que haga di-
vina nuestra vida y todos nuestros afanes.
Me contaba un amigo, que había captado este simbolismo, que él, cada vez que el sacerdote mezclaba las
gotas de agua con el vino, le decía interiormente al Señor: "Señor, allá voy yo".
A la Misa vamos a entregarnos a Dios con nuestro Señor Jesucristo. Es la actualización de su entrega -su
sacrificio- y de nuestra entrega con Él. Es el mejor medio que tenemos para unir nuestra entrega a la entre-
ga de Cristo. Así nuestra pobreza, unida al amor del Señor, adquiere un valor infinito ante Dios.
"Hoy me entrego a tus brazos como a nadie. Porque sé que mi amor, sin tu amor, no vale nada".
A Misa vamos a entregarnos, y a buscar fuerza para que toda nuestra vida sea prolongación de la Santa
Misa: un esfuerzo constante por hacer en cada momento la voluntad de Dios.

F. 14.- La Misa de todo el día


En un colegio de chavales había dos sacerdotes atendiéndoles. Un domingo, mientras uno celebraba la
Santa Misa, el otro les explicaba y trataba de ayudarles a seguirla.
Cuando al final el celebrante dijo "Podéis ir en paz", los muchachos giraron en los bancos, dispuestos a salir.
El que dirigía les frenó en seco diciendo:
• Un momento. Muchachos, la Misa no ha acabado. La Misa empieza ahora.
Le miraron perplejos y con cierto calentón por dentro, pensando que tenían que asistir a otra Misa.
Entonces el cura les aclaró que la Misa era para la vida y que toda la vida tiene que ser una Misa.
Quizás no entendieron mucho, pero se quedaron tranquilos.
Si la vida no sintoniza con la Misa, ésta viene a ser un añadido carente de sentido.
La Santa Misa es una escuela de vida cristiana. "La Misa es el centro y la raíz de la vida espiritual del cris-
tiano". (Beato Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n.87). A ella vamos a aprender y a buscar fuerza para
vivir en cristiano el resto del día.
"Has de conseguir que tu vida sea esencialmente,¡totalmente!, eucarística" (Forja, 826).

F. 15.- "Soy yo".


Un niño de unos diez años le explicaba a otros compañeros suyos la presencia de Jesús en el sagrario.
• Bueno ­le dice uno de ellos-. Dios está en el Cielo, en la tierra y en todas partes.
• Si ­replica el pequeño-. Pero ahí, en "esa cajita" está de otra manera: "ahí, pestañea".
La presencia del Señor en el sagrario es distinta. Ahí, no solo está, "es".
"Esto es mi cuerpo". Soy yo, en persona. Igual que a los Apóstoles cuando de noche se les acerca caminan-
do sobre el lago, nos dice a cada uno: "No tengáis miedo, soy yo".
Es El mismo, aunque no sea ni aparezca lo mismo. Cambia la manera. No cambia la persona ni su poder
omnipotente.

F. 16.- La cárcel del Sagrario.


Una profesora de párvulos enseña a sus alumnos el oratorio del colegio. Al hacerles fijarse en el Sagrario,
les dijo que "allí, dentro de aquella casita", estaba Jesús.
Al salir, uno de los pequeños se le acercó y le preguntó, muy serio:
• Profe, ¿quién cazó a Jesús y le metió en esa casita donde nos dijiste que estaba?
Jesús, encerrado en el Sagrario, le parecía al niño un duro castigo. Para un niño imaginarse encerrado en un
lugar pequeño debe resultar aterrador. No ve otra explicación: alguien muy fuerte debió encerrarle.
A la verdad, no iba descabellado el niño. Alguien muy fuerte es el culpable de que Jesús esté ahí. Alguien
muy fuerte "le ha cazado y encerrado".
Ha sido el Amor. Es que el Amor divino hace cosas desconcertantes. Como la Eucaristía.
"Me gusta llamar ¡cárcel de amor!al Sagrario.
- Desde hace veinte siglos está El ahí. ¡voluntariamente encerrado!, por mí, y por todos". (Forja, 827).

F. 17.- El único Señor. (*)

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El célebre mariscal Turena coincidió un día, a la hora de comulgar, con su ayudante. Cuando en la fila el
ayudante se dio cuenta de que su jefe venía detrás, se paró y le dijo:
• Señor, pase usted delante.
• Tu señor se ha quedado en casa ­replicó el mariscal-. Aquí no hay más señor que Aquel a quien tú y yo
vamos a recibir.
"El único Señor". Todos los demás somos creaturas. Y ese único Señor toma apariencia de "cosa" para ser-
virnos de comida: Dios que se convierte en alimento.
La Eucaristía choca con la lógica humana. Y ese choque es tan fuerte que constituye una prueba muy seria
de su veracidad: no puede ser un invento humano. O, lo que es lo mismo, es un invento divino.
Y ante ese invento y regalo divino solo cabe creer, agradecer y aprovecharlo.

F. 18.- Es la necesidad, más que la respuesta.


Una madre de un pequeño mongólico deseaba con toda su alma que su hijo pudiese hace la Primera Co-
munión. Le daba miedo que fuese incapaz.
Se lo llevó al sacerdote y le manifestó sus temores:
• No sé si podrá. Pregúntele; pero me temo que no sepa responder.
• Tranquila, señora ­le dijo el sacerdote-. Basta que entienda lo esencial. Jesús no se quedó en la Eucaristía
para recibir una respuesta. Se quedó para remediar nuestra necesidad. Si él no sabe dar gracias, delas usted
por él.
La Eucaristía no es un derecho humano. Es un derroche divino de amor.
El Señor no se quedó en la Eucaristía porque lo merezcamos, sino porque lo necesitamos. Y el reconoci-
miento de nuestra indignidad y de nuestra indigencia es la condición básica de la preparación para recibirle.
"Dios llena los vasos que encuentra vacíos" (Kempis). Pero si el vaso se tapona porque se cree lleno, no hay
quien pueda llenarlo.

F. 19.- "Mi corazón no duerme" (*).


Una madre con su hijo pequeño, de unos cinco años, pasa por delante de una iglesia, ya cerrada, cuando
está anocheciendo. El crío le pregunta muy serio:
• Mamá, ¿ya estará durmiendo Jesús en el Sagrario?
Y la madre, atinadamente, le responde:
• No, hijo. Jesús nunca duerme. En el Sagrario siempre está rezando por nosotros.
Amor con amor se paga. Y recuerdo se paga con recuerdo. Si no se acordase Él más de mí de lo que yo me
acuerdo de Él.
Vivir la presencia del Sagrario es la manera más fácil de vivir la presencia de Dios.
Al pasar por delante de una iglesia, desde el lugar de trabajo, desde el propio hogar.,que el corazón vaya al
Sagrario: "asaltar Sagrarios" (Beato Josemaría Escrivá, Camino 876).

F. 20.- El vecino más importante.


"¿Dónde está Dios?" -preguntaba un sacerdote a los niños en el Catecismo.
Y un pequeño respondió así:
• "Hombre, estar, está en todas partes. Pero donde más para es en el Sagrario".
A Dios podemos y debemos encontrarle en cualquier sitio, persona o circunstancia: "en Él vivimos, nos mo-
vemos y existimos" -
dice San Pablo. Pero donde resulta más fácil conectar con El es en la Eucaristía.
El Señor ha querido quedarse con nosotros. Nosotros, ¿queremos estar con Él?
¿Qué importancia doy al Sagrario en mi vida? ¿Es para mí el primer vecino? "El Maestro está ahí y te llama"
(Jn. 11, 28).

F. 21.- No se va.
En un colegio cada tarde se daba la comunión para retirar el Santísimo del Sagrario. Un día el sacerdote
explicaba a un grupo de pequeños, de cuatro o cinco años, como podían saber si Jesús estaba en el Sagrario
o si el Sagrario estaba vacío. Les decía que debían fijarse en dos cosas: la lamparilla, si estaba encendida o
no, y el conopeo o velo que habitualmente cubre el Sagrario. "Si está extendido cubriéndolo es porque
Jesús está dentro. Si está echado hacia atrás, es porque el Sagrario está vacío".

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Uno de los pequeños levantó la mano para preguntar:
• Y si le levantas un poco el "pañalito", ¿ya se va?
No se va a pesar de nuestras burradas, ofensas y frialdad. Lo del "pañalito" sería lo de menos. Le hacemos
cosas bastante peores.
Y no es que sea insensible, que no le duelan. Le dolieron las faltas de delicadeza de aquel fariseo, Simón,
que le invitó a comer. (Lc. 7, 36-49).
Pues a pesar de nuestras torpezas e ingratitudes ha inventado la Eucaristía para quedarse con nosotros.
¡Tiene que amarme mucho para exponerse a tanto!

F. 22.- La persona y su fotografía.


Una madre preparaba a su hijo subnormal para hace la Primera Comunión. Cuando lo creyó oportuno se lo
llevó al sacerdote de la parroquia. El párroco, al ver al niño, trató de consolar y animar a la madre diciéndo-
le que, si su hijo no tenía capacidad para la Comunión, Dios supliría de algún modo.
La madre insiste y pide al cura que le examine. Y así se entabla el siguiente diálogo entre el sacerdote y el
niño:
• ¿Tú quieres hacer la Primera Comunión? ­pregunta el sacerdote.
• Si ­responde el niño.
• ¿Y para qué?
• Para recibir a Jesús.
• ¿Y dónde está Jesús?
• En el Sagrario
Y señalando el crucifijo que tenía en el despacho, sigue preguntando el sacerdote:
• ¿Y éste, quién es?
• Es Jesús también.
• Ah, entonces hay dos Jesús: uno aquí y otro en el Sagrario.
• No. Sólo hay uno. Ése -dice el pequeño, refiriéndose al crucifijo-, ése parece que es, pero no es. El del
Sagrario, parece que no es, pero es.
Por supuesto, hizo la Primera Comunión.
"Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias.
"En la cruz se escondía solo la Divinidad, pero aquí también se esconde la Humanidad.
"Al juzgar de Ti se equivocan la vista, el tacto, el gusto. Pero basta el oído para creer con firmeza. Creo todo
lo que ha dicho el Hijo de Dios." (Del Adorotte devote, de Santo Tomás de Aquino).
Que Dios se nos haga comida, no cabe en cabeza humana. Solo a Dios puede ocurrírsele algo así.

F. 23.- Merendar juntos.


Un crío -seis o siete años- está solo en la capilla del colegio, después de las clases, comiendo un bocadillo.
Un profesor que lo encuentra, le pregunta:
• Y tú, ¿cómo estás en la capilla comiendo?
• Es que ­dice el pequeño- Jesús estaba solo y yo también, y vine a merendar con Él.
• A merendar con Él, no ­replica el profesor- . El que está merendando eres tú.
• Sí. Pero ya le dije: "si gusta.".
Cuantas veces nos sentimos solos, ante lo grato y, sobre todo, ante lo doloroso.
¡Cómo necesitamos compartir con Jesús todas nuestras cosas! Y Él se hizo hombre para poder compartir
con nosotros lo que entraña la condición humana.
¡Señor, dame esa fe y ese amor de niño!

F. 24.- Con el Sagrario tenemos todo.


Un sacerdote, que se las daba de "progre", quería meterles la televisión en un convento de monjas carmeli-
tas de clausura. Hablando con la monja tornera le dio un montón de "razones" en pro de dicho invento.
Ella, licenciada en Filosofía, haciéndose la ingenua, preguntó por el tamaño del artilugio. El sacerdote le dio
las medidas del que consideraba más adecuado. Y la monja -con el mismo aire de ingenuidad- exclamó:
• Claro. Lo malo es que no nos cabe por el torno.
Cuando luego contaba la conversación, comentaba:
• Tenemos el Sagrario. ¿Dónde puede haber mejor televisor?

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El Sagrario, la Eucaristía, es el televisor donde mejor se ve el amor de Dios a cada hombre.
En la Encarnación Dios se ha fundido con la humanidad. En la Eucaristía, se funde con cada hombre en par-
ticular.
Dios me ama hasta dejarse comer.
Nunca el hombre lo hubiera soñado. Solo Dios puede llegar a tanto. "Por más que te escondas, galán divino,
en lo mucho que has dado, te han conocido." (Maestro Joseph Valdivieso).

F. 25.- "Señor, Tú eres mi fortaleza" (*)


Cuando el pequeño Tomás cumplió nueve años, su familia, los señores de Aquino, confiaron su educación a
los frailes de Montecasino. Tomás pasó a vivir en el Monasterio.
Una noche se desató una impresionante tormenta. El monje que tenía el niño a su cuidado se acercó al
dormitorio del pequeño temiendo que se asustase. Con sorpresa descubrió que no estaba en su cama. Le
buscó en vano por todo el convento. Al final lo encontró en la iglesia, acurrucado al lado del Sagrario abra-
zándolo.
• ¿Qué haces aquí? ­le preguntó el fraile.
• Tenía mucho miendo por la tormenta. Y como Jesús calmaba las tempestades, me vine a estar con Él.
El fraile sonrió emocionado.
Pero en Tomás de Aquino el cariño y el afán de estar cerca del Señor en la Eucaristía fue en aumento a lo
largo de toda su vida. Al final confesaba haber aprendido más de rodillas delante del Sagrario que en todos
los libros de Teología.
La presencia del Sagrario es fuente de paz y de seguridad. El señor se ha quedado en la Eucaristía para ser
nuestro viático: alimento en nuestro camino.
¡Cuántas veces nos faltan fuerzas para enfrentarnos con nuestro deber por estar mal alimentados!

F. 26.- El Divino Solitario (*)


Una tarde en un colegio un profesor observa perplejo a un grupo de niños, de siete u ocho años, que entra-
ban y salían repetidamente de la capilla. Después de un rato observándoles, se acerca y les pregunta:
• ¿Qué hacéis entrando y saliendo tantas veces en la capilla?
Uno de ellos responde:
• Estamos haciéndole muchas visitas a Jesús para que le duren toda la noche.
Jesús se queda en la Eucaristía para estar con nosotros. Y nosotros, desagradecidos, que poco estamos con
Él.
¡Cuántas horas, cuántos días y cuántas noches está el Señor solo en tantos sagrarios de todo el mundo!
Señor, dame un corazón como el de aquellos niños: lleno de deseos de hacer menos sola tu soledad.

F. 27.- La comunión de Francisco. (*)


En la tercera aparición del Angel a los pequeños en Fátima -en A Loça do Cabeço- les dio la comunión. A
Francisco y a Jacinta les dio a beber del cáliz la Sangre que caía de la Hostia que había dado a Lucía.
Poco después, Francisco preguntó a su prima:
• El Angel a ti te dio la Sagrada Comunión. Pero a mí y a Jacinta ¿qué fue lo que nos dio?
• Fue también la Sagrada Comunión ­respondió Jacinta con una felicidad indecible-. ¿No ves que era la San-
gre que caía de la Hostia?
• ¡Yo sentía que Dios estaba en mi; pero no sabía cómo!­
respondió Francisco.
"Yo sentía que Dios estaba en mi; pero no sabía cómo". Dios -
el dueño y señor del universo- en mi. Saber cómo, importa. Sentirlo, resulta gozoso. Saber que está, es fun-
damental. Pero, lo más grande, es que está. Y cada vez que comulgo, Dios está en mi, tengo a Dios dentro.
No hay abrazo entre enamorados tan pleno, profundo e impresionante como el que nos damos con Jesús
en la Comunión.
A ella vamos a fundirnos con El para hacernos lo que comemos. Vamos para que "Él crezca y yo desaparez-
ca".

F. 28.- Necesitamos cuerda.


Una niña de once años asistía a Misa en el colegio todos los días.

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Hablando de la acción de gracias por la comunión, manifestaba que ella siempre le pedía al Señor lo mismo
en ese momento:
• "Señor, dame cuerda para veinticuatro horas".
Comemos para vivir. La comunión es para la vida. Ahí vamos a buscar fuerza -"cuerda"- para la vida de cada
día.
La comunión es el manantial. Luego, como un río, debe correr en nuestra vida la fortaleza que da el alimen-
tarse de Cristo. Dice un precioso canto eucarístico: "Ya tenemos manjar para el camino. Ya podemos comer
al mismo Dios. Porque estás hecho espigas y hecho vino, para siempre, eucarístico Señor".
Después debe notarse -y deben notarlo quienes nos rodean- que llevamos a Cristo dentro.

F. 29.- El estuche y la joya.


Una niña de tres o cuatro años solía acompañar a su madre muchos días a la misa. Cuando la madre volvía
de comulgar y se quedaba de rodillas en el banco, la niña se le acercaba y le daba un beso.
Los primeros días la madre no le comentó nada. Pero a la cuarta o quinta vez, extrañada, le preguntó:
• ¿Por qué cuando vengo de comulgar siempre me das un beso?
• No es para ti ­respondió la pequeña- . Es para Jesús que traes dentro.
Es lógico fijarse más en la joya que en el estuche que la contiene.
Puede que esa persona no merezca mis desvelos. Pero Jesús si lo merece; lo merece todo.
¡Cuántas cosas cambiarían si, como la niña, viésemos a Jesús dentro de la gente que nos rodea!

F. 30.- Dios es mi huésped.


Un médico, extraordinario profesional y profundamente piadoso, hizo una casa en el campo. Proyectaba
pasar en ella, con su familia, los pocos tiempos libres que casi no tenía.
En una ocasión se la cedió a un sacerdote amigo para reunir allí un grupo de chavales en una pequeña con-
vivencia. Al anochecer se le ocurrió ir a visitarles por ver como se habían acomodado y si necesitaban algu-
na cosa.
Al llegar, a través de una ventana, vio que estaban celebrando la Santa Misa. Fue tanta su emoción que se
le soltaron las lágrimas, pensando: "¡Dios es mi huésped! ¡Cristo ha venido a mi casa!".
El centurión de Cafarnaum dijo a Jesús: "Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo." (Mt. 8, 8).
Nos acostumbramos hasta a lo más sublime. Y al acostumbrarnos ya no lo valoramos.
¡Qué bueno sería recibir a Jesús cada día como si fuese la Primera Comunión! ¡Señor, que no me acostum-
bre a celebrar o a participar en la Santa Misa!

F. 31.- Dios escucha y oye siempre.


Una profesora de tercero de Primaria -niñas de ocho años- ensayaba con ellas lo que iban a leer en la Misa
de su Primera Comunión. Debían leer una oración al principio. La profesora les repetía que leyesen más
alto, que gritasen más. Una de las pequeñas, muy seria, le dijo:
• ¿Para que voy a gritar? Se lo digo a Jesús. Y Él me oye perfectamente.
El Señor nos escucha y oye siempre. No hace falta gritar ni son necesarias muchas palabras. Basta, senci-
llamente, decirle lo que nos pasa.
"Antes de que la palabra llegue a mi lengua, ya ha penetrado en tus oídos, Señor" (Salmo 138, 4).
Saber que todo un Dios está pendiente de mí, cada vez que me dirijo a Él, da una gran confianza.

G. 1.- En Él todo lo puede quien nada puede.


Un padre quiere dar una lección a un hijo suyo: le manda remover del camino un obstáculo muy superior a
las fuerzas de niño.
El pequeño intenta una y otra vez. Imposible. Su padre insiste: "haz todo lo que puedas". El crío, después de
varios intentos, acaba exclamando:
• Es que ya hago todo lo que puedo.
• No ­replica su padre-. No estás haciendo todo lo que puedes: puedes pedirme que te ayude y no lo haces.
En lo que Dios nos pide, nos espera para ayudarnos. No se trata de traerle a donde queremos; sino de des-
cubrirle donde está.
La dificultad es providencial: nos obliga a acudir al Señor. Es verdad que "sin Él nada podemos" (Jn. 15, 5).
Pero no es menos verdad que "con Él lo podemos todo" (Filps.4, 13).

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"En Él todo lo puede quien nada puede".

G. 2.- Para desterrar la soledad.


Cuenta Bernard Nathanson, el llamado "rey del aborto", que un amigo suyo, médico y ateo, atendía a un
enfermo de cáncer. Siempre que le visitaba le encontraba rezando. Un día le preguntó:
• ¿Qué pides cuando rezas?
• Nada. No pido nada.
• Si no pides nada, ¿para qué rezas?
• Para darme cuenta de que no estoy solo.
Un cristiano no tiene nunca razón para sentirse solo. La soledad, el sentimiento de soledad, es falta de pre-
sencia de Dios.
Puede tenerse mucha gente alrededor y, sin embargo, sentirse uno solo. Pero no se puede sufrir esa sensa-
ción si se tiene a Dios presente. Me acompaña, me quiere, me atiende y me entiende.
La oración, ante todo, entraña y fomenta la conciencia de no estar solo.

G. 3.- Mando a distancia.


Moisés manda a Josué salir al paso de Amalec que viene en son de guerra contra el pueblo hebreo. Mien-
tras tanto él estará orando a Dios en la cima de la montaña.
Cuando Moisés tenía sus brazos elevados al cielo en oración, prevalecía Josué. Cuando, cansado, bajaba los
brazos, Josué tenía que retroceder.
Aarón y Jur, que acompañaban a Moisés, le sentaron sobre una piedra y le sostuvieron sus brazos en alto
hasta la puesta del sol.
Así Josué derrotó a Amalec y su tropa. Y se salvó el pueblo de Dios. (Ex. 17, 8).
La vida de Jesús empieza con un largo periodo de oración: su retiro en el desierto. La vida de la Iglesia co-
mienza de la misma manera. Entregada a la oración a la espera del Espíritu Santo.
Por ahí tiene que empezar la vida de cada cristiano si quiere ser eficaz. "Primero, oración; después, expia-
ción; en tercer lugar, muy en "tercer lugar", acción" (Camino, 82).

G. 4.- Oración y vida.


El determinante influjo de la oración en la vida lo expresaba, de forma muy gráfica, un buen sacerdote.
Charlando en una ocasión con otro compañero le decía:
• En esta semana me he dado cuenta de que según va la oración, así va el cura.
"Es la oración la que marca el estilo esencial del sacerdote; sin ella el estilo se desfigura"(Juan Pablo II: Car-
ta a los sacerdotes,1979 n. 10).
En realidad la oración marca el estilo de vida del cristiano. Sin amor a Dios no hay vida cristiana. Y sin trato
no hay amor posible. El amor, humano o divino, nace y crece con el trato. Y la oración es, precisamente,
trato con el Señor. De ahí ese viejo adagio ascético: "Tu vida será lo que sea tu oración".

G. 5.- Ocupaciones malditas. (*)


De una carta de San Bernardo al Papa Eugenio III:
"Temo que en medio de tus innumerables ocupaciones, te desesperes de no poder llevarlas a cabo y se te
endurezca el alma. Obrarías con cordura abandonándolas por algún tiempo, para que no te dominen ni te
arrastren a donde no quieras llegar. Tal vez me preguntes: ¿Adónde? Al endurecimiento del corazón.
Ya ves a donde pueden arrastrarte esas ocupaciones malditas -
haec occupationes maledictae-, si continúas entregándote a ellas del todo, como hasta ahora, sin reservar-
te nada para ti".
¿"Ocupaciones malditas" las de un papa? Lo son, si no sirven para acercarse más a Dios. Como decía Juan
Pablo II, sería un mal negocio "dejar por las cosas de Dios al Dios de las cosas".
Es cuestión de lucha y orden. Las muchas ocupaciones no nos dispensan de hacer oración. Al contrario, la
reclaman con mayor exigencia.

G. 6.- ¡Vaya si funciona!


Una señora está en una iglesia, sentada en un banco, haciendo oración. Un niño de ocho años, hijo de una
amiga suya, le pregunta:

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- ¿Qué haces?
- Estoy hablando con el Señor.
• Pero El no te dice nada. ¿Cómo lo oyes?
• Lo oigo dentro de mí, en mi corazón. Prueba tú y verás.
Se pone de rodillas el crío, y al poco rato exclama:
• ¡Maruja, funciona! Le pregunté por qué me castigaban y me dijo: "Porque te portas mal". Y después le
pregunté por qué suspendía y me dijo: "Porque estudias poco".
A Dios le sobran medios para hacerse entender. Lo único que hace falta es querer oírle.
La actitud básica, fundamental, de un cristiano es la disponibilidad, la actitud de escucha.
Aprender a escuchar, en buena parte, es aprender a orar.
Repetir oraciones, es bueno. Pero hace falta hablar con el Señor como se habla con un amigo, el mejor ami-
go.

G. 7.- La zapatilla.
Una madre observa a su hija, pequeña de siete años, como a la noche, al descalzarse, tira una zapatilla de-
bajo de la cama. A la noche siguiente ve que vuelve a hacer lo mismo. A la tercera noche le pica la curiosi-
dad y pregunta:
• ¿Por qué todas las noches tiras una zapatilla debajo de la cama?
• Es que nos dijo la profe ­contestó la niña- que así a la mañana, cuando tenga que arrodillarme para coger-
la, es más fácil que me acuerde de rezar.
Decía el Beato Josemaría Escrivá que hay olvidos que son falta de memoria; pero hay olvidos que son falta
de amor. Olvidarse de los padres no es problema de memoria. Y olvidarse de Dios, tampoco.
Cuando se ama, hay interés y empeño. Y cuando hay interés y empeño se buscan resortes y trucos para
acordarse.

G. 8.- Una voz extraña.


En un hospital se encontraba gravemente enfermo un buen hombre: enfermo de cuerpo y más aún enfer-
mo de alma. En cierto momento le dijo a la monja que le atendía:
• Hermana, yo llevo muchos años sin tener relación con Dios. Por favor, usted, que tiene trato con Él, rece
por mí.
La monja, con cariño y sonriendo, le contestó:
• Ya lo hago. Pero rece usted también, que la voz de los extraños llama mucho la atención.
Para un padre un hijo nunca es un extraño. Pero también es verdad que la vuelta de un hijo alejado, extra-
viado, produce una gran alegría.
Por mucho que un hombre se haya apartado de Dios, si decide volver a Él, tiene audiencia y cariño asegu-
rados. Y eso, siempre: "Hay más alegría en el Cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y
nueve justos que no necesitan penitencia". (Lc. 15, 7).

G. 9.- A Dios rogando y .


Un crío de diez años, solía jugar como portero en el equipo de su curso. Un día tenían un partido de máxi-
ma rivalidad.
Estaban empatados. Pero la cosa se puso fea: el profesor que arbitraba les pitó un penalti en contra.
El pequeño, agazapado en su portería, se lanzó como un felino e hizo un "paradón". Cuando reaccionó, se
agarró al poste de su derecha y se puso a dar gracias a Dios por aquella parada.
Estaba subido al séptimo cielo, ajeno al mundanal ruido, cuando un balonazo, casi desde el centro del cam-
po, se le coló hasta las mallas.

Está bien que acudamos al Señor pidiéndole que supla nuestra impotencia: lo que no podemos hacer noso-
tros.
No es justo ni razonable pedirle que nos suplante: que haga lo que nosotros podemos y debemos hacer.
Lo que puedes hacer tú, ¿por qué va hacerlo Dios?

G. 10.- Milagros sí, pero.

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Un pequeño, de unos nueve años, acompaña a su madre para hacer una visita al Señor. La madre observa
que su hijo, arrodillado en un banco, reza con inusitada atención. Extrañada de su recogimiento, le pregun-
ta:
• Juan, ¿qué le estás pidiendo a Jesús con tanto interés?
• Le pido que Berlín sea la capital de Irlanda, como puse hoy en el examen.
Está bien pedir milagros, pero sin pasarse.
De todas formas, la oración de ese niño es el fiel reflejo de muchas oraciones nuestras: queremos y pedi-
mos a Dios que arregle lo que nosotros hemos desarreglado. No pedimos el milagro de que yo me esfuerce
y estudie en serio. Nos gusta más otro tipo de milagro: que arregle la chapuza de mi examen.
¡Cuántos cristianos imaginan a Dios como un gran fontanero!

G. 11.- El tiempo mejor empleado.


En un colegio, el profesor de niños de cinco-seis años, no les permitía ni tocar un libro mientras rezaban al
empezar y al acabar la clase. Así trataba de inculcarles la necesidad de rezar con atención.
La madre de uno de aquellos pequeños, por las noches, mientras le ayudaba a desnudarse, solía rezar con
él un padrenuestro. Hasta que una noche el crío se plantó y le dijo:
• Mamá, o me desnudas o rezamos. Que mientras se reza, no se hace otra cosa.
Rezar, hablar con el Señor, es suficiente y magnifica ocupación. Y es necesario poner el alma en lo que ha-
cemos y decimos.
Es muy bueno tener a Dios presente en todo momento. Pero, para eso, hace falta dedicar cada día algunos
ratos, en exclusiva, a estar con El, a hablar con Él.

G. 12.- La mano derecha de Dios.


Refería una hermana de la Caridad el siguiente favor de San José. En la residencia de ancianos en la que ella
estaba -hace ya algunos años-
les habían regalado un televisor. Se lo pasaron a los hombres para que pudiesen ver los partidos de fútbol.
Pero las ancianas también querían uno.
La monja encontró un afilalápices en forma de televisor y se lo puso en la mano derecha a una imagen de
San José que tenían en la portería. El mismo día, un médico conocido de la casa vino a visitar a un familiar
suyo. Al ver a San José con aquel chisme, le preguntó a la monja qué significaba aquello. Ella le explicó que
necesitaban un televisor, que se lo había pedido a San José y, para que no se olvidase, le había puesto en la
mano ese sacapuntas, hasta que les consiga lo que le han pedido.
Al bueno del hombre le dio la risa. Y, muy convencido, decía a la hermana que no esperase de San José un
televisor.
Volvió a la semana siguiente. La imagen seguía con el cachivache en la mano. Riéndose, le dijo a la monja.
• San José le está fallando. Aún no le ha traído el televisor.
• Todavía no ­confesó la hermana -.
• Metió la mano en el bolsillo, sacó la cartera, cogió unos cuantos billetes de 5.000 pts., y se los dio dicien-
do:
• Tenga. Compren el televisor. Que San José no se lo va a traer.
La monja recogió el dinero pensando: cierto; no lo va a traer, porque ya acaba de traerlo.

No acertamos a ver al Señor, a descubrir su mano, en lo ordinario. Queremos que se manifieste aparatosa-
mente. Y a Dios, al parecer, le encanta pasar oculto. No es que El no actúe. Lo que ocurre es que no sabe-
mos verle.

G.13.- No sabemos pedir lo que nos conviene. (*)


El Padre Malaquías era un buen fraile, simple y sencillo. Sufría grandemente: su iglesia estaba siempre vacía
mientras en la otra acera de la calle un "cabaret de perdición" se abarrotaba de gente.
Un día pidió a Dios que arrancase de cuajo aquel cabaret y lo lanzase a un lugar apartado y solitario. El Se-
ñor escuchó su súplica y el cabaret fue a parar a una isla solitaria y desierta.
La noticia se divulgó con rapidez. A los pocos días, el "cabaret milagroso" había multiplicado por diez su
clientela. Y la iglesia del Padre Malaquías seguía desierta.

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El remedio había sido peor que la enfermedad. Y el bueno del fraile, reconociendo su error, rogó a Dios que
las cosas volviesen a su sitio. Poco después todo seguía como antes.

"No sabemos pedir lo que nos conviene", dice San Pablo. Cuántas veces el Señor tendrá que enderezar
nuestras peticiones.
Pedir como aquel niño que decía: "Jesús, dame lo que a Ti te guste más".

G.14.- Oración armada. (*)


Quico, el hijo pequeño de Pepone, enfermó gravemente. Los médicos no pueden hacer nada. Al cuarto día
de tratamiento manifiestan claramente:
• Solamente el buen Dios puede salvar a su hijo.
Pepone no dijo palabra. Salió a la era, llamó a los criados y ordenó:
• "De rodillas: es preciso rogar al buen Dios que salve a Quico".
"Y todos oraban -dice el hijo mayor- porque tenían miedo a mi padre y porque querían a Quico.
Al llegar la noche, el más anciano de los doctores dijo a Pepone:
• Empeora. No llegará a mañana.
Pepone cogió la escopeta, la cargó con balas, se la puso en bandolera, alzó un paquete grande, se lo entre-
gó al hijo mayor y dijo: "Vamos".
Salieron los dos y llegaron a la casa del cura. Don Camilo estaba solo, cenando.
• "Reverendo ­dijo el alcalde-, Quico está mal y solamente el buen Dios puede salvarle. Hoy, durante doce
horas, sesenta personas rogaron por él. Pero Quico empeora y no llegará a mañana.
"Tú solo puedes hablar al buen Dios y hacerle saber como están las cosas. Hazle comprender que si Quico
no sana yo lo hago volar todo. En ese paquete traigo cinco kilos de dinamita. No quedará en pie un ladrillo
de toda la iglesia. ¡Vamos!".
El cura no dijo palabra; salió seguido de mi padre, entró en la iglesia y fue a arrodillarse ante el altar.
Mi padre permaneció en medio de la iglesia con el fusil bajo el brazo, abiertas las piernas, plantado como
una roca.
Hacia media noche mi padre me llamó:
• Anda a ver como sigue Quico y vuelve enseguida.
Volé por los campos y llegué a casa con el corazón en la boca. Luego volví corriendo todavía más ligero.
• ¡Papá!­grité con el último aliento- ¡Quico ha mejorado! ¡El doctor ha dicho que está fuera de peligro! ¡Un
milagro! ¡Todos ríen y están contentos!
El cura se levantó: sudaba y tenía el rostro desencajado.
Y mientras el cura lo miraba con la boca abierta, mi padre sacó del bolsillo un billete de mil liras y lo intro-
dujo en el cepillo de los donativos diciendo:
• Yo los servicios los pago. Buenas noches.
Algún excomulgado aún sostiene que Dios aquella noche tuvo miedo.
*** ¡Cuántas veces, de una u otra manera, pretendemos chantajear a Dios, comprar "sus servicios"!

G. 15.- Fariseo y publicano.


Don José Zorrilla pone en boca de Don Juan Tenorio:
"Llamé al cielo y no me oyó;
y pues sus puertas me cierra,
de mis pasos en la tierra,
responda el cielo, no yo".
(Don Juan Tenorio, Acto IV, escena X).
Un niño se preparaba en el colegio para su Primera Comunión. El cuaderno de religión, entre las actividades
que debían hacer, les mandaba componer una oración manifestando su deseo de comulgar. Y el pequeño
escribió:
• "Jesús, yo quiero recibirte pronto. Te lo pido por favor".
El humilde pide "por favor". El soberbio exige, incluso a Dios.
El humilde ve a Dios como Dios. Por eso acude a Él pidiendo. El soberbio, ciego, ve a Dios como "su servi-
dor". Por eso le exige.

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Cuando el soberbio acude a "su dios", no acude a Dios, sino a un ídolo. Por eso la oración del soberbio es
estéril.

G. 16.- Escuchar a Dios.


En un colegio un profesor encuentra a un niño, de unos seis años, en el oratorio, él solo, sentado en la ta-
rima del altar y con la cabeza vuelta hacia el sagrario.
• ¿Qué haces ­pregunta el profesor- .¿Por qué no te sientas en los bancos?
• Es que ­responde el pequeño- desde allá atrás no se le oye.
La oración. ¿A qué voy a ella? ¿Voy a oírle o a que me oiga?
Tenemos más afán por hacer saber a Dios lo que queremos que por conocer lo que quiere Él.
A la oración vamos, ante todo, a estar con el Señor. Y ese es el fruto más importante de la oración.
Vamos a escuchar lo que Él quiere decirnos.
Vamos también a pedir. Con la certeza de que Él sabe mejor que nosotros lo que necesitamos. Y con la con-
fianza de que Él tiene más deseos de darnos lo que nos conviene que nosotros mismos de recibirlo.

G. 17.- ¿Puedo ayudarte?


En una obra del escritor brasileño Pedro Bloch aparece el siguiente diálogo con un niño:
- ¿Rezas a Dios? -pregunta Bloch.
• Si, cada noche -contesta el niño.
• ¿Y qué le pides?
• Nada. No le pido nada. Le pregunto si puedo ayudarle en algo.
"¿Puedo ayudarte?". Claro que podemos ayudarle. Él, que ha creado el mundo de la nada, ha querido nece-
sitar de nosotros para santificarlo. "Dios ha querido que seamos cooperadores suyos, ha querido correr el
riesgo de nuestra libertad. Dios se entrega en manos de los hombres" (Beato Josemaría Escrivá, Es Cristo
que pasa, n. 113).

G. 18.- Remedio para el momento.


Ocurrió en el comedor de un colegio al mediodía. Los chavales van acercándose al mostrador donde les
sirven la comida. Uno, bastante traste, viene incordiando a sus vecinos de fila. El profesor se cansa y le cas-
tiga a esperar fuera del comedor.
Después de un rato va a buscarle y le encuentra en el oratorio.
• ¿Qué haces? ­le pregunta.
• Le pido a Jesús que, por lo menos, me quite el hambre.
"Por lo menos." El remedio para el momento. Después, Dios dirá.
Tenemos demasiado empeño en "amarrar" el futuro. Jesús nos enseñó a pedir a Dios "el pan de cada día".
Pero nosotros preferimos pedirle una panadería.

G. 19.- Servicio rápido.


Había en un colegio un niño, de siete u ocho años, bastante pequeño de estatura y mal comedor. Un día en,
el almuerzo, coincidió en la misma mesa con un profesor. El profe trata de hacerle comer a base de razo-
nes. Al fin, ya agotados todos los argumentos que se le ocurren, intenta moverle pinchando su amor pro-
pio.
• Ahora ­le dice- me explico yo porque no creces. ¿Cómo vas a crecer si no comes? Yo comí mucho; por eso
crecí tanto.
Y el pequeño, con gran aplomo y convicción, replica:
• Pues ayer comí todo y no crecí nada.
En nuestra santificación la paciencia con nosotros mismos es una virtud fundamental. La fruta necesita
tiempo para madurar. Y las personas también. Hace falta gracia del Cielo, tiempo y esfuerzo por nuestra
parte.
En la relación con Dios, en la oración y vida de piedad, es imprescindible la perseverancia.

G. 20.- El premio a la perseverancia.

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Durante la última guerra mundial, un oficial del estado mayor alemán estaba mortalmente herido en un
hospital francés. La monja que le cuidaba era también alemana. Entendiendo que el herido era católico,
pensó en llamar a un sacerdote. Pero él no quería ni siquiera oír hablar de religión.
• Bueno, yo rezaré mucho por usted -le dijo ella- para que Dios le toque el corazón.
• Allá usted. Ya se cansará y dejará de pedir.
• No lo crea. Hay un hombre por cuya conversión llevo dieciséis años rezando.
• ¿Dieciséis años? Debe tenerle mucho cariño. ¿Es su padre o algún hermano?
• No. Ni siquiera le conozco. Mi madre era sirvienta de una condesa en Alemania. Hace dieciséis años le
dijo que me pidiese que rezara por su hijo, que llevaba una vida desordenada. Desde entonces he rogado a
Dios cada día por él; y lo mismo hacen las otras hermanas. Ahora, según me dijo la condesa en una carta,
está en el ejército.
El oficial la escuchaba con creciente interés.
• ¿Su madre se llama Beata? ­preguntó.
• Sí. Pero. ¿acaso es usted el conde Carlos?
Lo era. Y le conmovió la constancia de aquella hermana rezando por su conversión.
Recibió los sacramentos. Poco después moría piadosamente.
La constancia de la gota de agua llega a horadar la roca. La perseverancia en la oración siempre acaba dan-
do fruto.

G.21.- La fe sin fe.


Una buena mujer se tropezó un día, leyendo el Evangelio, con aquella afirmación de Jesús: "En verdad os
digo, si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Desplázate de aquí allá, y se desplazará, y
nada os será imposible" (Mt. 17, 20).
Ahí estaba la solución de su problema. Delante de su casa había un monte que le impedía ver el mar. Aca-
baba de encontrar el remedio.
Cerró la ventana y se puso a rezar. Al cabo de un buen rato abrió la ventana de nuevo, miró y el monte se-
guía en el mismo sitio. Y a la buena de la mujer se le escapó a modo de exclamación:
• "Ya me lo parecía a mí".
Las promesas de Jesús sobre la eficacia de la oración son contundentes: "Quien pide recibe, quien busca
halla y a quien llama se le abre" (Mt. 7, 8).
Lo garantiza la palabra del mismo Dios.
¿Por qué falla tantas veces nuestra oración? Porque pedimos mal: o no sabemos pedir lo que nos conviene
o pedimos sin verdadera fe.

G. 22.- Ni fe ni paraguas.
En un pueblo castellano, un año de "pertinaz sequía", los feligreses acuden al párroco para que haga "roga-
tivas pidiendo la lluvia".
El domingo en la misa el sacerdote les habla del poder de la oración hacha con fe, y de la necesidad de la fe
para la eficacia de la oración.
La tarde del día señalado para las "rogativas" el templo está abarrotado de gente. El párroco se fija ostensi-
blemente en cada uno durante un rato. Después les dice:
• Venís a pedir a Dios que llueva. Y, seguro, estáis convencidos de que va a escucharos. Pero, curiosamente,
teniendo tanta fe en que va a llover, ni uno solo ha traído paraguas.
Y yo, ¿llevaría paraguas? ¿Con qué fe acudo al Señor? ¿Realmente me fío más de Dios que de mí mismo?
¡Cuántos cristianos tienen más fe en el seguro de vida que en Dios! ¡Cuántos ponen más esperanza en las
quinielas que en la Providencia divina!

G. 23.- El regalo y el donante.


Un mendigo, llamado Bianco, pidió una limosna a Alejandro Magno. El rey le dio a elegir entre las ciudades
que acababa de conquistar, con la promesa de hacerle gobernador de la que eligiera. Bianco, desconcerta-
do, replicó:
• Es que yo solo te pedía una limosna.
Y Alejandro le dijo:

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• No pienses en ti, que solo eres el mendigo Bianco. Piensa en mi, piensa que es el Emperador el que te da.
La dádiva, el regalo, debe ser digna de mí, no de ti: el don ha de ser proporcionado al donante.
No se trata de hacer cambiar al Señor con nuestra oración. No hace falta cambiarle; Él ya está por nosotros.
Soy yo quien necesita cambiar. A la oración voy a ver si soy digno, si merezco recibir su don, su regalo. No
es lógico pedirle a Dios que cumpla mis deseos, si yo no estoy dispuesto a luchar por hacer lo que Él me
pide, lo que Él quiere de mí.
A la oración voy -debo ir- a identificar mi querer con la voluntad del Señor: "Hágase tu voluntad en la tierra
como en el Cielo".
Además, Alejandro escoge mejor que Bianco. Y Dios, mucho mejor que Alejandro y que yo.

G. 24.- Un Dios en exclusiva. (*).


Un señor elegante coincide un día ante el Cristo de Medinaceli -
imagen muy venerada en Madrid- con un pobre mal vestido y con cara de hambre. Ambos están visible-
mente preocupados, obsesionados con su necesidad y sin darse cuenta acaban rezando en voz alta. El rico
implora el auxilio del Señor para que el Banco le garantice los cinco millones que necesita para apuntalar un
asunto en el que ve grandes provechos posibles. El hombre pobre pide, con la misma confianza y fe, qui-
nientas pesetas que le permitan pagar al casero y que no le echen de la casa en que vive. Las oraciones se
tropiezan en el aire, ambos están con los ojos fijos en la imagen.
• Señor, a ti no te cuesta nada. que me garanticen esos millones.
• Esas pesetas, Señor, para que no me encuentre en la calle.
• Toda mi vida comercial depende de esto, Señor, no me hagas caer en la bancarrota.
• Señor, el frío es intenso. No permitas que me echen de casa. Concédeme ese dinero.
• Señor, cinco millones.
• Señor, quinientas pesetas.
Ya casi están ambos gritando. De pronto el elegante se detiene en sus rezos, abre apresuradamente la car-
tera y saca un billete de quinientas pesetas.
• ¡Tome ­le dice al otro- , no me lo distraiga.
El "Dios mío" no siempre es una expresión de cariño. A veces más bien parece una declaración de propie-
dad: Dios a mi servicio, solo para mí.

G. 25.- Tomar el sol.


Un misionero observaba cada día a un anciano, nuevo cristiano, que pasaba horas en la iglesia, sentado en
un banco y mirando fijamente al sagrario. Un día el misionero le preguntó qué le decía al Señor, qué rezaba
durante tanto tiempo.
El anciano le dio una respuesta sencilla y clara:
• Yo no rezo; no sé hacerlo. Solo vengo a poner mi alma al sol.
¡Qué saludable es tomar ese sol! De ahí sale luz, calor, aliento para la vida.
¡Qué bueno es tomar ese Sol un rato cada día!
Si de la oración no saco otra cosa más que salir con el corazón un poco más caliente, más templado, animo-
so y decidido, ya no es poco fruto.

G. 26.- "El me mira".


Se cuenta en la vida del Cura de Ars un episodio encantador:
Un buen hombre permanecía largas horas en la iglesia, inmóvil, delante del sagrario. Un día el santo Cura le
preguntó:
• ¿Qué haces durante todo ese tiempo? ¿Qué oraciones rezas? ¿Qué le dices al Señor?
El viejecito, sorprendido, respondió:
• No digo nada. No rezo ninguna oración. Yo le miro y Él me mira.
Vamos a la oración, casi siempre, tratando de descubrir qué puedo y debo hacer por Dios. No está mal.
Pero, muchas veces y previamente, necesitamos ver lo que Él hace por mí. En pocas palabras: necesitamos
mirar a Dios y sabernos y sentirnos mirados, amados y queridos por Él.
Si ese convencimiento se va clavando en nuestras almas, bendita oración: ha dado un gran fruto.
El roce con el Sagrario nos mejora.

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G. 27.- La última hora del día.
Poco después de haber muerto el que fue obispo de Maguncia, Mons. Guillermo Ketteler, L'Osservatore
Romano hizo público el siguiente recuerdo de su vida:
En uno de sus viajes celebró la Santa Misa en un colegio de religiosas. Al darles la comunión, cuando se
acercó una de las últimas monjas, se conmovió profundamente; a duras penas pudo contener la emoción y
acabar la Santa Misa.
Antes de marcharse manifestó a la superiora su deseo de saludar y despedirse de las religiosas. Fue ha-
blando con cada una y pensando: "no es ésta., no es ésta.".
Preguntó si faltaba alguna. Y la superiora le respondió que sí: faltaba la hermana cocinera. El obispo dijo
que le gustaría despedirse también de ella.
Cuando la vio delante se dijo para si: "ésta es". Hablando con ella, le preguntó si rezaba mucho. Y ella, con
gran sencillez, le respondió:
• No puedo rezar mucho porque siempre estoy ocupada. Lo que sí hago es ofrecer el trabajo del día. Y para
estar más atenta, ofrezco la primera hora del día por el Papa, la segunda por los padres de familia, la terce-
ra por los obispos. y la última del día, cuando es mayor el cansancio, por los muchachos a quienes Dios
quiere sacerdotes, para que le escuchen atentamente y respondan "si" con generosidad.
Cuando la hermana cocinera se marchó, el obispo le contó a la superiora su historia, con el compromiso de
guardarla en secreto mientras él viviese.
• Había un joven, de dieciocho años, con dinero, ya que pertenecía a una familia bien acomodada económi-
camente. No pensaba más que en divertirse. Una noche, mientras estaba bailando, de repente, vio delante
el rostro de una monja que rezaba por él y miraba fijamente su alma.
Impresionado, se marchó del baile. También él se miró y encontró su vida vacía. ¿Qué querrá Dios de mí?
-se preguntaba.
Poco después ingresaba en un seminario, se ordenó sacerdote, más tarde fue consagrado obispo y ahora
está hablando con usted.
Hoy, al distribuir la comunión, he reconocido el rostro de aquella religiosa que vi en mi juventud: es la her-
mana cocinera.
No le diga nada de esto. Ya verá en el Cielo los frutos de su trabajo. Pero anímela mucho a que siga siempre
ofreciendo esa última hora del día por los muchachos a quienes Dios llama al sacerdocio, para que sean
generosos y digan "sí" al Señor.
Lamentamos que hay pocos sacerdotes. ¿No será que hay poca gente que reza para que haya más? No es
mala idea ofrecer a Dios horas de trabajo.

G. 28.- A Dios le importa todo. (*)


Cuando Eugenio Pacelli, luego Pío XII, tardaba en llegar a su casa, la madre, que sabía que estaba rezando a
la Madonna della Strada, le preguntaba:
• ¿Qué haces tanto tiempo en la capilla, hijo?
• Mamá, rezo y se lo cuento todo a la Madonna.
"Se lo cuento todo a la Virgen". Todo: lo bueno y lo malo, lo grato y lo desagradable. Dios es el Amigo al que
se le cuenta todo, incluso aquello que quisiéramos que nadie supiese.
Una cosa es hacer ratos de oración y otra, distinta, ser "almas de oración". Es decir, almas a quienes todo
les lleva a acudir al Señor.
Y se llega a ser "almas de oración" a base de cuidar esos ratos de oración.

G. 29.- La mejor lección.


Un buen cura navarro cuenta, en un libro suyo, un recuerdo de su infancia que le impresionó profundamen-
te y se le gravó de forma imborrable en su alma de niño.
Una noche, ya acostado, acabó el tebeo que estaba leyendo. Sigilosamente se levantó y se fue a buscar
otro. Al pasar por delante de la cocina vio a su madre, sola, de rodillas, con los codos apoyados en una me-
sa y la cara entre las manos, rezando.
Él mismo confiesa que aún hoy lleva gravada en su retina aquella imagen de su madre.
Seguro que la madre había rezado con él muchas veces. Pero ver que rezaba, no para enseñarle, sino por-
que lo necesitaba y cuando nadie la veía, fue su mejor lección.

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¡Qué pocos niños hoy ven rezar a sus padres! Y cuánto bien podría hacerles ver al padre o a la madre de
rodillas, cuando creen que nadie les ve.

G. 30.- El Cielo nos contempla.


Un futbolista de gran categoría, famoso a nivel mundial, es hijo de un buen hombre que también ha sido
jugador. Una enfermedad, la diabetes, había truncado su carrera. Y, además de truncar su carrera, acabó
por dejarle ciego.
Cuando su hijo empezó a destacar, él ya no podía verle; precisamente una de las cosas que más deseaba. Y
al hijo, que adoraba a su padre, le atormentaba no poder darle la satisfacción de verle jugar.
Al fin, la enfermedad se lo llevó.
El primer partido que jugó el joven después de haber muerto su padre, lo bordó, lo hizo extraordinariamen-
te bien. De los cuatro goles que marcó su equipo, dos fueron suyos y otro se lo sirvió en bandeja a un com-
pañero.
Al final del partido todos le felicitaban y le decían que jamás le habían visto jugar así.
• Salté al campo con más ganas que nunca -manifestó el chaval- Peleé con toda mi alma: ¡es que, por pri-
mera vez, mi padre iba a verme jugar!
Tener presente que el Cielo nos contempla con cariño resulta enormemente estimulante. Es el mayor ali-
ciente en la vida de cada día.

G.31.- ¡Buenas noches, Santo Padre!(*)


Un obispo africano, Mons. Chichester, de Salisbury, sorprendió al papa Pío XII con esta pregunta:
• Santidad, ¿duerme bien por las noches?
Pío XII, con gesto de asombro, respondió:
• Pues si, duermo bien. Pero. ¿por qué me lo pregunta?
• Mire, Santo Padre, cuando yo era pequeño teníamos una mujer en casa que cuidaba de nosotros. Al me­
ternos en la cama nos decía que rezáramos una Avemaría "por el Papa de Roma, para que pueda dormir
tranquilo a pesar de sus muchas preocupaciones". Desde entonces he venido rezándola siempre. Y, a la
verdad, sentía curiosidad por ver si daba fruto.
El Papa también es humano y necesita descanso. Podemos desearle "buenas noches". Y, con esa Avemaría,
podemos contribuir a que tenga una noche reparadora.
Bonito y profundamente humano detalle el de esa buena mujer africana.

H. 1.- ¡Cuidado con el sargento! (*)


El general D. D. EINSENHOWER (1890 - 1969), que fue presidente de los Estados Unidos, había sido general
de los ejércitos norteamericanos en Europa en la segunda guerra mundial. Cruzaba un día un campo de
instrucción de reclutas. No llevaba ninguna insignia. Al parecer, tenía costumbre de ir así. Un recluta iba en
dirección contraria. Eisenhower le llamó y le dijo:
• ¡Eh! ¡Muchacho! ¿Me das fuego?
El recluta no le conoció, le dio fuego y se alejó. En seguida, alguien le dijo:
• ¡Es el general!
El recluta retrocedió, se cuadró ante Eisenhower y le presentó sus excusas. Y el general, muy cordialmente,
contestó:
• No tiene importancia. Es culpa mía por no llevar insignias. Pero ten cuidado que no te ocurra lo mismo
con un sargento.
Cuanto más grandeza hay en una persona, más sencilla y humilde suele ser. Se cumple a la letra lo de aquel
viejo refrán castellano: "Dime de que presumes y te diré lo que te falta".

H. 2.- El ultimo de la fila.


A la hora de entrar en clase, un párvulo de cinco años, venía forcejeando con el de delante para colocarse
de primero en la fila. La profesora, que le sorprendió en sus intentos, con gesto de enfado, le dijo:
• Pues ahora, en castigo, ponte de último.
Se marchó el crío fila atrás y al llegar al final volvió, nuevamente, a la cabeza y le dijo:
• Profe, de último ya está otro niño.

23
Ya a los cinco años, y mucho más después, el afán de los primeros puestos nos acucia. En los últimos pues-
tos hay muy poco tráfico. El tráfico agitado, la lucha, los empujones, están en los primeros puestos.
Es bueno aspirar a la cabeza. Lo malo es intentar lograrlo por el camino equivocado. No es a costa de los
demás, pisoteando a quienes están al lado, como hemos de sobresalir. "El que de vosotros quiera ser pri-
mero, que sea servidor de todos" (Mc. 10, 44). Esa es la enseñanza de Jesús. Ese ha sido el camino de su
vida.
Es fácil dejar a otro de "último", dejar que otro sirva. Ser humilde y servir, ya cuesta más.

H. 3.- Solo sé que no sé nada. (*)


Siendo Don Marcelino Menéndez y Pelayo director de la Biblioteca Nacional, se le presentó en cierta oca-
sión un quídam que deseaba conocer ciertos detalles de la Biblioteca. Detalles que el ilustre sabio no pudo
suministrarle.
El individuo aquel, impertinente, se atrevió a decirle:
• Pues deberíais saberlo. El Estado os paga para que lo sepáis.
• Disculpe usted ­dijo, afable, Don Marcelino-. El Estado me paga por lo que sé. Si me pagase por lo que no
sé, no bastaba con todo el tesoro nacional.
D. Marcelino, uno de los hombres que más sabía en su tiempo, cree que ignora infinitamente más de lo que
sabe. Sócrates, en su humildad, llega a pensar que no sabe nada. Quizás en eso radique la sabiduría: en
saber que no sabemos.
"La sabiduría consiste en no creer que se sabe todo, que esto pertenece a Dios. Ni que no se sabe nada, que
esto es propio del bruto" (Lasctancio).

H. 4.- Humildad y docilidad. (*)


Cuando el cardenal Sarto, luego Papa San Pío X, era patriarca de Venecia tuvo que marchar a Roma para
asistir al cónclave convocado por el fallecimiento de León XIII. Una señora veneciana le dijo al cardenal que
había rezado para que el Espíritu Santo iluminara a los cardenales y le otorgaran el voto a él. El cardenal le
contestó, sonriendo:
• ¡Qué mala opinión tiene usted, señora, del Espíritu Santo!
***
¡"Qué mala opinión tiene usted del Espíritu Santo!". Pero no iba desacertada la señora.
El Espíritu Santo sabe lo que hace. Y eligió al que se creía inelegible, al humilde: "Porque ha mirado la poca
cosa, la bajeza, de su esclava" (Lc. 1, 48).
No es la calidad, sino la humildad y docilidad de los instrumentos lo que le importa a Dios.

H. 5.- Fe a la carta. (*)


Una revista francesa hizo pública una interesante anécdota de Salvador Dali, que bien puede tomarse como
representativa del autobombo daliniano.
Dalí, en París, fue presentado a la actriz Madeleine Renaud. Y, en un momento, ella le dijo:
• Créame que le admiro mucho, señor.
• Yo también, señora.
• ¡Ah!, ¿me ha visto trabajar?
• No hablo de usted, señora, sino de mi. Que también me admiro mucho.
.***
Cuánta gente en el terreno de la fe procede igual que Dalí.: "Yo soy muy creyente.", "tengo mucha fe."
Fe es creer algo a otro. Creer "lo que yo creo, lo que a mi me parece, creerme a mi mismo", es una manera
de "admirarse mucho a uno mismo", pero no es fe.
Creer en Dios o creer a Dios entraña: creer que Dios ha hablado, conocer lo que ha dicho y aceptarlo todo
firmemente. Si falta alguno de esos tres elementos, ya no hay fe.

H. 6.- Vocación de centro. (*)


Cánovas del Castillo zahirió en cierta ocasión a su íntimo amigo Emilio Castelar, al que tanto quería y admi-
raba:
• Emilio, en todo te gusta destacar. Siempre quieres ser el centro. Cuando vas a un entierro quisieras ser el
muerto y cuando asistes a una boda, la novia.

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El afán de ser el centro, la vocación de centro la llevamos todos metida en el alma.
El deseo de que nos digan, que nos contemplen y que nos aplaudan causa verdaderos estragos.
¿Soy el mismo en la soledad y en público?

H. 7.- La soberbia ciega.


Se cuenta de don Miguel de Unamuno que fue a visitar al rey Alfonso XIII para agradecerle una condecora-
ción que le habían concedido. En la entrevista advirtió al monarca que, al fin, le habían hecho justicia, ya
que aquella condecoración la tenía más que merecida.
El rey, sonriendo, le dijo:
• "Otros condecorados, don Miguel, dicen siempre que no se la merecen".
• "Y tienen razón" ­replicó Unamuno.
La soberbia entraña siempre dos errores o, quizás, dos maldades: el excesivo autoaprecio y el desprecio de
los demás.
Ni tanto ni tan poco. La verdad, la realidad, es que ni hay razón para creerse uno tanto ni para creer a los
demás tan poco. Pero la soberbia ciega e incapacita para ver la verdad.

H. 8.- ¿Qué tienes que no hayas recibido? (*).


Le presentaron a Jardiel Poncela un escritor que presumía exageradamente. No simpatizaron en absoluto. Y
como el presumido se diese cuenta de ello, dijo con aspereza a Jardiel:
• Que conste que todo lo que soy no se lo debo a nadie. Tengo el orgullo de haberme hecho yo mismo.
• ¡Afortunadamente!­respondió Jardiel-. Pues con eso descarga usted a Dios de una gran responsabilidad.
"La humildad es andar en la verdad" (Santa Teresa). La humildad lleva a reconocer lo que hay de bueno en
nosotros mismos, no a negarlo. Pero, al mismo tiempo, también nos lleva a ver la mano de Aquel a quien se
lo debemos. Con palabras de San Pablo: "¿Qué tienes que no hayas recibido?".
El pavo real tiene una cola preciosa. Eso es innegable. Pero no es menos innegable que fue Otro quien se la
puso. Verlo como mérito propio, presumir de cola, es "hacer el pavo".

H. 9.- El que se ensalza. (*)


Cuando Clemenseau era presidente del Consejo de Ministros falleció uno de éstos. Un político ambicioso le
escribió al presidente:
• "No preciso decirle, señor presidente, que, una vez desaparecido mi compañero, creo que soy yo el más
indicado para ocupar su puesto.
• "Evidentemente, y nada más fácil que eso ­ respondió Clemenseau -. Solo tiene usted que entenderse
para ello con el servicio de pompas fúnebres.
"El que se ensalza, será humillado. El que se humilla, será enaltecido"(Lc 18, 14). Son palabras de Cristo que
se cumplen, a la letra, incluso en esta vida.
El humilde atrae, se hace querer. El soberbio resulta repelente.

H. 10.- El orgullo de "no tener" orgullo.


A un sacerdote joven le enviaron destinado a una parroquia. Allí se encuentra a un sacristán veterano, con
muchos años de oficio. Cuando el sacristán saluda y da la bienvenida al cura, dice muy solemne:
• Don Manuel, cualquier cosa de mi que le desagrade o no le parezca bien, dígamelo sin ningún reparo.
Adviértame lo que sea claramente, que mi punto fuerte es la humildad.
El verdaderamente humilde no solo no sabe que lo es, ni siquiera se lo cree.
La soberbia es un enemigo peligroso. Se crece hasta con los golpes que le damos. Uno puede llenarse del
orgullo de creer que no es orgulloso. Y ese es un orgullo refinado.

H. 11.- Vértigo sin motivo. (*)


De un político que presumía mucho y sin ningún motivo, dijo en cierta ocasión Cánovas del Castillo:
• "¡Comprendo que se envanezca uno desde lo alto de la torre Eiffel. Pero marearse desde el asiento de
una silla!".
La gente que sube y llega a las cumbres, normalmente, vale. Y si, de verdad vale, no suele "marearse", en-
soberbecerse.

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Son más peligrosas las medianías, los de poca talla interior. Esos, en cuanto los aúpan un poco ya les da
vértigo, se emborrachan y disparatan.

H. 12.- Más papistas que el Papa. (*)


Forma ya parte del folklore español la historia de aquellas familias navarras que, cuando el papa León XIII
promulgó la encíclica De rerum novarum, reaccionaron, ante esta declaración "izquierdista", rezando todas
las noches "por la conversión del papa". Más tarde, durante la última guerra mundial, una amiga mía oyó a
una señora reaccionar indignada ante la noticia de que se había suprimido el ayuno y la abstinencia como
medida temporal por causa de la guerra. "Pues yo seguiré ayunando - respondió iracunda -. Si el papa se
quiere condenar, que se condene".
Porque el español tiene cada uno su papa, imagen que resulta ya el original y no la copia. Cuando lo que
hace el pontífice no se ajusta con la idea personal que tenemos de él, lo que está mal no es el espejo, sino
la figura, que no debe ser así. La frase "más papista que el papa" solo podía nacer en España.
Cuando el papa enseña lo que a mi me gusta oír, el papa es infalible. Lo malo es si no coincide. En ese caso,
el "infalible" soy yo.
Una manifestación más de soberbia.

H. 13.- Miedo al qué dirán.


De un famoso premio nóbel español se dice que afirmaba, en su vejez: "Si cuando uno llega a viejo com-
prende que se ha equivocado en el planteamiento de su vida, no debe rectificar. Si rectifica, todos dirán
que "chochea" con los años".
El miedo al "que dirán" es una clara manifestación de soberbia. Se prefiere pisotear la conciencia y perder
el respeto y aprecio de si mismo con tal de que los demás le sigan respetando.
Además, la soberbia es una enfermedad vitalicia: no se muere con lo años. Con la gracia de Dios y la lucha
personal puede vencerse, pero no eliminarse.
Aunque la medicina es una ciencia de la vida, saber mucha medicina no significa saber vivir.
"A veces considero que unos pocos enemigos de Dios y de su Iglesia viven del miedo de muchos buenos, y
me lleno de vergüenza" (Surco, 115).

H. 14.- Tres en uno. (*)


Decía don Emilio Castelar, en una tertulia política, refiriéndose a cierta persona orgullosa que alardeaba de
poseer toda clase de merecimientos, cuando en realidad no le adornaba ninguno:
• Se podía hacer con este hombre un negocio fabuloso: comprarlo por lo que realmente vale y luego ven­
derlo por lo que él cree que vale.
Conocerse a uno mismo, la máxima aspiración de la filosofía griega, no es tarea fácil.
Juan Pablo I, en "Ilustrísimos Señores", dirigiéndose a Mark Twain, le dice: Una vez tú observaste: "El hom-
bre es más complejo de lo que parece. Todo hombre adulto encierra en si no uno, sino tres hombres distin-
tos. "¿Cómo es eso?, te preguntaron. Y tú contestaste: Mirad a un Juan cualquiera. En él se da el primer
Juan, es decir, el hombre que él cree ser. Hay también un segundo Juan. Lo que de él piensan los otros. Y,
finalmente, existe un tercer Juan, lo que él es en realidad".
De mi, ¿qué Juan me importa?

H. 15.- Para Jesús cualquier Virgen es "su" Virgen.


Fernando Diaz Plaja, en El español y los pecados capitales, recoge de unas memorias del siglo XVII el si-
guiente relato:
Cuenta el protagonista de esas memorias que en un duelo su enemigo, derribado, le gritó:
• "¡No me mates, por la Virgen del Carmen!".
• "Has tenido suerte. ­respondió él -. Has nombrado a mi Virgen y eso te salva. Si apelas a otra, no sales
vivo".
La Virgen es siempre la misma: la Madre de Dios y Madre nuestra. Pero cada una de sus fiestas y advoca-
ciones encierra su mensaje, su enseñanza. El mensaje de la Asunción es una invitación a mirar al Cielo,
nuestra meta.

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María es maestra en toda su vida. Ahora bien, el tiempo que va desde la Ascensión del Señor hasta su pro-
pia Asunción es un claro indicador de lo que debe ser la vida de un cristiano. Ella, en esa etapa de su exis-
tencia, vive con los pies muy en la tierra pero con el corazón en el Cielo, donde estaba ya su Hijo, su tesoro.
Y yo, ¿dónde tengo mi corazón?

H. 16.- El cristal con que se mira.


Gabriel Maura Gamazo, hijo del famoso don Antonio Maura, cuenta en su libro "Recuerdos de mi vida":
"Refería mi padre que, novato aún, durante las primeras sesiones de las cortes de 1881, se sentó cierta
tarde junto a D. Carlos Navarro Rodrigo, conspicuo personaje de aquella mayoría, con quien le unió des-
pués muy íntima amistad. Le pareció, en un momento, tan atinado lo que estaba diciendo un orador de la
oposición, que no pudo menos de asentir con el ademán y comentarlo en voz baja. El experto mentor se
volvió rápidamente hacia él y, entre burlón y enojado, le increpó:
• Aprenda usted, pollo, que en esta casa los amigos hablan siempre como los ángeles. Y los enemigos la­
dran".
Según miramos a los demás, así los vemos. Si les miramos con cariño veremos lo que hay de bueno. Si les
miramos con antipatía nos fijaremos solo en lo malo. corregido y aumentado.
Los partidismos no dependen del ojo, sino de la voluntad. En último término, encontramos en los demás lo
que queremos ver en ellos.
Aquí cabe aquello de que: "En este mundo traidor, nada es verdad ni mentira. Todo lo hace el color del
cristal con que se mira".

H. 17.- La mala política.


Un gran charlista coruñés, hablando a curas y seminaristas, les decía:
• No se metan nuca ustedes en política. (Hablaba a curas y seminaristas). La política lo destroza todo. Voy a
ponerles un ejemplo en el que se ve claramente lo que hace la política. Busquen ustedes la palabra más
bonita y más sagrada del diccionario castellano. Sin duda es la palabra "madre". Pues añádanle "política", y
miren en que la convierten.
Eso que ocurre con la política - con la mala política - ocurre siempre con la soberbia y el amor propio. Don-
de se cuela destroza, incluso, lo más sagrado.
Además tiende a meterse en todo. La llevamos dentro y nos acompaña siempre.
Necesitamos rectificar constantemente la intención que nos mueve a hacer lo que hacemos. Necesitamos
conseguir que sea el amor a Dios el que nos mueva: movernos por razones de amor.

H. 18.- No tengo enemigos. (*)


No sé lo que habrá de histórico en lo que se cuenta de Ramón Narváez, primer ministro de un gobierno
español de siglo diecinueve.
A lo largo de sus etapas de gobierno se dice que firmó la sentencia de muerte de 35.000 enemigos.
Cuando él estaba muriéndose, en el año 1886, le preguntó el sacerdote que le atendía, en esos últimos
momentos, si estaba dispuesto a perdonar a todos sus enemigos. Él, muy seguro, contestó:
• ¿Enemigos? Padre, yo no tengo enemigos. Los he fusilado a todos.
La manera cristiana de no tener enemigos no es fusilarles. Si supiésemos mirar a todos como amigos, no
tendríamos enemigos. A las personas, en buena manera, las convertimos en lo que vemos en ellas cuando
las miramos.
Parafraseando el Evangelio: "Mira a los demás, a cada uno, como quieres que ellos te miren a ti".

H.-19.- Gafas sucias


Una señora va con una amiga suya a almorzar en un buen restaurante. Nada más sentarse a la mesa, ya
empieza a quejarse y protestar de la suciedad del lugar.
• Fíjate que manchones tiene el mantel. Da asco comer en un sitio así.
Su amiga se fija y no ve manchas por ningún sitio.
• Déjame un momento tus gafas ­ le dice-.
Mira a través de ellas y exclama:
- Ya. El mantel está perfectamente limpio. Las manchas están en los cristales de tus gafas.

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Con gafas sucias se ven manchas en todas partes. Si uno limpia sus propias gafas, muchas de esas manchas
se esfuman. Se esfuman porque no existían. Eran de las gafas.
Algo así ocurre, a la letra, con los defectos ajenos. En realidad, no son tan ajenos.

H.-20.- Los primeros zapatos.


Aunque hoy nos parezca imposible, hubo un tiempo en el que no había zapatos. Y, sin embargo, si que ha-
bía pies.
Pues había también un rey bastante tonto. Cosa nada rara a lo largo de la historia. Y ese rey tonto, como al
caminar por su reino le dolían los pies, mandó alfombrar de cuero todos los caminos del país.
Uno de los consejeros, que debía ser natural de Elche o de Inca, le dijo:
• Majestad, eso, además de ser un gasto insoportable, resulta absurdo. Mandad recortar unos trozos de
cuero y protegeos con ellos vuestros reales pies.
Al rey, a pesar de ser tonto, le agradó la idea. Y así se hizo. Y así se inventaron los zapatos.
Al que quiera mejorar el mundo, se le presenta una gran tarea por delante: tratar de mejorar él mismo.
Si logro mejorar yo, ya el mundo mejora un poco. Por eso el afán de mejorar el mundo no es sincero, si no
entraña la lucha por la propia superación.

H. 21.-Profilaxis dental (*).


Vivía en un pueblo una anciana que pasaba de los cien años. Había un par de cosas en ella que causaban
admiración entre el vecindario: lo bien que conservaba su dentadura y el que nunca le habían oído hablar
mal ni murmurar de nadie en toda su vida.
Cuando murió, en la misa del funeral, en la homilía, el párroco dijo:
-"Esta buena mujer ha conservado perfectamente sus dientes porque nunca mordió a nadie".
Murmurar, hablar mal, es fácil. Pero es estéril.
Advertir, con cariño, al que se equivoca, es cristiano. Comentarlo con quien no puede arreglar nada, es
sembrar cizaña. Y eso es diabólico.
"No hagas critica negativa: cuando no puedas alabar, cállate" (Camino, 443).

H. 22.- El borracho borroso.


Están dos borrachos en una taberna bebiendo vino. Cuando ya tienen bastante dentro, uno le dice al otro:
• No sigas bebiendo, que estás empezando a ponerte borroso.
¡Cuánto más fácil nos resulta ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio!
Como nos dijo el Señor, lo lógico es empezar por sacar la viga del propio ojo para ver como luego ayudar al
otro a sacar la paja del suyo.
Ese es el camino razonable. Lo que ocurre es que no siempre nos resulta atrayente.

H. 23.- Jarrón suicida. (*).


(Magdalena, -"la criada que me vio nacer" - descendiente de una segunda mujer de Adán que no participó
en el pecado original. -Había salido de compras y cuando volvió ya Adán y Eva habían comido).
Magdalena entra una mañana en mi despacho con su sonrisa inalterable y su mirar cristalino. Se coloca
silenciosa ante mi mesa. Comprendo que quiere decirme algo. Le pregunto, y, entonces, sin alterar su ros-
tro serenísimo, con la misma dulzura con que me diría que la comida estaba servida, me va comunicando:
• Sabe usted, señorito, que he roto el jarrón ese que usted me tenía recomendado que no lo rompiera. El
de la muchacha con mantilla de madroños. Yo le estaba quitando el polvo suavemente con el paño, y de
pronto hizo ¡tras!, y se rompió en mil pedazos. El mayor tiene el tamaño de la uña de mi dedo meñique.
Ante esto, toda amonestación muere en nuestros labios. ¿Qué se puede hacer con un jarrón que hace
¡tras!, por su propia voluntad? Porque Magdalena es inocente, es buena, no puede mentir. Lo que ha dicho
tiene que ser la verdad. Positivamente, el jarrón se ha suicidado.
Una cosa es reconocer los propios fallos y errores y otra, muy distinta, camuflarlos, "dorarlos".
La manera de decir también afecta a la sinceridad.

H. 24.- El que busca halla. (*)


Acompañaba Bernard Shaw a una señora joven en una reunión cuando de pronto le dijo:
• Señora, ¡qué agradable resulta su compañía! ¡Es usted encantadora!

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Y ella, desdeñosa y altiva, contestó:
• Lástima que no pueda yo decir otro tanto de usted.
• En ese caso ­replicó Shaw ­ haga lo mismo que yo: mienta.
Si uno mira a otro con un poco de cariño, será difícil que no encuentre algo bueno que alabar. Y sin necesi-
dad de mentir.
Y eso es caridad. Las caridad en la mirada facilita la caridad en la palabra. Mirar a los demás con amor es el
primer paso.

H. 25.- Por un simple tornillo. (*)


Érase una vez un fabricante de automóviles que usaba, para sujetar una determinada pieza de sus coches,
unos tornillos de ocho milímetros. Como surgiesen averías por la rotura de esos tornillos, decidieron reem-
plazarlos por otros de diez milímetros. Para poder realizar esta idea, se imponía primero revisar toda la
fábrica: desde el almacén de hierros y la oficina de pedido de las barras, pasando por los numerosos proce-
sos de fabricación de las tuercas y arandelas, hasta las maquinas que sierran automáticamente las tuercas y
tornillos.
Quizá debería modificarse también la forma y el grosor de ciertas piezas para que pudiesen recibir un torni-
llo más grueso y ser tan fuertes como él. Con ello el peso del coche iba igualmente a cambiar.
Total, que por un simple tornillo, había que modificar desde el coche hasta la fábrica.
Una simple idea que entre en una cabeza puede hacer cambiar toda una vida.
Sólo Dios sabe la trascendencia que puede tener un consejo, una sugerencia cariñosa, deslizada en una
conversación, al oído de un amigo.

H. 26.- Te puse a ti a su lado.


Un individuo, viendo sufrir a otro a quien la fortuna había vuelto la espalda, indignado, se encara con Dios
diciendo:
• No hay derecho, no es justo que permitas que este pobre hombre sufra tanto. Deberías hacer algo por él.
• Ya hice algo por él ­contestó Dios.
• ¿Si? ¿Y qué has hecho? ­Replicó insolente.
• Te puse a ti a su lado.
Protestar es fácil, pero estéril. Arrimar el hombro, ayudar a paliar el dolor de quienes tenemos al lado es
caridad.
Y la caridad nunca es estéril. Aunque, cierto, cuesta más que protestar.

H. 27.- El "santo" piñón de reloj. (*)


Cierto día en que un relojero había desmontado un reloj y con sus pinzas finísimas iba a coger el piñón mi-
núsculo que recibe el movimiento de la cuerda, observó que el piñón estaba en perfecto estado y brillantí-
simo. Lo miraba con cuidado, cuando el piñón le dijo:
• Yo soy un santo piñón de reloj, y no soy como los demás piñones, mis hermanos, que se les adhiere todo
el polvo que penetra en la caja. Me conservo limpio, sé cuidarme, sé preservarme; no preocupo a nadie. Yo
soy un piñón ciertamente tal como debe ser. Yo te pido que no me hagas tocar ninguno de estos engrana-
jes. Ya tengo bastante con cuidarme tan bien de mí mismo. Que cada cual se ocupe de sí mismo.
• Pero si cada cual se cuida solamente de sí mismo, ¿cómo andará el reloj? ­dijo indignado el relojero.
Sacudió delicadamente sus pinzas y la pequeña joya cayó entre los trastos inútiles. Y tomó un piñón menos
brillante, pero que aceptase vivir en compañía y lo montó en el engranaje del reloj.
.***
Dios nos ha puesto juntos para que nos amemos y nos ayudemos. Una parte, e importante, de nuestra san-
tificación consiste en ayudar a los demás a ser fieles a Dios.
"No puedes vivir de espaldas a la muchedumbre: es menester que tengas ansias de hacerla feliz". (Camino
32).

H. 28.- La transfusión. (*)


Una niña estaba muriendo de una enfermedad de la que su hermano, de dieciocho años, había logrado
recuperarse tiempo atrás.

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El médico dijo al muchacho: "Sólo una transfusión de tu sangre puede salvar la vida de tu hermana. ¿Estás
dispuesto a dársela?".
Los ojos del muchacho reflejaron verdadero pavor. Dudó unos instantes, y finalmente dijo: "De acuerdo,
doctor, lo haré".
Una hora después de realizada la transfusión, el muchacho preguntó indeciso:
• "Dígame, doctor, ¿cuándo voy a morir?".
Sólo entonces comprendió el médico el momentáneo pavor que había detectado en los ojos del muchacho:
creía que, al dar su sangre, iba también a dar la vida por su hermana.
"Nadie da mayor muestra de amor que el que da la vida por los que ama". (Jn. 15, 13).
Jesús ha ido por delante, nos ha dado ejemplo. Los cristianos, discípulos suyos, debemos estar dispuestos a
seguirle hasta el final.

H. 29.- El camino del ayuntamiento. (*)


Cuenta Fulton Sheen que en una ocasión, siendo obispo auxiliar de New York, se perdió en Filadelfia. Se
acercó aun grupo de muchachos, que jugaban en la calle, para preguntarles hacia dónde quedaba el ayun-
tamiento. Uno de ellos se ofreció a acompañarle. Mientras caminaba a su lado, le preguntó:
• Y usted, ¿a qué va al ayuntamiento?
• Voy a dar una conferencia -le dijo el obispo -.
• ¿Y de qué va hablar?
• Del camino para ir al Cielo. Si quieres oírla, te invito.
• ¿Del camino para ir al Cielo? ¡Pero si ni siquiera sabe ir al ayuntamiento!
.***
Bonito detalle el del niño que se ofrece a enseñar al obispo el camino del ayuntamiento.
Pero mucho más sublime y grandioso es enseñar a los demás el camino para ir al Cielo.
Y, más sublime todavía, gastar la vida en ayudarles a conseguir la gloria, la salvación.
El apostolado es la mayor y más grandiosa obra de caridad. Es la coronación de toda caridad.

H. 30.- A pesar de los curas. (*)


Siendo general en Italia el futuro emperador Napoleón, tuvo una violenta escena con el famoso cardenal
Gonsalvi, secretario de estado del papa Pío VII.
• ¿No veis que puedo destruir la Iglesia de un solo golpe? - le dijo altivo Bonaparte.
A lo que el insigne cardenal respondió con sonrisa irónica:
• No lo creo. ¿Quiere usted conseguir en un momento lo que nosotros, los clérigos no hemos logrado en
dieciocho siglos?
.***
La Iglesia Católica tiene dos milenios de historia. Y eso, a pesar de los curas.
Los sacerdotes como hombres tienen los mismos defectos que los demás hombres. Y esos defectos se han
presentado, muchas veces, como la excusa para no creer en la Iglesia. Razonablemente, suponen todo lo
contrario: un argumento para pensar que esa Iglesia es obra de Dios.
Si la mano de Dios no la gobernase y protegiese -con los servidores que tiene- hace mucho que se hubiera
hundido. Los defectos de los sacerdotes, más que ocultar, manifiestan la acción de Dios.

H. 31.- Carné de identidad.


Un sacerdote tenía en el vestíbulo de su casa una foto del papa Juan Pablo II. Un día vino a visitarle un ami-
go suyo que no era creyente. Al abrirle la puerta y encontrarse con la foto del Papa, hizo el siguiente co-
mentario:
• No se puede negar que aquí vive un católico. Si me encontrase un crucifijo, no sabría si el inquilino de la
casa era católico, protestante o cismático griego. Si me encontrase una imagen de la Virgen, podría dudar si
se trataba de un católico o un cismático. Pero la foto del Papa es definitiva: ese es el carné de identidad de
un católico.
Lo que distingue al católico es, precisamente, el amor y la fidelidad al Papa. En él vemos al Vicario de Cristo
en la tierra.
Con toda rotundidad: el que no sigue al Papa no es católico ni sigue a Cristo. "Todo lo que ates en la tierra
quedará atado en el cielo.". (Mt. 16, 19). Con otras palabras: lo que tú firmes, yo lo confirmo.

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¿Cómo está de claro mi "carné de identidad"?

I. 1.- Mens sana in corpore sano(*).


El papa Urbano V, pensando que la abstinencia perpetua de carne perjudicaba la salud, ordenó a los mon-
jes cartujos modificar sus constituciones y limitar esa abstinencia sólo a determinados días.
En contestación, los cartujos enviaron al papa una comisión formada por diez miembros de la Orden, esco-
gidos entre los más ancianos y robustos. En nombre de todos dijo uno al Pontífice:
• "Acudimos a Vuestra Santidad para demostraros que la abstinencia de carne, lejos de sernos perjudicial,
nos depara una salud excelente y una vejez prolongada. El que tiene el honor de hablaros pasa de los cien
años, y el más joven de mis compañeros ya ha cumplido los noventa".
Y el papa revocó su disposición. Y los cartujos siguen la misma vida que dispuso su fundador.
Lo que favorece al alma, no perjudica al cuerpo. El dominio de la carne es garantía de salud mental y física.
El vicio y el libertinaje no solo afectan la vida del alma, también destrozan la salud del cuerpo. ¡Cuantas
enfermedades tienen su origen en el pecado! Se ha dicho, y no sin fundamento, que el hombre es el animal
que se pasa la mitad de su vida tratando de recuperar la salud que destrozó durante la otra mitad.

I. 2. - Quitar lo que sobra.


Dos turistas contemplaban en Roma el famoso Moisés de Miguel Angel. Uno, impresionado, elogiaba el
genio del artista. El otro, parco en elogios, comentó:
• En realidad, no es para tanto. El Moisés ya estaba dentro del bloque de mármol. Lo único que hizo Miguel
Angel fue suprimir lo que sobraba.
Puede que no sea una mala manera de ve la acción del artista. Quitar justo lo que sobra y potenciar lo que
falta es una auténtica obra de arte.
Dentro de cada uno de nosotros hay un gran santo. La santificación, en gran parte, consiste en quitar lo que
sobra. Por eso, los santos, como las esculturas, se hacen a golpes.

I. 3.- Sacrificio.
En un colegio, en los días de la campaña del Domund preguntaba el sacerdote a niñas de primero de Prima-
ria, seis años, que podían hacer ellas por las misiones,. Casi a coro respondieron:
- Rezar.
• Perfecto. Y, además de rezar, ¿qué más podéis hacer?
• Dar dinero.
• Bien. Rezar, dar dinero. ¿Y qué más?
Y, levantando la mano una pequeñaja, dijo
• "Safricarse".
No cabe duda: el sacrificio vale. "No olvides que el Dolor es la piedra de toque del Amor" (Camino, 439).
La redención y la santificación necesitan la cruz. Si hubiese otro camino mejor, el Señor lo hubiera escogido.
El pecado es el alejamiento de Dios buscando la propia satisfacción. La santificación es el camino contrario:
la renuncia a la propia satisfacción buscando acercarse a Dios.

I. 4.- "Vosotros sois sus manos. (*)


Durante la guerra civil española fue destruida la imagen de un Cristo que presidía, desde el altar mayor de
la iglesia parroquial, la vida de un pueblo. Se encontraron todos los fragmentos del Crucifijo, menos las
manos.
El escultor encargado de reconstruir la imagen se negó a hacer otras. La imagen, una vez rehecha, fue colo-
cada en su altar, sin manos, y con una inscripción muy visible en su base. Decía así:
"Vosotros sois sus manos".
Somos las manos de Cristo. Pero las manos, para ser de Cristo, han de estar clavadas con Él en la cruz. De
otro modo serían manos amputadas.
Somos manos de Cristo cuando abrazamos la cruz de cada día, donde Dios nos ha puesto.
Somos las manos de Cristo para dar de comer, para curar, para acariciar, para bendecir. ¡Manos manejadas
por Cristo!

I. 5.- Hay cruces para todos.

31
Una mujer, quizás más bondadosa que inteligente, le decía a un sacerdote:
• "Padre, los que somos buenos tenemos que sufrir mucho".
• "Oiga señora, - respondió el cura un poco airado - los que somos malos también sufrimos bastante".
La cruz no es un invento cristiano. La cruz es un invento humano.
La señal del cristiano es la "santa cruz": la cruz santificada, llevada con Cristo.
"El que quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz de cada día y sígame" (Mt. 16,24).
La alternativa no es llevar la cruz o no llevarla. La alternativa es llevarla con Cristo o llevarla sin Cristo. Pero
llevar hay que llevarla. Normalmente se nace llorando. No se suele morir cantando. Y, en medio, hay de
todo para todos.

I. 6.- Los gorriones. (*).


A Federico de Prusia se le ocurrió una idea singular. Estando en el campo se fijó en unos gorriones que pico-
teaban por las eras granos de trigo. Empezó a hacer sus cálculos y llegó a la conclusión de que aquella clase
de pajarillos se comían anualmente, en su reino, dos millones de celemines de trigo.
Exterminarlos era, pues, de interés nacional. Prometió un premio por cada cabeza de gorrión que se pre-
sentase. Todos los prusianos se convirtieron en cazadores. Al poco tiempo no quedaban gorriones en el
país. Todo un éxito.
El rey estaba satisfecho. Pero, al año siguiente, le anunciaron de todas las partes de Prusia que las orugas y
las langostas se habían comido las cosechas.
Cuando hubo que traer gorriones de los países vecinos, dicen que el rey exclamó: "¡Cómo me he equivoca-
do!¡Lo que Dios hace, bien hecho está!".
Jesús dice a Pedro: "Tú piensas como los hombres, no como Dios" (Mt. 16,20). Y el aspecto de la vida en el
que se acentúa más esa diferencia de visión, entre Dios y los hombres, es en la cruz, el dolor, el sacrificio.
Algo debe tener el sufrimiento humano, que no acabamos de entender, cuando Dios ni a su propia Madre
le ha librado de él. La Virgen al pie de la cruz es toda una tesis doctoral sobre el dolor. Conviene contem-
plarla, estudiarla.

I.7.- Aprender a tiempo.


Había en un colegio un muchacho, hijo único, extremadamente mimado por sus padres y, sobre todo, por
sus tías. A los doce años, además de vago, era insoportable.
Se ganó bofetadas en abundancia, de algún profesor y, más aún, de sus compañeros. Resultaba llamativo
que, por más que le pegasen, jamás se le vio llorar. Uno de sus condiscípulos daba una explicación de aque-
lla sequía de lágrimas:
• Javier no llora porque no le enseñaron de pequeño.
.***
El espíritu de sacrificio si no se adquiere desde niño, después resulta muy difícil.
La pedagogía encaminada a ahorrar el esfuerzo, la lucha, el sacrificio, será muy paternal, pero es mala pe-
dagogía. Son realidades que la vida no va ahorrarnos. De ahí la importancia de aprender a enfrentarlas.

I. 8.- El irlandés. (*)


Se cuenta de un irlandés que se muere repentinamente y comparece ante el tribunal divino. Estaba muy
preocupado, pues el balance de su vida era más bien deficitario. Como había cola, se puso a observar y
escuchar. Tras haber consultado el gran fichero, Cristo le dice al primero: "Veo que tuve hambre y me diste
de comer. ¡Muy bien, entra en el paraíso! Al siguiente: "Tuve sed y me diste de beber". A un tercero: "Estu-
ve preso y me visitaste". Y así sucesivamente.
Por cada uno que era destinado al paraíso, el irlandés hacía examen y hallaba algo que temer; ni había dado
de comer, ni de beber, no había visitado a presos ni a enfermos. Llegado su turno, temblaba, viendo a Cris-
to examinar el fichero. Pero, mira por donde, Cristo levanta la vista y dice: "No hay mucho escrito. Sin em-
bargo, también tú hiciste algo: estaba triste, decaído, postrado y tú veniste y contaste unos cuantos chistes
que me hicieron reír y me devolvieron el ánimo. ¡Al paraíso!
***
Alegrar la vida de quienes nos rodean es una de las ocupaciones más sublimes. Y muchas veces cuesta.
Supone olvidarse de uno mismo y de sus cosas para pensar en los otros.

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Con frecuencia una sonrisa es el mejor sacrificio que se puede ofrecer a Dios. Alguien dijo que la caridad
consiste en ver a Dios en los demás y sonreírle. Quizás sea mejor aún ver a Dios en los demás y hacerle
sonreír.

I.9. - Las cerezas de San Pedro. (*)


Refiere un viejo cuento un viaje de Jesús y San Pedro por el mundo un día de fuerte y bochornoso calor. En
un momento se encuentran en el camino una vieja herradura. Jesús le dice a Pedro que la recoja. Y Pedro
replica:
- Si no es más que un trozo de hierro viejo y oxidado. No vale la pena molestarse en recogerla.
Jesús no dice nada; se agacha y la coge.
Más adelante se cruzan con un chatarrero. El Señor entabla conversación con él y le vende la herradura por
dos cuartos.
Llegan a un poblado y Jesús, con aquellos dos cuartos, se compra medio kilo de cerezas. Siguen caminando.
El sol arrecia y con él la sed. El Señor, de vez en cuando, se lleva una cereza a la boca y, disimuladamente,
deja caer otra al suelo. Pedro, ávidamente, se agacha a recogerla, para poder refrescar su garganta.
Cuando las cerezas se acaban, Jesús dice al Apóstol:
- Ves Pedro: no has querido agacharte una vez para recoger la herradura y has tenido que agacharte más de
una docena de veces, para recoger las cerezas que yo iba dejando caer. Eso te enseñará a no despreciar
nada ni a nadie, por más pobre e insignificante que parezca.
.***
No hay nada ni nadie que, a los ojos de Dios, no tenga valor. Si no valiese, sería absurdo darle la existencia
o permitir que existiera.
Lo que importa es saber valorar las cosas según los planes del Señor.

• I.10.- La cruz de cada día.


Un crío, casi cinco años, va por primera vez al colegio. De vuelta a casa, sus padres le preguntan:
• ¿Cómo te ha ido en el colegio? ¿Qué tal?
• Mal ­contesta el pequeño - Tengo que volver mañana.
Ser fiel a Dios un día es relativamente fácil. Pero es necesario serlo cada día y todos los días.
El problema está en que tendemos a ver como una gran cruz formada de la suma de la pequeña cruz de un
día y otro. Esa visión es falsa e imaginaria. La cruz no viene acumulada. Viene una a una, día a día. Cuando
llega la de hoy, la de ayer ya pasó y la de mañana no llegó todavía.
La cruz de cada día, llevada día a día, resulta más llevadera.

I. 11. - Cruces imaginarias. (*)


Se cuenta de SANTA TERESA que cuando fue a Salamanca para hacerse cargo de la casa donde iba a fundar
su primer convento en aquella ciudad, la encontró ocupada por unos estudiantes. La santa logró que los
mozos se la entregaran. Aquella noche quedaron allí a dormir Teresa y otra monja que la acompañaba.
Cuando se disponían a hacerlo sobre paja y arropadas con unas mantas que les habían prestado, la monja
acompañante le dijo:
• Madre Teresa, si ahora que estamos solas, yo me muriese, ¿qué haríais vos?
A lo que la santa, con su sentido común, respondió:
• Descansemos ahora, hermana, que si llega ese caso, ya veré lo que he de hacer.
Dios no da gracias para la imaginación. Las da para la realidad.
Cuando imaginamos lo que va a ocurrir, solo vemos la cruz, la dificultad. No vemos la ayuda que tendremos
cuando llegue, si llega, esa dificultad.
Es muy gráfico el ejemplo de las mujeres que el domingo de Resurrección, muy de madrugada, acuden al
sepulcro de Jesús (Mc. 16, 1 - 8). Por el camino van pensando en la losa que cierra la entrada. Tienen el
coraje de seguir adelante. Y cuando llegan, "la losa estaba removida".
¡Cuántas veces nos ocurre lo mismo! Si tenemos la valentía de seguir luchando, la dificultad se esfuma. Y se
esfuma o porque no existía o porque Dios la ha removido o porque nos da la fuerza para vencerla.
Lo que importa y lo que nos toca es seguir adelante.

I.-12.- Ducha con sacrificio.

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Seis hermanos, el mayor tiene 9 años. Está a punto de nacer el séptimo. Pero surgen problemas que dificul-
tan el embarazo. La familia, además de los cuidados médicos, reza. Recientemente han estado en Fátima.
Prometieron a la Virgen que, si nacía bien y era niña, se llamaría Fátima. Todos los hermanos están muy
pendientes de la que viene en camino.
Un día el mayor, Pablo, se acerca a su madre para darle un beso. Ella ve que tiene los brazos congelados. Le
había encargado que bañase a dos hermanos pequeños. Los había duchado con agua fría, después de pre-
guntarles, respetuoso con su libertad:
• ¿Qué queréis, ducha con sacrificio o sin sacrificio?
• Con sacrificio ­ contestaron ambos.
Lo habían pasado muy bien, según ellos. Pero al día siguiente se acabó la "ducha con sacrificio".
Hay que buscar sacrificios que no perjudiquen la salud. Pero sin miedo a romperse.
Hoy poca gente entiende el sacrificio cuando se hace por manifestar nuestro amor a Dios o por el bien del
alma. Se entiende cuando la finalidad es la esbeltez del cuerpo o el triunfo en una competición.
Los astronautas para ir a la luna han hecho más sacrificios que todos los santos para ir al cielo. Un equipo
de gimnasia rítmica se impone mayores sacrificios y privaciones que un convento de monjas. Las mujeres
para meterse en una 36 aceptan un costo mayor que el de los ascetas. Se llega a extremos enfermizos.
Y la causa está en valorar más el culto al cuerpo que el cultivo del alma.

I.13.- "La letra con sangre entra"(*)


RAMIRO DE MAEZTU (1875 - 1936) discutía en una ocasión, en reunión de amigos, sobre los nuevos proce-
dimientos de enseñanza. Uno de los presentes, maestro de niños, a las doctrinas de Maeztu opuso un co-
nocido proverbio, con el que quería defender su severidad en el trato con los alumnos. Dijo:
• Todo lo que usted quiera. Pero la verdad es que "la letra con sangre entra".
• Cierto ­ replicó Maeztu -. Per no con la sangre del discípulo, sino con la del maestro.
El maestro, o cualquier otro profesional, para realizar bien su profesión necesita regarla abundantemente
con su propio sudor.
La preparación previa para la profesión que ha de ejercer después y el ejercicio de la misma exigen esfuerzo
continuo y constante.
Y ahí, en el cumplimiento acabado del deber de cada día, radica el mejor sacrificio que podemos ofrecer a
Dios.

I. 14.- Sigue adelante. (*)


"No podré olvidar jamás tres palabras de mi padre que cambiaron mi vida. Las dijo en un tranvía, entre dos
campanadas del conductor.
(El padre del autor de la carta a Jesús Urteaga de la que están tomadas estas líneas, era un herrero en una
cochera de tranvías de Boston. Su hijo tenía entonces 17 años).
Desilusionado con los resultados de los exámenes, el padre director había concertado una entrevista con
mi padre.
A las ocho de la noche estábamos en el seminario. Yo me temía lo peor. Y así fue. El rector le dijo a mi pa-
dre: después de todo Dios llama a sus hijos por caminos muy distintos. Son pocos los llamados a la vida
intelectual, y menos todavía los que alcanzan la vida sacerdotal. Porque, no lo he dicho todavía, yo quería
ser sacerdote.
Mi padre trató de defenderme por el fracaso de los exámenes. Pero el rector le cortó en seco: no debe
usted afligirse. San José era carpintero. Dios encontrará trabajo para este hijo suyo. Estaba claro que me
expulsaban del colegio.
Como si fuera ayer, recuerdo aquella noche fría, oscura y húmeda. Fuimos a casa en silencio, cada uno
dando vueltas a sus propios pensamientos. Los míos eran tristes. Al fin, demostrando indiferencia como
suelen hacer los chicos, dije: Que se queden con su título. Conseguiré un empleo y te ayudaré en el trabajo,
padre.
Mi padre puso su mano sobre mi hombro y dijo estas pocas palabras:
- "Sigue adelante, hijo".
Y yo seguí.

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(Y a continuación viene la firma del que hoy tiene setenta años cumplidos y que a los diecisiete le expulsa-
ron del colegio, porque no valía para estudiar para sacerdote. La firma dice así: Richard, Cardenal Cushing,
Arzobispo de Boston).
"Sigue adelante". Empezar es fácil y lo hacen muchos. Concluir lo empezado y acabarlo con el mismo em-
peño con que se empezó es lo valioso y meritorio.
Un paso más. Un paso más es siempre lo que salva al hombre.

I.15.- Las omisiones engendran lamentaciones. (*)


La viuda de F. D. Roosevelt -que había sido presidente de los Estados Unidos de 1904 a 1909- era una mujer
de gran carácter. En una ocasión, alguien le felicitaba por su energía. Ella se limitó a contestar:
- No es que tenga tanta. Lo que pasa es que no la malgasto con lamentaciones.
Lamentarse es estéril. Lo útil es aprender de los propios errores, arreglar lo que se puede arreglar y rectifi-
car. Decía Ortega y Gasset que las lamentaciones de una época son fruto de las omisiones de la época pre-
cedente. Y eso ocurre a nivel colectivo y a nivel individual.
Muchas veces las cosas nos cuestan, no porque sean difíciles, sino porque nos faltan fuerzas o arrestos para
enfrentarnos con ellas.
Como afirma algún humorista, en todas las oficinas, talleres y lugares de trabajo hay una serie de cosas que
no se pueden hacer: siempre han sido y siguen siendo imposibles. hasta que llega un imbécil que no lo sabe
y las hace.

I.16.- Promesa de no fumar. (*)


Ese es el título de un interesante cuento de José María Pemán:
Julián Arrondo, funcionario de un ministerio, decide pasar una Cuaresma sin fumar. Le parece que puede
ser una buena inversión para la otra vida.
Ya la noche del martes al miércoles de Ceniza se acuesta, nervioso y malhumorado, exclamando:
• Esta noche no voy a dormir.
• No vamos a dormir ­ corea pacientemente su mujer.
A lo largo de la Cuaresma su genio se va agriando y aumenta su aspereza y malhumor. Y, en la misma pro-
porción, crece la paciencia y el aguante de su esposa.
Total que, antes de llegar la siguiente Cuaresma, la tensión le juega una mala pasada: un infarto y al Cielo.
Cuando llega, San Pedro le asigna un modesto lugar junto a la puerta. El trata de hacer valer sus méritos
penitenciales durante una larga Cuaresma sin fumar.
San Pedro revisa el fichero:
• Arrondo. No consta. ¡Ah, si!Aquí está. Pero mira como figura: Arrondo, Señora de Arrondo: "Aguantó a su
marido sin fumar durante una Cuaresma".
***
Buscar mortificaciones que no mortifiquen a los demás. Debemos ayudarles a ser santos. Pero no hace falta
ayudarles a ser santos mártires.

I. 17.- Dios siempre paga con creces. (*)


Alejandro Magno tuvo, además de Aristóteles, otro preceptor llamado Leónidas. Y una vez que Alejandro
ofrecía sacrificios a los dioses, quemaba tanto incienso que Leónidas le advirtió:
• Tanto incienso a la vez es un desperdicio.
Más tarde Alejandro conquistó Arabia. Regresó a Macedonia con un cargamento de incienso. Llamó a Leó-
nidas, le enseñó el incienso y le dijo:
• Según tú yo lo desperdiciaba. Y ya ves como los dioses me devuelven, con creces, lo que yo desperdicié
por ellos.
A Dios no le damos lecciones de generosidad: "Dad y se os dará, una medida apretada, colmada, rebosante,
será derramada en vuestro regazo" (Mt. 6, 38).
Promete "el ciento por uno, ya aquí, y después la vida eterna"(Lc.18, 30). Y es palabra de Cristo - Dios.

I. 18.- La alegría de dar. (*)


Uno de los generales de Alejandro Magno, intentando convencerle de que fuese menos dadivoso, le dijo:
• Si lo das todo, te vas a quedar pronto sin nada.

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• No lo creas. Siempre me quedará la dicha de haber conseguido todo lo que doy a los demás, y la esperan­
za de seguir consiguiendo más para que mis regalos sean cada vez más generosos.
Dice San Pablo y, según él son palabras del Señor, que "hay más alegría en dar que en recibir". Cuando se
trata de Dios, nada podríamos darle si antes no lo hubiéramos recibido de El.
En realidad, con Dios más que dar, devolvemos. Y, aunque le demos todo, siempre devolveremos menos de
lo que hemos recibido: la alegría y el mérito de dar no podemos cederlo. Lo que si podemos es agradecerlo.

I. 19.- Divina alquimia. (*)


Iba yo pidiendo, de puerta en puerta, por el camino de la aldea, cuando tu carro de oro apareció a lo lejos,
como un sueño magnífico. Y yo preguntábame, maravillado, quién sería aquel Rey de reyes.
Mis esperanzas volaron hasta el cielo, y pensé que mis días malos se habían acabado. Y me quedé aguar-
dando limosnas espontáneas, tesoros derramados por el polvo.
La carroza se paró a mi lado. Me miraste y bajaste sonriendo. Sentí que la felicidad de la vida me había lle-
gado al fin. Y de pronto tú me tendiste tu diestra diciéndome: "¿Puedes darme alguna cosa?".
¡Ah, qué ocurrencia la de tu realeza! ¡Pedirle a un mendigo! Yo estaba confuso y no sabía que hacer. Luego
saqué despacio de mi saco un granito de trigo, y te lo di.
Pero qué sorpresa la mía cuando, al vaciar por la tarde mi saco en el suelo, encontré un granito de oro en la
miseria del montón. ¡Qué amargamente lloré de no haber tenido corazón para dárteme todo!
.***
Dios convierte, no en oro, sino en gloria todo lo que le damos. Nuestra tacañería le ata las manos y nos
empobrece.

I. 20.- Es cuestión de amor.


El protagonista de la novela El Cardenal, de Morton Robinson, charlaba una noche con sus dos hermanos
varones. De pronto, el mayor de ellos, George, preguntó como preocupado:
- ¿Por qué no nos casamos casi ninguno de nosotros? Solo a Rita se le ocurrió la idea de casarse. Tú, Bernie,
Ellen y yo permanecemos solteros. ¿Crees que hemos hecho mal?
• La Iglesia sostiene que toda persona es libre y puede casarse o no, según le plazca. ¿Supongo que no sien­
tes remordimientos por no haberte casado?
• Aunque no siento remordimientos, me extraña la circunstancia de nuestra soltería.
Stephen, El Cardenal, se volvió hacia su hermano menor, el zorzal irlandés.
• ¿Por qué no te casaste, Bernie?
Tan simple como sus canciones fue su respuesta:
• Supongo que habrá sido porque no hallé un ser a quien quisiera más que a mí mismo.
- Y yo, pensó Stephen, porque encontré al Ser a quien amo más que a mí mismo y que a persona alguna
sobre la tierra.
El amar a una mujer más que a sí mismo, a uno de los hermanos le llevaría al matrimonio. El amar a Dios
más que a sí mismo, al otro hermano le llevó al sacerdocio. En ambos casos es cuestión de amor.
Es que el amor es la única atadura por la que vale la pena entregarse.

I. 21.- Gafas negras.


Un experimento que no falla: colocar sobre una pizarra negra, en una clase, un folio blanco. Con un bolígra-
fo hacer un punto negro en el centro del folio. Y luego preguntar:
- ¿Qué veis aquí, en la pizarra?
• Un punto negro ­ es la respuesta unánime.
• Vamos a ver, ¿qué veis aquí?
• Un punto negro ­insisten .
• ¿Será posible? ¿No hay nadie que vea un folio blanco?
Hay gente que va por la vida con gafas negras constantemente: son incapaces de ver algo bueno. En los
demás solo ven defectos. En si mismos, imperfecciones y fallos. En los sucesos de su vida, desgracias.
Es mal negocio condenarnos a nosotros mismos a vivir en un mundo negro, tristón y amargo.
La visión de cara a Dios, el vivir la filiación divina, da como fruto sabroso el cambio de gafas.
¿De qué color son las gafas mías?

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I.-22.- Es más lo que queda que lo que falta.
Un mutilado empuja su silla de ruedas entre la muchedumbre con la fuerza de sus brazos, únicos miembros
útiles que le quedan. ¡Y aquel hombre va cantando por la calle!
Un transeúnte, admirado, se vuelve hacia él y le dice:
• Contemplar a un hombre, aún joven, en silla de ruedas y cantando, es algo que llega al alma.
El mutilado paró su silla y contestó:
• Cuando dejé de pensar en lo que había perdido y empecé a fijarme en todo lo que me quedaba, pude
volver a cantar.
Si somos realistas, si sabemos ver la realidad, todos tenemos muchas cosas buenas para disfrutar y para
agradecer a Dios.
La añoranza, el deseo, de lo que no tenemos no nos deja disfrutar ni agradecer lo que tenemos. Y eso,
además de una ingratitud, es un negocio ruinoso.

I. 23.- Buen humor hasta el final. (*)


Estando ya en su lecho de muerte el bufón don Francesillo de Zúñiga le visitó Perico de Ayala, truhán del
marqués de Villena, y viéndole en trance apurado le dijo:
• Hermano don Francés, por la gran amistad que siempre hemos tenido, te ruego que cuando estés en el
cielo, lo cual yo creo será así, por lo bueno que has sido toda tu vida, le pidas a Dios que haya merced de mi
alma.
Respondió don Francés, y éstas fueron sus últimas palabras:
• Átame un hilo en ese dedo meñique para que no se me olvide.
El buen humor endulza la vida y suaviza la muerte. Y el buen humor se puede y conviene cultivarlo.
¡Cuántas amarguras podríamos ahorrarnos con un poco más de sentido del humor! Por algo el hombre es
el único animal capaz de reír. Aunque algunos parece que no saben.

I. 24.- Un santo triste es un triste santo. (*)


Santo TOMÁS MORO al llegar al pie del cadalso dijo al alcaide:
- Ayúdame a subir, que para bajar no te voy a pedir ayuda.
Y al verdugo le alentó:
• Anímate, hombre, y no temas cumplir con tu oficio. Mi cuello es corto; procura no darme un tajo torcido,
que quedarías mal.
Luego añadió con humor:
• Aparta mi barba; sentiría que la cortases. Ella no es reo de alta traición.
La alegría hasta a la hora de la muerte es un don de Dios, y no pequeño. No es mala cosa pedirlo mientras
no llega esa hora.

I. 25.- "No se compra ni se vende. (*)


Una madre joven, con un niño pequeño cogido de su mano, le planteaba a Franklin la necesidad de tener
en abundancia para poder ser feliz. Franklin, sin decir nada, cogió una manzana de una cesta y se la dio al
niño. El pequeño la cogió con gran alegría. Franklin le alargó otra manzana, que el niño cogió con el mismo
gozo con la otra mano. Entonces Franklin le dio una tercera. El niño quiso abarcar las tres y no pudo; se le
cayeron todas al suelo rodando. Y el pequeño empezó a llorar.
• ¿Ves? ­ dijo el sabio a la madre ­ Aquí tienes un hombrecillo que posee demasiadas riquezas para poder
disfrutarlas. Con dos manzanas era feliz; con tres ya deja de serlo. ¿No ocurre lo mismo a menudo con los
hombres?
La felicidad vale más que las cosas. Por eso las cosas no pueden darla: lo que es menos no puede dar lo que
es más, el efecto no puede ser superior a la causa.
"Un periódico londinense ofreció un premio a la frase que definiera mejor lo que era el dinero. Al fin lo
concedió a la siguiente:
"Un artículo que puede usarse como pasaporte universal para todo, menos para el Cielo. Y que vale para
obtener cualquier cosa, menos la felicidad.

I. 26.- El gusto por las cosas sencillas.

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En una clase de párvulos de cinco años tocaba estudiar, como unidad didáctica, "el Otoño". Trajeron frutos
propios de la estación: uvas, nueces, castañas. Después de hacerles fijar su atención en ellos, la profesora
les dijo:
• Ahora vamos a comerlos.
Y uno de los pequeños replicó:
• Profe, en clase no se puede comer.
• No ­ dijo la maestra -. Pero como hoy hemos estudiado estos frutos, ahora vais a comerlos para conocer
cómo saben.
Se puso el niño a comer, y al poco rato preguntó:
• Profe, ¿cuándo estudiamos la tortilla de patatas?
Hemos perdido el gusto de las cosas sencillas, corrientes, ordinarias.
Necesitamos la sacudida de lo extraordinario y llamativo para darnos cuenta de que vivimos. Y como lo
extraordinario se da muy pocas veces, no saboreamos ni valoramos la vida.
Tenemos que redescubrir el valor de lo diario y pequeño: de la sonrisa, de la alegría del que está al lado, del
trabajo hecho con cariño. Aprender a ver la belleza de la flor, a escuchar la música del silencio, a saborear la
aventura de leer.
Nos hace falta cultivar la asignatura de vivir.

I. 27.- No echar leña al fuego. (*)


Toreaba CURRITO en la plaza de Madrid, sin poder alcanzar el éxito, aunque el diestro se afanaba por lucir-
se. Su faena de muleta al cuarto toro de la tarde, grande y poderoso, no muy castigado en los primeros
tercios, iba resultando pesada. Prodigaba los pases sin lograr cuadrar al toro. La protesta amenazaba. Un
aficionado que estaba entre barreras aprovechó el momento en que el diestro pasaba cerca de él para gri-
tarle:
• ¡Haga usted por arrimarse!
Currito, que le escuchó, se volvió hacia él y repuso:
• ¡Déjelo usté, camará, que bastante hace él por arrimarse a mí!
El demonio nos tienta a todos. Pero, a veces, somos nosotros quienes tentamos al demonio: ¡se lo pone-
mos tan fácil!
Lo razonable es no fomentar y cortar cuanto antes con lo que puede darnos la lata: si no queremos que
haya fuego, ¿para qué echar leña?
Ahora bien, ¿no queremos, de verdad, que haya fuego?

I. 28.- Verlas venir. (*)


Refiere una vieja fábula que el león se fingió un día enfermo. Como rey de todos los animales, invitó a los
demás a visitarle en su guarida.
Fue también a verle la zorra. Pero, cuando estuvo a cierta distancia, se detuvo.
• ¿Por qué no vienes más adelante? ­le dijo el león -. Acércate, amiga mía.
A lo que la zorra contestó:
• ¡Amigo mío, tú a mi no me pillas! ¡Veo algo que no me agrada nada! Veo las pisadas de los otros animales
hacia dentro, y ni siquiera una hacia fuera. Lo cual quiere decir que, de todos los que han entrado en tu
guarida, ninguno ha logrado salir. Por tanto, ¡adiós! Te saludo, pero a distancia.
Hace falta una pequeña dosis de sensatez o sentido común para evitarnos líos. Y hace falta, asimismo, una
cierta dosis de humildad para no creernos de acero inoxidable. No somos impecables.
"No tengas la cobardía de ser "valiente": ¡huye!". (Camino 132).

I. 29.- Mientras hay lucha, hay vida. (*)


Un profesor de medicina guiaba a sus alumnos por la sala de un hospital. Se detuvo con ellos en el centro
de la sala y les dijo:
- Veamos, juzgando así a distancia, por la vista, ¿cuál les parece ser el enfermo más grave?
Ante el titubeo de los alumnos añadió:
• Aquél, el que tiene moscas en la cara. Cuando un enfermo permite con tal apatía que las moscas se posen
en su rostro, demuestra que la muerte se le acerca.

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Mientras hay lucha, hay vida y hay ganas de vivir. Cuando faltan esas ganas y se cede en la lucha, la muerte
resulta inminente.
Son inevitables las tentaciones, como las moscas. Así se prueba la calidad de nuestro amor y la sinceridad
de nuestro afán por ser fieles a Dios. Lo que importa es no caer en ellas: "no nos dejes caer en la tenta-
ción". Para vencer hace falta la gracia de Dios - que no falta - y la lucha por nuestra parte.
Esfuerzo y paciencia. No nos vaya a ocurrir lo que cuenta Juan Pablo I, en Ilustrísimos Señores: "El tonto de
un pueblo tenía prisa de que nacieran los polluelos: despachó a la clueca y la sustituyó, incubando él mismo
los huevos. Pero lo único que salió fue una tortilla en sus calzones".

I. 30.- Dolor de orgullo. (*)


Mafalda, el simpático personaje de los comics, se encuentra a su hermanito Guille llorando desconsolada-
mente.
• ¿Qué te pasa, Guille?
• Me duelen los pies ­ responde entre pucheros.
Mafalda se fija en los pies del crío y le explica:
• Claro, Guille, te has puesto los zapatos cambiados de pie, al revés.
Guille, tras un instante para comprobar el hecho indiscutible, explota a berrear más alto. Mafgalda le inte-
rrumpe:
• ¿Y ahora?
• Ahora me duele mi orgullo.
Nuestros fallos nos duelen. Pero muchas veces no nos duelen por lo que suponen de ofensa al Señor y de
falta de amor. Nos duelen por amor propio: porque yo he caído en eso, he fallado.
¡Ojalá mi disgusto sea fruto del amor a Dios y no del amor a mí mismo!

I. 31.- Felicidad barata. (*)


En una fiesta de pueblo, en la feria, había un charlatán que ofrecía el oro y el moro por cuatro perras.
- Ni cien, ni cincuenta, ni veinticinco. El cepillo, la pasta de dientes y el peine por solo. ¡veinte pesetas!
¡Anímese todo el mundo, que quedan pocos!
Uno de los espectadores dijo a un amigo suyo, baturro, que tenía al lado:
• ¿No te animas?
• No ­ respondió el otro -. Da mucho por poco.
"Da mucho por poco". De vez en cuando se habla en la prensa de gente que ha caído en "el timo de la es-
tampita": individuos que creen que van a darles duros a cuatro pesetas. Y ante esas noticias uno siente el
deseo de decir: " le estuvo bien, por tonto y egoísta".
En la vida del alma cuántas veces caemos en "el timo de la estampita".

J.1.- La trampa. (*)


En el siglo pasado había en Francia un profesor insigne, Federico Ozanam. Enseñaba en la Sorbona, era
elocuente y profundamente piadoso. Tenía un amigo, Lacordaire, predicador dominico, que solía decir:
- ¡Este hombre es estupendo y tan bueno que se hará sacerdote y llegará a ser obispo!
Pero no. Encontró una señorita excelente y se casaron. A Lacordaire no le sentó bien y dijo:
- ¡Pobre Ozanam! ¡También él ha caído en la trampa!
Dos años después, Lacordaire vino a Roma y fue recibido por el papa Pío IX.
- Venga, venga, padre -le dijo -. Yo siempre he creído que Jesús había instituido siete sacramentos: ahora
viene usted, me revuelve las cartas en la mesa, y me dice que ha instituido seis sacramentos y una trampa.
No, padre, el matrimonio no es una trampa, ¡es un gran sacramento!
.***
El matrimonio es "un gran sacramento": un gran cauce de gracia de Dios. Es el campo en el que Dios distri-
buye sus dones para la mayor parte de sus hijos.
El matrimonio es camino de santidad, vocación -querer divino -
para la mayoría de los hijos de Dios en la tierra.

J. 2.- Comedia, drama y tragedia.

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Intervenía en un acto público el famoso político inglés Lloyd George, y entre los asistentes había una señora
de notable fealdad, que no hacía más que molestarle. En un momento, extremando su hostilidad, lanzó
estos ex abruptos:
• ¡Villano! ¡Mal nacido! ¡Si hubiera sido usted mi esposo le habría envenenado!
El político, extremando su flema, contestó:
• Si yo fuera su marido, el veneno lo tomaría voluntariamente.
Se ha dicho que "el que juega con el sexo acaba convertido en un juguete del sexo". Lo mismo ocurre en el
amor y en el noviazgo. Conviene tomarlo en serio.
Cuando del noviazgo se hace una comedia, el matrimonio puede resultar un drama. Y el "veneno", como
cualquier otro falso recurso, hace que el drama termine en tragedia.

J.3.- No hay sitio para dos.


Hay un viejo cuento usado por los místicos para hablar del amor de Dios. Pero, sin duda, vale también para
hablar del amor humano.
Se trata de un enamorado que llega a la choza donde vive su amada y llama a la puerta.
• "¿Quién es?" ­ pregunta ella desde dentro-. • "Soy yo" ­ responde él desde fuera-.
• "Lo siento ­ dice la amada-. La casa es muy pequeña y no hay sitio para dos".
El se marcha al desierto a purificar su amor. Días después, vuelve. La misma pregunta desde dentro, la
misma respuesta desde fuera, y la misma contestación de la amada:
• "No hay sitio para dos".
Se marcha de nuevo. Y después de un tiempo, cuando su amor no le deja ya vivir, acude de nuevo a la cho-
za. Llama otra vez a la puerta. Oye la misma pregunta desde adentro:
• "¿Quién es?".
Él, sin pensar ya en si mismo, pues no puede pensar más que en ella, responde:
• "Soy tú".
Y, entonces, la puerta se abre.
.***
En el matrimonio no hay sitio para dos. Alguien decía que el matrimonio es el estado de dos que quieren
ser uno.
Y eso nunca acaba de lograrse del todo. Por eso el matrimonio es una tarea que dura toda la vida.

J. 4.- El miedo es libre.


Es frecuente que a los novios les entre miedo cuando se acerca el momento de la boda. Hay una película en
la que la protagonista -una chica maestra- confiesa sus miedos a la dueña de la pensión en la que vive. Y
ella le dice:
• Cuando yo iba a casarme, me entró tal miedo que me escapé.
• ¿Y qué ocurrió? ­pregunta la maestra.
• Gracias a Dios, él vino a buscarme.
Miedo, ¿por qué? Eso lo he preguntado muchas veces a los que me decían sentirlo. He oído dos clases de
respuestas de signo distinto: "Temo no ser feliz" - "Temo no saber hacerle feliz".
La primera respuesta, también a mí me da miedo. Ese o esa aún está pensando en sí mismo. Mal camino.
La segunda razón es una gozada oírla. Ese novio o esa novia, ya no piensa en sí, sino en el otro. Y eso es una
garantía.
Empezamos a ser un poco felices en este mundo cuando nos olvidamos de serlo, para preocuparnos y ocu-
parnos en hacer felices a quienes están a nuestro lado.
La felicidad nunca se encuentra cuando se busca. Se encuentra cuando se da.

J. 5.- El secreto de la felicidad.


Un señor alemán, intelectual y ateo, vivía enfrente de un convento de monjas de carmelitas de clausura. Le
desconcertaba oírlas cantar y reír durante sus ratos de "recreo".
Un día se fue al convento y pidió hablar con la superiora. Le expuso lo que a él le sorprendía:
• ¿Cómo es posible que unas mujeres, jóvenes aún, a juzgar por sus voces y sus risas, puedan encontrarse
contentas, cantar y reír, encerradas entre cuatro paredes?
• ¿Qué es, a su juicio, - preguntó la superiora- lo que hace feliz a un hombre en la tierra?

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• Amar y saberse amado por aquel a quien él quiere.
• Pues eso ­replicó la superiora- estas mujeres lo tienen aquí en sumo grado: aman al Señor con todo su
corazón y con todas sus fuerzas; y se saben queridas por Él mucho más de lo que son capaces de soñar. Por
eso cantan y son felices.
Esa es la fuente de la mayor felicidad en la tierra: amar y saberse amado. Y está al alcance de todo el que
quiera beber de ella.
No te conformes con unos sorbos. Bebe en abundancia de ese amor de Dios. Jesucristo ha venido al mundo
"para que tengamos vida y la tengamos en abundancia" (Jn. 10, 10).

J. 6.- Divorcio rápido.


Una niña pequeña asistió por primera vez a una boda en compañía de su madre. Al acabar la ceremonia, le
preguntó muy intrigada:
- Mamá, ¿por qué la novia cambió de hombre?
• ¿Cómo dices? ¿Por qué preguntas eso?
• Si. Entró en la iglesia cogida a un señor mayor y salió del brazo de uno mucho más joven.
La cría imaginaba un divorcio demasiado rápido.
En realidad hoy hay matrimonios que poco más duran. Y muchos de esos fracasos se deben a la falta de
espíritu de sacrificio: cada uno ha hecho toda su vida lo que le dio la real gana y es incapaz de sacrificar su
egoísmo.
Y el egoísmo es el gran enemigo de la felicidad matrimonial. Y lo es, igualmente, de la felicidad humana en
cualquier estado o situación en la que uno esté.
Desde que el niño nace ya empiezan a forjar sus padres la clase de esposo o esposa que será después.
Antes se decía de los norteamericanos -hoy, por desgracia, también se puede decir de los españoles- que se
casan por inconsciencia, se divorcian por falta de paciencia y se vuelven a casar por falta de memoria.

J. 7.- Multiplicación o división.


Una buena mujer, madre de seis pequeños, conversaba con una amiga suya. Ésta le reprochaba:
- Claro, tenéis tantos hijos y estáis tan entregados a ellos que no os queda tiempo para salir con los amigos
y divertiros.
- Si -repuso la otra- . Nosotros ahora salimos poco de casa. Nos interesan más los hijos. Además es que de
todos los matrimonios que conocemos, los que no se están multiplicando, se están dividiendo.
Los hijos constituyen un fuerte lazo de unión para los esposos. Contribuyen enormemente a la alegría y a la
estabilidad del matrimonio.
El egoísmo hacia los hijos, se paga. Y suele ser un mal negocio.

J. 8.- Querer es poder.


Don Federico Sopeña ha contado en una conferencia la siguiente anécdota de Isaac Albéniz:
Albéniz estaba casado desde muy joven. Un día su mujer, en España, recibió un telegrama puesto en París,
donde Isaac ofrecía un recital de conciertos. En el telegrama le decía:
• "Ven pronto. Estoy gravísimo".
Se puso la mujer en camino. Y cual no sería su sorpresa cuando al llegar a la estación, en París, se encontró
a su marido fumando un enorme puro y rebosante de salud y felicidad.
• Pero tú, ¿no estabas enfermo? ¿No decías que estabas gravísimo? -le preguntó la mujer.
• Si ­contestó Albéniz- . Gravísimo. Estaba empezando a enamorarme.
Si el matrimonio no tiene importancia, es absurdo entrar en él. Y si es importante, es lógico defenderlo con
uñas y dientes.
La fidelidad es cuestión de voluntad: es fiel el que quiere serlo. No se puede ir por la calle con el corazón en
la mano.
Y tampoco se puede vivir de rentas en el matrimonio: el amor o crece o muere. Cuando de verdad se ama,
se quiere amar más: "si dices basta, estás perdido" (San Agustín) Alguien ha dicho que el amor abre hambre
de infinito.

J. 9.-Después de la plata, el oro.

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Henry y Ford y su esposa, con ocasión de sus bodas de oro, dieron una fiesta en su mansión familiar. Un
periodista preguntó a Ford:
- ¿A qué atribuye usted su éxito en el matrimonio?
El gran magnate del automóvil respondió:
• Para mí consiste este éxito en la misma fórmula que utilizo para hacer triunfar un coche: perseverar en un
modelo.
Decía un maestro de escuela a sus alumnos: "Están ustedes en la edad del pavo. A los 15 años a uno le gus-
tan todas las mujeres. A los 25 solo le gusta una. Y a los 40, todas menos esa una".
Los problemas de un matrimonio no se arreglan cambiando de esposo o esposa. La mayor parte de esos
problemas se arreglarían cambiando la clase de esposo o esposa que uno es.
El mal guitarrista cree que la solución a su mala música está en cambiar de guitarra. Lo que tiene que hacer
es aprender a tocarla.
La perseverancia mejora el cariño. El pueblo, para simbolizar el amor de los esposos, busca cada vez un
metal más noble: bodas de plata, de oro. Es todo un símbolo.

J. 10.- Marido tacaño. (*)


La mujer dice al marido:
- Pedro, ¿me llevas al cine esta noche?
- Pero, querida, si ya hemos ido.
• Si, pero es que ahora es sonoro.
El matrimonio consagra el noviazgo. Pero no debe truncarlo ni estropearlo. Es fundamental que los esposos
no dejen de ser novios, de estar a conquistarse. En el amor no se puede vivir de rentas.
Decía Don Diego Hurtado de Mendoza: "El entrar a ser esposo, no es dejar de ser galán".
El primer peligro para los esposos es instalarse. El cariño si no va a más, irá a menos.

J. 11.- Memoria maldita.


Un matrimonio celebra sus bodas de plata. Tienen una misa y luego un almuerzo con cierto aire de fiesta.
Durante la comida, en un momento, medio en broma medio en serio, empiezan a discutir por una tontería.
Poco a poco van subiendo de tono. Y llega un instante en el que la mujer le reprocha al marido faltas de
cariño que, según ella, él había cometido cuando aún eran novios.
Más de veinticinco años y seguía recordando detalles desagradables.
Hay gente que tiene memoria de grabadora para las cosas ingratas.
Además de injusto, es mal negocio. Recordar lo bueno anima y estimula. Dar vueltas a lo desagradable
amarga la vida. Y hay verdaderos artistas en el arte de amargarse la existencia.
Y lo peor es que si uno está amargado, amarga a quienes le rodean.

J. 12.- Disputa matrimonial.


Pero, mujer, ¿otra vez? -dice el marido- . Eso ya lo hemos discutido en repetidas ocasiones.
- No. Hay que llegar al fondo y aclarar las cosas -dice la mujer.
- Bueno. Pues discutámoslo de nuevo. Pero en este asunto, ya lo sabes, la última palabra es mía. - De
acuerdo. Conforme en que tengas tú la última palabra. Pero con una condición: que esa palabra sea Amen.
Amen. Bendita palabra. Cuantas veces por no querer decirla, por querer salir con la nuestra, se pierde la
paz y la alegría en el hogar.
Hay cosas en las que no se debe ni se puede ceder. ¡Pero son tan pocas! La mayor parte de las discusiones
no valen la pena.
Cuando el amor propio se mete en medio lo estropea todo. Resulta humillante constatar, después de pasa-
das, el poco valor de las cosas que nos enfadaron a lo largo del día.

J. 13.- El monopolio del mal humor. (*)


Sócrates, casado con Xantipa, decía:
- "¡Me casé con ella, pese a ser tan arisca, porque, si soy capaz de aguantarla, estoy seguro de poder aguan-
tarlo todo!".
Un día, por no oírla refunfuñar más, salió de casa y se sentó a la puerta. Irritada, le arrojó por la ventana un
barreño de agua.

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- "¡Debí imaginármelo -comentó placidamente Sócrates- Después de los truenos tenía que venir la lluvia!".
.***
Decía Juan Pablo I: "Lo justo sería que -si no pueden evitarse los malos momentos- cada uno de los cónyu-
ges tuviese por turno riguroso sus días de mal-humor. Por desgracia, sucede a veces que uno de los dos
detenta el monopolio. En tal caso. al otro no le queda más remedio que armarse de valor y tratar de tener
¡el monopolio de la paciencia!".
Un buen consejo de Tagore: "Guarda lo mejor de tus sonrisas para tu hogar".

J.14.- Mirar en la misma dirección.


Un buen hombre -gran trabajador- tenía una pequeña empresa. Cuando sus hijos se casaron y se situaron
en la vida -los cuatro llevaban la empresa con él- le dijo a su mujer:
• Ya hemos trabajado bastante. Nos vamos a la casa del campo a descansar y disfrutar. Ahora que trabajen
los hijos.
Se fueron en efecto. Pero a los pocos meses, aquel matrimonio, tantos años feliz, se convirtió en un purga-
torio. Él descubrió el mal genio de su mujer y ella el desorden del marido.
Por suerte, un día él se plantó y le dijo a ella:
• Vamos de nuevo al piso de la ciudad. Vuelvo al trabajo. No nos va el mirarnos el uno al otro. Necesitamos
volver a mirar y amar los dos juntos las mismas cosas.
Volvieron a su vida anterior. Y salieron del purgatorio.
En realidad, cuando uno es muy mirado no es fácil que sea muy amado. Alguien, con humor, decía que los
novios deben tener los ojos muy abiertos y los esposos, más bien, un poco cerrados.
Resulta peligroso para el matrimonio que los esposos se estén mirando el uno al otro. El matrimonio es una
tarea común. De ahí la necesidad de que los dos miren en la misma dirección: que vayan a lo mismo.

J.15.- Las pequeñas virtudes del hogar.


Era un matrimonio majo, padres de una familia numerosa: nueve hijos. En la sala de estar había un reposte-
ro que cubría buena parte de una de las paredes. Alrededor del mismo figuraba esta leyenda, que venía a
ser como el credo de aquella casa:
"No reclames como un derecho lo que puedes pedir como un favor".
Hay un librito precioso de Mons, Chevrot que lleva este sugerente título: "Las pequeñas virtudes del ho-
gar". Pequeñas virtudes que, a veces, pasamos por alto. Y, sin embargo, facilitan y alegran la convivencia.
Es preciso exigirse mucho más a uno mismo y bastante menos a los demás. Lo malo es que la tendencia
natural nos lleva a lo contrario.

J.16.- Mejor negocio.


Una mujer se lamentaba con un sacerdote de lo mal que iba su matrimonio y del desastre del marido que le
había tocado. El cura, después de escucharla un buen rato, le dio:
• "Si quieres mejorar tu matrimonio, mejora tú. Trata de ser mejor esposa".
• "Pero, ¿cómo? ­repuso ella-. Estoy a punto de agotar la paciencia con mi marido".
• "Emplea en mejorar tú los esfuerzos que haces por mejorarle a él".
Cuando uno de los cónyuges se obsesiona en cambiar al otro, pierde el tiempo. Y, seguramente, también
perderá la paciencia.
Cuando, al revés, lucha por mejorar él mismo, por poco que consiga, mejora el cincuenta por ciento del
matrimonio. Y un cincuenta por ciento es un buen negocio.

J.17.- Discusiones teóricas.


Un matrimonio, majísimos tanto ella como él, empezaron a discutir una noche a ver a qué colegio de la
ciudad iban a llevar a su primer hijo. Como no se ponían de acuerdo, acabaron de morros.
Lo curioso es que el primer hijo aún no había nacido. Y, más llamativo todavía, después de treinta y varios
años de casados, sigue sin haber nacido.
.***
La mayor parte de las discusiones en la familia son por teorías o por tonterías.
Hay que tener la valentía de cortar antes de liarse. Si uno se deja llevar, luego el amor propio le enreda
todo.

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Vale mucho más la paz y la alegría del hogar, que el que uno se salga con la suya.
Un buen ejercicio, humillante pero útil: pensar cada noche en la categoría o, mejor, la falta de categoría, de
las cosas que nos han enfadado a lo largo del día.

J. 18.- Madre, no hay más que una.


Juana Luisa Enriqueta Genest pasó a la historia como Madame Campan, el apellido de su marido. Fue pro-
fesora de las hijas de Luis XV, rey de Francia. Después pasó al servicio de la reina María Antonieta, a la que
no quiso abandonar ni en los momentos más duros, aún a riesgo de su propia vida. Más tarde Napoleón le
confió la dirección de Instituto Pedagógico, fundado por él en Esouen para los hijos de los laureados con la
Legión de Honor.
En una ocasión, Napoleón le dijo:
- Los antiguos sistemas de educación no valen nada. ¿Qué cree usted que es más necesario para educar a
los niños franceses?
- Madres -contestó ella.
Hoy hay muchos teóricos de la Pedagogía que seguramente no opinan lo mismo. Y, peor aún, también pa-
dres e, incluso madres, que no parecen creer que ellos son la primera necesidad de sus hijos.
Además hay padres y madres que pavonean de ser los mejores amigos de sus hijos. No será vano recordar
otra observación de Madame Campan a ese respecto: "Amigos ya los encontrarán a lo largo de su vida.
Pero padres o madres, no. Es menester que los padres comprendan a sus hijos, pero sin olvidar su condi-
ción paterna. Padres no los volverán a encontrar jamás".

J. 19.- ¿Quién tiene más mérito? (*)


Cuando San Pío X fue nombrado obispo de Mantua fue a visitar a su anciana madre. Una gran alegría y ve-
neración llenaron el corazón de aquella buena madre cuando vio entrar en su casa a su hijo vestido con las
ropas episcopales. Durante la conversación el hijo le dijo bromeando:
- Mira, madre, que lindo anillo me ha regalado el Señor.
Y la madre, mostrándole el suyo, humildísimo, le replicó:
- Tú no llevarías hoy tu lindo anillo de obispo si yo no hubiera tenido antes este sencillo anillo de matrimo-
nio.
En los éxitos y en los fracasos de los hijos se vislumbra la mano de los padres.
Dice el Koram: "Quien hace posible una buena acción tiene el mismo mérito que el que la realiza".
La tarea de los padres es como el primer eslabón de una cadena de alcance incalculable.

J. 20.- La tarea más grandiosa (*)


Un embajador persa en la antigua Grecia, en Esparta, quedó sorprendido al ver el respeto y consideración
de los espartanos con sus esposas. Le comentó su sorpresa a la mujer de Leónidas, preguntando por qué se
las trataba así. Y ella le contestó:
- "Solo ellas saben hacer hombres".
La mujer puede hacer muchas cosas en esta tierra; las mismas que el hombre. Pero ninguna otra cosa llega-
rá nunca a la categoría y transcendencia de su función de madre: formar, forjar y moldear a sus hijos.
Decía el Santo Cura de Ars: "Después de Dios se lo debo todo a mi madre. ¡Era tan buena! La virtud se vier-
te fácilmente del corazón de la madre al corazón de los hijos. Jamás un hijo, que ha tenido la dicha de tener
una buena madre, debería mirarla y pensar en ella sin llorar".

J. 21.- Protesta injustificada. (*)


Cuando el actor de cine KIRK DOUGLAS cumplió sus cuarenta años, lo celebró con sus amigos en una alegre
y larga cena. Una hora después de acostarse, cuando ya dormía, le despertó el teléfono. Era su madre que
le felicitaba por el cumpleaños:
• Estás cumpliendo los cuarenta, hijo mío. Y te llamo para felicitarte.
• Bueno, mamá. ¿Y para eso me despiertas a esta hora? Podías llamarme mañana.
• Desagradecido. No olvides que a la misma hora me llamaste tú hace cuarenta años. Y yo no te protesté.
.***
Dice un proverbio bantú que "madre es aquella que toma el cuchillo por la hoja". No hay una medida hu-
mana capaz de calibrar lo que cuesta un hijo a su madre.

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Y cuántas veces tienen que oír, ver y sufrir las impertinencias del hijo. Uno, pequeño de seis años, cuya
madre no acedía a comprarle lo que él deseaba, le decía: "¡Qué mala eres, mamá! No conozco ninguna
mujer tan mala como tú". "No te preocupes, hijo mío, - le contestó la madre- . Ya la conocerás".
El amor materno es un milagro de amor, el más fiel reflejo del amor divino.

J. 22- La mejor inversión.


El emperador José II de Austria solía emplear los encarcelados en servicios públicos. Una mañana corría el
año 1777- algunos de esos presos barrían la plaza de Grablen, en Viena. Un consejero de Estado, favorito
del emperador, vio que un joven estudiante, muy bien vestido. , se acercaba a uno de los presos y lo besa-
ba.
El consejero lo mandó llamar para decirle que no era correcto que se besase públicamente a uno de los
presos. El estudiante, humedecidos los ojos por las lágrimas, respondió:
- Pero excelencia, ¡es mi padre!
Esta prueba de amor filial impresionó tanto al consejero, y al mismo emperador, que aquél llamó inmedia-
tamente al padre del estudiante y le dijo:
- Un padre que ha educado tan bien a su hijo y que es correspondido por él con tanto amor, no puede ser
un delincuente.
Y lo dejó libre.
.El esfuerzo en la educación de los hijos es la mejor inversión para los hijos y para los padres. Ningún nego-
cio produce un interés tan alto.

J. 23.- Ir por delante. (*)


Algunos días antes de la primera guerra mundial, el entonces coronel Petain recibió del Estado Mayor el
siguiente aviso:
"Mi coronel, nos informan que varios oficiales de su regimiento se toman la libertad de asistir a misa vesti-
dos de uniforme. Semejante transgresión del reglamento no se puede tolerar. Sírvase comunicarnos los
nombres de los susodichos oficiales".
La respuesta de Petain no se hizo esperar:
"Mi general, es cierto que varios oficiales de mi regimiento se toman la libertad de asistir a misa llevando
uniforme militar. Entre ellos se encuentra el coronel. Pero como éste acostumbra a ponerse en primera fila,
ignora los nombres de los que se colocan detrás".
.***
El que está constituido en autoridad - padres, sacerdotes, maestros. - tiene mayor obligación de ser ejem-
plar.
Una cosa es la autoridad y otra, distinta, el poder, la potestad. El poder lo da el cargo. La autoridad depen-
de de la categoría de la persona que ostenta ese cargo: de su categoría personal y de la calidad de su vida.
El poder vacío de autoridad hace daño. ¡Y abunda tanto!

J. 24.- La obediencia excesiva.


Preguntaron al Duque de Windsor, a la vuelta de su primera larga estancia en Estados Unidos, que le había
llamado más la atención de aquel país. Y él contestó:
- Lo que más me ha impresionado de la relación entre padres e hijos ha sido la obediencia. No conozco otro
país en el mundo en el que los padres obedezcan tanto a los hijos.
Esos hogares no forman. Miman y envician.
En el hogar de Nazaret José era el cabeza de familia. Jesús "les obedecía" (Lc. 2, 51). Y era Dios.
En el hogar se aprende -debe aprenderse - a ser hombre. Se aprende a ser y a vivir. Es el caldo de cultivo de
todas las virtudes: amor, espíritu de servicio, obediencia, generosidad. Pero para aprender a vivirlas, hay
que cultivarlas.
O se enseña a los hijos a vivirlas en el calor del hogar, o tendrá que enseñarles, después, el mundo a golpes.
El santo Cura de Ars decía a los padres: "responderéis de sus almas -las de los hijos - como de la vuestra". Y
a algunos que veía descuidados en su tarea de padres: "no os inquietáis., y hasta cierto punto tenéis razón.
Pues no os faltará tiempo para inquietaros durante toda la eternidad".

J. 25.- Mandar por amor.

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En una semana sobre Perfección y Apostolado celebrada en Madrid, a finales de los años cincuenta, a uno
de los conferenciantes le tocó disertar sobre la virtud de la obediencia. Cantó largamente las excelencias de
dicha virtud, poniendo como ejemplo a Jesucristo.
Al final de la conferencia, en el coloquio, uno de los asistentes decía:
• Está claro que Jesús es un perfecto modelo de obediencia: siempre sumiso a la voluntad del Padre. Pero,
señores, ¡qué Padre tenía Jesucristo!
.***
Es importante que el que manda manifieste la voluntad de Dios. Pero no lo es menos que también mani-
fieste su corazón.
Cuando no se manda con cariño y por cariño -padres, maestros, superiores. - se hace daño.
El Padre de Jesús no le evitó el Calvario. Pero su amor no era menos en la cruz que a la hora de los milagros.
Cuando detrás de la cruz se palpa amor, resulta más ligera.

J. 26.- Sin abusar.


Un ministro del gobierno italiano fue a visitar a San Felipe de Neri. Le impresionó ver como obedecían al
santo sus frailes: bastaba una sugerencia, un gesto, una insinuación. para que, inmediatamente, ejecutasen
lo que les pedía.
Intrigado, preguntó a San Felipe cómo se las arreglaba para que sus frailes le obedeciesen así. Y el santo
contestó:
- Mandando poco.
La obediencia es una virtud. Pero mandar bien es un arte. Si obedecer no es fácil, saber mandar es más
difícil todavía.
No se puede abusar. El más paciente llega a cansarse. Aquí cabe aquello de Cervantes: "Al amigo y al caba-
llo, más vale non cansallo".

J. 27.- ¡Vaya si entienden!(*)


En cierta ocasión hablaba con sus amigos un padre de familia. La conversación, en voz alta y más animada
cada vez, tocaba un tema delicado.
- Yo no creo en el cielo ni en el infierno -dijo el padre -.
Su esposa le dijo en voz baja, mostrándole a uno de los pequeños que jugaba en un rincón:
- No hables así delante del niño.
- ¡Pero si no entiende lo que decimos!- Y dirigiéndose al niño le preguntó -: Juanín, ¿comprendes lo que dijo
papá?
Los ojos del niño brillaron triunfantes, y respondió con orgullo:
- Si, papá.
- ¿Y qué he dicho?
- Que no hace falta ser bueno.
Los pequeños son como esponjas: absorben todo.
No solo entienden lo que ven y oyen en sus padres. Además de entender, sacan las consecuencias prácticas
para su vida.

J.28.- " Aquel beso cambió mi vida" (*)


Una buena maestra, Doña María, una de esas maestras que dejan huella, cuando estaba próxima a su jubi-
lación, recibió una carta de un antiguo alumno suyo, Lorenzo. Entonces era un hombre casado, de unos 28
años y con dos hijos. Invitaba a la maestra a visitar su casa y traía a la memoria de la misma recuerdos de
bastantes años atrás.
Lorenzo no llegaba a los diez años cuando lo conoció Doña María. La etiqueta que acompañaba al niño en
el colegio no permitía hacerse ilusiones: "Con Lorenzo no hay nada que hacer; es vago y revoltoso".
El primer día en su clase, Doña María alargó la mano para acariciarle. El crío, instintivamente, se cubrió la
cara, a la defensiva. La buena maestra comprendió que el pobre niño tenía más experiencia de palos que de
caricias. Le cogió la cabeza con las dos manos y le dio un beso.
El pequeño se la quedó mirando y después de un rato le dijo:
• Profe, es el primer beso que me han dado en toda mi vida.
• Hijo, ¿ tu mamá no te da besos?

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• Mi mamá murió cuando era pequeño.
• ¿Y papá no te besa alguna vez?
• No. Mi papá solo me pega con el cinturón.
• Pues yo no te voy a pegar nunca. Te voy a querer mucho. Y tú vas a ser muy bueno y trabajador. ¿De
acuerdo?
• Vale.
Desde aquel día el niño empezó a cambiar. Al acabar el curso estaba a la altura de los mejores de su clase.
Los restantes años en el colegio sobresalió por su comportamiento, actitud y rendimiento.
En la carta de ahora le recordaba a Doña María ese primer encuentro con ella. "Aquel beso suyo - le decía -
cambió mi vida. ¡Que Dios se lo pague!".
.Dios es Amor. Y donde hay amor, ahí está Dios. Por eso el cariño, el amor, hace milagros. Y es el fundamen-
to insustituible de toda tarea educativa.

J. 29.- Hay cosas que valen más.


En un colegio dirigido por religiosas, una niña de catorce años, hizo mal un problema de matemáticas. La
monja encargada de esa asignatura le castigó a quedarse en clase durante el recreo para volver a hacerlo.
Mientras ella sola en el aula trataba de resolver el problema, entró una compañera, la más inteligente del
curso. Se le acercó, vio que lo planteaba mal y le aclaró como tenía que hacerlo. Ella, muy agradecida, le dio
las gracias.
A la noche, la monja se puso a revisar los trabajos del día. Le pidió a aquella alumna brillante, interna en el
colegio, que le ayudase a corregir. Al llegar al cuaderno de la amiga a la que intentara ayudarle a la mañana,
se llevó una gran sorpresa: no había hecho lo que ella le indicara, lo había entregado mal resuelto, como lo
tenía cuando trató de ayudarla. Un tanto desconcertada, le comentó a la monja lo que había ocurrido.
Al día siguiente, la monja llamó a la otra niña y le preguntó por qué no se había fiado de su compañera. Y
ella le contestó:
- Claro que me fío. Ya sé que el problema se resuelve como ella me dijo. Pero mi padre me enseñó que
cuando saco una nota buena por haberme esforzado, le doy una alegría. Pero si la sacase por haber copia-
do, sería como si llevara a casa mil pesetas robadas. Por eso no quise corregirlo como ella me apuntó.
No es fácil, pero es una gran lección: inculcar a los hijos que hay cosas de más valor que las notas y que el
quedar bien. ¡Preciosa tarea!

J. 30.- Pedagogía de cangrejo (*)


Cuenta una vieja fábula que, viendo un día el cangrejo que sus hijos andaban de lado, les reprendió áspe-
ramente, afeándoles en gran manera aquel ridículo modo de andar. Pero los hijos le respondieron:
- Padre, ¿a ver cómo andas tú?
Se puso el padre a andar, pero tan torcida y ladeadamente, que causó la risa de todos los presentes.
Desde entonces ya no tuvo ánimos para reprenderlos más.
"Se educa mucho más por los ojos que por los oídos".
Lo que se ve, se grava. Lo que se oye, fácilmente se olvida. Y cuando lo que oye no va acorde con lo que ve,
el niño se desconcierta. Y esa incoherencia crea y fomenta en él una actitud hipócrita e insincera en la vida.

J. 31.- Coeducación fraterna.


Un niño -hijo único - vivía en un pueblo al lado de otra familia formada por el padre y cinco hijos, huérfanos
de madre. Más de una vez, coincidía en la casa de sus amigos a la hora de comer. Cuando ponían en la me-
sa una fuente con diversas raciones de comida, la que fuese, varios hermanos formulaban una pregunta
que al amigo, hijo único, le resultaba desconcertante:
- ¿A cuántas toca?
El nunca había hecho en su casa semejante pregunta. No tenía necesidad de pensar en los demás y contar
con ellos. Le bastaba con pensar en lo que le apetecía a él.
.***
Los hermanos liman cantidad de egoísmos unos a otros. Enseñan, necesaria e instintivamente, a pensar en
los otros.
El hijo único, si no tiene unos padres muy capaces, sensatos y nada egoístas, fácilmente se convierte en un
tirano.

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Uno de los grandes males hoy es que la sociedad, al menos la occidental, está formada, en gran parte, por
hijos únicos. La "parejita" son dos hijos únicos: el único niño y la única niña.
¡Qué cantidad de influjos positivos, y también de alegrías, se pierden en esos hogares!

K.1.- El "casi" sobra.


Un predicador tuvo que pronunciar un sermón ante la corte de Luis XIV, rey de Francia, estando el rey pre-
sente. En un momento de su perorata dijo:
-"Todos los hombres tenemos que morir".
Aquello al rey no pareció gustarle. Con claro gesto de desagrado frunció el ceño.
El predicador trató de arreglarlo, añadiendo enseguida:
-"Bueno, casi todos".
***
La muerte es ineludible. No se trata de estar siempre pensando en ella. Pero es una realidad con la que hay
que contar.
La muerte es un potente foco de luz que ilumina la vida entera. Lo que no vale a la hora de morir, tampoco
vale a la hora de vivir.

K. 2.- No sé cuando, pero vendrá


Un señor llama por teléfono y pregunta por un amigo suyo:
-"¿Está D. Fulano de Tal?".
-"No. Pero vendrá"- contestan del otro lado.
-"¿Y tardará mucho?".
-"No sé lo que tardará. Pero vendrá seguro.
-"Pero, oiga, ¿con quién hablo?".
- "Con el cementerio".
"No sé cuando. Pero vendrá". La muerte es lo más seguro que tenemos. El momento en que ha de suceder
es totalmente incierto. Es tan incierto el momento como segura es la realidad.
La postura razonable es estar siempre preparados, dispuestos.

K.3.- No hay seguro de vida. (*)


Un astrólogo predijo que la hija de cierto rey moriría a los ocho días. Casualmente se cumplió el pronóstico.
Y el monarca se enojó de tal manera que mandó traer preso al astrólogo con intención de ahorcarle aquel
mismo día. Cuando le tuvo delante le dijo:
• Ya que es tan infalible tu ciencia, predice ahora cuando vas a morir tú.
• Señor ­respondió el astrólogo, sospechando la intención del rey- he leído en las estrellas que he de morir
tres días antes que vuestra majestad.
Sorprendido el rey al oír tales palabras, no solo le perdonó la vida, sino que ordenó que le tratasen y cuida-
sen bien para alargársela todo lo posible.
.***
Dice San Agustín que ante un recién nacido caven muchas preguntas. Para la mayor parte de ellas solo te-
nemos una respuesta: quizás. Quizás será bueno, quizás será malo, quizás será listo, quizás será burro.La
pregunta en la que no cabe el quizás es sobre su muerte: nadie dice quizás morirá o quizás no morirá. Mors
certa est: la muerte es segura.
El cuidado, la medicina, y hasta la astucia pueden diferirla. Lo que nada ni nadie puede es evitarla.

K. 4.- La vida no es un pastel.


Un niño de unos cuatro años está en la calle comiendo un pastel y, al mismo tiempo , llorando. Alguien,
desconcertado, se acerca y le pregunta:
- ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras? ¿No te gusta el pastel?
Y el crío contesta compungido:
- ¡Claro que me gusta! Pero cada mordisco que le doy, se me queda más pequeño.
La vida no es un pastel a degustar. Es una tarea a realizar.
Muchos encauzan su vida bajo la ley del placer. Otros la enfocan guiados por la ley del deber.

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La primera actitud parece mucho más atractiva: debería llevar a una vida más alegre y más feliz. Sin embar-
go - si no se renuncia a pensar, a ser hombre- el comprobar que va a menos, que se acaba, amarga el pas-
tel.
Cuando se concibe la vida como una tarea a realizar, cada paso nos acerca a la conclusión, a la alegría de la
tarea acabada. Cada momento aproxima la recompensa de la labor hecha, del descanso, del deber cumpli-
do.
El "ya queda menos que saborear", amarga y entristece. El "ya falta poco para terminar", estimula y alegra.

K. 5.- Lo que vale al final


Alfonso Daudet, en "Cartas desde mi molino", narra una historia conmovedora:
Al hijo de rey de Francia, al Delfín, le había llegado la hora de morir. El capellán trata de inculcar conformi-
dad y esperanza al niño. Pero el pequeño no entiende que, siendo el Delfín, tenga que morir.
• Que muera en mi lugar Beppo, mi fiel amigo. Le pagamos bien y, como otras veces, ocupará mi puesto.
El capellán le dice que la muerte es "personal e intransferible".
• Al menos, me pondré mis vestidos de armiño, para entrar en el cielo vestido de Delfín -replica ingenua-
mente.
Nueva intervención del sacerdote.
Al fin, llorando y volviéndose hacia la pared, el niño exclama:
• Entonces, ser Delfín, no vale de nada.
"Ser Delfín no vale de nada". Ser Delfín, no. Vale haber sido un buen Delfín.
Vale haber hecho bien el papel que nos ha asignado Dios a cada uno.
Dejamos el papel y todo lo que lo rodea. El cómo lo hayamos hecho, eso nos acompañará eternamente.

K.6.- ¿Qué llevas?


Un buen vejete no tenía donde caerse muerto. Astutamente empezó a dárselas de rico, a ver si alguien
picaba y lo cuidaba en los últimos días de su vida.
Efectivamente, un matrimonio "caritativo" lo llevó para su casa y lo cuidaron con esmero. Cuando el viejo
se puso enfermo, llamaron a un notario para que hiciese testamento.
¡Qué maravilla! Dejaba, a favor del señor que tan bien la había cuidado, fincas, montes, pisos. Hasta que en
un momento tuvo mala puntería y dijo:
- Dejo el piso segundo del número 18 de la calle Real.
El notario dio un bote en el asiento exclamando:
- ¿Cómo? ¡Ese piso es el mío!
Y el bueno del viejo, sin inmutarse, apostilló:
- ¡Ay será! Pero yo dejar lo dejo
.***
Dejaba todo. Pero ¿qué llevamos?
San Juan en el libro del Apocalipsis, 14, 13, dice: "Dichosos los muertos que mueren en el Señor. Si, dice el
Espíritu, que descansen de sus fatigas, porque sus obras les acompañan".
Les acompañan "sus obras"; no sus cosas. Las cosas hay que dejarlas.
Y sabiéndolo, es absurdo que nos afanemos tanto en acumular cosas, que tendremos que dejar, y tan poco
en atesorar buenas obras que nos van acompañar eternamente.
"Y cuando esté a partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo, ligero de equipaje, casi
desnudo, como los hijos del mar" . (Antonio Machado).

K.7.- "No nos enseñan a morir"


Una mujer, de unos sesenta y pocos años, se moría después de unos meses de enfermedad. Era una señora
muy inteligente y de una finura de alma extraordinaria. Un día, al poco rato de haber comulgado, una hija
suya se la encontró llorando. Preocupada le preguntó qué le pasaba. Y la madre le dijo:
- ¿Por qué seré tan bruta? No sé decirle al Señor cosas bonitas.
Pues esa buena mujer, hablando con el sacerdote que la atendía, decía lamentándose:
- "No nos enseñan a sufrir ni nos enseñan a morir. Nos educan como si no fuésemos a sufrir nunca y fuése-
mos a vivir siempre. Y eso no es bueno".
.***

49
No es bueno porque es falso.
No se trata de estar siempre pensando en la muerte. Pero es absurdo pretender soslayar la realidad más
segura que tenemos.
Vida y muerte son dos facetas de la misma realidad: no hay vida sin muerte ni muerte sin vida. Aprender a
morir es aprender a vivir. Y no se sabe vivir si no se sabe morir.

K. 8.- La otra orilla. (*)


El otro día leí en alguna parte algo que me gustó. Es de esas cosas que desde luego te hacen pensar y te
llenan de esperanza. Comparaban la muerte con un navío cuando lo vemos alejarse y perderse allá en el
horizonte. Los que nos quedamos aquí, en esta orilla, decimos: "¡Qué pena, ya desapareció!". Pero los que
están al otro lado del horizonte dicen: "¡Qué alegría, ya llega!".
Es, no cabe duda, muy reconfortante saber que "alguien" te espera con amor en la otra ribera y eso te ani-
ma a vivir con ilusión y esperanza, e incluso te hace perder el miedo a ese "gran viaje".
Nos espera nuestro Padre Dios, la Virgen, San José, muchos parientes y multitud de amigos.
"Es muy reconfortante saber que alguien te espera en la otra ribera." ¡Y qué alguien y con cuanto amor! ¡Y
qué alegre debe ser el encuentro!

K. 9.- El último brindis. (*)


Estaba próximo a fallecer el marino español Antonio de Oquendo. Pidió que le trajesen un vaso de agua.
Aquel día, 7 de junio de 1640, se celebraba la festividad del Corpus Cristi. Por la calle donde vivía -
moría- Oquendo pasaba el Santísimo en procesión.
Oraba el marino con un crucifijo en las manos. Al llevarle el vaso de agua lo derramó lentamente. Con voz
débil explicó su acción a quienes le miraban desconcertados:
"La sed me devora. Pero quiero ofrecer a Dios el sacrificio de mi último deseo, que era, precisamente, este
vaso de agua".
Toda nuestra vida debería ser un brindis en honor de Dios. ¡Ojalá que nuestro último acto no sea otra cosa!
Claro que, como no sabemos cual va a ser el último paso, hay que procurar que cada uno sea eso: un brin-
dis de amor al Señor.

K.10.-El fruto es eterno.


Era una mujer de unos 53 años, enferma de cáncer y perfectamente consciente de su enfermedad. Se ente-
ró de que a otra amiga suya le habían diagnosticado la misma enfermedad.
Ante esa noticia le mandó un recado por una amiga común:
- Dile que aproveche el tesoro que tiene. Que la enfermedad y el dolor se pasan, se acaban, pero el fruto, el
premio, la recompensa, es para siempre, para toda la eternidad.
.***
"Estoy convencido de que los padecimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria futura
que se ha de manifestar en nosotros"(Rom. 8, 18).
Qué estimulante y consoladora resulta esa visión del dolor y de la dificultad: "el dolor se pasa, se acaba,
pero el fruto dura" Después de los sufrimientos, la Gloria.
¡Bendita fe!

K.11.-La hora de la cita.


De una entrevista de Miguel Veyrat a Antonio Mejias Jimenez -
"Antonio Bienvenida", para la revista Mundo Cristiano, numero 43.
¿Qué opinas tú de la muerte, Antonio?
- Que es hermosa. Es lo más hermoso de la vida del hombre. Igual que el toro, también es hermosa la muer-
te del toro, porque muere con nobleza, embistiendo, haciendo lo que le ha gustado hacer toda la vida, rea-
lizando aquello para lo que había nacido: embestir. Así muere, y es hermoso que muera así.
- Todo el mundo sabe que la muerte es vieja compañera de los toreros. Están acostumbrados a tratarla, y
no precisamente de usía.
.***
Cuando de la vida se ha hecho una entrega a Dios, la muerte viene a ser el último plazo, la coronación de lo
que siempre se ha querido hacer, de aquello para lo que se ha nacido.

50
Cuando se vive buscando y amando al Señor, la muerte es el encuentro con el amado, la hora de la cita.
Talis vita,mors ita: según se vea la vida, así se verá la muerte.

K.12.--De cizaña a trigo.


Un pequeño de nueve años vuelve del colegio con una mala noticia: había muerto el profesor que le diera
clase el curso anterior. Era un hombre muy querido de todos, de extraordinario corazón y un gran profesio-
nal.
Ante la noticia, a la madre se le escapó como un lamento quejoso:
- "También Dios Nuestro Señor. siempre se lleva a los mejores".
El niño - nueve años- le respondió al momento:
- "Mamá, Dios a los buenos puede llevarlos con El cuando quiere. Con los malos espera a ver si se hacen
buenos".
Aludiendo a la parábola de la cizaña en medio del trigo, decía en una ocasión el Beato Josemaría Escrivá
que cuando la cizaña es el hombre, puede acabar siendo trigo. Por eso Dios espera.
Cuanta cizaña, para convertir en trigo hay todavía en mi vida. ¡Ojalá Dios no se canse de esperar!

K.13.-Con mis mejores galas. (*)


El petrolero español "Castillo de Bellver" se incendió a 68 millas de la costa de Sudáfrica durante la noche
del pasado viernes (5 - VIII -
83).
Un helicóptero de las fuerzas aéreas sudafricanas consiguió localizar en cubierta, entre el fuego, después de
varias pasadas sobre el barco para detectar algún superviviente, a José Vea. En el momento en que fue
rescatado, las llamas alcanzaban diez metros de altura. El piloto del helicóptero explicó que al verlo, lo
subieron como mejor pudieron.
José Vea declaró más tarde que se hallaba durmiendo cuando se produjo el siniestro. Corrió a cubierta,
pero no pudo subir al último bote de salvamento, que acababa de abandonar el barco. Se vio totalmente
perdido. Se dirigió a su cabina, se vistió con sus mejores ropas y subió otra vez a cubierta para "esperar la
muerte". Explicó que el cambiarse de ropa había sido porque quería "reunirme con Dios con mis mejores
galas".
.***
"¿No brilla en tu alma el deseo de que tu Padre - Dios se ponga contento cuando te tenga que juzgar? (Ca-
mino 746).
Quería presentarse ante el Señor vestido con sus mejores galas. Y yo, hoy, ¿cómo me presento?

K. 14- ¿ A dónde voy?


Se cuenta de Chesterton que en una ocasión, viajando en tren, cuando el interventor le pidió el billete,
empezó a buscarlo por todos los bolsillos y no lo encontraba. Se iba poniendo nervioso. Entonces el inter-
ventor le dijo:
- Tranquilo, no se inquiete. Seguro que lo tiene. Voy a pedir los billetes a los demás viajeros y luego vuelvo.
Pero no se inquiete, que no se lo voy a cobrar.
- Si no es pagar lo que me inquieta - repuso Chesterton-. Lo que me preocupa es que he olvidado a donde
voy y necesitaba el billete para saberlo.
¡Cuánta gente camina por la vida sin saber a donde va!
Equivocarse de estación en un viaje en tren, tiene una importancia relativa: puede llevarnos a perder unas
horas. Equivocar el sentido, la finalidad de la vida, es muy serio: supone perder la vida y la eternidad.

K. 15.- El dilema ineludible.


Un sacerdote, ya mayor, que vive con una hermana suya, más o menos de su edad, se trajo con él a un hijo
de una sobrina, un niño de unos cuatro años.
Después de unos días con los dos "viejos", el crío, que era el menor de cinco hermanos, siente añoranza de
ellos. Y en esa circunstancia, su tío cura le pregunta: - Vamos a ver, los buenos cuando mueren ¿a dónde
van?
- Al cielo -responde el pequeño.
- ¿Y los malos?

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- Al infierno.
- Y tú ¿a dónde quieres ir?
Y el niño contesta muy serio:
- A mi casa.
La casa de uno -no lo sabía aún el niño- hay que dejarla. Al final solo quedan dos posibilidades: el cielo o el
infierno.
O nos salvamos o fracasamos. No hay otra alternativa: o cielo o fracaso total. Con palabras del Señor: ¿"De
qué le sirve al hombre ganarse el mundo, si se pierde él?" (Mt. 16, 26).
". Brevemente lo recordó un gran poeta andaluz: `Tras el vivir y el soñar, está lo más importante: desper-
tar'. Dios quiera no lo olvidemos, porque al despertar uno se encuentra encarado a toda una eternidad" (F.
Suárez Berdaguer, en "Después". Prólogo).
Esa es la única cuestión realmente seria en la vida de un ser humano. Ese es nuestro gran dilema.

K.16.- Bocadillo con trampa. (*)


Hay un antiguo apólogo que encierra una interesante moraleja:
Dos peces, uno viejo y otro jovencillo, nadaban por el mismo río. En un recodo apareció delante de ellos un
anzuelo de pescador con un cebo apetecible. El pez viejo dijo al novato:
- ¡Cuidado muchacho! Ese bocadillo tiene trampa. No lo muerdas si quieres conservar la vida. Quedarás
cogido de un garfio, te sacan a tierra, te asan a fuego lento y después te comen.
- ¡Bueno!- contestó el pez imberbe riéndose -. Una tierra firme donde no se puede nadar. Un fuego capaz
de asarme. Unos hombres interesados en comerme. ¿Quién ha venido de esa tierra a contaros semejantes
idioteces? Qué crédulos sois.
Se lanzó e, imprudente, mordió el cebo.
Tampoco él volvió a contar a sus compañeros la triste suerte que había corrido.
.***
¡Cuántos bocadillos con trampa encontramos a lo largo de la vida! Todas esas cosas que nos apetecen y que
Dios nos ha dicho que no debemos hacer, son verdaderos anzuelos.
No podemos decir como el pez inexperto que nadie vino del otro lado. Si, vino Jesucristo. Y vino, precisa-
mente, para advertirnos.
Nos conviene escucharle: la partida que jugamos es muy seria.

K.17.- ¿Qué sabemos del infierno?


En cierta ocasión le preguntaron a San Agustín si iba mucha gente al infierno.
-"Todo cuanto sé del infierno - contestó- es que puedo ir yo a él".
.***
En realidad, si sabemos eso ya sabemos suficiente para poder orientar sensatamente nuestra vida. "A voso-
tros mis amigos os digo: No temáis a los que matan el cuerpo y después de esto no tienen ya más que ha-
cer. Temed más bien al que después de haber dado la muerte, tiene poder para echar en el infierno". (Lc.
12, 4).
Sobran teorías. Lo serio y cierto sobre el infierno es que "yo puedo ir a él".

K. 18.- Abandonad toda esperanza. (*)


Estaba agonizando Talleyrand cuando le visitó el rey Luis Felipe.
- Estoy sufriendo como un condenado -dijo Talleyrand.
Y el rey, que conocía perfectamente al personaje, preguntó irónico:
- ¿Ya?
Esa expresión, aunque frecuente para manifestar nuestro dolor, es del todo incorrecta: nadie puede en
este mundo sufrir como un condenado. O, lo que es lo mismo, el sufrimiento del infierno supera todo cuan-
to podemos imaginar.
Y, además de la intensidad, concurre un tremendo agravante: la falta de esperanza.
Dante, en La Divina Comedia, describe la entrada del infierno como un enorme portón negro. Encima, dice
él, hay colocada esta inscripción: "Los que aquí entráis, abandonad toda esperanza".
Esa puerta se abre desde fuera, para entrar el que quiere. No se abre desde adentro: no hay salida posible.

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K. 19.- Un susto a tiempo.
Estaba apunto de morir un hombre ya bastante entrado en años. Su larga vida había dejado mucho que
desear. Los hijos y el sacerdote se esforzaban en convencerle para que se confesase.
- Confiésate, papá -decía uno de los hijos -. Confiésate, aprovecha este momento para librarte del fuego del
infierno.
El viejo no estaba por la labor.
De repente, unos estertores y se quedó como muerto. Uno de los hijos encendió una cerilla y se la acercó a
la boca para comprobar si respiraba. Con el nerviosismo se le cayó sobre el cuello del padre. Y éste, sobre-
saltado, exclamó:
- ¡Cómo! ¿Ya empezamos?
•.
Un susto a tiempo es providencial. Y hay familiares que no quieren avisar al sacerdote por miedo a que el
enfermo se asuste. Por evitar un poco probable susto a tiempo, se lo dan a destiempo. Y el susto de des-
pués ya es tarde. Ese, más que un susto es una desgracia.
Vale la pena arreglar las cosas, aunque cueste, mientras estamos a tiempo.

K.20.- "Solo Dios es bueno" (*)


En La Rosa cuenta Camilo José Cela un recuerdo de su infancia. Tenía unos siete u ocho años, vivía en Pa-
drón, un pueblo de La Coruña, con sus abuelos, cuando se murió Juan el jardinero, a quien él tenía un gran
afecto. Hablando con su abuela le preguntó:
- "Abuelita".
• Dime, hijo.
• ¿Tú crees que Nuestro Señor habrá llevado al cielo a Juan, el jardinero?
• Si, hijo, sin duda. Dios es muy bueno.
A mí me gustó mucho escuchar aquella razón. Hasta entonces había pensado que la gente iba al cielo por
ser buena. Desde entonces vengo pensando que la gente va al cielo porque el que es bueno, muy bueno,
infinitamente bueno y generoso, es Dios".
Si nuestra esperanza se apoyase solo en nuestros méritos, sería para desesperar. El motivo fundamental de
confianza es la bondad y el amor de Dios. Aunque también hay que contar con otro motivo, secundario
pero imprescindible: el propio esfuerzo, con todos sus fracasos.
El epitafio compuesto por Unamuno y colocado sobre su tumba en el cementerio de Salamanca, vale para
todos:
"Méteme, Padre eterno, en tu pecho, misterioso hogar;
guárdame bien: que vengo deshecho del duro bregar.
Agranda, Padre , la puerta porque no puedo pasar.
La hiciste para los niños, y he crecido a mi pesar".

K.21.- A pesar de todo.


Un sacerdote pregunta a un grupo de chavales: - A ver, que levanten la mano los que quieran ir al cielo.
Todos menos uno: que además era monaguillo.
- Juan, ¿cómo no levantas la mano? ¿Tú no quieres ir al cielo cuando mueras?
- ¡Ah! Cuando muera, si. Yo creí que era para ir ahora.
A pesar de las cruces y dificultades de la vida, nos aferramos a ella como lapas a la roca. Si no hubiese cru-
ces y sufrimientos no habría quien nos arrancase de este mundo.
La cruz obliga a mirar al cielo. Nos lleva a esperar algo mucho mejor. Bendito dolor si nos ayuda a tener la
Gloria mas presente.

K. 22.- ¿Duelo o fiesta?


Un día de fiesta en un colegio, un sacerdote encuentra a un niño, de ocho o nueve años, paseando cabizba-
jo, él solo, por el campo de fútbol. Se acerca y le pregunta:
- ¿Qué te pasa, Juan, por qué estás triste?
- No estoy triste -responde el niño -. Estoy pensando.
- ¿Y en qué piensas para estar tan serio?
- Pensaba, cuando muere alguien, si está en gracia de Dios ¿se va al cielo, no?

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- Claro, si está en gracia de Dios, se va al cielo.
- Entonces, ¿por qué llora la gente mayor?
No es fácil explicarle a un niño la razón de la sinrazón - en muchas ocasiones - de nuestros sentimientos.
De hecho, la fiesta de los santos se celebra el día del aniversario de su muerte.
En realidad, cuando nacemos empezamos a morir. Y cuando morimos entramos en la auténtica vida, la vida
sin muerte, la eterna.
Lo importante es morir en gracia de Dios. Y para eso solo hay un medio seguro y eficaz: vivir en gracia.

K.23.- ¿Sueldo o limosna?


Era un profesor en un seminario de una de esas asignaturas secundarias, un "santo varón". Cuando amena-
zaba en clase solía decir: "si seguís así, suspensos no, que es una cosa muy fea, pero aprobaditos va haber
muchos".
El último día de clase le invitaban sus alumnos a una merienda: unos pasteles y unas copitas de Jerez.
Cuando ya estaba "feliz", le pedían que pusiese las notas. Y él, lista en mano, calificaba, de arriba abajo: 9,
8, 7; 9, 8, 7. Tocaba la que tocaba.
Ya no se preguntaba: ¿qué nota sacaste? Se preguntaba: ¿qué te tocó?
A aquellas notas, no sudadas ni ganadas, nadie les daba valor.
Dios quiere hacernos felices. Pero no quiere regalarnos la felicidad, como una limosna. Quiere que la ga-
nemos, que cooperemos, que pongamos de nuestra parte todo lo que podemos poner: "Dios que te creó
sin ti, no te salvará sin ti", decía San Agustín.
No nos trata como a inútiles, sino como a hijos. Así esa felicidad nos sabrá a más por toda la eternidad.

K.24.- Un cielo desigual.


En una clase de religión, con niñas de 12 años, salió la cuestión de la distinta felicidad de los santos en el
Cielo.
Una niña decía no entender como, teniendo a Dios, no iban a ser todos igual de felices.
El sacerdote le dijo:
• A ti, ¿te parecería justo que tú o yo tuviésemos en
Cielo la misma felicidad que la Virgen María?
- Que la Virgen María no, claro - dijo la niña.
- ¿Qué San José?
- Bueno, que San José tampoco. Pero sacando los parientes.
.***
El sacerdote le puso un ejemplo claro. Imaginaos un señor que se marcha al extranjero a trabajar. Después
de unos años vuelve a su casa.
A su vuelta hay muchos que se alegran: se alegra su mujer, sus hijos, sus amigos, incluso -a lo mejor- se
alegra su suegra. Pero la alegría no es igual en todos. Se alegran más aquellos que le quieren más.
Lo mismo ocurre al encontrarnos con Dios. Cuanto más amor le tengamos, mayor alegría nos producirá su
encuentro. Y esa alegría, mayor o menor, va a durar eternamente.

K.25.- Chalet o chabola.


Muere una señora después de una vida cómoda y placentera. Al llegar al cielo, San Pedro le adjudica una
choza pequeña y pobre: "su residencia para toda la eternidad".
- ¿Cómo? -Protesta la mujer- Yo no puedo vivir en ese chamizo.
- Lo siento, señora.- replica San Pedro- . Es lo mejor que hemos podido hacerle con los materiales que usted
nos ha enviado.
"En la casa de mi Padre hay muchas moradas". Muchas y diferentes.
Día a día nos vamos edificando nuestra eternidad. Y la calidad de la misma dependerá de los materiales que
-también día a día - vamos enviando.
La importancia de nuestra vida en la tierra es enorme: de ella depende la calidad de nuestra eternidad.

K.26.- Te he estado buscando.


Una señora, de unos cuarenta y cinco años, madre de tres hijos, soñó una noche que moría y llegaba a la
puerta del Cielo. Oyó que Dios le preguntaba:

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- ¿Qué has hecho en la tierra?
Ella pensó en sus trabajos, sus preocupaciones, sus apuros. Pero no encontró nada de valor como para pre-
sentar a Dios. Solo pudo decirle:
- Señor, toda mi vida te he estado buscando.
Y Dios, sonriendo, le respondió:
- Pues ya me has encontrado. Entra.
No quisiera tener otra cosa que presentar a Dios. "¡Si pudiese decirle: Señor , toda mi vida he estado bus-
cándote!".
¿Puedo decir hoy, sinceramente, que le estoy buscando?
Para poder decirlo al final, hay que poder decirlo cada día.
Cuando de la vida se hace una búsqueda de Dios, la muerte se convierte en la hora del encuentro.

K.27.- Invento humano. (*)


Resulta interesante ver las características del cielo que Mahoma promete a sus fieles seguidores. En el Co-
rán "sobre el imaginario trasfondo del oasis celeste, al beduino difunto se le prometen 4.000 vírgenes, 800
mujeres casadas, además de 500 huríes, auténtica especialidad del paraíso musulmán, consistentes en mu-
chachas <<de grandes ojos negros, semejantes a perlas escondidas en sus conchas>>, cuyo sudor <<huele a
musgo>> y cuya carne <<es tan delicada que la médula se transparenta a través de los huesos>>. Así es
como el Corán describe a esas criaturas, cuya prodigiosa característica es renovar hasta el infinito la virgini-
dad física.
Como está en el propio Corán, que no tolera otras lecturas que las literales,.los arroyos de miel, los esclavi-
tos negros masajistas y las vírgenes renovables seguirán siendo siempre la seducción número uno".
El cielo cristiano no tiene parecido alguno con ese cielo. Y eso constituye una prueba más de la veracidad y
autenticidad de la fe cristiana.
El hombre nunca hubiera soñado un paraíso donde no existe ni sexo, ni dinero ni poder. El cielo cristiano no
es una proyección en el más allá de las grandes aspiraciones del hombre en la tierra. Las tres mayores ilu-
siones del hombre no se proyectan en nuestro cielo.
Un premio así no es un invento humano. Y si no es invento humano, es divino. Nuestro cielo no viene del
hombre, viene de Dios.
Esa característica del cielo cristiano es una etiqueta de garantía, un sello que lo acredita como real, verda-
dero y auténtico.

K.28.- Amigos selectos.


Murió un señor a principios de un mes de mayo. Dejaba su mujer y dos hijos: uno 14 años y otro de 9. La
esposa, profundamente cristiana, lo llevó con gran entereza.
Pero el trece de junio, onomástica de su marido, se derrumbó. Y, sin poder contenerse, lloró delante de los
niños.
El más pequeño, nueve años, al verla llorar, le dijo:
- Mamá, ¿por qué lloras? Si papá nunca celebró su santo con tan buenos regalos ni con mejores amigos.
***
Lo más selecto de la tierra se va al cielo. La compañía que vamos a tener -por toda la eternidad- es envidia-
ble.
Puede ser mucho y muy querido lo que dejamos en este mundo. Pero es infinitamente más lo que nos es-
pera en el otro.
San Pablo, después de haberlo experimentado, nos dice: "No hay mente humana capaz de imaginar lo que
Dios nos tiene preparado".

K.29.- Un cielo muy del siglo XX.


Érase una vez un señor con diez hijos, su mujer enferma, con lo cual de noche tenía que atender él también
a los niños, trabajaba en tres sitios. Total, que andaba el pobre arrastro y cargado de sueño constantemen-
te.
Ese hombre, en una ocasión, hablando con un sacerdote, le decía:
- Usted se imagina lo que será cuando lleguemos al cielo y nos diga el Señor: "Túmbate ahí, debajo de ese
pino y a dormir ciento cincuenta años".

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El descanso parece ser la gran aspiración del hombre: se pide insistentemente en todas las misas de difun-
tos, se grava sobre los sepulcros. Pero ¡ojo!, el cielo no es una residencia de ancianos. Allí vamos a vivir la
vida en plenitud, al cien por cien.
Los que aquí trabajaron por Cristo, en el cielo trabajarán con Cristo. Ese es el verdadero descanso: vivir,
gozar y trabajar con El.

K.30.- Dios por dentro.


Preguntaban a un niño deficiente, de unos siete años:
- ¿Tú, te portas bien?
- Si -responde el pequeño.
- ¿Y por qué te portas bien?
- Para ir al Cielo.
- ¿Y qué es el Cielo?
- El Cielo es.Dios por dentro.
.***
"Dios por dentro". El Cielo es sentirse rodeado del Amor, inmersos en el Amor, que es Dios.
El amor humano no es más que una pequeña chispa del Amor. Y, sin embargo, cambia la vida. ¡Qué será
cuando todo el amor infinito divino se vuelque en nuestro pobre corazón!
Vivir nuestra vida de cada día en esa órbita del amor de Dios, saberse queridos hasta la locura por El, es un
anticipo del Cielo. Y eso debe ser la vida de cada cristiano -mi vida- ya en la tierra.

K.31.- No valen disfraces. (*)


Un notable militar, más notable por sus grados que por sus méritos, quiso que a la hora de su muerte le
enterrasen vestido de fraile capuchino.
Un amigo, al enterarse, le dijo:
- Haces bien en disfrazarte. Pues si no es disfrazado, tú no entras en el Cielo.
Ante Dios no valen disfraces. Ante El se nos cae la careta y aparecerá lo que realmente somos. Más vale
acostumbrarse a vernos con sinceridad.
En el "examen final" no se puede copiar ni engañar.

Un turista inglés visitó un país del norte de África antes de la guerra civil que tuvo lugar en aquellas tierras.
Volvió aterrado del trato y discriminación de la mujer en esa nación: el hombre caminaba delante y la mu-
jer detrás a una respetuosa distancia.
Después de la guerra volvió a visitar aquel país. Y, con gran alegría por su parte, vio que las cosas habían
cambiado: ahora era la mujer la que iba delante y el hombre la seguía a cierta distancia.
Hablando con un miembro del gobierno, le manifestó sus impresiones y su satisfacción de que la guerra
hubiera servido para dignificar a la mujer. "Ahora -le dijo- ellas caminan delante de los hombres".
- "Si -respondió el gobernante-. Es una buena medida. De la guerra, aún quedan por todo el país muchas
minas sin explotar".
.***
Donde la mujer ha alcanzado unas cuotas más altas de dignidad y de libertad es en los pueblos imbuidos de
la cultura cristiana. Y eso es fruto de la fe cristiana. No se debe al derecho romano ni a la cultura griega. En
Roma y en Grecia la condición de la mujer no era mucho mejor en el siglo I que en el África actual.
El influjo de la fe cristiana en la promoción humana de la mujer es una realidad innegable. No en vano en el
Cristianismo una mujer es figura clave: María.

L.2.- Amor de madre. (*)


"Di de él cuanto quieras, pero yo sé mejor que tú y que nadie las faltas de mi niño.
Yo no lo quiero porque es bueno, sino porque es mi hijo. ¿Y cómo vas a saber tú el tesoro que él es, tú que
tratas de pesar sus méritos con sus faltas? Cuando yo tengo que castigarlo, es más mío que nunca. Cuando
lo hago llorar, mi corazón llora con él.
Solo yo tengo el derecho de acusarlo y penarlo, porque solamente el que ama puede castigar".

56
.El amor materno es el reflejo más claro del amor divino. Ante una madre no cuentan los éxitos o los méri-
tos de los hijos. Lo que cuentan son sus necesidades. Y la madre se vuelca más con el hijo que más la nece-
sita.
Cuanta más indigencia y necesidad encuentre en mi la Virgen, más razones tengo para confiar y apoyarme
en Ella.

L.3.- Milagros de distinta categoría.


En "Cartas a los hombres" nos cuenta Jesús Urteaga la historia de un niño con su cuerpo deforme. La mal
entendida compasión de los padres y sus excesivos mimos acabaron haciendo que también su alma fuese
deforme: convirtieron al pequeño en un auténtico tirano, incapaz de pensar más que en sí mismo.
Un día el chico decidió que lo llevasen a Lourdes. Los padres, incapaces de negarle nada, aceden, a pesar
del esfuerzo económico que les supone.
Pasa el Santísimo por entre los enfermos. El sacerdote se detiene con la Custodia frente al niño: Dios bendi-
ce al pequeño. Los ojos de la madre se han cerrado en oración. Los ojos del hijo se han abierto.
La madre se inclina sobre su pequeño, le besa y le dice al oído:
• Hijo, ¿has pedido a Jesús que te curase?
Y el pequeño, con una alegría desconocida en él, responde:
No, mamá. Mira a ese niño, ¡qué cabezón tiene!Le he pedido que le cure a él, que lo necesita más que yo.
La madre, con lágrimas en los ojos, se arrodilló junto a la camilla dando gracias a la Virgen por el milagro.
.***
La Virgen, además de ser madre, ve las cosas desde la otra orilla, desde Dios. Sabe mejor que nosotros
mismos lo que nos conviene.
Vale la pena pedirle, como decía Beato Josemaría Escrivá, que nos dé lo que más le guste darnos.

L.4.- Con el favor, la paga. (*)


Me voy a París. ¿Quieres algo para allá?
Eso preguntaba un buen señor, bastante negligente y descuidado en su vida religiosa, a una mujer amiga
suya.
- Pues si -dice ésta -. Me gustaría que le dieses un saludo a una señora a quien quiero mucho.
- Con mucho gusto.
- Pues vete a la catedral y rézale a Nuestra Señora una avemaría por mí.
Al volver de París, fue a visitar a aquella mujer amiga y le dijo:
- He cumplido tu encomienda: recé primero una avemaría por ti y luego otra por mí. Pero tu recado me
impresionó tanto que no me quedé tranquilo hasta que me confesé. Muchas gracias por tu encargo.
.***
Poner a un amigo a rezar a los pies de la Virgen, es hacerle un favor de alcance incalculable. Ese puede ser
el medio del que Dios se sirve para cambiar su vida. ¡Cuánta gente ha vuelto a Dios por ese camino!
El encuentro con María nunca nos deja en el mismo sitio: nos eleva y nos mejora.

L.5.- Es de bien nacidos el ser agradecidos.


Una madre solía rezar a las noches con una hija pequeña, de unos seis años, tres avemarías, al acostarla.
Una noche la madre le dijo:
- Hoy vamos a rezar una avemaría más a la Virgen para que ponga buena a la tía Marta.
Rezaron esa avemaría por la tía Marta, cada noche, durante un par de semanas. Después, la madre no dijo
nada y dejaron de rezarla.
A la tercera o cuarta noche sin hacerlo, la niña preguntó:
- Mamá, ¿por qué no rezamos por la tía Marta?
- Es que la Virgen ya la puso buena - respondió la madre.
- Y si la puso buena - replicó la niña- ¿no deberíamos rezar para darle las gracias?
Somos más dados a pedir que a agradecer. Lo de aquellos diez leprosos curados y de los que solo uno vuel-
ve a dar las gracias a Jesús, se repite en nuestra vida a diario. De cada diez veces que pedimos, quizás, no
damos gracias ni una.
La gratitud del que pide abre la mano del que da: el agradecimiento facilita la generosidad.
¡Y tenemos tanto que agradecer a Dios!

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L.6.- Esfuerzos y resultados.
Durante el mes de mayo, en un colegio, el sacerdote sugería a los niños que ofreciesen a la Virgen María
algún detalle de cariño cada día. Luego, de vez en cuando, les pedía que expusiesen por escrito, sin hacer
constar su nombre, lo que habían ofrecido.
Un crío de seis años decía haber ofrecido a la Virgen no hacer ruido con el pupitre: "pero la mesa se me
movía".
Otro, también de seis años, contaba que el domingo a la mañana le ofreció tener los zapatos limpios todo el
día. Después se fueron al campo y ya no volvió a acordarse. Y "a la noche, por suerte, los tenía limpios".
.***
¿Cuál habrá agradado más a la Virgen?
Uno estuvo luchando con una mesa "bailarina" todo el día. Al otro, "por suerte", le salió bien.
Ante Dios cuenta el empeño y esfuerzo que ponemos por hacer bien las cosas. Los resultados importan
menos.
Los "fracasos" nos santifican. Las omisiones, no. Y, casi siempre, tememos más los fracasos que las omisio-
nes.

L.7.- La obra maestra de Dios


Se cuenta de un buen fraile que ardía en deseos de ver a la Virgen. Tanto insistió que María le dijo: "Si me
ves, te quedarás ciego. Los ojos que me ven ya no quieren ni pueden contemplar ninguna otra cosa". A
pesar de eso, insiste en verla. María acede a sus ruegos y se deja ver. Y el fraile, astuto, en el momento de
la aparición, tapó un ojo. Del otro perdió la vista; pero la conservó del que había tapado.
Poco tiempo después, de nuevo ansía volver a verla. Esta vez, ya lo sabía, no podría hacer trampa: se que-
daría ciego.
No obstante insiste en su petición. La Virgen acaba accediendo a sus ruegos: de nuevo se le aparece. Y, en
lugar de quedarse ciego, le devuelve la vista del ojo que la había perdido.
.***
"Véante mis ojos, dulce Jesús bueno. Véante mis ojos, muérame yo luego".
"El Señor hizo en mí maravillas." María es, sin duda la obra maestra de Dios: "Bendita entre todas las muje-
res". Dios ha podido hacer con Ella todo lo que quiso.
¡Si yo le dejase hacer.!

L.8.- El proyecto de Dios y su realización.


Discutían dos amigos sobre los privilegios de la Virgen María. Uno de ellos manifestaba:
- Lo de la Inmaculada Concepción es una tontería. La Virgen no es un ángel, es una mujer.
- Está bien -dice su compañero-: Y, seguramente, tampoco creerás que tú naciste con el pecado original. -
Por supuesto. ¿Cómo voy a nacer con pecado sin ninguna culpa por mi parte?
- ¿Te das cuenta de la conclusión a la que llegas? No crees en la Inmaculada Concepción de la Virgen María
y crees en tu inmaculada concepción.
.***
En María, el ser Inmaculada no es solo verse inmune de pecado original.
. Dios tiene un plan, un proyecto para cada cosa. Y las cosas son lo que son porque coinciden con ese pro-
yecto de Dios sobre ellas.
Los hombres -seres libres- "obligamos " a Dios a tener como dos ideas acerca de nosotros mismos: lo que Él
quería y proyectaba, por una parte, y lo que cada uno vamos realizando día a día. Dos líneas que no coinci-
den del todo, y, a veces no coinciden en nada. Aún los santos más santos han tenido ligeras desviaciones. Y
han debido arrepentirse y volver.
La única persona en la que coinciden exactamente las dos líneas es María. María es la que nunca se ha des-
viado.
La Virgen es lo que Dios ha querido que fuese. Cada uno de nosotros somos bastante menos de lo que Dios
quería y quiere.

L. 9.- A pesar de los defectos. (*).


Se hablaba de la amistad. Winston Churchill escuchaba en silencio. Al fin dijo:

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- ¡No perdáis en tiempo! La amistad es inexplicable.
- ¿Por qué? - preguntaron sus amigos.
- Pues, al menos para mí, un buen amigo es un hombre que lo sabe todo de mí, que me conoce a fondo y
que, a pesar de todo, me aprecia. Buscadle una explicación a ese raro sentimiento.

"El que busca un amigo sin defectos, se queda sin amigos" (Proverbio turco).
Es necesario querer a los demás y quererlos como son: con sus defectos. Que no significa pactar con tales
defectos. Como el médico debe querer al enfermo, pero no a su enfermedad: por eso trata de curarle. La
amistad exige ayudar al amigo a superar sus defectos y desear que él nos ayude a superar los nuestros.
"¡Son amigos tan agradables los animales¡ No preguntan ni critican" (G. Eliot). El que no corrige o no se deja
corregir, no merece otra clase de amigos y se pone a la altura de los mismos.

L. 10.- ¿Amigos o cómplices? (*)


Un amigo incitaba insistentemente a Publio Rutilio a que hiciese algo moralmente nada bueno. El se oponía
también con insistencia. Ya cansado de solicitar, le dijo el amigo:
- Entonces , ¿de qué me sirve tu amistad?
Y Rutilio contestó:
• Y a mí, ¿de qué me sirve la tuya, si por ella tengo que hacer lo que no debo?
Cuando la amistad se convierte en pretexto para hacer algo malo, los amigos dejan de ser amigos y se con-
vierten en cómplices.
Cuando la amistad nos lleva a actuar en contra de la conciencia, esa amistad ha cavado su tumba.
"Este es el primer precepto de la amistad: pedir a los amigos sólo lo honesto, y sólo lo honesto hacer por
ellos". (Cicerón).

L. 11.- La amistad es cosa seria. (*).


Entre Alejandro Magno y su médico Felipo había una gran amistad, que arrancaba ya desde la niñez. En
unas jornadas victoriosas, en las cuales pensaba derrotar completamente a su enemigo Darío, Alejandro
cayó enfermo, al parecer, por haberse bañado durante una marcha agotadora en una laguna helada.
Vino a perturbar más el ánimo del rey, apenado ya por no poder luchar, una carta de uno de sus más fieles
generales. Le decía que no se fiase de su médico Felipo, que se había vendido al enemigo y proyectaba en-
venenarle. El rey juzgó que su médico, amigo desde la infancia, no podía traicionarle. Con una mano tomó
la bebida que le traía, al tiempo que, con la otra mano, le alargaba la nota de la denuncia.
Mientras Felipo, aterrado, leía aquella acusación, Alejandro degustaba el brebaje que la había preparado.
Cuando lo acabó, le dijo:
- "Prefiero morir a desconfiar de mis amigos".
La desconfianza mata la amistad. Por eso el que no sabe o no quiere confiar en los demás está incapacitado
para la amistad: para ser amigo y para tener amigos.
No se puede ir por la vida desconfiando de todo el mundo. "Ante todo debéis guardaros de las sospechas,
porque ese es el veneno de la amistad" (San Agustín).

L. 12.- Todos son amigos.


Un sacerdote sacó el carnet de conducir, después de varios intentos, cuando ya casi tenía setenta años.
Conducía, pero fatalmente. Le tocaban el claxon los que iban detrás, los que venían de frente y hasta los
que salían por los lados.
Y él, optimista hasta la médula, comentaba con el valiente y arriesgado compañero de viaje:
- Hay que ver cuanta gente me conoce y me saluda. Pero yo, cuando voy conduciendo, no saludo a nadie.
Vale la pena ver un amigo, mientras no se demuestre lo contrario, en cualquiera que se acerca.
Nos equivocaremos alguna vez. Pero más nos equivocaremos si en todos vemos enemigos.
Además, el que se encuentra tratado como amigo, siente deseos de portarse como tal.

L. 13.- Impresionante lealtad. (*).


El rey de Inglaterra Ricardo Corazón de León emprendió, en 1189, una cruzada a Palestina. Salió un día de
caza con algunos caballeros y cayeron en una emboscada. Lucharon bravamente, pero de nada les sirvió

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ante el número de enemigos que les atacaban. Murieron todos sus acompañantes menos uno, Guillermo
de Pourcellet. Este, deseando salvar a su rey, gritó:
• ¡Yo soy el rey!
Los sarracenos abandonaron al rey Ricardo y le prendieron a él. Le llevaron ante el sultán Saladino y allí se
descubrió su trampa. Pero Saladino, impresionado por aquel rasgo de fidelidad, admitió su rescate a cam-
bio de diez soldados suyos prisioneros de los cristianos.
No es extraño que impresionase a Saladino semejante lealtad y amistad.
Jesucristo nos ha dicho: "Nadie da mayor prueba de amor que aquel que entrega la vida por sus amigos"
(Jn. 15, 13). Y también nos dijo: "A vosotros os llamo amigos" (Jn.15,14 - 15). ¡Qué concepto de la amistad
debe tener Jesús! No sé si soy capaz de valorar lo que supone que Jesús me considere "su amigo".

L. 14.- La infeliz mortal.


Había en un colegio un curso de niñas de ocho años, tan pequeño, tan poco numeroso, que cuando una se
acatarraba, estornudaban todas.
Una de ellas era muy fantasiosa y tenía una imaginación desbordante. Un día escribió un papel y de forma
bastante ostensible lo tiró en la papelera. No se equivocó: funcionó la curiosidad entre sus compañeras. En
la primera oportunidad, cuando creyeron que ella no se enteraba, lo recogieron para ver lo que había escri-
to. Decía así:
"Nadie me quiere. Nadie me comprende. A nadie le importo. Estoy sola".
Y firmaba: "La infeliz mortal".
Todos deseamos tener amigos. Pero hay pocos que, de verdad, quieran ser amigos. Más rentable que tratar
de ver si mis amigos son buenos, es ver si yo soy buen amigo. Al que es buen amigo, se le multiplican los
amigos. "Cuando mis amigos son tuertos, los miro de perfil". (J. Joubert). "En la prosperidad, nuestros ami-
gos nos conocen. En la adversidad, nosotros conocemos a nuestros amigos" (Curton Collins).

L. 15.- El arte de complicarse la vida (*).


Un hombre quiere colgar un cuadro. El clavo ya lo tiene, pero le falta el martillo. Su vecino tiene uno. Así,
pues, nuestro hombre decide pedir al vecino que le preste el martillo.
De pronto le asalta una duda: "¿Y si no quiere prestármelo? Ahora recuerdo que ayer me saludó algo dis-
traído. A lo mejor tenía prisa. Pero quizás la prisa no era más que un pretexto, y tiene algo contra mí. ¿Qué
puede ser? Yo no le he hecho nada; algo se le habrá metido en la cabeza.
Si alguien me pidiera prestada alguna herramienta, yo se la dejaría enseguida. ¿Por qué no ha de hacerlo él
también? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a un vecino? Tipos como este le amargan
a uno la vida. Y luego se imagina que dependo de él. Solo porque tiene un martillo. Esto ya es el colmo".
Así nuestro hombre sale precipitado a la casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y, antes de que el
vecino tenga tiempo de decir "buenos días", le grita furioso:" ¡Quédese usted con el martillo, so penco!".
.***
Todos tendemos y hacemos bastante por amargarnos la vida a nosotros mismos. Pero en esa afición hay
verdaderos artistas.
¡Cuantas dificultades y desconfianzas inventamos! Dificultades que solo existen en nuestra imaginación. Y
cuanto menos se tiene que hacer, más problemas se inventan.

L. 16.- Del infierno al cielo. (*)


Se cuenta de un general coreano que, muerto y juzgado, fue destinado al paraíso. Pero cuando llegó ante
San Pedro, le vino un deseo y lo expuso: meter las narices, antes, en la puerta del infierno, sólo para hacer-
se una idea de aquel lugar de tristeza. "De acuerdo, concedido" le respondió San Pedro. Se asomó entonces
a la puerta del infierno y vio una sala inmensa, llena de largas mesas. Había en ellas muchas escudillas con
arroz cocido, bien condimentado, aromático y apetitoso. Los comensales estaban sentados, hambrientos,
dos para cada escudilla, uno frente al otro. ¿Y qué? Pues que para llevarse el arroz a la boca disponían - al
estilo chino - de dos palillos, pero tan largos que, por muchos esfuerzos que hicieran, no llegaba ni un grano
a la boca. Este era su suplicio, éste su infierno.
"Me basta con lo que he visto", exclamó el general. Regresó a la puerta del paraíso y entró.

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La misma sala, las mismas mesas, el mismo arroz, los mismos palillos largos. Pero esta vez los comensales
estaban alegres, sonriendo y comiendo. ¿Por qué? Porque cada uno tomando de la comida con los palillos,
la llevaba a la boca del compañero de enfrente y todo salía a la perfección.
.Comenta el mismo Juan Pablo I: "Pensar en los demás, en vez de en si mismo, resolvía el problema, trans-
formando el infierno en paraíso". Y eso ocurre ya en esta vida, no solo en la otra.
"La ley de la caridad es ley de felicidad" (Alexis Carrel).

L.17.- Nos sobran teorías.


En una clase de párvulos de cinco años, alrededor de Navidad, la profesora les manda dibujar el portal de
Belén.
Un niño, bastante vaguete, pinta el portal y en él al Niño Jesús y a la Virgen María. Cuando la profesora le
ve el dibujo, le dice:
- Pero hombre, has pintado al Niño Jesús solo con su mamá. ¡Pobre Niño Jesús, sin su papá!
Y el pequeño - justificando su pereza - replica muy serio:
- Es que el papá iba de compras.
Impresiona la capacidad que tenemos para justificar nuestros fallos y nuestros defectos. Consciente o in-
conscientemente, inventamos todo tipo de teorías para camuflarlos. Todo, menos aceptar sencillamente
que hemos fallado.
Reconocer clara y sinceramente nuestros fallos es el paso primero e imprescindible para vencerlos. Sin la
valentía necesaria para dar ese paso, no hay nada que hacer.

L.18.- Hacerle más caso.


Charlando con una niña de unos once años, unos días antes de Navidad, le preguntaba el sacerdote:
- ¿Qué vas a regalarle a Jesús en este cumpleaños suyo?
- Yo -dice la niña- no soy nada buena para regalos espirituales. Bueno, me parece que lo mejor que puedo
regalarle es hacerle más caso. Nos entretenemos demasiado con los adornos, guirnaldas, el árbol. Y no es
cuando más le atendemos a Él.
.***
Está bien recordar a Jesús, hacer cosas en recuerdo suyo. Mejor aún, hacer cosas por El. Pero necesitamos
tratarle a El personalmente: "hacerle más caso".
"No dejéis por el trabajo de Dios, al Dios del trabajo", decía Juan Pablo II en Irlanda.
"Dios no quiere tus cosas. Te quiere a ti" (Kempis). Y tenemos la tendencia a darle cosas, quizás por no dar-
nos nosotros mismos.

L.19.- Sueño o realidad.


Sueña un poeta una deliciosa escena que tiene lugar en el establo de Belén la noche que Jesús nació:
De repente, entra en el portal una mujer vieja vestida de negro, desgreñada. y va hacia el Niño. La Virgen
María tiembla de miedo.
La mujer lleva algo oculto en sus manos. Al llegar al pesebre se postra en tierra. Luego se incorpora . Pone
en las manos del Niño lo que ocultaba en las suyas. Se levanta y gira para marcharse.
Cuando María la contempla de frente le parece otra: bella, esbelta, radiante de alegría.
La Virgen mira a las manos de Jesús. Entre sus dedos de niño había una manzana mordida.
La misteriosa visitante era Eva.
Jesús viene a la tierra a cargar con el pecado de Adán y Eva y con los pecados de todos nosotros: infinitas
"manzanas mordidas".
Así devuelve -a Eva y a sus hijos- la dignidad y hermosura de los hijos de Dios.

L. 20.- Hacerle los recados.


En un pueblo pequeño un sacerdote explicaba a los niños, alrededor de Navidad, el nacimiento del Niño
Jesús. Un pequeño, de cuatro o cinco años, conmovido, exclamó:
- Padre, ¡cómo me gustaría a mí estar allí con el Niño Dios para ayudarle!
- Y tú, siendo tan pequeño, ¿qué podías hacer por Él?
Quedó un momento pensativo y luego contestó:
- Le haría los recados.

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- Bueno. Lo que pasa es que Jesús, siendo Él tan pequeño también, no te iba mandar recados. Tendrías que
hacer por Jesús lo que te mandara la Virgen o San José.
- Claro.
- Pues ahora igual. Haz por Jesús lo que te mande papá o mamá.
"Le haría los recados". Admirable ilusión del niño.
Pues de eso se trata en nuestra vida: ayudar al Señor, "hacerle los recados", lo que nos pide en cada día.

L.21.- ¿Quién soy yo.?


La Virgen María conoce por el Arcángel San Gabriel que su pariente Isabel va a tener un hijo en su vejez.
Inmediatamente se pone en camino. Cruza Palestina y va a felicitarla y ayudarla en su trabajo. Cuando llega
a su casa y le saluda, Isabel, llena del Espíritu Santo, exclama:
-"¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a visitarme?". (Lc. 1, 39-45).
.***
Ese desconcierto -y mucho más- debería sentir el hombre, cada hombre, ante la Navidad. ¿Quién soy yo
para que todo un Dios venga a mí y a por mí?
Parafraseando a San Juan, podemos decir: Tanto amó Dios al hombre que no ha parado hasta hacerse Él
mismo hombre. Un salto de verdadera locura. La distancia de Dios a hombre es infinita. Poco calamos en
esa realidad si no nos desconcierta. "¿Qué tengo yo que mi amistad procuras? ¿Qué interés se te sigue,
Jesús mío.?".

L.22.- La puerta de Belén. (*)


Hay en la basílica de Belén una puerta -la única de acceso al templo- que se ha convertido en todo un sím-
bolo: Durante el tiempo de las Cruzadas no era infrecuente que los soldados musulmanes irrumpiesen en el
templo con sus caballos acometiendo a fieles y sacerdotes. Se tapió la gran puerta para impedirlo y se dejó
como única entrada un portillo de poco más de un metro de altura. Aún hoy hay que entrar a la iglesia por
esa puerta, agachándose, aniñándose.
"Hay que acercarse a esa página evangélica: aniñándose. (Aniñándose, no abobándose. Porque en la histo-
ria de la Iglesia siempre han llamado bobos a los santos y santos a los bobos). Belén es un lugar no apto
para mayores, una auténtica fiesta de locos". (José Luis Martín Descalzo).
El amor hace cosas así. Como decía Pascal: "El corazón tiene razones que la razón no entiende".
El amor nos desconcierta. ¿Cómo no va a desconcertarnos cuando quien ama es Dios?

L.23.- Que Jesús esté contento.


Un crío de nueve años puso él en su casa el Belén. Lo armó bastante bien y con buen gusto. Pero en el por-
tal colocó al Niño Jesús en una hamaca de una muñeca de su hermana.
Cuando su madre lo vio le dijo:
- ¿Cómo pones al Niño Jesús en una hamaca? ¿No sabes que nació en pajas?
- Si, mamá -replicó el pequeño -. Ya sé que nació en pajas. Pero en la hamaca está más cómodo.
Precioso afán: que Jesús esté cómodo. Sublime ilusión: vivir para agradar a Dios.
María habrá limpiado, ventilado y adecentado la cuadra de Belén para el Señor, para que estuviese un poco
mejor.
¿Qué falta, o qué sobra, en mi corazón para que Jesús esté cómodo en él?
¡Madre, mete tu mano a fondo en mi corazón y limpia, barre y ventila.!

L.24.- Cumpleaños.
En una clase de niños de nueve años les preguntaba el sacerdote:
- ¿Qué es la Navidad?
Las respuestas fueron variadas: "cuando nació Jesús", "cuando hay vacaciones", "cuando se come turrón".
Uno de ellos dio una respuesta clara y encantadora:
- "La Navidad es el cumpleaños de Jesús".
¿Qué hacemos cuando alguien a quien queremos está de cumpleaños?
Estamos más pendientes de él. Tratamos de hacérselo pasar bien. Y le hacemos algún regalo.
Eso mismo cabe con el Señor siempre, pero especialmente en Navidad.
Vivir más su presencia: vino para estar con nosotros.

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Buscar , sinceramente, agradarle. Algún regalo. Pero no cualquier cosa. Lo que le gusta. Lo que espera. Lo
que, a lo mejor, lleva mucho tiempo esperando de mí.

L.25.- Causa de nuestra alegría. (*)


Cuenta Chesterton que un día frío y de niebla viajaba en un ómnibus con bastantes pasajeros. Todos iban
sombríos, callados y aburridos. En una parada del camino subió una madre joven llevando en sus brazos un
precioso niño. La madre era tan simpática, el niño tan gracioso y la comunicación entre ambos tan alegre,
que la alegría se fue contagiando por todo el autobús. Al poco rato todos los pasajeros hablaban y reían y la
alegría llenaba el ambiente.
Y comenta el mismo Chesterton:
"En el viaje de la humanidad por este mundo todo era tristeza y aburrimiento. Pero un día subió al carro de
la vida una Madre con un preciosos Niño: fue un 25 de diciembre. Jesús apareció en esta tierra en brazos de
su Madre, María, y lo cambió todo".
Desde entonces la alegría renació en la humanidad. María trajo a nuestro planeta al Único capaz de alejar
nuestras tristezas; al Único capaz de dar sentido a cada paso de nuestra existencia. Por eso la llamamos
"causa de nuestra alegría".
Cuanto más la metamos en el autobús de nuestra propia vida, más nos contagiará su felicidad.

L. 26.- Filosofía de la vida. (*).


El filosofo inglés Bertrand Russell nació en 1872 y murió, a los noventa y siete años, en l969. Se dice de él
que en sus últimos años se alimentaba de algunos purés, té y whisky.
En una ocasión, charlando con unos amigos, le preguntaron si podía la filosofía aportar algo práctico, algu-
na idea para la vida. Y respondió que les iba a dar, no una, sino tres ideas claras, prácticas y necesarias:
Primera, tener valor para aceptar resignadamente las cosas que no se pueden cambiar. Segunda, valentía
para cambiar las que si, se pueden cambiar. Y tercera, tener la inteligencia indispensable para no confundir
nunca las unas con las otras.
Tres ideas o, más bien tres actitudes fundamentales para quien quiera tomarse la vida en serio.
Paciencia, necesaria muchas veces. Coraje par no escudarse en las circunstancias, falta de medios. Y sensa-
tez, imprescindible par no complicarse y amargarse tonta, inútil y estérilmente la vida.

L. 27.- El tesoro del tiempo. (*)


El director de cierta empresa preguntó al aspirante a un empleo:
• En su última colocación ¿cuántos años trabajó?
• Cincuenta años, señor.
• Pues, ¿qué edad tiene usted?
• Cuarenta y seis años.
• ¿Entonces, cómo se explica que teniendo usted cuarenta y seis años haya podido trabajar cincuenta?
• En horas extraordinarias, señor.
.***
Desde que el Eterno se encarnó en nuestro tiempo, el tiempo humano adquirió valor de eternidad.
Por eso perder el tiempo que Dios nos da, es perder eternidad. Aprovechar el tiempo que pasa es invertir
en lo que no pasa, en lo que es para siempre.

L.28.- Hoy, ahora. (*).


Todos los días, a primera hora, Alejandro Magno daba órdenes a sus generales y les decía lo que debían
hacer. Por las noches les pedía cuentas, si lo habían hecho o no. Una noche, uno de los generales, llamado
Pimérides, había dejado una orden sin cumplir y, al rendir cuentas, dijo:
• Esto será lo primero que haré mañana.
Y Alejandro le preguntó:
• ¿Sabes cómo he podido conquistar un imperio tan grande en tan poco tiempo?
Pimérides empezaba un discurso en elogio del valor guerrero de su jefe y Alejandro le atajó al momento:
- No, no .Todo eso se supone. Lo he podido hacer no dejando nunca nada para el día siguiente.
Después, mañana. son adverbios de vencidos, como decía el Beato Josemaría Escrivá.
Dejar para después o para mañana es perder la batalla ya antes de entablarla.

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Lo importante es que Dios nos encuentre donde nos quiere en cada momento.

L.29.- Cuida los minutos.


Una niña pequeña, ocho años, se lamentaba con su profesora:
• "A veces <pasmo> en clase".
Y la profe le dijo:
• "Pues una niña que <pasma> es una ."
• "Pasmona" -apostilló la pequeña-. Y añadió: "Bueno, pero <pasmo> poquito.
En un viejo reloj de pared, que sonaba solo a las horas, se leía esta inscripción: "Tú cuida los minutos, que
de las horas me encargo yo".
Si a la noche sumamos los minutos que hemos perdido durante el día, veremos que nuestros días tienen
bastante menos de veinticuatro horas.

L.30.- Consejo infernal. (*)


Dicen que una vez Satanás reunió en asamblea a todos los demonios -
Congreso infernal- con el fin de discutir los medios más aptos para engañar a los hombres. Se levantó un
demonio y propuso:
- Lo mejor sería persuadir a los hombres de que Dios no existe.
La propuesta no agradó a la asamblea.
• Aunque les digamos que no existe Dios ­ explicó Satanás -, es tan evidente que existe, que no nos cree-
rían.
• Podemos decirles ­terció otro demonio- que no hay infierno.
Satanás intervino de nuevo:
• Aunque lleguemos a persuadirles de que no hay infierno, seguirán creyendo en el cielo y deseándolo.
Puesto en pie un demonio viejo, dijo con solemnidad:
• Bien, se ha insinuado lo difícil, que es quitar a los hombres ideas tan claras como las de Dios, cielo, in-
fierno, alma. Dejémoslos con sus ideas. Tratemos de persuadirles de que la vida es muy larga, de que tie-
nen mucho tiempo, de que no hay prisa para preocuparse y ocuparse en salvarse y santificarse.
Un aplauso cerrado acogió esta sugerencia. Muchos demonios vinieron inmediatamente a la tierra con esta
propaganda. El éxito fue y sigue siendo extraordinario.
Además de los clásicos enemigos del alma: el mundo, el demonio y la carne, hay otros dos -decía el Beato
Josemaría Escrivá - el después y el mañana.
Las cosas buenas que no hacemos, casi nunca es por no querer hacerlas, sino por dejarlas para después.
El que se mete por el camino del "después" suele acabar en el camino del "nunca".

L.31.- La última batalla. (*)


El general español Francisco Javier Castaños (1758 - 1852) es el héroe de la batalla de Bailén frente a los
franceses. Por su victoria le fue concedido después el título de duque de Bailén. El mariscal francés Dupont
se le rindió con 22.000 hombres. Al rendirse, le entregó la espada diciendo: • Tomad , señor, esta espada,
vencedora en cien combates.
Y Castaños la tomó contestando:
• Pues yo, señor, es el primer combate que gano.
El que pierde una batalla, pierde una batalla. El que pierde la última, pierde la guerra.
Como no sabemos cual va a ser la última -puede ser la de este momento- hay que luchar por ganarlas to-
das.

Diciembre:
Feminismo y Cristianismo.
Amor de madre.
Milagros de distinta categoria.
Con el favor, la paga.
Es de bien nacidos el ser agradecidos.

64
Esfuerzos y resultados.
La obra maestra de Dios.
El proyecto de Dios y su realizacion.
El santo piñon de reloj.
A pesar de los defectos.
¿Amigos o complices?
La amistad es cosa seria.
Todos son amigos.
Impresionante lealtad.
La infeliz mortal.
Feminismo y Cristianismo.

Un turista ingles visito un pais del norte de Africa antes de la guerra civil que tuvo lugar en aquellas tierras.
Volvio aterrado del trato y discriminacion de la mujer en esa nacion: el hombre caminaba delante y la mu-
jer detras a una respetuosa distancia.
Despues de la guerra volvio a visitar aquel pais. Y, con gran alegria por su parte, vio que las cosas habian
cambiado: ahora era la mujer la que iba delante y el hombre la seguia a cierta distancia.
Hablando con un miembro del gobierno, le manifesto sus impresiones y su satisfaccion de que la guerra
hubiera servido para dignificar a la mujer. “Ahora ­le dijo- ellas caminan delante de los hombres”.
- “Si ­respondio el gobernante-. Es una buena medida de prudencia. De la guerra, aun quedan por todo el
pais muchas minas sin explotar”.
Donde la mujer ha alcanzado unas cuotas más altas de dignidad y de libertad es en los pueblos imbuidos de
la cultura cristiana. Y eso es fruto de la fe cristiana. No se debe al derecho romano ni a la cultura griega. En
Roma y en Grecia la condición de la mujer no era mucho mejor en el siglo I que en el África actual
El influjo de la fe cristiana en la promoción humana de la mujer es una realidad innegable. No en vano en el
Cristianismo una mujer es figura clave: Maria.
Amor de madre.
Di de el cuanto quieras, pero yo se mejor que tu y que nadie las faltas de mi niño.
Yo no lo quiero porque es bueno, sino porque es mi hijo. ¿Y cómo vas a saber tú el tesoro que él es, tu que
tratas de pesar sus meritos con sus faltas? Cuando yo tengo que castigarlo, es más mio que nunca. Cuando
lo hago llorar, mi corazón llora con él.
Solo yo tengo el derecho de acusarlo y penarlo, porque solamente el que ama puede castigar”.
.El amor materno es el reflejo mas claro del amor divino. Ante una madre no cuentan los exitos o los meri-
tos de los hijos. Lo que cuentan son sus necesidades. Y la madre se vuelca mas con el hijo que mas la nece-
sita.
Cuanta más indigencia y necesidad encuentre en mi la Virgen, mas razones tengo para confiar y apoyarme
en Ella.
Milagros de distinta categoría.
En “Cartas a los hombres” nos cuenta Jesus Urteaga la historia de un niño con su cuerpo deforme. La mal
entendida compasion de los padres y sus excesivos mimos acabaron haciendo que tambien su alma fuese
deforme: convirtieron al pequeño en un autentico tirano, incapaz de pensar mas que en si mismo.
Un dia el chico decidio que lo llevasen a Lourdes. Los padres, incapaces de negarle nada, acceden, a pesar
del esfuerzo economico que les supone.
Pasa el Santisimo por entre los enfermos. El sacerdote se detiene con la Custodia frente al niño: Dios bendi-
ce al pequeño. Los ojos de la madre se han cerrado en oración. Los ojos del hijo se han abierto.
La madre se inclina sobre su pequeño, le besa y le dice al oido:
- Hijo, ¿has pedido a Jesus que te curase?
Y el pequeño, con una alegria desconocida en el, responde:
- No, mama. Mira a ese niño, ¡que cabezon tiene!Le he pedido que le cure a el, que lo necesita mas que yo.
La madre, con lagrimas en los ojos, se arrodillo junto a la camilla dando gracias a la Virgen por el milagro.
.***La Virgen, ademas de ser madre, ve las cosas desde la otra orilla, desde Dios. Sabe mejor que nosotros
mismos lo que nos conviene.
Vale la pena pedirle, como rezaba un niño pequeño, que nos d lo que mas le guste darnos.
Con el favor, la paga.

65
- Me voy a París. ¿Quieres algo para allá?
Eso preguntaba un buen señor, bastante negligente y descuidado en su vida religiosa, a una mujer amiga
suya.
- Pues si -dice ésta -. Me gustaría que le dieses un saludo a una señora a quien quiero mucho.
- Con mucho gusto.
- Pues vete a la catedral y rézale a Nuestra Señora una avemaría por mí.
Al volver de París, fue a visitar a aquella mujer amiga y le dijo:
- He cumplido tu encomienda: recé primero una avemaría por ti y luego otra por mí. Pero tu recado me
impresionó tanto que no me quedé tranquilo hasta que me confesé. Muchas gracias por tu encargo.
.***Poner a un amigo a rezar a los pies de la Virgen, es hacerle un favor de alcance incalculable. Ese puede
ser el medio del que Dios se sirva para cambiar su vida. ¡Cuánta gente ha vuelto a Dios por ese camino!
El encuentro con María nunca nos deja en el mismo sitio: nos eleva y nos mejora.
Es de bien nacidos el ser agradecidos.
Una madre solía rezar a las noches con una hija pequeña, de unos seis años, tres avemarías, al acostarla.
Una noche la madre le dijo:
- Hoy vamos a rezar una avemaría más a la Virgen para que ponga buena a la tía Marta.
Rezaron esa avemaría por la tía Marta, cada noche, durante un par de semanas. Después, la madre no dijo
nada y dejaron de rezarla.
A la tercera o cuarta noche sin hacerlo, la niña preguntó:
- Mamá, ¿por qué no rezamos por la tía Marta?
- Es que la Virgen ya la puso buena - respondió la madre.
- Y si la puso buena - replicó la niña- ¿no deberíamos rezar
para darle las gracias?
Somos más dados a pedir que a agradecer. Lo de aquellos diez leprosos curados y de los que sólo uno vuel-
ve a dar las gracias a Jesús, se repite en nuestra vida a diario. De cada diez veces que pedimos, quizás, no
damos gracias ni una.
La gratitud del que pide abre la mano del que da: el agradecimiento facilita la generosidad.
¡Y tenemos tanto que agradecer a Dios!
Es de bien nacidos el ser agradecidos.
Una madre solía rezar a las noches con una hija pequeña, de unos seis años, tres avemarías, al acostarla.
Una noche la madre le dijo:
- Hoy vamos a rezar una avemaría más a la Virgen para que ponga buena a la tía Marta.
Rezaron esa avemaría por la tía Marta, cada noche, durante un par de semanas. Después, la madre no dijo
nada y dejaron de rezarla.
A la tercera o cuarta noche sin hacerlo, la niña preguntó:
- Mamá, ¿por qué no rezamos por la tía Marta?
- Es que la Virgen ya la puso buena - respondió la madre.
- Y si la puso buena - replicó la niña- ¿no deberíamos rezar
para darle las gracias?
Somos más dados a pedir que a agradecer. Lo de aquellos diez leprosos curados y de los que sólo uno vuel-
ve a dar las gracias a Jesús, se repite en nuestra vida a diario. De cada diez veces que pedimos, quizás, no
damos gracias ni una.
La gratitud del que pide abre la mano del que da: el agradecimiento facilita la generosidad.
¡Y tenemos tanto que agradecer a Dios!
La obra maestra de Dios
Se cuenta de un buen fraile que ardía en deseos de ver a la Virgen. Tanto insistió que María le dijo: “Si me
ves, te quedarás ciego. Los ojos que me ven ya no quieren ni pueden contemplar ninguna otra cosa”.
A pesar de eso, insiste en verla. María accede a sus ruegos y se deja ver. Y el fraile, astuto, en el momento
de la aparición, tapó un ojo. Del otro perdió la vista; pero la conservó del que había tapado.
Poco tiempo después, de nuevo ansía volver a verla. Esta vez, ya lo sabía, no podría hacer trampa: se que-
daría ciego.
No obstante insiste en su petición. La Virgen acaba accediendo a sus ruegos: de nuevo se le aparece. Y, en
lugar de quedarse ciego, le devuelve la vista del ojo que la había perdido.
.***“Veante mis ojos, dulce Jesús bueno. Veante mis ojos, muérame yo luego”.

66
“El Señor hizo en mi maravillas.” Maria es, sin duda la obra maestra de Dios: “Bendita entre todas las muje­
res”. Dios ha podido hacer con Ella todo lo que quiso.
¡Si yo le dejase hacer.!
El proyecto de Dios y su realización.
Ddiscutian dos amigos sobre los privilegios de la Virgen Maria. Uno de ellos manifestaba:
- Lo de la Inmaculada Concepción es una tontería. La Virgen no es un ángel, es una mujer.
- Está bien -dice su compañero-: Y, seguramente, tampoco creerás que tú naciste con el pecado original.
- Por supuesto. ¿Cómo voy a nacer con pecado sin ninguna culpa por mi parte?
- ¿Te das cuenta de la conclusion a la que llegas? No crees en la Inmaculada Concepción de la Virgen María
y crees en tu inmaculada concepción.
.***En María, el ser Inmaculada no es solo verse inmune de pecado original.
. Dios tiene un plan, un proyecto para cada cosa. Y las cosas son lo que son porque coinciden con ese pro-
yecto de Dios sobre ellas.
Los hombres -seres libres- “obligamos “ a Dios a tener como dos ideas acerca de nosotros mismos: lo que Él
quería y proyectaba, por una parte, y lo que cada uno vamos realizando día a día. Dos líneas que no coinci-
den del todo, y, a veces no coinciden en nada. Aún los santos más santos han tenido ligeras desviaciones. Y
han debido arrepentirse y volver.
La única persona en la que coinciden exactamente las dos líneas es María. María es la que nunca se ha des-
viado.
La Virgen es lo que Dios ha querido que fuese. Cada uno de nosotros somos bastante menos de lo que Dios
quería y quiere.
El proyecto de Dios y su realización.
Discutían dos amigos sobre los privilegios de la Virgen María. Uno de ellos manifestaba:
- Lo de la Inmaculada Concepción es una tontería. La Virgen no es un ángel, es una mujer.
- Está bien -dice su compañero-: Y, seguramente, tampoco creerás que tú naciste con el pecado original.
- Por supuesto. ¿Cómo voy a nacer con pecado sin ninguna culpa por mi parte?
- ¿Te das cuenta de la conclusión a la que llegas? No crees en la Inmaculada Concepción de la Virgen María
y crees en tu inmaculada concepción.
.***En María, el ser Inmaculada no es solo verse inmune de pecado original.
. Dios tiene un plan, un proyecto para cada cosa. Y las cosas son lo que son porque coinciden con ese pro-
yecto de Dios sobre ellas.
Los hombres -seres libres- “obligamos “ a Dios a tener como dos ideas acerca de nosotros mismos: lo que Él
quería y proyectaba, por una parte, y lo que cada uno vamos realizando día a día. Dos líneas que no coinci-
den del todo, y, a veces no coinciden en nada. Aún los santos más santos han tenido ligeras desviaciones. Y
han debido arrepentirse y volver.
La única persona en la que coinciden exactamente las dos líneas es María. María es la que nunca se ha des-
viado.
La Virgen es lo que Dios ha querido que fuese. Cada uno de nosotros somos bastante menos de lo que Dios
quería y quiere.
El “santo” piñón de reloj. (*)
Cierto día en que un relojero había desmontado un reloj y con sus pinzas finísimas iba a coger el piñón mi-
núsculo que recibe el movimiento de la cuerda, observó que el piñón estaba en perfecto estado y brillantí-
simo. Lo miraba con cuidado, cuando el piñón le dijo:
• Yo soy un santo piñón de reloj, y no soy como los demás piñones, mis hermanos, que se les adhiere todo
el polvo que penetra en la caja. Me conservo limpio, sé cuidarme, sé preservarme; no preocupo a nadie. Yo
soy un piñón ciertamente tal como debe ser. Yo te pido que no me hagas tocar ninguno de estos engrana-
jes. Ya tengo bastante con cuidarme tan bien de mí mismo. Que cada cual se ocupe de sí mismo.
• Pero si cada cual se cuida solamente de sí mismo, ¿cómo andará el reloj? -dijo indignado el relojero.
Sacudió delicadamente sus pinzas y la pequeña joya cayó entre los trastos inútiles. Y tomó un piñón, menos
brillante, pero que aceptase vivir en compañía y lo montó en el engranaje del reloj.
.***Dios nos ha puesto juntos para que nos amemos y nos ayudemos. Una parte, e importante, de nuestra
santificación consiste en ayudar a los demás a ser fieles a Dios.
“Un cristiano no puede desentenderse de los demás. Es necesario tener auténtico afán de ayudarle a ser
feliz y alcanzar el Cielo.

67
A pesar de los defectos.
Se hablaba de la amistad. Winston Churchill escuchaba en silencio. Al fin dijo:
- ¡No perdáis en tiempo!La amistad es inexplicable.
- ¿Por qué? - preguntaron sus amigos.
- Pues, al menos para mí, un buen amigo es un hombre que lo sabe todo de mí, que me conoce a fondo y
que, a pesar de todo, me aprecia. Buscadle una explicación a ese raro sentimiento.
“El que busca un amigo sin defectos, se queda sin amigos” (Proverbio turco).
Es necesario querer a los demás y quererlos como son: con sus defectos. Que no significa pactar con tales
defectos. Como el médico debe querer al enfermo, pero no a su enfermedad: por eso trata de curarle.
La amistad exige ayudar al amigo a superar sus defectos y desear que él nos ayude a superar los nuestros.
“¡Son amigos tan agradables los animales!No preguntan ni critican” (G. Eliot). El que no corrige o no se deja
corregir, no merece otra clase de amigos y se pone a la altura de los mismos.
¿Amigos o cómplices?
Un amigo incitaba insistentemente a Publio Rutilio a que hiciese algo moralmente nada bueno. El se oponía
también con insistencia. Ya cansado de solicitar, le dijo el amigo:
- Entonces , ¿de qué me sirve tu amistad?
Y Rutilio contestó:
- Y a mí, ¿de qué me sirve la tuya, si por ella tengo que hacer lo que no debo?
Cuando la amistad se convierte en pretexto para hacer algo malo, los amigos dejan de ser amigos y se con-
vierten en cómplices.
Cuando la amistad nos lleva a actuar en contra de la conciencia, esa amistad ha cavado su tumba.
“Este es el primer precepto de la amistad: pedir a los amigos sólo lo honesto, y sólo lo honesto hacer por
ellos”. (Cicerón).
La amistad es cosa seria. (*).
Entre Alejandro Magno y su médico Felipo había una gran amistad, que arrancaba ya desde la niñez. En
unas jornadas victoriosas, en las cuales pensaba derrotar completamente a su enemigo Darío, Alejandro
cayó enfermo, al parecer, por haberse bañado durante una marcha agotadora en una laguna helada.
Vino a perturbar más el ánimo del rey, apenado ya por no poder luchar, una carta de uno de sus más fieles
generales. Le decía que no se fiase de su médico Felipo, que se había vendido al enemigo y proyectaba en-
venenarle. El rey juzgó que su médico, amigo desde la infancia, no podía traicionarle. Con una mano tomó
la bebida que le traía, al tiempo que, con la otra mano, le alargaba la nota de la denuncia.
Mientras Felipo, aterrado, leía aquella acusación, Alejandro degustaba el brebaje que su amigo médico le
había preparado. Cuando lo acabó, le dijo:
- “Prefiero morir a desconfiar de mis amigos”.
La desconfianza mata la amistad. Por eso el que no sabe o no quiere confiar en los demás está incapacitado
para la amistad: para ser amigo y para tener amigos.
No se puede ir por la vida desconfiando de todo el mundo. “Ante todo debéis guardaros de las sospechas,
porque ese es el veneno de la amistad” (San Agustín).
Todos son amigos.
Un sacerdote sacó el carnet de conducir, después de varios intentos, cuando ya casi tenía setenta años.
Conducía, pero fatalmente. Le tocaban el claxon los que iban detrás, los que venían de frente y hasta los
que salían por los lados.
Y él, optimista hasta la médula, comentaba con el valiente y arriesgado compañero de viaje:
- Hay que ver cuanta gente me conoce y me saluda. Pero yo, cuando voy conduciendo, no saludo a nadie.
Vale la pena ver un amigo, mientras no se demuestre lo contrario, en cualquiera que se acerca.
Nos equivocaremos alguna vez. Pero más nos equivocaremos si en todos vemos enemigos.
Además, el que se encuentra tratado como amigo, siente deseos de portarse como tal.
Impresionante lealtad.
El rey de Inglaterra Ricardo Corazón de León emprendió, en 1189, una cruzada a Palestina. Salió un día de
caza con algunos caballeros y cayeron en una emboscada. Lucharon bravamente, pero de nada les sirvió
ante el número de enemigos que les atacaban. Murieron todos sus acompañantes menos uno, Guillermo
de Pourcellet. Este, deseando salvar a su rey, gritó:
- ¡Yo soy el rey!

68
Los sarracenos abandonaron al rey Ricardo y le prendieron a él. Le llevaron ante el sultán Saladino y allí se
descubrió su trampa. Pero Saladino, impresionado por aquel rasgo de fidelidad, admitió su rescate a cam-
bio de diez soldados suyos prisioneros de los cristianos.
No es extraño que impresionase a Saladino semejante lealtad y amistad.
Jesucristo nos ha dicho: “Nadie da mayor prueba de amor que aquel que entrega la vida por sus amigos”
(Jn. 15, 13). Y también nos dijo: “A vosotros os llamo amigos” (Jn.15,14 ­ 15). ¡Qué concepto de la amistad
debe tener Jesús!No sé si soy capaz de valorar lo que supone que Jesús me considere “su amigo”.
La infeliz mortal.
Había en un colegio un curso de niñas de ocho años, tan pequeño, tan poco numeroso, que cuando una se
acatarraba, estornudaban todas.
Una de ellas era muy fantasiosa y tenía una imaginación desbordante. Un día escribió un papel y de forma
bastante ostensible lo tiró en la papelera. No se equivocó: funcionó la curiosidad entre sus compañeras. En
la primera oportunidad, cuando creyeron que ella no se enteraba, lo recogieron para ver lo que había escri-
to. Decía así:
“Nadie me quiere. Nadie me comprende. A nadie le importo. Estoy sola”.
Y firmaba: “La infeliz mortal”.
Todos deseamos tener amigos. Pero hay pocos que, de verdad, quieran ser amigos. Más rentable que tratar
de ver si mis amigos son buenos, es ver si yo soy buen amigo. Al que es buen amigo, se le multiplican los
amigos. “Cuando mis amigos son tuertos, los miro de perfil”. (J. Joubert).
“En la prosperidad, nuestros amigos nos conocen. En la adversidad, nosotros conocemos a nuestros ami-
gos” (Curton Collins).

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