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1.1 Teoría
Texto 1 - G. Reyes - P. Textual
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Análisis del discurso I - 2017 FFyL - UNCuyo
“Parece cuento, pero la historia de esa noche rarísima empezó por un placero
insolente de ruedas coloradas, lleno hasta el tope de hombres, que iba a los
barquinazos por esos callejones de barro duro, entre los hornos de ladrillos y
los huecos, y dos de negro, dele guitarriar y aturdir, y el del pescante que les
tiraba un fustazo a los perros sueltos que se le atravesaban al moro, y un
emponchado iba silencioso en el medio, y ése era el Corralero de tantas
mentas, y el hombre iba a peliar y a matar. La noche era una bendición de tan
fresca; dos de ellos iban sobre la capota volcada, como si la soledá juera un
corso. Ese jue el primer sucedido de tantos que hubo, pero recién después lo
supimos.”
Como peculiar detalle de esta intromisión estilística, nótese que el narrador utiliza “peliar”,
pero no más adelante utiliza “recién”, en un español estándar y no el “ricién” que cabría
esperarse de un “compadrito”. Otro tanto sucede en el siguiente fragmento de
“cambalache”, donde la isotopía no es el español culto, sino una variante más coloquial. Sin
embargo la ruptura se da justamente por la intromisión de elementos “cultos”, de manera
es posible encontrar igualao y aplazaos juntos a escalafón e impostura:
Ejemplo 2 - ruptura isotopías
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Las rupturas pueden ser diversas y encontrarse en rasgos fónicos, prosódicos, gráficos,
sintácticos o léxicos. En cuanto a sus efectos también son muy variados, aunque
generalmente son tendientes a remarcar o enfatizar determinado aspectos discursivos: el
tiempo (cronolectos), clases sociales (sociolectos), regiones (dialectos).
1.1.2 La transtextualidad
Este concepto fue introducido por Genette en su libro Palimpsestos donde entiende al
fenómeno de la transtextualidad como todas las relaciones entre textos establecidas
secreta o manifiestamente. Estas relaciones son múltiples, Genette formula cinco tipo de
relaciones transtextuales:
• Intertextualidad: todo aquello que relaciona un texto, manifiesta o secretamente,
con otros textos.
• Paratextualidad: la relación que establece un texto con su paratexto (y también con
sus pretextos).
• Metatextualidad: relación de comentario de un texto con otro del cual habla.
• Hipertextualidad: relación de un texto con otro anterior del cual deriva por
transformación (Fausto de Spies Fausto de Goethe Fausto de E. del Campo).
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Enunciado Referido
Mensaje
Enunciador Destinatario
Acto de habla
Alocutario
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Ejemplo 3-Epígrafe
...orríbile favelle,
facévano un tumulto...
(Dante)
El festín
Esteban Echeverría:
La Cautiva (fragmento)
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No fue muy efusivo. Rara vez lo era; pero creo que se alegró de verme. Casi sin decir palabra,
aunque con los ojos brillándole bondadosamente, me indicó un sillón, me arrojó su cajetilla de
cigarrillos y señaló hacia una botella de whisky y un sifón que había encima de una cómoda.
Entonces se puso de pie frente al fuego y me miró con el detenimiento tan peculiar de él.
—El matrimonio le sienta bien —me dijo—. Creo, Watson, que ha aumentado unas siete libras y
media desde que no nos vemos.
Verbum dicendi
—Siete —contesté yo.
—Debí haber pensado un poco más antes de decir eso... Y veo que está ejerciendo de nuevo.
— No me había dicho que intentaba dedicarse a su profesión.
Sir Arthur Conan Doyle
Uso de guiones Escándalo en Bohemia
en : Las Aventuras de Sherlock Holmes
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3. Para ironizar.
Ejemplo 7 - Estilo indirecto
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locutor intenta dar una supuesta noticia como enunciada por otro, aunque este otro no se
cite. De este modo el locutor puede distanciarse y no “hacerse cargo” de la noticia en sí.
Ejemplo:
Ejemplo 9 - Oratio Quasi Obliqua
[Funes] Me dijo que antes de esa tarde lluviosa en que lo volteó el azulejo, él
había sido lo que son todos los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado, un
desmemoriado. (Traté de recordarle su percepción exacta del tiempo, su
memoria de nombres propios; no me hizo caso.) Diecinueve años había vivido
como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo.
Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi
intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más
triviales. Poco después averiguó que estaba tullido. El hecho apenas le interesó.
Razonó (sintió) que la inmovilidad era un precio mínimo. Ahora su percepción y
su memoria eran infalibles.
J. L. Borges Funes el memorioso
Extraído de Polifonía textual de G. Reyes
No son
necesarias, Se
Necesarias:
usan las
Marcas comillas o No No
comillas para
guiones.
resaltar algunos
términos.
La exige en la
Verbu mayoría de los La exige
No lleva o va
m casos, (cuando (verbum No
pospuesto.
dicendi no lleva, se llama dicendi + que).
ED no regido).
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1.2 Práctica
Ejercitación
a. Reunirse en grupos de no más de cuatro personas. Leer los siguientes textos y reconocer los
diferentes modos de enunciados referidos. Marcarlos y categorizarlos (ED, EI, EIL u OQO).
La parte más difícil, desde que mi madre se quedó ciega del todo, es cuando me dice, o se dice a sí misma:
“No veo el momento en que se me pase de una vez este problema en los ojos”. La otra parte, en cambio, es
mágica. Cuando acepta que nos sentemos afuera, si el clima da, y cerremos los ojos y adivinemos los
sonidos a nuestro alrededor (“¿Oís los pajaritos? ¿Oís el mar? No, eso es el viento. Tratá de oír atrás del
viento”), o cuando me deja ponerle un concierto en la radio, en lugar de Hanglin, y acepta a regañadientes
la consigna: que deje a su mente vagar. Siempre trae algo extraordinario de esas derivas mentales. Ayer,
cuando me senté a tomar el té con ella (la dejo sola mientras escucha el concierto, es una ceremonia
privada), me preguntó si me acordaba de Vittorio Segre, lo que me lleva a pensar que se pasó a Hanglin en
cuanto me fui y estuvo escuchando por radio el escándalo del mayordomo del Papa, porque Vittorio Segre,
para ella, es sinónimo de bambalinas vaticanas. La historia es así: el padre de Segre estaba muriendo de
cáncer de garganta en su casa de Turín cuando su esposa le envolvió el cuello en unas medias blancas de
mujer. El cura había traído esas medias. Pertenecían a la hermana Pasqualina, una monja que había sido
ayuda de cámara del papa Pacelli y que se decía que obraba milagros. El padre de Segre por supuesto
murió, a pesar de las medias de la hermana Pasqualina, y lo que venía a continuación era la parte que a mí
más me había fascinado de su relato.
Mi padre y yo conocimos juntos a Vittorio Segre en una reunión que hacían todos los fines de año al mediodía,
en un exquisito departamento racionalista en la avenida Alvear, unos italianos con los que él estaba
relacionado laboralmente. Con los años esa relación había virado a otra cosa (de hecho, mi padre empezó
a llevarme a mí desde que cumplí catorce), pero seguía teniendo lugar una sola vez al año. Mi madre no iba
nunca, pero se acordaba de los cuentos como si hubiera estado ahí. Vittorio Segre apareció en una de ellas
porque justo estaba de visita en nuestro país. Había hecho la Segunda Guerra como oficial británico, así nos
lo había presentado nuestro anfitrión. Integraba el famoso Regimiento Palestino, compuesto por judíos
italianos y de otras nacionalidades que habían desembocado en Palestina a causa de la persecución racial
(así fue como me enteré de que los italianos de esa reunión eran judíos; mi padre no me había dicho nada).
Segre había sido fletado en barco a Palestina desde Trieste, a los quince años. El padre lo llevó hasta el
puerto y no volvió a verlo hasta el fin de la guerra, siete años después. Segre estuvo primero en un kibbutz,
después se enroló en el ejército británico, lo mandaron a una estación de radio en Egipto y luego acompañó
el desembarco aliado en Italia. En mayo de 1945 entró en su pueblo del Piamonte en un jeep del ejército,
vistiendo el uniforme británico. Italia acababa de ser liberada. En cuanto Segre frenó el jeep frente al portón
de su casa, se empezaron a juntar curiosos a su espalda.
El padre de Segre había sido el alcalde del pueblo y el hombre más rico de la región. Tanta confianza le
tenían que, en la Primera Guerra, cuando él partió de voluntario, los hombres del pueblo lo siguieron. Pero
cuando la guerra se prolongó y la gran mayoría de aquellos hombres no volvió, y el alcalde en cambio sí, lo
culparon a él de la desgracia. El padre de Segre terminó vendiendo sus tierras y trasladándose con su mujer
y su hijo a la ciudad. Todo el período fascista lo vivieron en Turín. El padre de Segre, como muchos otros
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judíos italianos asimilados, se afilió al partido por el mismo sentimiento patriótico que lo había hecho alistarse
de voluntario en la Gran Guerra. Había más de dos docenas de generales y almirantes judíos en el ejército
de Mussolini. Segre creció pensando que defendería la patria tal como lo había hecho su padre, hasta que
se sancionaron las leyes raciales de 1938 y su padre pagó las mil libras esterlinas por su visa a Palestina y
lo dejó en el puerto de Trieste. Luego dejó a su esposa en un convento cerca del pueblo donde había sido
alcalde y procedió a camuflarse en la única identidad que creyó que le garantizaría la supervivencia: se hizo
buhonero ambulante. Se dejó crecer la barba, nunca dormía en el mismo sitio, vagaba por las aldeas de la
montaña, orbitando siempre en torno de su pueblo. Tres veces lo arrestaron los alemanes, tres veces lo
soltaron, cuando el prefecto local avisaba que era uno de ahí, un débil mental, inofensivo. Los mismos que
lo habían expulsado del pueblo le resguardaron la vida.
Con la llegada de los aliados, el padre de Segre pasó a buscar a su mujer por el convento para instalarse
con ella en la única posesión que le quedaba, su palacete en aquel pueblo. En el convento se enteró de que
su esposa había abjurado del judaísmo y abrazado la fe católica. De ahí las medias de la hermana
Pasqualina. La historia no termina ahí. Muerto el padre, la madre le anuncia al hijo que quiere conocer
Palestina. El hijo la lleva. En uno de sus paseos por Jerusalén, ella descubre el pequeño convento de las
Hermanas de Sión. Adora ese jardín secreto, que al fondo tiene un pequeño cementerio. Descubre que esas
monjas son, como ella, conversas del judaísmo. Descubre que el convento fue erigido por un banquero judío
francés convertido al cristianismo. Comienza a aprender hebreo con ellas. Encuentra en esa versión de la
religión un equivalente a su mundo interior, por primera vez en su vida. Pide permiso para ser enterrada allí.
Se lo conceden. Allí yace, desde entonces. Así remató su historia Vittorio Segre aquel mediodía de fin de
año, en aquel departamento racionalista de Buenos Aires.
No lo sabíamos ese día, pero Segre contó toda su increíble historia y la de sus padres en un libro que salió
primero en italiano y luego él mismo tradujo al inglés. Esa edición le envió a mi padre por correo, meses
después, porque en ese idioma habían tenido toda su conversación (Segre no hablaba español, mi padre no
hablaba italiano). El libro se llama Memories of a Fortunate Jew. An Italian Story. Para Primo Levi y AB
Yehoshua es un gran libro. Para mí también. Segre habla brevemente en el libro del cura que recuerda mi
madre. Cuenta aquellas otras dos anécdotas que conforman su recuerdo total de Vittorio Segre. En una, el
cura predica desde el púlpito contra la concupiscencia de las chicas del pueblo que se subían a las
Lambrettas de sus novios cuando éstos las invitaban a pasear (“porque de esos paseos, hermanos, van dos
pero vuelven tres”). En la otra, cuando le llega la hora postrera, se hace enterrar en su iglesia y no en el
cementerio, porque después de una vida de reumatismo quiere “pasar la eternidad en un lugar seco y tibio”.
Escucho las dos anécdotas de boca de mi madre. Ella sonríe para sí misma cuando llega al final, satisfecha
de la redondez de su recuerdo. Yo le devuelvo la sonrisa, aunque ella no la pueda ver.
Policiales
DESAPARICIÓN EN DEMOCRACIA
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El 1 de marzo a la mañana, la fiscal especial Claudia Ríos lideró un rastrillaje en el cementerio de Capital
luego de que un testigo protegido asegurara en diciembre del 2011 saber la zona donde había sido enterrado
el cadáver de Paulo Cristian Guardati, el joven que desapareció hace 20 años a manos de la Policía de
Mendoza. Se marcó un cuadro de varias tumbas en la necrópolis de calle San Martín, pero los resultados
no fueron los esperados, porque allí todas las fosas estaban identificadas.
Sin embargo, para la magistrada, la medida no fue negativa, porque gracias a esa incursión en el
camposanto capitalino apareció un nuevo testigo y volverán a realizar excavaciones en los próximos días.
Será en otra zona, al parecer NN y "no muy lejana" a la primera, señalada el año pasado.
El día para la nueva incursión no está fijado pero "sería durante esta semana o la próxima", señalaron fuentes
judiciales. Agregaron que en este sector descripto por el nuevo testigo no habría registros de varias tumbas,
es decir, son NN, y esto sería importante para avanzar en la instrucción que tiene como objetivo encontrar
el cuerpo de Guardati. Ya fue precintado y está con custodia para evitar alteraciones físicas que compliquen
la pesquisa.
Después de que la fiscal Ríos realizó la inspección ocular en el cementerio más grande de la provincia a
principios de marzo –participaron funcionarios de la Subsecretaría de Justicia; la madre de Guardati, Hilda
Lavizzari, y su abogado, Carlos Valera Álvarez, entre otros–, el caso volvió a estar en la escena mediática.
Tanto es así que la magistrada recibió dos cartas, una de ellas anónimas, donde le indicaban el lugar en el
que estaba enterrado el cuerpo de Guardati.
El otro testigo, que aportó su identidad, fue citado por la magistrada para que describiera oralmente lo que
afirmaba en la misiva. Señaló, con nuevas pruebas, cómo fue el secuestro, el posterior homicidio y el lugar
donde fue depositado el cuerpo del joven Guardati. Gracias a este aporte, la fiscal ordenó que se realizaran
los nuevos rastrillajes en la necrópolis de Capital.
Desde la Fiscalía Especial indicaron que "todas las declaraciones de los testigos apuntan al cementerio de
Capital, es más, coinciden en la forma en que llegó el cuerpo allí". Lo cierto es que, con las testimoniales de
los últimos tiempos, la fiscal acentuó la instrucción por el conmocionaste caso. Un ejemplo de eso fue la
citación –después del 16 de marzo– de los cuatro policías que estuvieron imputados en la causa y terminaron
sobreseídos en 1994 por la Quinta Cámara del Crimen.
Walter Rubén Godoy, Oscar Ramón Luffi, Walter Rolando Páez y José Antonio Aracena, hoy lejos de la
institución policial, declararon en la causa nuevamente para cotejar sus dichos con los de los nuevos
testigos. No se descarta, en un futuro, que sean acusados por falso testimonio. Así, el caso Guardati está
reactivado desde fines del año pasado. Desde la Justicia y la familia del desaparecido no pierden la fe. La
fiscal dijo, en referencia a la causa: "Vamos a trabajar hasta agotar todas las pruebas".
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Circe
[Cuento. fragmento]
Julio Cortázar
Porque ya no ha de importarle, pero esa vez le dolió la coincidencia de los chismes entrecortados,
la cara servil de Madre Celeste contándole a tía Bebé la incrédula desazón en el gesto de su padre.
Primero fue la de la casa de altos, su manera vacuna de girar despacio la cabeza, rumiando las
palabras con delicia de bolo vegetal. Y también la chica de la farmacia -“no porque yo lo crea, pero
si fuese verdad, ¡qué horrible!”- y hasta don Emilio, siempre discreto como sus lápices y sus libretas
de hule. Todos hablaban de Delia Mañara con un resto de pudor, nada seguros de que pudiera ser
así, pero en Mario se abría paso a puerta limpia un aire de rabia subiéndole a la cara. Odió de
improviso a su familia con un ineficaz estallido de independencia. No los había querido nunca, sólo
la sangre y el miedo a estar solo lo ataban a su madre y a los hermanos. Con los vecinos fue directo
y brutal; a don Emilio lo puteó de arriba abajo la primera vez que se repitieron los comentarios. A la
de la casa de altos le negó el saludo como si eso pudiera afligirla. Y cuando volvía del trabajo entraba
ostensiblemente para saludar a los Mañara y acercarse -a veces con caramelos o un libro- a la
muchacha que había matado a sus dos novios.
Yo me acuerdo mal de Delia, pero era fina y rubia, demasiado lenta en sus gestos (yo tenía doce
años, el tiempo y las cosas son lentas entonces) y usaba vestidos claros con faldas de vuelo libre.
Mario creyó un tiempo que la gracia de Delia y sus vestidos apoyaban el odio de la gente. Se lo dijo
a Madre Celeste: "La odian porque no es chusma como ustedes, como yo mismo", y ni parpadeó
cuando su madre hizo ademán de cruzarle la cara con una toalla. Después de eso fue la ruptura
manifiesta; lo dejaban solo, le lavaban la ropa como por favor, los domingos se iban a Palermo o de
picnic sin siquiera avisarle. Entonces Mario se acercaba a la ventana de Delia y le tiraba una piedrita.
A veces ella salía, a veces la escuchaba reírse adentro, un poco malvadamente y sin darle esperanzas.
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Vino la pelea Firpo-Dempsey y en cada casa se lloró y hubo indignaciones brutales, seguidas de
una humillada melancolía casi colonial. Los Mañara se mudaron a cuatro cuadras y eso hace mucho
en Almagro, de manera que otros vecinos empezaron a tratar a Delia, las familias de Victoria y
Castro Barros se olvidaron del caso y Mario siguió viéndola dos veces por semana cuando volvía
del banco. Era ya verano y Delia quería salir a veces, iban juntos a las confiterías de Rivadavia o a
sentarse en Plaza Once. Mario cumplió diecinueve años, Delia vio llegar sin fiestas -todavía estaba
de negro- los veintidós.
Los Mañara encontraban injustificado el luto por un novio, hasta Mario hubiera preferido un
dolor sólo por dentro. Era penoso presenciar la sonrisa velada de Delia cuando se ponía el sombrero
ante el espejo, tan rubia sobre el luto. Se dejaba adorar vagamente por Mario y los Mañara, se dejaba
pasear y comprar cosas, volver con la última luz y recibir los domingos por la tarde. A veces salía
sola hasta el antiguo barrio, donde Héctor la había festejado. Madre Celeste la vio pasar una tarde y
cerró con ostensible desprecio las persianas. Un gato seguía a Delia, no se sabía si era cariño o
dominación, le andaban cerca sin que ella los mirara. Mario notó una vez que un perro se apartaba
cuando Delia iba a acariciarlo. Ella lo llamó (era en el Once, de tarde) y el perro vino manso, tal vez
contento, hasta sus dedos. La madre decía que Delia había jugado con arañas cuando chiquita. Todos
se asombraban, hasta Mario que les tenía poco miedo. Y las mariposas venían a su pelo -Mario vio
dos en una sola tarde, en San Isidro-, pero Delia las ahuyentaba con un gesto liviano. Héctor le había
regalado un conejo blanco, que murió pronto, antes que Héctor. Pero Héctor se tiró en Puerto Nuevo,
un domingo de madrugada. Fue entonces cuando Mario oyó los primeros chismes. La muerte de
Rolo Médicis no había interesado a nadie desde que medio mundo se muere de un síncope. Cuando
Héctor se suicidó los vecinos vieron demasiadas coincidencias, en Mario renacía la cara servil de
Madre Celeste contándole a tía Bebé, la incrédula desazón en el gesto de su padre. Para colmo
fractura del cráneo, porque Rolo cayó de una pieza al salir del zaguán de los Mañara, y aunque ya
estaba muerto, el golpe brutal contra el escalón fue otro feo detalle. Delia se había quedado adentro,
raro que no se despidieran en la misma puerta, pero de todos modos estaba cerca de él y fue la
primera en gritar. En cambio Héctor murió solo, en una noche de helada blanca, a las cinco horas de
haber salido de casa de Delia como todos los sábados…
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