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González González Luis Antonio

24.11.16

La conformación del Estado bajo la idea del bien y


la justicia en la Republica de Platón.
¿Cómo se forma un Estado bajo la idea del bien y la justicia según Platón? A
grandes rasgos, la justicia y la conformación del Estado ideal, se unen y van a
converger dentro de un solo concepto; son dos caras de una misma verdad, que es
la justicia en la conformación del Estado, y el Estado es la forma visible, la
representación terrenal de la justicia adaptada dentro de la condiciones de la
sociedad humana.

Hablando de la relación simbiótica del Estado perfecto y la justicia, se puede percibir


ésta relación como si una fuera el alma, y el otro el cuerpo, y la concepción del
Estado ideal para los griegos, es una mente justa en un cuerpo justo, tanto para el
mismo Estado como para los individuos1. El Estado, de esta forma, se conforma con
ciudadanos justos, que hacen el bien simplemente por el bien mismo, y se agrupan
bajo estos principios.

El Estado y la justicia son la urdimbre y la trama que se extienden por toda la textura.
Y cuando la constitución del Estado está completa, la justicia no se descarta, sino
que va apareciendo bajo el mismo o diferentes nombres a lo largo de toda la obra
de Platón, la ley interna del alma del individuo, y finalmente, como el principio de
recompensas y castigos en una vida futura.

Aunque al final, ésta no sea la conclusión a la que llega el dialogo de La República,


que va a ser que la justicia, es darle a cada quien lo que les pertenece, y cada quien

1
Platón, Diálogos de Platón: La República, México, Libuk, 2010, 349 p.

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hace aquello para lo que está preparado. Las virtudes están basadas en la justica,
y ésta está basada en la idea del bien, lo que crea la armonía en el mundo, y se
refleja tanto en las instituciones como en los Estados.

El argumento en la República es buscar la justicia, y el significado de ésta. Sócrates


y Polemarco discuten sobre las bases de la moralidad; luego Trasímaco la
caricaturiza y es parcialmente explicada por Sócrates. Reducida a una abstracción
por Glaucón y Adimanto, y después de haberse vuelto invisible en el individuo,
reaparece en la forma del Estado ideal construido por Sócrates.

Lo primero de lo que se deben preocupar por enseñar es la educación


proporcionada solo para tener una mejor religión y moral. También educación en la
música y la gimnástica, para que el alma se desarrolle plenamente, y el individuo
tenga plena armonía dentro del Estado, lo que generará necesariamente armonía
en éste también, alcanzándola en conjunto.

Todo esto nos lleva a la concepción de un Estado más desarrollado, un Estado


mejor para todos, en donde ningún hombre llama a nada “suyo”. No declara que
alguien sea realmente propietario de algo, y donde nadie puede casarse o tener
esposa o esposo. Los reyes son filósofos y los filósofos son reyes2. Y ahí entra otro
tipo de educación, pues no todos recibirían la misma, solo recibirían ésta con la cual
pudieran desarrollar sus virtudes plenamente.

Educación que abarca tanto moral como religión, tanto ciencia, como arte; y ésta
educación no se daría solo durante la juventud, sino durante toda la vida. Un Estado
así es difícil de levantar en un mundo como éste, y si en algún caso se llegara a
lograr, se degeneraría muy rápido. El ideal perfecto declina en el gobierno del
soldado y el amor al honor, pero esto se degenera a largo plazo en una democracia,
y ésta en tiranía.

En un orden imaginario, pero regular, no tiene esto mucha semejanza con la


realidad. Cuando la rueda termina de dar una vuelta entera, nosotros no

2
Vegetti, Mario, Quince lecciones sobre Platón, España, Gredos, 2010, 304 p

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empezamos otra vez un nuevo ciclo de la vida humana, sino que pasamos de lo
mejor a lo peor, y es ahí donde acabamos, repitiendo el mismo ciclo.

Sin embargo, la poesía es expuesta, siendo una imitación que nos aleja de la verdad
y Homero, por ser uno de los grandes poetas, es declarado como imitador, y es
enviado al destierro intelectual junto con la poesía. Y la idea del Estado es
suplementada con la revelación de una vida futura. Pero esta pregunta ya se ha
hecho mucho, tanto en los tiempos antiguos como en los modernos.

Para Platón, la indagación en cuál es la intención del escritor, o cuál es el principal


argumento de alguna obra (refiriéndonos en ambos casos a la República), debía ser
bastante inteligible, por lo tanto es mejor que no se quiera seguir buscando éste.
¿Acaso no es la República el vehículo de tres o cuatro grandes verdades que, para
la mente de Platón, son más cómodamente representadas en la forma de un
Estado?

Justo como los judíos profesaban el reino del mesías, o “el día del señor”, o el “Sol
de la justicia con sus alas sanadoras”, solo nos transmiten, al menos para nosotros,
sus grandes ideas espirituales, por eso a través del Estado griego, Platón nos revela
sus propias ideas acerca de la perfección divina que es la idea del bien, como el sol
en el mundo visible.

A cerca de la perfección humana que es la justicia; acerca de la educación


empezando en la juventud y continuando años después; acerca de los poetas y
sofistas y tiranos quienes son falsos maestros y dirigentes malévolos de la
humanidad.

Acerca del mundo que es la encarnación de ellos, acerca de un reino que no existe
en la tierra, sino en el cielo, para ser el patrón y regidor de la vida humana. Cada
sombra de luz y oscuridad, de verdad, y de ficción que es el velo de la verdad, es
permitida en un trabajo de imaginación filosófica. No todo está en el mismo plano;
se puede pasar fácilmente de ideas a mitos y fantasías, de hechos a figuras
discursivas.

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No es prosa, sino poesía, al menos una gran parte de ella, y no debería ser juzgada
por las reglas de la lógica y las probabilidades de la historia. El escritor no está
exponiendo sus ideas en un modo artístico; ellas toman posesión de él y son
muchas para él. No necesitamos exponer si un Estado como el concebido por Platón
es posible o no.3

La practicidad de sus ideas no tiene nada que ver con su verdad; y los pensamientos
tan altos que tiene Platón, pueden llegar a ser su más grande marca de identidad,
la justicia por encima del marco externo del Estado, la idea del bien por encima de
la justicia.

Es en el quinto, sexto y séptimo libro que Platón alcanza la cumbre de la


especulación; sólo apunta probabilidad general, no podemos saber en qué tiempo
ocurrieron los hechos descritos por el escritor en la República, en caso de que
quisiéramos situarnos en un año o periodo de tiempo determinado, sería inútil, pues
es más importante las ideas que se plantean, y no tanto en qué momento histórico
ocurrieron (remarco, no tanto).

En la historia, el patriarca de la casa, Céfalo, es el ejemplo de un hombre viejo que


casi ha terminado con su vida, y está en paz con él y con la humanidad. Él siente
que pronto va a irse de este mundo, y sigue persistiendo en rememorar las cosas
del pasado. Está ansioso por que Sócrates vaya a visitarlo, tranquilo en la
conciencia de una vida bien gastada, y alegre por haber escapado de la tiranía de
las lujurias y pasiones juveniles.

Su amor por la conversación, su afecto, su indiferencia hacia los ricos, incluso si


garrulidad, son cosas interesantes acerca de su carácter. No es de aquellos que no
tienen nada que decir, porque su mente entera ha sido absorbida por el dinero;
reconoce que los ricos tienen la ventaja de poner a los hombres por encima de las
tentaciones de la falsedad y la deshonestidad.

La atención respetuosa que es mostrada por Sócrates hacia él, le lleva a preguntar
cuestiones que todos los hombres, ya sea viejos o jóvenes, deberían preguntarse o

3
Vernant, Jean-Pierre, Los orígenes del pensamiento griego, España, Paidós, 1992, 145 p.

4
tener interés. ¿Quién mejor para levantar la pregunta acerca de la justicia que él,
quien la vida parece ser la misma expresión de ésta?

El anochecer de la vida es descrito por Platón en la manera más expresiva, en


minucioso detalle. El hijo y heredero de Céfalo, Polemarco, tiene la franqueza y la
impetuosidad de la juventud. Detiene a Sócrates justo cuando va empezando a
hablar sobre el tema de las mujeres y los niños, y no le permite entrar en este
campo.

Al igual que Céfalo, es muy limitado en su punto de vista, y representa la etapa


proverbial de la moralidad que rige la vida antes que los principios; pero las
respuestas que él hace son solo provocadas por él, gracias a la dialéctica de
Sócrates. Aún no ha experimentado la influencia de los sofistas como Glaucón y
Adimanto. No es sensible ante la necesidad de refutarlos. Él pertenece a los
presocráticos o a la época pre-dialéctica.

Es incapaz de argumentar, y es desconcertado por Sócrates al grado de que en un


punto no llega a saber lo que Sócrates está diciendo. Solo sigue la idea de que la
justicia es un ladrón, y que las virtudes siguen la analogía de las artes. De su
hermano Lisias sabemos que cayó víctima de los Treinta Tiranos, pero no se hace
ninguna alusión a su destino, ni de que Céfalo y su familia fueran de origen Siracuso,
y que migraron de Thurii hacia Atenas.

Trasímaco es la personificación de los sofistas, acorde con la concepción de Platón


sobre ellos, en una de sus peores características. Es vano y fanfarrón, negándose
a discutir a menos que le sea pagado algo, esperando poder escapar del inevitable
Sócrates. Pero aún es muy joven en cuanto a argumentación, e incapaz de ver que
el siguiente movimiento, lo iba a dejar sin nada que decir.

Ha alcanzado el nivel de poder darse cuenta de nociones generales sobre el tema,


y en este aspecto tiene ventaja sobre Céfalo y Polemarco. Pero es incapaz de
defender estas nociones en una discusión, y vanamente trata de cubrir su confusión
con bromas e insolencia.

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La inequidad de la situación agrega un gran humor a la escena. El pomposo y vacío
sofista, esta indefenso en las manos del gran maestro de la dialéctica., quien conoce
como tocar todos los muelles de la vanidad y debilidad en él. Éste es en muy gran
medida irritado por la ironía de Sócrates, pero su ruidosa e irracional furia solo hace
más y más grande la sonrisa de su agresor.

El estado de su temperamento es tan poco valioso y útil como su nivel en el proceso


de argumentación. Nada es más impresionante como su completa sumisión
después de ser derrotado. Al principio parece seguir la discusión con fluidez, pero
pronto con aparente buena voluntad, testifica su interés en una o dos cosas dichas
por Sócrates.

Cuando es atacado por Glaucón, es defendido por Sócrates, como alguien que
nunca fue su enemigo y es ahora su amigo. Cuando Trasímaco es silenciado, los
dos principales personajes que respondían, Glaucón y Adimanto, aparecen en
escena. Aquí tres actores nuevos son introducidos: a primera vista, los dos hijos de
Aristón, parecen tener un aire familiar, pero en una examinación posterior de ellos
la similitud desaparece, y son vistos como personajes completamente distintos.

Glaucón, el amante del arte y de la música, quien ha experimentado todas las


experiencias de la vida que ofrece la juventud, está lleno de rapidez y capacidad de
perforar fácilmente los argumentos comunes de Trasímaco y ponerlo en dificultades.

Es Glaucón quien se da cuenta de la ridícula relación del filósofo con el mundo,


aunque sus debilidades son varias veces expuestas por Sócrates, quien, sin
embargo, no deja que éste sea atacado por su hermano Adimanto. Es un soldado,
y al igual que Adimanto, ha sido distinguido en la batalla de Megara.

El personaje de Adimanto, es más profundo, más serio; las objeciones más


profundas son generalmente puestas en la boca de él. Glaucón es más demostrativo
y generalmente es el que abre el juego. Adimanto persigue sus argumentos y es
apagado, mientras que Glaucón es más espontáneo y tiene más simpatía por la
juventud; Adimanto es el de un juicio más maduro, propio de un hombre grande.

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Cuando Glaucón insiste en que la justicia y la injusticia deben ser consideradas sin
ponerse de por medio sus consecuencias, Adimanto comenta que estas son
consideradas por la humanidad solamente por estas mismas; también dice, al inicio
del libro cuarto, que Sócrates falla al hacer a los ciudadanos felices, y éste le
contesta que la felicidad no es la primer cosas que se busca, sino la segunda; no el
objetivo principal sino la consecuencia secundaria del buen gobierno de un Estado.

En la discusión acerca de la religión y la mitología, Adimanto es el demandado, pero


Glaucón sale a su defensa con una ligera broma, y carga la conversación en un
sentido mucho más ligero en torno de la música y la gimnastica. Es Adimanto de
nuevo quien se ofrece a criticar el sentido común en el método Socrático de
argumentación, y quien se niega a que Sócrates pase sobre la cuestión de los niños
y las mujeres.

En una de las partes más grandes del libro sexto, las causas de corrupción de la
filosofía y la concepción de la idea del bien son discutidas con Adimanto. Glaucón
se reserva su lugar de argumentado principal, pero tiene dificultad en comprender
la educación tan alta de la que está dotado Sócrates, y se equivoca varias veces en
el transcurso de la discusión.4

En el siguiente libro, Trasímaco va a ser sustituido por Glaucón y este va a seguir


hasta el final. De este modo, con la sucesión de personajes distintos y de ideas y
percepciones muy diversas de una misma verdad, Platón representa las sucesivas
etapas de la moralidad, empezando con un hombre ateniense de edad mayor, quien
es guiado por algo muy común de un hombre de ese tiempo, que son los proverbios
de la vida y las vivencias que va teniendo.

Sobrevivió a la gran generación de sofistas, y finalmente se convirtió en un maestro


de las disciplinas jóvenes, quien conoce los argumentos sofisticados pero no se deja
convencer con ellos, y desea ir más profundo en la naturaleza de las cosas. Así
como las etapas, los diferentes personajes en la Republica son claramente

4
Taylor, Alfred E., Platón, el hombre y su obra, Inglaterra, Methuen, 1955, 588 p.

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distinguibles, y, al igual que en cualquiera de los diálogos de Platón, no hay ningún
personaje que se repita.

La delineación de Sócrates en la Republica no es completamente consistente. En


el primer libro, tenemos a un Sócrates más real. Es irónico, cuestiona, provoca, el
viejo enemigo de los sofistas, listo para bromear como para argumentar seriamente.
Pero en el sexto libro, su enemistad contra los sofistas es abatida. Sabe que son
más los representantes, que los corruptos del mundo.

Se vuelve incluso más dogmático y constructivo. Pasando más allá del rango de lo
político y de lo especulativo de las ideas del Sócrates real. En un pasaje, Platón
mismo parece intimar que ha llegado el tiempo de que Sócrates, que ha pasado
toda su vida en la filosofía, de una opinión propia, y no estar, como siempre,
repitiendo lo que dicen otros hombres.

No hay evidencia de que la idea del bien o la concepción de un Estado perfecto,


estuvieran comprendidos en las enseñanzas de Sócrates5, pues él siempre estuvo
inmiscuido en la naturaleza de lo universal, y como causa de ser un pensador tan
profundo como el, en sus treinta o cuarenta años de enseñanza pública, pudo
difícilmente fallar en tocar la naturaleza de las relaciones familiares.

El método socrático es normalmente retenido, y cada inferencia es generalmente


puesta tanto en la boca del que la diga como la de Sócrates. Pero cualquiera puede
ver que esa es una mera forma de ver cómo crece más la redundancia en algo que
se dijo antes, conforme el trabajo avanza. El método de investigación se ha
convertido en un método de enseñanza en donde gracias a la ayuda de
interlocutores, la misma tesis es vista desde varios puntos de vista.

La naturaleza del proceso, es verazmente caracterizada por Glaucón, cuando se


describe a sí mismo como una compañía que no es de mucha ayuda en una
investigación, pero puede ver lo que se le es mostrado, y, quizás, dar la respuesta
a una pregunta más fluidamente que otra persona.

5
Reale, Giovanni, Por una nueva interpretación de Platón, España, Herder, 2003, 958 p.

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No podemos estar absolutamente seguros de que Sócrates mismo enseñó la
inmoralidad del alma, que es totalmente desconocida para su discípulo Glaucón en
la Republica; no hay ninguna razón para suponer que él no usó mitos o revelaciones
de otros mundos como vehículos de instrucción, o que pudo desaparecer la poesía
griega o denunciar su mitología.

Su juramento favorito es retenido, solo se hace una muy vaga mención del daemon,
o signo interno, al que hace alusión Sócrates como un fenómeno peculiar de él
mismo. Un elemento real en la enseñanza de Sócrates, que es más prominente en
la republica que en cualquier otro dialogo, es el uso del ejemplo y la ilustración,
“vamos a aplicar la cuestión a instancias comunes”, a lo que Adimanto en el libro
sexto contestó, que él (refiriéndose a Platón) no era de los que estuvieran
acostumbrados a hablar en imágenes.

Y este uso de ejemplos o imágenes, creyendo que era puramente socrático al


principio, es hecho notar más por el genio de Platón, que utiliza la forma de alegorías
o de parábolas, que dan “cuerpo” en el mundo real lo que haya Estado
describiéndose. Así la figura de la cueva en el libro séptimo, es una recapitulación
de las divisiones del conocimiento en el libro sexto.

El animal compuesto en el libro noveno, es una alegoría a las partes del alma. El
capitán noble, el barco y el piloto en el libro sexto hacen referencia a la relación de
la gente con los filósofos en el Estado que ha sido descrito.

Platón se acerca más al carácter de su maestro al describirse como “no de este


mundo”. Y con esta representación de él, el Estado ideal y otras paradojas de la
República empiezan a concordar, pues no parecen ser especulaciones hechas por
Sócrates. Para él, como para muchos otros grandes maestros tanto filosóficos como
religiosos, cuando miran al exterior, parece ser que el mundo es la encarnación del
error y de lo maligno.

Los hombres en general son incapaces de filosofar, y por esto se crean una
enemistad con los filósofos, pero el mal entendimiento de él es imperdible: para
aquellos que nunca lo han visto como verdaderamente es en su propia imagen, solo

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están provistos con sistemas artificiales sin poseer palabras de verdad alguna, y
con unos líderes que no tienen nada con que medirse, y son ignorantes hasta de su
propia estatura.

En cualquiera que sea la representación de Sócrates, en Xenofon o Platón, y en


medio de las diferencias de los diálogos previos o posteriores a la Republica, él
siempre mantiene su carácter, como incansable y desinteresado buscador de la
verdad, cualidades que si no hubiera tenido, simplemente habría dejado de ser
Sócrates.

Muchas veces, el bien no es adaptable al Estado en el que se encuentra el individuo,


y no todos tienen la misma concepción de la justicia, lo que genera que lo que para
unos sea justo, para otros sea lo más injusto, y se den muchas alteraciones en el
gobierno por esta razón, haciendo que recaiga en una degeneración del Estado.

Los filósofos si bien pueden ser los reyes, no están obligados a serlo, no es su
responsabilidad, aunque a pesar de todo esto, es lo justo para el Estado, ya que
ellos son los único que saben lo que es el bien para todos, y los únicos que pueden
obrar en torno al bien común para la comunidad.

Bibliografía:
Platón, Diálogos de Platón: La República México, Libuk, 2010, 349 p.

Reale, Giovanni, Por una nueva interpretación de Platón, España, Herder, 2003,
958 p.

Taylor, Alfred E., Platón, el hombre y su obra, Inglaterra, Methuen, 1955, 588 p.

Vegetti, Mario, Quince lecciones sobre Platón, España, Gredos, 2010, 304 p.

Vernant, Jean-Pierre, Los orígenes del pensamiento griego, España, Paidós, 1992,
145 p.

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