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DECANUS
PRÓLOGO
D EFI N I CI O N ES E X T R A I DAS D E L AS E N C Í C L I C A S A N T RO P O LÓ G I C A S D E S. S. J UA N PA B LO I I
Precisamente por esto la encíclica Veritatis splendor quiso recordar al hombre
contemporáneo la evidencia objetiva de los valores morales fundamentales. Como
recordaremos, dicho documento comienza con estas palabras: «El esplendor de la
verdad brilla en todas las obras del Creador y, de modo particular, en el hombre, creado
a imagen y semejanza de Dios».
La verdad ilumina la inteligencia y da forma a la libertad del hombre que, de este modo,
es capaz de conducirse por el recto camino. Esto resulta posible para nosotros puesto
que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios y, por tanto, tiene en sí la
real capacidad que el Creador le ha infundido de conocer las cosas. Fue en consonancia
con ello que, haciéndose eco del Salmo 82, exclamó Juan Pablo II todavía al inicio de su
pontificado: «El hombre se asemeja más a Dios que a la naturaleza».
En su encíclica Veritatis splendor, Juan Pablo II, afrontando la cuestión central de la ética,
vista en un escenario global, recuerda y explica que la vida moral tiene su fundamento
último en la ley eterna, grabada por el Creador en el corazón de cada hombre. La encíclica
Evangelium vitae, mostrando por su parte que el hombre no es una mera realidad biológica
sino una persona creada a imagen y semejanza de Dios, con derechos inalienables que
ninguna autoridad humana puede violar, enfatiza el gravísimo deber del respeto absoluto
de la vida humana. Fides et ratio, en fin –abordando una cuestión crucial para la cultura
contemporánea como es la relación entre fe y razón– proclama que la razón humana está
capacitada para conocer la verdad, siendo en ello que radica su grandeza y la propia
dignidad del hombre como ser libre.
En esta misma línea prosiguen hoy las luminosas enseñanzas del magisterio del Papa
Benedicto XVI. Los lectores de revista Humanitas tienen siempre la posibilidad de ahondar
al respecto a través de su tradicional sección «La Palabra del Papa», siendo particularmente
atinente y oportuno destacar en tal sentido la publicación y comentarios realizados con
ocasión de su famoso discurso en Ratisbona, Alemania, el 12 de septiembre de 2006 (cf.
Humanitas 44, Primavera 2006) .
Reiterando mis votos para que la Pontificia Universidad Católica de Chile continúe
manteniendo siempre en alto la bandera de la cultura cristiana, bendigo de corazón a los
autores y lectores de este Vademecum.
ABORTO
1
deshonran más a quienes los practican que a quienes padecen la
injusticia y son totalmente contrarios al honor debido al
Creador” (Const. Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual,
Gaudium et spes, 27).» (Veritatis splendor 80a)
2
a las cosas por su nombre, sin ceder a compromisos de
conveniencia o a la tentación de autoengaño. (…) Precisamente
en el caso del aborto se percibe la difusión de una terminología
ambigua, como la de “interrupción del embarazo”, que tiende a
ocultar su verdadera naturaleza y a atenuar su gravedad en la
opinión pública. Quizás este mismo fenómeno lingüístico sea
síntoma de un malestar de las conciencias. Pero ninguna palabra
puede cambiar la realidad de las cosas: el aborto procurado es la
eliminación deliberada y directa, como quiera que se realice, de
un ser humano en la fase inicial de su existencia, que va de la
concepción al nacimiento.» (Evangelium vitae 58b)
«La gravedad moral del aborto procurado se manifiesta en toda
su verdad si se reconoce que se trata de un homicidio y, en
particular, si se consideran las circunstancias específicas que lo
cualifican. Quien se elimina es un ser humano que comienza a
vivir, es decir, lo más inocente en absoluto que se pueda
imaginar:¡jamás podrá ser considerado un agresor, y menos aún
un agresor injusto! Es débil, inerme, hasta el punto de estar
privado incluso de aquella mínima forma de defensa que
constituye la fuerza implorante de los gemidos y del llanto del
recién nacido. Se halla totalmente confiado a la protección y al
cuidado de la mujer que lo lleva en su seno. Sin embargo, a veces,
es precisamente ella, la madre, quien decide y pide su
eliminación, e incluso la procura.» (Evangelium vitae 58c)
3
¿Puede ser justificable el aborto en ciertas situaciones y por
ciertos motivos (pobreza, desesperación, salud, etc.)?
«Es cierto que en muchas ocasiones la opción del aborto tiene
para la madre un carácter dramático y doloroso, en cuanto que la
decisión de deshacerse del fruto de la concepción no se toma por
razones puramente egoístas o de conveniencia, sino porque se
quisieran preservar algunos bienes importantes, como la propia
salud o un nivel de vida digno para los demás miembros de la
familia. A veces se temen para el que ha de nacer tales
condiciones de existencia que hacen pensar que para él lo mejor
sería no nacer. Sin embargo, estas y otras razones semejantes,
aun siendo graves y dramáticas, jamás pueden justificar la
eliminación deliberada de un ser humano inocente.» (Evangelium
vitae 58d)
4
no hay duda de que en este caso la responsabilidad moral afecta
particularmente a quienes directa o indirectamente la han
forzado a abortar. También son responsables los médicos y el
personal sanitario cuando ponen al servicio de la muerte la
competencia adquirida para promover la vida.» (Evangelium
vitae, 59a)
«Pero la responsabilidad implica también a los legisladores que
han promovido y aprobado leyes que amparan el aborto y, en la
medida en que haya dependido de ellos, los administradores de
las estructuras sanitarias utilizadas para practicar abortos. Una
responsabilidad general no menos grave afecta tanto a los que
han favorecido la difusión de una mentalidad de permisivismo
sexual y de menosprecio de la maternidad, como a quienes
debieron haber asegurado –y no lo han hecho– políticas
familiares y sociales válidas en apoyo de las familias,
especialmente de las numerosas o con particulares dificultades
económicas y educativas. Finalmente, no se puede minimizar el
entramado de complicidades que llega a abarcar incluso a
instituciones internacionales, fundaciones y asociaciones que
luchan sistemáticamente por la legalización y la difusión del
aborto en el mundo. En este sentido, el aborto va más allá de la
responsabilidad de las personas concretas y del daño que se les
provoca, asumiendo una dimensión fuertemente social: es una
herida gravísima causada a la sociedad y a su cultura por quienes
deberían ser sus constructores y defensores. Como he escrito en
mi Carta a las Familias: “nos encontramos ante una enorme
5
amenaza contra la vida: no sólo la de cada individuo, sino
también la de toda la civilización” (n. 21; AAS 86 (1994), 920).
Estamos ante lo que puede definirse como una “estructura de
pecado” contra la vida humana aún no nacida.» (Evangelium vitae
59b)
¿Cuál es la sanción canónica que la Iglesia contempla en caso de
aborto?
«La disciplina canónica de la Iglesia, desde los primeros siglos,
ha castigado con sanciones penales a quienes se manchaban con
la culpa del aborto y esta praxis, con penas más o menos graves,
ha sido ratificada en los diversos períodos históricos. El Código de
Derecho Canónico de 1917 establecía para el aborto la pena de
excomunión (Cf. Can. 2350, inc. 1). También la nueva legislación
canónica se sitúa en esta dirección cuando sanciona que “quien
procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión
latae sententiae” (Código de Derecho Canónico, can. 1398; Código
de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 1450, inc. 2), es
decir, automática. La excomunión afecta a todos los que cometen
este delito conociendo la pena, incluidos también aquellos
cómplices sin cuya cooperación el delito no se hubiera producido
(cf. Ibid., can. 1329; Código de los Cánones de las Iglesias
Orientales, can. 1417): con esta reiterada sanción, la Iglesia señala
este delito como uno de los más graves y peligrosos, alentando
así a quien lo comete a buscar solícitamente el camino de la
conversión. En efecto, en la Iglesia la pena de excomunión tiene
6
como fin hacer plenamente conscientes de la gravedad de un
cierto pecado y favorecer, por tanto, una adecuada conversión y
penitencia.» (Evangelium vitae 62b)
¿Cómo valorar moralmente las diversas formas de manipulación
de embriones con fines científicos?
«La valoración moral del aborto se debe aplicar también a las
recientes formas de intervención sobre los embriones humanos
que, aun buscando fines en sí mismos legítimos, comportan
inevitablemente su destrucción. Es el caso de los experimentos
con embriones, en creciente expansión en el campo de la
7
investigación biomédica y legalmente admitida por algunos
Estados. Si “son lícitas las intervenciones sobre el embrión
humano siempre que respeten la vida y la integridad del embrión,
que no lo expongan a riesgos desproporcionados, que tengan
como fin su curación, la mejora de sus condiciones de salud o su
supervivencia individual” (Congregación para la Doctrina de la
Fe, Instr. Donum vitae, sobre el respeto de la vida humana
naciente y la dignidad de la procreación (22 de febrero de 1987), I,
3: AAS 80 (1988), 80), se debe afirmar, sin embargo, que el uso de
embriones o fetos humanos como objeto de experimentación
constituye un delito en consideración a su dignidad de seres
humanos, que tienen derecho al mismo respeto debido al niño ya
nacido y a toda persona.» (Evangelium vitae 63a)
«La misma condena moral concierne también al procedimiento
que utiliza los embriones y fetos humanos todavía vivos –a veces
“producidos” expresamente para este fin mediante la
fecundación in vitro– sea como “material biológico” para ser
utilizado, sea como abastecedores de órganos o tejidos para
trasplantar en el tratamiento de algunas enfermedades. En
verdad, la eliminación de criaturas humanas inocentes, aun
cuando beneficie a otras, constituye un acto absolutamente
inaceptable.» (Evangelium vitae 63b)
¿Cuál debe ser la actitud del fiel católico ante las leyes que
permiten o promueven el aborto?
«Las leyes que autorizan y favorecen el aborto y la eutanasia se
8
oponen radicalmente no sólo al bien del individuo, sino también
al bien común y, por consiguiente, están privadas totalmente de
auténtica validez jurídica. En efecto, la negación del derecho a la
vida, precisamente porque lleva a eliminar la persona en cuyo
servicio tiene la sociedad su razón de existir, es lo que se
contrapone más directa e irreparablemente a la posibilidad de
realizar el bien común. De esto se sigue que, cuando una ley civil
legitima el aborto o la eutanasia deja de ser, por ello mismo, una
verdadera ley civil moralmente vinculante.» (Evangelium vitae
72c)
«Así pues, el aborto y la eutanasia son crímenes que ninguna ley
humana puede pretender legitimar. Leyes de este tipo no sólo no
crean ninguna obligación de conciencia, sino que, por el
contrario, establecen una grave y precisa obligación de oponerse
a ellas mediante la objeción de conciencia. Desde los orígenes de
la Iglesia, la predicación apostólica inculcó a los cristianos el
deber de obedecer a las autoridades públicas legítimamente
constituidas (cf. Rom 13, 1-7, 1 P 2, 13-14), pero al mismo tiempo
enseñó firmemente que “hay que obedecer a Dios antes que a los
hombres” (Hch 5, 29).» (Evangelium vitae 73a)
AMOR
«La vida moral se presenta como la respuesta debida a las
iniciativas gratuitas que el amor de Dios multiplica en favor del
9
hombre. Es una respuesta de amor, según el enunciado del
mandamiento fundamental que hace el Deuteronomio: “Escucha,
Israel: el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu
fuerza. Queden en tu corazón estos preceptos que yo te dicto hoy.
Se los repetirás a tus hijos” (Dt 6, 4-7). Así, la vida moral,
inmersa en la gratuidad del amor de Dios, está llamada a reflejar
su gloria.» (Veritatis splendor 10c)
«Los dos mandamientos, de los cuales “penden toda la Ley y los
Profetas” (Mt 22, 40), están profundamente unidos entre sí y se
compenetran recíprocamente. De su unidad inseparable da
testimonio Jesús con sus palabras y su vida: su misión culmina en
la Cruz que redime (cf. Jn 3, 14-15), signo de su amor indivisible al
Padre y a la humanidad (cf. J n 13, 1).» (Veritatis Splendor 14b)
«Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento son explícitos en
afirmar que sin el amor al prójimo, que se concreta en la
observancia de los mandamientos, no es posible el auténtico
amor a Dios. San Juan lo afirma con extraordinario vigor “Si
alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un
mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no
puede amar a Dios, a quien no ve” (1 Jn 4, 20). El evangelista se
hace eco de la predicación moral de Cristo, expresada de modo
admirable e inequívoco en la parábola del buen samaritano (cf. Lc
10, 30-37) y en el ‘discurso’ sobre el juicio final (cf. Mt 25, 3
10
1-46).» (Veritatis splendor 14c)
El amor que nos permite conformarnos con el Señor Jesús, ¿es
un don o una realidad que brota de nosotros mismos?
«Imitar y revivir el amor de Cristo no es posible para el hombre
con sus solas fuerzas. Se hace capaz de este amor sólo gracias a
un don recibido. Lo mismo que el Señor Jesús recibe el amor de su
Padre, así, a su vez, lo comunica gratuitamente a los discípulos:
“Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros;
permaneced en mi amor” (Jn 15, 9). El don de Cristo es su
Espíritu, cuyo primer ‘fruto’ (cf. Gál 5, 22) es la caridad: “El amor
de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Santo que nos ha sido dado” (Rom 5, 5). San Agustín se pregunta:
“¿Es el amor el que nos hace observar los mandamientos, o bien
es la observancia de los mandamientos la que hace nacer el
amor?”. Y responde: “Pero ¿quién puede dudar de que el amor
precede a la observancia? En efecto, quien no ama está sin
motivaciones para guardar los mandamientos” (In Iohannis
Evangelium Tractatus, 82, 3: CCL 36, 533).» (Veritatis splendor 22c).
Pero si el amor es un don, ¿por qué lo consideramos como
obligación, es decir, como mandamiento?
«El amor y la vida según el Evangelio no pueden proponerse ante
todo bajo la categoría de precepto, porque lo que exigen supera
las fuerzas del hombre. Sólo son posibles como fruto de un don de
11
Dios, que sana, cura y transforma el corazón del hombre por
medio de su gracia: “Porque la Ley fue dada por medio de Moisés;
la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo” (Jn 1, 17). Por
esto, la promesa de la vida eterna está vinculada al don de la
gracia, y el don del Espíritu que hemos recibido es ya “prenda de
nuestra herencia” (Ef 1, 14).» (Veritatis splendor 23b)
«De esta manera, se manifiesta el rostro verdadero y original del
mandamiento del amor y de la perfección a la que está ordenado;
se trata de una posibilidad abierta al hombre exclusivamente por
la gracia, por el don de Dios, por su amor. Por otra parte,
precisamente la conciencia de haber recibido el don, de poseer en
Jesucristo el amor de Dios, genera y sostiene la respuesta
responsable de un amor pleno hacia Dios y entre los hermanos,
como recuerda con insistencia el apóstol Juan en su primera
Carta: “Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de
Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien
no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor... Queridos, si
Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos
amarnos unos a otros... Nosotros amemos, porque él nos amó
primero” (1 Jn 4, 7-8. 11. 19).» (Veritatis splendor 24a)
ANTICONCEPCIÓN
«Es cierto que anticoncepción y aborto, desde el punto de vista
moral, son males específicamente distintos: la primera
contradice la verdad plena del acto sexual como expresión propia
12
del amor conyugal, el segundo destruye la vida de un ser
humano; la anticoncepción se opone a la virtud de la castidad
matrimonial, el aborto se opone a la virtud de la justicia y viola
directamente el precepto divino “no matarás”.» (Evangelium
vitae 13b).
«A pesar de su diversa naturaleza y peso moral, muy a menudo
están íntimamente relacionados, como frutos de una misma
planta. Es cierto que no faltan casos en los que se llega a la
anticoncepción y al mismo aborto bajo la presión de múltiples
dificultades existenciales, que sin embargo nunca pueden eximir
del esfuerzo por observar plenamente la Ley de Dios. Pero en
muchísimos otros casos estas prácticas tienen sus raíces en una
mentalidad hedonista e irresponsable respecto a la sexualidad y
presuponen un concepto egoísta de libertad que ve en la
procreación un obstáculo al desarrollo de la propia personalidad.
Así, la vida que podría brotar del encuentro sexual se convierte en
enemigo a evitar absolutamente, y el aborto en la única respuesta
posible frente a una anticoncepción frustrada.» (Evangelium vitae
13c)
«Lamentablemente la estrecha conexión que, como mentalidad,
existe entre la práctica de la anticoncepción y la del aborto se
manifiesta cada vez más y lo demuestra de modo alarmante
también la preparación de productos químicos, dispositivos
intrauterinos y ‘vacunas’ que, distribuidos con la misma facilidad
que los anticonceptivos, actúan en realidad como abortivos en las
primerísimas fases de desarrollo de la vida del nuevo ser
humano.» (Evangelium vitae 13d)
13
14
conquista de libertad, mientras muestran como enemigas de la
libertad y del progreso las posiciones incondicionales a favor de
la vida.» (Evangelium vitae 17b)
ANTROPOLOGÍA
15
hominis (4 de marzo de 1979), 8: AAS 71 (1979), 271-272).» (Fides
et ratio, 60)
¿De qué manera se vincula una filosofía válida y correcta con la
antropología?
«Es necesaria una filosofía de alcance auténticamente
metafísico, capaz de trascender los datos empíricos para llegar,
en su búsqueda de la verdad, a algo absoluto, último y
fundamental. Esta es una exigencia implícita tanto en el
conocimiento de tipo sapiencial como en el de tipo analítico;
concretamente, es una exigencia propia del conocimiento del
bien moral cuyo fundamento último es el sumo Bien, Dios
mismo. No quiero hablar aquí de la metafísica como si fuera una
escuela específica o una corriente histórica particular. Sólo deseo
afirmar que la realidad y la verdad trascienden lo fáctico y lo
empírico, y reivindicar la capacidad que el hombre tiene de
conocer esta dimensión trascendente y metafísica de manera
verdadera y cierta, aunque imperfecta y analógica. En este
sentido, la metafísica no se ha de considerar como alternativa a la
antropología, ya que la metafísica permite precisamente dar un
fundamento al concepto de dignidad de la persona por su
condición espiritual. La persona, en particular, es el ámbito
privilegiado para el encuentro con el ser y, por tanto, con la
reflexión metafísica» (Fides et ratio 83).
16
¿Qué tipo de antropología se requiere para fundamentar la
teología moral?
«… He subrayado claramente el papel fundamental que
corresponde a la verdad en el campo moral. Esta verdad, respecto
a la mayor parte de los problemas éticos más urgentes, exige, por
parte de la teología moral, una atenta reflexión que ponga bien de
relieve su arraigo en la palabra de Dios. Para cumplir esta misión
propia, la teología moral debe recurrir a una ética filosófica
orientada a la verdad del bien; a una ética, pues, que no sea
subjetivista ni utilitarista. Esta ética implica y presupone una
antropología filosófica y una metafísica del bien. Gracias a esta
visión unitaria, vinculada necesariamente a la santidad cristiana
y al ejercicio de las virtudes humanas y sobrenaturales, la
teología moral será capaz de afrontar los diversos problemas de
su competencia –como la paz, la justicia social, la familia, la
defensa de la vida y del ambiente natural– del modo más
adecuado y eficaz» (Fides et ratio, 98)
B
BIEN
¿Cuál es el Bien supremo y Último al que todo ser humano se
dirige y anhela?
«El “Maestro bueno” indica a su interlocutor –y a todos
nosotros– que la respuesta a la pregunta “¿qué he de hacer de
bueno para conseguir la vida eterna?”, sólo puede encontrarse
17
dirigiendo la mente y el corazón a Aquel que “sólo es el Bueno”:
“Nadie es bueno sino sólo Dios” (Mc 10, 18; cf. Lc 18, 19). Sólo
Dios puede responder a la pregunta sobre el bien, porque Él es el
Bien.» (Veritatis Splendor 9b)
«En efecto, interrogarse sobre el bien significa en último término
dirigirse a Dios, que es plenitud de la bondad. Jesús muestra que
la pregunta del joven es en realidad una pregunta religiosa y que
la bondad, que atrae y al mismo tiempo vincula al hombre, tiene
su fuente en Dios, más aún, es Dios mismo: Aquel que sólo es
digno de ser amado “con todo el corazón, con toda el alma y con
toda la mente” (cf. Mt 22, 37), Aquel que es la fuente de la
felicidad del hombre. Jesús relaciona la cuestión de la acción
moralmente buena con sus raíces religiosas, con el
reconocimiento de Dios, única bondad, plenitud de la vida,
término último del obrar humano, felicidad perfecta.» (Veritatis
splendor 9c)
18
esta verdad es posible construir una sociedad renovada y resolver
los problemas complejos y graves que la afectan, ante todo el de
vencer las formas más diversas de totalitarismo para abrir el
camino a la auténtica libertad de la persona. “El totalitarismo
nace de la negación de la verdad en sentido objetivo. Si no existe
una verdad trascendente, con cuya obediencia el hombre
conquista su plena identidad, tampoco existe ningún principio
seguro que garantice relaciones justas entre los hombres: los
intereses de clase, grupo o Nación, los contraponen
inevitablemente unos a otros. Si no se reconoce la verdad
trascendente, triunfa la fuerza del poder, y cada uno tiende a
utilizar hasta el extremo los medios de que dispone para imponer
su propio interés o la propia opinión, sin respetar los derechos de
los demás... La raíz del totalitarismo moderno hay que verla, por
tanto, en la negación de la dignidad trascendente de la persona
humana, imagen visible de Dios invisible y, precisamente por
esto, sujeto natural de derechos que nadie puede violar: ni el
individuo, el grupo, la clase social, ni la Nación o el Estado. No
puede hacerlo tampoco la mayoría de un cuerpo social,
poniéndose en contra de la minoría, marginándola,
oprimiéndola, explotándola o incluso intentando destruirla”
(Carta Enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 44; AAS 83 (1991),
848-849).» (Veritatis splendor 99a)
19
«La confrontación entre la posición de la Iglesia y la situación
social y cultural actual muestra inmediatamente la urgencia de
que precisamente sobre tal cuestión fundamental se desarrolle
una intensa acción pastoral por parte de la Iglesia misma: “La
cultura contemporánea ha perdido en gran parte este vínculo
esencial entre Verdad-Bien-Libertad y, por tanto, volver a
conducir al hombre a redescubrirlo es hoy una de las exigencias
propias de la misión de la Iglesia, por la salvación del mundo. La
pregunta de Pilato: «¿Qué es la verdad?», emerge también hoy
desde la triste perplejidad de un hombre que a menudo ya no sabe
quién es, de dónde viene ni adónde va. Y así asistimos no pocas
veces al pavoroso precipitarse de la persona humana en
situaciones de autodestrucción progresiva. De prestar oído a
ciertas voces, parece que no se debiera ya reconocer el carácter
absoluto indestructible de ningún valor moral. Está ante los ojos
de todos el desprecio de la vida humana ya concebida y aún no
nacida; la violación permanente de derechos fundamentales de la
persona; la inicua destrucción de bienes necesarios para una vida
meramente humana. Y lo que es aún más grave: el hombre ya no
está convencido de que sólo en la verdad puede encontrar la
salvación. La fuerza salvífica de la verdad es contestada y se
confía sólo a la libertad, desarraigada de toda objetividad, la tarea
de decidir autónomamente lo que es bueno y lo que es malo. Este
relativismo se traduce, en el campo teológico, en desconfianza en
la sabiduría de Dios, que guía al hombre con la ley moral. A lo que
la ley moral prescribe se contraponen las llamadas situaciones
concretas, no considerando ya, en definitiva, que la ley de Dios es
20
siempre el único verdadero bien del hombre” (Discurso a los
participantes en el Congreso Internacional de Teología moral (10
abril 1986), 1; Insegnamenti IX, 1 (1986), 970).» (Veritatis splendor
84c)
¿Quién enseña con autoridad que proviene de Cristo cuál es el
bien que debe practicarse?
«Cuando los hombres presentan a la Iglesia los interrogantes de
su conciencia, cuando los fieles se dirigen a los Obispos y a los
Pastores, en su respuesta está la voz de Jesucristo, la voz de la
verdad sobre el bien y el mal. En la palabra pronunciada por la
Iglesia resuena, en lo íntimo de las personas, la voz de Dios, que
“sólo es el Bueno” (Mt 19, 17), que sólo “es amor” (1 Jn 4, 8. 16).»
(Veritatis splendor 117b)
«Juan XXIII recordó en la Encíclica Pacem in terris: “En la época
moderna se considera realizado el bien común cuando se han
salvado los derechos y los deberes de la persona humana. De ahí
que los deberes fundamentales de los poderes públicos consisten
sobre todo en reconocer, respetar, armonizar, tutelar y promover
aquellos derechos, y en contribuir por consiguiente a hacer más
fácil el cumplimiento de los respectivos deberes. «Tutelar el
intangible campo de los derechos de la persona humana y hacer
21
fácil el cumplimiento de sus obligaciones, tal es el deber esencial
de los poderes públicos» (Carta Enc. Pacem in terris (11 abril
1963), II: AAS 55 (1963), 273-274).» (Evangelium vitae 71d)
¿Quiénes son los responsables de trabajar por la obtención y el
cuidado del bien común?
«Esta tarea corresponde en particular a los responsables de la
vida pública. Llamados a servir al hombre y al bien común, tienen
el deber de tomar decisiones valientes en favor de la vida,
especialmente en el campo de las disposiciones legislativas»
(Evangelium vitae 90c)
¿Cuál es la primera condición para la edificación del bien
común?
«Trabajar en favor de la vida es contribuir a la renovación de la
sociedad mediante la edificación del bien común. En efecto, no es
posible construir el bien común sin reconocer y tutelar el derecho
a la vida, sobre el que se fundamentan y desarrollan todos los
demás derechos inalienables del ser humano. Ni puede tener
bases sólidas una sociedad que –mientras afirma valores como la
dignidad de la persona, la justicia y la paz– se contradice
radicalmente aceptando o tolerando las formas más diversas de
desprecio y violación de la vida humana sobre todo si es débil y
marginada. Sólo el respeto de la vida puede fundamentar y
garantizar los bienes más preciosos y necesarios de la sociedad,
22
como la democracia y la paz.» (Evangelium vitae 101d)
BIENAVENTURANZAS
«Es la vida de santidad, que resplandece en tantos miembros del
pueblo de Dios frecuentemente humildes y escondidos a los ojos
23
de los hombres, la que constituye el camino más simple y
fascinante en el que se nos concede percibir inmediatamente la
belleza de la verdad, la fuerza liberadora del amor de Dios, el
valor de la fidelidad incondicionada a todas las exigencias de la
ley del Señor, incluso en las circunstancias más difíciles. Por esto,
la Iglesia, en su sabia pedagogía moral, ha invitado siempre a los
creyentes a buscar y a encontrar en los santos y santas, y en
primer lugar en la Virgen Madre de Dios “llena de gracia” y “toda
santa”, el modelo, la fuerza y la alegría para vivir una vida según
los mandamientos de Dios y las bienaventuranzas del
Evangelio.» (Veritatis splendor 107b)
BIBLIA
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Verbo encarnado”, pues sólo en él “se esclarece el misterio del
hombre” (Conc. Ecum. Vat. II, Const. Pastoral sobre la Iglesia en
el mundo actual G
audium et spes, 22).» (Veritatis splendor 28b)
¿Ofrece la Biblia verdades que puedan ser importantes para el
pensamiento filosófico?
«La Sagrada Escritura contiene, de manera explícita o implícita,
una serie de elementos que permiten obtener una visión del
hombre y del mundo de gran valor filosófico. Los cristianos han
tomado conciencia progresivamente de la riqueza contenida en
aquellas páginas sagradas. De ellas se deduce que la realidad que
experimentamos no es el absoluto; no es increada ni se ha
25
autoengendrado. Sólo Dios es el Absoluto. De las páginas de la
Biblia se desprende, además, una visión del hombre como imago
Dei, que contiene indicaciones precisas sobre su ser, su libertad y
la inmortalidad de su espíritu. Puesto que el mundo creado no es
autosuficiente, toda ilusión de autonomía que ignore la
dependencia esencial de Dios de toda criatura –incluido el
hombre– lleva a situaciones dramáticas que destruyen la
búsqueda racional de la armonía y del sentido de la existencia
humana.
Incluso el problema del mal moral –la forma más trágica de
mal– es afrontado en la Biblia, la cual nos enseña que éste no se
puede reducir a una cierta deficiencia debida a la materia, sino
que es una herida causada por una manifestación desordenada de
la libertad humana. En fin, la palabra de Dios plantea el problema
del sentido de la existencia y ofrece su respuesta orientando al
hombre hacia Jesucristo, el Verbo de Dios, que realiza en plenitud
la existencia humana. De la lectura del texto sagrado se podrían
explicitar también otros aspectos; de todos modos, lo que
sobresale es el rechazo de toda forma de relativismo, de
materialismo y de panteísmo.» (Fides et ratio, 80)
¿Acaso enseña la Biblia que el ser humano puede conocer la
verdad?
«En efecto, la Sagrada Escritura presupone siempre que el
hombre, aunque culpable de doblez y de engaño, es capaz de
conocer y de comprender la verdad límpida y pura. En los Libros
26
sagrados, concretamente en el Nuevo Testamento, hay textos y
afirmaciones de alcance propiamente ontológico. En efecto, los
autores inspirados han querido formular verdaderas
afirmaciones que expresan la realidad objetiva». (Fides et ratio,
82)
BIBLICISMO
¿Qué es el biblicismo?
27
proviene de la unidad que el Espíritu ha puesto entre la Sagrada
Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia en
una reciprocidad tal que los tres no pueden subsistir de forma
independiente” (ibid., n. 10). (Fides et ratio, 55).
C
CARIDAD
28
la libertad a la cual está llamado mediante el servicio de la
verdad, la caridad y la justicia.» (Veritatis splendor 107c)
«La Iglesia, dejándose guiar por el ejemplo de Jesús “buen
samaritano” (cf. Lc 10, 29-37) y sostenida por su fuerza, siempre
ha estado en la primera línea de la caridad: tantos de sus hijos e
hijas, especialmente religiosas y religiosos, con formas antiguas
y siempre nuevas, han consagrado y continúan consagrando su
vida a Dios ofreciéndola por amor al prójimo más débil y
necesitado. Estos gestos construyen en lo profundo la
“civilización del amor y de la vida”, sin la cual la existencia de las
personas y de la sociedad pierde su significado más
auténticamente humano. Aunque nadie los advierta y
permanezcan escondidos a la mayoría, la fe asegura que el Padre,
“que ve en lo secreto” (Mt 6, 4), no sólo sabrá recompensarlos,
sino que ya desde ahora los hace fecundos con frutos duraderos
para todos». (Evangelium vitae 27b).
«En virtud de la participación en la misión real de Cristo, el apoyo
y la promoción de la vida humana deben realizarse mediante el
servicio de la caridad, que se manifiesta en el testimonio
personal, en las diversas formas de voluntariado, en la animación
social y en el compromiso político. Esta es una exigencia
29
particularmente apremiante en el momento actual, en que la
“cultura de la muerte” se contrapone tan fuertemente a la
“cultura de la vida” y con frecuencia parece que la supera. Sin
embargo, es ante todo una exigencia que nace de la “fe que actúa
por la caridad” (Gál 5, 6), como nos exhorta la Carta de Santiago:
“¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: «Tengo fe», si
no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe? Si un hermano o una
hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y algunos
de vosotros les dice: «Idos en paz, calentaos y hartaos», pero no
les dais lo necesario para el cuerpo,¿de qué sirve? Así también la
fe, si no tiene obras, está realmente muerta” (2, 14-17).»
(Evangelium vitae 87a)
«En el servicio de la caridad, hay una actitud que debe animarnos
y distinguirnos: hemos de hacernos cargo del otro como persona
confiada por Dios a nuestra responsabilidad. Como discípulos de
Jesús, estamos llamados a hacernos prójimos de cada hombre (cf.
Lc 10, 29-37), teniendo una preferencia especial por quien es más
pobre, está sólo y necesitado. Precisamente mediante la ayuda al
hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al
encarcelado –como también al niño aún no nacido, al anciano
que sufre o cercano a la muerte– tenemos la posibilidad de servir
a Jesús, como Él mismo dijo: “Cuanto hicisteis a unos de estos
hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).
» (Evangelium vitae 87b)
30
¿Y se puede ejercer la caridad desde el compromiso social y
político?
«El realismo tenaz de la caridad exige que al Evangelio de la vida
se le sirva también mediante formas de animación social y de
compromiso político, defendiendo y proponiendo el valor de la
vida en nuestras sociedades cada vez más complejas y pluralistas.
Los individuos, las familias, los grupos y las asociaciones tienen
una responsabilidad, aunque a título y en modos diversos, en la
animación social y en la elaboración de proyectos culturales,
económicos, políticos y legislativos que, respetando a todos y
según la lógica de la convivencia democrática, contribuyan a
edificar una sociedad en la que se reconozca y tutele la dignidad
de cada persona, y se defienda y promueva la vida de todos.»
(Evangelium vitae 90b)
CIENCIA
31
Los avances de la ciencia hoy, ¿conllevan algún peligro de
endiosamiento o de soberbia para el hombre?
«El hombre, rechazando u olvidando su relación fundamental
con Dios, cree ser criterio y norma de sí mismo y piensa tener el
derecho de pedir incluso a la sociedad que le garantice
posibilidades y modos de decidir sobre la propia vida en plena y
total autonomía. Es particularmente el hombre que vive en países
desarrollados quien se comporta así: se siente también movido a
ello por los continuos progresos de la medicina y por sus técnicas
cada vez más avanzadas. Mediante sistemas y aparatos
extremadamente sofisticados, la ciencia y la práctica médica son
hoy capaces no sólo de resolver casos antes sin solución y de
mitigar o eliminar el dolor, sino también de sostener y prolongar
la vida incluso en situaciones de extrema debilidad, de reanimar
artificialmente a personas que perdieron de modo repentino sus
funciones biológicas elementales, de intervenir para disponer de
órganos para trasplantes.» (Evangelium vitae 64b)
32
CIENTIFICISMO
¿Qué es el cientificismo?
33
de carácter metafísico. La crítica epistemológica ha desacreditado
esta postura, que, no obstante, vuelve a surgir bajo la nueva
forma del cientificismo. En esta perspectiva, los valores quedan
relegados a meros productos de la emotividad y la noción de ser
es marginada para dar lugar a lo puro y simplemente fáctico. La
ciencia se prepara a dominar todos los aspectos de la existencia
humana a través del progreso tecnológico. Los éxitos innegables
de la investigación científica y de la tecnología contemporánea
han contribuido a difundir la mentalidad cientificista, que parece
no encontrar límites, teniendo en cuenta como ha penetrado en
las diversas culturas y como ha aportado en ellas cambios
radicales.
Se debe constatar lamentablemente que lo relativo a la cuestión
sobre el sentido de la vida es considerado por el cientificismo
como algo que pertenece al campo de lo irracional o de lo
imaginario. No menos desalentador es el modo en que esta
corriente de pensamiento trata otros grandes problemas de la
filosofía que, o son ignorados o se afrontan con análisis basados
en analogías superficiales, sin fundamento racional. Esto lleva al
empobrecimiento de la reflexión humana, que se ve privada de
los problemas de fondo que el animal racional se ha planteado
constantemente, desde el inicio de su existencia terrena. En esta
perspectiva, al marginar la crítica proveniente de la valoración
ética, la mentalidad cientificista ha conseguido que muchos
acepten la idea según la cual lo que es técnicamente realizable
llega a ser por ello moralmente admisible». (Fides et ratio, 88)
34
CONCIENCIA
35
(cf. Rom 2, 15). El término ‘razonamientos’ evidencia el carácter
propio de la conciencia, que es el de ser un juicio moral sobre el
hombre y sus actos. Es un juicio de absolución o de condena
según que los actos humanos sean conformes o no con la ley de
Dios escrita en el corazón. Precisamente, del juicio de los actos y,
al mismo tiempo, de su autor y del momento de su definitivo
cumplimiento, habla el apóstol Pablo en el mismo texto: Así será
“en el día en que Dios juzgará las acciones secretas de los
hombres, según mi Evangelio, por Cristo Jesús” (Rom 2, 16).»
(Veritatis splendor 59a)
«El juicio de la conciencia es un juicio práctico, o sea, un juicio
que ordena lo que el hombre debe hacer o no hacer, o bien, que
valora un acto ya realizado por él. Es un juicio que aplica a una
situación concreta la convicción racional de que se debe amar,
hacer el bien y evitar el mal. Este primer principio de la razón
práctica pertenece a la ley natural, más aún, constituye su mismo
fundamento al expresar aquella luz originaria sobre el bien y el
mal, reflejo de la sabiduría creadora de Dios, la cual, como una
chispa indestructible (“scintilla animae”), brilla en el corazón de
cada hombre. Sin embargo, mientras la ley natural ilumina sobre
todo las exigencias objetivas y universales del bien moral, la
conciencia es la aplicación de la ley a cada caso particular, la cual
se convierte así para el hombre en un dictamen interior, una
llamada a realizar el bien en una situación concreta. La
36
conciencia formula así la obligación moral a la luz de la ley
natural: es la obligación de hacer lo que el hombre, mediante el
acto de su conciencia, conoce como un bien que le es señalado
aquí y ahora. El carácter universal de la ley y de la obligación no
es anulado, sino más bien reconocido, cuando la razón determina
sus aplicaciones a la actualidad concreta. El juicio de la conciencia
muestra “en última instancia” la conformidad de un
comportamiento determinado respecto a la ley; formula la norma
próxima de la moralidad de un acto voluntario, actuando “la
aplicación de la ley objetiva a un caso particular” (Suprema S.
Congregación del Santo Oficio, Instrucción sobre la ética de
situación Contra doctrinam (2 febrero 1956): AAS 48 (1956),
144).» (Veritatis splendor 59b)
37
ley, sino que afirma la autoridad de la ley natural y de la razón
práctica con relación al bien supremo, del cual la persona
humana acepta el atractivo y acoge los mandamientos: “La
conciencia, por tanto, no es una fuente autónoma y exclusiva
para decidir lo que es bueno o malo; al contrario, en ella está
grabado profundamente un principio de obediencia a la norma
objetiva, que fundamenta y condiciona la congruencia de sus
decisiones con los preceptos y prohibiciones en los que se basa el
comportamiento humano” (Carta enc. Dominum et vivificantem
(18 mayo 1986), 43: AAS 78 (1986), 859; cf. Conc. Ecum. Vat. II,
Const. Past. Sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes,
16; Decreto sobre la libertad religiosa Dignitatis humanae, 3).»
(Veritatis splendor 60)
¿Puede equivocarse el juicio de la conciencia? ¿O es siempre
infalible?
«La conciencia, como juicio de un acto, no está exenta de la
posibilidad de error. “Sin embargo –dice el Concilio– muchas
veces ocurre que la conciencia yerra por ignorancia invencible,
sin que por ello pierda su dignidad. Pero no se puede decir esto
cuando el hombre no se preocupa de buscar la verdad y el bien y,
poco a poco, por el hábito del pecado, la conciencia se queda casi
ciega” (Const. Past. Sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium
et spes, 16). Con estas breves palabras, el Concilio ofrece una
síntesis de la doctrina que la Iglesia ha elaborado a lo largo de los
siglos sobre la conciencia errónea.» (Veritatis splendor 62a)
38
«La amonestación de Pablo nos invita a la vigilancia,
advirtiéndonos que en los juicios de nuestra conciencia se anida
siempre la posibilidad de error. Ella no es un juez infalible: puede
errar. No obstante, el error de la conciencia puede ser el fruto de
una ignorancia invencible, es decir, de una ignorancia de la que el
sujeto no es consciente y de la que no puede salir por sí mismo.»
(Veritatis splendor 62c)
«De cualquier modo, la dignidad de la conciencia deriva siempre
de la verdad: en el caso de la conciencia recta, se trata de la
verdad objetiva acogida por el hombre; en el de la conciencia
errónea, se trata de lo que el hombre, equivocándose, considera
subjetivamente verdadero. Nunca es aceptable confundir un error
‘subjetivo’ sobre el bien moral con la verdad ‘objetiva’, propuesta
racionalmente al hombre en virtud de su fin, ni equiparar el valor
moral del acto realizado con una conciencia verdadera y recta,
con aquél realizado siguiendo el juicio de una conciencia errónea.
El mal cometido a causa de una ignorancia invencible, o de un
error de juicio no culpable, puede no ser imputable a la persona
que lo hace; pero tampoco en este caso aquél deja de ser un mal,
un desorden con relación a la verdad sobre el bien. Además, el
bien no reconocido no contribuye al crecimiento moral de la
persona que lo realiza; éste no la perfecciona y no sirve para
disponerla al bien supremo. Así, antes de sentirnos fácilmente
justificados en nombre de nuestra conciencia, debemos meditar
39
sobre las palabras del Salmo: “¿Quién se da cuenta de sus yerros?
De las faltas ocultas límpiame” (Sal 19, 13). Hay culpas que no
logramos ver y que no obstante son culpas, porque hemos
rechazado caminar hacia la luz (cf. Jn 9, 39-41).» (Veritatis
splendor 63a)
40
en su Magisterio una gran ayuda para la formación de la
conciencia: “Los cristianos, al formar su conciencia, deben
atender con diligencia a la doctrina cierta y sagrada de la Iglesia.
Pues, por voluntad de Cristo, la Iglesia católica es maestra de la
verdad y su misión es anunciar y enseñar auténticamente la
Verdad, que es Cristo, y, al mismo tiempo, declarar y confirmar
con su autoridad los principios de orden moral que fluyen de la
misma naturaleza humana” (Declaración sobre la libertad
religiosa Dignitatis humanae, 14). Por tanto, la autoridad de la
Iglesia, que se pronuncia sobre las cuestiones morales, no
menoscaba de ningún modo la libertad de conciencia de los
cristianos; no sólo porque la libertad de la conciencia no es nunca
libertad “con respecto a” la verdad, sino siempre y solo ‘en’ la
verdad, sino también porque el Magisterio no presenta verdades
ajenas a la conciencia cristiana, sino que manifiesta las verdades
que ya debería poseer, desarrollándolas a partir del acto
originario de la fe. La Iglesia se pone sólo y siempre al servicio de
la conciencia, ayudándola a no ser zarandeada aquí y allá por
cualquier viento de doctrina según el engaño de los hombres (cf.
Ef 4, 14), a no desviarse de la verdad sobre el bien del hombre,
sino a alcanzar con seguridad, especialmente en las cuestiones
más difíciles, la verdad y a mantenerse en ella.» (Veritatis splendor
64b)
«No menos decisivo en la formación de la conciencia es el
descubrimiento del vínculo constitutivo entre la libertad y la
verdad. Como he repetido otras veces, separar la libertad de la
verdad objetiva hace imposible fundamentar los derechos de la
41
persona sobre una sólida base racional y pone las premisas para
que se afirme en la sociedad el arbitrio ingobernable de los
individuos y el totalitarismo del poder público causante de la
muerte.» (Evangelium vitae 96b)
«A la formación de la conciencia está vinculada estrechamente la
labor educativa, que ayuda al hombre a ser cada vez más hombre,
lo introduce siempre más profundamente en la verdad, lo orienta
hacia un respeto creciente por la vida, lo forma en las justas
relaciones entre las personas.» (Evangelium vitae 97a)
¿En qué situación se halla la conciencia moral en el mundo
contemporáneo?
«En lo íntimo de la conciencia moral se produce el eclipse del
sentido de Dios y del hombre, con todas sus múltiples y funestas
consecuencias para la vida. Se pone en duda, sobre todo, la
conciencia de cada persona, que en su unicidad e irrepetibilidad
se encuentra sola ante Dios. Pero también se cuestiona, en cierto
sentido, la “conciencia moral” de la sociedad. Esta es de algún
modo responsable, no sólo porque tolera o favorece
comportamientos contrarios a la vida, sino también porque
alimenta la “cultura de la muerte”, llegando a crear y consolidar
verdaderas y auténticas “estructuras de pecado” contra la vida.
La conciencia moral, tanto individual como social, está hoy
sometida, a causa también del fuerte influjo de muchos medios
de comunicación social, a un peligro gravísimo y mortal, el de la
confusión entre el bien y el mal en relación con el mismo derecho
42
fundamental a la vida. Lamentablemente, una gran parte de la
sociedad actual se asemeja a la que Pablo describe en la Carta a
los Romanos. Está formada “de hombres que aprisionan la
verdad en la injusticia” (1, 18): habiendo renegado de Dios y
creyendo poder construir la ciudad terrena sin necesidad de Él,
“se ofuscaron en sus razonamientos” de modo que “su insensato
corazón se entenebreció” (1, 21); “jactándose de sabios se
volvieron estúpidos” (1, 22), se hicieron autores de obras dignas
de muerte y “no solamente las practican, sino que aprueban a los
que las cometen” (1, 32). Cuando la conciencia, este luminoso ojo
del alma (cf. Mt 6, 22-23), llama “al mal bien y al bien mal” (Is 5,
20), camina ya hacia su degradación más inquietante y hacia la
más tenebrosa ceguera moral.» (Evangelium vitae 24a)
¿Qué errores modernos aparecen en teología moral referidos a la
conciencia?
«En algunas corrientes del pensamiento moderno se ha llegado a
exaltar la libertad hasta el extremo de considerarla como un
absoluto, que sería la fuente de los valores. En esta dirección se
orientan las doctrinas que desconocen el sentido de lo
trascendente o las que son explícitamente ateas. Se han atribuido
a la conciencia individual las prerrogativas de una instancia
suprema del juicio moral, que decide categórica e infaliblemente
sobre el bien y el mal. Al presupuesto de que se debe seguir la
propia conciencia se ha añadido indebidamente la afirmación de
que el juicio moral es verdadero por el hecho mismo de que
43
proviene de la conciencia. Pero, de este modo, ha desaparecido la
necesaria exigencia de verdad en aras de un criterio de
sinceridad, de autenticidad, de “acuerdo con uno mismo”, de tal
forma que se ha llegado a una concepción radicalmente
subjetivista del juicio moral.» (Veritatis splendor 32a)
44
¿Qué es la objeción de conciencia? ¿Cuándo es legítimo
plantearla?
«El rechazo a participar en la ejecución de una injusticia no sólo
es un deber moral, sino también un derecho humano
fundamental. Si no fuera así, se obligaría a la persona humana a
realizar una acción intrínsecamente incompatible con su
dignidad y, de este modo, su misma libertad, cuyo sentido y fin
auténticos residen en su orientación a la verdad y al bien,
quedaría radicalmente comprometida. Se trata, por tanto, de un
derecho esencial que, como tal, debería estar previsto y protegido
por la misma ley civil. En este sentido, la posibilidad de rechazar
la participación en la fase consultiva, preparatoria y ejecutiva de
semejantes actos contra la vida debería asegurarse a los médicos,
a los agentes sanitarios y a los responsables de las instituciones
hospitalarias, de las clínicas y casas de salud. Quien recurre a la
objeción de conciencia debe estar a salvo no sólo de sanciones
penales, sino también de cualquier daño en el plano legal,
disciplinar, económico y profesional.» (Evangelium vitae 74c)
CONSECUENCIALISMO
¿Qué es el consecuencialismo?
«Según estas teorías, la voluntad libre no estaría ni moralmente
sometida a obligaciones determinadas, ni vinculada por sus
elecciones, a pesar de no dejar de ser responsable de los propios
actos y de sus consecuencias. Este ‘teleologismo’, como método
45
de reencuentro de la norma moral, puede, entonces, ser llamado
–según terminologías y conceptos tomados de diferentes
corrientes de pensamiento– ‘consecuencialismo’ o
‘proporcionalismo’. El primero pretende obtener los criterios de
la rectitud de un obrar determinado sólo del cálculo de las
consecuencias que se prevé pueden derivarse de la ejecución de
una decisión. El segundo, ponderando entre sí los valores y los
bienes que persiguen, se centra más bien en la proporción
reconocida entre los efectos buenos o malos, en vista del “bien
más grande” o del “mal menor”, que sean efectivamente
posibles en una situación determinada.» (Veritatis splendor 75a)
46
verdad que en esta última se ha desarrollado una casuística
atenta a ponderar en algunas situaciones concretas las
posibilidades mayores de bien, es igualmente verdad que esto se
refería solamente a los casos en los que la ley era incierta y, por
consiguiente, no ponía en discusión la validez absoluta de los
preceptos morales negativos, los cuales obligan sin excepción.»
(Veritatis splendor 76 b)
CULTURA
«No se puede negar que el hombre existe siempre en una cultura
concreta, pero tampoco se puede negar que el hombre no se agota
en esta misma cultura. Por otra parte, el progreso mismo de las
culturas demuestra que en el hombre existe algo que las
trasciende. Este ‘algo’ es precisamente la naturaleza del hombre:
precisamente esta naturaleza es la medida de la cultura y es la
condición para que el hombre no sea prisionero de ninguna de
sus culturas, sino que defienda su dignidad personal viviendo de
acuerdo con la verdad profunda de su ser.» (Veritatis splendor
53b).
«Las culturas, estando en estrecha relación con los hombres y
con su historia, comparten el dinamismo propio del tiempo
humano. Se aprecian en consecuencia transformaciones y
progresos debidos a los encuentros entre los hombres y a los
intercambios recíprocos de sus modelos de vida. Las culturas se
alimentan de la comunicación de valores, y su vitalidad y
47
subsistencia proceden de su capacidad de permanecer abiertas a
la acogida de lo nuevo. ¿Cuál es la explicación de este dinamismo?
Cada hombre está inmerso en una cultura, de ella depende y
sobre ella influye. Él es al mismo tiempo hijo y padre de la cultura
a la que pertenece. En cada expresión de su vida lleva consigo
algo que lo diferencia del resto de la creación: su constante
apertura al misterio y su inagotable deseo de conocer. En
consecuencia, toda cultura lleva impresa y deja entrever la
tensión hacia una plenitud. Se puede decir, pues, que la cultura
tiene en sí misma la posibilidad de acoger la revelación divina».
(Fides et ratio, 71)
«Es esencial pues que el hombre reconozca la evidencia original
de su condición de criatura, que recibe de Dios el ser y la vida
como don y tarea. Sólo admitiendo esta dependencia innata en su
ser, el hombre puede desarrollar plenamente su libertad y su vida
y, al mismo tiempo, respetar en profundidad la vida y libertad de
las demás personas. Aquí se manifiesta ante todo que “el punto
central de toda cultura lo ocupa la actitud que el hombre asume
ante el misterio más grande: el misterio de Dios” (Carta enc.
Centesimus annus (1 mayo 1991), 24: AAS 83 (1991), 822). Cuando
se niega a Dios y se vive como si no existiera, o no se toman en
cuenta sus mandamientos, se acaba fácilmente por negar o
comprometer también la dignidad de la persona humana y el
carácter inviolable de su vida.» (Evangelium vitae 96c)
48
¿Se puede decir que la cultura actual está en crisis?
«En el fondo hay una profunda crisis de la cultura, que engendra
escepticismo en los fundamentos mismos del saber y de la ética,
haciendo cada vez más difícil ver con claridad el sentido del
hombre, de sus derechos y deberes. A esto se añaden las más
diversas dificultades existenciales y relacionales, agravadas por
la realidad de una sociedad compleja, en la que las personas, los
matrimonios y las familias se quedan con frecuencia solas con
sus problemas.» (Evangelium vitae 11b)
¿Cuál es el punto de partida y la raíz de la crisis de la cultura
hoy?
«La confrontación entre la posición de la Iglesia y la situación
social y cultural actual muestra inmediatamente la urgencia de
que precisamente sobre tal cuestión fundamental se desarrolle
una intensa acción pastoral por parte de la Iglesia misma: “La
cultura contemporánea ha perdido en gran parte este vínculo
esencial entre Verdad-Bien-Libertad y, por tanto, volver a
conducir al hombre a redescubrirlo es hoy una de las exigencias
propias de la misión de la Iglesia, por la salvación del mundo. La
pregunta de Pilato: «¿Qué es la verdad?», emerge también hoy
desde la triste perplejidad de un hombre que a menudo ya no sabe
quién es, de dónde viene ni adónde va. Y así asistimos no pocas
veces al pavoroso precipitarse de la persona humana en
situaciones de autodestrucción progresiva. De prestar oído a
49
ciertas voces, parece que no se debiera ya reconocer el carácter
absoluto indestructible de ningún valor moral. Está ante los ojos
de todos el desprecio de la vida humana ya concebida y aún no
nacida; la violación permanente de derechos fundamentales de la
persona; la inicua destrucción de bienes necesarios para una vida
meramente humana. Y lo que es aún más grave: el hombre ya no
está convencido de que sólo en la verdad puede encontrar la
salvación. La fuerza salvífica de la verdad es contestada y se
confía sólo a la libertad, desarraigada de toda objetividad, la tarea
de decidir autónomamente lo que es bueno y lo que es malo. Este
relativismo se traduce, en el campo teológico, en desconfianza en
la sabiduría de Dios, que guía al hombre con la ley moral. A lo que
la ley moral prescribe se contraponen las llamadas situaciones
concretas, no considerando ya, en definitiva, que la ley de Dios es
siempre el único verdadero bien del hombre” (Discurso a los
participantes en el Congreso Internacional de Teología moral (10
abril 1986), 1; Insegnamenti IX, 1 (1986), 970).» (Veritatis splendor
84c)
50
difusión de una cultura contraria a la solidaridad, que en muchos
casos se configura como verdadera “cultura de muerte”. Esta
estructura está activamente promovida por fuertes corrientes
culturales, económicas y políticas, portadoras de una concepción
de la sociedad basada en la eficiencia. Mirando las cosas desde
este punto de vista, se puede hablar, en cierto sentido, de una
guerra de los poderosos contra los débiles. La vida que exigiría
más acogida, amor y cuidado es tenida por inútil, o considerada
como un peso insoportable y, por tanto, despreciada de muchos
modos. Quien, con su enfermedad, con su minusvalidez o, más
simplemente, con su misma presencia pone en discusión el
bienestar y el estilo de vida de los más aventajados, tiende a ser
visto como un enemigo del que hay que defenderse o a quien
eliminar. Se desencadena así una especie de “conjura contra la
vida”, que afecta no sólo a las personas concretas en sus
relaciones individuales, familiares o de grupo, sino que va más
allá llegando a perjudicar y alterar, a nivel mundial, las relaciones
entre los pueblos y los Estados.» (Evangelium vitae 12)
«Es necesario llegar al centro del drama vivido por el hombre
contemporáneo: el eclipse del sentido de Dios y del hombre,
característico del contexto social y cultural dominado por el
secularismo, que con sus tentáculos penetrantes no deja de poner
a prueba, a veces, a las mismas comunidades cristianas. Quien se
deja contagiar por esta atmósfera, entra fácilmente en el
51
torbellino de un terrible círculo vicioso: perdiendo el sentido de
Dios, se tiende a perder también el sentido del hombre, de su
dignidad y de su vida. A su vez, la violación sistemática de la ley
moral, especialmente en el grave campo del respeto de la vida
humana y su dignidad, produce una especie de progresiva
ofuscación de la capacidad de percibir la presencia vivificante y
salvadora de Dios.» (Evangelium vitae 21a)
«En lo íntimo de la conciencia moral se produce el eclipse del
sentido de Dios y del hombre, con todas sus múltiples y funestas
consecuencias para la vida. Se pone en duda, sobre todo, la
conciencia de cada persona, que en su unicidad e irrepetibilidad
se encuentra sola ante Dios. Pero también se cuestiona, en cierto
sentido, la “conciencia moral” de la sociedad. Esta es de algún
modo responsable, no sólo porque tolera o favorece
comportamientos contrarios a la vida, sino también porque
alimenta la “cultura de la muerte”, llegando a crear y consolidar
verdaderas y auténticas “estructuras de pecado” contra la vida.
La conciencia moral, tanto individual como social, está hoy
sometida, a causa también del fuerte influjo de muchos medios
de comunicación social, a un peligro gravísimo y mortal, el de la
confusión entre el bien y el mal en relación con el mismo derecho
fundamental a la vida. Cuando la conciencia, este luminoso ojo
del alma (cf. Mt 6, 22-23), llama “al mal bien y al bien mal” (Is 5,
20), camina ya hacia su degradación más inquietante y hacia la
más tenebrosa ceguera moral.» (Evangelium vitae 24a)
52
¿Quiénes están llamados a crear la “cultura de la vida”?
¿Cuál es el papel de los educadores, intelectuales, etc., en la
creación de una “cultura de la vida”?
«En la movilización por una nueva cultura de la vida nadie se
debe sentir excluido: todos tienen un papel importante que
desempeñar. La misión de los profesores y de los educadores es,
junto con la de las familias, particularmente importante. De ellos
53
dependerá mucho que los jóvenes, formados en una auténtica
libertad, sepan custodiar interiormente y difundir a su alrededor
ideales verdaderos de vida, y que sepan crecer en el respeto y
servicio a cada persona, en la familia y en la sociedad.»
(Evangelium vitae 98b)
«También los intelectuales pueden hacer mucho en la
construcción de una nueva cultura de la vida humana. Una tarea
particular corresponde a los intelectuales católicos, llamados a
estar presentes activamente en los círculos privilegiados de
elaboración cultural, en el mundo de la escuela y de la
universidad, en los ambientes de investigación científica y
técnica, en los puntos de creación artística y de la reflexión
humanística. Alimentando su ingenio y su acción en las claras
fuentes del Evangelio, deben entregarse al servicio de una nueva
cultura de la vida con aportaciones serias, documentadas,
capaces de ganarse por su valor el respeto e interés de todos.
Precisamente en esta perspectiva he instituido la Pontificia
Academia para la Vida con el fin de “estudiar, informar y formar
en lo que atañe a las principales cuestiones de biomedicina y
derecho, relativas a la promoción y a la defensa de la vida, sobre
todo en las que guardan mayor relación con la moral cristiana y
las directrices del Magisterio de la Iglesia” (Motu Proprio Vitae
mysterium (11 febrero 1994), 4: AAS 86 (1994), 386-387). Una
aportación específica deben dar también las Universidades,
particularmente las católicas, y los Centros, Institutos y Comités
de bioética.» (Evangelium vitae 98c)
54
D
DEMOCRACIA
¿Qué pasaría si una democracia pierde los valores morales que
han de fundamentar la convivencia social?
«Después de la caída, en muchos países, de las ideologías que
condicionaban la política a una concepción totalitaria del mundo
–la primera entre ellas el marxismo–, existe hoy un riesgo no
55
menos grave debido a la negación de los derechos fundamentales
de la persona humana y por la absorción en la política de la
misma inquietud religiosa que habita en el corazón de todo ser
humano: es el riesgo de la alianza entre democracia y relativismo
ético, que quita a la convivencia civil cualquier punto seguro de
referencia moral, despojándola más radicalmente del
reconocimiento de la verdad. En efecto, “si no existe una verdad
última –la cual guía y orienta la acción política– entonces las
ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas
fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se
convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto,
como demuestra la historia” (Carta Enc. Centesimus annus (1
mayo 1991), 46: AAS 83 (1991), 850).» (Veritatis splendor 101a)
«…es difícil no ver cómo, sin una base moral objetiva, ni siquiera
la democracia puede asegurar una paz estable, tanto más que la
paz no fundamentada sobre los valores de la dignidad humana y
de la solidaridad entre todos los hombres, es a menudo ilusoria.
En efecto, en los mismos regímenes participativos la regulación
de los intereses se produce con frecuencia en beneficio de los más
fuertes, que tienen mayor capacidad para maniobrar no sólo las
palancas del poder, sino incluso la formación del consenso. En
una situación así, la democracia se convierte fácilmente en una
palabra vacía.» (Evangelium vitae 70f)
56
¿Cuándo y de qué manera la democracia se vuelve moralmente
mala y contraria al hombre?
«Es lo que de hecho sucede también en el ámbito más
propiamente político o estatal: el derecho originario e inalienable
a la vida se pone en discusión o se niega sobre la base de un voto
parlamentario o de la voluntad de una parte –aunque sea
mayoritaria– de la población. Es el resultado nefasto de un
relativismo que predomina incontrovertible: el ‘derecho’ deja de
ser tal porque no está ya fundamentado sólidamente en la
inviolable dignidad de la persona, sino que queda sometido a la
voluntad del más fuerte. De este modo la democracia, a pesar de
sus reglas, va por un camino de totalitarismo fundamental. El
Estado deja de ser la “casa común” donde todos pueden vivir
según los principios de igualdad fundamental, y se transforma en
Estado tirano, que presume de poder disponer de la vida de los
más débiles e indefensos, desde el niño aún no nacido hasta el
anciano, en nombre de una utilidad pública que no es otra cosa,
en realidad, que el interés de algunos. Parece que todo acontece
en el más firme respeto de la legalidad, al menos cuando las leyes
que permiten el aborto o la eutanasia son votadas según las, así
llamadas, reglas democráticas. Pero en realidad estamos sólo
ante una trágica apariencia de legalidad, donde el ideal
democrático, que es verdaderamente tal cuando reconoce y tutela
la dignidad de toda persona humana, es traicionado en sus
mismas bases: “¿Cómo es posible hablar todavía de dignidad de
toda persona humana, cuando se permite matar a la más débil e
57
inocente? ¿En nombre de qué justicia se realiza la más injusta de
las discriminaciones entre las personas, declarando a algunas
dignas de ser defendidas, mientras a otras se niega esta
dignidad?” Discurso a los participantes del Convenio de estudio
sobre “El derecho a la vida y Europa” (18 diciembre 1987):
Insegnamenti X, 3 (1987), 1446-1447). Cuando se verifican estas
condiciones, se han introducido ya los dinamismos que llevan a
la disolución de una auténtica convivencia humana y a la
disgregación de la misma realidad establecida.» (Evangelium vitae
20b)
58
sus derechos inviolables e inalienables, así como considerar el
«bien común» como fin y criterio regulador de la vida política.»
(Evangelium vitae 70d)
¿Cuál es la ayuda que presenta la enseñanza moral católica a la
consolidación de una recta democracia?
«Para el futuro de la sociedad y el desarrollo de una sana
democracia, urge pues descubrir de nuevo la existencia de valores
humanos y morales esenciales y originarios, que derivan de la
verdad misma del ser humano y expresan y tutelan la dignidad de
la persona. Son valores, por tanto, que ningún individuo, ninguna
mayoría y ningún Estado nunca pueden crear, modificar o
destruir, sino que deben sólo reconocer, respetar y promover.»
(Evangelium vitae 71a)
«El Evangelio de la vida es para la ciudad de los hombres.
Trabajar en favor de la vida es contribuir a la renovación de la
sociedad mediante la edificación del bien común. En efecto, no es
posible construir el bien común sin reconocer y tutelar el derecho
a la vida, sobre el que se fundamentan y desarrollan todos los
demás derechos inalienables del ser humano. Ni puede tener
bases sólidas una sociedad que –mientras afirma valores como la
dignidad de la persona, la justicia y la paz– se contradice
radicalmente aceptando o tolerando las formas más diversas de
desprecio y violación de la vida humana sobre todo si es débil y
marginada. Sólo el respeto de la vida puede fundamentar y
garantizar los bienes más preciosos y necesarios de la sociedad,
59
como la democracia y la paz.» (Evangelium vitae 101d)
«En efecto, no puede haber verdadera democracia si no se
reconoce la dignidad de cada persona y no se respetan sus
derechos.» (Evangelium vitae 101e)
DERECHO A LA VIDA
60
absolutamente iguales” (Carta enc. Veritatis Splendor (6 agosto
1993), 96: AAS 85 (1993), 1209).» (Evangelium vitae 57f)
¿Por qué la Iglesia defiende hoy con tanta insistencia el derecho
a la vida?
«En la misma carta, a pocos días de la celebración del centenario
de la Encíclica Rerum novarum, llamaba la atención de todos
sobre esta singular analogía: “Así como hace un siglo la clase
obrera estaba oprimida en sus derechos fundamentales, y la
Iglesia tomó su defensa con gran valentía, proclamando los
derechos sacrosantos de la persona del trabajador, así ahora,
cuando otra categoría de personas está oprimida en su derecho
fundamental a la vida, la Iglesia siente el deber de dar voz, con la
misma valentía, a quien no tiene voz. El suyo es el clamor
evangélico en defensa de los pobres del mundo y de quienes son
amenazados, despreciados y oprimidos en sus derechos
humanos” (Carta a todos los Obispos de la Iglesia sobre la
intangibilidad de la vida humana inocente (19 mayo 1991):
Insegnamenti XIV, 1 (1991), 1294).» (Evangelium vitae 5c)
«Hoy una gran multitud de seres humanos débiles e indefensos,
como son, concretamente, los niños aún no nacidos, está siendo
aplastada en su derecho fundamental a la vida. Si la Iglesia, al
final del siglo pasado, no podía callar ante los abusos entonces
existentes, menos aún puede callar hoy, cuando a las injusticias
sociales del pasado, tristemente no superadas todavía, se añaden
en tantas partes del mundo injusticias y opresiones incluso más
61
graves, consideradas tal vez como elementos de progreso de cara
a la organización de un nuevo orden mundial.» (Evangelium vitae
5d)
¿Qué motivos pueden darse para que se atente de modo masivo
contra este derecho tan fundamental?
«El antiguo Faraón, viendo como una pesadilla la presencia y
aumento de los hijos de Israel, los sometió a toda forma de
opresión y ordenó que fueran asesinados todos los recién nacidos
varones de las mujeres hebreas (cf. Ex 1, 7-22). Del mismo modo
se comportan hoy no pocos poderosos de la tierra. Estos
consideran también como una pesadilla el crecimiento
demográfico actual y temen que los pueblos más prolíficos y más
pobres representen una amenaza para el bienestar y la
tranquilidad de sus países. Por consiguiente, antes que querer
afrontar y resolver estos graves problemas respetando la
dignidad de las personas y de las familias, y el derecho inviolable
de todo hombre a la vida, prefieren promover e imponer por
cualquier medio una masiva planificación de los nacimientos. Las
mismas ayudas económicas, que estarían dispuestos a dar, se
condicionan injustamente a la aceptación de una política
antinatalista» (Evangelium vitae 16c)
«Ciertamente, el cometido de la ley civil es diverso y de ámbito
62
más limitado que el de la ley moral. Sin embargo, “en ningún
ámbito de la vida la ley civil puede sustituir a la conciencia ni
dictar normas que excedan la propia competencia”
(Congregación para la Docrina de la Fe, Instr. Donum vitae, sobre
el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la
procreación (22 febrero 1987), III: AAS 80 (1988), 98), que es la
de asegurar el bien común de las personas, mediante el
reconocimiento y la defensa de sus derechos fundamentales, la
promoción de la paz y de la moralidad pública. En efecto, la
función de la ley civil consiste en garantizar una ordenada
convivencia social en la verdadera justicia, para que todos
“podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y
dignidad” (1 Tm 2, 2). Precisamente por esto, la ley civil debe
asegurar a todos los miembros de la sociedad el respeto de
algunos derechos fundamentales, que pertenecen
originariamente a la persona y que toda ley positiva debe
reconocer y garantizar. Entre ellos el primero y fundamental es el
derecho inviolable de cada ser humano inocente a la vida. Si la
autoridad pública puede, a veces, renunciar a reprimir aquello
que provocaría, de estar prohibido, un daño más grave, sin
embargo, nunca puede aceptar legitimar, como derecho de los
individuos –aunque éstos fueran la mayoría de los miembros de
la sociedad–, la ofensa infligida a otras personas mediante la
negación de un derecho suyo tan fundamental como el de la vida.
La tolerancia legal del aborto o de la eutanasia no puede de
ningún modo invocar el respeto de la conciencia de los demás,
precisamente porque la sociedad tiene el derecho y el deber de
63
protegerse de los abusos que se pueden dar en nombre de la
conciencia y bajo el pretexto de la libertad.» (Evangelium vitae
71c)
DIGNIDAD HUMANA
64
¿En qué sentido la negación de la verdad compromete y/o anula
la dignidad humana?
«La postura nihilista rechaza todo fundamento a la vez que niega
toda verdad objetiva. El nihilismo, aun antes de estar en
contraste con las exigencias y los contenidos de la palabra de
Dios, niega la humanidad del hombre y su misma identidad. En
efecto, se ha de tener en cuenta que la negación del ser comporta
inevitablemente la pérdida de contacto con la verdad objetiva y,
por consiguiente, con el fundamento de la dignidad humana. De
este modo se hace posible borrar del rostro del hombre los rasgos
que manifiestan su semejanza con Dios, para llevarlo
progresivamente o a una destructiva voluntad de poder o a la
desesperación de la soledad. Una vez que se ha quitado la verdad
al hombre, es pura ilusión pretender hacerlo libre. En efecto,
verdad y libertad, o bien van juntas o juntas perecen
miserablemente.» (Fides et ratio, 90)
¿Cuándo y dónde ha enseñado el Magisterio de la Iglesia acerca
de la dignidad humana y su fundamento?
«El Concilio Ecuménico Vaticano II, por su parte, presenta una
enseñanza muy rica y fecunda en relación con la filosofía. No
puedo olvidar, sobre todo en el contexto de esta Encíclica, que un
capítulo de la Constitución Gaudium et spes es casi un compendio
de antropología bíblica, fuente de inspiración también para la
filosofía. En aquellas páginas se trata del valor de la persona
humana creada a imagen de Dios, se fundamenta su dignidad y
65
superioridad sobre el resto de la creación y se muestra la
capacidad trascendente de su razón.» (Fides et ratio, 60)
DIOS
«Es justo y bueno, siempre y para todos, servir a Dios, darle el
culto debido y honrar como es debido a los padres. Estos
preceptos positivos, que prescriben cumplir algunas acciones y
cultivar ciertas actitudes, obligan universalmente; son
inmutables; unen en el mismo bien común a todos los hombres
de cada época de la historia, creados para “la misma vocación y
destino divino” (Conc. Ecum. Vat. II, Const. Past. Sobre la Iglesia
en el mundo actual G
audium et spes, 29).» (Veritatis splendor 52a)
¿Y qué ha hecho Dios para que nosotros, seres humanos,
podamos buscarlo y encontrarlo?
«Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la
verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y
amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí
mismo (cf. Ex 33, 18; Sal 27 [26], 8-9; 63 [62], 2-3; Jn 14, 8; 1 Jn 3,
2). » (Fides et ratio, 1)
¿Acaso es posible conocer a Dios por medio de la inteligencia?
¿Cómo se da ese conocimiento?
«El libro de la Sabiduría tiene algunos textos importantes que
66
aportan más luz a este tema. En ellos el autor sagrado habla de
Dios, que se da a conocer también por medio de la naturaleza.
Para los antiguos el estudio de las ciencias naturales coincidía en
gran parte con el saber filosófico. Después de haber afirmado que
con su inteligencia el hombre está en condiciones “de conocer la
estructura del mundo y la actividad de los elementos [...], los
ciclos del año y la posición de las estrellas, la naturaleza de los
animales y los instintos de las fieras” (Sb 7, 17.19-20), en una
palabra, que es capaz de filosofar, el texto sagrado da un paso
más de gran importancia. Recuperando el pensamiento de la
filosofía griega, a la cual parece referirse en este contexto, el
autor afirma que, precisamente razonando sobre la naturaleza, se
puede llegar hasta el Creador: “de la grandeza y hermosura de las
criaturas, se llega, por analogía, a contemplar a su Autor” (Sb 13,
5). Se reconoce así un primer paso de la Revelación divina,
constituido por el maravilloso “libro de la naturaleza”, con cuya
lectura, mediante los instrumentos propios de la razón humana,
se puede llegar al conocimiento del Creador. Si el hombre con su
inteligencia no llega a reconocer a Dios como creador de todo, no
se debe tanto a la falta de un medio adecuado, cuanto sobre todo
al impedimento puesto por su voluntad libre y su pecado.
San Pablo, en el primer capítulo de su Carta a los Romanos nos
ayuda a apreciar mejor lo incisiva que es la reflexión de los Libros
Sapienciales. Desarrollando una argumentación filosófica con
lenguaje popular, el Apóstol expresa una profunda verdad: a
través de la creación los “ojos de la mente” pueden llegar a
conocer a Dios. En efecto, mediante las criaturas Él hace que la
67
razón intuya su ‘potencia’ y su ‘divinidad’ (cf. Rm 1, 20). Así pues,
se reconoce a la razón del hombre una capacidad que parece
superar casi sus mismos límites naturales: no sólo no está
limitada al conocimiento sensorial, desde el momento que puede
reflexionar críticamente sobre ello, sino que argumentando sobre
los datos de los sentidos puede incluso alcanzar la causa que da
lugar a toda realidad sensible. Con terminología filosófica
podríamos decir que en este importante texto paulino se afirma
la capacidad metafísica del hombre.» (Fides et ratio, 22)
¿Qué enseña el Magisterio de la Iglesia acerca del conocimiento
de Dios?
«Las intervenciones del Magisterio se han ocupado no tanto de
tesis filosóficas concretas, como de la necesidad del
conocimiento racional y, por tanto, filosófico para la inteligencia
de la fe. El Concilio Vaticano I, sintetizando y afirmando de forma
solemne las enseñanzas que de forma ordinaria y constante el
Magisterio pontificio había propuesto a los fieles, puso de relieve
lo inseparables y al mismo tiempo irreducibles que son el
conocimiento natural de Dios y la Revelación, la razón y la fe. El
Concilio partía de la exigencia fundamental, presupuesta por la
Revelación misma, de la cognoscibilidad natural de la existencia
de Dios, principio y fin de todas las cosas (Cf. Conc. Ecum. Vat. I,
Const. Dogm. Dei Filius sobre la fe católica, II: DS 3004; y can. 2.1.:
DS 3026), y concluía con la afirmación solemne ya citada: “Hay
un doble orden de conocimiento, distinto no sólo por su
68
principio, sino también por su objeto” (Ibid., IV, DS 3015; citado
en Conc. Ecum. Vat. II, Const. Past. Gaudium et spes, 59). Era pues
necesario afirmar, contra toda forma de racionalismo, la
distinción entre los misterios de la fe y los hallazgos filosóficos,
así como la trascendencia y precedencia de aquéllos respecto a
éstos; por otra parte, frente a las tentaciones fideístas, era
preciso recalcar la unidad de la verdad y, por consiguiente
también, la aportación positiva que el conocimiento racional
puede y debe dar al conocimiento de la fe: “Pero, aunque la fe
esté por encima de la razón, sin embargo, ninguna verdadera
disensión puede jamás darse entre la fe y la razón, como quiera
que el mismo Dios que revela los misterios e infunde la fe, puso
dentro del alma humana la luz de la razón, y Dios no puede
negarse a sí mismo ni la verdad contradecir jamás a la verdad”
(Conc. Ecum. Vat. I, Const. Dogm. Dei Filius sobre la fe católica, IV:
DS 3017).» (Fides et ratio, 53)
DISENSO
69
medios de comunicación social, es contrario a la comunión
eclesial y a la recta comprensión de la constitución jerárquica del
Pueblo de Dios. En la oposición a la enseñanza de los Pastores no
se puede reconocer una legítima expresión de la libertad cristiana
ni de las diversidades de los dones del Espíritu Santo. En este
caso, los Pastores tienen el deber de actuar de conformidad con
su misión apostólica, exigiendo que sea respetado siempre el
derecho de los fieles a recibir la doctrina católica en su pureza e
integridad.» (Veritatis splendor 113b)
E
ENCARNACIÓN
70
hondo proceso, entonces da frutos no sólo de adoración a Dios,
sino también de profunda maravilla de sí mismo” (Carta Enc.
Redemptor hominis (4 marzo 1979), 10: AAS 71 (1979), 274).»
(Veritatis splendor 8b)
«Los creyentes en Cristo deben, de modo particular, defender y
promover este derecho, conscientes de la maravillosa verdad
recordada por el Concilio Vaticano II: “el Hijo de Dios, con su
encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre”
(Const. Past. Gaudium et spes, 22). En efecto, en este
acontecimiento salvífico se revela a la humanidad no sólo el amor
infinito de Dios que “tanto amó al mundo que dio a su Hijo
único” (Jn 3, 16), sino también el valor incomparable de cada
persona humana.» (Evangelium vitae 2c)
¿Qué relación existe entre la encarnación y la realización de la
historia humana?
«La revelación de Dios se inserta, pues, en el tiempo y la historia;
más aún, la encarnación de Jesucristo tiene lugar en la “plenitud
de los tiempos” (Ga 4, 4). A dos mil años de distancia de aquel
acontecimiento, siento el deber de reafirmar con fuerza que “en
el cristianismo el tiempo tiene una importancia fundamental”
(Carta Ap. Tertio millennio adveniente (10 noviembre 1994), 10:
AAS 87 (1995), 11). En él tiene lugar toda la obra de la creación y
de la salvación y, sobre todo, destaca el hecho de que con la
encarnación del Hijo de Dios vivimos y anticipamos ya desde
ahora lo que será la plenitud del tiempo (cf. Hb 1, 2).» (Fides et
71
ratio, 11)
72
del mundo creado y de Dios mismo.» (Fides et ratio, 80)
¿Cuál es la importancia del misterio de la Encarnación para la
teología?
«El objetivo fundamental al que tiende la teología consiste en
presentar la inteligencia de la Revelación y el contenido de la fe.
Por tanto, el verdadero centro de su reflexión será la
contemplación del misterio mismo de Dios Trino. A Él se llega
reflexionando sobre el misterio de la encarnación del Hijo de
Dios: sobre su hacerse hombre y el consiguiente caminar hacia la
pasión y muerte, misterio que desembocará en su gloriosa
resurrección y ascensión a la derecha del Padre, de donde enviará
el Espíritu de la verdad para constituir y animar a su Iglesia. En
este horizonte, un objetivo primario de la teología es la
comprensión de la kenosis de Dios, verdadero gran misterio para
la mente humana, a la cual resulta inaceptable que el sufrimiento
y la muerte puedan expresar el amor que se da sin pedir nada a
cambio.» (Fides et ratio, 93)
EVANGELIZACIÓN
73
que está contenido en el mandato de Jesús resucitado, que define
la razón misma de la existencia de la Iglesia: “Id por todo el
mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16,
15).» (Veritatis splendor 106a)
74
«Como inteligencia de la Revelación, la teología en las diversas
épocas históricas ha debido afrontar siempre las exigencias de las
diferentes culturas para luego conciliar en ellas el contenido de la
fe con una conceptualización coherente. Hoy tiene también un
doble cometido. En efecto, por una parte debe desarrollar la labor
que el Concilio Vaticano II le encomendó en su momento: renovar
las propias metodologías para un servicio más eficaz a la
evangelización» (Fides et ratio, 92)
«La filosofía, además, es como el espejo en el que se refleja la
cultura de los pueblos. Una filosofía que, impulsada por las
exigencias de la teología, se desarrolla en coherencia con la fe,
forma parte de la “evangelización de la cultura” que Pablo VI
propuso como uno de los objetivos fundamentales de la
evangelización.» (Fides et ratio, 103)
EUTANASIA
«Además, en el conjunto del horizonte cultural no deja de influir
también una especie de actitud prometeica del hombre que, de
este modo, se cree señor de la vida y de la muerte porque decide
75
sobre ellas, cuando en realidad es derrotado y aplastado por una
muerte cerrada irremediablemente a toda perspectiva de sentido
y esperanza. Encontramos una trágica expresión de todo esto en
la difusión de la eutanasia, encubierta y subrepticia, practicada
abiertamente o incluso legalizada. Ésta, más que por una
presunta piedad ante el dolor del paciente, es justificada a veces
por razones utilitarias, de cara a evitar gastos innecesarios
demasiado costosos para la sociedad. Se propone así la
eliminación de los recién nacidos malformados, de los
minusválidos graves, de los impedidos, de los ancianos, sobre
todo si no son autosuficientes, y de los enfermos terminales. No
nos es lícito callar ante otras formas más engañosas, pero no
menos graves o reales, de eutanasia. Estas podrían producirse
cuando, por ejemplo, para aumentar la disponibilidad de órganos
para trasplante, se procede a la extracción de los órganos sin
respetar los criterios objetivos y adecuados que certifican la
muerte del donante.» (Evangelium vitae 15c)
«Para un correcto juicio moral sobre la eutanasia, es necesario
ante todo definirla con claridad. Por eutanasia en sentido
verdadero y propio se debe entender una acción o una omisión
que por su naturaleza y en la intención causa la muerte, con el fin
de eliminar cualquier dolor. “La eutanasia se sitúa, pues, en el
nivel de las intenciones o de los métodos usados” (Congregación
para la Doctrina de la Fe, Decl. Iura et bona sobre la eutanasia (5
76
mayo 1980), II: AAS 72 (1980), 546).» (Evangelium vitae 65a)
¿Cuál es la valoración moral que la Iglesia enseña sobre la
eutanasia?
«Compartir la intención suicida de otro y ayudarle a realizarla
mediante el llamado “suicidio asistido” significa hacerse
colaborador, y algunas veces autor en primera persona, de una
injusticia que nunca tiene justificación, ni siquiera cuando es
solicitada. “No es lícito –escribe con sorprendente actualidad
San Agustín– matar a otro, aunque éste lo pida y lo quiera y no
pueda ya vivir... para librar, con un golpe, el alma de aquellos
dolores, que luchaba con las ligaduras del cuerpo y quería
desasirse” (Epístola 204, 5: CSEL 57, 320). La eutanasia, aunque
no esté motivada por el rechazo egoísta de hacerse cargo de la
existencia del que sufre, debe considerarse como una falsa
piedad, más aún, como una preocupante ‘perversión’ de la
misma. En efecto, la verdadera ‘compasión’ hace solidarios con el
dolor de los demás, y no elimina a la persona cuyo sufrimiento no
se puede soportar. El gesto de la eutanasia aparece aún más
perverso si es realizado por quienes –como los familiares–
deberían asistir con paciencia y amor a su allegado, o por cuantos
–como los médicos–, por su profesión específica, deberían
cuidar al enfermo incluso en las condiciones terminales más
penosas.» (Evangelium vitae 66b)
«La opción de la eutanasia es más grave cuando se configura
como un homicidio que otros practican en una persona que no la
77
pidió de ningún modo y que nunca dio su consentimiento. Se
llega además al colmo del arbitrio y de la injusticia cuando
algunos, médicos o legisladores, se arrogan el poder de decidir
sobre quién debe vivir o morir. Así, se presenta de nuevo la
tentación del Edén: ser como Dios “conocedores del bien y del
mal” (Gén 3, 5). Sin embargo, sólo Dios tiene el poder sobre el
morir y el vivir: “Yo doy la muerte y doy la vida” (Dt 32, 39; cf. 2R
5, 7; 1 S 2, 6). Él ejerce su poder siempre y sólo según su designio
de sabiduría y de amor. Cuando el hombre usurpa este poder,
dominado por una lógica de necedad y de egoísmo, lo usa
fatalmente para la injusticia y la muerte. De este modo, la vida del
más débil queda en manos del más fuerte; se pierde el sentido de
la justicia en la sociedad y se mina en su misma raíz la confianza
recíproca, fundamento de toda relación auténtica entre las
personas.» (Evangelium vitae 66c)
¿Qué podemos pensar acerca de alguna ley civil que acepta la
eutanasia? ¿Cómo debemos considerarla?
«La primera y más inmediata aplicación de esta doctrina hace
referencia a la ley humana que niega el derecho fundamental y
originario a la vida, derecho propio de todo hombre. Así, las leyes
que, como el aborto y la eutanasia, legitiman la eliminación
directa de seres humanos inocentes están en total e insuperable
contradicción con el derecho inviolable a la vida inherente a
todos los hombres, y niegan, por tanto, la igualdad de todos ante
la ley. Se podría objetar que éste no es el caso de la eutanasia,
78
cuando es pedida por el sujeto interesado con plena conciencia.
Pero un Estado que legitimase una petición de este tipo y
autorizase a llevarla a cabo, estaría legalizando un caso de
suicidio-homicidio, contra los principios fundamentales de que
no se puede disponer de la vida y de la tutela de toda vida
inocente. De este modo se favorece una disminución del respeto a
la vida y se abre camino a comportamientos destructivos de la
confianza en las relaciones sociales.» (Evangelium vitae 72b)
«Por tanto, las leyes que autorizan y favorecen el aborto y la
eutanasia se oponen radicalmente no sólo al bien del individuo,
sino también al bien común y, por consiguiente, están privadas
totalmente de auténtica validez jurídica. En efecto, la negación
del derecho a la vida, precisamente porque lleva a eliminar la
persona en cuyo servicio tiene la sociedad su razón de existir, es
lo que se contrapone más directa e irreparablemente a la
posibilidad de realizar el bien común. De esto se sigue que,
cuando una ley civil legitima el aborto o la eutanasia deja de ser,
por ello mismo, una verdadera ley civil moralmente vinculante.»
(Evangelium vitae 72c).
¿Es lo mismo la eutanasia que la renuncia a lo que se denomina
“ensañamiento terapéutico”?
«De ella (la eutanasia) debe distinguirse la decisión de renunciar
al llamado “ensañamiento terapéutico”, o sea, ciertas
intervenciones médicas ya no adecuadas a la situación real del
enfermo, por ser desproporcionadas a los resultados que se
79
podrían esperar o, bien, por ser demasiado gravosas para él o su
familia. En estas situaciones, cuando la muerte se prevé
inminente e inevitable, se puede en conciencia “renunciar a unos
tratamientos que procurarían únicamente una prolongación
precaria y penosa de la existencia, sin interrumpir sin embargo
las curas normales debidas al enfermo en casos similares”
(Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Iura et bona sobre la
eutanasia (5 mayo 1980), IV: AAS 72 (1980), 551). Ciertamente
existe la obligación moral de curarse y hacerse curar, pero esta
obligación se debe valorar según las situaciones concretas; es
decir, hay que examinar si los medios terapéuticos a disposición
son objetivamente proporcionados a las perspectivas de mejoría.
La renuncia a medios extraordinarios o desproporcionados no
equivale al suicidio o a la eutanasia; expresa más bien la
aceptación de la condición humana ante la muerte.» (Evangelium
vitae 65b)
F
FAMILIA
¿Cuál debe ser la actitud de los responsables de la vida política y
del Estado hacia la familia?
«La Iglesia sabe que, en el contexto de las democracias
pluralistas, es difícil realizar una eficaz defensa legal de la vida
por la presencia de fuertes corrientes culturales de diversa
80
orientación. Sin embargo, movida por la certeza de que la verdad
moral encuentra un eco en la intimidad de cada conciencia,
anima a los políticos, comenzando por los cristianos, a no
resignarse y a adoptar aquellas decisiones que, teniendo en
cuenta las posibilidades concretas, lleven a restablecer un orden
justo en la afirmación y promoción del valor de la vida. En esta
perspectiva, es necesario poner de relieve que no basta con
eliminar las leyes inicuas. Hay que eliminar las causas que
favorecen los atentados contra la vida, asegurando sobre todo el
apoyo debido a la familia y a la maternidad: la política familiar
debe ser eje y motor de todas las políticas sociales. Por tanto, es
necesario promover iniciativas sociales y legislativas capaces de
garantizar condiciones de auténtica libertad en la decisión sobre
la paternidad y la maternidad; además, es necesario replantear
las políticas laborales, urbanísticas, de vivienda y de servicios
para que se puedan conciliar entre sí los horarios de trabajo y los
de la familia, y sea efectivamente posible la atención a los niños y
a los ancianos.» (Evangelium vitae 90d)
«Si es cierto que “el futuro de la humanidad se fragua en la
familia” (Exhort. Ap. Familiaris consortio (22 noviembre 1981), 86:
AAS 74 (1982), 188), se debe reconocer que las actuales
condiciones sociales, económicas y culturales hacen con
frecuencia más ardua y difícil la misión de la familia al servicio de
la vida. Para que pueda realizar su vocación de “santuario de la
vida”, como célula de una sociedad que ama y acoge la vida, es
necesario y urgente que la familia misma sea ayudada y apoyada.
Las sociedades y los Estados deben asegurarle todo el apoyo,
81
incluso económico, que es necesario para que las familias puedan
responder de un modo más humano a sus propios problemas. Por
su parte, la Iglesia debe promover incansablemente una pastoral
familiar que ayude a cada familia a redescubrir y vivir con alegría
y valor su misión en relación con el Evangelio de la vida.»
(Evangelium vitae 94c)
¿Qué papel le toca a la familia en lo referente a la defensa de la
vida?
«Dentro del “pueblo de la vida y para la vida”, es decisiva la
responsabilidad de la familia: es una responsabilidad que brota
de su propia naturaleza –la de ser comunidad de vida y de amor,
fundada sobre el matrimonio– y de su misión de “custodiar,
revelar y comunicar el amor” (Exhort. Ap. Familiaris consortio (22
noviembre 1981), 17: AAS 74 (1982), 100). Se trata del amor
mismo de Dios, cuyos colaboradores y como intérpretes en la
transmisión de la vida y en su educación según el designio del
Padre son los padres. Es, pues, el amor que se hace gratuidad,
acogida, entrega: en la familia cada uno es reconocido, respetado
y honrado por ser persona y, si hay alguno más necesitado, la
atención hacia él es más intensa y viva.» (Evangelium vitae 92a)
«La familia está llamada a esto a lo largo de la vida de sus
miembros, desde el nacimiento hasta la muerte. La familia es
verdaderamente “el santuario de la vida..., el ámbito donde la
vida, don de Dios, puede ser acogida y protegida de manera
adecuada contra los múltiples ataques a que está expuesta, y
82
puede desarrollarse según las exigencias de un auténtico
crecimiento humano” (Carta Enc. Centesimus annus (1 mayo
1991), 39: AAS 83 (1991), 842). Por esto, el papel de la familia en
la edificación de la cultura de la vida es determinante e
insustituible.» (Evangelium vitae 92b)
«Como iglesia doméstica, la familia está llamada a anunciar,
celebrar y servir el Evangelio de la vida. Es una tarea que
corresponde principalmente a los esposos, llamados a transmitir
la vida, siendo cada vez más conscientes del significado de la
procreación, como acontecimiento privilegiado en el cual se
manifiesta que la vida humana es un don recibido para ser a su
vez dado. En la procreación de una nueva vida los padres
descubren que el hijo, “si es fruto de su recíproca donación de
amor, es a su vez un don para ambos: un don que brota del don”
(Discurso a los participantes en el VII Simposio de obispos
europeos sobre el tema: “Las actitudes contemporáneas ante el
nacimiento y la muerte: un desafío para la evangelización” (17
octubre 1989), 5: Insegnamenti XII, 2 (1989), 945).» (Evangelium
vitae 92c)
«Es principalmente mediante la educación de los hijos como la
familia cumple su misión de anunciar el Evangelio de la vida. Con
la palabra y el ejemplo, en las relaciones y decisiones cotidianas,
y mediante gestos y expresiones concretas, los padres inician a
sus hijos en la auténtica libertad, que se realiza en la entrega
sincera de sí, y cultivan en ellos el respeto del otro, el sentido de
83
la justicia, la acogida cordial, el diálogo, el servicio generoso, la
solidaridad y los demás valores que ayudan a vivir la vida como
un don. La tarea educadora de los padres cristianos debe ser un
servicio a la fe de los hijos y una ayuda para que ellos cumplan la
vocación recibida de Dios. Pertenece a la misión educativa de los
padres enseñar y testimoniar a los hijos el sentido verdadero del
sufrimiento y de la muerte. Lo podrán hacer si saben estar
atentos a cada sufrimiento que encuentren a su alrededor y,
principalmente, si saben desarrollar actitudes de cercanía,
asistencia y participación hacia los enfermos y ancianos dentro
del ámbito familiar.» (Evangelium vitae 92d)
¿Qué otros medios tiene a su alcance la familia cristiana para
cumplir su tarea en defensa de la vida?
«Además, la familia celebra el Evangelio de la vida con la oración
cotidiana, individual y familiar: con ella alaba y da gracias al
Señor por el don de la vida e implora luz y fuerza para afrontar los
momentos de dificultad y de sufrimiento, sin perder nunca la
esperanza. Pero la celebración que da significado a cualquier otra
forma de oración y de culto es la que se expresa en la vida
cotidiana de la familia, si es una vida hecha de amor y entrega.»
(Evangelium vitae 93a)
«De este modo la celebración se transforma en un servicio al
Evangelio de la vida, que se expresa por medio de la solidaridad,
experimentada dentro y alrededor de la familia como atención
solícita, vigilante y cordial en las pequeñas y humildes cosas de
84
cada día. Una expresión particularmente significativa de
solidaridad entre las familias es la disponibilidad a la adopción o
a la acogida temporal de niños abandonados por sus padres o en
situaciones de grave dificultad. El verdadero amor paterno y
materno va más allá de los vínculos de carne y sangre acogiendo
incluso a niños de otras familias, ofreciéndoles todo lo necesario
para su vida y pleno desarrollo. Entre las formas de adopción,
merece ser considerada también la adopción a distancia,
preferible en los casos en los que el abandono tiene como único
motivo las condiciones de grave pobreza de una familia. En
efecto, con esta forma de adopción se ofrecen a los padres las
ayudas necesarias para mantener y educar a los propios hijos, sin
tener que desarraigarlos de su ambiente natural.» (Evangelium
vitae 93b)
FIDEÍSMO
¿Qué es el fideísmo?
85
período muchos católicos sintieron el deber de contraponer una
filosofía propia a las diversas corrientes del pensamiento
moderno. Por este motivo, el Magisterio de la Iglesia se vio
obligado a vigilar que estas filosofías no se desviasen, a su vez,
hacia formas erróneas y negativas. Fueron así censurados al
mismo tiempo, por una parte, el fideísmo y el tradicionalismo
radical, por su desconfianza en las capacidades naturales de la
razón; y por otra, el racionalismo y el ontologismo, porque
atribuían a la razón natural lo que es cognoscible sólo a la luz de
la fe. Los contenidos positivos de este debate se formalizaron en
la Constitución dogmática Dei Filius, con la que por primera vez
un Concilio ecuménico, el Vaticano I, intervenía solemnemente
sobre las relaciones entre la razón y la fe». (Fides et ratio, 52)
FILOSOFÍA
¿Qué es la filosofía y qué papel juega en la existencia del
hombre?
«El hombre tiene muchos medios para progresar en el
conocimiento de la verdad, de modo que puede hacer cada vez
más humana la propia existencia. Entre estos destaca la filosofía,
que contribuye directamente a formular la pregunta sobre el
sentido de la vida y a trazar la respuesta: ésta, en efecto, se
configura como una de las tareas más nobles de la humanidad. El
término filosofía según la etimología griega significa “amor a la
sabiduría”. De hecho, la filosofía nació y se desarrolló desde el
momento en que el hombre empezó a interrogarse sobre el
86
porqué de las cosas y su finalidad. De modos y formas diversas,
muestra que el deseo de verdad pertenece a la naturaleza misma
del hombre. El interrogarse sobre el porqué de las cosas es
inherente a su razón, aunque las respuestas que se han ido dando
se enmarcan en un horizonte que pone en evidencia la
complementariedad de las diferentes culturas en las que vive el
hombre.» (Fides et ratio, 3).
«La Iglesia, por su parte, aprecia el esfuerzo de la razón por
alcanzar los objetivos que hagan cada vez más digna la existencia
personal. Ella ve en la filosofía el camino para conocer verdades
fundamentales relativas a la existencia del hombre. Al mismo
tiempo, considera a la filosofía como una ayuda indispensable
para profundizar la inteligencia de la fe y comunicar la verdad del
Evangelio a cuantos aún no la conocen.» (Fides et ratio, 5)
87
favoreciendo el desarrollo de la cultura y de la historia. La
antropología, la lógica, las ciencias naturales, la historia, el
lenguaje..., de alguna manera se ha abarcado todas las ramas del
saber. Sin embargo, los resultados positivos alcanzados no deben
llevar a descuidar el hecho de que la razón misma, movida a
indagar de forma unilateral sobre el hombre como sujeto, parece
haber olvidado que éste está también llamado a orientarse hacia
una verdad que lo trasciende. Sin esta referencia, cada uno queda
a merced del arbitrio y su condición de persona acaba por ser
valorada con criterios pragmáticos basados esencialmente en el
dato experimental, en el convencimiento erróneo de que todo
debe ser dominado por la técnica. Así ha sucedido que, en lugar
de expresar mejor la tendencia hacia la verdad, bajo tanto peso la
razón saber se ha doblegado sobre sí misma haciéndose, día tras
día, incapaz de levantar la mirada hacia lo alto para atreverse a
alcanzar la verdad del ser. La filosofía moderna, dejando de
orientar su investigación sobre el ser, ha concentrado la propia
búsqueda sobre el conocimiento humano. En lugar de apoyarse
sobre la capacidad que tiene el hombre para conocer la verdad, ha
preferido destacar sus límites y condicionamientos.
Ello ha derivado en varias formas de agnosticismo y de
relativismo, que han llevado la investigación filosófica a perderse
en las arenas movedizas de un escepticismo general.
Recientemente han adquirido cierto relieve diversas doctrinas
que tienden a infravalorar incluso las verdades que el hombre
estaba seguro de haber alcanzado. La legítima pluralidad de
posiciones ha dado paso a un pluralismo indiferenciado, basado
88
en el convencimiento de que todas las posiciones son igualmente
válidas. Este es uno de los síntomas más difundidos de la
desconfianza en la verdad que es posible encontrar en el contexto
actual. No se substraen a esta prevención ni siquiera algunas
concepciones de vida provenientes de Oriente; en ellas, en efecto,
se niega a la verdad su carácter exclusivo, partiendo del
presupuesto de que se manifiesta de igual manera en diversas
doctrinas, incluso contradictorias entre sí. En esta perspectiva,
todo se reduce a opinión. Se tiene la impresión de que se trata de
un movimiento ondulante: mientras por una parte la reflexión
filosófica ha logrado situarse en el camino que la hace cada vez
más cercana a la existencia humana y a su modo de expresarse,
por otra tiende a hacer consideraciones existenciales,
hermenéuticas o lingüísticas que prescinden de la cuestión
radical sobre la verdad de la vida personal, del ser y de Dios. En
consecuencia han surgido en el hombre contemporáneo, y no
sólo entre algunos filósofos, actitudes de difusa desconfianza
respecto de los grandes recursos cognoscitivos del ser humano.
Con falsa modestia, se conforman con verdades parciales y
provisionales, sin intentar hacer preguntas radicales sobre el
sentido y el fundamento último de la vida humana, personal y
social. Ha decaído, en definitiva, la esperanza de poder recibir de
la filosofía respuestas definitivas a tales preguntas.» (Fides et
ratio, 5)
89
«La relación del cristiano con la filosofía, pues, requiere un
discernimiento radical. En el Nuevo Testamento, especialmente
en las Cartas de san Pablo, hay un dato que sobresale con mucha
claridad: la contraposición entre “la sabiduría de este mundo” y
la de Dios revelada en Jesucristo. La profundidad de la sabiduría
revelada rompe nuestros esquemas habituales de reflexión, que
no son capaces de expresarla de manera adecuada.
El comienzo de la Primera Carta a los Corintios presenta este
dilema con radicalidad. El Hijo de Dios crucificado es el
acontecimiento histórico contra el cual se estrella todo intento de
la mente de construir sobre argumentaciones solamente
humanas una justificación suficiente del sentido de la existencia.
El verdadero punto central, que desafía toda filosofía, es la
muerte de Jesucristo en la cruz (…) Hablando el lenguaje de los
filósofos contemporáneos suyos, Pablo alcanza el culmen de su
enseñanza y de la paradoja que quiere expresar: “Dios ha elegido
en el mundo lo que es nada para convertir en nada las cosas que
son” (1 Co 1, 28). Para poner de relieve la naturaleza de la
gratuidad del amor revelado en la Cruz de Cristo, el Apóstol no
tiene miedo de usar el lenguaje más radical que los filósofos
empleaban en sus reflexiones sobre Dios. La razón no puede
vaciar el misterio de amor que la Cruz representa, mientras que
ésta puede dar a la razón la respuesta última que busca. No es la
sabiduría de las palabras, sino la Palabra de la Sabiduría lo que
san Pablo pone como criterio de verdad, y a la vez, de salvación.
La sabiduría de la Cruz, pues, supera todo límite cultural que se le
quiera imponer y obliga a abrirse a la universalidad de la verdad,
90
de la que es portadora. ¡Qué desafío más grande se le presenta a
nuestra razón y qué provecho obtiene si no se rinde! La filosofía,
que por sí misma es capaz de reconocer el incesante trascenderse
del hombre hacia la verdad, ayudada por la fe puede abrirse a
acoger en la “locura” de la Cruz la auténtica crítica de los que
creen poseer la verdad, aprisionándola entre los recovecos de su
sistema. La relación entre fe y filosofía encuentra en la
predicación de Cristo crucificado y resucitado el escollo contra el
cual puede naufragar, pero por encima del cual puede
desembocar en el océano sin límites de la verdad. Aquí se
evidencia la frontera entre la razón y la fe, pero se aclara también
el espacio en el cual ambas pueden encontrarse.» (Fides et ratio,
23)
«En este último período de la historia de la filosofía se constata,
pues, una progresiva separación entre la fe y la razón filosófica.
Es cierto que, si se observa atentamente, incluso en la reflexión
filosófica de aquellos que han contribuido a aumentar la distancia
entre fe y razón aparecen a veces gérmenes preciosos de
pensamiento que, profundizados y desarrollados con rectitud de
mente y corazón, pueden ayudar a descubrir el camino de la
verdad. Estos gérmenes de pensamiento se encuentran, por
ejemplo, en los análisis profundos sobre la percepción y la
experiencia, lo imaginario y el inconsciente, la personalidad y la
intersubjetividad, la libertad y los valores, el tiempo y la historia;
incluso el tema de la muerte puede llegar a ser para todo
91
pensador una seria llamada a buscar dentro de sí mismo el
sentido auténtico de la propia existencia. Sin embargo, esto no
quita que la relación actual entre la fe y la razón exija un atento
esfuerzo de discernimiento, ya que tanto la fe como la razón se
han empobrecido y debilitado una ante la otra. La razón, privada
de la aportación de la Revelación, ha recorrido caminos
secundarios que tienen el peligro de hacerle perder de vista su
meta final. La fe, privada de la razón, ha subrayado el
sentimiento y la experiencia, corriendo el riesgo de dejar de ser
una propuesta universal. Es ilusorio pensar que la fe, ante una
razón débil, tenga mayor incisividad; al contrario, cae en el grave
peligro de ser reducida a mito o superstición. Del mismo modo,
una razón que no tenga ante sí una fe adulta no se siente
motivada a dirigir la mirada hacia la novedad y radicalidad del
ser.
No es inoportuna, por tanto, mi llamada fuerte e incisiva para que
la fe y la filosofía recuperen la unidad profunda que les hace
capaces de ser coherentes con su naturaleza en el respeto de la
recíproca autonomía. A la parresía de la fe debe corresponder la
audacia de la razón.» (Fides et ratio, 48)
«Una segunda posición de la filosofía es la que muchos designan
con la expresión filosofía cristiana. La denominación es en sí
misma legítima, pero no debe ser mal interpretada: con ella no se
pretende aludir a una filosofía oficial de la Iglesia, puesto que la
92
fe como tal no es una filosofía. Con este apelativo se quiere
indicar más bien un modo de filosofar cristiano, una
especulación filosófica concebida en unión vital con la fe. No se
hace referencia simplemente, pues, a una filosofía hecha por
filósofos cristianos, que en su investigación no han querido
contradecir su fe. Hablando de filosofía cristiana se pretende
abarcar todos los progresos importantes del pensamiento
filosófico que no se hubieran realizado sin la aportación, directa o
indirecta, de la fe cristiana.
Dos son, por tanto, los aspectos de la filosofía cristiana: uno
subjetivo, que consiste en la purificación de la razón por parte de
la fe. Como virtud teologal, la fe libera la razón de la presunción,
tentación típica a la que los filósofos están fácilmente sometidos.
Ya san Pablo y los Padres de la Iglesia y, más cercanos a nuestros
días, filósofos como Pascal y Kierkegaard la han estigmatizado.
Con la humildad, el filósofo adquiere también el valor de afrontar
algunas cuestiones que difícilmente podría resolver sin
considerar los datos recibidos de la Revelación. Piénsese, por
ejemplo, en los problemas del mal y del sufrimiento, en la
identidad personal de Dios y en la pregunta sobre el sentido de la
vida o, más directamente, en la pregunta metafísica radical:
“¿Por qué existe algo?”.
Además está el aspecto objetivo, que afecta a los contenidos. La
Revelación propone claramente algunas verdades que, aun no
siendo por naturaleza inaccesibles a la razón, tal vez no hubieran
sido nunca descubiertas por ella, si se la hubiera dejado sola. En
este horizonte se sitúan cuestiones como el concepto de un Dios
93
personal, libre y creador, que tanta importancia ha tenido para el
desarrollo del pensamiento filosófico y, en particular, para la
filosofía del ser. A este ámbito pertenece también la realidad del
pecado, tal y como aparece a la luz de la fe, la cual ayuda a
plantear filosóficamente de modo adecuado el problema del mal.
Incluso la concepción de la persona como ser espiritual es una
originalidad peculiar de la fe. El anuncio cristiano de la dignidad,
de la igualdad y de la libertad de los hombres ha influido
ciertamente en la reflexión filosófica que los modernos han
llevado a cabo. Se puede mencionar, como más cercano a
nosotros, el descubrimiento de la importancia que tiene también
para la filosofía el hecho histórico, centro de la Revelación
cristiana. No es casualidad que el hecho histórico haya llegado a
ser eje de una filosofía de la historia, que se presenta como un
nuevo capítulo de la búsqueda humana de la verdad.
Entre los elementos objetivos de la filosofía cristiana está
también la necesidad de explorar el carácter racional de algunas
verdades expresadas por la Sagrada Escritura, como la
posibilidad de una vocación sobrenatural del hombre e incluso el
mismo pecado original. Son tareas que llevan a la razón a
reconocer que lo verdadero racional supera los estrechos
confines dentro de los que ella tendería a encerrarse. Estos temas
amplían de hecho el ámbito de lo racional.
Al especular sobre estos contenidos, los filósofos no se han
convertido en teólogos, ya que no han buscado comprender e
ilustrar la verdad de la fe a partir de la Revelación. Han trabajado
en su propio campo y con su propia metodología puramente
94
racional, pero ampliando su investigación a nuevos ámbitos de la
verdad. Se puede afirmar que, sin este influjo estimulante de la
Palabra de Dios, buena parte de la filosofía moderna y
contemporánea no existiría. Este dato conserva toda su
importancia, incluso ante la constatación decepcionante del
abandono de la ortodoxia cristiana por parte de no pocos
pensadores de estos últimos siglos.» (Fides et ratio, 76)
95
privilegiado para el encuentro con el ser y, por tanto, con la
reflexión metafísica.
Dondequiera que el hombre descubra una referencia a lo absoluto
y a lo trascendente, se le abre un resquicio de la dimensión
metafísica de la realidad: en la verdad, en la belleza, en los
valores morales, en las demás personas, en el ser mismo y en
Dios. Un gran reto que tenemos al final de este milenio es el de
saber realizar el paso, tan necesario como urgente, del fenómeno
al fundamento. No es posible detenerse en la sola experiencia;
incluso cuando ésta expresa y pone de manifiesto la interioridad
del hombre y su espiritualidad, es necesario que la reflexión
especulativa llegue hasta su naturaleza espiritual y el
fundamento en que se apoya.» (Fides et ratio, 83)
¿Qué pide el Papa Juan Pablo II a los filósofos?
«Mi llamada se dirige, además, a los filósofos y a los profesores
de filosofía, para que tengan la valentía de recuperar, siguiendo
una tradición filosófica perennemente válida, las dimensiones de
auténtica sabiduría y de verdad, incluso metafísica, del
pensamiento filosófico. Que se dejen interpelar por las exigencias
que provienen de la palabra de Dios y estén dispuestos a realizar
su razonamiento y argumentación como respuesta a las mismas.
Que se orienten siempre hacia la verdad y estén atentos al bien
que ella contiene. De este modo podrán formular la ética
auténtica que la humanidad necesita con urgencia,
particularmente en estos años. La Iglesia sigue con atención y
simpatía sus investigaciones; pueden estar seguros, pues, del
96
respeto que ella tiene por la justa autonomía de su ciencia. De
modo particular, deseo alentar a los creyentes que trabajan en el
campo de la filosofía, a fin de que iluminen los diversos ámbitos
de la actividad humana con el ejercicio de una razón que es más
segura y perspicaz por la ayuda que recibe de la fe.» (Fides et ratio,
106)
FUENTES DE LA MORALIDAD
¿Qué son las fuentes de la moralidad? ¿De qué depende
fundamentalmente la moralidad del acto humano?
«…¿De qué depende la cualificación moral del obrar libre del
hombre? ¿Cómo se asegura esta ordenación de los actos humanos
hacia Dios? ¿Solamente de la intención que sea conforme al bien
último, al bien supremo, o de las circunstancias –y en particular,
de las consecuencias– que contradistinguen el obrar del hombre,
o no depende también –y sobre todo– del objeto mismo de los
actos humanos?
Este es el problema llamado tradicionalmente de las “fuentes de
la moralidad”. Precisamente con relación a este problema, en las
últimas décadas se han manifestado nuevas –o restauradas–
tendencias culturales y teológicas que exigen un cuidadoso
discernimiento por parte del Magisterio de la Iglesia.» (Veritatis
splendor 74)
«La moralidad del acto humano depende sobre todo y
fundamentalmente del objeto elegido racionalmente por la
voluntad deliberada, como lo prueba también el penetrante
97
análisis, aún válido, de santo Tomás. Así pues, para poder
aprehender el objeto de un acto, que lo especifica moralmente,
hay que situarse en la perspectiva de la persona que actúa. En
efecto, el objeto del acto del querer es un comportamiento
elegido libremente. Y en cuanto es conforme con el orden de la
razón, es causa de la bondad de la voluntad, nos perfecciona
moralmente y nos dispone a reconocer nuestro fin último en el
bien perfecto, el amor originario. Así pues, no se puede tomar
como objeto de un determinado acto moral un proceso o un
evento de orden físico solamente, que se valora en cuanto origina
un determinado estado de cosas en el mundo externo. El objeto es
el fin próximo de una elección deliberada que determina el acto
del querer de la persona que actúa. En este sentido, como enseña
el Catecismo de la Iglesia católica, “hay comportamientos
concretos cuya elección es siempre errada porque ésta comporta
un desorden de la voluntad, es decir, un mal moral” (Catecismo
de la Iglesia católica, n. 1761). “Sucede frecuentemente –afirma
el Aquinate– que el hombre actúe con buena intención, pero sin
provecho espiritual porque le falta la buena voluntad. Por
ejemplo, uno roba para ayudar a los pobres: en este caso, si bien
la intención es buena, falta la rectitud de la voluntad porque las
obras son malas. En conclusión, la buena intención no autoriza a
hacer ninguna obra mala.» «Algunos dicen: hagamos el mal para
que venga el bien. Estos bien merecen la propia condena» (Rom 3,
8)” (In duo praecepta caritatis et in decem legis praecepta. De
Dilectione Dei. Opuscula Theologica II, n. 1168, Ed. Taurinens.
(1954), 250).» (Veritatis splendor 78a)
98
G
GRACIA
¿Cuál es la importancia de la gracia en la realización plena del
hombre?
«De esta manera, se manifiesta el rostro verdadero y original del
mandamiento del amor y de la perfección a la que está ordenado;
se trata de una posibilidad abierta al hombre exclusivamente por
la gracia, por el don de Dios, por su amor. Por otra parte,
precisamente la conciencia de haber recibido el don, de poseer en
Jesucristo el amor de Dios, genera y sostiene la respuesta
responsable de un amor pleno hacia Dios y entre los hermanos,
como recuerda con insistencia el apóstol Juan en su primera
Carta: “Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de
Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien
no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor... Queridos, si
Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos
amarnos unos a otros... Nosotros amemos, porque él nos amó
primero” (1 Jn 4, 7-8. 11. 19).» (Veritatis splendor 24a)
«Esta relación inseparable entre la gracia del Señor y la libertad
del hombre, entre el don y la tarea, ha sido expresada en
99
términos sencillos y profundos por san Agustín, que oraba de
esta manera: “Da quod iubes et iube quod vis” (Da lo que mandas
y manda lo que quieras) (Confesiones, X, 29, 40: CCL 27, 176; cf.
De gratia et libero arbitrio, XV: PL 44, 899).» (Veritatis splendor
24b)
«En realidad, el hombre no va a la perdición solamente por la
infidelidad a la opción fundamental, según la cual se ha
entregado “entera y libremente a Dios”. Con cualquier pecado
mortal cometido deliberadamente, el hombre ofende a Dios que
ha dado la ley y, por tanto, se hace culpable frente a toda la ley
(cf. Sant 2, 8-11); a pesar de conservar la fe, pierde la “gracia
santificante”, la ‘caridad’ y la “bienaventuranza eterna”. “La
gracia de la justificación que se ha recibido –enseña el Concilio
de Trento– no sólo se pierde por la infidelidad, por la cual se
pierde incluso la fe, sino por cualquier otro pecado mortal” (Ses.
VI, Decreto sobre la justificación Cum hoc tempore, cap. 15; DS 1544;
can. 19: DS 1569). » (Veritatis splendor 68b)
H
HISTORIA
100
¿Qué importancia tiene la historia para la fe cristiana?
«La verdad que Dios ha comunicado al hombre sobre sí mismo y
sobre su vida se inserta, pues, en el tiempo y en la historia. Es
verdad que ha sido pronunciada de una vez para siempre en el
misterio de Jesús de Nazaret. » (Fides et ratio, 11)
«Así pues, la historia es el lugar donde podemos constatar la
acción de Dios en favor de la humanidad. Él se nos manifiesta en
lo que para nosotros es más familiar y fácil de verificar, porque
pertenece a nuestro contexto cotidiano, sin el cual no llegaríamos
a comprendernos.» (Fides et ratio, 12)
¿Puede ser la historia materia o punto de partida para la
reflexión filosófica?
«Se puede mencionar, como más cercano a nosotros, el
descubrimiento de la importancia que tiene también para la
filosofía el hecho histórico, centro de la Revelación cristiana. No
es casualidad que el hecho histórico haya llegado a ser eje de una
filosofía de la historia, que se presenta como un nuevo capítulo
de la búsqueda humana de la verdad.» (Fides et ratio, 76)
HISTORICISMO
101
«La tesis fundamental del historicismo consiste en establecer la
verdad de una filosofía sobre la base de su adecuación a un
determinado período y a un determinado objetivo histórico. De
este modo, al menos implícitamente, se niega la validez perenne
de la verdad. Lo que era verdad en una época, sostiene el
historicista, puede no serlo ya en otra. En fin, la historia del
pensamiento es para él poco más que una pieza arqueológica a la
que se recurre para poner de relieve posiciones del pasado en
gran parte ya superadas y carentes de significado para el
presente. Por el contrario, se debe considerar además que,
aunque la formulación esté en cierto modo vinculada al tiempo y
a la cultura, la verdad o el error expresados en ellas se pueden
reconocer y valorar como tales en todo caso, no obstante la
distancia espacio-temporal.
En la reflexión teológica, el historicismo tiende a presentarse
muchas veces bajo una forma de ‘modernismo’. Con la justa
preocupación de actualizar la temática teológica y hacerla
asequible a los contemporáneos, se recurre sólo a las
afirmaciones y jerga filosófica más recientes, descuidando las
observaciones críticas que se deberían hacer eventualmente a la
luz de la tradición. Esta forma de modernismo, por el hecho de
sustituir la actualidad por la verdad, se muestra incapaz de
satisfacer las exigencias de verdad a la que la teología debe dar
respuesta.» (Fides et ratio, 87)
HOMBRE
¿Cuál es la enseñanza fundamental de Juan Pablo II sobre el
102
hombre?
«La luz del rostro de Dios resplandece con toda su belleza en el
rostro de Jesucristo, “imagen de Dios invisible” (Col 1, 15),
“resplandor de su gloria” (Heb 1, 3), “lleno de gracia y de verdad”
(Jn 1, 14): Él es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). Por esto
la respuesta decisiva a cada interrogante del hombre, en
particular a sus interrogantes religiosos y morales, la da
Jesucristo; más aún, como recuerda el Concilio Vaticano II, la
respuesta es la persona misma de Jesucristo: “Realmente, el
misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo
encarnado. Pues Adán, el primer hombre, era figura del que había
de venir, es decir, de Cristo, el Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la
misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta
plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la
grandeza de su vocación” (GS 22).» (Veritatis splendor 2b)
103
–y no sólo según pautas y medidas de su propio ser que son
inmediatas, parciales, a veces superficiales e incluso aparentes–,
debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad
y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo.
Debe, por decirlo así, entrar en Él con todo su ser. Debe
«apropiarse» y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la
Redención para encontrarse a sí mismo. Si se realiza en él este
hondo proceso, entonces da frutos no sólo de adoración a Dios,
sino también de profunda maravilla de sí mismo” (Carta Enc.
Redemptor hominis (4 marzo 1979), 10; AAS 71 (1979), 274).»
(Veritatis splendor 8b)
Entonces, ¿cómo podría definirse el fin último de todo ser
humano?
«La Iglesia, iluminada por las palabras del Maestro, cree que el
hombre, hecho a imagen del Creador, redimido con la sangre de
Cristo y santificado por la presencia del Espíritu Santo, tiene
como fin último de su vida ser “alabanza de la gloria” de Dios (cf.
Ef 1, 12), haciendo así que cada una de sus acciones refleje su
esplendor. “Conócete a ti misma, alma hermosa: tú eres la
imagen de Dios –escribe san Ambrosio–. Conócete a ti mismo,
hombre: tú eres la gloria de Dios (1 Cor 11, 7). Escucha de qué
modo eres su gloria. Dice el profeta: Tu ciencia es misteriosa para
mí (Sal 138, 6), es decir: tu majestad es más admirable en mi
obra, tu sabiduría es exaltada en la mente del hombre. Mientras
me considero a mí mismo, a quien tú escrutas en los secretos
104
pensamientos y en los sentimientos íntimos, reconozco los
misterios de tu ciencia. Por tanto, conócete a ti mismo, hombre,
lo grande que eres y vigila sobre ti...” (Exameron, dies VI, sermo
IX, 8, 50: CSEL 32, 241).» (Veritatis splendor 10a)
¿Cuáles son las preguntas fundamentales que todo hombre ha de
hacerse y de las cuales depende la realización de la propia vida?
«Deseo enunciar los principios necesarios para el discernimiento
de lo que es contrario a la “doctrina sana”, recordando aquellos
elementos de la enseñanza moral de la Iglesia que hoy parecen
particularmente expuestos al error, a la ambigüedad o al olvido.
Por otra parte, son elementos de los cuales depende la “respuesta
a los enigmas recónditos de la condición humana que, hoy como
ayer, conmueven íntimamente los corazones: ¿Qué es el
hombre?¿Cuál es el sentido y el fin de nuestra vida?¿Qué es el
bien y qué el pecado?¿Cuál es el origen y el fin del dolor?¿Cuál es
el camino para conseguir la verdadera felicidad?¿Qué es la
muerte, el juicio y la retribución después de la muerte?¿Cuál es,
finalmente, ese misterio último e inefable que abarca nuestra
existencia, del que procedemos y hacia el que nos dirigimos?”
(Conc. Ecum. Vat. II, Declaración sobre las relaciones de la Iglesia
con las religiones no cristianas nostra aetate, 1).» (Veritatis
splendor 30a)
«Estos y otros interrogantes, como ¿qué es la libertad y cuál es su
relación con la verdad contenida en la ley de Dios?, ¿cuál es el
papel de la conciencia en la formación de la concepción moral del
105
hombre?, ¿cómo discernir, de acuerdo con la verdad sobre el
bien, los derechos y deberes concretos de la persona humana?, se
pueden resumir en la pregunta fundamental que el joven del
Evangelio hizo a Jesús: “Maestro bueno, ¿qué he de hacer para
tener en herencia la vida eterna?”. Enviada por Jesús a predicar el
Evangelio y a “hacer discípulos a todas las gentes...,
enseñándoles a guardar todo lo que él ha mandado” (cf. Mt 28,
19-20), la Iglesia propone nuevamente, todavía hoy, la respuesta
del Maestro.» (Veritatis splendor 30b)
¿Qué tarea le ha confiado Dios al hombre? ¿Implica ello una
responsabilidad del hombre para sí mismo?
«Gobernar el mundo constituye ya para el hombre un cometido
grande y lleno de responsabilidad, que compromete su libertad a
obedecer al Creador: “Henchid la tierra y sometedla” (Gén 1, 28).
Bajo este aspecto cada hombre, así como la comunidad humana,
tiene una justa autonomía a la cual la Constitución conciliar
Gaudium et spes dedica una especial atención. Es la autonomía de
las realidades terrenas, la cual significa que “las cosas creadas y
las sociedades mismas gozan de leyes y valores propios que el
hombre ha de descubrir, aplicar y ordenar paulatinamente”
(Gaudium et spes 36).» (Veritatis splendor 38b).
«No sólo el mundo, sino también el hombre mismo ha sido
confiado a su propio cuidado y responsabilidad. Dios lo ha dejado
“en manos de su propio albedrío” (Eclo 15, 14), para que buscase
a su creador y alcanzase libremente la perfección. Alcanzar
106
significa edificar personalmente en sí mismo esta perfección. En
efecto, igual que gobernando el mundo el hombre lo configura
según su inteligencia y voluntad, realizando así actos
moralmente buenos el hombre confirma, desarrolla y consolida
en sí mismo la semejanza con Dios.» (Veritatis splendor 39a)
107
y la técnica –testimonio espléndido de las capacidades de la
inteligencia y de la tenacidad de los hombres–, no exime a la
humanidad de plantearse los interrogantes religiosos
fundamentales, sino que más bien la estimula a afrontar las
luchas más dolorosas y decisivas, como son las del corazón y de
la conciencia moral.» (Veritatis splendor 1c)
«En la búsqueda de las raíces más profundas de la lucha entre la
“cultura de la vida” y la “cultura de la muerte”, no basta
detenerse en la idea perversa de libertad anteriormente señalada.
Es necesario llegar al centro del drama vivido por el hombre
contemporáneo: el eclipse del sentido de Dios y del hombre,
característico del contexto social y cultural dominado por el
secularismo, que con sus tentáculos penetrantes no deja de poner
a prueba, a veces, a las mismas comunidades cristianas. Quien se
deja contagiar por esta atmósfera, entra fácilmente en el
torbellino de un terrible círculo vicioso: perdiendo el sentido de
Dios, se tiende a perder también el sentido del hombre, de su
dignidad y de su vida. A su vez, la violación sistemática de la ley
moral, especialmente en el grave campo del respeto de la vida
humana y su dignidad, produce una especie de progresiva
ofuscación de la capacidad de percibir la presencia vivificante y
salvadora de Dios.» (Evangelium vitae 21a)
«Por esto, cuando se pierde el sentido de Dios, también el sentido
del hombre queda amenazado y contaminado, como afirma
108
lapidariamente el Concilio Vaticano II: “La criatura sin el Creador
desaparece... Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura
queda oscurecida” (Const. Past. Gaudium et spes sobre la Iglesia
en el mundo actual, 36). El hombre no puede ya entenderse como
“misteriosamente otro” respecto a las demás criaturas terrenas;
se considera como uno de tantos seres vivientes, como un
organismo que, a lo sumo, ha alcanzado un estadio de perfección
muy elevado. Encerrado en el restringido horizonte de su
materialidad, se reduce de este modo a “una cosa”, y ya no
percibe el carácter trascendente de su “existir como hombre”. No
considera ya la vida como un don espléndido de Dios, una
realidad ‘sagrada’ confiada a su responsabilidad y, por tanto, a su
custodia amorosa, a su «veneración». La vida llega a ser
simplemente “una cosa”, que el hombre reivindica como su
propiedad exclusiva, totalmente dominable y manipulable.»
(Evangelium vitae 22a)
I
IGLESIA
«Jesucristo, “luz de los pueblos”, ilumina el rostro de su Iglesia,
la cual es enviada por Él para anunciar el Evangelio a toda
criatura (cf. Mc 16, 15). Así la Iglesia, pueblo de Dios en medio de
las naciones, mientras mira atentamente a los nuevos desafíos de
la historia y a los esfuerzos que los hombres realizan en la
109
búsqueda del sentido de la vida, ofrece a todos la respuesta que
brota de la verdad de Jesucristo y de su Evangelio. En la Iglesia
está siempre viva la conciencia de su “deber permanente de
escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz
del Evangelio, de forma que, de manera adecuada a cada
generación, pueda responder a los permanentes interrogantes de
los hombres sobre el sentido de la vida presente y futura y sobre
la relación mutua entre ambas” (Conc. Ecum. Vat. II, Const. Past.
Sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 4).» (Veritatis
splendor 2c)
«Para que los hombres puedan realizar este ‘encuentro’ con
Cristo, Dios ha querido su Iglesia. En efecto, ella “desea servir
solamente para este fin: que todo hombre pueda encontrar a
Cristo, de modo que Cristo pueda recorrer con cada uno el camino
de la vida” (Carta Enc. Redemptor hominis (4 marzo 1979), 13: AAS
71 (1979), 282).» (Veritatis splendor 7b)
¿De qué manera el cristiano se une a Cristo, y por ende, a la
Iglesia?
«Inserido en Cristo, el cristiano se convierte en miembro de su
Cuerpo, que es la Iglesia (cf. 1 Cor 12, 13. 27). Bajo el impulso del
Espíritu, el Bautismo configura radicalmente al fiel con Cristo en
el misterio pascual de la muerte y resurrección, lo ‘reviste’ de
Cristo (cf. Gál 3, 27): “Felicitémonos y demos gracias –dice san
Agustín dirigiéndose a los bautizados—: hemos llegado a ser no
solamente cristianos sino el propio Cristo (...). Admiraos y
110
regocijaos: ¡hemos sido hechos Cristo!” (In Ioannis Evangelium
Tractatus, 21, 8: CCL 36, 216). El bautizado, muerto al pecado,
recibe la vida nueva (cf. Rom 6, 3-11): viviendo por Dios en Cristo
Jesús, es llamado a caminar según el Espíritu y a manifestar sus
frutos en la vida (cf. Gál 5, 16-25). La participación sucesiva en la
Eucaristía, sacramento de la Nueva Alianza (cf. 1 Cor 11, 23-29),
es el culmen de la asimilación a Cristo, fuente de “vida eterna”
(cf. Jn 6, 51-58), principio y fuerza del don total de sí mismo, del
cual Jesús –según el testimonio dado por Pablo– manda hacer
memoria en la celebración y en la vida: “Cada vez que coméis este
pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que
venga” (l Cor 11, 26).» (Veritatis splendor 21b)
«La contemporaneidad de Cristo respecto al hombre de cada
época se realiza en el cuerpo vivo de la Iglesia. Por esto el Señor
prometió a sus discípulos el Espíritu Santo, que les ‘recordaría’ y
les haría comprender sus mandamientos (cf. Jn 14, 26), y, al
mismo tiempo, sería el principio fontal de una vida nueva para el
mundo (cf. J n 3, 5-8; Rom 8, 1-13).» (Veritatis splendor 25a)
¿Cuál es la tarea de la Iglesia en lo referente a la vida moral de
los hombres y mujeres de todos los tiempos?
«Promover y custodiar, en la unidad de la Iglesia, la fe y la vida
moral es la misión confiada por Jesús a los Apóstoles (cf. Mt 28,
19-20), la cual se continúa en el ministerio de sus sucesores. Es
cuanto se encuentra en la Tradición viva, mediante la cual –como
afirma el Concilio Vaticano II– “la Iglesia con su enseñanza, su
111
vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y
lo que cree. Esta Tradición apostólica va creciendo en la Iglesia
con la ayuda del Espíritu Santo” (Const. Dogm. Sobre la divina
revelación Dei Verbum, 8). En el Espíritu, la Iglesia acoge y
transmite la Escritura como testimonio de las ‘maravillas’ que
Dios ha hecho en la historia (cf. Lc 1, 49), confiesa la verdad del
Verbo hecho carne con los labios de los Padres y de los Doctores,
practica sus preceptos y la caridad en la vida de los Santos y de las
Santas, y en el sacrificio de los Mártires, celebra su esperanza en
la Liturgia. Mediante la Tradición los cristianos reciben “la voz
viva del Evangelio”, como expresión fiel de la sabiduría y de la
voluntad divina.» (Veritatis splendor 27a)
«La Iglesia ha custodiado fielmente lo que la Palabra de Dios
enseña no sólo sobre las verdades de fe, sino también sobre el
comportamiento moral, es decir, el comportamiento que agrada
a Dios (cf. 1 Tes 4, 1), llevando a cabo un desarrollo doctrinal
análogo al que se ha dado en el ámbito de las verdades de fe. La
Iglesia, asistida por el Espíritu Santo que la guía hasta la verdad
completa (cf. Jn 16, 13), no ha dejado, ni puede dejar nunca de
escrutar el “misterio del Verbo encarnado”, pues sólo en él “se
esclarece el misterio del hombre” (Const. pastoral Gaudium et
spes, 22).» (Veritatis splendor 28b)
¿De qué manera podemos ver manifestada la santidad de la
Iglesia hoy?
«El martirio es un signo preclaro de la santidad de la Iglesia: la
112
fidelidad a la ley santa de Dios, atestiguada con la muerte, es
anuncio solemne y compromiso misionero “usque ad
sanguinem” para que el esplendor de la verdad moral no sea
ofuscado en las costumbres y en la mentalidad de las personas y
de la sociedad. Semejante testimonio tiene un valor
extraordinario a fin de que no sólo en la sociedad civil, sino
incluso dentro de las mismas comunidades eclesiales no se caiga
en la crisis más peligrosa que puede afectar al hombre: la
confusión del bien y del mal, que hace imposible construir y
conservar el orden moral de los individuos y de las comunidades.
Los mártires, y de manera más amplia todos los santos en la
Iglesia, con el ejemplo elocuente y fascinante de una vida
transfigurada totalmente por el esplendor de la verdad moral,
iluminan cada época de la historia despertando el sentido moral.
Dando testimonio del bien, ellos representan un reproche
viviente a cuantos trasgreden la ley (cf. Sab 2, 2) y hacen resonar
con permanente actualidad las palabras del profeta: “¡Ay, los que
llaman al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad por luz, y luz
por oscuridad; que dan amargo por dulce, y dulce por amargo!”
(Is 5, 20).» (Veritatis splendor 93a)
113
evangelización y al testimonio de una vida de fe. Gracias a la
presencia permanente en ella del Espíritu de verdad (cf. Jn 14,
16-17), “la totalidad de los fieles que tiene la unción del Santo (cf.
1 Jn 2, 20. 27) no puede equivocarse en la fe. Se manifiesta esta
propiedad suya, tan peculiar, en el sentido sobrenatural de la fe
de todo el pueblo: cuando «desde los obispos hasta el último de
los laicos cristianos» muestran estar totalmente de acuerdo en
cuestiones de fe y de moral” (Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm.
Sobre la Iglesia L
umen gentium, 12).» (Veritatis splendor 109a)
«Para cumplir su misión profética, la Iglesia debe despertar
continuamente o ‘reavivar’ la propia vida de fe (cf. 2 Tim 1, 6), en
particular mediante una reflexión cada vez más profunda, bajo la
guía del Espíritu Santo, sobre el contenido de la fe misma.»
(Veritatis splendor 109b)
¿Cuál es, a juicio del Papa Juan Pablo II, la relación particular de
la Iglesia con todos y cada uno de los seres humanos?
«La Iglesia, escrutando asiduamente el misterio de la Redención,
descubre con renovado asombro este valor y se siente llamada a
anunciar a los hombres de todos los tiempos este ‘Evangelio’,
fuente de esperanza inquebrantable y de verdadera alegría para
cada época de la historia. El Evangelio del amor de Dios al
hombre, el Evangelio de la dignidad de la persona y el Evangelio
de la vida son un único e indivisible Evangelio.» (Evangelium vitae
2d)
«Por ello el hombre, el hombre viviente, constituye el camino
114
primero y fundamental de la Iglesia.» (Evangelium vitae 2e).
«Cada persona, precisamente en virtud del misterio del Verbo de
Dios hecho carne (cf. Jn 1, 14), es confiada a la solicitud materna
de la Iglesia. Por eso, toda amenaza a la dignidad y a la vida del
hombre repercute en el corazón mismo de la Iglesia, afecta al
núcleo de su fe en la encarnación redentora del Hijo de Dios, la
compromete en su misión de anunciar el Evangelio de la vida por
todo el mundo y a cada criatura (cf. Mc 16, 15).» (Evangelium vitae
3a)
¿Qué servicio presta la Iglesia a la humanidad en relación con la
verdad?
«Desde que, en el Misterio Pascual, ha recibido como don la
verdad última sobre la vida del hombre, se ha hecho peregrina
por los caminos del mundo para anunciar que Jesucristo es “el
camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6). Entre los diversos servicios
que la Iglesia ha de ofrecer a la humanidad, hay uno del cual es
responsable de un modo muy particular: la diaconía de la verdad.
Por una parte, esta misión hace a la comunidad creyente partícipe
del esfuerzo común que la humanidad lleva a cabo para alcanzar
la verdad; y por otra, la obliga a responsabilizarse del anuncio de
las certezas adquiridas, incluso desde la conciencia de que toda
verdad alcanzada es sólo una etapa hacia aquella verdad total que
se manifestará en la revelación última de Dios: “Ahora vemos en
un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora
conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy
115
conocido” (1 C
o 13, 12).» (Fides et ratio, 2)
¿Y por qué la Iglesia se preocupa tanto de enseñar sobre dichas
cuestiones?
«La Iglesia, al insistir sobre la importancia y las verdaderas
dimensiones del pensamiento filosófico, promueve a la vez tanto
la defensa de la dignidad del hombre como el anuncio del
mensaje evangélico. Ante tales cometidos, lo más urgente hoy es
llevar a los hombres a descubrir su capacidad de conocer la
verdad y su anhelo de un sentido último y definitivo de la
existencia. En la perspectiva de estas profundas exigencias,
inscritas por Dios en la naturaleza humana, se ve incluso más
116
claro el significado humano y humanizador de la palabra de Dios.
Gracias a la mediación de una filosofía que ha llegado a ser
también verdadera sabiduría, el hombre contemporáneo llegará
así a reconocer que será tanto más hombre cuanto, entregándose
al Evangelio, más se abra a Cristo». (Fides et ratio, 102)
J
JESUCRISTO
«En el “Sermón de la Montaña”, que constituye la carta magna
de la moral evangélica, Jesús dice: “No penséis que he venido a
abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar
cumplimiento” (Mt 5, 17). Cristo es la clave de las Escrituras:
“Vosotros investigáis las Escrituras, ellas son las que dan
testimonio de mí” (cf. Jn 5, 39); él es el centro de la economía de
la salvación, la recapitulación del Antiguo y del Nuevo
Testamento, de las promesas de la Ley y de su cumplimiento en el
Evangelio; él es el vínculo viviente y eterno entre la Antigua y la
Nueva Alianza. Por su parte, san Ambrosio, comentando el texto
de Pablo en que dice: “el fin de la ley es Cristo” (Rom 10, 4),
afirma que es “fin no en cuanto defecto, sino en cuanto plenitud
de la ley; la cual se cumple en Cristo (plenitudo legis in Christo
est), desde el momento que Él no vino a abolir la ley, sino a darle
cumplimiento. Al igual que aunque existe un Antiguo Testamento
117
toda verdad está contenida en el Nuevo, así ocurre con la ley: la
que fue dada por medio de Moisés es figura de la verdadera ley.
Por tanto, la mosaica es imagen de la verdad” (In psalmum
CXVIII Expositio, sermo 18, 37: PL 15, 1541).» (Veritatis splendor
15a)
«Es Jesús mismo quien toma la iniciativa y llama a seguirle. La
llamada está dirigida sobre todo a aquellos a quienes confía una
misión particular, empezando por los Doce; pero también es
cierto que la condición de todo creyente es ser discípulo de Cristo
(cf. Act 6, 1). Por esto, seguir a Cristo es el fundamento esencial y
original de la moral cristiana: como el pueblo de Israel seguía a
Dios, que lo guiaba por el desierto hacia la tierra prometida (cf. Ex
13, 21), así el discípulo debe seguir a Jesús, hacia el cual lo atrae el
mismo Padre (cf. J n 6, 44.)» (Veritatis splendor 19b)
Si ser cristiano es “hacerse como Jesús”, ¿de qué manera puede
lograrse esta meta?
«Jesús pide que le sigan y le imiten en el camino del amor, de un
amor que se da totalmente a los hermanos por amor de Dios:
“Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros
como yo os he amado” (Jn 15, 12). Este ‘como’ exige la imitación
de Jesús, la imitación de su amor, cuyo signo es el lavatorio de los
pies: “Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies,
118
vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os
he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he
hecho con vosotros” (Jn 13, 14-15). El modo de actuar de Jesús y
sus palabras, sus acciones y sus preceptos constituyen la regla
moral de la vida cristiana.» (Veritatis splendor 20a)
«Seguir a Cristo no es una imitación exterior, porque afecta al
hombre en su interioridad más profunda. Ser discípulo de Jesús
significa hacerse conforme a Él, que se hizo servidor de todos
hasta el don de sí mismo en la cruz (cf. Flp 2, 5-8). Mediante la fe,
Cristo habita en el corazón del creyente (cf. Ef 3, 17), el discípulo
se asemeja a su Señor y se configura con Él; lo cual es fruto de la
gracia, de la presencia operante del Espíritu Santo en nosotros.»
(Veritatis splendor 21a)
119
palabras, que la libertad se realiza en el amor, es decir, en el don
de uno mismo. El que dice: “Nadie tiene mayor amor que el que
da su vida por sus amigos” (Jn 15, 13), va libremente al encuentro
de la Pasión (cf. Mt 26, 46), y en su obediencia al Padre en la Cruz
da la vida por todos los hombres (cf. Flp 2, 6-11). De este modo, la
contemplación de Jesús crucificado es la vía maestra por la que la
Iglesia debe caminar cada día si quiere comprender el pleno
significado de la libertad: el don de uno mismo en el servicio a
Dios y a los hermanos.» (Veritatis splendor 87b)
Nos dice la fe que Jesús ha derramado su sangre por nosotros.
¿Qué significado tiene esta realidad?
«La sangre de Cristo, mientras revela la grandeza del amor del
Padre, manifiesta qué precioso es el hombre a los ojos de Dios y
qué inestimable es el valor de su vida. Nos lo recuerda el apóstol
Pedro: “Sabéis que habéis sido rescatados de la conducta necia
heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata,
sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin
mancilla, Cristo” (1 Pe 1, 18-19). Precisamente contemplando la
sangre preciosa de Cristo, signo de su entrega de amor (cf. Jn 13,
1), el creyente aprende a reconocer y apreciar la dignidad casi
divina de todo hombre y puede exclamar con nuevo y grato
estupor: “¡Qué valor debe tener el hombre a los ojos del Creador,
si ha «merecido tener tan gran Redentor» (Himno Exsultet de la
Vigilia pascual), si «Dios ha dado a su Hijo», a fin de que él, el
hombre, «no muera sino que tenga la vida eterna» (cf. Jn 3,
120
16)!”.» (Evangelium vitae 25c)
«Además, la sangre de Cristo manifiesta al hombre que su
grandeza, y por tanto su vocación, consiste en el don sincero de sí
mismo. Precisamente porque se derrama como don de vida, la
sangre de Cristo ya no es signo de muerte, de separación
definitiva de los hermanos, sino instrumento de una comunión
que es riqueza de vida para todos. Quien bebe esta sangre en el
sacramento de la Eucaristía y permanece en Jesús (cf. Jn 6, 56)
queda comprometido en su mismo dinamismo de amor y de
entrega de la vida, para llevar a plenitud la vocación originaria al
amor, propia de todo hombre (cf. Jn 1, 27; 2, 18-24).» (Evangelium
vitae 25d)
121
piedad, al que nos obliga nuestra común condición humana y que
la fe en Cristo Redentor, muerto y resucitado, ilumina con nuevo
sentido. El deseo que brota del corazón del hombre ante el
supremo encuentro con el sufrimiento y la muerte,
especialmente cuando siente la tentación de caer en la
desesperación y casi de abatirse en ella, es sobre todo aspiración
de compañía, de solidaridad y de apoyo en la prueba. Es petición
de ayuda para seguir esperando, cuando todas las esperanzas
humanas se desvanecen. Como recuerda el Concilio Vaticano II,
“ante la muerte, el enigma de la condición humana alcanza su
culmen” para el hombre; y sin embargo “juzga certeramente por
instinto de su corazón cuando aborrece y rechaza la ruina total y
la desaparición definitiva de su persona. La semilla de eternidad
que lleva en sí, al ser irreductible a la sola materia, se rebela
contra la muerte” (Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo
actual Gaudium et spes, 18).» (Evangelium vitae 67a)
«Esta repugnancia natural a la muerte es iluminada por la fe
cristiana y este germen de esperanza en la inmortalidad alcanza
su realización por la misma fe, que promete y ofrece la
participación en la victoria de Cristo Resucitado: es la victoria de
Aquel que, mediante su muerte redentora, ha liberado al hombre
de la muerte, “salario del pecado” (Rom 6, 23), y le ha dado el
Espíritu, prenda de resurrección y de vida (cf. Rom 8, 11). La
certeza de la inmortalidad futura y la esperanza en la
resurrección prometida proyectan una nueva luz sobre el
misterio del sufrimiento y de la muerte, e infunden en el creyente
una fuerza extraordinaria para abandonarse al plan de Dios.»
122
(Evangelium vitae 67b)
JUSTICIA
¿Qué relación hay entre la Palabra de Dios y la justicia que el ser
humano ha de procurar?
«Sólo escuchando la palabra del Señor el hombre puede vivir con
dignidad y justicia; observando la Ley de Dios el hombre puede
123
dar frutos de vida y felicidad: “todos los que la guardan
alcanzarán la vida, mas los que la abandonan morirán” (Ba 4, 1).»
(Evangelium vitae 48e)
L
LEY
124
«Jesús mismo es el ‘cumplimiento’ vivo de la Ley, ya que Él
realiza su auténtico significado con el don total de sí mismo; Él
mismo se hace Ley viviente y personal, que invita a su
seguimiento, da, mediante el Espíritu, la gracia de compartir su
misma vida y su amor, e infunde la fuerza para dar testimonio del
amor en las decisiones y en las obras (cf. Jn 13, 34-35).» (Veritatis
splendor 15b)
¿Qué podemos hacer para vivir la ley de Dios de manera libre, sin
que sea para nosotros una carga onerosa?
«Quien “vive según la carne” siente la ley de Dios como un peso,
más aún, como una negación o, de cualquier modo, como una
restricción de la propia libertad. En cambio, quien está movido
por el amor y “vive según el Espíritu” (Gál 5, 16), y desea servir a
los demás, encuentra en la ley de Dios el camino fundamental y
necesario para practicar el amor libremente elegido y vivido. Más
aún, siente la urgencia interior –una verdadera y propia
«necesidad», y no ya una constricción– de no detenerse ante las
exigencias mínimas de la ley sino de vivirlas en su ‘plenitud’. Es
un camino todavía incierto y frágil mientras estemos en la tierra,
pero que la gracia hace posible al darnos la plena “libertad de los
hijos de Dios” (cf. Rom 8, 21) y, consiguientemente, la capacidad
de poder responder en la vida moral a la sublime vocación de ser
“hijos en el Hijo”.» (Veritatis splendor 17c)
125
¿Qué es la “Ley Nueva”?
«Resumiendo lo que constituye el núcleo del mensaje moral de
Jesús y de la predicación de los Apóstoles, y volviendo a ofrecer
en admirable síntesis la gran tradición de los Padres de Oriente y
de Occidente –en
particular san Agustín–, santo Tomás afirma que la Ley Nueva es
la gracia del Espíritu Santo dada mediante la fe en Cristo. Los
preceptos externos, de los que también habla el Evangelio,
preparan para esta gracia o desplegan sus efectos en la vida. En
efecto, la Ley Nueva no se contenta con decir lo que se debe
hacer, sino que otorga también la fuerza para obrar la verdad»
(cf. Jn 3, 21). Al mismo tiempo, san Juan Crisóstomo observa que
la Nueva Ley fue promulgada precisamente cuando el Espíritu
Santo bajó del cielo el día de Pentecostés y que los Apóstoles “no
bajaron del monte llevando, como Moisés, tablas de piedra en sus
manos, sino que volvían llevando al Espíritu Santo en sus
corazones..., convertidos, mediante su gracia, en una ley viva, en
un libro animado” (San Juan Crisóstomo, In Matthaeum, hom. I,
1; PG 57, 15).» (Veritatis splendor 24d)
«La enseñanza del Concilio subraya, por un lado, la actividad de
la razón humana cuando determina la aplicación de la ley moral:
la vida moral exige la creatividad y la ingeniosidad propias de la
126
persona, origen y causa de sus actos deliberados. Por otro lado, la
razón encuentra su verdad y su autoridad en la ley eterna, que no
es otra cosa que la misma sabiduría divina. La vida moral se basa
pues en el principio de una “justa autonomía” del hombre, sujeto
personal de sus actos. La ley moral proviene de Dios y en Él tiene
siempre su origen. En virtud de la razón natural, que deriva de la
sabiduría divina, la ley moral es, al mismo tiempo, la ley propia
del hombre.» (Veritatis splendor 40)
«El Concilio Vaticano II recuerda que «la norma suprema de la
vida humana es la misma ley divina, eterna, objetiva y universal
mediante la cual Dios ordena, dirige y gobierna, con el designio
de su sabiduría y de su amor, el mundo y los caminos de la
comunidad humana. Dios hace al hombre partícipe de esta ley
suya, de modo que el hombre, según ha dispuesto suavemente la
Providencia divina, pueda reconocer cada vez más la verdad
inmutable» (Declaración sobre la libertad religiosa, Dignitatis
humanae, 3).» (Veritatis splendor 43a)
127
dicho temerario y condenado por los Padres: que los
mandamientos de Dios son imposibles de cumplir por el hombre
justificado.» Porque Dios no manda cosas imposibles, sino que, al
mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas y pedir lo
que no puedas «y te ayuda para que puedas.» Sus mandamientos
no son pesados (1 Jn 5, 3), «su yugo es suave y su carga ligera»(Mt
11, 30)” (Ses. VI. Decreto sobre la justificación cum hoc tempore, cap.
11; DS 1536; cf. Can. 18; DS 1568. El conocido texto de San Agustín,
citado por el concilio, está tomado del De natura et gratia 43, 50;
CSEL 60, 270).» (Veritatis splendor 102c).
¿Cómo deben entenderse las relaciones entre la ley civil y la ley
moral?
«… Se cree que la ley civil no puede exigir que todos los
ciudadanos vivan de acuerdo con un nivel de moralidad más
elevado que el que ellos mismos aceptan y comparten. Por esto, la
ley debería siempre manifestar la opinión y la voluntad de la
mayoría de los ciudadanos (…). Se plantea, además, si sostener
una ley no aplicable concretamente no significaría, al final,
minar también la autoridad de las demás leyes.» (Evangelium
vitae 68c)
«Finalmente, las opiniones más radicales llegan a sostener que,
en una sociedad moderna y pluralista, se debería reconocer a
cada persona una plena autonomía (…) En efecto, no
correspondería a la ley elegir entre las diversas opciones morales
y, menos aún, pretender imponer una opción particular en
128
detrimento de las demás.» (Evangelium vitae 68d)
«En la base de estos valores no pueden estar provisionales y
volubles «mayorías» de opinión, sino sólo el reconocimiento de
una ley moral objetiva que, en cuanto «ley natural» inscrita en el
corazón del hombre, es punto de referencia normativa de la
misma ley civil. Si, por una trágica ofuscación de la conciencia
colectiva, el escepticismo llegara a poner en duda hasta los
principios fundamentales de la ley moral, el mismo
ordenamiento democrático se tambalearía en sus fundamentos,
reduciéndose a un puro mecanismo de regulación empírica de
intereses diversos y contrapuestos.» (Evangelium vitae 70e).
«En continuidad con toda la tradición de la Iglesia se encuentra
también la doctrina sobre la necesaria conformidad de la ley civil
con la ley moral, tal y como se recoge, una vez más, en la citada
encíclica de Juan XXIII: “La autoridad es postulada por el orden
moral y deriva de Dios. Por lo tanto, si las leyes o preceptos de los
gobernantes estuvieran en contradicción con aquel orden y,
consiguientemente, en contradicción con la voluntad de Dios, no
tendrían fuerza para obligar en conciencia...; más aún, en tal
caso, la autoridad dejaría de ser tal y degeneraría en abuso”
(Carta Enc. Pacem in terris (11 de abril de 1963), l.c. 271). Esta es
una clara enseñanza de santo Tomás de Aquino, que entre otras
cosas escribe: “La ley humana es tal en cuanto está conforme con
la recta razón y, por tanto, deriva de la ley eterna. En cambio,
129
cuando una ley está en contraste con la razón, se la denomina ley
inicua; sin embargo, en este caso deja de ser ley y se convierte
más bien en un acto de violencia” (Summa Theologiae I-II, q. 93,
a. 3, ad 2um). Y añade: “Toda ley puesta por los hombres tiene
razón de ley en cuanto deriva de la ley natural. Por el contrario, si
contradice en cualquier cosa a la ley natural, entonces no será ley
sino corrupción de la ley” (Ibid., I-II, q. 95, ad 2. El Aquinate cita
a San Agustín: ‘Non videtur esse lex, quae iusta non fuerit’. De
libero arbitrio, I, 5, 11; PL 32, 1227).» (Evangelium vitae 72a)
LEY NATURAL
130
entre todos los pueblos”, “una nación santa” (Ex 19, 5-6), que
hiciera resplandecer su santidad entre todas las naciones (cf. Sab
18, 4; Ez 20, 41). La entrega del Decálogo es promesa y signo de la
Alianza Nueva, cuando la ley será escrita nuevamente y de modo
definitivo en el corazón del hombre (cf. Jer 31, 31-34), para
sustituir la ley del pecado, que había desfigurado aquel corazón
(cf. Jer 17, 1). Entonces será dado “un corazón nuevo” porque en
él habitará “un espíritu nuevo”, el Espíritu de Dios (cf. Ez 36,
24-28).» (Veritatis splendor 12a)
«La Iglesia se ha referido a menudo a la doctrina tomista sobre la
ley natural, asumiéndola en su enseñanza moral. Así, mi
venerado predecesor León XIII ponía de relieve la esencial
subordinación de la razón y de la ley humana a la Sabiduría de
Dios y a su ley. Después de afirmar que “la ley natural está escrita
y grabada en el ánimo de todos los hombres y de cada hombre, ya
que no es otra cosa que la misma razón humana que nos manda
hacer el bien y nos intima a no pecar”, León XIII se refiere a la
“razón más alta” del Legislador divino. “Pero tal prescripción de
la razón humana no podría tener fuerza de ley si no fuese la voz e
intérprete de una razón más alta, a la que nuestro espíritu y
nuestra libertad deben estar sometidos”. En efecto, la fuerza de la
ley reside en su autoridad de imponer unos deberes, otorgar unos
derechos y sancionar ciertos comportamientos: “Ahora bien,
todo esto no podría darse en el hombre si fuese el mismo quien,
como legislador supremo, se diera la norma de sus acciones”. Y
concluye: “De ello se deduce que la ley natural es la misma ley
eterna, ínsita en los seres dotados de razón, que los inclina al acto
131
y al fin que les conviene; es la misma razón eterna del Creador y
gobernador del universo” (León XIII, Carta enc. Libertas
praestantissimum (20 de junio 1888); Leonis XIII P.M. ActaVII,
Roma 1899, 219).» (Veritatis splendor 44a)
132
comportamientos. Este “decidir el sentido” debería tener en
cuenta, obviamente, los múltiples límites del ser humano, que
tiene una condición corpórea e histórica. Además, debería
considerar los modelos comportamentales y los significados que
éstos tienen en una cultura determinada. Y sobre todo, debería
respetar el mandamiento fundamental del amor de Dios y del
prójimo. Afirman también que, sin embargo, Dios ha creado al
hombre como ser racionalmente libre; lo ha dejado “en manos de
su propio albedrío” y de él espera una propia y racional
formación de su vida. El amor del prójimo significaría sobre todo
o exclusivamente un respeto por su libre decisión sobre sí mismo.
Los mecanismos de los comportamientos propios del hombre, así
como las llamadas «inclinaciones naturales», establecerían al
máximo –como suele decirse– una orientación general del
comportamiento correcto, pero no podrían determinar la
valoración moral de cada acto humano, tan complejo desde el
punto de vista de las situaciones.» (Veritatis splendor 47)
133
justicia, no saliendo de él, sino como imprimiéndose en él, como
la imagen pasa del anillo a la cera, pero sin abandonar el anillo”
(De Trinitate, XIV, 15, 21; CCL 50/A, 451).» (Veritatis splendor 51a)
«Precisamente gracias a esta ‘verdad’ la ley natural implica la
universalidad. En cuanto inscrita en la naturaleza racional de la
persona, se impone a todo ser dotado de razón y que vive en la
historia. Para perfeccionarse en su orden específico, la persona
debe realizar el bien y evitar el mal, preservar la transmisión y la
conservación de la vida, mejorar y desarrollar las riquezas del
mundo sensible, cultivar la vida social, buscar la verdad,
practicar el bien, contemplar la belleza.» (Veritatis splendor 51b)
«La gran sensibilidad que el hombre contemporáneo muestra por
la historicidad y por la cultura, lleva a algunos a dudar de la
inmutabilidad de la misma ley natural, y por tanto de la
existencia de “normas objetivas de moralidad” válidas para
todos los hombres de ayer, de hoy y de mañana. ¿Es acaso posible
afirmar como universalmente válidas para todos y siempre
permanentes ciertas determinaciones racionales establecidas en
el pasado, cuando se ignoraba el progreso que la humanidad
habría hecho sucesivamente?» (Veritatis splendor 53a).
«No se puede negar que el hombre existe siempre en una cultura
concreta, pero tampoco se puede negar que el hombre no se agota
en esta misma cultura. Por otra parte, el progreso mismo de las
culturas demuestra que en el hombre existe algo que las
trasciende. Este ‘algo’ es precisamente la naturaleza del hombre:
precisamente esta naturaleza es la medida de la cultura y es la
condición para que el hombre no sea prisionero de ninguna de
134
sus culturas, sino que defienda su dignidad personal viviendo de
acuerdo con la verdad profunda de su ser. Poner en tela de juicio
los elementos estructurales permanentes del hombre,
relacionados también con la misma dimensión corpórea, no sólo
entraría en conflicto con la experiencia común, sino que haría
incomprensible la referencia que Jesús hizo al ‘principio’,
precisamente allí donde el contexto social y cultural del tiempo
había deformado el sentido originario y el papel de algunas
normas morales (cf. Mt 19, 1-9). En este sentido “afirma además
la Iglesia que, en todos los cambios, subsisten muchas cosas que
no cambian y que tienen su fundamento último en Cristo, que es
El mismo ayer, hoy y por los siglos” (Constitución pastoral
Gaudium et spes, n. 10). Él es el ‘Principio’ que, habiendo asumido
la naturaleza humana, la ilumina definitivamente en sus
elementos constitutivos y en su dinamismo de caridad hacia Dios
y el prójimo.» (Veritatis splendor 53b)
LIBERTAD
135
homicidio, el adulterio, la fornicación, el robo, el fraude, el
sacrilegio y pecados como éstos. Cuando uno comienza a no ser
culpable de estos crímenes (y ningún cristiano debe cometerlos),
comienza a alzar los ojos a la libertad, pero esto no es más que el
inicio de la libertad, no la libertad perfecta...” (In Iohannis
Evangelium Tractatus 41, 9-10; CCL 36, 363).» (Veritatis splendor
13d)
«La perfección exige aquella madurez en el darse a sí mismo, a
que está llamada la libertad del hombre. Jesús indica al joven los
mandamientos como la primera condición irrenunciable para
conseguir la vida eterna; el abandono de todo lo que el joven
posee y el seguimiento del Señor asumen, en cambio, el carácter
de una propuesta: “Si quieres...”. La palabra de Jesús manifiesta
la dinámica particular del crecimiento de la libertad hacia su
madurez y, al mismo tiempo, atestigua la relación fundamental
de la libertad con la ley divina. La libertad del hombre y la ley de
Dios no se oponen, sino, al contrario, se reclaman mutuamente.
El discípulo de Cristo sabe que la suya es una vocación a la
libertad. “Hermanos, habéis sido llamados a la libertad” (Gál 5,
13), proclama con alegría y decisión el apóstol Pablo. Pero, a
continuación, precisa: “No toméis de esa libertad pretexto para la
carne; antes al contrario, servíos por amor los unos a los otros”
(ibid.). La firmeza con la cual el Apóstol se opone a quien confía la
propia justificación a la Ley, no tiene nada que ver con la
136
‘liberación’ del hombre con respecto a los preceptos, los cuales,
en verdad, están al servicio del amor: “Pues el que ama al
prójimo, ha cumplido la ley. En efecto, lo de: No adulterarás, no
matarás, no robarás, no codiciarás, y todos los demás preceptos,
se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti
mismo” (Rom 13, 8-9). El mismo san Agustín, después de haber
hablado de la observancia de los mandamientos como de la
primera libertad imperfecta, prosigue así: “¿Por qué, preguntará
alguno, no perfecta todavía? Porque «siento en mis miembros
otra ley en conflicto con la ley de mi razón»... Libertad parcial,
parcial esclavitud: la libertad no es aún completa, aún no es pura
ni plena porque todavía no estamos en la eternidad. Conservamos
en parte la debilidad y en parte hemos alcanzado la libertad.
Todos nuestros pecados han sido borrados en el bautismo, pero
¿acaso ha desaparecido la debilidad después de que la iniquidad
ha sido destruida? Si aquella hubiera desaparecido, se viviría sin
pecado en la tierra. ¿Quién osará afirmar esto sino el soberbio, el
indigno de la misericordia del liberador?... Mas, como nos ha
quedado alguna debilidad, me atrevo a decir que, en la medida en
que sirvamos a Dios, somos libres, mientras que en la medida en
que sigamos la ley del pecado somos esclavos” (In Iohannis
Evangelium Tractatus, 41, 10; CCL 36, 363).» (Veritatis splendor
17b)
«La libertad del hombre, modelada sobre la de Dios, no sólo no es
negada por su obediencia a la ley divina, sino que solamente
mediante esta obediencia permanece en la verdad y es conforme
a la dignidad del hombre, como dice claramente el Concilio: “La
137
dignidad del hombre requiere, en efecto, que actúe según una
elección consciente y libre, es decir, movido e inducido
personalmente desde dentro y no bajo la presión de un ciego
impulso interior o de la mera coacción externa. El hombre logra
esta dignidad cuando, liberándose de toda esclavitud de las
pasiones, persigue su fin en la libre elección del bien y se procura
con eficacia y habilidad los medios adecuados para ello” (Const.
Pastoral Gaudium et spes, n. 17). El hombre, en su tender hacia
Dios –“sólo Él es bueno”—, debe hacer libremente el bien y
evitar el mal. Pero para esto el hombre debe poder distinguir el
bien del mal. Y esto sucede, ante todo, gracias a la luz de la razón
natural, reflejo en el hombre del esplendor del rostro de Dios».
(Veritatis splendor 42)
138
que el juicio moral es verdadero por el hecho mismo de que
proviene de la conciencia. Pero, de este modo, ha desaparecido la
necesaria exigencia de verdad en aras de un criterio de
sinceridad, de autenticidad, de “acuerdo con uno mismo”, de tal
forma que se ha llegado a una concepción radicalmente
subjetivista del juicio moral.» (Veritatis splendor 32a)
«Paralelamente a la exaltación de la libertad, y paradójicamente
en contraste con ella, la cultura moderna pone radicalmente en
duda esta misma libertad. Un conjunto de disciplinas, agrupadas
bajo el nombre de “ciencias humanas”, han llamado justamente
la atención sobre los condicionamientos de orden psicológico y
social que pesan sobre el ejercicio de la libertad humana. El
conocimiento de tales condicionamientos y la atención que se les
presta son avances importantes que han encontrado aplicación
en diversos ámbitos de la existencia, como por ejemplo en la
pedagogía o en la administración de la justicia. Pero algunos de
ellos, superando las conclusiones que se pueden sacar
legítimamente de estas observaciones, han llegado a poner en
duda o incluso negar la realidad misma de la libertad humana.»
(Veritatis splendor 33a)
¿Y cuál sería el problema con estas erradas concepciones de la
libertad?
«Algunas tendencias de la teología moral actual, bajo el influjo de
las corrientes subjetivistas e individualistas ahora aludidas,
interpretan de manera nueva la relación de la libertad con la ley
139
moral, con la naturaleza humana y con la conciencia, y proponen
criterios innovadores de valoración moral de los actos. Se trata de
tendencias que, aun en su diversidad, coinciden en el hecho de
debilitar o incluso negar la dependencia de la libertad con
respecto a la verdad.» (Veritatis splendor 34b)
«Si queremos hacer un discernimiento crítico de estas tendencias
–capaz de reconocer cuanto hay en ellas de legítimo, útil y
valioso y de indicar, al mismo tiempo, sus ambigüedades,
peligros y errores–, debemos examinarlas teniendo en cuenta
que la libertad depende fundamentalmente de la verdad.
Dependencia que ha sido expresada de manera límpida y
autorizada por las palabras de Cristo: “Conoceréis la verdad y la
verdad os hará libres” (Jn 8, 32).» (Veritatis splendor 34c)
140
«Citando las palabras del Eclesiástico, el Concilio Vaticano II
explica así la “verdadera libertad” que en el hombre es “signo
eminente de la imagen divina”: “Quiso Dios “dejar al hombre en
manos de su propio albedrío” de modo que busque sin coacciones
a su Creador y, adhiriéndose a Él, llegue libremente a la plena y
feliz perfección” (Const. Pastoral Gaudium et spes, n. 17). Estas
palabras indican la maravillosa profundidad de la participación
en la soberanía divina, a la que el hombre ha sido llamado;
indican que la soberanía del hombre se extiende, en cierto modo,
sobre el hombre mismo. Este es un aspecto puesto de relieve
constantemente en la reflexión teológica sobre la libertad
humana, interpretada en los términos de una forma de realeza.
Dice, por ejemplo, san Gregorio Niseno: “El ánimo manifiesta su
realeza y excelencia en su estar sin dueño y libre, gobernándose
autocráticamente con su voluntad. ¿De quién más es propio esto
sino del rey? Así la naturaleza humana, creada para ser dueña de
las demás criaturas, por la semejanza con el soberano del
universo fue constituida como una viva imagen, partícipe de la
dignidad y del nombre del Arquetipo” (De hominis opificio, c. 4;
PG 44, 135-136).» (Veritatis splendor 38a)
«La razón y la experiencia muestran no sólo la debilidad de la
libertad humana, sino también su drama. El hombre descubre
que su libertad está inclinada misteriosamente a traicionar esta
apertura a lo Verdadero y al Bien, y que demasiado
frecuentemente prefiere, de hecho, escoger bienes contingentes,
limitados y efímeros. Más aún, dentro de los errores y opciones
negativas, el hombre descubre el origen de una rebelión radical
141
que lo lleva a rechazar la Verdad y el Bien para erigirse en
principio absoluto de sí mismo: “Seréis como dioses” (Gén 3, 5).
La libertad, pues, necesita ser liberada. Cristo es su libertador:
“para ser libres nos libertó” él (Gál 5, 1).» (Veritatis splendor 86b)
142
realidades humanas. En este contexto, incluso los hechos
morales, independientemente de su especificidad son
considerados a menudo como si fueran datos estadísticamente
constatables, como comportamientos observables o explicables
sólo con la categorías de los mecanismos psico-sociales. Y así
algunos estudiosos de ética, que por profesión examinan los
hechos y los gestos del hombre, pueden sentirse tentados de
valorar su saber, e incluso sus normas de actuación, en base a un
resultado estadístico sobre los comportamientos humanos
concretos y las opiniones morales de la mayoría.» (Veritatis
splendor 46a)
«… Para algunos, la naturaleza se reduce a material para la
actuación humana y para su poder. Esta naturaleza debería ser
transformada profundamente, es más, superada por la libertad,
dado que constituye su límite y su negación. Para otros, es en la
promoción sin límites del poder del hombre, o de su libertad,
como se constituyen los valores económicos, sociales, culturales
e incluso morales. Entonces la naturaleza estaría representada
por todo lo que en el hombre y en el mundo se sitúa fuera de la
libertad. Dicha naturaleza comprendería en primer lugar el
cuerpo humano, su constitución y su dinamismo. A este aspecto
físico se opondría lo que se ha ‘construido’, es decir, la ‘cultura’,
como obra y producto de la libertad. La naturaleza humana,
entendida así, podría reducirse y ser tratada como material
biológico o social siempre disponible. Esto significa, en último
término, definir la libertad por medio de sí misma y hacer de ella
una instancia creadora de sí misma y de sus valores. Con ese
143
radicalismo el hombre ni siquiera tendría naturaleza y sería para
sí mismo su propio proyecto de existencia. ¡El hombre no sería
nada más que su libertad!» (Veritatis splendor 46b)
144
«Esta teoría moral no está conforme con la verdad sobre el
hombre y sobre su libertad. Contradice las enseñanzas de la
Iglesia sobre la unidad del ser humano, cuya alma racional es
“per se et essentialiter” la forma del cuerpo. El alma espiritual e
inmortal es el principio de unidad del ser humano, es aquello por
lo cual éste existe como un todo –“corpore et anima unus”– en
cuanto persona. Estas definiciones no indican solamente que el
cuerpo, para el cual ha sido prometida la resurrección,
participará también de la gloria; recuerdan igualmente el vínculo
de la razón y de la libre voluntad con todas las facultades
corpóreas y sensibles. La persona –incluido el cuerpo– está
confiada enteramente a sí misma, y es en la unidad de alma y
cuerpo donde ella es el sujeto de sus propios actos morales. La
persona, mediante la luz de la razón y la ayuda de la virtud,
descubre en su cuerpo los signos precursores, la expresión y la
promesa del don de sí misma, según el sabio designio del
Creador. Es a la luz de la dignidad de la persona humana –que
debe afirmarse por sí misma– como la razón descubre el valor
moral específico de algunos bienes a los que la persona se siente
naturalmente inclinada. Y desde el momento en que la persona
humana no puede reducirse a una libertad que se autoproyecta,
sino que comporta una determinada estructura espiritual y
corpórea, la exigencia moral originaria de amar y respetar a la
persona como un fin y nunca como un simple medio, implica
también, intrínsecamente, el respeto de algunos bienes
fundamentales, sin el cual se caería en el relativismo y en el
arbitrio.» (Veritatis splendor 48c)
145
«Una doctrina que separe el acto moral de las dimensiones
corpóreas de su ejercicio es contraria a las enseñanzas de la
Sagrada Escritura y de la Tradición. Tal doctrina hace revivir, bajo
nuevas formas, algunos viejos errores combatidos siempre por la
Iglesia, porque reducen la persona humana a una libertad
‘espiritual’, puramente formal. Esta reducción ignora el
significado moral del cuerpo y de sus comportamientos (cf. 1 Cor
6, 19). El apóstol Pablo declara excluidos del Reino de los cielos a
los “impuros, idólatras, adúlteros, afeminados, homosexuales,
ladrones, avaros, borrachos, ultrajadores y rapaces” (cf. 1 Cor 6,
9-10). Esta condena –citada por el Concilio de Trento– enumera
como “pecados mortales”, o “prácticas infames”, algunos
comportamientos específicos cuya voluntaria aceptación impide
a los creyentes tener parte en la herencia prometida. En efecto,
cuerpo y alma son inseparables: en la persona, en el agente
voluntario y en el acto deliberado, están o se pierden juntos.»
(Veritatis splendor 49)
Finalmente, ¿de qué modo está relacionada la libertad con la
verdad y el amor?
«Cristo manifiesta, ante todo, que el reconocimiento honesto y
abierto de la verdad es condición para la auténtica libertad:
“Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8, 32). Es la
verdad la que hace libres ante el poder y da la fuerza del martirio.
Al respecto dice Jesús ante Pilato: “Para esto he venido al mundo:
para dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37). Así los verdaderos
146
adoradores de Dios deben adorarlo “en espíritu y en verdad” (Jn
4, 23). En virtud de esta adoración llegan a ser libres. Su relación
con la verdad y la adoración de Dios se manifiesta en Jesucristo
como la raíz más profunda de la libertad.» (Veritatis splendor 87a)
«Jesús manifiesta, además, con su misma vida y no sólo con
palabras, que la libertad se realiza en el amor, es decir, en el don
de uno mismo. El que dice: “Nadie tiene mayor amor que el que
da su vida por sus amigos” (Jn 15, 13), va libremente al encuentro
de la Pasión (cf. Mt 26, 46), y en su obediencia al Padre en la Cruz
da la vida por todos los hombres (cf. Flp 2, 6-11). De este modo, la
contemplación de Jesús crucificado es la vía maestra por la que la
Iglesia debe caminar cada día si quiere comprender el pleno
significado de la libertad: el don de uno mismo en el servicio a
Dios y a los hermanos. La comunión con el Señor resucitado es la
fuente inagotable de la que la Iglesia se alimenta incesantemente
para vivir en la libertad, darse y servir. San Agustín, al comentar
el versículo del salmo 100/ 99, 2, “servid al Señor con alegría”,
dice: “En la casa del Señor libre es la esclavitud. Libre, ya que el
servicio no le impone la necesidad, sino la caridad... La caridad te
convierta en esclavo, así como la verdad te ha hecho libre... Al
mismo tiempo tú eres esclavo y libre: esclavo, porque llegaste a
serlo; libre, porque eres amado por Dios, tu creador... Eres
esclavo del Señor y eres libre del Señor. ¡No busques una
liberación que te lleve lejos de la casa de tu libertador!”
(Enarratio in psalmum XCIX, 7; CCL 39, 1397).» (Veritatis splendor
87b)
147
M
MAGISTERIO
«… como afirma de modo particular el Concilio, “el oficio de
interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha
sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo
ejercita en nombre de Jesucristo” (Const. Dogmática Dei Verbum,
n. 10). De este modo, la Iglesia, con su vida y su enseñanza, se
presenta como “columna y fundamento de la verdad” (1 Tim 3,
15), también de la verdad sobre el obrar moral. En efecto,
“compete siempre y en todo lugar a la Iglesia proclamar los
principios morales, incluso los referentes al orden social, así
como dar su juicio sobre cualesquiera asuntos humanos, en la
medida en que lo exijan los derechos fundamentales de la
persona humana o la salvación de las almas” (Código de Derecho
Canónico, can. 747, 2).» (Veritatis splendor 27c)
148
ciertas orientaciones del pensamiento teológico y de algunas
afirmaciones filosóficas con la verdad revelada.» (Veritatis
splendor 29d)
«Es siempre bajo esta misma luz y fuerza que el Magisterio de la
Iglesia realiza su obra de discernimiento, acogiendo y aplicando
la exhortación que el apóstol Pablo dirigía a Timoteo: “Te
conjuro en presencia de Dios y de Cristo Jesús que ha de venir a
juzgar a vivos y muertos, por su Manifestación y por su Reino:
Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende,
amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá
un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana,
sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se buscarán una
multitud de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán
sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas. Tú, en cambio,
pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza
la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu
ministerio” (2 Tim, 4, 1-5; cf. Tit 1, 10. 13-14).» (Veritatis splendor
30c)
«La historia ha mostrado, sin embargo, las desviaciones y los
errores en los que no pocas veces ha incurrido el pensamiento
filosófico, sobre todo moderno. No es tarea ni competencia del
Magisterio intervenir para colmar las lagunas de un
razonamiento filosófico incompleto. Por el contrario, es un deber
suyo reaccionar de forma clara y firme cuando tesis filosóficas
discutibles amenazan la comprensión correcta del dato revelado
y cuando se difunden teorías falsas y parciales que siembran
graves errores, confundiendo la simplicidad y la pureza de la fe
149
del pueblo de Dios» (Fides et ratio, 49)
«El Magisterio eclesiástico puede y debe, por tanto, ejercer con
autoridad, a la luz de la fe, su propio discernimiento crítico en
relación con las filosofías y las afirmaciones que se contraponen
a la doctrina cristiana (Concilio Ecum. Vaticano I, Const.
Dogmática Pastor Aeternus DS 3070; Conc. Ecuménico Vaticano II,
Const. Dogmática Lumen gentium, 25c). Corresponde al
Magisterio indicar, ante todo, los presupuestos y conclusiones
filosóficas que fueran incompatibles con la verdad revelada,
formulando así las exigencias que desde el punto de vista de la fe
se imponen a la filosofía. Además, en el desarrollo del saber
filosófico han surgido diversas escuelas de pensamiento. Este
pluralismo sitúa también al Magisterio ante la responsabilidad de
expresar su juicio sobre la compatibilidad o no de las
concepciones de fondo sobre las que estas escuelas se basan con
las exigencias propias de la palabra de Dios y de la reflexión
teológica.» (Fides et ratio, 50)
150
contrario, por su malicia son incompatibles con estas exigencias”
(Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre la
vocación eclesial del teólogo Donum veritatis (24 mayo 1990), 16:
AAS 82 (1990), 1557). Predicando los mandamientos de Dios y la
caridad de Cristo, el Magisterio de la Iglesia enseña también a los
fieles los preceptos particulares y determinados, y les pide
considerarlos como moralmente obligatorios en conciencia.
Además, desarrolla una importante tarea de vigilancia,
advirtiendo a los fieles de la presencia de eventuales errores,
incluso sólo implícitos, cuando la conciencia de los mismos no
logra reconocer la exactitud y la verdad de las reglas morales que
enseña el Magisterio.» (Veritatis splendor 110a).
MANDAMIENTOS
«… los mandamientos indican al hombre el camino de la vida
eterna y a ella conducen. Por boca del mismo Jesús, nuevo
Moisés, los mandamientos del Decálogo son nuevamente dados a
los hombres; Él mismo los confirma definitivamente y nos los
propone como camino y condición de salvación. El mandamiento
se vincula con una promesa: en la Antigua Alianza el objeto de la
promesa era la posesión de la tierra en la que el pueblo gozaría de
una existencia libre y según justicia (cf. Dt 6, 20-25); en la Nueva
Alianza el objeto de la promesa es el “reino de los cielos”, tal
como lo afirma Jesús al comienzo del “Sermón de la
151
Montaña”–discurso que contiene la formulación más amplia y
completa de la Ley Nueva (cf. Mt 5-7)–, en clara conexión con el
Decálogo entregado por Dios a Moisés en el monte Sinaí. A esta
misma realidad del Reino se refiere la expresión “vida eterna”,
que es participación en la vida misma de Dios; aquélla se realiza
en toda su perfección sólo después de la muerte, pero, desde la fe,
se convierte ya desde ahora en luz de la verdad, fuente de sentido
para la vida, incipiente participación de una plenitud en el
seguimiento de Cristo.» (Veritatis splendor 12b)
«… Jesús no pretende detallar todos y cada uno de los
mandamientos necesarios para “entrar en la vida” sino, más
bien, indicar al joven la ‘centralidad’ del Decálogo respecto a
cualquier otro precepto, como interpretación de lo que para el
hombre significa “Yo soy el Señor tu Dios”. (…) En efecto, los
diversos mandamientos del Decálogo no son más que la
refracción del único mandamiento que se refiere al bien de la
persona, como compendio de los múltiples bienes que connotan
su identidad de ser espiritual y corpóreo, en relación con Dios,
con el prójimo y con el mundo material.» (Veritatis splendor 13b)
«Los mandamientos de Dios nos enseñan el camino de la vida.
Los preceptos morales negativos, es decir, los que declaran
moralmente inaceptable la elección de una determinada acción,
tienen un valor absoluto para la libertad humana: obligan
siempre y en toda circunstancia, sin excepción. Indican que la
elección de determinados comportamientos es radicalmente
incompatible con el amor a Dios y la dignidad de la persona,
creada a su imagen. Por eso, esta elección no puede justificarse
152
por la bondad de ninguna intención o consecuencia, está en
contraste insalvable con la comunión entre las personas,
contradice la decisión fundamental de orientar la propia vida a
Dios.» (Evangelium vitae 75a)
153
sí mismo; Él mismo se hace Ley viviente y personal, que invita a
su seguimiento, da, mediante el Espíritu, la gracia de compartir
su misma vida y su amor, e infunde la fuerza para dar testimonio
del amor en las decisiones y en las obras (cf. Jn 13, 34-35).»
(Veritatis splendor 15b)
El cumplir con los mandamientos, ¿es también parte importante
de la fe cristiana?
«La fe tiene también un contenido moral: suscita y exige un
compromiso coherente de vida; comporta y perfecciona la
acogida y la observancia de los mandamientos divinos. Como dice
el evangelista Juan, “Dios es Luz, en él no hay tiniebla alguna. Si
decimos que estamos en comunión con él y caminamos en
tinieblas, mentimos y no obramos la verdad... En esto sabemos
que le conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien
dice: ”Yo le conozco” y no guarda sus mandamientos es un
mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su Palabra,
ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En
esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en
él, debe vivir como vivió él” (1 Jn 1, 5-6; 2, 3-6).» (Veritatis
splendor 89a)
¿Poseen los mandamientos de la Ley de Dios alguna dimensión
social?
«… las normas morales, y en primer lugar las negativas que
154
prohíben el mal, manifiestan su significado y su fuerza personal
y social. Protegiendo la inviolable dignidad personal de cada
hombre, ayudan a la conservación misma del tejido social
humano y a su desarrollo recto y fecundo. En particular, los
mandamientos de la segunda tabla del Decálogo, recordados
también por Jesús al joven del Evangelio (cf. Mt 19, 18),
constituyen las reglas primordiales de toda vida social.» (Veritatis
splendor 97a)
«Estos mandamientos están formulados en términos generales.
Pero el hecho de que “el principio, el sujeto y el fin de todas las
instituciones sociales es y debe ser la persona humana” (Conc.
Ecum. Vat. II, Const. past. sobre la Iglesia en el mundo actual
Gaudium et spes, 25), permite precisarlos y explicitarlos en un
código de comportamiento más detallado. En ese sentido las
reglas morales fundamentales de la vida social comportan unas
exigencias determinadas a las que deben atenerse tanto los
poderes públicos como los ciudadanos. Más allá de las
intenciones, a veces buenas, y de las circunstancias, a menudo
difíciles, las autoridades civiles y los individuos particulares
jamás están autorizados a transgredir los derechos
fundamentales e inalienables de la persona humana. Por lo cual,
sólo una moral que reconoce normas válidas siempre y para
todos, sin ninguna excepción, puede garantizar el fundamento
ético de la convivencia social, tanto nacional como
internacional.» (Veritatis splendor 97b)
155
MARÍA
¿Por qué llamamos a la Santísima Virgen María: “Madre de la
misericordia”?
«María es Madre de misericordia porque Jesucristo, su Hijo, es
enviado por el Padre como revelación de la Misericordia de Dios
(cf. Jn 3, 16-18). Él ha venido no para condenar sino para
perdonar, para derramar misericordia (cf. Mt 9, 13). Y la
misericordia más grande radica en su estar en medio de nosotros
y en la llamada que nos ha dirigido para encontrarlo y
proclamarlo, junto con Pedro, como “el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,
16). Ningún pecado del hombre puede cancelar la misericordia de
Dios, ni impedirle poner en acto toda su fuerza victoriosa, con tal
de que la invoquemos. Más aún, el mismo pecado hace
resplandecer con mayor fuerza el amor del Padre que, para
rescatar al esclavo, ha sacrificado a su Hijo: Su misericordia para
nosotros es redención. Esta misericordia alcanza la plenitud con
el don del Espíritu Santo, que genera y exige la vida nueva.»
(Veritatis splendor 118b)
«María es también Madre de misericordia porque Jesús le confía
su Iglesia y toda la humanidad. A los pies de la Cruz, cuando
acepta a Juan como hijo; cuando, junto con Cristo, pide al Padre el
perdón para aquellos que no saben lo que hacen (cf. Lc 23, 34),
María, en perfecta docilidad al Espíritu, experimenta la riqueza y
universalidad del amor de Dios, que le dilata el corazón y le
capacita para abrazar a todo el género humano. De este modo, se
nos entrega como Madre de todos y de cada uno de nosotros. Se
156
convierte en la Madre que nos alcanza la misericordia divina.»
(Veritatis splendor 120a)
¿Y qué nos enseña María en orden al cuidado y la defensa de la
vida?
«Quien acogió “la Vida” en nombre de todos y para bien de todos
fue María, la Virgen Madre, la cual tiene por tanto una relación
personal estrechísima con el Evangelio de la vida. El
consentimiento de María en la Anunciación y su maternidad son
el origen mismo del misterio de la vida que Cristo vino a dar a los
hombres (cf. Jn 10, 10). A través de su acogida y cuidado solícito
de la vida del Verbo hecho carne, la vida del hombre ha sido
liberada de la condena de la muerte definitiva y eterna.»
(Evangelium vitae 102b)
«Por esto María, “como la Iglesia de la que es figura, es madre de
todos los que renacen a la vida. Es, en efecto, madre de aquella
Vida por la que todos viven, pues, al dar a luz esta Vida, regeneró,
en cierto modo, a todos los que debían vivir por ella” (Bto.
Guerrico d´Igny, In Assumptione B. Mariae, sermo I, 2: PL 185,
188).» (Evangelium vitae 102c)
157
Señor, y de estar llamada a darlo al mundo, regenerando a los
hombres a la vida misma de Dios. Pero no puede olvidar que esta
misión ha sido posible gracias a la maternidad de María, que
concibió y dio a luz al que es “Dios de Dios”, “Dios verdadero de
Dios verdadero”. María es verdaderamente Madre de Dios, la
Theotokos, en cuya maternidad viene exaltada al máximo la
vocación a la maternidad inscrita por Dios en cada mujer. Así
María se pone como modelo para la Iglesia, llamada a ser la
“nueva Eva”, madre de los creyentes, madre de los ‘vivientes’ (cf.
Gén 3, 20).» (Evangelium vitae 103b)
158
verdadera humanidad y libertad, así el pensamiento filosófico,
cuando acoge el requerimiento que procede de la verdad del
Evangelio, nada pierde de su autonomía, sino que siente como su
búsqueda es impulsada hacia su más alta realización. Esta verdad
la habían comprendido muy bien los santos monjes de la
antigüedad cristiana, cuando llamaban a María “la mesa
intelectual de la fe” (Homilía en honor de Santa María Madre de
Dios, del Pseudo Epifanio; PG 43, 493). En ella veían la imagen
coherente de la verdadera filosofía y estaban convencidos de que
debían philosophari in Maria». (Fides et ratio, 108)
MORAL
«La vida moral se presenta como la respuesta debida a las
iniciativas gratuitas que el amor de Dios multiplica en favor del
hombre. Es una respuesta de amor, según el enunciado del
mandamiento fundamental que hace el Deuteronomio: “Escucha,
Israel: el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu
fuerza. Queden en tu corazón estos preceptos que yo te dicto hoy.
Se los repetirás a tus hijos” (Dt 6, 4-7). Así, la vida moral,
inmersa en la gratuidad del amor de Dios, está llamada a reflejar
su gloria: “Para quien ama a Dios es suficiente agradar a Aquel
159
que él ama, ya que no debe buscarse ninguna otra recompensa
mayor al mismo amor; en efecto, la caridad proviene de Dios de
tal manera que Dios mismo es caridad” (S. León Magno, Sermo
XCII, cap. III; PL 54, 454).» (Veritatis splendor 10c)
¿Cuáles son las bases o fundamentos de la vida moral?
«La vida moral se basa pues en el principio de una «justa
autonomía» del hombre, sujeto personal de sus actos. La ley
moral proviene de Dios y en Él tiene siempre su origen. En virtud
de la razón natural, que deriva de la sabiduría divina, la ley moral
es, al mismo tiempo, la ley propia del hombre. En efecto, la ley
natural, como se ha visto, “no es otra cosa que la luz de la
inteligencia infundida en nosotros por Dios. Gracias a ella
conocemos lo que se debe hacer y lo que se debe evitar. Dios ha
donado esta luz y esta ley en la creación” (S. Tomás de Aquino, In
duo praecepta caritatis et in decem legis praecepta. Prologus.
Opuscula Theologica, II, n. 1129. Ed. Taurinens (1954), 245). La
justa autonomía de la razón práctica significa que el hombre
posee en sí mismo la propia ley, recibida del creador. Sin
embargo, la autonomía de la razón no puede significar la
creación, por parte de la misma razón, de los valores y de las
normas morales. Si esta autonomía implicase una negación de la
participación de la razón práctica en la sabiduría del Creador y
Legislador divino, o bien se sugiriera una libertad creadora de las
normas morales, según las contingencias históricas o las
diversas sociedades y culturas, tal pretendida autonomía
contradiría la enseñanza de la Iglesia sobre la verdad del
160
hombre.» (Veritatis splendor 40)
Según la enseñanza de la Iglesia, ¿de qué depende que un acto
sea moralmente bueno o malo?
«La moralidad del acto humano depende sobre todo y
fundamentalmente del objeto elegido racionalmente por la
voluntad deliberada, como lo prueba también el penetrante
análisis, aún válido, de santo Tomás. Así pues, para poder
aprehender el objeto de un acto, que lo especifica moralmente,
hay que situarse en la perspectiva de la persona que actúa. En
efecto, el objeto del acto del querer es un comportamiento
elegido libremente. Y en cuanto es conforme con el orden de la
razón, es causa de la bondad de la voluntad, nos perfecciona
moralmente y nos dispone a reconocer nuestro fin último en el
bien perfecto, el amor originario. Así pues, no se puede tomar
como objeto de un determinado acto moral, un proceso o un
evento de orden físico solamente, que se valora en cuanto origina
un determinado estado de cosas en el mundo externo. El objeto es
el fin próximo de una elección deliberada que determina el acto
del querer de la persona que actúa. En este sentido, como enseña
el Catecismo de la Iglesia Católica, “hay comportamientos
concretos cuya elección es siempre errada porque ésta comporta
un desorden de la voluntad, es decir, un mal moral” (Catecismo
de la Iglesia Católica, n. 1761). “Sucede frecuentemente –afirma
el Aquinate– que el hombre actúe con buena intención, pero sin
provecho espiritual porque le falta la buena voluntad. Por
161
ejemplo, uno roba para ayudar a los pobres: en este caso, si bien
la intención es buena, falta la rectitud de la voluntad porque las
obras son malas. En conclusión, la buena intención no autoriza a
hacer ninguna obra mala. “Algunos dicen: hagamos el mal para
que venga el bien. Estos bien merecen la propia condena” (Rom 3,
8)” (In duo praecepta caritatis et in decem legis praecepta. De
dilectione Dei: Opuscula Theologica, II, n. 1168, ed. Taurinens
(1954), 250).» (Veritatis splendor 78a)
«La razón por la que no basta la buena intención, sino que es
necesaria también la recta elección de las obras, reside en el
hecho de que el acto humano depende de su objeto, o sea si éste
es o no es ‘ordenable’ a Dios, a Aquel que “sólo es bueno”, y así
realiza la perfección de la persona. Por tanto, el acto es bueno si
su objeto es conforme con el bien de la persona en el respeto de
los bienes moralmente relevantes para ella. La ética cristiana, que
privilegia la atención al objeto moral, no rechaza considerar la
‘teleología’ interior del obrar, en cuanto orientado a promover el
verdadero bien de la persona, sino que reconoce que éste sólo se
pretende realmente cuando se respetan los elementos esenciales
de la naturaleza humana. El acto humano, bueno según su objeto,
es ‘ordenable’ también al fin último. El mismo acto alcanza
después su perfección última y decisiva cuando la voluntad lo
ordena efectivamente a Dios mediante la caridad.» (Veritatis
splendor 78b)
MUJER
162
¿Qué nos dice la Escritura sobre la igualdad fundamental entre
varón y mujer?
«Qué elocuente es la insatisfacción de la que es víctima la vida del
hombre en el Edén, cuando su única referencia es el mundo
vegetal y animal (cf. Gén 2, 20). Sólo la aparición de la mujer, es
decir, de un ser que es hueso de sus huesos y carne de su carne
(cf. Gén 2, 23), y en quien vive igualmente el espíritu de Dios
creador, puede satisfacer la exigencia de diálogo interpersonal
que es vital para la existencia humana. En el otro, hombre o
mujer, se refleja Dios mismo, meta definitiva y satisfactoria de
toda persona.» (Evangelium vitae 35c)
¿Qué dice Juan Pablo II a las mujeres, y en particular a aquellas
que han recibido el gran don de la maternidad?
«Recordando las palabras del mensaje conclusivo del Concilio
Vaticano II, dirijo también yo a las mujeres una llamada
apremiante: “Reconciliad a los hombres con la vida”. Vosotras
estáis llamadas a testimoniar el significado del amor auténtico,
de aquel don de uno mismo y de la acogida del otro que se
realizan de modo específico en la relación conyugal, pero que
deben ser el alma de cualquier relación interpersonal. La
experiencia de la maternidad favorece en vosotras una aguda
sensibilidad hacia las demás personas y, al mismo tiempo, os
confiere una misión particular: “La maternidad conlleva una
163
comunión especial con el misterio de la vida que madura en el
seno de la mujer... Este modo único de contacto con el nuevo
hombre que se está formando crea a su vez una actitud hacia el
hombre –no sólo hacia el propio hijo, sino hacia el hombre en
general–, que caracteriza profundamente toda la personalidad de
la mujer” (Carta Ap. Mulieris dignitatem (1988), 18: AAS 80
(1988), 1696). En efecto, la madre acoge y lleva consigo a otro
ser, le permite crecer en su seno, le ofrece el espacio necesario,
respetándolo en su alteridad. Así, la mujer percibe y enseña que
las relaciones humanas son auténticas si se abren a la acogida de
la otra persona, reconocida y amada por la dignidad que tiene por
el hecho de ser persona y no de otros factores, como la utilidad, la
fuerza, la inteligencia, la belleza o la salud. Esta es la aportación
fundamental que la Iglesia y la humanidad esperan de las
mujeres. Y es la premisa insustituible para un auténtico cambio
cultural.» (Evangelium vitae 99b)
MUERTE
164
defensor del inocente (cf. Gén 4, 9-15; Is 41, 14; Jr 50, 34; Sal 19/
18, 15). También de este modo, Dios demuestra que «no se recrea
en la destrucción de los vivientes» (Sb 1, 13). Sólo Satanás puede
gozar con ella: por su envidia la muerte entró en el mundo (cf. Sb
2, 24). Satanás, que es “homicida desde el principio”, y también
“mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8, 44), engañando al
hombre, lo conduce a los confines del pecado y de la muerte,
presentados como logros o frutos de vida.» (Evangelium vitae 53c)
Entonces, ¿cómo se considera moralmente el dar muerte a un
ser humano inocente?
«La decisión deliberada de privar a un ser humano inocente de su
vida es siempre mala desde el punto de vista moral y nunca puede
ser lícita ni como fin, ni como medio para un fin bueno. En efecto,
es una desobediencia grave a la ley moral, más aún, a Dios
mismo, su autor y garante; y contradice las virtudes
fundamentales de la justicia y de la caridad. “Nada ni nadie puede
autorizar la muerte de un ser humano inocente, sea feto o
embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o
agonizante. Nadie además puede pedir este gesto homicida para
sí mismo o para otros confiados a su responsabilidad ni puede
consentirlo explícita o implícitamente. Ninguna autoridad puede
legítimamente imponerlo ni permitirlo” (Congregación para la
Doctrina de la Fe. Declaración Iura et bona, sobre la eutanasia (5
de mayo 1980), II; AAS 72 (1980), 546).» (Evangelium vitae 57e)
165
¿Y qué enseña el Papa Juan Pablo II sobre la pena de muerte?
«En este horizonte se sitúa también el problema de la pena de
muerte, respecto a la cual hay, tanto en la Iglesia como en la
sociedad civil, una tendencia progresiva a pedir una aplicación
muy limitada e, incluso, su total abolición. El problema se
enmarca en la óptica de una justicia penal que sea cada vez más
conforme con la dignidad del hombre y por tanto, en último
término, con el designio de Dios sobre el hombre y la sociedad. En
efecto, la pena que la sociedad impone “tiene como primer efecto
el de compensar el desorden introducido por la falta” (Catecismo
de la Iglesia Católica, 2266). La autoridad pública debe reparar la
violación de los derechos personales y sociales mediante la
imposición al reo de una adecuada expiación del crimen, como
condición para ser readmitido al ejercicio de la propia libertad. De
este modo la autoridad alcanza también el objetivo de preservar
el orden público y la seguridad de las personas, no sin ofrecer al
mismo reo un estímulo y una ayuda para corregirse y
enmendarse.» (Evangelium vitae 56a)
«Es evidente que, precisamente para conseguir todas estas
finalidades, la medida y la calidad de la pena deben ser valoradas
y decididas atentamente, sin que se deba llegar a la medida
extrema de la eliminación del reo salvo en casos de absoluta
necesidad, es decir, cuando la defensa de la sociedad no sea
posible de otro modo. Hoy, sin embargo, gracias a la
organización cada vez más adecuada de la institución penal,
estos casos son ya muy raros, por no decir prácticamente
166
inexistentes.» (Evangelium vitae 56b)
¿Y qué decir acerca del suicidio? ¿Qué calificación moral le da la
doctrina de la Iglesia?
«…el suicidio es siempre moralmente inaceptable, al igual que el
homicidio. La tradición de la Iglesia siempre lo ha rechazado
como decisión gravemente mala. Aunque determinados
condicionamientos psicológicos, culturales y sociales puedan
llevar a realizar un gesto que contradice tan radicalmente la
inclinación innata de cada uno a la vida, atenuando o anulando la
responsabilidad subjetiva, el suicidio, bajo el punto de vista
objetivo, es un acto gravemente inmoral, porque comporta el
rechazo del amor a sí mismo y la renuncia a los deberes de
justicia y de caridad para con el prójimo, para con las distintas
comunidades de las que se forma parte y para la sociedad en
general. En su realidad más profunda, constituye un rechazo de la
soberanía absoluta de Dios sobre la vida y sobre la muerte,
proclamada así en la oración del antiguo sabio de Israel: “Tú
tienes el poder sobre la vida y sobre la muerte, haces bajar a las
puertas del Hades y de allí subir” (Sb 16, 13; cf. Tb 13, 2).»
(Evangelium vitae 66a)
¿Posee la muerte alguna repercusión para la reflexión filosófica?
¿En qué sentido?
«La verdad se presenta inicialmente al hombre como un
167
interrogante: ¿tiene sentido la vida? ¿hacia dónde se dirige? A
primera vista, la existencia personal podría presentarse como
radicalmente carente de sentido. No es necesario recurrir a los
filósofos del absurdo ni a las preguntas provocadoras que se
encuentran en el libro de Job para dudar del sentido de la vida. La
experiencia diaria del sufrimiento, propio y ajeno, la vista de
tantos hechos que a la luz de la razón parecen inexplicables, son
suficientes para hacer ineludible una pregunta tan dramática
como la pregunta sobre el sentido (Carta ap. Salvifici doloris (11 de
febrero 1984), 9: AAS 76 (1984), 209-210)). A esto se debe añadir
que la primera verdad absolutamente cierta de nuestra
existencia, además del hecho de que existimos, es lo inevitable de
nuestra muerte. Frente a este dato desconcertante se impone la
búsqueda de una respuesta exhaustiva. Cada uno quiere –y debe–
conocer la verdad sobre el propio fin. Quiere saber si la muerte
será el término definitivo de su existencia o si hay algo que
sobrepasa la muerte: si le está permitido esperar en una vida
posterior o no. Es significativo que el pensamiento filosófico haya
recibido una orientación decisiva de la muerte de Sócrates que lo
ha marcado desde hace más de dos milenios. No es en absoluto
casual, pues, que los filósofos ante el hecho de la muerte se hayan
planteado de nuevo este problema junto con el del sentido de la
vida y de la inmortalidad» (Fides et ratio, 26)
N
168
NUEVA EVANGELIZACIÓN
«El momento que estamos viviendo –al menos en no pocas
sociedades– es más bien el de un formidable desafío a la nueva
evangelización, es decir, al anuncio del Evangelio siempre nuevo
y siempre portador de novedad, una evangelización que debe ser
“nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión” (Discurso a
los obispos del CELAM (9 de marzo 1983), III. Insegnamenti, VI, 1
(1983), 698). La descristianización, que grava sobre pueblos
enteros y comunidades en otro tiempo ricos de fe y vida cristiana,
no comporta sólo la pérdida de la fe o su falta de relevancia para
la vida, sino también y necesariamente una decadencia u
oscurecimiento del sentido moral: y esto ya sea por la disolución
de la conciencia de la originalidad de la moral evangélica, ya sea
por el eclipse de los mismos principios y valores éticos
fundamentales. Las tendencias subjetivistas, utilitaristas y
relativistas, hoy ampliamente difundidas, se presentan no
simplemente como posiciones pragmáticas, como usanzas, sino
concepciones consolidadas desde el punto de vista teórico, que
reivindican una plena legitimidad cultural y social.» (Veritatis
splendor 106b)
169
al predicar precisamente el Reino de Dios y su amor salvífico, ha
hecho una llamada a la fe y a la conversión (cf. Mc 1, 15). Y Pedro
con los otros Apóstoles, anunciando la resurrección de Jesús de
Nazaret de entre los muertos, propone una vida nueva que hay
que vivir, un ‘camino’ que hay que seguir para ser discípulo del
Resucitado (cf. Act 2, 37-41; 3, 17-20).» (Veritatis splendor 107a)
«De la misma manera, y más aún, que para las verdades de fe, la
nueva evangelización que propone los fundamentos y contenidos
de la moral cristiana manifiesta su autenticidad y, al mismo
tiempo, difunde toda su fuerza misionera, cuando se realiza a
través del don no sólo de la palabra anunciada, sino también de la
palabra vivida. En particular, es la vida de santidad, que
resplandece en tantos miembros del pueblo de Dios
frecuentemente humildes y escondidos a los ojos de los hombres,
la que constituye el camino más simple y fascinante en el que se
nos concede percibir inmediatamente la belleza de la verdad, la
fuerza liberadora del amor de Dios, el valor de la fidelidad
incondicionada a todas las exigencias de la ley del Señor, incluso
en las circunstancias más difíciles. Por esto, la Iglesia, en su sabia
pedagogía moral, ha invitado siempre a los creyentes a buscar y a
encontrar en los santos y santas, y en primer lugar en la Virgen
Madre de Dios “llena de gracia” y “toda santa”, el modelo, la
fuerza y la alegría para vivir una vida según los mandamientos de
Dios y las bienaventuranzas del Evangelio.» (Veritatis splendor
107b)
¿Y qué papel juega el Espíritu Santo en la Nueva Evangelización?
170
«En la raíz de la nueva evangelización y de la vida moral nueva,
que ella propone y suscita en sus frutos de santidad y acción
misionera, está el Espíritu de Cristo, principio y fuerza de la
fecundidad de la santa Madre Iglesia, como nos recuerda Pablo
VI: “No habrá nunca evangelización posible sin la acción del
Espíritu Santo” (Exhort. Ap. Evangelii nuntiandi (8 de diciembre
1975), 75: AAS 68 (1976), 64). Al Espíritu de Jesús, acogido por el
corazón humilde y dócil del creyente, se debe, por tanto, el
florecer de la vida moral cristiana y el testimonio de la santidad
en la gran variedad de las vocaciones, de los dones, de las
responsabilidades y de las condiciones y situaciones de vida.»
(Veritatis splendor 108a)
Y la filosofía, ¿realiza algún aporte en la tarea de la Nueva
Evangelización?
«La filosofía, además, es como el espejo en el que se refleja la
cultura de los pueblos. Una filosofía que, impulsada por las
exigencias de la teología, se desarrolla en coherencia con la fe,
forma parte de la “evangelización de la cultura” que Pablo VI
propuso como uno de los objetivos fundamentales de la
evangelización (Cf. Exhort. Ap. Evangelii nuntiandi (8 de
diciembre 1975), 20: AAS 68 (1976), 18-19). A la vez que no me
canso de recordar la urgencia de una nueva evangelización, me
dirijo a los filósofos para que profundicen en las dimensiones de
la verdad, del bien y de la belleza, a las que conduce la palabra de
Dios. Esto es más urgente aún si se consideran los retos que el
171
nuevo milenio trae consigo y que afectan de modo particular a las
regiones y culturas de antigua tradición cristiana. Esta atención
debe considerarse también como una aportación fundamental y
original en el camino de la nueva evangelización.» (Fides et ratio,
103)
O
OPCIÓN FUNDAMENTAL
¿Qué cosa afirman las teorías morales erróneas acerca de la
“opción fundamental”?
«… algunos autores proponen una revisión mucho más radical de
la relación entre persona y actos. Hablan de una “libertad
fundamental”, más profunda y diversa de la libertad de elección,
sin cuya consideración no se podrían comprender ni valorar
correctamente los actos humanos. Según estos autores, la
función clave en la vida moral habría que atribuirla a una “opción
fundamental”, actuada por aquella libertad fundamental
mediante la cual la persona decide globalmente sobre sí misma,
no a través de una elección determinada y consciente a nivel
reflejo, sino en forma ‘trascendental’ y ‘atemática’. Los actos
particulares derivados de esta opción constituirían solamente
unas tentativas parciales y nunca resolutivas para expresarla,
serían solamente ‘signos’ o síntomas de ella. Objeto inmediato de
estos actos se dice no es el Bien absoluto (ante el cual la libertad
de la persona se expresaría a nivel trascendental), sino que son
172
los bienes particulares (llamados también ‘categoriales’). Ahora
bien, según la opinión de algunos teólogos, ninguno de estos
bienes, parciales por su naturaleza, podría determinar la libertad
del hombre como persona en su totalidad, aunque el hombre
solamente pueda expresar la propia opción fundamental
mediante la realización o el rechazo de aquéllos.» (Veritatis
splendor 65b)
«De esta manera, se llega a introducir una distinción entre la
opción fundamental y las elecciones deliberadas de un
comportamiento concreto; una distinción que en algunos autores
asume la forma de una disociación, en cuanto circunscriben
expresamente el ‘bien’ y el ‘mal’ moral a la dimensión
trascendental propia de la opción fundamental, calificando como
‘rectas’ o ‘equivocadas’ las elecciones de comportamientos
particulares ‘intramundanos’, es decir, referidos a las relaciones
del hombre consigo mismo, con los otros y con el mundo de las
cosas. De este modo, parece delinearse dentro del
comportamiento humano una escisión entre dos niveles de
moralidad: por una parte el orden del bien y del mal, que depende
de la voluntad, y, por otra, los comportamientos determinados,
los cuales son juzgados como moralmente rectos o equivocados
haciéndolo depender sólo de un cálculo técnico de la proporción
entre bienes y males ‘premorales’ o ‘físicos’, que siguen
efectivamente a la acción. Y esto hasta el punto de que un
comportamiento concreto, incluso elegido libremente, es
considerado como un proceso simplemente físico, y no según los
criterios propios de un acto humano. El resultado al que se llega
173
es el de reservar la calificación propiamente moral de la persona a
la opción fundamental, sustrayéndola –o atenuándola– a la
elección de los actos particulares y de los comportamientos
concretos.» (Veritatis splendor 65c)
«No hay duda de que la doctrina moral cristiana, en sus mismas
raíces bíblicas, reconoce la específica importancia de una
elección fundamental que cualifica la vida moral y que
compromete la libertad a nivel radical ante Dios. Se trata de la
elección de la fe, de la obediencia de la fe (cf. Rom 16, 26), por la
que “el hombre se entrega entera y libremente a Dios, y le ofrece
“el homenaje total de su entendimiento y voluntad” (Conc.
Ecum. Vat. II, Const. dogm. Sobre la divina revelación Dei Verbum,
5). Esta fe, que actúa por la caridad (cf. Gál 5, 6), proviene de lo
más íntimo del hombre, de su ‘corazón’ (cf. Rom 10, 10), y desde
aquí viene llamada a fructificar en las obras (cf. Mt 12, 33-35; Lc
6, 43-45; Rom 8, 5-8; Gál 5, 22). En el Decálogo se encuentra, al
inicio de los diversos mandamientos, la cláusula fundamental:
“Yo, el Señor, soy tu Dios” (Ex 20, 2), la cual, confiriendo el
sentido original a las múltiples y varias prescripciones
particulares, asegura a la moral de la Alianza una fisonomía de
totalidad, unidad y profundidad. La elección fundamental de
Israel se refiere, por tanto, al mandamiento fundamental (cf. Jos
24, 14-25; Ex 19, 3-8; Miq 6, 8). También la moral de la Nueva
Alianza está dominada por la llamada fundamental de Jesús a su
174
‘seguimiento’ -al joven le dice: “Si quieres ser perfecto... ven, y
sígueme” (Mt 19, 21)—; y el discípulo responde a esa llamada con
una decisión y una elección radical. Las parábolas evangélicas del
tesoro y de la perla preciosa, por los que se vende todo cuanto se
posee, son imágenes elocuentes y eficaces del carácter radical e
incondicionado de la elección que exige el Reino de Dios. La
radicalidad de la elección para seguir a Jesús está expresada
maravillosamente en sus palabras: “Quien quiera salvar su vida,
la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la
salvará” (Mc 8, 35).» (Veritatis splendor 66a)
«La llamada de Jesús “ven y sígueme” marca la máxima
exaltación posible de la libertad del hombre y, al mismo tiempo,
atestigua la verdad y la obligación de los actos de fe y de
decisiones que se pueden calificar de opción fundamental.
Encontramos una análoga exaltación de la libertad humana en las
palabras de san Pablo: “Hermanos, habéis sido llamados a la
libertad” (Gál 5, 13). Pero el Apóstol añade inmediatamente una
grave advertencia: “Con tal de que no toméis de esa libertad
pretexto para la carne”. En esta exhortación resuenan sus
palabras precedentes: “Para ser libres nos libertó Cristo.
Manteneos, pues, firmes y no os dejéis oprimir nuevamente bajo
el yugo de la esclavitud” (Gál 5, 1). El apóstol Pablo nos invita a la
vigilancia, pues la libertad sufre siempre la insidia de la
esclavitud. Tal es precisamente el caso de un acto de fe –en el
sentido de una opción fundamental– que es disociado de la
elección de los actos particulares según las corrientes
anteriormente mencionadas.» (Veritatis splendor 66b)
175
P
PECADO
«El Evangelio de la vida, proclamado al principio con la creación
del hombre a imagen de Dios para un destino de vida plena y
perfecta (cf. Gén 2, 7; Sb 9, 2-3), está como en contradicción con
176
la experiencia lacerante de la muerte que entra en el mundo y
oscurece el sentido de toda la existencia humana. La muerte entra
por la envidia del diablo (cf. Gén 3, 1. 4-5) y por el pecado de los
primeros padres (cf. Gén 2, 17; 3, 17-19).» (Evangelium vitae 7b)
¿Y qué consecuencias ha traído el pecado original para el ser
humano?
«Lamentablemente, el magnífico proyecto de Dios se oscurece
por la irrupción del pecado en la historia. Con el pecado el
hombre se rebela contra el Creador, acabando por idolatrar a las
criaturas: “Cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y
adoraron y sirvieron a la criatura en vez del Creador” (Rom 1, 25).
De este modo, el ser humano no sólo desfigura en sí mismo la
imagen de Dios, sino que está tentado de ofenderla también en
los demás, sustituyendo las relaciones de comunión por actitudes
de desconfianza, indiferencia, enemistad, llegando al odio
homicida. Cuando no se reconoce a Dios como Dios, se traiciona
el sentido profundo del hombre y se perjudica la comunión entre
los hombres.» (Evangelium vitae 36a)
¿Sigue siendo válida la enseñanza de la Iglesia que distingue
entre pecados veniales y pecados mortales?
«La Exhortación apostólica post-sinodal Reconciliatio et
paenitentia ha confirmado la importancia y la actualidad
permanente de la distinción entre pecados mortales y veniales,
177
según la tradición de la Iglesia. Y el Sínodo de los Obispos de
1983, del cual ha emanado dicha Exhortación, “no sólo ha vuelto
a afirmar cuanto fue proclamado por el Concilio de Trento sobre
la existencia y la naturaleza de los pecados mortales y veniales,
sino que ha querido recordar que es pecado mortal lo que tiene
como objeto una materia grave y que, además, es cometido con
pleno conocimiento y deliberado consentimiento” (Exhort. Ap.
Postsinodal Reconciliatio et paenitentia (2 de diciembre 1984), 17:
AAS 77 (1985), 221).» (Veritatis splendor 70a)
«La afirmación del Concilio de Trento no considera solamente la
“materia grave” del pecado mortal, sino que recuerda también,
como una condición necesaria suya, el “pleno conocimiento y
consentimiento deliberado”. Por lo demás, tanto en la teología
moral como en la práctica pastoral, son bien conocidos los casos
en los que un acto grave, por su materia, no constituye un pecado
mortal por razón del conocimiento no pleno o del consentimiento
no deliberado de quien lo comete.» (Veritatis splendor 70b)
¿De qué manera se niega o se pone en entredicho la afirmación
de que existen pecados veniales y mortales?
«Las consideraciones en torno a la opción fundamental, como
hemos visto, han inducido a algunos teólogos a someter también
a una profunda revisión la distinción tradicional entre los
pecados mortales y los pecados veniales; ellos subrayan que la
oposición a la ley de Dios, que causa la pérdida de la gracia
santificante –y, en el caso de muerte en tal estado de pecado, la
condenación eterna–, solamente puede ser fruto de un acto que
178
compromete a la persona en su totalidad, es decir, un acto de
opción fundamental. Según estos teólogos, el pecado mortal, que
separa al hombre de Dios, se verificaría solamente en el rechazo
de Dios, que viene realizado a un nivel de libertad no identificable
con un acto de elección ni al que se puede llegar con un
conocimiento sólo reflejo. En este sentido –añaden– es difícil, al
menos psicológicamente, aceptar el hecho de que un cristiano,
que quiere permanecer unido a Jesucristo y a su Iglesia, pueda
cometer pecados mortales tan fácil y repetidamente, como parece
indicar a veces la «materia» misma de sus actos. Igualmente,
sería difícil aceptar que el hombre sea capaz, en un breve período
de tiempo, de romper radicalmente el vínculo de comunión con
Dios y de convertirse sucesivamente a Él mediante una penitencia
sincera. Por tanto, es necesario –se afirma– medir la gravedad
del pecado desde el grado de compromiso de libertad de la
persona que realiza un acto, y no desde la materia de dicho acto.»
(Veritatis splendor 69)
«Por otra parte, “se deberá evitar reducir el pecado mortal a un
acto de “opción fundamental” –como hoy se suele decir– contra
Dios”, concebido ya sea como explícito y formal desprecio de
Dios y del prójimo, ya sea como implícito y no reflexivo rechazo
del amor. “Se comete, en efecto, un pecado mortal también,
cuando el hombre, sabiéndolo y queriéndolo elige, por el motivo
que sea, algo gravemente desordenado. En efecto, en esta
elección está ya incluido un desprecio del precepto divino, un
rechazo del amor de Dios hacia la humanidad y hacia toda la
creación: el hombre se aleja de Dios y pierde la caridad. La
179
orientación fundamental puede, pues, ser radicalmente
modificada por actos particulares. Sin duda pueden darse
situaciones muy complejas y oscuras bajo el aspecto psicológico,
que influyen sobre la imputabilidad subjetiva del pecador. Pero de
la consideración de la esfera psicológica no se puede pasar a la
constitución de una categoría teológica, como es concretamente
la “opción fundamental” entendida de tal modo que, en el plano
objetivo, cambie o ponga en duda la concepción tradicional de
pecado mortal” (Exhort. Ap. Reconciliatio et paenitentia, n. 17).»
(Veritatis splendor 70b)
PROPORCIONALISMO
¿Qué es el proporcionalismo?
180
responsable de los propios actos y de sus consecuencias. Este
‘teleologismo’, como método de reencuentro de la norma moral,
puede, entonces, ser llamado –según terminologías y conceptos
tomados de diferentes corrientes de pensamiento–
‘consecuencialismo’ o ‘proporcionalismo’. El primero pretende
obtener los criterios de la rectitud de un obrar determinado sólo
del cálculo de las consecuencias que se prevé pueden derivarse de
la ejecución de una decisión. El segundo, ponderando entre sí los
valores y los bienes que persiguen, se centra más bien en la
proporción reconocida entre los efectos buenos o malos, en vista
del “bien más grande” o del “mal menor”, que sean
efectivamente posibles en una situación determinada.» (Veritatis
splendor 75a)
¿Por qué es errónea esta teoría moral?
«Las teorías éticas teleológicas (proporcionalismo,
consecuencialismo), aun reconociendo que los valores morales
son señalados por la razón y la revelación, no admiten que se
pueda formular una prohibición absoluta de comportamientos
determinados que, en cualquier circunstancia y cultura,
contrasten con aquellos valores. El sujeto que obra sería
responsable de la consecución de los valores que se persiguen,
pero según un doble aspecto: en efecto, los valores o bienes
implicados en un acto humano, sería, desde un punto de vista, de
orden moral (con relación a valores propiamente morales, como
el amor de Dios, la benevolencia hacia el prójimo, la justicia, etc)
y, desde otro, de orden pre-moral, llamado también no-moral,
181
físico u óntico (con relación a las ventajas e inconvenientes
originados sea a aquel que actúa, como a toda persona implicada
antes o después, como por ejemplo la salud o su lesión, la
integridad física, la vida, la muerte, la pérdida de bienes
materiales, etc).» (Veritatis splendor 75b)
«En un mundo en el que el bien estaría siempre mezclado con el
mal y cualquier efecto bueno estaría vinculado con otros efectos
malos, la moralidad del acto se juzgaría de modo diferenciado: su
‘bondad’ moral sobre la base de la intención del sujeto, referida a
los bienes morales, y su rectitud sobre la base de la consideración
de los efectos o consecuencias previsibles y de su proporción. Por
consiguiente, los comportamientos concretos serían cualificados
como ‘rectos’ o ‘equivocados’, sin que por esto sea posible
valorar la voluntad de la persona que los elige como moralmente
‘buena’ o ‘mala’. De este modo, un acto que, oponiéndose a
normas universales negativas viola directamente bienes
considerados como pre-morales, podría ser cualificado como
moralmente admisible si la intención del sujeto se concentra,
según una ‘responsable’ ponderación de los bienes implicados en
la acción concreta, sobre el valor moral reputado decisivo en la
circunstancia. La valoración de las consecuencias de la acción, en
base a la proporción del acto con sus efectos y de los efectos entre
sí, sólo afectaría al orden pre-moral. Sobre la especificidad moral
de los actos, esto es, sobre su bondad o maldad, decidiría
exclusivamente la fidelidad de la persona a los valores más altos
de la caridad y de la prudencia, sin que esta fidelidad sea
incompatible necesariamente con decisiones contrarias a ciertos
182
preceptos morales particulares. Incluso en materia grave, estos
últimos deberán ser considerados como normas operativas
siempre relativas y susceptibles de excepciones. En esta
perspectiva, el consentimiento otorgado a ciertos
comportamientos declarados ilícitos por la moral tradicional no
implicaría una malicia moral objetiva.» (Veritatis splendor 75c)
«Sin embargo, semejantes teorías no son fieles a la doctrina de la
Iglesia, en cuanto creen poder justificar, como moralmente
buenas, elecciones deliberadas de comportamientos contrarios a
los mandamientos de la ley divina y natural. Estas teorías no
pueden atribuirse a la tradición moral católica, pues si bien es
verdad que en esta última se ha desarrollado una casuística
atenta a ponderar en algunas situaciones concretas las
posibilidades mayores de bien, es igualmente verdad que esto se
refería solamente a los casos en los que la ley era incierta y, por
consiguiente, no ponía en discusión la validez absoluta de los
preceptos morales negativos, los cuales obligan sin excepción.
Los fieles están obligados a reconocer y respetar los preceptos
morales específicos, declarados y enseñados por la Iglesia en el
nombre de Dios, Creador y Señor.» (Veritatis splendor 76b)
R
RAZÓN
183
Pablo II hacia la razón?
«La Iglesia, por su parte, aprecia el esfuerzo de la razón por
alcanzar los objetivos que hagan cada vez más digna la existencia
personal. Ella ve en la filosofía el camino para conocer verdades
fundamentales relativas a la existencia del hombre. Al mismo
tiempo, considera a la filosofía como una ayuda indispensable
para profundizar la inteligencia de la fe y comunicar la verdad del
Evangelio a cuantos aún no la conocen.
Teniendo en cuenta iniciativas análogas de mis Predecesores,
deseo yo también dirigir la mirada hacia esta peculiar actividad
de la razón. Me impulsa a ello el hecho de que, sobre todo en
nuestro tiempo, la búsqueda de la verdad última parece a menudo
oscurecida. Sin duda la filosofía moderna tiene el gran mérito de
haber concentrado su atención en el hombre. A partir de aquí,
una razón llena de interrogantes ha desarrollado sucesivamente
su deseo de conocer cada vez más y más profundamente.» (Fides
et ratio, 5a)
¿Cuál debe ser la actitud de la razón ante el misterio que Dios
revela?
«El Concilio enseña que “cuando Dios revela, el hombre tiene que
someterse con la fe” (Constit. Dogmática Dei Verbum, n. 5). Con
esta afirmación breve pero densa, se indica una verdad
fundamental del cristianismo. Se dice, ante todo, que la fe es la
respuesta de obediencia a Dios. Ello conlleva reconocerle en su
divinidad, trascendencia y libertad suprema. El Dios, que se da a
184
conocer desde la autoridad de su absoluta trascendencia, lleva
consigo la credibilidad de aquello que revela. Desde la fe el
hombre da su asentimiento a ese testimonio divino. Ello quiere
decir que reconoce plena e integralmente la verdad de lo
revelado, porque Dios mismo es su garante. Esta verdad, ofrecida
al hombre y que él no puede exigir, se inserta en el horizonte de la
comunicación interpersonal e impulsa a la razón a abrirse a la
misma y a acoger su sentido profundo. Por esto el acto con el que
uno confía en Dios siempre ha sido considerado por la Iglesia
como un momento de elección fundamental, en la cual está
implicada toda la persona. Inteligencia y voluntad desarrollan al
máximo su naturaleza espiritual para permitir que el sujeto
cumpla un acto en el cual la libertad personal se vive de modo
pleno.» (Fides et ratio, 13b)
«Para ayudar a la razón, que busca la comprensión del misterio,
están también los signos contenidos en la Revelación. Estos
sirven para profundizar más la búsqueda de la verdad y permitir
que la mente pueda indagar de forma autónoma incluso dentro
del misterio. Estos signos si por una parte dan mayor fuerza a la
razón, porque le permiten investigar en el misterio con sus
propios medios, de los cuales está justamente celosa, por otra
parte la empujan a ir más allá de su misma realidad de signos,
para descubrir el significado ulterior del cual son portadores. En
ellos, por lo tanto, está presente una verdad escondida a la que la
mente debe dirigirse y de la cual no puede prescindir sin destruir
el signo mismo que se le propone.» (Fides et ratio, 13c)
185
186
es puesta por el Salmista cuando ora diciendo: “Mas para mí,
¡qué arduos son tus pensamientos, oh Dios, qué incontable su
suma! ¡Son más, si los recuento, que la arena, y al terminar,
todavía estoy contigo!” (139 [138], 17-18). El deseo de conocer es
tan grande y supone tal dinamismo que el corazón del hombre,
incluso desde la experiencia de su límite insuperable, suspira
hacia la infinita riqueza que está más allá, porque intuye que en
ella está guardada la respuesta satisfactoria para cada pregunta
aún no resuelta.» (Fides et ratio, 17)
En sus orígenes, ¿la fe cristiana ha valorado el legado de la
razón, expresado en la filosofía? ¿Nos dice la Escritura algo de
ello?
«Según el testimonio de los Hechos de los Apóstoles, el anuncio
cristiano tuvo que confrontarse desde el inicio con las corrientes
filosóficas de la época. El mismo libro narra la discusión que san
Pablo tuvo en Atenas con “algunos filósofos epicúreos y
estoicos” (17, 18). El análisis exegético del discurso en el
Areópago ha puesto de relieve repetidas alusiones a convicciones
populares sobre todo de origen estoico. Ciertamente esto no era
casual. Los primeros cristianos para hacerse comprender por los
paganos no podían referirse sólo a “Moisés y los profetas”;
debían también apoyarse en el conocimiento natural de Dios y en
la voz de la conciencia moral de cada hombre (cf. Rm 1, 19-21; 2,
187
14-15; Hch 14, 16-17). Sin embargo, como este conocimiento
natural había degenerado en idolatría en la religión pagana (cf.
Rm 1, 21-32), el Apóstol considera más oportuno relacionar su
argumentación con el pensamiento de los filósofos, que desde
siempre habían opuesto a los mitos y a los cultos mistéricos
conceptos más respetuosos de la trascendencia divina.» (Fides et
ratio, 36)
¿Y cuál fue el aporte de los Padres de la Iglesia a la relación
razón-fe?
«Justamente aquí está la novedad alcanzada por los Padres. Ellos
acogieron plenamente la razón abierta a lo absoluto y en ella
incorporaron la riqueza de la Revelación. El encuentro no fue sólo
entre culturas, donde tal vez una es seducida por el atractivo de
otra, sino que tuvo lugar en lo profundo de los espíritus, siendo
un encuentro entre la criatura y el Creador. Sobrepasando el fin
mismo hacia el que inconscientemente tendía por su naturaleza,
la razón pudo alcanzar el bien sumo y la verdad suprema en la
persona del Verbo encarnado. Ante las filosofías, los Padres no
tuvieron miedo, sin embargo, de reconocer tanto los elementos
comunes como las diferencias que presentaban con la Revelación.
Ser conscientes de las convergencias no ofuscaba en ellos el
reconocimiento de las diferencias.» (Fides et ratio, 41).
¿Y cuál es el aporte ofrecido por Santo Tomás de Aquino a la
188
correcta comprensión de la relación razón-fe?
«Un puesto singular en este largo camino corresponde a santo
Tomás, no sólo por el contenido de su doctrina, sino también por
la relación dialogal que supo establecer con el pensamiento árabe
y hebreo de su tiempo. En una época en la que los pensadores
cristianos descubrieron los tesoros de la filosofía antigua, y más
concretamente aristotélica, tuvo el gran mérito de destacar la
armonía que existe entre la razón y la fe. Argumentaba que la luz
de la razón y la luz de la fe proceden ambas de Dios; por tanto, no
pueden contradecirse entre sí (Cf. S
umma contra Gentiles, I, VII).
Más radicalmente, Tomás reconoce que la naturaleza, objeto
propio de la filosofía, puede contribuir a la comprensión de la
revelación divina. La fe, por tanto, no teme la razón, sino que la
busca y confía en ella. Como la gracia supone la naturaleza y la
perfecciona (Cf. Summa Theologiae I, 1, 8, ad 2: “Cum enim gratia
non tollat naturam sed perficiat”), así la fe supone y perfecciona la
razón. Esta última, iluminada por la fe, es liberada de la
fragilidad y de los límites que derivan de la desobediencia del
pecado y encuentra la fuerza necesaria para elevarse al
conocimiento del misterio de Dios Uno y Trino. Aun señalando
con fuerza el carácter sobrenatural de la fe, el Doctor Angélico no
ha olvidado el valor de su carácter racional; sino que ha sabido
profundizar y precisar este sentido. En efecto, la fe es de algún
modo “ejercicio del pensamiento”; la razón del hombre no queda
anulada ni se envilece dando su asentimiento a los contenidos de
la fe, que en todo caso se alcanzan mediante una opción libre y
consciente (Cf. Discurso a los participantes en el IX Congreso
189
Tomista Internacional (29 de septiembre 1990): Insegnamenti,
XIII, 2 (1990), 770-771).
Precisamente por este motivo la Iglesia ha propuesto siempre a
santo Tomás como maestro de pensamiento y modelo del modo
correcto de hacer teología. En este contexto, deseo recordar lo
que escribió mi predecesor, el siervo de Dios Pablo VI, con
ocasión del séptimo centenario de la muerte del Doctor Angélico:
“No cabe duda que santo Tomás poseyó en grado eximio audacia
para la búsqueda de la verdad, libertad de espíritu para afrontar
problemas nuevos y la honradez intelectual propia de quien, no
tolerando que el cristianismo se contamine con la filosofía
pagana, sin embargo no rechaza a priori esta filosofía. Por eso ha
pasado a la historia del pensamiento cristiano como precursor
del nuevo rumbo de la filosofía y de la cultura universal. El punto
capital y como el meollo de la solución casi profética a la nueva
confrontación entre la razón y la fe, consiste en conciliar la
secularidad del mundo con las exigencias radicales del Evangelio,
sustrayéndose así a la tendencia innatural de despreciar el
mundo y sus valores, pero sin eludir las exigencias supremas e
inflexibles del orden sobrenatural” (Carta Ap. Lumen Ecclesiae (20
de noviembre 1974), 8: AAS 66 (1974), 680).» (Fides et ratio, 43)
190
y del saber científico. San Alberto Magno y santo Tomás, aun
manteniendo un vínculo orgánico entre la teología y la filosofía,
fueron los primeros que reconocieron la necesaria autonomía que
la filosofía y las ciencias necesitan para dedicarse eficazmente a
sus respectivos campos de investigación. Sin embargo, a partir de
la baja Edad Media la legítima distinción entre los dos saberes se
transformó progresivamente en una nefasta separación. Debido
al excesivo espíritu racionalista de algunos pensadores, se
radicalizaron las posturas, llegándose de hecho a una filosofía
separada y absolutamente autónoma respecto a los contenidos de
la fe. Entre las consecuencias de esta separación está el recelo
cada vez mayor hacia la razón misma. Algunos comenzaron a
profesar una desconfianza general, escéptica y agnóstica, bien
para reservar mayor espacio a la fe, o bien para desacreditar
cualquier referencia racional posible a la misma.
En resumen, lo que el pensamiento patrístico y medieval había
concebido y realizado como unidad profunda, generadora de un
conocimiento capaz de llegar a las formas más altas de la
especulación, fue destruido de hecho por los sistemas que
asumieron la posición de un conocimiento racional separado de
la fe o alternativo a ella.» (Fides et ratio, 45)
¿Cómo se ve hoy la relación entre fe y razón? ¿Qué pide el Papa
Juan Pablo II ante la situación presente?
«En este último período de la historia de la filosofía se constata,
pues, una progresiva separación entre la fe y la razón filosófica.
191
Es cierto que, si se observa atentamente, incluso en la reflexión
filosófica de aquellos que han contribuido a aumentar la distancia
entre fe y razón aparecen a veces gérmenes preciosos de
pensamiento que, profundizados y desarrollados con rectitud de
mente y corazón, pueden ayudar a descubrir el camino de la
verdad. Estos gérmenes de pensamiento se encuentran, por
ejemplo, en los análisis profundos sobre la percepción y la
experiencia, lo imaginario y el inconsciente, la personalidad y la
intersubjetividad, la libertad y los valores, el tiempo y la historia;
incluso el tema de la muerte puede llegar a ser para todo
pensador una seria llamada a buscar dentro de sí mismo el
sentido auténtico de la propia existencia. Sin embargo, esto no
quita que la relación actual entre la fe y la razón exija un atento
esfuerzo de discernimiento, ya que tanto la fe como la razón se
han empobrecido y debilitado una ante la otra. La razón, privada
de la aportación de la Revelación, ha recorrido caminos
secundarios que tienen el peligro de hacerle perder de vista su
meta final. La fe, privada de la razón, ha subrayado el
sentimiento y la experiencia, corriendo el riesgo de dejar de ser
una propuesta universal. Es ilusorio pensar que la fe, ante una
razón débil, tenga mayor incisividad; al contrario, cae en el grave
peligro de ser reducida a mito o superstición. Del mismo modo,
una razón que no tenga ante sí una fe adulta no se siente
motivada a dirigir la mirada hacia la novedad y radicalidad del
ser.
No es inoportuna, por tanto, mi llamada fuerte e incisiva para que
la fe y la filosofía recuperen la unidad profunda que les hace
192
capaces de ser coherentes con su naturaleza en el respeto de la
recíproca autonomía. A la parresia de la fe debe corresponder la
audacia de la razón». (Fides et ratio, 48)
REDENCIÓN
¿Qué importancia tiene la Redención de Jesucristo para el ser
humano?
«Sólo en el misterio de la Redención de Cristo están las
posibilidades “concretas” del hombre. “Sería un error gravísimo
concluir... que la norma enseñada por la Iglesia es en sí misma un
‘ideal’ que ha de ser luego adaptado, proporcionado, graduado a
las se dice posibilidades concretas del hombre: según un
‘equilibrio de los varios bienes en cuestión’. Pero, ¿cuáles son las
‘posibilidades concretas del hombre’? ¿Y de qué hombre se habla?
¿Del hombre dominado por la concupiscencia, o del redimido por
Cristo? Porque se trata de esto: de la realidad de la redención de
Cristo. ¡Cristo nos ha redimido! Esto significa que Él nos ha dado
la posibilidad de realizar toda la verdad de nuestro ser; ha
liberado nuestra libertad del dominio de la concupiscencia. Y si el
hombre redimido todavía peca, esto no se debe a la imperfección
del acto redentor de Cristo, sino a la voluntad del hombre de
substraerse a la gracia que brota de ese acto. El mandamiento de
Dios ciertamente está proporcionado a las capacidades del
hombre: pero a las capacidades del hombre a quien se ha dado el
Espíritu Santo; del hombre que, aunque caído en el pecado, puede
obtener siempre el perdón y gozar de la presencia del Espíritu”
193
(Discurso a los participantes en un curso sobre la procreación
responsable (1 de marzo 1984), 4: Insegnamenti VII, 1 (1984),
583).» (Veritatis splendor 103c)
RELATIVISMO
A juicio del Papa Juan Pablo II, ¿de dónde surge el relativismo
que vemos tan extendido en nuestro tiempo?
«La confrontación entre la posición de la Iglesia y la situación
social y cultural actual muestra inmediatamente la urgencia de
que precisamente sobre tal cuestión fundamental se desarrolla
una intensa acción pastoral por parte de la Iglesia misma: “La
cultura contemporánea ha perdido en gran parte este vínculo
esencial entre Verdad-Bien-Libertad y, por tanto, volver a
conducir al hombre a redescubrirlo es hoy una de las exigencias
propias de la misión de la Iglesia, por la salvación del mundo. La
pregunta de Pilato: ”¿Qué es la verdad?”, emerge también hoy
desde la triste perplejidad de un hombre que a menudo ya no sabe
quién es, de dónde viene ni adónde va. Y así asistimos no pocas
veces al pavoroso precipitarse de la persona humana en
situaciones de autodestrucción progresiva. De prestar oído a
ciertas voces, parece que no se debiera ya reconocer el carácter
absoluto indestructible de ningún valor moral. Está ante los ojos
de todos el desprecio de la vida humana ya concebida y aún no
nacida; la violación permanente de derechos fundamentales de la
persona; la inicua destrucción de bienes necesarios para una vida
meramente humana. Y lo que es aún más grave: el hombre ya no
194
está convencido de que sólo en la verdad puede encontrar la
salvación. La fuerza salvífica de la verdad es contestada y se
confía sólo a la libertad, desarraigada de toda objetividad, la tarea
de decidir autónomamente lo que es bueno y lo que es malo. Este
relativismo se traduce, en el campo teológico, en desconfianza en
la sabiduría de Dios, que guía al hombre con la ley moral. A lo que
la ley moral prescribe se contraponen las llamadas situaciones
concretas, no considerando ya, en definitiva, que la ley de Dios es
siempre el único verdadero bien del hombre” (S.S. Juan Pablo II.
Discurso a los participantes en el Congreso Internacional de
Teología moral (10 abril 1986), 2: Insegnamenti IX, 1 (1986),
970-971).» (Veritatis splendor 84c)
«Con esta concepción de la libertad, la convivencia social se
deteriora profundamente. Si la promoción del propio yo se
entiende en términos de autonomía absoluta, se llega
inevitablemente a la negación del otro, considerado como
enemigo de quien defenderse. De este modo la sociedad se
convierte en un conjunto de individuos colocados unos junto a
otros, pero sin vínculos recíprocos: cada cual quiere afirmarse
independientemente de los demás, incluso haciendo prevalecer
sus intereses. Sin embargo, frente a los intereses análogos de los
otros, se ve obligado a buscar cualquier forma de compromiso, si
se quiere garantizar a cada uno el máximo posible de libertad en
la sociedad. Así, desaparece toda referencia a valores comunes y a
195
una verdad absoluta para todos; la vida social se adentra en las
arenas movedizas de un relativismo absoluto. Entonces todo es
pactable, todo es negociable: incluso el primero de los derechos
fundamentales, el de la vida.» (Evangelium vitae 20a)
«La raíz común de todas estas tendencias es el relativismo ético
que caracteriza muchos aspectos de la cultura contemporánea.
No falta quien considera este relativismo como una condición de
la democracia, ya que sólo él garantizaría la tolerancia, el respeto
recíproco entre las personas y la adhesión a las decisiones de la
mayoría, mientras que las normas morales, consideradas
objetivas y vinculantes, llevarían al autoritarismo y a la
intolerancia.» (Evangelium vitae 70a)
S
SALVACIÓN
«Lo mismo sucede en la misión de la Iglesia desde sus comienzos.
Ella, que anuncia a Jesús como aquel que “pasó haciendo el bien y
curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba
con él” (Hch 10, 38), es portadora de un mensaje de salvación que
resuena con toda su novedad precisamente en las situaciones de
miseria y pobreza de la vida del hombre. Así hace Pedro en la
curación del tullido, al que ponían todos los días junto a la puerta
‘Hermosa’ del templo de Jerusalén para pedir limosna: “No tengo
plata ni oro; pero lo que tengo, te doy: en nombre de Jesucristo, el
Nazareno, ponte a andar” (Hch 3, 6). Por la fe en Jesús, “autor de
196
la vida” (cf. Hch 3, 15), la vida que yace abandonada y suplicante
vuelve a ser consciente de sí misma y de su plena dignidad.»
(Evangelium vitae 32d)
197
de todo ser humano. Antes de morir, Jesús ora al Padre
implorando el perdón para sus perseguidores (cf. Lc 23, 34) y dice
al malhechor que le pide que se acuerde de él en su reino: “Yo te
aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 43). Después
de su muerte “se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de
santos difuntos resucitaron” (Mt 27, 52). La salvación realizada
por Jesús es don de vida y de resurrección. A lo largo de su
existencia, Jesús había dado también la salvación sanando y
haciendo el bien a todos (cf. Hch 10, 38). Pero los milagros, las
curaciones y las mismas resurrecciones eran signo de otra
salvación, consistente en el perdón de los pecados, es decir, en
liberar al hombre de su enfermedad más profunda, elevándolo a
la vida misma de Dios.» (Evangelium vitae 50d)
SANTIDAD
198
muerte, es anuncio solemne y compromiso misionero “usque ad
sanguinem” para que el esplendor de la verdad moral no sea
ofuscado en las costumbres y en la mentalidad de las personas y
de la sociedad. Semejante testimonio tiene un valor
extraordinario a fin de que no sólo en la sociedad civil sino
incluso dentro de las mismas comunidades eclesiales no se caiga
en la crisis más peligrosa que puede afectar al hombre: la
confusión del bien y del mal, que hace imposible construir y
conservar el orden moral de los individuos y de las comunidades.
Los mártires, y de manera más amplia todos los santos en la
Iglesia, con el ejemplo elocuente y fascinante de una vida
transfigurada totalmente por el esplendor de la verdad moral,
iluminan cada época de la historia despertando el sentido moral.
Dando testimonio del bien, ellos representan un reproche
viviente a cuantos trasgreden la ley (cf. Sab 2, 2) y hacen resonar
con permanente actualidad las palabras del profeta: “¡Ay, los que
llaman al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad por luz, y luz
por oscuridad; que dan amargo por dulce, y dulce por amargo!”
(Is 5, 20).» (Veritatis splendor 93a)
199
triple y unitario “munus propheticum, sacerdotale et regale” que
cada cristiano recibe como don en su renacimiento bautismal “de
agua y de Espíritu” (Jn 3, 5). Su vida moral posee el valor de un
“culto espiritual” (Rom 12, 1; cf. Flp 3, 3) que nace y se alimenta
de aquella inagotable fuente de santidad y glorificación de Dios
que son los sacramentos, especialmente la Eucaristía; en efecto,
participando en el sacrificio de la Cruz, el cristiano comulga con
el amor de donación de Cristo y se capacita y compromete a vivir
esta misma caridad en todas sus actitudes y comportamientos de
vida. En la existencia moral se revela y se pone en acto también el
efectivo servicio del cristiano: cuanto más obedece con la ayuda
de la gracia a la ley nueva del Espíritu Santo, tanto más crece en
la libertad a la cual está llamado mediante el servicio de la
verdad, la caridad y la justicia.» (Veritatis splendor 107c)
SECULARISMO
200
pierde la propia originalidad de nuevo criterio de interpretación y
actuación para la existencia personal, familiar y social. En
realidad, los criterios de juicio y de elección seguidos por los
mismos creyentes se presentan frecuentemente –en el contexto
de una cultura ampliamente descristianizada– como extraños e
incluso contrapuestos a los del Evangelio.» (Veritatis splendor
88b)
T
TEOLOGÍA
«Para definir la identidad misma y, por consiguiente, realizar la
misión propia de la teología, es fundamental reconocer su íntimo
y vivo nexo con la Iglesia, su misterio, su vida y misión: “La
teología es ciencia eclesial, porque crece en la Iglesia y actúa en la
Iglesia... Está al servicio de la Iglesia y por lo tanto debe sentirse
dinámicamente inserta en la misión de la Iglesia, especialmente
en su misión profética” (Alocución a los profesores y estudiantes
de la Pontificia Universidad Gregoriana (15 diciembre 1979), 6:
Insegnamenti II, 2 (1979), 1424). Por su naturaleza y dinamismo,
la teología auténtica sólo puede florecer y desarrollarse mediante
una convencida y responsable participación y ‘pertenencia’ a la
201
Iglesia, como “comunidad de fe”, de la misma manera que el
fruto de la investigación y la profundización teológica vuelve a
esta misma Iglesia y a su vida de fe.» (Veritatis splendor 109c)
«La palabra de Dios se dirige a cada hombre, en todos los tiempos
y lugares de la tierra; y el hombre es naturalmente filósofo. Por
su parte, la teología, en cuanto elaboración refleja y científica de
la inteligencia de esta palabra a la luz de la fe, no puede
prescindir de relacionarse con las filosofías elaboradas de hecho
a lo largo de la historia, tanto para algunos de sus procedimientos
como también para lograr sus tareas específicas. Sin querer
indicar a los teólogos metodologías particulares, cosa que no
atañe al Magisterio, deseo más bien recordar algunos cometidos
propios de la teología, en las que el recurso al pensamiento
filosófico se impone por la naturaleza misma de la Palabra
revelada.» (Fides et ratio, 64)
«La teología se organiza como ciencia de la fe a la luz de un doble
principio metodológico: el auditus fidei y el intellectus fidei. Con el
primero, asume los contenidos de la Revelación tal y como han
sido explicitados progresivamente en la Sagrada Tradición, la
Sagrada Escritura y el Magisterio vivo de la Iglesia (Cf. Constit.
Dogmática Dei Verbum, n. 10). Con el segundo, la teología quiere
responder a las exigencias propias del pensamiento mediante la
reflexión especulativa.
En cuanto a la preparación de un correcto auditus fidei, la filosofía
ofrece a la teología su peculiar aportación al tratar sobre la
estructura del conocimiento y de la comunicación personal y, en
particular, sobre las diversas formas y funciones del lenguaje.
202
Igualmente es importante la aportación de la filosofía para una
comprensión más coherente de la Tradición eclesial, de los
pronunciamientos del Magisterio y de las sentencias de los
grandes maestros de la teología. En efecto, estos se expresan con
frecuencia usando conceptos y formas de pensamiento tomados
de una determinada tradición filosófica. En este caso, el teólogo
debe no sólo exponer los conceptos y términos con los que la
Iglesia reflexiona y elabora su enseñanza, sino también conocer a
fondo los sistemas filosóficos que han influido eventualmente
tanto en las nociones como en la terminología, para llegar así a
interpretaciones correctas y coherentes.» (Fides et ratio, 65)
«… En relación con el intellectus fidei, se debe considerar ante
todo que la Verdad divina, “como se nos propone en las
Escrituras interpretadas según la sana doctrina de la Iglesia” (S.
Tomás de Aquino. Summa Theologiae, II-II, 5, 3 ad 2), goza de
una inteligibilidad propia con tanta coherencia lógica que se
propone como un saber auténtico. El intellectus fidei explicita esta
verdad, no sólo asumiendo las estructuras lógicas y conceptuales
de las proposiciones en las que se articula la enseñanza de la
Iglesia, sino también, y primariamente, mostrando el significado
de salvación que estas proposiciones contienen para el individuo
y la humanidad. Gracias al conjunto de estas proposiciones el
creyente llega a conocer la historia de la salvación, que culmina
en la persona de Jesucristo y en su misterio pascual. En este
misterio participa con su asentimiento de fe.» (Fides et ratio, 66)
203
Hablemos de las diversas disciplinas teológicas. ¿Qué es la
teología dogmática? ¿Cuáles son sus tareas?
«… la teología dogmática debe ser capaz de articular el sentido
universal del misterio de Dios Uno y Trino y de la economía de la
salvación tanto de forma narrativa, como sobre todo de forma
argumentativa. Esto es, debe hacerlo mediante expresiones
conceptuales, formuladas de modo crítico y comunicables
universalmente. En efecto, sin la aportación de la filosofía no se
podrían ilustrar contenidos teológicos como, por ejemplo, el
lenguaje sobre Dios, las relaciones personales dentro de la
Trinidad, la acción creadora de Dios en el mundo, la relación
entre Dios y el hombre, y la identidad de Cristo que es verdadero
Dios y verdadero hombre. Las mismas consideraciones valen para
diversos temas de la teología moral, donde es inmediato el
recurso a conceptos como ley moral, conciencia, libertad,
responsabilidad personal, culpa, etc., que son definidos por la
ética filosófica.
Es necesario, por tanto, que la razón del creyente tenga un
conocimiento natural, verdadero y coherente de las cosas
creadas, del mundo y del hombre, que son también objeto de la
revelación divina; más todavía, debe ser capaz de articular dicho
conocimiento de forma conceptual y argumentativa. La teología
dogmática especulativa, por tanto, presupone e implica una
filosofía del hombre, del mundo y, más radicalmente, del ser,
fundada sobre la verdad objetiva.» (Fides et ratio, 66)
204
¿Qué es la teología fundamental?
205
1995), 4: L´Osservatore Romano, edición semanal en español, 13
de octubre de 1995, 2).
Del mismo modo, la teología fundamental debe mostrar la íntima
compatibilidad entre la fe y su exigencia fundamental de ser
explicitada mediante una razón capaz de dar su asentimiento en
plena libertad. Así, la fe sabrá mostrar “plenamente el camino a
una razón que busca sinceramente la verdad. De este modo, la fe,
don de Dios, a pesar de no fundarse en la razón, ciertamente no
puede prescindir de ella; al mismo tiempo, la razón necesita
fortalecerse mediante la fe, para descubrir los horizontes a los
que no podría llegar por sí misma” (Ibid).» (Fides et ratio, 67)
¿Qué es la teología moral?
«La reflexión moral de la Iglesia, hecha siempre a la luz de Cristo,
el «Maestro bueno», se ha desarrollado también en la forma
específica de la ciencia teológica llamada teología moral; ciencia
que acoge e interpela la divina Revelación y responde a la vez a
las exigencias de la razón humana. La teología moral es una
reflexión que concierne la ‘moralidad’, o sea, el bien y el mal de
los actos humanos y de la persona que los realiza, y en este
sentido está abierta a todos los hombres; pero es también
teología, en cuanto reconoce el principio y el fin del
comportamiento moral en Aquel que “sólo Él es bueno” y que,
dándose al hombre en Cristo, le ofrece las bienaventuranzas de la
vida divina.» (Veritatis splendor 29a)
206
¿Qué servicio presta a la Iglesia y a los fieles la teología moral?
207
naturaleza, no está en absoluto subordinada a los resultados de
las observaciones empírico-formales o de la comprensión
fenomenológica. En realidad, la pertinencia de las ciencias
humanas en teología moral siempre debe ser valorada con
relación a la pregunta primigenia: ¿Qué es el bien o el mal? ¿Qué
hacer para obtener la vida eterna?» (Veritatis splendor 111b)
208
fuera de la Verdad revelada y, en definitiva, fuera de la verdad
pura y simple; más aún, es animada a explorar vías que por sí sola
no habría siquiera sospechado poder recorrer. De esta relación de
circularidad con la palabra de Dios la filosofía sale enriquecida
porque la razón descubre nuevos e inesperados horizontes.»
(Fides et ratio, 73)
«En realidad, la teología ha tenido siempre y continúa teniendo
necesidad de la aportación filosófica. Siendo obra de la razón
crítica a la luz de la fe, el trabajo teológico presupone y exige en
toda su investigación una razón educada y formada conceptual y
argumentativamente. Además, la teología necesita de la filosofía
como interlocutora para verificar la inteligibilidad y la verdad
universal de sus aserciones. No es casual que los Padres de la
Iglesia y los teólogos medievales adoptaron filosofías no
cristianas para dicha función. Este hecho histórico indica el valor
de la autonomía que la filosofía conserva también en este tercer
estado, pero al mismo tiempo muestra las transformaciones
necesarias y profundas que debe afrontar.
Precisamente por ser una aportación indispensable y noble, la
filosofía ya desde la edad patrística, fue llamada ancilla
theologiae. El título no fue aplicado para indicar una sumisión
servil o un papel puramente funcional de la filosofía en relación
con la teología. Se utilizó más bien en el sentido con que
Aristóteles llamaba a las ciencias experimentales como ‘siervas’
de la “filosofía primera”. La expresión, hoy difícilmente
utilizable debido a los principios de autonomía mencionados, ha
servido a lo largo de la historia para indicar la necesidad de la
209
relación entre las dos ciencias y la imposibilidad de su
separación.
Si el teólogo rechazase la ayuda de la filosofía, correría el riesgo
de hacer filosofía sin darse cuenta y de encerrarse en estructuras
de pensamiento poco adecuadas para la inteligencia de la fe. Por
su parte, si el filósofo excluyese todo contacto con la teología,
debería llegar por su propia cuenta a los contenidos de la fe
cristiana, como ha ocurrido con algunos filósofos modernos.
Tanto en un caso como en otro, se perfila el peligro de la
destrucción de los principios basilares de autonomía que toda
ciencia quiere justamente que sean garantizados.» (Fides et ratio,
77)
A juicio del Papa Juan Pablo II, ¿cuáles son los cometidos
actuales de la teología?
«El objetivo fundamental al que tiende la teología consiste en
presentar la inteligencia de la Revelación y el contenido de la fe.
Por tanto, el verdadero centro de su reflexión será la
contemplación del misterio mismo de Dios Trino. A Él se llega
reflexionando sobre el misterio de la encarnación del Hijo de
Dios: sobre su hacerse hombre y el consiguiente caminar hacia la
pasión y muerte, misterio que desembocará en su gloriosa
resurrección y ascensión a la derecha del Padre, de donde enviará
el Espíritu de la verdad para constituir y animar a su Iglesia. En
este horizonte, un objetivo primario de la teología es la
comprensión de la kenosis de Dios, verdadero gran misterio para
la mente humana, a la cual resulta inaceptable que el sufrimiento
210
y la muerte puedan expresar el amor que se da sin pedir nada a
cambio. En esta perspectiva se impone como exigencia básica y
urgente un análisis atento de los textos. En primer lugar, los
textos escriturísticos; después, los de la Tradición viva de la
Iglesia. A este respecto, se plantean hoy algunos problemas, sólo
nuevos en parte, cuya solución coherente no se podrá encontrar
prescindiendo de la aportación de la filosofía.» (Fides et ratio, 93)
«Si un cometido importante de la teología es la interpretación de
las fuentes, un paso ulterior e incluso más delicado y exigente es
la comprensión de la verdad revelada, o sea, la elaboración del
intellectus fidei. Como ya he dicho, el intellectus fidei necesita la
aportación de una filosofía del ser, que permita ante todo a la
teología dogmática desarrollar de manera adecuada sus
funciones. El pragmatismo dogmático de principios de este siglo,
según el cual las verdades de fe no serían más que reglas de
comportamiento, ha sido ya descartado y rechazado (Cf. Congr. S.
Officii, Decr. Lamentabili (3 de julio 1907), 26: AAS 40 (1907),
473); a pesar de esto, queda siempre la tentación de comprender
estas verdades de manera puramente funcional. En este caso, se
caería en un esquema inadecuado, reductivo y desprovisto de la
necesaria incisividad especulativa. Por ejemplo, una cristología
que se estructurara unilateralmente “desde abajo”, como hoy
suele decirse, o una eclesiología elaborada únicamente sobre el
modelo de la sociedad civil, difícilmente podrían evitar el peligro
de tal reduccionismo.
Si el intellectus fidei quiere incorporar toda la riqueza de la
tradición teológica, debe recurrir a la filosofía del ser. Esta debe
211
poder replantear el problema del ser según las exigencias y las
aportaciones de toda la tradición filosófica, incluida la más
reciente, evitando caer en inútiles repeticiones de esquemas
anticuados. En el marco de la tradición metafísica cristiana, la
filosofía del ser es una filosofía dinámica que ve la realidad en sus
estructuras ontológicas, causales y comunicativas. Ella tiene
fuerza y perenne validez por estar fundamentada en el hecho
mismo del ser, que permite la apertura plena y global hacia la
realidad entera, superando cualquier límite hasta llegar a Aquel
que lo perfecciona todo (Cf. Discurso al pontificio Ateneo
‘Angelicum’ (17 de noviembre 1979), 6: Insegnamenti, II, 2
(1979), 1183-1185). En la teología, que recibe sus principios de la
Revelación como nueva fuente de conocimiento, se confirma esta
perspectiva según la íntima relación entre fe y racionalidad
metafísica.» (Fides et ratio, 97)
«Consideraciones análogas se pueden hacer también por lo que
se refiere a la teología moral. La recuperación de la filosofía es
urgente asimismo para la comprensión de la fe, relativa a la
actuación de los creyentes. Ante los retos contemporáneos en el
campo social, económico, político y científico, la conciencia ética
del hombre está desorientada (…).
En toda la Encíclica he subrayado claramente el papel
fundamental que corresponde a la verdad en el campo moral. Esta
verdad, respecto a la mayor parte de los problemas éticos más
urgentes, exige, por parte de la teología moral, una atenta
reflexión que ponga bien de relieve su arraigo en la palabra de
Dios. Para cumplir esta misión propia, la teología moral debe
212
recurrir a una ética filosófica orientada a la verdad del bien; a una
ética, pues, que no sea subjetivista ni utilitarista. Esta ética
implica y presupone una antropología filosófica y una metafísica
del bien. Gracias a esta visión unitaria, vinculada necesariamente
a la santidad cristiana y al ejercicio de las virtudes humanas y
sobrenaturales, la teología moral será capaz de afrontar los
diversos problemas de su competencia –como la paz, la justicia
social, la familia, la defensa de la vida y del ambiente natural–
del modo más adecuado y eficaz.» (Fides et ratio,98)
V
VERDAD
«… las tinieblas del error o del pecado no pueden eliminar
totalmente en el hombre la luz de Dios Creador. Por esto, siempre
permanece en lo más profundo de su corazón la nostalgia de la
verdad absoluta y la sed de alcanzar la plenitud de su
conocimiento. Lo prueba de modo elocuente la incansable
búsqueda del hombre en todo campo o sector. Lo prueba aún más
su búsqueda sobre el sentido de la vida. El desarrollo de la ciencia
y la técnica –testimonio espléndido de las capacidades de la
inteligencia y de la tenacidad de los hombres–, no exime a la
humanidad de plantearse los interrogantes religiosos
213
fundamentales, sino que más bien la estimula a afrontar las
luchas más dolorosas y decisivas, como son las del corazón y de
la conciencia moral.» (Veritatis splendor 1c)
«Ningún hombre puede eludir las preguntas fundamentales: ¿qué
debo hacer?, ¿cómo puedo discernir el bien del mal? La respuesta
es posible sólo gracias al esplendor de la verdad que brilla en lo
más íntimo del espíritu humano, como dice el salmista: “Muchos
dicen: “¿Quién nos hará ver la dicha?” ¡Alza sobre nosotros la luz
de tu rostro, Señor!” (Sal 4, 7).» (Veritatis splendor 2a)
«Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la
verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y
amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí
mismo (cf. Ex 33, 18; Sal 27 [26], 8-9; 63 [62], 2-3; Jn 14, 8; 1 Jn 3,
2).» (Fides et ratio, Proemio)
214
fijar, de modo autónomo, los criterios del bien y del mal, y actuar
en consecuencia. Esta visión coincide con una ética
individualista, para la cual cada uno se encuentra ante su verdad,
diversa de la verdad de los demás. El individualismo, llevado a las
extremas consecuencias, desemboca en la negación de la idea
misma de naturaleza humana.» (Veritatis splendor 32b)
¿Qué ocurre cuando la libertad es separada de su vínculo esencial
con la verdad?
«Hay un aspecto aún más profundo que acentuar: la libertad
reniega de sí misma, se autodestruye y se dispone a la
eliminación del otro cuando no reconoce ni respeta su vínculo
constitutivo con la verdad. Cada vez que la libertad, queriendo
emanciparse de cualquier tradición y autoridad, se cierra a las
evidencias primarias de una verdad objetiva y común,
fundamento de la vida personal y social, la persona acaba por
asumir como única e indiscutible referencia para sus propias
decisiones no ya la verdad sobre el bien o el mal, sino sólo su
opinión subjetiva y mudable o, incluso, su interés egoísta y su
capricho.» (Evangelium vitae 19e)
«No menos decisivo (…) es el descubrimiento del vínculo
constitutivo entre la libertad y la verdad. Como he repetido otras
veces, separar la libertad de la verdad objetiva hace imposible
fundamentar los derechos de la persona sobre una sólida base
racional y pone las premisas para que se afirme en la sociedad el
arbitrio ingobernable de los individuos y el totalitarismo del
215
poder público causante de la muerte.» (Evangelium vitae 96b)
Para el ser humano, ¿buscar la verdad y conocerla es algo
prescindible o es algo fundamental?
«Todos los hombres desean saber» (Aristóteles, Metafísica, I, 1) y
la verdad es el objeto propio de este deseo. Incluso la vida diaria
muestra cuán interesado está cada uno en descubrir, más allá de
lo conocido de oídas, cómo están verdaderamente las cosas. El
hombre es el único ser en toda la creación visible que no sólo es
capaz de saber, sino que sabe también que sabe, y por eso se
interesa por la verdad real de lo que se le presenta. Nadie puede
permanecer sinceramente indiferente a la verdad de su saber. Si
descubre que es falso, lo rechaza; en cambio, si puede confirmar
su verdad, se siente satisfecho. Es la lección de san Agustín
cuando escribe: “He encontrado muchos que querían engañar,
pero ninguno que quisiera dejarse engañar” (Confesiones, X, 23:
CCL 27, 173). Con razón se considera que una persona ha
alcanzado la edad adulta cuando puede discernir, con los propios
medios, entre lo que es verdadero y lo que es falso, formándose
un juicio propio sobre la realidad objetiva de las cosas. Este es el
motivo de tantas investigaciones, particularmente en el campo
de las ciencias, que han llevado en los últimos siglos a resultados
tan significativos, favoreciendo un auténtico progreso de toda la
humanidad.» (Fides et ratio, 25)
216
¿Puede definirse al hombre en su relación con la verdad?
«En este momento puede ser útil hacer una rápida referencia a
estas diversas formas de verdad. Las más numerosas son las que
se apoyan sobre evidencias inmediatas o confirmadas
experimentalmente. Este es el orden de verdad propio de la vida
diaria y de la investigación científica. En otro nivel se encuentran
las verdades de carácter filosófico, a las que el hombre llega
mediante la capacidad especulativa de su intelecto. En fin están
las verdades religiosas, que en cierta medida hunden sus raíces
también en la filosofía. Estas están contenidas en las respuestas
que las diversas religiones ofrecen en sus tradiciones a las
217
cuestiones últimas (Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Declaración Nostra
aetate, n. 2)).
En cuanto a las verdades filosóficas, hay que precisar que no se
limitan a las meras doctrinas, algunas veces efímeras, de los
filósofos de profesión. Cada hombre, como ya he dicho, es, en
cierto modo, filósofo y posee concepciones filosóficas propias
con las cuales orienta su vida. De un modo u otro, se forma una
visión global y una respuesta sobre el sentido de la propia
existencia. Con esta luz interpreta sus vicisitudes personales y
regula su comportamiento. Es aquí donde debería plantearse la
pregunta sobre la relación entre las verdades
filosófico-religiosas y la verdad revelada en Jesucristo. » (Fides et
ratio, 30).
¿Qué aportan a la búsqueda y al conocimiento de la verdad las
relaciones interpersonales?
«Cada uno, al creer, confía en los conocimientos adquiridos por
otras personas. En ello se puede percibir una tensión
significativa: por una parte el conocimiento a través de una
creencia parece una forma imperfecta de conocimiento, que debe
perfeccionarse progresivamente mediante la evidencia lograda
personalmente; por otra, la creencia con frecuencia resulta más
rica desde el punto de vista humano que la simple evidencia,
porque incluye una relación interpersonal y pone en juego no
sólo las posibilidades cognoscitivas, sino también la capacidad
más radical de confiar en otras personas, entrando así en una
218
relación más estable e íntima con ellas.
Se ha de destacar que las verdades buscadas en esta relación
interpersonal no pertenecen primariamente al orden fáctico o
filosófico. Lo que se pretende, más que nada, es la verdad misma
de la persona: lo que ella es y lo que manifiesta de su propio
interior. En efecto, la perfección del hombre no está en la mera
adquisición del conocimiento abstracto de la verdad, sino que
consiste también en una relación viva de entrega y fidelidad hacia
el otro. En esta fidelidad que sabe darse, el hombre encuentra
plena certeza y seguridad. Al mismo tiempo, el conocimiento por
creencia, que se funda sobre la confianza interpersonal, está en
relación con la verdad: el hombre, creyendo, confía en la verdad
que el otro le manifiesta.» (Fides et ratio, 32)
«Se puede ver así que los términos del problema van
completándose progresivamente. El hombre, por su naturaleza,
busca la verdad. Esta búsqueda no está destinada sólo a la
conquista de verdades parciales, factuales o científicas; no busca
sólo el verdadero bien para cada una de sus decisiones. Su
búsqueda tiende hacia una verdad ulterior que pueda explicar el
sentido de la vida; por eso es una búsqueda que no puede
encontrar solución si no es en el absoluto. Gracias a la capacidad
del pensamiento, el hombre puede encontrar y reconocer esta
verdad. En cuanto vital y esencial para su existencia, esta verdad
se logra no sólo por vía racional, sino también mediante el
abandono confiado en otras personas, que pueden garantizar la
certeza y la autenticidad de la verdad misma. La capacidad y la
opción de confiarse uno mismo y la propia vida a otra persona
219
constituyen ciertamente uno de los actos antropológicamente
más significativos y expresivos.» (Fides et ratio, 33)
¿En qué consiste el problema que plantea la relación entre
significado y verdad?
«Un primer aspecto problemático es la relación entre el
significado y la verdad. Como cualquier otro texto, también las
220
fuentes que el teólogo interpreta transmiten ante todo un
significado, que se ha de descubrir y exponer. Ahora bien, este
significado se presenta como la verdad sobre Dios, que es
comunicada por Él mismo a través del texto sagrado. En el
lenguaje humano, pues, toma cuerpo el lenguaje de Dios, que
comunica la propia verdad con la admirable ‘condescendencia’
que refleja la lógica de la Encarnación (Cf. Const. Dogmática Dei
Verbum, n. 13). Al interpretar las fuentes de la Revelación es
necesario, por tanto, que el teólogo se pregunte cuál es la verdad
profunda y genuina que los textos quieren comunicar, a pesar de
los límites del lenguaje.
En cuanto a los textos bíblicos, y a los Evangelios en particular,
su verdad no se reduce ciertamente a la narración de meros
acontecimientos históricos o a la revelación de hechos neutrales,
como postula el positivismo historicista (Cf. Pontificia Comisión
Bíblica, Instr. Sobre la verdad histórica de los Evangelios (21 de
abril 1964): AAS 56 (1964), 713). Al contrario, estos textos
presentan acontecimientos cuya verdad va más allá de las
vicisitudes históricas: su significado está en y para la historia de
la salvación. Esta verdad tiene su plena explicitación en la lectura
constante que la Iglesia hace de dichos textos a lo largo de los
siglos, manteniendo inmutable su significado originario. Es
urgente, pues, interrogarse incluso filosóficamente sobre la
relación que hay entre el hecho y su significado; relación que
constituye el sentido específico de la historia.» (Fides et ratio, 94)
221
VIDA ETERNA
222
participación en la vida divina.» (Evangelium vitae 37c)
«Por tanto, la vida eterna es la vida misma de Dios y a la vez la
vida de los hijos de Dios. Un nuevo estupor y una gratitud sin
límites se apoderan necesariamente del creyente ante esta
inesperada e inefable verdad que nos viene de Dios en Cristo. El
creyente hace suyas las palabras del apóstol Juan: “Mirad qué
amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues
¡lo somos!... Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha
manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste,
seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es” (1 Jn 3,
1-2).» (Evangelium vitae 38a)
223