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Teatro es una palabra de significado ambiguo: en principio la utilizaban los griegos para
designar la gradería desde donde se asistió a la representación dramática (del verbo
theáomai = veo); también, designó al público que allí se sentaba; luego se extendió a
todo el edificio destinado a la representación; más tarde, designó a la obra, literaria o
musical, que en él se representaba; por último, la palabra se ha utilizado para indicar
cualquier forma de espectáculo (de spectare = mirar); en sentido amplio, la palabra
teatro designa, según Silvio D’Amico, “la comunión de un público con su espectáculo
viviente”. Esta palabra se relaciona, también, con la palabra anfiteatro, que se refería al
desarrollo de espectáculos en la arena, el circo y otros lugares semejantes, con
gladiadores y juglares, gimnastas y jinetes, toreros y domadores de fieras.
La palabra drama señala una representación o una ficción; se dice que es “la empresa
imposible de traducir el sueño en realidad concreta”, el “Teatro donde el Verbo toma
carne; donde la Palabra es madre y soberana”; en la representación dramática se halla
la palabra comentada por la visión; se reúnen los tres elementos constitutivos de toda
escenificación: el autor, el actor y los espectadores; la palabra drama viene de drao, que
significa obro, actúo; en sentido amplio, señala cualquier forma literaria destinada, en
la práctica o en la intención, a la representación escénica; su carácter común consiste
en representar, fuera como fuese, un conflicto, pues para discutir o disputar siempre se
requiere la presencia de dos personas; se dice que “el verdadero Drama es aquel en el
que “todos tienen razón””; el inglés Bernard Shaw decía que “No hay Drama (play, pièce)
sin conflicto”; el drama, entonces, es “la representación escénica de un conflicto”; en el
fondo, se trata de una ilusión, de un equívoco, de un juego, sin olvidar que “en el Teatro
dramático en principio fue, y es, el Verbo”. Los precedentes del drama son el rito
(religioso o civil, festivo, funerario o bélico), la danza y el uso de la máscara (un objeto
mediante el cual el ser humano, al desfigurarse, intenta “convertirse en otra persona”).
Desde el punto de vista de la semiótica, el teatro es una “estructura múltiple de signos
que se desenvuelven en diversos niveles”: implica un conjunto de procesos culturales y
significativos, relaciones del tipo estímulo-respuesta, hechos puramente emocionales,
sicofisiológicos, inscripciones ideológicas; es el objeto de estudio de lo que se denomina
semiótica del espectáculo. El teatro es un espectáculo que se lee y se oye; requiere un
distanciamiento entre lo representado y el espectador; se asiste a un protagonismo del
cuerpo que, en la representación, se inscribe en una totalidad homogénea, que se pone
en escena, e intenta abarcar todos los elementos heterogéneos, desde el texto hasta el
público.
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3 Espacio escénico
El teatro es acción: es una acción, compleja, con diversos niveles de significación o
“códigos”, que funcionan heterogénea y simultáneamente; la acción dramática es una
“estructura de signos que debe mantener su equilibrio en cada situación”; un texto es
dramático debido a su potencialidad para funcionar sobre la escena.
Para sintetizar, los rasgos característicos del signo teatral son: 1) constitutivamente, el
teatro es representación; 2) la acción teatral debe mantener un equilibrio, realizar una
economía de sus procedimientos; 3) es la acción temporal de varios códigos
simultáneos y heterogéneos.
El teatro es el objeto de estudio de la semiótica teatral, que se vuelca sobre el análisis
del conjunto de lo visual y lo verbal y se relaciona con el estudio de elementos como: la
palabra, el tono, la mímica, el gesto, el movimiento, el maquillaje, el peinado, el traje, los
accesorios, el decorado, la iluminación, la música, el sonido (según lo señala Tadeus
Kowzan).
La tragedia
Respecto a las cuatro formas teatrales del drama griego, eran la tragedia, el drama
satírico, la comedia y el mimo; mientras que las dos primeras se consideraban las más
civilizadas, acordes con un espectador adulto, las dos últimas se asociaban con lo
primario y, por tanto, eran más apropiadas para un público infantil. En este momento,
se analiza una de las dos más elevadas: la tragedia, que se definió de diversas maneras
(por ejemplo, «representación de gestas y héroes que sucumben en su lucha contra el
destino»), pero la más aceptada sigue siendo la aristotélica, que se resume aquí:
«Mímesis de una acción seria y acabada en sí misma, la cual, mediante una serie de casos
que provocan compasión y terror, produce el efecto de levantar el ánimo y purificarlo
de tales pasiones (catarsis)».
Los elementos esenciales de la tragedia son, para Aristóteles, seis: el mito, los
caracteres, el pensamiento, la elocución, el espectáculo escénico y la composición
musical. A su vez, habla el filósofo de las cinco partes de la tragedia: el
prólogo, el canto del coro al ritmo de la danza, los episodios
(equivalentes a lo que hoy se llama actos), el canto del coro en los
intermedios, y la escena final (o éxodo), generalmente cantada.
Aristóteles también estableció las tres unidades del teatro, que tanta
influencia tuvieron a lo largo de los siglos en los cultivadores del
clasicismo, desde el Renacimiento italiano hasta muy avanzado el siglo XIX: la unidad
de acción, la unidad de tiempo y la unidad de lugar.
Basado en Aristóteles, Arthur Miller ha proporcionado una definición moderna de la
tragedia: «Documentación perfectamente equilibrada de los momentos de la lucha del
hombre por conseguir su felicidad; la tragedia surge y llega a ser inteligible cuando en
esa lucha el hombre es vencido y deshecho».
Un autor español contemporáneo, Alfonso Sastre, enumeró de la siguiente manera lo
que él llama «la sustancia metafísica» de la tragedia: 1) Una situación cerrada, 2) en la
que se encuentran existiendo (facticidad), 3) unos seres condenados a morir, 4) que
desean —en realidad es una exigencia previa, no deliberada, anterior a todo deseo,
biológica, constitutiva— una felicidad, 5) que, al menos como estado de plenitud, se les
niega, 6) y, a veces, se interrogan sobre su destino (mundano y ultramundano), 7) y
sobre el pecado desconocido o la culpa por la que se los castiga; 8) es una lucha, 9) en
la que la vida humana siempre se derrota, 10) en momentos que provocan horror (ante
la magnitud de la catástrofe) y piedad (ante la nihilidad del ser humano) en el
espectador de esta derrota, en la que ve, anticipada, su propia y natural derrota, a la que
se aboca por el simple hecho de existir.
El mismo autor se pregunta por qué los espectadores asisten voluntariamente a la
representación de una tragedia, si saben que los van a torturar. El espectador de una
tragedia no puede decir, al salir, que lo ha pasado bien, sino que posiblemente dirá: «Salí
del teatro destrozado». Y, sin embargo, está contento de haber ido. Y cuando sintió que
la acción lo hacía estremecerse, llorar..., no se fue. Clavado en la butaca, se declaró, no
se sabe por qué misterio, solidario de la acción trágica y ni por un momento pensó en
lo fácil que hubiera sido levantarse y salir al vestíbulo o marcharse a casa.
El análisis freudiano de la tragedia parte de la base de que la realidad es dolorosa; al ser
humano, lo hace sentir culpable y origina en él ansiedad. ¿Por qué se acepta este
sufrimiento cuando se asiste a una representación teatral? Porque se siente un cierto
placer al «sobornarlo» ese riesgo un tanto masoquista de disfrutar con la realización de
unos deseos prohibidos. Al mismo tiempo, la vivencia de la tragedia ajena permite
sentirse justificado y, de algún modo, perdonado.
Según contaba Madame de La Fayette, Jean Racine sostenía que un buen poeta podía
justificar los más horrendos crímenes y hasta hacer sentir piedad por los criminales.
Frente a quienes argumentaron que aquello era imposible e incluso lo ridiculizaron,
decidió escribir la tragedia Fedra: con ella demostró que los espectadores se
compadecían de los infortunios de la criminal madrastra mucho más que del virtuoso
Hipólito.
Otro aspecto menos morboso de la tragedia es el que ensalza el sentido heroico de las
acciones valerosas, como ocurre, por ejemplo, con el teatro de Pierre Corneille. Lo
trágico se transforma aquí en sacrificio por un ideal patriótico y se ensalzan la
caballerosidad, el arrojo, la renuncia (recuérdese, en el siglo XX, El zapato de raso, de
Paul Claudel) y, por encima de todo, el honor.
El héroe de la tragedia era el culpable de su destino, hasta que Federico Nietzsche
escribió El origen de la tragedia e hizo ver que no fallaba el héroe, sino el universo
entero al que el hombre no sabía o no podía adaptarse. Mucho después, los
existencialistas abundaron en la misma idea: el hombre vive sumido en la angustia de
la nada anterior a su nacimiento y la nada posterior a su muerte. Su existencia es un
esfuerzo inútil (el mito de Sísifo, según Albert Camus) o «una pasión inútil», como
repetía Jean-Paul Sartre. En cierto modo, el existencialismo cierra el círculo con la
tragedia griega, en la que se abatía sobre los hombres la fatalidad. El sentimiento «de
horror y piedad» que la tragedia inspira se ve superado por el sentimiento de «lo fatal»,
por ejemplo, en el Edipo rey, que golpea el alma del espectador con el acto inhumano de
arrancarse los ojos.
Casi todos los autores clásicos de tragedias enarbolan los conceptos de nobleza,
heroísmo, belleza y grandes verdades, como características enaltecedoras del género.
Pero no se debe olvidar que estas características brillan por su ausencia en algunas
fundamentales tragedias modernas, como las de Henrik Ibsen, August Strindberg,
Eugene O’Neill o Bertolt Brecht.*
Dionisos. Era una divinidad del panteón griego; las representaciones trágicas eran
parte de su culto; representa a la naturaleza y su vitalidad, se asocia con la vegetación
en general, con el árbol en particular y más tarde con la vid y su
cultivo. Su culto exige una entrega total del individuo, elevado por
la naturaleza a una experiencia vital por medio del éxtasis y la
entrega, que lo transforma en un hombre nuevo, muy por encima
de lo cotidiano. En los siglos VII y VI a. C. adquiere mayor
importancia, cuando se produce la decadencia de la aristocracia
y el apogeo de la tiranía; fue importante Pisístrato, tirano de
Atenas, tiempo en el que se produce la exaltación de las fiestas
Dionisias urbanas o Grandes Dionisias; el acontecimiento principal era la celebración
de concursos dramáticos; las fiestas se abrían a todos los griegos bajo la advocación de
Dionisos Eleuterio (de Eléutreas, región fronteriza ático-beocia); era una celebración
primaveral auspiciada por el Estado; en ella, Tespis representó la primera tragedia (año
534 a. C); la celebración tenía lugar entre el 11 y el 13 del mes Elafebolion
(correspondiente a los actuales meses de marzo-abril). Como parte de las
representaciones dramáticas, cada día se llevaban a escena tres tragedias y un drama
satírico, como homenaje a la renovación de la vida, pues llegaba la primavera, que había
vencido al invierno, símbolo de la muerte.
Antecedentes de la tragedia. En su evolución, es importante el ditirambo, canto en
que se pedía la llegada del dios Dionisos; había, para ello, un coro procesional dirigido
por un solista y se presentaba diálogo entre ese solista y el coro.
En la tragedia existe una contradicción entre su origen dionisíaco y su temática, que se
enriquece a partir de la tradición griega, donde un elemento fundamental es el mito de
los héroes; circunstancias de tipo político e ideológico unieron estos dos aspectos: el
tirano Clístenes, en Sicione, hizo que el culto de Adrasto, héroe argivo (coros cantaban
sus padecimientos en el Combate de los Siete contra Tebas), se orientase hacia el culto
de Dionisos, por lo que se produjo una fusión del culto dionisíaco y la tradición mítica;
además, el mito inspirador de la tragedia «era un acervo común nacional de su pueblo,
historia sagrada de la máxima realidad», que exigía la participación de todos los
ciudadanos, que comprendían los temas y problemas que cada tragedia planteaba, para
convertirla en la más adecuada expresión de la problemática tradicional de los griegos.
Los griegos configuraron a la tragedia como obra artística y la llevaron a su máxima
expresión; no desarrollaron una concepción de lo trágico, que se convirtiese en una
visión del mundo como totalidad; Aristóteles, en su Poética, señala que la tragedia
produce unos efectos catárticos, en cuanto produce satisfacción, alivio del temor y
compasión, al permitir presenciar cómo un ser humano, que se halla en el límite de sus
* Ramón Nieto. El teatro, historia y vida. Capítulo III. Acento editorial, 1997.
capacidades, fracasa debido a su incapacidad para reconocer el camino correcto en una
situación crítica.
Platón, Aristóteles y Horacio hablaron de que la representación de la tragedia
beneficiaba al espectador, ejercía sobre él un efecto educador, pues los autores se
dirigían al público para hacerle partícipe de su saber respecto a los dioses o a los
hombres, aunque no había algún tipo de orientación definida o una enseñanza
específica como objetivo final de esa representación; el autor mostraba su
interpretación del mito, ceñido o no a la historia, casi siempre enmarcado en el contexto
ideológico de la polis, pero que solo era su interpretación personal.
Elementos estructurales de la tragedia
En un comienzo, se trataba de una serie de coros dentro de la liturgia del dios Dionisos;
a esto se integraron antiguas leyendas helénicas, cantadas por rapsodas, que se
ayudaban con gestos, cambios de tono e inflexiones de la voz; esta declamación épica
(dramática) se mezcló con el antiguo ditirambo.
Entonces, el coro es la base estructural de la tragedia; al comienzo se alternaban
monodias y coros, luego se introdujeron dúos y, después, alcanzaron más importancia
los diálogos declamatorios. El coro es el elemento lírico, elemento de apoyo para la
acción.
Frente al único intérprete, el coro y el corifeo, Esquilo introdujo un segundo actor,
cuando los diálogos declamados adquirieron importancia y se eliminó así el
contrapunteo precedente; luego, Sófocles, que además hizo pintar la escena, introdujo
un tercer actor; en la estructuración final de la tragedia intervienen tres actores; el coro
participa al hacer reflexiones que dirige a los espectadores y en las que asume la voz
del autor, de los dioses o de la tradición.
En la tragedia clásica, la estructura de la representación consta de cinco partes: prólogo,
introducción a la acción, sintetiza el argumento, explica las circunstancias en las que se
desarrollan los hechos y el estado de la situación; precede a la entrada del coro; párodos,
canto de entrada del coro que agrega elementos explicativos sobre la acción y establece
el tono emocional de la obra; los episodios, generalmente tres, constituyen las
verdaderas partes dramáticas de la tragedia y corresponden a lo que en el teatro
moderno son los Actos; se encuentran separados por los estásimos, o cantos seguidos
que el coro interpreta; el éxodo, simétrico del párodos, es un canto breve de desenlace,
con el que el coro se retira. En esta estructura lírica, dentro de los episodios pueden
incluirse, además de los discursos seguidos, diálogos líricos entre el coro y un personaje
(kommós) y una especie de combate dialéctico (agón) en general en forma de debate
verbal, en el que cada personaje recita su parte (esticomitia).
Según Aristóteles, la tragedia consta de elementos esenciales de la obra literaria: el
mito, de donde el poeta toma la materia de su obra; los caracteres, que se representan
con íntima coherencia; el pensamiento, expresado por los personajes con palabras y
acciones; la elocución, o estilo de los personajes, y el Coro; y elementos esenciales de la
representación: el espectáculo escénico y la composición musical.
La tragedia debía cumplir con el principio de las tres unidades: unidad de acción, debía
tratarse de un hecho único, con principio, medio y conclusión; unidad de tiempo, pues
debía mantenerse en los límites de un día, de sol a sol; y unidad de lugar, es decir,
atenerse a los límites de espacio del escenario; en el mismo lugar, sin cambio de escena.
Para apoyar la representación se utilizaba una
maquinaria constituida por una plataforma
rodante (equiclema), que en un momento dado
surgía cargada de personajes para mostrar lo que
ocurría en el interior de las habitaciones; al
terminar la escena, se retrocedía la plataforma;
se utilizaba una polea (mekhane), colgada desde
el techo del escenario y que, por medio de una
cuerda, hacía “volar” a dioses y héroes; así
operaba una plataforma situada en lo alto (el
teologeion, en Roma deus ex machina), sobre el
que se situaban los personajes divinos, y un practicable fijo, simulación de torres y
terrazas (distegia); además, para descender bajo tierra, las escaleras caróneas, sobre las
que surgían desde las profundidades los espíritus de los muertos (anapièsmata); placas
de metal (bronteion) permitían simular los truenos y antorchas (keraunoscopéion) que
se agitaban y mostraban los relámpagos.
La comedia. La comedia griega es, ante todo, un género de origen incierto y del que
todavía se desconoce con exactitud el modo de su surgimiento. La mayor parte de las
fuentes, coinciden en situar su origen en espontáneos actos festivos y populares, que
tenían lugar en el teatro de Dioniso, situado al sur de la Acrópolis
ateniense, con motivo de las Grandes Dionisias que se celebraban en
el mes de marzo. Es posible que las escenas de coro y los cortejos de
boda, fuesen derivaciones, o evoluciones lógicas, de rituales
practicados por coros, que participaban en los eventos dionisíacos, al
enfrentarse entre ellos: o bien al provocar e insultar al público, al
burlarse de él, o propiciar a los dioses en estado de embriaguez. Algo
casi indiscutible es que, en un primer momento, predominaría la
danza con motivos burlescos y se incorpora después la narración de hechos cómicos. Se
encuentra confirmación del origen meramente terrenal, desinhibido, y contrario a la
seriedad de lo oficialmente solemne, en Aristóteles.
Características. La comedia posee algunos rasgos comunes con la tragedia, con la que,
al parecer, se relaciona estrechamente en sus orígenes. Otros rasgos, en cambio, sólo
aparecen en ella. Se pueden resumir los siguientes: el prólogo suele abrir la obra; le
sigue el párodos, o entrada del coro; los actores suelen mantener frecuentes agones
(luchas) con el coro; el elemento original de la comedia es la parábasis, en la que se
interrumpe la acción y los actores se dirigen al público, para hacer una captatio
benevolentiae y conseguir el premio por su trabajo; el protagonista no es un héroe del
mito, sino un héroe del pueblo, que parodia a los antiguos guerreros.
Clasificación de la comedia griega. Comedia Antigua. Se conservan las obras de
Aristófanes; los testimonios de la Comedia Media son casi inexistentes; la Comedia
Nueva la representa Menandro; es la llamada comedia burguesa, que tanto influyó en
los autores latinos y, a través de ellos, en el teatro de Occidente.
Aristófanes se relacionó mucho con el mundo político y literario de su época. En este
sentido, se muestra defensor de los viejos ideales y poco amigo de las nuevas tendencias
de la sofística. Por medio de la sátira y la burla, sugiere ideas nuevas sobre la vida y
rechaza las desigualdades: asimismo, se muestra contrario al ala más radical del
imperialismo ateniense y critica la política belicista de los demagogos posteriores a
Pericles; son frecuentes las procesiones y fiestas para poner fin a la obra; los elementos
fantásticos y obscenos tienen un papel relevante.
El verdadero vehículo de humor, para Aristófanes, es la lengua, que parodia el lenguaje
sublime de la tragedia, con abundantes juegos de palabras y mezcla de vulgarismos con
elevadas formas poéticas. De su prolífica obra han llegado sólo 11 comedias.
Menandro vivió una época de grandes cambios sociales y políticos; se sabe que su
primera obra fue Orgé, fechada en el 321 a. C. Se conservan fragmentos de otras,
como El Misántropo y El Arbitraje. Sus comedias, muy imitadas por Terencio y Plauto,
se dividían en Actos; en ellas había más de tres actores y sus personajes solían ser los
típicos de la comedia burlesca; también introduce los apartes.
En el lenguaje se aprecian influencias de Eurípides, así como en la utilización del
prólogo. Su estilo era refinado, sin elementos grotescos, y presentaba al coro desligado
de la acción, como una especie de relleno.
TEATRO Y ARTE DRAMÁTICO