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APUNTES DE
EPISTEMOLOGÍA
(FILOSOFIA DE LA CIENCIA)
1. Qué es la Epistemología.
2. Necesidad de la Epistemología.
3. Los primeros epistemólogos.
4. Las varias corrientes filosóficas.
5. Características de la Ciencia:
5.1 Universalidad.
5.2 Necesidad.
5.3 Otras.
6. Método de la Ciencia:
6.1 La Ciencia requiere un método científico apropiado.
6.2 Tres aspectos del método científico.
6.3 Necesidad de cada uno de los aspectos.
7. Teoría y práctica:
7.1 La práctica como aplicación de la ciencia pura.
7.2 La práctica como preparación de la ciencia pura.
7.3 Interacción entre teoría y práctica.
8. Las tres fases de la actividad científica:
8.1 Los hechos.
8.2 Las leyes.
8.3 Las hipótesis
9. Los hechos científicos:
9.1 Observación simple:
9.1.1 Repetibilidad.
9.1.2 Existencia objetiva.
9.1.3 Selectividad.
9.1.4 Reconocimiento de clases.
9.1.5 Proposición que exprese los hechos observados.
9.2 Observación cualificada o experimentación:
9.2.1 Regulación de las condiciones de la observación.
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9.2.2 Instrumentos de medida: hecho concreto y hecho teórico.
9.2.3 La medida como definición operativa de una propiedad.
9.2.4 Algunas críticas a la definición operativa.
9.2.5 Una palabra sobre la medida de las cualidades.
10. Las leyes científicas:
10.1 Observaciones generales:
10.1.1 Leyes físicas y leyes morales.
10.1.2 Leyes condicionales y leyes definitorias.
10.1.3 Las leyes y la causa eficiente.
10.1.4 Las leyes y la causa formal.
10.2 Justificación de las leyes.
10.3 Propiedades de las leyes.
10.4 Leyes y principios.
10.5 Las leyes estadísticas.
11. Las hipótesis científicas:
11.1 En qué sentido son explicativas.
11.2 Su verificabilidad.
11.3 Su falsificabilidad.
11.4 El valor noético de las hipótesis.
12. División de las Ciencias:
12.1 Premisa general sobre la contingencia de las leyes naturales.
12.2 La división de las ciencias en concreto.
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CAP. I - ¿QUÉ ES LA EPISTEMOLOGÍA?
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CAP. II - ¿POR QUÉ NACIÓ LA EPISTEMOLOGÍA?
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parecía destinada a convertirse en el ideal de toda ciencia. Con mucha razón se ha
hablado aquí de una crisis de la ciencia.
La llegada de la teoría electromagnética (J. C. Maxwell, 1873), que unía en
un armonioso conjunto las acciones eléctricas y magnéticas, y era irreducible a la
mecánica newtoniana, puso en seria crisis la física clásica, toda impregnada de
espíritu mecanicista.
El segundo principio de la termodinámica (R. Clausius, 1850), que
enunciaba la irreversibilidad de los fenómenos naturales y sugería por tanto un
inicio y un fin del mundo, iba contra la reversibilidad general, propia de los
fenómenos mecánicos.
El posterior desarrollo de la termodinámica llevó al energetismo, que –
además de querer reducir la materia a la energía (W. Ostwald, 1895) – preconizaba
una física fundada explícitamente también en las cualidades (P. Duhem, 1906),
cosa inaudita para la física mecanicista, que admitía únicamente elementos
cuantitativos.
Con la teoría electrónica (H. A. Lorentz, 1895), se abrió camino la idea
inesperada de que el átomo no era un corpúsculo simple, sino compuesto de
electrones y de algo más, eléctricamente positivo.
Poco después, la teoría de los cuantos (M. Planck, 1900) extendió una forma
de atomismo también a la energía (radiante), que hasta entonces era considerada
por todos como divisible al infinito.
Para resolver el enigma del experimento de A. A. Michelson (de 1882 en
adelante), A. Einstein elaboró la teoría de la relatividad especial (1905), según la
cual las medidas espaciales y temporales ya no tienen un valor absoluto, sino que
dependen del estado de movimiento que existe entre el observador y el objeto
medido.
También la Geometría había entrado en crisis: los intentos que algunos
habían hecho para demostrar el quinto postulado de Euclides (G. Saccheri, 1733;
C. F. Gauss, 1792; N. I. Lobachewski, 1826; G. Bolyai, 1832) condujeron a B.
Riemann (1854) a fundar una geometría diferencial general, es decir ya no
exclusivamente euclidiana. Y simultáneamente se derrumbó también el dogma
(kantiano) de la necesaria tridimensionalidad del espacio.
Las mismas bases de la Aritmética fueron sacudidas, primeramente por los
vanos intentos de reducir toda la Matemática a la Aritmética (G. Peano, 1889) o
bien a la lógica (G. Frege, 1884); luego por la paradoja de la teoría de los
conjuntos (B. Russell, 1903), con la que también se relacionan las especulaciones
sobre el transfinito de G. Cantor (desde 1878).
No sólo; también la Biología – con la teoría del evolucionismo (Ch. Darwin,
1859) – puso en crisis la física mecanicista, que no podía aceptar tendencias
teleológicas o finalistas.
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Hoy, además, con el dualismo corpúsculo-onda y el principio de
indeterminación (o de incertidumbre), pertenecientes ambos a la mecánica
cuántica (E. Schrödinger y W. Heisenberg, 1925-1927), ya no hay esperanza
alguna para la tradicional física mecanicista.
Por todos estos motivos vino a ser no sólo oportuno, sino también necesario
y urgente, iniciar una reflexión filosófica sobre la actividad científica; y así nació la
Epistemología o Filosofía de la Ciencia.
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CAP. IV - LAS VARIAS CORRIENTES FILOSÓFICAS
5.1 LA UNIVERSALIDAD
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Esto vale para el hierro, que es un cuerpo, una sustancia. Pero vale también
para su comportamiento, que es un fenómeno (por ejemplo, la dilatación del hierro
cuando se lo calienta): la ciencia lo estudia sólo de forma universal. No importa
esta concreta dilatación, observada hoy aquí, sino la dilatación en general, como
fenómeno siempre repetible, también en otros lugares y en otro tiempo.
En otras palabras, el objeto de la ciencia es lo universal, lo que puede
repetirse y reproducirse a gusto en el espacio y en el tiempo. O también: la
ciencia presupone que el mundo tiene una estructura específico-individual (A. Van
Melsen), en el sentido de que toda sustancia y todo fenómeno, aun teniendo una
realidad muy suya e intangible, admite y no excluye la existencia de otras
sustancias y de otros fenómenos de esa misma especie.
En tal sentido, también la Geología, por ejemplo, es una ciencia, si bien
estudia solamente esta nuestra Tierra: pues son posibles otras “tierras” en otros
sistemas planetarios. Por lo demás, el hecho de que el hombre haya ido a buscar y
a recoger piedras en la Luna y en Marte, demuestra que la Geología abarca también
la… “selenología”!
Diverso, en cambio, es el razonamiento para la Geografía, la cual estudia la
superficie de la Tierra tal como es actualmente. La existencia de Francia o del Mar
Caribe, por ejemplo, es un hecho único e interesa sólo como información, para que
uno pueda regularse. Y lo mismo debe decirse de la Historia: las guerras
napoleónicas o el descubrimiento de América son irrepetibles. Se dice a veces que
“la historia se repite”; la verdad, en cambio, es que la historia no se repite: ¡si no
no sería Historia! En todos esos casos, si se quiere hablar de “ciencia”, sería sólo
en el sentido de que aquellos datos geográficos o históricos pueden servir como
modelos para estudiar situaciones análogas.
En conclusión: la Ciencia no estudia nunca la cosa individual en cuanto tal,
sino sólo los aspectos universales que encuentra en las cosas individuales.
5.2 LA NECESIDAD
5.3.1 SISTEMATICIDAD
Toda Ciencia se presenta como un cuerpo de doctrinas orgánicamente
enlazadas. Y este cuerpo crece y se enriquece como un organismo vivo a través de
la aplicación sistemática de un método de investigación.
No sucede lo mismo en el conocimiento vulgar, popular. Por ejemplo, los
conocimientos meteorológicos del campesino contienen muchas verdades
científicas, que el que vive en la ciudad no conoce; pero no están organizados
metódicamente; no hay investigación sino sólo conocimientos desorganizados.
Dígase lo mismo de la así llamada “sabiduría popular”, que se expresa en refranes,
proverbios y máximas.
5.3.2 LA PRECISIÓN
Dijo Galileo que “el Gran Libro de la Naturaleza está escrito en lengua
matemática”. Y nosotros vemos hoy que las ciencias tienden a revestir la forma
matemática, comenzando por la observación de los datos, que se traduce siempre
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más en una medición, lo más precisa posible. Es verdad que la precisión absoluta
no es alcanzable; pero el científico sabe perfectamente entre cuáles límites su
medida es absolutamente exacta. Por ejemplo, él indica la velocidad de la luz como
297,925.5 ± 0.3 km/seg, queriendo con esto significar que ella está comprendida
entre 297,925.2 y 297,925.8 km/seg.
Algunos auténticos progresos de la ciencia se debieron precisamente a la
obtención de un decimal más. Por ejemplo, el nitrógeno obtenido químicamente
del nitrito de amonio tenía una densidad de 1.2505, mientras que el extraído del
aire tenía una de 1.2567; esta pequeña diferencia, en el tercer decimal, permitió a
A. Ramsay y Lord Rayleigh (1895) descubrir el argón y después toda la familia de
los gases nobles. También los transistores nacieron de medidas de corriente
extremadamente precisas.
Agreguemos que aun en sus partes no-cuantitativas el lenguaje científico es
siempre muy preciso: todos los términos técnicos son definidos con exactitud. Por
eso no le sucederá jamás a un científico confundir, por ejemplo, la fuerza con la
potencia, la artritis con la artrosis, las tasas con los impuestos, etc.
Distinto sucede en el conocimiento vulgar. Ahí se hablará vagamente, por
ejemplo, de la resistencia mecánica de un material, pero sin distinguir entre la
resistencia a la compresión, a la tracción, a la flexión, a la torsión, etc.; o se dirá
que el sol nace por el oriente, un poco más al sur en invierno, un poco más al norte
en verano (en el hemisferio boreal); pero sin precisar más (con grados, minutos y
segundos).
5.3.3 LA OBJETIVIDAD
La sensación, sobre la que se funda la experiencia, es parcialmente
subjetiva. Pues es el fruto de una reacción vital del organismo sensorial ante un
estímulo físico-químico que parte del objeto sensible. Y, como tal, debe contener
informaciones sobre ambas cosas: sujeto y objeto. Sumergiendo una mano en agua
hirviendo se siente calor, ¡pero al mismo tiempo también dolor! Una persona que
entra a un ambiente tibio lo sentirá caliente o frío según que venga de un ambiente
frío o caliente. Y en general la temperatura del sujeto marca la frontera entre las
sensaciones de calor y de frío.
Esta parcial subjetividad es aceptada pacíficamente en el conocimiento
vulgar. En cambio la ciencia no quiere hablar del sujeto: desea únicamente
informaciones referentes al objeto. Por ejemplo, la línea de demarcación entre
caliente y frío será dada por un criterio más objetivo: la temperatura de fusión del
hielo. Aún más, el binomio mismo de caliente y frío es demasiado “humano”:
existe únicamente el más o menos caliente en relación al Cero Absoluto. Así
también, en lugar de hablar de cierta gama de colores, el científico indicará su
longitud de onda, que es un dato plenamente objetivo.
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Se debe resaltar, por otro lado, que también la experiencia sensible presenta
ciertos datos objetivos; tales son las distancias, las figuras, los ángulos y, en
general, los elementos cuantitativos. El motivo es que estos elementos son
accesibles a más de un sentido. Así la redondez de una moneda es percibida a
través de su color (con la vista) y de su dureza (con el tacto), de manera que las
subjetividades inherentes a la percepción visual y a la táctil, se eliminan
mutuamente en la percepción común de la redondez. Es por razón de esta
heterogeneidad (o distribución cuantitativa de elementos cualitativos) que la
experiencia sensible es también parcialmente objetiva y hace posible la objetividad
de la Ciencia.
Considerando, sin embargo, las cosas más en general, una observación
verdaderamente objetiva no es de fácil realización. Basta pensar en los testimonios
sinceros pero divergentes que se dan en los tribunales: los prejuicios inconscientes
y la involuntaria selectividad en el registro mental de los hechos, juegan un papel
no indiferente.
5.3.4 LA IMPERSONALIDAD
La Ciencia quiere ser también impersonal, para poder lograr un consenso
universal. No expresa jamás maravilla o disgusto, que son sólo sentimientos
personales. Excluye también de su campo las revelaciones privadas y todas
aquellas experiencias individuales y mal definibles que son propias de los artistas.
Con mayor razón se aparta de la magia, que cultiva el arte del encantamiento con
ritos místicos, en los cuales el protagonista es la persona del hechicero. Pero es ya
evidente en sí que estas prácticas son extrañas a la Ciencia.
Más bien hay que enfatizar que los enunciados científicos deben ser
independientes de las particulares condiciones (objetivas) en las que se encuentra
el observador. Y aquí “observador” significa no sólo el observador humano sino
también cualquier instrumento de medida.
Los habitantes de la Tierra ven el Sol salir y recorrer el firmamento; pero se
sabe que ésta es una impresión puramente “local”. La posición aparente de las
estrellas es distinta de la real a causa de la refracción atmosférica, que crece del
cenit al horizonte (donde alcanza más de medio grado). La Ciencia trata de
eliminar esos errores introduciendo en sus observaciones las oportunas
correcciones, o también haciendo las observaciones fuera de la atmósfera, con
satélites artificiales.
La teoría de la relatividad ha descubierto que las medidas espaciales y
temporales dependen del estado de movimiento del observador respecto al objeto
medido. Y en la física moderna se ha encontrado que el mismo procedimiento de
medida perturba siempre, en modo incontrolable, el estado de las cosas
preexistente. Ahora bien, estas particulares dependencias no se pueden eliminar;
pero la Ciencia conoce con precisión todas sus posibles modalidades y las tiene
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debidamente calculadas. También esto es un modo de colocarse por encima de las
situaciones particulares.
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experiencia, no sólo la común, relativa al mesocosmos, sino también la exploración
del microcosmos y del macrocosmos. En fin, toda la naturaleza, en su aspecto
sustancial y en el fenoménico; por tanto: piedras, plantas, animales, galaxias,
ciudades, comportamientos, etc.
La naturaleza la tomamos aquí en su sentido más amplio. Frecuentemente,
en cambio, se entiende por “naturaleza” sólo el mundo externo, en oposición al
mundo humano. En ese caso se acostumbra distinguir entre ciencias naturales
(Naturwissenschaften) y ciencias morales o humanas (Geisteswissenschaften). A
esas últimas pertenecen entonces la Psicología humana, la Antropología, la
Lingüística, la Economía, etc. Esa distinción, sin embargo, no sirve en el presente
contexto, porque – como hemos dicho – consideramos aquí toda la experiencia,
extendida a toda la naturaleza.
Es importante, en cambio, la distinción hecha arriba entre observación y
experimentación.
Hay que recurrir a la observación cuando los fenómenos que vamos a
estudiar no son reproducibles a voluntad del científico, como en la Astronomía, en
la Geología, en la Lingüística, etc. Aunque se trate de una experiencia pasiva, el
científico no es, sin embargo, un espectador puramente pasivo: él observa
selectivamente, con un fin, teniendo ya en la mente alguna idea, sugerida quizás
por experiencias anteriores o consideraciones teóricas. Una simple acumulación
indefinida de observaciones puramente pasivas (como de quien mira por la
ventanilla del tren) no conduce a ningún resultado.
Mucho más eficaz es la experimentación, que consiste en la producción
artificial y controlada de los fenómenos que queremos estudiar. En el fondo es
también ella una observación, pero provocada por una idea anticipada, que
organiza y dirige todo el experimento, teniendo cuidado de hacerlo repetible a
voluntad, en las más variadas circunstancias. Galileo habló, a este propósito, de
“sensatas experiencias”, y podemos pensar aquí en sus famosos experimentos con
el plano inclinado.
El método experimental resuelve también un grave problema que todavía
ahora divide a los filósofos empiristas de los racionalistas. Los primeros son
partidarios de la percepción sensible, los segundos del razonamiento, dos cosas
que parece que no pueden conciliarse entre sí en modo satisfactorio. Ahora bien,
ahí donde los filósofos no lograban llegar a un acuerdo, los científicos sí lo han
logrado; y esto mediante la acción, o sea la experimentación. Esta acción se realiza
fuera del hombre y por tanto fuera de sus convicciones empiristas o racionalistas,
en el campo externo, abierto a respuestas objetivas.
En otras palabras: en la experimentación la percepción sensible es objetivada
o exteriorizada, porque está confiada a instrumentos (aunque sean muy
elementales, como un lente o un filtro), y también el razonamiento es objetivado o
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exteriorizado, porque está confiado al formalismo matemático, que a su manera es
también un instrumento (como puede serlo una computadora o un elaborador).
Es, pues, en la acción experimental que la percepción sensible y el
razonamiento se integran armoniosamente.
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de coincidencia entre dos curvas, etc. Así que ni siquiera la Matemática – no
obstante ciertas definiciones apresuradas – se limita a la pura cantidad. Por lo
demás los Escolásticos clasificaban las “figuras” como la cuarta especie de la
cualidad!
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6.3 EL PROGRESO DE LA CIENCIA EXIGE LOS TRES ASPECTOS
JUNTOS
El método científico fue lento en nacer. Pero ahora que existe (desde el s.
XVII en adelante), es la cosa más estable en la Ciencia, en todas sus áreas.
Naturalmente, lo que se puede hacer en Biología no es aplicable en Astronomía: se
puede traer al laboratorio una colonia de células, pero no un cúmulo de estrellas.
Sin embargo, los tres aspectos del método son siempre los mismos, con sólo las
modificaciones de adaptación impuestas por las limitaciones humanas.
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refracción de la luz. Pero, privándose voluntariamente de toda la riqueza del a
posteriori, - que habría podido obtener sólo del método experimental –, no pudo
personalmente aportar mayor cosa al progreso de la Ciencia.
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Les faltaba el método matemático, es decir el control con el cálculo y las
medidas, la búsqueda de leyes o relaciones universales, la redacción de tablas de
materias. Ellos indicaban el peso de los ingredientes (una onza de esto, tres onzas
de aquello), pero sin precisar más; a veces dividían un producto intermedio en
partes iguales; pero jamás una sola alusión al peso o a la composición del producto
final. De éste observaban únicamente las cualidades: la forma, el color, el olor, el
aspecto turbio o claro, espumoso o menos, etc. Y así perdían de vista las innegables
reacciones químicas que se daban en sus matraces.
El método matemático exige también un lenguaje claro y bien definido. El
de ellos, en cambio, era un lenguaje hermético, voluntariamente secreto para
esconder su contenido a los profanos. Por “oro”, además, no entendían una
sustancia única: había varias especies de oro, más o menos buenas, etc.
No; el alquimista no hizo progresar la Ciencia: estaba demasiado ocupado en
cumplir la “gran obra” y muy poco en adquirir el conocimiento de la Naturaleza.
A propósito del método teórico (n. 6.2.3) hicimos alusión a otro significado
de “teoría”, en la que ésta se opone a la “práctica”.
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En sentido peyorativo “teoría” sería aquello que no se verifica en la
práctica; “teoría” se opondría a “práctica” como el sueño a la realidad.
Pero, en sentido más ortodoxo, en el binomio teoría-práctica entendemos
por “teoría” la ciencia pura, del todo desinteresada, que tiene como único objetivo
el conocimiento del mundo o de la naturaleza. Hablando del triple aspecto del
método teníamos en mente cabalmente la Ciencia pura.
A ésta contraponemos ahora la “práctica”, y lo hacemos bajo dos aspectos
diversos: como aplicación de la Ciencia pura y como preparación a ella.
Se dan algunas praxis, de tipo más bien especulativo u ocioso, que han
contribuido al menos indirectamente a la formación de una Ciencia pura. Como
tales se podrían considerar las investigaciones sobre los números y los cuadrados
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mágicos (que dieron gran impulso para la Aritmética), las elucubraciones de los
astrólogos (que preludian, aunque muy de lejos, a la Astronomía), los problemas de
quién de los jugadores de naipes o de dominó gana, cuando el juego queda
interrumpido (de ellos tuvo inicio con B. Pascal – póstumo, en 1665 – el Cálculo
de probabilidades).
Pero existen otras praxis, menos ociosas y mucho más utilitaristas, porque
exigidas por las necesidades humanas, que han dado un fuerte impulso al
desarrollo de las ciencias puras. Se puede decir que todos los aspectos de la
actividad humana han conducido primero a una ciencia práctica, que se resumía en
reglas de acción, y después – bajo forma de auténticas leyes – confluyeron en una
ciencia pura. Estamos diciendo “ciencia práctica” y no “ciencia aplicada”, porque
antes de la ciencia pura no puede existir una ciencia aplicada.
Gran parte de la tecnología (aunque no toda) está así en la base de alguna
ciencia pura (aunque no de todas). Sugerimos aquí algunos ejemplos.
Los aportes a la Geometría de parte de los agrimensores egipcios, que
después de las periódicas inundaciones del Nilo debían redescubrir los límites de
las diversas propiedades. La contribución a la Mecánica de parte de la arquitectura
(la estática) y del arte militar (la balística). Los aportes a la Física de parte de los
fabricantes de instrumentos de precisión. La contribución a la Química de parte de
las industrias metalúrgicas (minas, talleres de fundición), de la industria del queso
y de la cerveza (fermentación), de las curtidurías, de las industrias de los
colorantes, de los cosméticos y de los explosivos. El aporte a la Termodinámica de
parte de la ingeniería que tendía a mejorar la eficiencia de las máquinas de vapor y
de los motores de explosión. La contribución a la Biología de parte de la medicina,
de la ganadería y de la agricultura. Etc., etc.
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El ideal de la tecnología es la eficiencia, es decir, el máximo rendimiento
con el mínimo costo en materiales, trabajo y tiempo. Piénsese en el transporte
aéreo, en la extracción y distribución del petróleo, en la codificación y transmisión
de la información, en la automatización y en la cibernética (no sólo en la industria
pesada, sino también en la didáctica e incluso en los diagnósticos médicos), en el
estudio de un sistema posiblemente equitativo y cómodo de distribución de
impuestos, necesarios para sostener la economía social; en una palabra: en los
varios problemas de optimización. Estos problemas no existían para los Romanos:
sus puentes, por ejemplo, eran capaces de soportar cargas muy superiores a las que
debían transitar por ellos. Pues bien, todos estos esfuerzos tan “prácticos” crean
inevitablemente nuevos capítulos de Ciencia pura.
Tenemos luego la ayuda mutua entre las varias ciencias. La farmacología
moderna no podría existir sin la Química. Todos saben cuán abundantemente la
medicina se sirve hoy de los modernos aparatos electrónicos (encefalogramas,
electrocardiogramas) o también de los radio-isótopos artificiales. Y no basta: la
ciencia aplicada localiza el petróleo y la tecnología lo encuentra y lo extrae (G. L.
Drake fue el primero en hacerlo, en 1859 en Pennsylvania, pero lo que halló fue un
pozo artesiano!).
Y para terminar, existen campos en los que concurren simultáneamente
las ciencias más variadas. Citemos sólo: la biblioteconomía, el periodismo, la
urbanística, la criminología (policía científica), las guerras...
IX - LOS HECHOS
Como sugieren las palabras de este título, se trata de una observación pasiva,
en la cual el científico nada hace para provocar el fenómeno o para modificar
artificialmente las circunstancias. Al máximo enriquecerá sus propios sentidos con
instrumentos oportunos (por ejemplo, con un microscopio o un telescopio) para
hacer posible o para mejorar la observación misma.
Pero aun siendo pasiva, la observación debe ser científica, o sea atenta y
empeñativa: quien mira los juegos de un niño pensando en otra cosa, o quien mira
distraído por la ventanilla de un tren en movimiento, no observa absolutamente
nada.
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nosotros, indicando, por economía de pensamiento, con un solo nombre (por ej.,
“perro”) un conjunto coherente de sensaciones. Aun el “yo” se reduce, para él, a
una pasajera conexión de elementos mudables! Reconocemos aquí las ideas de D.
Hume, con la diferencia que según Mach todo en la Ciencia tiene una función de
economía (ideas, leyes, hipótesis, palabras, enseñanza, sistema), una economía que
simplifica las cosas en vista de la acción. Análoga es la posición de R. Avenarius
(+1896). También en el instrumentalismo de J. Dewey las ideas valen sólo como
instrumentos de acción: no tienen un valor noético, no hacen conocer nada
verdaderamente. Estas doctrinas tienen sus lejanas raíces en el nominalismo del
siglo XIV, con G. de Ockam (+1350).
Queda excluida también la búsqueda de la pura casualidad, que es
irrepetible. No era científica, por ejemplo, la observación de los antiguos arúspices,
que – con el objeto de adivinar el futuro – examinaban las entrañas de las víctimas
o escrutaban el cielo para ver el vuelo de un ave en el momento justo en una
posición de buen presagio. ¿Y qué decir de aquéllos que hoy van a caza de los
Ovnis?
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una breve reflexión permitirá responderla. Cuando toco inadvertidamente un plato
demasiado caliente, retiro rápidamente la mano, porque he sentido dolor. Ahora
bien, veo el mismo comportamiento en los otros, pero no percibo su dolor! Para
comprender esta conducta de ellos debo admitir necesariamente que ellos
distinguen entre el mundo externo y su propio mundo interno. Por tanto si a mí no
me fuera permitido distinguir entre un mundo externo y mi mundo interno, ¿por
qué debería mantener esta misma distinción en aquellos “otros” (para
comprenderlos), que sin embargo formarían parte de mi único mundo interno?
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perfeccionando las observaciones de L. Galvani (1780) sobre las contracciones de
una pata posterior de rana (que el mismo Galvani interpretó erróneamente como
“electricidad animal”), A. Volta (+1827) descubrió que lo esencial era tocar el
nervio crural y el músculo externo con un arco hecho de dos metales diversos; este
descubrimiento, del todo inesperado (¿qué tenía que ver el contacto entre dos
metales diversos?), llevó a la construcción de la famosa “pila de Volta” (1800), el
primer aparato capaz de abastecer ininterrumpidamente una corriente eléctrica;
siguió luego (1820) el descubrimiento inesperado de H. C. Oersted sobre los
efectos magnéticos de la corriente, que dio inicio a la electrodinámica.
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de Köhler (1929), la vieja-o-joven de Boring (1930), las manchas de Rohrschach,
toda una serie de dibujos de Escher, etc.
Comentemos brevemente el caso del cubo de Necker. Para comenzar, la
figura lo representa como transparente; por lo tanto, algunos lo ven como un
recipiente de vidrio, algunos como un cristal, otros como un acuario (o pecera),
otros como un retículo metálico, etc. Pero también hay ambigüedad en la relación
figura-fondo: por momentos veo el cubo desde abajo (y un poco hacia la
izquierda), y por momentos desde arriba (y un poco hacia la derecha). Si bien yo
tengo siempre delante de los ojos la misma idéntica figura, sin embargo la veo
alternativamente como perteneciente a dos clases diversas.
Esto es debido a la dimensión de profundidad, que no veo directamente.
Pues mi visión directa es únicamente bidimensional: la tercera dimensión es una
integración, en la cual se proyectan otros conocimientos míos, provenientes de
experiencias táctiles o también visivas (que acompañan, por ejemplo, mi
movimiento alrededor de los objetos).
Es de notar que en todos estos ejemplos el reconocimiento de la clase de
pertenencia no es todavía una interpretación, sino simplemente un “reconocer-
como”. Por lo demás ¿qué sería el “ver según una interpretación”? El ver es un
estado experiencial, mientras el interpretar es ya una actividad del pensamiento.
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1. Veo que una rueda puede girar alrededor de su eje; veo que una lámina de
vidrio cayendo puede romperse; veo que una bandera puede ondear al viento
y que una bombilla inserta en un circuito eléctrico puede iluminarse.
Observando una huella de pie, digo que alguien ha pasado por aquí.
2. Veo un hongo y digo que es venenoso; veo que la cebra tiene una piel
blancuzca con rayas transversales negras; al amanecer veo que el Sol se
levanta. Mirando con el telescopio una especie de pústulas sobre la Luna,
digo que estoy observando sus cráteres.
3. Reconozco la reina sobre el tablero de ajedrez y me doy cuenta de que está
en una posición peligrosa; viendo la bandera ante un edificio, digo que se
trata de una embajada; asistiendo a una ceremonia militar, veo que el general
está colocando una medalla en el pecho de un héroe; veo que el sacerdote
está celebrando la Misa. Viajando en automóvil, veo que alguien más
adelante agita un banderín rojo y lo interpreto como señal de emergencia.
4. Observando esta hoja de papel, noto que tiene también otra cara, como la
Luna tiene una cara posterior y como detrás de una facha se esconde la casa.
Observando un armario, adivino que en su interior hay puesto para meter
diversas cosas. Veo que esta figura representa un cubo.
En el primer grupo se trata de interpretaciones evidentes, de la vida diaria;
en el segundo ya se necesita una mayor información previa; en el tercero entran
también elementos convencionales; por fin, en el cuarto se pone en evidencia la
tridimensionalidad del mundo (cfr. n. 9.1.4).
En conclusión: no basta memorizar, asociar y comparar entre ellas nuestras
percepciones sensibles: sería como revolver mecánicamente los vocablos de un
diccionario – a la manera de R. Lulio (+1315) – para obtener así quién sabe qué
verdades. No; los hechos no se pueden fotografiar, sino sólo describirlos,
expresando lo que la observación nos ha presentado como conocimiento nuevo.
Es aquí, sobre todo, donde interviene la acción (cfr. n. 6.2.1), que provoca la
producción controlada y repetible del fenómeno a observar, regulando las
condiciones de la observación misma y traduciéndola a un lenguaje unívocamente
transmisible mediante las medidas. Éstas transforman un hecho bruto-concreto-
práctico en un hecho científico-abstracto-teórico.
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psicológicas. Positivamente, él prepara cultivos bacterianos o también portaobjetos
para luego observarlos con el microscopio.
A menudo el científico debe fijar las condiciones externas naturales, como la
temperatura, la humedad y la ventilación en un invernadero experimental; o bien
crea condiciones artificiales, como en las centrifugadoras o en los aceleradores de
partículas.
Otras veces necesita efectuar las observaciones fuera de la atmósfera
terrestre, con sondas o laboratorios espaciales, por ejemplo para estudiar la
intensidad de ciertas radiaciones o los efectos fisiológicos debidos a la ausencia de
la gravedad.
Pero las más de las veces el científico trata de hacer observable, al menos
indirectamente, aquello que no lo es directamente. Los ejemplos abundan. Así,
estudia la composición de la luz estelar usando filtros o el espectroscopio; observa
las trayectorias de las partículas subatómicas en la cámara de Wilson; ciertas
estructuras internas de las células las vuelve visibles mediante colorantes o con el
microscopio de contraste de fases; la deformación de objetos en movimiento rápido
(por ejemplo, de una hélice) la vuelve observable con el método estroboscópico; el
crecimiento de una planta, por más que lentísimo, llega a serle apreciable con
fotografías intermitentes; de alguna manera percibe las psicosis profundas en el
comportamiento externo del paciente; en fin, los fenómenos más diversos y
generalmente escondidos a nuestros sentidos el científico los releva con la lectura
de cuadrantes y observaciones en el osciloscopio.
Se entiende que en todas estas manipulaciones juegan un rol de creciente
importancia las hipótesis y las interpretaciones. Pero, no obstante todas nuestras
intervenciones, esperamos siempre la respuesta de la Naturaleza, que puede ser
también un solemnísimo “no”, como en el experimento de Michelson (n. 2 B). Por
lo demás, para garantizar la objetividad, los científicos multiplican las
observaciones con otros instrumentos y otros métodos.
31
Es un “hecho concreto”, por ejemplo, que en un termómetro la columna de
mercurio llega al signo 30; pero el “hecho teórico” es que la temperatura es de 30
grados centígrados. La temperatura en sí – como estado térmico de un cuerpo – es
naturalmente un hecho concreto; pero como tal no tiene nada en común con la
altura de una columna de mercurio. Se puede decir también que la temperatura es
una entidad abstracta, en el sentido de que ella es representada idénticamente por
hechos concretos muy diversos: tanto que se trate de la altura de una columna de
mercurio o de alcohol, como de la posición de un indicador o de una plumilla
escribiendo o bien de cifras que se forman electrónicamente, siempre se dirá que
“la temperatura es tanta”. Lo mismo vale para la presión, la masa, la intensidad de
una corriente eléctrica, la inducción magnética, etc.
Los conceptos del lenguaje científico se refieren precisamente a esas
entidades abstractas o hechos teóricos. No hay que confundir ese lenguaje con el
lenguaje técnico, propio de las artes y oficios, como la heráldica, el lenguaje de
marineros o de los radioaficionados, y todas las jergas en general. Estos lenguajes,
en efecto, aunque estén lejos del uso común, se refieren siempre directamente a
hechos concretos bien especificados.
Al contrario, en el lenguaje científico una expresión del tipo "hay corriente
eléctrica" puede significar uno cualquiera de los siguientes hechos concretos: un
filamento se recalienta, la mancha luminosa de un galvanómetro se desplaza a lo
largo de una escala graduada, tiene lugar la electrólisis en un voltámetro, se
magnetiza una bobina, etc. Todos estos hechos concretos traducen un mismo hecho
teórico: la existencia de una corriente eléctrica.
Se entiende que la relación entre el hecho teórico y los varios hechos
concretos es el resultado de una elaboración intelectual compleja, en la que
intervienen varias leyes y teorías.
Por eso E. Le Roy (+1954) dijo que la ciencia (pero no la filosofía!) es obra
del entendimiento esquematizador; el científico crea el hecho, si no el hecho bruto,
al menos el hecho científico o teórico, mediante una fragmentación conceptual, y
por tanto subjetiva, de la realidad; la ciencia no sería un sistema de conocimientos,
sino un sistema de reglas que tienen éxito.
A eso H. Poincaré respondió justamente que el científico crea
únicamente el lenguaje científico con el que traduce el hecho bruto
en un hecho teórico. El hecho bruto es, por ejemplo, que la columna
de mercurio en el aparato (aquí al lado) es alta 735 mm y eso se
traduce diciendo que la presión atmosférica (hecho teórico!) es en
este momento de solos 735 mm (hoy estas presiones se miden en
milibares y serían respectivamente de 980 y 1013 mb, donde el
último número se refiere a la presión atmosférica "normal", que es lo
que miden los 760 mm de mercurio). Un piloto de avión, en cambio,
usará ese aparato como altímetro y en él leerá su altitud sobre el
nivel del mar.
32
9.2.3 LA MEDIDA COMO DEFINICIÓN OPERATIVA DE UNA PROPIEDAD
Toda medida es, en fin de cuentas, una observación, que constata la
presencia de alguna propiedad, o cualidad, y da de ella también una apreciación
cuantitativa.
Si en el mundo la temperatura fuese en todas partes y siempre la misma, las
operaciones de medida de la temperatura ya no funcionarían: la altura de la
columna de mercurio en el termómetro sería inmutable y también el sentido
térmico de la mano (o de la mejilla) ya no acusaría ninguna sensación calorífica,
porque - como dijo T. Hobbes (+1679) - sentir siempre lo mismo equivale a no
sentir. La percepción sensible, en efecto, requiere cierta heterogeneidad, es decir
una diversidad cualitativa, distribuida espacialmente o temporalmente. En la
hipótesis que estamos considerando el científico ya no hablaría de "temperatura":
esa palabra habría perdido para él todo significado.
Efectivamente hoy - después de la teoría de la relatividad especial (A.
Einstein, 1905) - ya no se habla de movimiento real ("absoluto") del Sol o de la
Tierra, porque no existe ningún criterio operativo capaz de revelarlo. La misma
suerte le tocó - por los mismos motivos - al concepto de simultaneidad de dos
acontecimientos distantes.
Todo esto nos obliga a decir que los procedimientos de medida definen las
propiedades; ejemplo: "temperatura" es aquello que se observa aplicando
debidamente un termómetro. Y así hemos llegado a las llamadas definiciones
operativas (T. W. Bridgman, 1927). Una definición de ese tipo describe las
operaciones capaces de observar (medir) una determinada propiedad; es un criterio
para reconocer su presencia (por ejemplo: cierto líquido es un ácido si el tornasol
azul sumergido en él se vuelve rojo); y a menudo da de ella también una medida
cuantitativa, como el uso de la balanza para las masas, el uso del contador Geiger-
Müller para la radiactividad, el empleo médico del esfigmómetro para la tensión
arterial, la aplicación de los "tests" para el índice de inteligencia, etc. Notemos que,
contrariamente a los términos psicológicos, los términos psicoanalíticos son por lo
general menos bien definidos.
Ya H. Poincaré había dicho que la definición de fuerza debe únicamente
enseñamos a medirla (por ejemplo, con el dinamómetro); no necesitamos saber -
dice - qué es la fuerza en sí misma, ni si ella es la causa o el efecto del movimiento.
Y podemos añadir que el peso atómico tiene un valor indiscutible (porque sabemos
cómo medirlo), aunque los átomos no existieran; dígase lo mismo de la longitud de
onda de la luz, aunque ésta última no fuese un fenómeno ondulatorio.
33
La ventaja de esa tesis es que tiene bajo control riguroso las definiciones
científicas. Si primero se define (en términos no-operativos) para luego medir, hace
falta asegurarse muy bien de que esa medida se refiere exactamente a la magnitud
así definida. En cambio con el método de la definición operativa hay menos
peligro de equivocarse.
Naturalmente ese método es absolutamente inaplicable en el campo
filosófico-metafísico; el alma de los vivientes, por ejemplo, no es - y no debe ser -
definible operativamente. Pero también en el campo puramente científico dicho
método llega a ser insostenible, si se lo lleva a los extremos.
La "longitud", por ejemplo, es definida mediante repetidas aplicaciones, una
tras otra, de una vara rígida y recta. Pero sucede que hay que modificar el
procedimiento de medida: la longitud de una circunferencia debe medirse con una
cinta flexible; las profundidades marinas se miden con ecos "sonar" (ultrasonidos);
las grandes distancias (terrestres y extraterrestres) con triangulaciones ópticas o
con ecos "radar" o "láser"; el diámetro del electrón con fenómenos
electrodinámicos. Si con el procedimiento de medida cambia también la magnitud
específica, ya no podremos hablar aquí de "longitudes".
Sin embargo, si diversos procedimientos de medida son coherentes, o sea
dan resultados concordes, no hay motivo para hablar de propiedades diversas. Es el
caso, por ejemplo, del termómetro de mercurio o de alcohol, del barómetro de
mercurio o metálico, etc. Naturalmente, nunca hay que generalizar: el agua, por
ejemplo, no sería un buen líquido termométrico, porque alrededor de los 4 grados
Cº tiene un comportamiento irregular.
Más bien hay que subrayar el hecho de que los conceptos científicos tienden
a formar un sistema con múltiples conexiones internas; están vinculados por
numerosas leyes que brindan nuevos criterios operativos; son como nudos de una
red, cuyos hilos son las leyes. Ejemplo: cuando crece la temperatura, crece también
la longitud de una espiral metálica (de ahí viene el termómetro metálico); crece la
resistencia eléctrica de un alambre (de ahí viene el bolómetro de resistencia); crece
la presión de un gas en un volumen constante (de ahí el termómetro de gas); crece
el efecto termoeléctrico (de ahí el termómetro de termopareja); crece la
luminosidad de un cuerpo muy caliente (de ahí el pirómetro óptico), etc.
Aún más, el enriquecimiento de esta red de conceptos-y-leyes induce a veces
a modificar los criterios operativos originalmente adoptados. Así sucedió, por
ejemplo, para la definición del "tiempo". Considerando constante la rotación diaria
de la Tierra, se define el día sideral como el intervalo entre dos culminaciones
sucesivas de una estrella. Pero la fricción causada por las mareas frena la rotación
terrestre, que por tanto es sólo aproximativamente constante. De ahí una primera
corrección al "tiempo" antes definido. También otros procesos dinámicos crean
irregularidades en la rotación terrestre, lo cual nos obliga a corregir nuevamente la
definición de "tiempo". Por último hoy tenemos relojes de cuarzo y hasta atómicos,
que armoniosamente forman parte de una amplísima red de leyes e imponen una
34
ulterior corrección del "tiempo". Si se siguiera la tesis de Bridgman, cada
corrección definiría una nueva propiedad, a la que correspondería cada vez un
nombre nuevo...
35
un cuerpo, según la escala de Mohs, menos profunda es la incisión producida. De
forma similar, cuanto más caliente es un cuerpo según nuestro sentido térmico, más
aquél se dilata: de ahí la idea de un termómetro, que contenga un líquido dilatable.
Es verdad que en estos casos se mide directamente una cantidad
(profundidad de una incisión, longitud de una columna de mercurio, etc.). Pero se
trata de cantidades cualificadas, o sea obtenidas en ciertas circunstancias con
aparatos específicos; será por ejemplo la longitud de la columna de mercurio de un
"termómetro", que desde hace al menos 10 minutos está en buen contacto con el
cuerpo del cual se desea conocer la temperatura.
Por lo demás, también en esos casos los números son sólo ordinales; nada
nos asegura que los saltos cualitativos (por ejemplo de 14 a 15 grados centígrados
y de 15 a 16 grados) sean "iguales" entre sí; aún más, no está dicho que la cosa
tenga un sentido. Preguntémonos, por ejemplo, si acelerar el carro de 50 a 100
km/h sea un salto cualitativo comparable a una aceleración de 100 a 150 km/h.
En lugar que por los efectos, una cualidad puede ser medida también por sus
causas. Una candela cerca ilumina mejor que una candela lejos (causa continua); y
dos candelas iluminan mejor que una sola (causa discontinua). También ahí los
números permanecen ordinales: no está dicho que dos dosis de una medicina
procuren un beneficio doble.
C) Escala pseudo-cardinal
¿Cómo es que la temperatura (T), indicada con números ordinales, puede
entrar en fórmulas algebraicas - como pV = RT - donde es sometida a operaciones
aritméticas como si fuera un número cardinal?
Respondemos brevemente, sin perdemos en detalles técnicos. Los números
ordinales se pueden desplazar arbitrariamente para adelante y para atrás, siempre
que sea respetado su orden. Se entrevé entonces la posibilidad de que - después de
una oportuna distribución de estos números (ordinales) - ellos se comporten como
si fueran números cardinales.
Consideremos, por ejemplo, la iluminación de esta página, que es
ciertamente una cualidad. Si la expresamos con números (ordinales), directamente
proporcionales al número de las candelas utilizadas (que suponemos cercanas entre
sí) e inversamente proporcionales al cuadrado de la distancia variable, obtenemos
un sistema de números con los cuales pueden realizarse operaciones aritméticas,
que no conducen a resultados en contraste con la percepción sensible.
X - LAS LEYES
10.1 OBSERVACIONES GENERALES
36
Etimológicamente la palabra "ley" viene del verbo "ligar", "obligar". Por eso
originalmente se usaba en sentido ético, como imposición moral.
Pero la existencia de una obligación o de una orden se refleja luego
normalmente en un comportamiento uniforme, constante en el espacio y en el
tiempo. Así la obligación de mantener la derecha en el tráfico tiene como efecto
visible que los vehículos fluyan siempre por su carril derecho. O sea, la orden
permite hacer una previsión y la consiguiente comprobación.
A nosotros ahora nos interesa ese último aspecto de la ley: la constatación
de un comportamiento uniforme, siempre y en todas partes. Y consideramos sólo
ese aspecto, prescindiendo de cualquier eventual orden que podría estar a la base
de esa constatación. De ahí que la ley para nosotros no implique ningún vínculo
"misterioso", de origen "superior", como si fuese impuesto por una "voluntad", a la
que correspondería en el agente una especie de "deber". Excluimos también toda
eventual consecuencialidad, lógica o matemática (según la cual, por ejemplo, "todo
hombre es mortal", o "2+3 = 5"), ya que sólo nos interesa el comportamiento, que
no es un modo de "ser" sino de "actuar".
Sin prejuzgar lo que será discutido más adelante, decimos en seguida que ese
comportamiento uniforme es evidente en los seres no-libres y se expresa en leyes
físicas, como ésta: "todo cuerpo no sostenido cae"; pero también en los seres libres
se observa un comportamiento uniforme, expresado en leyes morales, como ésta:
"toda madre ama a su hijo" (notemos que ahí no se trata de la conocida orden del 4º
mandamiento, sino de una simple constatación).
La diferencia entre esas dos especies de leyes estriba en que en la primera no
hay excepciones (salvo por intervención milagrosa), mientras que en la segunda
son posibles las excepciones, como en los casos de degeneración moral; pero esas
excepciones no anulan las respectivas leyes.
Más bien digamos que debe existir, a la base de ambas leyes (físicas y
morales), una necesidad interna - física e ineludible en el primer caso, moral y de
rigor vencible en el segundo - que impele a actuar y reaccionar de determinada
manera. Añadamos sólo que en los seres libres esa necesidad moral no destruye su
libertad, ya que al fin y al cabo es vencible y también porque la misma libertad
necesita ser encauzada para no volverse puro capricho y arbitrariedad; pues es una
facultad racional, cuya guía es la razón.
En lo que viene a continuación tendremos presentes las dos clases de leyes,
aunque el acento caerá más frecuentemente sobre la primera.
37
su conocimiento se limita a una pequeña zona de ambos (poco más grande del "hic
et nunc").
Sabemos ya (n. 9.1.4) que la ciencia no se ocupa en hechos singulares. Más
bien, en la multitud variable de los hechos ella trata de aprehender la constancia.
La ciencia de hecho debe unificar o no es ciencia. Lo sugiere, entre otras cosas, el
título "Identidad y realidad” del libro de E. Meyerson; pero la idea ya había sido
fuertemente subrayada por I. Kant.
La ciencia por lo tanto enuncia: a) relaciones invariables entre hechos
particulares, y b) asociaciones invariables entre determinadas propiedades que
caracterizan una misma especie corpórea o un mismo tipo de hechos.
38
Análogo es el caso del agua, que comúnmente se dice que se congela a 0º C,
aunque eso no se verifica siempre. Pues por un lado se usa el término "agua" para
indicar líquidos bastante diversos (agua de lluvia, agua de manantial, agua termal,
agua estancada, agua de río, agua marina, etc.), y por otro lado no se lo usa para
indicar el sudor, jugos, bebidas y caldos que sin embargo física y químicamente
son muy parecidos a las "aguas" antes mencionadas.
Lo que queremos decir con todo eso es lo siguiente: la ciencia progresa
mejorando su conocimiento de las varias clases corpóreas con nuevas leyes
definitorias; y éstas siempre van seguidas de nuevas leyes condicionales.
41
10.2.2 UN PRIMER PASO HACIA LA SOLUCIÓN DEL PROBLEMA
¿Por qué pues estamos tan seguros de que el sol saldrá mañana? ¿Acaso por
el inmenso número de observaciones realizadas, sin nunca una excepción? No; esa
condición no es ni suficiente ni necesaria. No es suficiente, porque antes de
descubrir Australia (1788) todos los cisnes eran blancos; no es necesaria, porque
basta una sola medida para establecer la densidad de una especie química.
Es necesario recordar aquí el concepto de ley definitoria (n. 10.1.2). Esa ley
enuncia una asociación invariable entre ciertas propiedades características de una
especie corpórea o de un determinado tipo de hechos.
Ahora bien, consta por la experiencia que existe en el mundo una estructura
específico-individual (n. 5.1), en el sentido de que su inmensa variedad de cuerpos
y de hechos individuales se reduce a relativamente pocos tipos de cuerpos y de
hechos, caracterizados cada uno por un cierto número de propiedades específicas.
Además, la experiencia nos enseña que entre estas propiedades se dan - para
los minerales - la densidad, el punto de fusión, etc. y - para los vivientes - la forma
de las hojas, la anatomía de las extremidades, etc., pero no, por ejemplo, el color de
los vivientes, que en muchos casos puede no ser uniforme (piénsese en el pelaje de
los caballos).
Esto sugiere la respuesta por lo que se refiere a los cisnes negros de Australia
y a la única medida, suficiente para establecer la densidad.
Volvamos ahora a nuestra certeza de que el sol saldrá mañana. Ése es un
hecho de tipo específico, del que los repetidos retornos del sol fueron, son y serán
únicamente instancias individuales. Ese hecho típico es una propiedad
característica del sistema Tierra-Sol y es expresado por la siguiente ley definitoria:
"el sol sale periódicamente".
Por tanto estamos ciertos de que el sol saldrá mañana como estamos ciertos
de que mañana encontraremos como densidad del oro 19,300 kg/m³. El mero
transcurrir del tiempo (de hoy a mañana) no puede cambiar nada, a menos
precisamente que entre tanto suceda algo que cambie las cosas. Así estamos ciertos
de la vuelta (en el año 2062) del cometa de Halley, a menos que algún cataclismo
lo vaya a destruir durante su largo viaje interplanetario hasta casi la órbita de
Urano.
42
Esto reduce mucho nuestra certeza al respecto. Pero no precisamente porque
esperamos excepciones (que en el n. 10.1.1 hemos llamado "milagrosas"), sino
porque nuestro conocimiento de las condiciones es muy incompleto.
Tomemos entonces otro ejemplo: el agua hierve a 100º C. Se podría pensar
que ésa es simplemente una ley definitoria del agua, por cuanto ahí también basta
hacer la medida una vez por todas. Pero no es así. En efecto la ebullición de un
líquido no es más que la manifestación externa del hecho de que la presión de su
vapor (dentro de la masa líquida) llegó a ser igual que la presión externa (por
ejemplo, la presión atmosférica). Para el agua eso significa que a 100º C su tensión
de vapor es igual a 1013 mb (que es la presión atmosférica normal).
Existe también una ley condicional, según la
cual con el crecimiento de la temperatura crece
también la tensión del vapor, pero en distinta
medida para las distintas sustancias. No queremos
aquí defender la validez general de esa ley. Pero
ella vale sin más para el caso específico del agua,
como demuestra la tabla parcial de al lado.
Ahora bien, esa tabla es característica del
agua y puede por tanto considerarse como su ley
definitoria. Nótese, por ejemplo, que también el
alcohol secundario n-butílico hierve a 100° C bajo 1013 mb, pero no sigue el resto
de la tabla.
Se ve así cómo una ley, que en su generalidad es condicional, puede llegar a
ser definitoria si es aplicada a una sustancia específica. Por tanto, aunque no
sepamos cómo garantizar la uniformidad expresada por la ley condicional, sin
embargo estamos ciertos de la uniformidad expresada por la correspondiente ley
definitoria. El motivo profundo es que las leyes tratan de decir algo de la
naturaleza o causa formal de los cuerpos (n. 10.1.4), que está a la base de toda
constancia y uniformidad. Si el mundo material no tuviera una estructura
específico-individual (es decir, muchos individuos pero pocas naturalezas), no
existirían ni leyes ni ciencia experimental.
Todo eso podrá parecer una defensa-en-tono-menor de la inducción. Pero las
leyes no están aisladas: se sostienen mutuamente como en una red, que además
recibe solidez de las teorías científicas explicativas.
Aun las medidas más exactas se quedan en una cierta cifra decimal y nada
dicen de la cifra siguiente. Por ejemplo, la longitud de onda de la línea espectral
43
standard del kriptón-86 es de 0.6057802105 micras; la precisión excepcional es de
10 cifras significativas (como si midiéramos la distancia Guatemala-Managua
hasta la décima de milímetro!); pero a pesar de todo ignoramos el valor de la
undécima cifra decimal.
Como las medidas, también las leyes son aproximativas. Un termómetro
ordinario da como temperatura (T) del hombre sano 37°C; por lo cual la "ley" es:
en el hombre sano T = constante (= 37°C). Pero un termómetro médico da un
decimal más y decide: T no es constante. La primera ley es sólo
aproximativamente verdadera (o sea, dentro de los límites de la aproximación).
Lo mismo puede suceder (¡y sucede!) para la ley de los gases (p V = K),
porque las presiones (p) y los volúmenes (V) son conocidos sólo
aproximativamente. Nótese a propósito de esa fórmula y otras similares, que no
tiene sentido multiplicar presiones por volúmenes (como no tiene sentido dividir
ovejas por hectáreas); la fórmula dice únicamente que realicemos una operación
aritmética con los números que indican sus respectivas medidas.
Con J. Kepler (+1630) las órbitas de los planetas pasaron de circulares a
ovoidales (un solo foco), después a elípticas (dos focos) y finalmente a elípticas
abiertas o rosetas (con perihelio móvil).
En la refracción de la luz al principio era "constante" la
relación entre el ángulo de incidencia (i) y el de refracción (r);
pero medidas más precisas le hicieron ver a Descartes y a Snell
(n. 8.2) que es constante, en cambio, la relación entre los senos
de esos ángulos: sen i / sen r = constante = n (índice de
refracción).
45
Otro ejemplo: la variación del precio del oro durante el año pasado,
expresada en dólares y en quetzales. Se trata de un único fenómeno, pero
representado por dos curvas muy diversas, porque el quetzal fluctúa con respecto al
dólar. y nótese que ambas leyes (o curvas) son igualmente verdaderas.
En el número siguiente veremos otra posible intervención del científico.
Resumamos. Siendo aproximativas y esquemáticas, las leyes científicas son
provisionales o relativas: provisionales, porque serán sustituidas por leyes más
precisas y más circunstanciadas; relativas, porque valen - aún hoy - dentro de los
límites de precisión y de esquematicidad de un tiempo y también porque su
enunciado depende del lenguaje adoptado.
a) Probabilidad matemática
La probabilidad matemática (p) es una fracción entre 0 y 1, que indica la
relación entre el número de casos favorables (F) y el número de casos posibles (P);
en fórmula: p = F/P. Así la probabilidad de extraer una canica blanca de una bolsa
que contiene 7 canicas blancas y 9 negras es: p = 7 / 16. Esa probabilidad se puede
calcular a priori, por los datos del problema. Se supone únicamente que los 16
casos posibles sean todos igualmente posibles (¡no digo "probables"!), en el
sentido de que las canicas sean indistinguibles, salvo por el color que - por
hipótesis - no influye en la extracción.
En otros casos la probabilidad matemática es dada a posteriori, por tablas de
frecuencia relativa, fundadas sobre el pasado. Así, por ejemplo, la probabilidad
para un guatemalteco de 37 años de morir durante el año es p = 0.002 = 1/500
(según las Tablas de mortalidad del período 2000-2002).
b) Frecuencia relativa
La frecuencia relativa (f) de un hecho futuro, no predispuesto, es la relación
entre el número de éxitos (E) y el número de tentativas (T); en fórmula: f = E/T:
Así, si lanzo 40 veces una moneda (ó 40 monedas de una sola vez) y obtengo 13
veces "cara", la frecuencia relativa de "cara" es de 13/40. Nótese que ese resultado
no es generalmente igual a la probabilidad matemática de "cara", que es de 1/2.
47
relativa (f) tiende a coincidir con la probabilidad matemática (p), tanto si ella ha
sido calculada a priori o a posteriori; en fórmula: para T→ ∞ tenemos f → p.
Aun siendo empírica, esta ley es también racionalmente justificable. En
efecto, si con muchas tentativas la frecuencia relativa tuviese una persistente
tendencia a diferenciarse de la probabilidad matemática, habría que sospechar de la
presencia oculta de un privilegio o factor determinante, por lo cual, por ejemplo,
pensaríamos que la moneda tiene truco. Análogamente, si aun con pocas tentativas
se obtuviese regularmente un resultado conforme a la probabilidad matemática,
sospecharíamos de algún truco en el procedimiento del lanzamiento. En efecto la
ley presupone el "puro azar", o sea un hecho enteramente causado, sí, pero no por
causas que estén determinadamente a favor o en contra del resultado que se
pretende.
Esa ley capta un orden en el desorden, casi una sobreestructura.
48
Aseguradoras). Y en esto superan seguramente a las leyes ordinarias, las
dinámicas.
49
ondulatoria (L. de Broglie, 1924; E. Schrödinger, 1925). Siguiendo ese camino,
¿no se podría llegar a la ecuación del universo? (A. Einstein trató, en vano, de
encontrar una teoría unitaria de los campos).
Pero la inserción en leyes superiores, aunque dé gran satisfacción intelectual
por el descubrimiento de un orden mayor, es solamente una explicación parcial,
porque la misma pregunta hecha para la ley inferior puede repetirse para la
superior. Ejemplifiquemos. Pregunta: ¿por qué el hidrógeno se expande?
Respuesta: ¡porque es un gas! Nueva pregunta: ¿por qué los gases se expanden?...
Observemos finalmente que también una ley puede revestir inicialmente la
forma hipotética, como se ve, por ejemplo, en las tentativas hechas por Galileo
para hallar la ley de la velocidad en la caída libre. Pero en este caso es mejor hablar
únicamente de "prototesis", reservando el término "hipótesis" sólo para aquellas
suposiciones no directamente controlables de las que se trata de deducir la
explicación de las leyes.
50
Determinado este número (a partir de varios fenómenos, a principios del
siglo XX), se encontró también el peso molecular absoluto de las moléculas (del
orden de 10-27 kg), que permitió luego calcular su diámetro (del orden de 10 -10 m),
así como sus mutuas distancias dentro del gas (del orden de 10-9 m).
Esta teoría molecular cinética de los gases es también fecunda. De hecho
explica fenómenos para los que no había sido concebida, como el llamado
movimiento browniano (R. Brown, 1827), presente también en las partículas
microscópicas que flotan en el aire. Aún más, permitió prever fenómenos nuevos
(J. C. Maxwell, 1860): en los gases la fricción interna o viscosidad crece con la
temperatura, al contrario de lo que se observa en los líquidos. Y la experiencia
confirmó esa previsión (A. Kundt y E. Warburg, 1875).
Nótese que la aplicación de las leyes de la mecánica no significa que en esta
teoría las propiedades de los gases sean simplemente reconducidas a estas leyes
más generales (cfr. n. 11.1.1). El mérito propio de esta teoría consiste en cambio: a)
en la hipótesis no directamente controlable de que existan moléculas y que ellas se
agiten en modo caótico, y b) en las reglas de correspondencia, que permiten
interpretar en términos de esta agitación molecular la presión y la temperatura
(ambas observables).
51
c) Con la teoría de los cuantos (M. Planck, 1900) una especie de
"corpuscularidad" quedó introducida también en la teoría ondulatoria. Según esa
nueva concepción la energía ondulatoria o radiante es emitida, se propaga y es
absorbida bajo forma de "paquetes" indivisibles (llamados "cuantos" o más a
menudo "fotones"), tanto más grandes cuanto más elevada es la frecuencia de las
ondas. Con esta teoría se explica cómo es que con las frecuencias superiores los
cuerpos emiten menos energía, dado que la agitación térmica es siempre menos
capaz de excitar los emisores de fotones grandes. Pero ése era sólo el inicio, ya que
muchos otros fenómenos han sido explicados con la teoría de los cuantos.
e) La teoría del heliocentrismo (N. Copérnico, 1543) supone que la Tierra y los
otros planetas giran alrededor del Sol (y que la Tierra gira en torno a su propio eje).
Con esta hipótesis la descripción de los movimientos observables en la bóveda
celeste adquiere una simplicidad sorprendente en comparación con los ciclos y
epiciclos del viejo sistema tolemaico (C. Ptolomeo, 150 d. C.). Añádase a eso que,
si los modernos astronautas tuvieran que hacer sus cálculos según ese último
sistema, estarían perdidos para siempre.
g) La teoría del evolucionismo (Ch. Darwin, 1859) supone que el fijismo de los
organismos es sólo aparente. Se habría dado en cambio una lenta evolución
biológica desde las formas más simples hasta las más complejas, mediante la
52
acumulación de pequeñas variaciones que se heredan y que logran pasar el control
de la selección natural, la cual permite sólo a los más aptos el sobrevivir en la
lucha por la vida. Esa hipótesis quisiera dar un sentido a las evidentes
interrelaciones entre los varios organismos y también a la distribución cronológica
de sus fósiles en los sucesivos estratos de la corteza terrestre.
h) En el campo genético la teoría de los genes (G. Mendel, 1865) supone que los
responsables de los varios caracteres hereditarios son ciertos factores
determinantes, que dirigen la síntesis del nuevo viviente. Hoy esos "factores" se
llaman "genes" y serían segmentos más o menos extensos de un filamento
cromosómico, o sea de una larga cadena de ácido desoxirribonucleico (ADN); de
algunos cromosomas se ha logrado incluso redactar el llamado mapa genético. Se
explican así las posibles aberraciones hereditarias, debidas a mutaciones génicas
(por transición, transversión, deleción o inserción). Otras aberraciones son debidas
en cambio a mutaciones cromosómicas o también genómicas, las cuales interesan
directamente a un entero cromosoma o a la entera dotación cromosómica de una
especie viviente, pero que en último análisis actúan sobre la herencia mediante los
genes.
54
He aquí un ejemplo de teoría falsificada por la experiencia. Según I. Newton
(1666) un rayo luminoso está constituido por una emanación de partículas
luminosas, las cuales, atravesando oblicuamente la superficie de separación entre
un medio menos denso y otro más denso, son atraídas por éste último de manera
que el rayo mismo se acerca a la perpendicular a la superficie. Se explica así el
fenómeno de la refracción de la luz (cfr. fig. pág. 44). Pero la atracción tiene
también el efecto de acelerar estas partículas; por lo tanto la luz debería tener una
velocidad mayor en el medio más denso. En cambio la experiencia (L. Foucauld,
1854) dice exactamente lo contrario.
Y observemos que la caída de las teorías no quita nada al valor de la Ciencia;
antes bien es un índice de su poder y de su capacidad de progreso. Por lo demás,
las teorías no desaparecen casi nunca enteramente: se las corrige en sus partes
defectuosas o se las incluye como casos-límite en concepciones teóricas más
amplias. Así la mecánica newtoniana, falsa si se la confronta con la de Einstein, sin
embargo queda incluida en ésta como caso particular, para cuando se trata de
velocidades pequeñas respecto a la velocidad de la luz.
Según los mismos principios antes dichos, si de una hipótesis o teoría se
deduce una consecuencia verdadera, es decir conforme a los datos de la
experiencia, la teoría puede decirse confirmada, corroborada o también
"verificada", pero no necesariamente verdadera: pues aun de lo falso puede
obtenerse algo verdadero.
Para ilustrarlo sirva la siguiente explicación teórica de la gravitación
universal. Según G. L. Lesage (1747) "el Universo es atravesado en toda dirección
por una inmensa multitud de corpúsculos que, como una continua lluvia de
granizo, impactan los cuerpos celestes. Pero el hecho de que la Tierra se halle
frente al Sol hace que una parte de los corpúsculos destinados al Sol sean
interceptados por la Tierra y que una parte de los destinados a la Tierra sean
interceptados por el Sol. Por tanto las caras que el Sol y la Tierra se presentan son
menos impactadas que las respectivas caras opuestas. De este empuje desigual
resultaría la aparente atracción gravitatoria". Pero he aquí que la hipótesis es falsa:
un impacto inelástico de tantos corpúsculos habría recalentado la Tierra (y el Sol)
en forma desmedida, mientras que un impacto elástico habría devuelto del Sol a la
Tierra tantos corpúsculos cuantos el Sol había interceptado (y viceversa).
En conclusión: aunque la teoría molecular cinética explica bien el
comportamiento de los gases, aún no está dicho que las moléculas existan
verdaderamente. Y así para cualquier otra teoría.
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no declarara jamás a nadie "inocente", sino solamente "todavía no culpable".
Conviene invocar aquí a algunos testimonios autorizados.
Aristóteles (Met. XI, 8), después de suponer la existencia de 55 esferas
celestes, reconoce: "Parece lógico admitir tantas; pero si eso sea necesario lo
dejamos decidir a quien sea más versado en estas materias".
Sto. Tomás (S. Th. I, q. 32, a. 1) declara: "En la astronomía se hace la
hipótesis de los excéntricos y de los epiciclos, porque así se pueden salvar las
apariencias visibles respecto de los movimientos celestes; pero esa hipótesis no
está suficientemente probada, porque quizás también con otra hipótesis se pueden
salvar las apariencias". Y de nuevo sobre el mismo argumento (In II de Coelo et
Mundo, lectio 17): "Si bien puestas tales hipótesis se pueden explicar los
fenómenos celestes, sin embargo éstos podrían explicarse también con otras
hipótesis todavía desconocidas a la humanidad".
Osiander (Hausmann), en su prefacio al libro de N. Copérnico (De
revolutionibus, 1543), advierte: "No es necesario que estas hipótesis sean
verdaderas y ni siquiera verosímiles; basta únicamente que sus cálculos sean
conformes a la experiencia"; y concluye: "Por lo que respecta a las hipótesis nadie
debe esperarse algo de cierto de la astronomía, porque ella no puede dar nada de
cierto".
El mismo Card. Belarmino (Carta a Foscarini, 1615), tendiendo una mano a
Galileo, escribe: "El señor Galilei actuará prudentemente contentándose con hablar
ex suppositione, y no absolutamente, como - creo - ha hecho siempre Copérnico;
en efecto, decir que con la Tierra móvil y el Sol inmóvil se explican las apariencias
mucho mejor que con los excéntricos y con los epiciclos es decir muy bien; eso no
presenta ningún peligro yeso le basta al matemático".
R. Descartes (1644), al final de sus Principia Philosophiae (IV, n. 204), casi
anticipando la idea moderna de "caja negra" (black box), afirma: "Si bien de esa
manera se comprende quizás cómo todos los fenómenos naturales puedan suceder,
no por eso hay que concluir que las cosas estén realmente así. En efecto, así como
un mismo artesano puede construir dos relojes externamente idénticos e
igualmente exactos en indicar la hora, pero con mecanismos internos muy
distintos, así también el Sumo Artífice pudo sin duda haber realizado las cosas
visibles a nosotros en muchos modos diversos... A mí me basta que las cosas que
yo propongo sean tales que correspondan exactamente a los fenómenos naturales".
Isaac Newton en una carta a H. Oldenberg (1672) dice que siempre es
posible ensartar hipótesis tras hipótesis, procurándose siempre nuevas
"tribulaciones", por lo cual conviene abstenerse de ello. Pero en la edición latina de
su Óptica (1706), él se pregunta (Q. 21) si la atracción gravitatoria no debería
explicarse suponiendo que las zonas más lejanas del éter cósmico son más densas y
así empujan los planetas hacia el Sol, en donde el éter es menos denso. Pero
después, en la 2ª edición de sus Principia (1713) aparece el famoso Scholium
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Generale, en el que confiesa no haber podido hallar la causa de la gravedad y
añade su célebre "hypotheses non fingo".
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un rayo de luz. Una teoría científica es verdaderamente tal en la medida en que
puede ser invalidada, refutada o falsificada.
Naturalmente que si la teoría es verdaderamente refutada es falsa y debe ser
corregida o sustituida por otra. Pero esta corrección no debe ser a su vez una
estratagema para hacer la teoría inmune a una ulterior refutabilidad, porque esto le
haría perder su carácter científico.
Es verdad - como observa C. G. Hempel - que el criterio de falsificabilidad
no es universalmente aplicable. Así una hipótesis puramente existencial (por
ejemplo, "existen hombres extraterrestres") no puede ser jamás falsificada, porque
nunca se podrá saber si se han examinado todos los casos posibles. Pero esto no le
quita valor al susodicho criterio, porque una hipótesis tan descarnada no sirve para
nada si no se la enriquece con otras hipótesis (falsificables).
c) Para explicar por qué los metales fuertemente calentados perdían su brillo
característico, transformándose en sustancias de aspecto terroso (calcinación), G.
E. Stahl (1702) supuso que en el calentamiento ellos perdían una sustancia
calórica, llamada "flogisto". Se seguía de ahí que el metal calentado debería pesar
menos que antes del calentamiento; predicción falsificada por la experiencia: el
metal pesaba más! (H. Boerhaave, 1732; A. L. Lavoisier, 1783).
d) Desde los tiempos antiguos (Plinio el Viejo, 78 d. C.; pero ya antes había
hablado de ello Aristóteles) se sabía que el aceite calmaba las olas del mar. Pero B.
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Franklin (1774) reflexionó que determinada cantidad de aceite no puede extenderse
indefinidamente; se alcanza el límite cuando la capa de aceite se reduce a un
espesor monomolecular. De ahí dedujo que el diámetro de las moléculas de aceite
es de aproximadamente 10-9 metros. Hipótesis no falsificada por los actuales
conocimientos.
i) Habiendo observado por casualidad que un conejo tenía la orina clara y ácida, y
sabiendo que esto es una característica de los animales carnívoros, mientras que los
herbívoros tienen ordinariamente una orina turbia y alcalina, C. Bernard (el gran
teórico del método experimental en biología, 1865) supuso que ese conejo había
estado mucho tiempo en ayunas y que por eso se había vuelto momentáneamente
carnívoro, digiriendo las sustancias de su propio cuerpo. Para controlar si esa
hipótesis era falsa, dio a comer hierba al conejo y observó que pocas horas después
la orina se volvió normal. Repitió varias veces el experimento, en uno y en otro
sentido, también con otros animales herbívoros (como los caballos), siempre con el
mismo resultado. Luego su hipótesis no era falsa: durante el ayuno todos los
animales consumen carne (la de ellos mismos!).
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Concluyamos. No podemos comparar esas precisas y específicas
predicciones falsificables (y a veces falsificadas) con las predicciones vagas y
genéricas de los astrólogos o de sus horóscopos, ni con las explicaciones verbales
de ciertas filosofías decadentes u oscurantistas. El científico auténtico teme (y sin
embargo busca) una posible falsificación de sus predicciones. Newton mismo hasta
1671 consideraba falsificada su gravitación universal, porque el movimiento de la
Luna no correspondía a sus cálculos. Pero aquel año J. Picard le suministró el
verdadero radio de la Tierra, que Newton había creído más pequeño (cerca del
13%); y con esa corrección también el movimiento de la Luna se reveló exacto.
(Hay que observar que el radio terrestre ya había sido medido bien por Eratóstenes
en el 220 a.C.; pero en el Medioevo se había atribuido por error un valor
demasiado pequeño a sus "estadios").
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propiedades hasta ahora descubiertas. - Y Maritain concluye justamente que tal
conocimiento es "místico y simbólico".
Por lo demás, si bien en el caso de los gases los modelos mecánicos se han
demostrado muy fecundos, en los otros capítulos de la Física - y en particular en la
física nueva (s. XX) - han fracasado. J. C. Maxwell (1865) opuso a las ondas
mecánico-elásticas de Huygens sus ondas electromagnéticas, hoy universalmente
admitidas; N. Bohr (1913) opuso al mecanicismo de la emisión según Lorentz su
edificio atómico, en el que la emisión de la luz ya no sucede con el ritmo de las
revoluciones electrónicas alrededor del núcleo; finalmente W. Heisenberg (1927)
ha destruido radicalmente todo ideal modelístico, ya que sus célebres relaciones de
indeterminación excluyen que se pueda conocer simultáneamente la exacta
posición y velocidad de un corpúsculo, premisa indispensable para prever sus
ulteriores evoluciones.
Eso no quita la utilidad que tienen los modelos mecánicos como sostén
momentáneo de la imaginación y como valor heurístico. Pero entonces no debemos
extrañamos si a veces se pasa bruscamente de un modelo (por ej., corpuscular) a
otro diametralmente opuesto (por ej., ondulatorio) para "explicar" el mundo
material. En efecto la realidad es siempre una sola, pero el modelo no es la
realidad.
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no son suyos, como el álgebra que opera sobre números, que ella misma no posee.
Por tanto la lógica es solamente un instrumento de deducción.
Una teoría en cambio es algo más que la lógica formal: ella utiliza conceptos
suyos propios, como el de "molécula", "onda", "cero absoluto", "velocidad
instantánea", "fluctuación estadística", "gene", "evolución", "moneda", "valor
agregado", etc. Ahora bien, esos conceptos tienen indudablemente un contenido
extra-lógico. La cuestión ahora es ver cuál es la naturaleza de ese contenido.
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11.4.5 LA TEORÍA TRATA DE DESCUBRIR ALGO NUEVO EN LA REALIDAD
Ya hemos visto (n. 10.1.4) que las leyes dicen algo acerca de la causalidad
formal, o sea de la naturaleza de las cosas. Y lo hacen mediante la descripción
circunstanciada de fenómenos directamente observables.
Añadamos ahora que las teorías tratan de ir más allá de las leyes,
revelándonos nuevos aspectos de la realidad.
Las entidades postuladas por una teoría no son directamente observables,
pero pueden ser asociadas - mediante reglas de correspondencia - a fenómenos
directamente observables y por ende también a leyes experimentales. Hemos visto
por ejemplo (n. 11.1.2) que ése es el caso de la agitación desordenada de las
moléculas (no observables!), a la que corresponde por un lado la presión del gas y
por el otro su temperatura, observables ambas experimentalmente. Además dicha
teoría explica efectivamente el origen profundo de esas dos propiedades, así como
las leyes que describen su comportamiento (como son las de Boyle y de Gay-
Lussac).
Pero aún hay mucho más. Según la hipótesis de Avogadro esas moléculas
invisibles son igualmente numerosas en volúmenes iguales de gases diversos, bajo
la misma temperatura y presión. Y esto permite - como ya se ha dicho - determinar
su peso molecular relativo (respecto al hidrógeno). De ahí se sigue inversamente
que una "molécula-gramo" de una sustancia cualquiera, o sea un número de
gramos igual al que expresa el peso molecular relativo, debe contener el mismo
número de moléculas. Este número se llama "número de Avogadro" (N) y vale
aproximadamente 6 · 1023 (más exactamente 6.02217 · l0²³).
Ahora bien, es sumamente importante señalar algunos métodos con los que
se determinó ese número (J. Perrin, 1912). Son: el estudio de la viscosidad de los
gases, de la repartición vertical de las emulsiones, del movimiento browniano, de
la velocidad de difusión de las sustancias disueltas, de la intensidad de las varias
radiaciones emanadas por un horno de alta temperatura, de la coloración azul del
cielo, de la difusión de la luz en los gases, de la discontinuidad de las cargas
eléctricas, de la cantidad de helio que se forma alrededor de una sustancia
radiactiva, etc. La explicación de todos esos fenómenos tan distintos conduce
siempre a una ecuación en la que entra el número de Avogadro (N); y, medidas las
otras cantidades que entran en esas ecuaciones, se encuentra invariablemente para
N el valor susodicho.
No podemos quedar indiferentes ante esa convergencia de resultados, que
atañen una entidad propiamente teórica, como lo es esa multitud de corpúsculos
hipotéticos. Por eso aun sin atribuir categóricamente una realidad ontológica a las
moléculas, podemos muy bien decir que la teoría molecular penetra mucho más
profundamente en la naturaleza de las cosas de lo que lo hacen las leyes.
Y aún más: eliminando la N entre dos de las susodichas ecuaciones,
obtenemos relaciones nuevas, por ejemplo entre el azul del cielo y la repartición
vertical de una emulsión, que nunca habríamos encontrado sin la teoría.
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Análoga es la historia de la hipótesis de los cuantos, que une la radiación del
llamado "cuerpo negro" o radiador integral (1900) con el efecto fotoeléctrico
(1905), con los calores específicos (1907) y con los niveles energéticos del átomo
(1913).
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En conclusión, la lógica pura es totalmente a priori; pero en la lógica
ordinaria aparecen ya elementos a posteriori.
Y así, en la siguiente reconstrucción del edificio de la ciencia, Boutroux
piensa como en unos planos sucesivos, sobrepuestos unos a otros y
jerárquicamente subordinados; un plano superior presupone el que está
inmediatamente debajo, como el plano del hombre presupone el de la vida, y éste
último el plano de los compuestos químicos.
De aquí se sigue una división de las ciencias que nos parece verdaderamente
jerárquica.
1ª Ya hemos hablado del primer piso, donde hay que colocar la LÓGICA
ORDINARIA, mientras la base última del entero edificio científico es la LÓGICA
PURA. Ahora siguen los pisos sucesivos, con las respectivas novedades a
posteriori que se van agregando ("contingunt").
4ª Con la FÍSICA se introduce otra novedad: las cualidades corpóreas, de las que
se originan los varios fenómenos físicos. Los cuerpos no son únicamente materia
en movimiento, sino que están dotados de cualidades, como temperatura
magnetismo, gravedad, etc., y tienen un comportamiento multiforme, regulado por
estas cualidades como por fuerzas particulares. Además los fenómenos físicos son
irreversibles, en el sentido que por ejemplo un péndulo nunca vuelve exactamente
a su posición anterior: gasta energía contra diversos roces y, si bien la energía se
conserva cuantitativamente, ella se deteriora en calidad (un Joule de calor es
cualitativamente inferior a un Joule de energía eléctrica).
5ª Contrariamente a las ciencias anteriores, que se ocupan del mundo corpóreo en
general, la QUÍMICA estudia otra novedad: la existencia de varias especies
corpóreas, como el hierro, el cianuro de potasio, el propano, etc. Estas especies se
caracterizan cada una por un conjunto estable de propiedades (como el color, el
punto de fusión, la solubilidad en agua, el sistema de cristalización, etc.), que las
distingue permanentemente entre sí y desemboca en la formación de una multitud
profundamente heterogénea: el plomo, por ejemplo, no es la sal gema, no es el
amoníaco, no es la anilina, etc. Pero no obstante esta heterogeneidad, son posibles
entre las especies ciertas combinaciones y descomposiciones, gobernadas por
precisas leyes de afinidad química y de proporciones ponderales, que regulan las
transformaciones de una especie química a otra.
♫ ♫ ♫ ♫ ♫
TRABAJOS:
69
BIBLIOGRAFÍA:
70