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La utilidad de un concepto trascendental de felicidad

El Estado debe estar al servicio de la sociedad (de ahí que se llamen servidores
públicos) y la sociedad está conformada por individuos. Así pues, si todos los
individuos desean algo, entonces es un deseo que también lo será de la sociedad y
el Estado, al servicio de esta, deberá procurarles eso que se desea. Los deseos de
los individuos, sin embargo, no siempre armonizan los de los unos con lo de los
otros, dando como resultado que sectores de la sociedad pueden desear una cosa
que afecta directamente los intereses de otra parte de la misma.
En un contexto postmoderno, no existe ninguna guía ni ninguna brújula respecto de
qué desear ni tampoco se cuestiona la validez del deseo en primer lugar. Si todos
los transgénero desean que sea ilegal el referirse a una persona con un pronombre
distinto al del género con el cual esa persona se identifica, entonces se conformará
todo un sector social en ese sentido... Y si no hay una brújula para el deseo, es
decir, no hay marco de referencia para la validez de un postulado social, nada con
lo cual ponderar ---salvo el menoscabo biológico-patrimonial que la actualización de
la pretensión realice (y que en este caso no se da) o el grado de incompatibilidad
con los valores históricos considerados aceptables por la misma sociedad--- y si,
por la ausencia de dicha brújula su deseo es igual de válido que el de otros sectores,
entonces su deseo debe ponderarse seriamente.
Es pues que si el régimen de Estado es la democracia, atenderíamos idealmente el
sentir de la mayoría y bastaría que esta se pronuncie en un sentido para que se
convierta en ley (independientemente de que esta ley sea buena o mala, conceptos
que en primer lugar también carecen de valor en el postmodernismo), pero esto ni
siquiera es siempre verdad en una democracia, sobre todo cuando esta es
representativa en tanto que el sector en cuestión influya o determine la voluntad de
los representantes para obtener lo que quiere y su única limitación sea pues la de
los intereses de otros sectores con un poder fáctico mayor.
El problema es que esto a la larga es insostenible, puesto que llegarán momentos
en que tendencias sociales igualmente aceptadas se contrapongan y sin un marco
o fundamentación distinta del propio deseo social, esto dará fruto a una sola cosa:
confusión. Confusión que a su vez decantará en desaciertos, malas decisiones
donde lo peor es que ni siquiera después que hayan afectaciones sabremos qué
hubiese sido lo más conveniente.
Ahora pues, si todos los individuos, independientemente de su grupo social, aspiran
algo, esto estará por encima (en las decisiones del Estado) que los deseos de un
grupo en particular, lo que nos permitiría conformar una jerarquía de deseos
sociales. En este contexto, la felicidad, como una aspiración última de la humanidad,
serviría en primer lugar como un marco de referencia no sólo de una cultura-nación,
sino de toda la especie.
[Nota: la felicidad hasta este momento es entendida solamente como un nombre,
sin contenido todavía... bien se podría decir "la plenitud es la felicidad" y seguiría
funcionando, el objetivo es tener un "algo" que sea deseable para todos.]
Es decir, todas las acciones de todos los Estados deberán garantizarla antes que
todo lo demás, proveyendo de un fundamento ontológico más fuerte incluso que los
Derechos Humanos. Pero, ¿qué cosa podría tener tal alcance? Si los intereses de
cada individuo en una misma sociedad difieren, ni qué decir de individuos de
distintos contextos históricos-culturales.
Es entonces cuando me encuentro con la soledad como una constante en la vida
humana, algo siempre presente en todos los individuos de todos los tiempos. Una
angustia trascendental que impera en lo profundo de la consciencia y cuya
presencia es innegable. No sería descabellado entonces que su superación sea un
objetivo en común para todos los seres humanos.
[Nota: es evidente que la “soledad” como término popular no siempre tiene una
connotación negativa y no es raro que incluso se le da una carga axiológica
relacionada con la paz, la meditación, el descanso, etc. Para este ejercicio, sin
embargo, me refiero a la soledad como una noción del individuo de su incapacidad
de entrar en contacto con una conciencia diferente de la suya acompañada de una
carencia de identidad, lo que decanta en un abandono trascendental. En otro
momento ahondaré sobre este tema, por el momento sólo diré que la presencia de
esta soledad se demuestra por cuanto nadie es capaz de responder a la pregunta
“¿Quién soy?” y quien lo intenta termina por citar propiedades accidentales de su
existencia y no una esencia como tal.]
Así pues, si la superación de la soledad existe como un imperativo del ser humano,
deseable para cualquier individuo en cualquier contexto, es equiparable a aquella
felicidad que permitiría al Estado tener un orden, una guía máxima de acción digna
de perseguirse independientemente de las aspiraciones de sectores sociales en
particular.
[Nota: Llegados a este punto es natural que surjan varias preguntas por ejemplo,
¿cómo alcanzar esa superación de la soledad? ¿Es siquiera algo alcanzable? Y de
no serlo, ¿podemos aproximarnos a ella? ¿De qué forma el Estado nos puede
encaminar en esa dirección? ¿Cómo se relaciona este concepto con otros como los
Derechos Humanos, que ya existen bajo la pretensión de dar un orden y fungir como
imperativos jurídicos? Y si bien todas ellas son válidas, en este momento escapan
la intención del presente documento (no del todo, pero sí al grado de que
ameritarían cada una de ellas una nueva meditación en sí mismas, lo cual haría que
se perdiese eventualmente la idea principal), que es únicamente la de desentrañar
el beneficio en sí de un concepto trascendental de felicidad.]
Ahora, esto no quiere decir que la superación de la soledad como una aspiración
común a todo el género humano sea lo único que todos los individuos desean. No
es inconcebible que haya más cuestiones que sean deseables en sí para todo el
que las experimenta y que podrían incluso ser integradas al concepto de felicidad;
sin embargo, estas deben de cumplir con ciertos requisitos que podemos ir
dilucidando a partir de un análisis del primer rasgo universal que tenemos: la
soledad.
La soledad es, ante todo, una angustia, por lo que su superación será en primer
lugar un alivio. Por ello, al menos algunas cosas que ameritan ser tomadas en
cuenta para el concepto de felicidad son alivios. En segundo lugar, la soledad es
una afectación del espíritu, es decir, no es la mera ausencia física de personas a
nuestro alrededor ni tampoco es la noción de estar solos, por lo que no puede evitar
en el cuerpo ni en la mente, sino en algo más, es decir, en el Yo. Podemos entonces
decir que la soledad es trascendental y por lo tanto su superación deberá también
serlo, por cuanto una superación no puede abarcar menos que aquello que se
pretende superar. Así pues, la superación de la soledad no es únicamente un alivio
sino un alivio trascendental de una angustia del espíritu.
Así pues, si hubiere un n número de angustias del espíritu, la felicidad debería ser
la superación trascendental de todas ellas para cumplir con su rol de la máxima
aspiración de todos los individuos.
Es indudable, sin embargo, que hay preocupaciones anteriores en todos los seres
humanos a la de la soledad. Un ser humano que no tiene comida ni abrigo no se
preocupará tanto por su estado de abandono trascendental como de las carencias
materiales y de su sustento. Sin embargo, en este trabajo no se pretende reducir
todos los problemas humanos a la búsqueda de la felicidad, por el contrario, la
búsqueda de la felicidad (entendida ahora como la superación de las angustias
trascendentales) debería venir cronológicamente después de suplir otras
condiciones más básicas y primigenias. Lo que se sostiene es una vez que se
superan esas primeras angustias, el alma humana no queda completamente
satisfecha y que esta insatisfacción no es más que el recordatorio de que aún hay
algo más que debe ser atendido. Por ello, el Estado no puede descuidar su tarea de
asegurar que todos sus ciudadanos tengan una vida digna bajo la excusa de
perseguir la felicidad, por cuanto esta no puede venir si primero el individuo no ve
satisfechas sus necesidades básicas.
La persecución de los medios adecuados para la procuración de alivios
trascendentales e incluso la construcción progresiva de la felicidad no viene a ser
una distracción del Estado, sino una aspiración del mismo para lograr algo más alto
que el mero servicio a la sociedad: el servicio al espíritu humano.

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