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Autobiografía no
autorizada
ePub r1.1
jtv_30 17.11.13
Título original: Julian Assange. The
Unauthorised Autobiography
Julian Assange, 2012
Traducción: Enrique Murillo
Diseño de portada: Canongate Books
Fotografia de cubierta: Rich Hardcastle
Canongate Books
Septiembre de 2011
Si quieres construir un barco, no
empieces buscando madera,
cortando tablas o distribuyendo el
trabajo… antes tienes que evocar
en los tuyos el anhelo del mar.
ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY
1
CONFINADO EN
SOLITARIO
He tomado el control.
Durante muchos años he estado
luchando en esta atmósfera gris.
Pero por fin he visto la luz.
La realidad es un aspecto de la
propiedad. Hay que confiscarla. Y el
periodismo de investigación es el noble
arte que consiste en confiscar la
realidad, arrebatándosela a los
poderosos. Cuando WikiLeaks comenzó
a funcionar a pleno rendimiento y
apareció en muchísimos titulares, gran
parte de todo esto había quedado en el
olvido, o eran ideas que no parecían
habérseles ocurrido a los miembros de
la nueva generación de periodistas o de
lectores. Nosotros asumimos el deber de
darle nueva vida al arte de la
observación. Con la debida modestia,
puedo afirmar que nos convertimos en la
primera agencia de inteligencia al
servicio del pueblo. En aquellos
primeros y excitantes días, hace apenas
cuatro años pero que para nosotros
forman parte de una era anterior,
estábamos imbuidos de la idea de que
íbamos a saltar por encima de fronteras
y prejuicios, incluidos los nuestros, y
que así mejoraríamos mes a mes.
Teníamos aún muchísimo que aprender.
Pero los principios del buen periodismo
aplicado a un mejor gobierno se han
mantenido vivos y enteros desde
entonces hasta hoy.
En este período se fue filtrando mi
experiencia africana, pero en el
siguiente capítulo quiero entrar a fondo
en los detalles de lo que sucedió. El día
antes de filtrar las listas exhaustivas de
equipo bélico empleado por Estados
Unidos en Irak, nos apuntamos un gol
publicando el manual del centro de
detención de Guantánamo. Se trata de un
documento increíblemente moderno, un
texto que podemos imaginar que dentro
de cien años será leído por todos los
que deseen entender cabalmente la lucha
ideológica que se vivió en nuestro
tiempo. Es más, no sólo la lucha en el
terreno ideológico, sino también en el
terreno mental. No estaba clasificado
como altísimo secreto, por lo que es de
suponer que las autoridades creyeron
que este manual no sería leído nunca por
nadie que no estuviera en esa prisión. Y
ése es en parte el problema de los
documentos secretos. Los escriben con
frecuencia personas de mentalidad muy
tendenciosa, gente animada por un odio
casi fetichista, gente dominada por un
deseo muy profundo de inculcar esa
actitud tendenciosa entre sus colegas.
Los manuales de Guantánamo abarcan
todos los aspectos principales de la
forma en que se conduce a los detenidos
hasta esas instalaciones, cómo deben ser
custodiados y qué debe ocurrirles una
vez recluidos allí. Es como si lo hubiese
dictado Atila, el rey de los Hunos, o
Vlad, el Empalador. Implacablemente
cruel, deshumanizador, paranoide,
trágico y excesivo, haría que incluso el
contribuyente más pasivo se preguntara
al leerlo qué clase de fragilidad
esencial, qué clase de necesidad fatal,
trataban de solventar este manual y este
centro de detención, todo ello pagado
con dólares que salían de sus impuestos.
El manual explica que todos los
registros deben ser falsificados a fin de
impedir que la Cruz Roja tenga acceso a
los detenidos. Declara que todos los
presos deben ser colocados bajo el
régimen de máxima seguridad en cuanto
haya transcurrido el primer mes de su
confinamiento en el centro de detención,
para de esta forma ablandarlos a todos
con vistas a los interrogatorios. «El
período de dos semanas que sigue a la
Fase 1 debe avanzar en el proceso de
aislamiento del detenido a fin de
fomentar su dependencia hacia la
persona de su interrogador.» También
esboza la mentalidad agresiva que deben
tener los miembros de la Fuerza de
Respuesta Rápida, la unidad encargada
de la vigilancia, en caso de que «se
produzca algún tipo de disturbio en el
centro de detención». ¿Puede saberse de
qué manera unos presos mantenidos en
esas condiciones podían llegar a
provocar disturbios mínimamente
peligrosos? Resulta un auténtico
misterio, pero, a pesar de todo, los
soldados de las Fuerzas de Respuesta
Rápida «irán equipados con equipo de
control de disturbios consistente en:
pantallas faciales conectadas a los
protectores mandibulares y chalecos
antibalas, escudos y porras».
El manual muestra hasta qué punto
un grado desproporcionado de miedo
puede generar actitudes brutales: a los
prisioneros de Guantánamo no se les
trata como a opositores normales ni
como a personas corrientes, sino que el
manual indica que deben ser tratados
como auténticos supermalvados de
película norteamericana de serie B,
tipos que por el solo hecho de vivir y
respirar suponían el más extraordinario
riesgo de seguridad que jamás hubiese
contemplado la humanidad. Había que
mantenerlos encerrados como si fuesen
demonios, y patrullar las instalaciones
con perros. A un detenido le obligaron a
ponerse ropa interior de mujer en la
cabeza. La tortura psicológica debía
campar a sus anchas por el recinto. Y el
manual explicaba con claridad que las
técnicas que provocan la desorientación
y la humillación formaban parte de la
vida cotidiana de la prisión. La
sensación de inseguridad que se
desprende de todo esto resulta
abrumadora: te explica bien las
actitudes que hubo durante la
administración Bush, las propias de un
país que parecía dispuesto a aniquilar el
fantasma del peligro aunque fuese a
costa de suspender todas las garantías
constitucionales. Estas técnicas, según
informó más adelante The Washington
Post, también dieron pie a lo que
ocurrió en la prisión de Abu Ghraib. La
crueldad y el odio habitan en los
invididuos, pero cuando hablo de
«injusticia» me refiero a lo que sucede
en los sistemas sociales y políticos. Las
técnicas de tortura empleadas en Abu
Ghraib no las inventaron un puñado de
policías militares norteamericanos de
origen proletario, a los que
posteriormente se convirtió en chivos
expiatorios. Formaban parte de un
sistema, y la responsabilidad moral por
estos hechos empieza en quienes
ocupaban la cúspide del poder.
Difundimos este manual sin
fanfarrias y sin apenas llevar a cabo una
presentación minuciosa del documento.
Apenas lo necesitaba: bastaba echarle
una ojeada para ver hasta qué punto era
explosivo. Durante una semana no
sucedió nada, y de repente nos llegó una
carta del Comando Sur, que es el
responsable de Guantánamo,
pidiéndonos que lo retirásemos de la
circulación. Eso era una buena noticia:
demostraba la autenticidad del
documento publicado. No hicimos caso
de esa solicitud. Luego la revista Wired
contó la historia y después lo hicieron
también The New York Times y The
Washington Post . Ocurrió tal como yo
siempre había imaginado que ocurrirían
estas cosas, todo empezaría con la
agitación provocada por nuestras
filtraciones en blogs y prensa
minoritaria, para luego llegar a los
grandes medios convencionales. Al
principio, cuando la polémica comenzó
a encenderse, no me señaló a mí
directamente. Se referían a mí como
editor de investigación, y aún no se
había extendido la costumbre, que más
tarde se convirtió en rutina, de vincular
a mi persona todo lo que dijera o hiciera
WikiLeaks. Yo pensaba entonces que mi
pasado como hacker condenado por un
juez australiano no iba a ayudar a la
causa en la que trabajábamos todos
nosotros, y traté de mantener mi
participación en la sombra. Pero las
reglas del mundo del espectáculo y, hay
que recordarlo, también la actitud de los
traidores, hicieron muy predecible que
acabaran convirtiéndome a mí en un
malvado de película de James Bond, así
como en el blanco de todas las iras.
Conforme aumentó la cobertura
periodística, el teniente coronel Edward
M. Bush III, portavoz de relaciones
públicas de la prisión de Guantánamo,
respondió a la filtración declarando que
las cosas ya no se llevaban de esa
manera. El manual contaba, según este
militar, cómo se organizó el
funcionamiento del centro de detención
durante el mandato de Geoffrey Miller.
De forma que filtramos el manual de
2004 para que la gente pudiese
comparar el antiguo y el nuevo. Y
resultó que, en todo caso, las cosas
habían ido a peor. Revelaba que en la
prisión se celebraban unos rituales en
los que se llevaban a cabo juicios de
mentirijillas, y cada vez que visitaba el
centro algún dignatario, los presos
recibían instrucciones para que
volviesen la cabeza hacia otro lado.
Cosas así. Por cierto: ¿adónde fue
destinado Miller cuando abandonó
Guantánamo? Le destinaron a la prisión
de Abu Ghraib.
Queríamos que la gente tuviese la
oportunidad de comprender qué estaba
ocurriendo delante mismo de nuestras
narices, queríamos que la opinión
supiese que todo eso era repugnante.
Pudimos difundir descripciones del
modo como se hacían las entregas reales
de los nuevos detenidos y publicamos
los planos de las cabinas en las que los
detenidos eran transportados hasta la
isla. Vaya usted a saber por qué, pero
durante el vuelo los detenidos iban
provistos de mordaza y casco con
visera, y estaban encadenados al piso de
la cabina. ¿Por qué imaginaban las
autoridades norteamericanas que esos
hombres tenían superpoderes, como un
personaje de cómic? ¿En qué profundo
pozo de fantasías se alimentaban estas
ideas?
WikiLeaks comenzó a ganar
impulso. La filtración sobre las
condiciones en Guantánamo, y toda la
cobertura mediática que vino a renglón
seguido, hizo que nos llegaran nuevos
materiales de carácter sensible. El
informe del ejército norteamericano
sobre la batalla de Faluya estaba
marcado como material clasificado por
un período de veinticinco años. Pero
nosotros lo difundimos en cuanto nos
llegó, en diciembre de 2007. El 31 de
marzo de 2004, cuatro ciudadanos
norteamericanos que trabajaban para la
empresa de seguridad Blackwater fueron
secuestrados por insurgentes iraquíes
que los apalearon, los quemaron y
colgaron sus cadáveres de lo alto de un
puente. Se produjo entonces un ataque
puramente reactivo. Lo lanzaron como
represalia las tropas norteamericanas, y
en el informe se explicaba de manera
muy clara que el ataque se ordenó sin la
suficiente planificación, sin la menor
comprensión del contexto político, y sin
haber preparado a la prensa para lo que
se pretendía llevar a cabo. El número
creciente de víctimas civiles hizo que el
Consejo de Gobierno iraquí aumentara
su presión sobre Estados Unidos, y el 9
de abril se anunció un alto el fuego
unilateral. Los documentos filtrados por
WikiLeaks demostraron, sin embargo,
que los combates no cesaron después de
esa fecha, que llamarlo alto el fuego era
un grave error semántico, y revelaron
además que aquella operación de
venganza había sido montada sin ningún
objetivo militar claro, sólo como un
espectáculo a beneficio de los medios
convencionales.
El documento que filtramos
mostraba de manera clara que ese ataque
se lanzó para complacer a Donald
Rumsfeld, quien creía que Faluya había
sido convertido por los iraquíes en un
símbolo de la resistencia. En la zona
objeto del ataque de represalia vivían
muchos civiles, y los militares
norteamericanos pasaron por alto este
dato. Un periodista de Al Jazeera a
quien yo conocía, Ahmed Mansour, se
encontraba en la ciudad durante el asalto
final, y él y un colega suyo trataron de
contar la verdad acerca de esa batalla y
de los métodos empleados por los
atacantes. Según un informe que
filtramos nosotros, «se lanzaron
aproximadamente ciento cincuenta
ataques aéreos que destruyeron setenta y
cinco edificios, entre ellos dos
mezquitas», y la operación
norteamericana «provocó que toda la
provincia de Al Anbar se convirtiese en
un avispero de resistencia». Como parte
del acuerdo de alto el fuego las
autoridades norteamericanas exigieron
que se obligase a estos dos periodistas a
abandonar la ciudad. Y según afirmaba
el documento que filtramos, «Al Jazeera
informó de que los ataques
norteamericanos causaron seiscientos
muertos civiles entre los iraquíes. Las
imágenes de niños muertos fueron
mostradas repetidamente por cadenas de
televisión en todo el mundo». Los
cronistas lamentaron que en esa ocasión
no hubiese ningún periodista occidental
empotrado en las unidades atacantes,
nadie que presentara el punto de vista de
las autoridades militares que lanzaron el
asalto.
En noviembre de ese mismo año los
norteamericanos atacaron de nuevo
Faluya. Más tarde acabó haciéndose
famosa esta nueva batalla porque se
convirtió en la más cruenta de toda la
guerra. Como parte de su estrategia, los
norteamericanos utilizaron en los
ataques fósforo blanco. Puede que no
fuese estrictamente ilegal, pero como
mínimo era algo muy polémico. De
hecho, los ataques con fósforo blanco
lanzados por Saddam Hussein en contra
de su propio pueblo en 1991 fueron
calificados como crimen de guerra y
utilizados como uno de los argumentos
que se emplearon para justificar la
invasión del país en 2003 por parte de
los aliados. Entre la fecha de la primera
operación contra Faluya y la segunda,
saltó a los medios el escándalo de Abu
Ghraib. Un cronista de los hechos,
soslayando la responsabilidad
norteamericana en este escándalo, se
limitó a decir que «los insurgentes
tuvieron suerte».
El trabajo era incesante, no se
acababa nunca. Envié el documento
filtrado sobre Faluya a tres mil personas
y me dispuse a esperar que comenzaran
a publicarse noticias. No pasó nada. Fue
la situación más incomprensible a la que
jamás me he enfrentado. No hubo,
sencillamente, ninguna reacción. La
gente llevaba tres años escribiendo
sobre Faluya; jamás en todo ese período
los periodistas habían contado con
ningún documento oficial como éste,
algo que explicara las cosas desde
dentro de los cerebros de los mandos
militares norteamericanos. Y no se
lanzaron a por el documento. Debo
rectificar: no me costó comprender esa
pasividad de mis colegas del
periodismo oficial; me avergoncé de
ellos. La superficialidad que
demostraron en esta ocasión todos esos
corresponsales y especialistas,
pensándolo bien, resulta alucinante.
Viendo el espectáculo te preguntas, o
eso es al menos lo que me pregunté
entonces, si el núcleo principal de
periodistas de Occidente no está
formado por una pandilla de —no hay
palabra más adecuada— subnormales.
Con vistas a largo plazo, lo ocurrido
entonces encerraba una lección. Y
formaría parte de mis ideas cuando más
adelante llegó el momento de filtrar los
diarios de guerra de Afganistán. ¿Cuáles
son los parámetros inconmovibles del
periodismo moderno? Las ventas, el
éxito y las exclusivas. Y yo debía
conocer bien todos esos parámetros para
conseguir que las historias que iba a
filtrar posteriormente tuvieran la debida
repercusión.
9
EL MUNDO QUE VINO DEL
FRÍO
wikileaks.org/donate
Notas
[1] Famoso autor y dibujante
norteamericano cuyos libros para niños,
de tendencia ecologista, obtuvieron en
1984 una mención especial del Premio
Pulitzer. (N. del T.). <<
[2] Hay traducción en español:
Underground. Historias de hacking,
locura y obsesión desde la frontera
electrónica, Seix Barral, Barcelona,
2010. (N. del T.). <<
[3]Siglas de Internet Service Provider,
proveedor de servicios en internet. (N.
del T.). <<
[4]Siglas de American Civil Liberties
Union. (N. del T.). <<
[5] Cf.
www.elpais.com/documentossecretos/amb
(N. del E.). <<