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ENSAYO
LA ÉTICA Y LA CORRUPCIÓN
Estudiante
ITALO CONCEPCIÓN VILLANUEVA CASTILLO
Trujillo – Perú
2018
LA ÉTICA Y LA CORRUPCIÓN
Empezare este ensayo citando las siguientes frases del libro de Proverbios:
“El que camina en integridad anda confiado; mas el que pervierte sus caminos será
quebrantado”
“Tarde o temprano el malo será castigado; más la descendencia de los justos será
librada”
“La justicia engrandece a las naciones; más el pecado es afrenta de las naciones”
En consideración de los proverbios, podemos decir que el ser humano, tiene dos opciones
de cómo dirigir sus actos: hacer lo que se puede considerar bueno, o hacer lo que se puede
considerar malo. No hay punto intermedio en la actuación del ser humano. Esto responde
al principio del tercio excluido, en el sentido de que un acto es bueno o es malo (donde
“o” representa al disyuntor fuerte).
En este sentido, un político puede considerarse un perseguido político por el hecho de estar
siendo investigado por presuntos actos cometidos en su gestión. O que una persona no es
culpable por recibir dinero ilícito, porque personalmente no se lo entregaron a él o ella.
Toda persona tiene derecho a la presunción de inocencia, pero ello no implica que sea
inocente.
Actualmente en nuestro país se esta viviendo una crisis (entendiéndose como la situación
de un asunto o proceso cuando está en duda la continuación, modificación o cese), una
crisis política y judicial, por actos de soborno, cohecho, blanqueo de dinero, y un
sinnúmero de actos ilícitos y que atentan contra el bien común, por parte de personajes,
que tarde o temprano se iba a saber quiénes eran y que es lo que hacían.
Todos los anteriores conceptos son la intención del término “corrupción”. Un término que
actualmente es pronunciado y escuchado con frecuencia por el común de las personas, ya
sea como adjetivo o sustantivo, y en sus diferentes variantes, conservado el lexema.
Según la RAE el término corrupción tiene las siguientes acepciones:
Es evidente que en cada una de las acepciones, el término “corrupción” es un término que
involucra actos “negativos”; actos que implican realizar alteraciones naturales, legales,
sociales, éticas y morales en un determinado contexto2.
Según Ochoa (2017), tratar de entender en un sentido amplio el termino corrupción (cuales
son las actividades que se deben considerar dentro del concepto, quienes son los actores o
personas que pueden formar parte del problema), no es sencillo. En función de lo que la
RAE estipula sobre el termino, Ochoa (2017) señala que el termino corrupción es
“cualquier actividad a través de la cual se altera o trastoca la formas y el objeto de una
cosa, de un procedimiento o de una relación, a cambio de la promesa u obtención de
beneficios recíprocos entre sus protagonistas”.
Amparo (2015) también estipula que tratar de definir el término corrupción es un tanto
complejo, dado que la corrupción engloba numerosos conductas nominadas pero no
tipificadas en la ley; además de que su práctica es clandestina.
1 Corromper: este término hace referencia a la alteración, trastoco, daño, soborno, perversión, fastidio. Y
esto mismo es lo que los actos de corrupción generan en la sociedad.
2 No podemos decir tiempo, porque aquí esto no tendría cabida, dado que los catos de corrupción son
inherentes al ser humano. Pero el hombre tiene la voluntad de elegir el bien o la negación de ello (el mal).
Según Jakobsen y Manzano (2018) el termino corrupción, en su sentido más amplio se
“refiere a las estrategias privadas que subvierten los intereses colectivos de determinadas
comunidades”.
No podemos vivir engañando o ser engañados por alguien o un grupo que afecta los interés
comunes, que altera el equilibrio social. Esto ha conllevado a que se impregne la
desconfianza social.
De hecho, la corrupción puede considerarse como un acto de egocentrismo puro, dado que
solo se considera el bien individual, y no el bien común. El bien común, implica el
bienestar de la colectividad, de todos los miembros de una sociedad, de toda la humanidad
(esto no excluye la relación naturaleza-hombre).
Sin importar cuál sea la posición de las personas respecto al origen del ser humano
(aunque considero que tiene que haber sido un ser súper inteligente para diseñar todo en un
orden: DIOS), tenemos que preguntarnos, cual es nuestro propósito de estar vivos en este
planeta, en este universo, en esta “fantasía”. Es una pregunta filosófica, pero no nos
adentraremos en ello. Sin embargo, es necesario comprender que nuestra existencia tiene
un fin en este planeta, ya sea para hacer el “bien” o para obrar “mal” (somos seres vivos
con voluntad); pero al fin y al cabo ya se está cumpliendo con el propósito de nuestra vida
terrenal.
En este sentido, vivir bien consigo mismo y para con los otros, tal como la orden divina lo
establece “ama a tu prójimo como a ti mismo”, o como este imperativo kantiano lo refiere
“Actúa siempre de manera tal que trates a la humanidad, en tu persona y en la del otro, no
solo como un medio, sino siempre también como un fin en sí”; son leyes intrínsecas e
irrefutables. Pero nuevamente, el problema está en que hemos perdido la esencia de vivir
bien consigo mismo y para con los demás. Esto ha generado que se ignore y atropelle el
bien común. Y, por lo tanto, que los actos de corrupción se gesten.
Sea como fuere, la corrupción provoca efectos graves en todo sentido. No permite que un
país se desarrolle, pues se genera más pobreza (pues el dinero o recursos termina en el
bolsillo o en el blanqueo de otros, y estos otros son una minúscula minoría), la calidad
educativa se estanca o empeora, la delincuencia y crímenes siguen con pendiente positiva,
el narcotráfico parece ser un negocio rentable y de nunca acabar, la incompetencia y falta
de compromiso social por parte de los servidores públicos (porque se negoció el puesto),
etc…y esto se repite cíclicamente.
Además, es evidente que los actos de corrupción parecen ser un particular dentro de las
instituciones públicas, donde se piden y ofrecen favores a cambio de un “beneficio”. Tales
infractores han recibido el calificativo de “ladrones de saco y corbata”.
La corrupción socava el imperio de la ley, perjudica la capacidad del Poder Judicial para
impartir justicia y reduce la predictibilidad de la legislación. Asimismo, reduce la
confianza de los ciudadanos en sus instituciones y autoridades, lo que a su vez debilita
la democracia.
Socialmente la corrupción:
(…) perjudica especialmente a las familias más pobres. Los costos de corrupción
reducen los fondos disponibles para aliviar la pobreza y mejorar sus servicios públicos
(…) los ciudadanos en pobreza suelen tener empleos informales o independientes, que
de no trabajar un día por realizar trámites burocráticos resultan con un ingreso no
percibido para cubrir necesidades básicas. Por ello, esta población tiene un mayor
incentivo a (necesidad de) pagar coimas: en promedio destinan 5,11% de sus ingresos
anuales en coimas. (Peñaranda, 2018)
Pero los efectos de los actos de la corrupción, también afectan a las personas que los
comenten. Los tales pierden credibilidad, confianza, respeto, además de las pérdidas
materiales que le son incautados. Se convierten en personas que están al margen de la ley,
como cualquier delincuente o criminal. Pero ello no es todo, dado que los efectos pueden
extenderse a su familia; y que luego los implicados en tales actos recurren a la falacia de
misericordia usando como argumento a los hijos, a los nietos o a los padres.
Si nos preguntamos sobre las causas que conllevan a un individuo cometer actos de
corrupción, podemos entender que gira bajo la idea de ser “beneficiado” o “beneficiario”.
Pero antes podríamos preguntarnos, ¿Cuándo se gesta la corrupción en las sociedades?
Algunos autores como Jacobsen y Manzano (2018) sostienen que el poder (principalmente
económico) tiene una correlación con la corrupción. Y que en este sentido, el auge del
capitalismo hizo proliferar la endemia de la corrupción, puesto que son evidente los lazos
que vinculan a los políticos con personas o grupos de poder económico.
Creo que no, no depende del régimen, no depende del plan o formato establecido por tal
régimen. Depende de la “pureza” de la persona que ejecute el régimen, de su formación en
valores culturales, espirituales, éticos, morales y cívicos. Pues, en países donde el
socialismo se ha implantado, también existe corrupción. ¿Pues entonces podría tener razón
el argumento: “Apartados de mi nada podéis hacer”, y decir entonces que Dios es la cura
de todos los males?
La burocracia también juega un papel muy activo en la propagación y prácticas de actos
corruptos. El seguir un orden estricto o empapelado en los trámites genera que personas
incurran en el acto impune de la corrupción. Según Peñaranda (2018) países donde existen
una mayor complejidad y cantidad de regulaciones suelen tener mayores índices de
corrupción.
Pero al parecer lo malo no son las regulaciones en sí, sino el contenido de las tales, que son
un tanto ambiguas, contradictorias, parciales, o no están bien definidas; y se prestan para
ser interpretada a conveniencia por las personas que comenten el delito de corrupción (o
cualquier otro delito).
Además, algunos actos de corrupción son casusa y a la vez efecto de la corrupción, puesto
que por ejemplo los bajos salarios de una persona le llevan a cometer actos de corrupción,
pero que a la vez genera las mismas condiciones en el salario de otros asalariados o sino es
de el mismo.
Es evidente, que la corrupción gira en torno a un favor, un beneficio que alguien solicita a
otro que tiene los medios o recursos para dárselos. Pero este beneficio es ilícito, ilegal,
inmoral o antiético (como la percibamos o sentenciemos).
Pero más común y evidente es aun, que la corrupción gira en torno al dinero. ¡Si, en torno
al dinero! Todos los favores ilícitos tienen un costo, un costo que debe ser pagado con
dinero (o aunque no sea con dinero, pero igual tiene un costo). He aquí puede tener razón
en cierto sentido la frase bíblica “el amor al dinero es la raíz de todos los males”, o como
dijo Voltaire “quienes creen que el dinero lo hace todo, terminan haciendo todo por
dinero”.
Pero quien es culpable ¿el que da o el que recibe? De hecho, esto implica tener presente la
voluntad y la intención, donde la voluntad significa la potencia de una persona a hacer o no
hacer, de aceptar o rechazar un acto, propuesta, o cosa, sin ser constreñido, condicionado,
amenazado, o coaccionado para hacerlo; que de serlo no le exime de su responsabilidad en
sus actos. La intención es la determinación de hacer lo que alguien se propone. En este
sentido la culpabilidad recae en el que da como en el que recibe, pues ambos han llegado a
un conceso.
Existen casos, que el que da, está siendo condicionado por otro que tiene la posibilidad de
brindarle el “beneficio”, y lo da por que necesita del favor. Pero esto no le exonera de su
responsabilidad, pues de todas maneras también es culpable por no rechazar y denunciar el
hecho.
Según Rotta (2018) nueve de cada diez peruanos no denuncian actos de corrupción. Esto es
alarmante dado que se genera un apantallamiento de personas corruptas que siguen
cometiendo actos de corrupción, y perjudicando el bien común.
¿Cuál es la razón para no denunciar? Entre las razones tenemos el temor por no generarse
problemas o porque consideran que denunciando no se hará en absoluto nada. ¿Que genera
que la gente pensemos de esta manera? Pues es más que evidente, que es la corrupción la
que genera esa desconfianza en las instituciones encargadas de velar por la “injusticia”.
Esto pasaría a mayores si los ciudadanos pensamos que no tiene importancia que las
autoridades se lleven el dinero del tesoro público, siempre y cuando se hagan obras. Esto
es y será un razonamiento corrompido de mentes corrompidas por la corrupción.
No, no debe haber una tolerancia por más mínima o inofensiva que se considere hacia los
actos de corrupción. Porque la corrupción es como el cáncer u otra enfermedad
degenerativa. Al menor descuido va infectando otros órganos hasta causar un daño
irreversible, en muchos casos.
Según el Reporte de la Defensoría del Pueblo sobre la corrupción en el Perú, señala que
nuestro país ocupa el puesto 101 de 176, en consideración del Índice de Percepción de la
Corrupción 2016 (elaborado por Transparencia Internacional). Un año después, según la
Cámara de Comercio de Lima (Peñaranda, 2018) señala que el Perú ocupa el puesto 96 de
180 países, en el tema de la corrupción.
Ante ello ¿que está haciendo la administración pública? Actualmente se está fijando un
sistema anticorrupción, que según la defensoría del pueblo “se entiende como un marco
constituido por normas e instituciones interdependientes orientadas a la lucha contra la
corrupción”, con la finalidad de prevenir investigar y sancionar actos de corrupción.
Es evidente que el estado peruano, esta sistematizando la lucha contra la corrupción. Pues
no está demás, dado que la corrupción ha sido sistematizada por los corruptos. Pero claro,
nuevamente el meollo del cambio; todo tiene efectividad si las personas que laboran o
pertenecen a cada una de estas instituciones anticorrupción son honestas, honradas, capaces
de denunciar cualquier acto de corrupción, son transparentes. De lo contrario se cometerá
encubrimiento o solapamiento de actos de corrupción.
En este sentido tienen mucha responsabilidad las familias, la escuela, los medios de
comunicación. No debemos de permitir que la corrupción siga en desarrollo. Pues ahora
los actos de corrupción sacados a la luz, nos permiten conocer el daño que causa la
corrupción.
No debemos olvidar que la corrupción implica daño, es el acto por el cual puede
negociarse un delito, una concesión, una nota, una obra, una multa, un cargo, una vida, la
dignidad, la libertad, una familia, un país.
Las consecuencias que genera la corrupción son multicolatreales, pues afecta en todo
sentido: a la política, economía, sociedad, institucionalidad, e incluso a la persona corrupta
o corruptora. Debemos pensar que actos de corrupción implican, más pobreza, más crimen
y delincuencia, deficiente calidad educativa, más enfermedades, menos justicia,… etc.
Debemos recordar que la justicia engrandece a las naciones, y que la justicia se alcanza por
la práctica de la justicia, dando a cada quien le corresponde por derecho natural o legal.
Pero no dando a alguien lo que no le corresponde. Recordemos que tenemos dos maneras
de considerar nuestros actos, o como positivos o buenos, o como negativos o malos, en este
sentido no hay término medio. Hagamos lo posible e imposible por hacer lo bueno.
Vivamos una vida en la que aceptemos la consecuencia de nuestros actos, en donde cada
uno se responsabilice por lo que hizo y por la consecuencia generada de su acto.
Esto significa ser honesto; honesto con lo pensamos sobre nosotros mismo y sobre los
demás, honestos con nuestros pensamientos, honestos con nuestros actos. y de esta manera
ser libres, verdaderamente libres.
Referencias bibliográficas