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(233) Sobre la Mujer Fuerte se apoya la Salvación del mundo

Nuestra Señora de la Fidelidad: ¡he ahí La Mujer Fuerte!

En la localidad del Suyuque, provincia argentina de San Luis, enclavado en la entraña de la montaña, sobre la falda
occidental de las Sierras se encuentra desde 1984 el Convento de Monjas Benedictinas de Nuestra Señora de la
Fidelidad. Como un castillo. Tal vez como un Alcázar…
En todos los tiempos, pero muy especialmente en los que nos ha tocado transitar -entre alardes feministas y dudosas
proclamas libertarias que no hacen sino afianzar la esclavitud-, esta preciosa advocación de Nuestra Madre debería
interpelarnos quizá más fuertemente sobre el umbral de un nuevo año, pensando en lo que es su crisol y prueba: el
cambio, la pura temporalidad.

¿Elogio del cambio?


Hay por allí algún poema que llama la atención sobre el hecho de que Nuestro Señor, el que Es, el Todopoderoso, ha
querido venir al mundo despojándose de su riqueza para hallar entre los hombres lo único que no encontraría en los
Cielos: nuestra Pobreza…¿Y qué es lo que nos hace pobres, sino precisamente el tiempo, en que se inscribe nuestro ser
de criaturas? La vida en esta tierra es por esencia lo mudable, el cambio, la precariedad.
En el cambio radica, pues, no la riqueza, sino precisamente nuestra pequeñez y miseria.
-¿Qué tienes, hombre, que puedas asegurar que lo tendrás en el próximo instante? Nada absolutamente, a excepción
sólo de tu alma. Nada corporal, y ni siquiera los dones espirituales, si la gracia nos faltara. Sólo del alma desnuda
podemos garantizar la pervivencia en el próximo minuto, y por los próximos mil años…
Y sin embargo, como necios –aún en el seno de la propia Iglesia- muchos andan detrás del cambio permanente como si
se tratase de una riquísima prenda; nos jactamos del capricho en vez de reconocer que el auténtico tesoro, el único que
resplandece en medio de los vientos azarosos del tiempo, es el que lleva el signo de la permanencia.
Así, tras un terremoto o la tormenta, se yergue victorioso lo que ha soportado la sacudida y la violencia, permaneciendo
incólume tras las ruinas.
No se trata de arqueologismo, sino de admitir que necesariamente, nuestra condición temporal entraña per se, la
caducidad, que es ante todo, pérdida y desgaste. Por el contrario, cuando algo no sufre merma siendo testigo de los
siglos -como es el caso de algunos metales o piedras preciosas-, decimos de ellos que son más nobles, y su posesión
puede ofrecerse como prenda de segura garantía. Se ofrecen así en calidad de depósito, como acreedores de confianza.
¿Por qué será entonces que algunos hombres han creído que es título de gloria ser paladines del cambio por el cambio
mismo? El carácter positivo de éste puede estar cifrado en un movimiento determinado hacia la posesión de un estado
de acabamiento y perfección que no se tiene aún, al que se aspira, y para llegar al cual es preciso mudar, haciendo
correcciones a nuestra pobreza, desde ya, pero de allí a “subirnos a la ola” como si ésta pudiese superar al Mar…¿no es
necedad mayúscula?.
Así también, resulta que ante el horror más grande de la historia, que fue el escarnio de la Pasión y Muerte de Nuestro
Señor en el Calvario, María Santísima nos dio el modelo más acabado de permanencia, en la cual se labra la Fidelidad.
–¿Qué hacía la Madre entonces, junto a la Cruz?
– Permanecía de pie. Estaba…
Y luego de la Hora más oscura de la historia, no se mudó la Virgen, porque permaneciendo fiel, es Maestra de
Esperanza.
Y allí también está -pues permanece- en la hora del calvario de la Iglesia, dividiendo aguas como se dividen
ovejas de carneros.
¿Acaso hay ornamento más resplandeciente para lucir en el alma, que el de la Fidelidad, cuando parece que ya no ha
quedado nada?
¿No es acaso esta prenda la que purifica las túnicas de quienes vienen de la gran tribulación y se han bañado en la
Sangre del Cordero (Ap.7, 9-14)? Y esta fidelidad es el nombre que dice a la vez Fe y Fortaleza.

Como faro en tormenta, enhiesta como torre resistente, es Nuestra Señora, la Virgen antes, durante y después del Parto,
Reina del Cielo y de la Tierra porque es la Madre del que es el Alfa y la Omega, Señor de la Historia; brújula segura, por
quien, mirándola y mirándonos en Ella -espejo de justicia-, nunca habremos de perder el Norte.
Sólo por Ella y con Ella será posible quedarnos aún al pie de la Cruz cuando casi todos se hayan ido.

Sin embargo, como decíamos antes, a veces se piensa que por ser peregrinos, se trata de andar siempre cambiando,
buscando nuevos caminos. Y resulta que si perdemos la Estrella, dejaríamos de ser peregrinos, para convertirnos en
vagabundos...¡Qué riesgoso es, por eso, olvidar que la nuestra, además de Peregrina, es Iglesia Militante!

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Pues el auténtico avance del cristiano no se mide en kilómetros horizontales recorridos, sino en ascensos hacia el Sol de
las almas. Como asciende quien se sube a los hombros de gigantes -la Tradición de la Iglesia- y ve más lejos, aunque
algunos le reprochen que no camina, que está muy cómodo allí (¡y claro que lo está!), y que debe hacer "su propia
experiencia"...Ésta es la suya, esta es la experiencia propia del cristiano: vivir anclado a la Verdad, con la claridad de
la Mujer vestida de Sol, que todo lo ilumina, y sin quien todo se oscurece, como las tenebrosas herejías que
ensombrecen las almas. Porque ¿cómo ser católico sin Ella?…

Por el minimalismo, hacia la apostasía


Por esta razón, el minimalismo mariano -esa tendencia perniciosa que rebaja o disimula las grandezas de María en
doctrina y espiritualidad-, es una pendiente sumamente peligrosa que comienza con las más “piadosas” excusas y
termina desbarrancándose hacia profundidades insospechadas. El camino descendente es siempre rápido, y la vía
más expeditiva para precipitarnos en el abismo es la ofensa o desprecio a Ella, sin la menor duda. Y esto
sucede tanto con las almas como con las sociedades. ¡Ay de las naciones que toleren pasivamente las ofensas a la
Madre de Dios!

San Luis M. de Montfort responde suficientemente a los que alegan el “peligro” de una posible devoción exagerada a
María Santísima que pudiese opacar el culto debido a Nuestro Señor, como también lo hacía San Bernardo, cuando
exclamaba “De Santa María nunca es bastante”, porque el verdadero y recto culto a Ella siempre conducirá,
indefectiblemente, a un más perfecto conocimiento y culto debido a Jesucristo.
Con ese tipo de pruritos, pues, se ha ido quitando del lenguaje todo superlativo –Santísima, Purísima, Reina, etc…- para
ir reduciendo progresivamente todo apelativo a Ella al mínimo posible. Restando adjetivos, en muchos casos ha quedado
simplemente su nombre, María, que aunque llena al universo de belleza, es también pasible de ser equiparado con el
nombre de la señora de la esquina, eliminando en la expresión vocal la hiperdulía -veneración suma- que Le es exclusiva
frente a toda otra creatura, por ser la Reina de todo el Universo.
Luego está también, claro, el pretexto del ecumenismo, cuyas falsificaciones no son cosa nueva.
A este maltrato, que en lenguaje vulgar le llaman “ninguneo”, le sigue en el peldaño inferior el “respeto” a la presunta
libertad de expresión (sic) que suele incluir hasta la blasfemia, en cuyo clima hediondo la ofensa es primero tolerada,
luego justificada y finalmente aplaudida y livianamente secundada…
A veces explícitamente, pues, pero otras veces de manera insensible, se ha ido desdibujando el verdadero rostro de la
Madre de Dios convirtiéndola en “una buena señora, como las demás” (¡¡¡??), una “Dulce Doncella” más parecida a “La
Novicia Rebelde” o a un inocente dibujo animado, que a la que aplasta la cabeza de la Serpiente infernal, y que sin
renunciar a toda su belleza y dulzura, es también “terrible como ejército en orden de batalla” y Ella sola ha vencido a
todas las herejías.

La Mujer fuerte
En esta época en que la prédica feminista propaga una verdadera falsificación de la Mujer Fuerte. Claro que ésta existe,
pero su fortaleza no radica en el combate revolucionario marxista, ni en el enfrentamiento con el varón, sino en las
gigantescas virtudes de la Humildad, la Obediencia y la Pureza, la tríada que enfurece y desespera a las legiones
infernales.
Algunas letanías lauretanas son también muy elocuentes para meditar este misterio y paradoja. Son las que se refieren a
María Santísima como Torre, ya que ésta recoge una la tradición emblemática de la mujer como atalaya, fortaleza y
ciudadela con una identidad místico simbólica entre ellas, como también la hay entre María Santísima y la Iglesia, tipo de
la Jerusalén Celestial hacia la cual peregrina y por la cual combate el caballero su lid contra el Dragón infernal.
En su esplendente belleza, es para el Vble. Obispo J. Torras y Bagés, un “aliciente para nuestra perezosa voluntad en el
ejercicio de la virtud”, y nos recuerda entonces al Castillo Interior de Santa Teresa, en cuyo centro está el templo y la
Sede del Rey.
En este sentido, la imagen de la torre o castillo va ligada a la idea del tesoro en íntima unidad semántica: la Mujer es
torre almenada que resguarda y custodia el Tesoro -que es Cristo-, pero que asimismo debe defenderse como un tesoro.
Tanto la torre como el castillo o fortaleza son signos inequívocos de la presencia de Dios y símbolos de su presencia,
trascendencia y firmeza inconmovible, emblemas de Su protección que corona las pruebas de la marcha -el ascenso- o
el combate.
Y lo que a Dios corresponde por naturaleza, a María conviene por gracia como Su madre. Así, Sor María Jesús de
Agreda llama a Nuestra Señora “la mística Ciudad de Dios”, autorizándonos a pensar en Ella como la plaza fuerte donde
el corazón halla reposo, albergue y muralla; es refugio seguro contra todo enemigo y que colma todo anhelo a quien ha
librado el buen combate de la fe.

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Esta simbología está presente en el periplo del héroe de la literatura medieval, en cuya concepción femenina la imagen
de María Santísima ofrecía un modelo inequívoco, que hoy es reemplazado por una meretriz “liberada” tanto de la familia
como de la fe, bajo los dictados de la Revolución. Así cobra nueva relevancia el pedido que Ella nos hizo de la
Comunión reparadora de los Cinco Sábados de mes por las peores blasfemias con que es ofendida, a saber:
1) contra su Inmaculada Concepción; 2) contra su Virginidad perpetua; 3) contra su Maternidad Divina, negándose al
mismo tiempo a reconocerla como Madre de los hombres; 4) Las de aquellos que públicamente tratan de infundir en los
corazones de los niños la indiferencia, el desprecio y hasta el odio hacia Ella; 5) Las ofensas de aquellos que la ultrajan
directamente en sus Sagradas Imágenes.

Hoy no podemos sino ver la tremenda actualidad de este pedido, pues estas ofensas van de la mano con una
proliferación nunca vista de la impureza y hasta de la misma degeneración, no sólo en el mundo sino hasta en el seno de
la propia Iglesia.
No hay duda de que la saña demoníaca se ha cebado en lo que más atañe a la Encarnación, el misterio que más
aborrece: por ello la corrupción de la Mujer, y a través de ella, el ataque a la familia, y a la infancia.

En uno de los mensajes del Movimiento Sacerdotal Mariano, que tantos frutos de gracia ha cosechado entre sus
miembros, nos señala:

“…Mirad cada vez más a la Mujer vestida del Sol, que tiene la misión de preparar a la Iglesia y a la
humanidad para la venida del Gran día del Señor. Los tiempos de la batalla decisiva han llegado.
Ha descendido sobre el mundo la hora de la gran tribulación, porque los Ángeles del Señor son enviados, con sus
flagelos, para castigar la tierra.
Cuántas veces os he invitado a andar por el camino de la mortificación de los sentidos, del dominio de las pasiones, de
la modestia, del buen ejemplo, de la pureza y de la santidad.
Pero la humanidad no ha acogido mi invitación y ha seguido desobedeciendo el sexto mandamiento de la Ley del Señor
que prescribe no cometer actos impuros.
Al contrario, se ha querido exaltar tales transgresiones y proponerlas como la conquista de un valor humano y un modo
nuevo de ejercitar la propia libertad personal.
De ese modo hoy se ha llegado a legitimar como buenos todos los pecados de impureza;
Se ha comenzado por corromper la conciencia de los niños y de los jóvenes, llevándolos a la convicción de
que los actos impuros cometidos solos ya no son pecado;
que las relaciones prematrimoniales en el noviazgo son lícitas y buenas;
que las familias pueden comportarse libremente y recurrir también a los medios para impedir los
nacimientos.
Se ha llegado hasta la justificación y la exaltación de los actos impuros contra natura, incluso a proponer
leyes que equiparan a la familia la convivencia de homosexuales.
Nunca como hoy, la inmoralidad, la impureza, y la obscenidad son continuamente propagadas a través de la prensa y de
todos los medios de comunicación social.(…)
Los locales de diversión, en particular el cine y las discotecas, se han vuelto lugares de pública profanación de la
propia dignidad humana y cristiana.
Es el tiempo en el que el Señor nuestro Dios es continua y públicamente ofendido con los pecados de la carne.
(…) Por eso os invito a andar por el camino del ayuno, de la mortificación y de la penitencia.
–A los niños les pido que crezcan en la virtud de la pureza y en este difícil camino sean ayudados por los
padres y los educadores.
–A los jóvenes les pido que se formen en el dominio de las pasiones con la oración y la vida de unión
Conmigo, y que renuncien a ir a los cines y a las discotecas donde está el grave y continuo peligro de
ofender esta virtud tan grata a mi Corazón Inmaculado.
–A los novios les pido que se abstengan de toda relación antes del matrimonio.
–A las familias cristianas les pido que se formen en el ejercicio de la castidad conyugal y no usen nunca
medios artificiales para impedir la vida, según la enseñanza de Cristo, que la Iglesia también hoy propone
con iluminada sabiduría.
¡Cuánto deseo de los Sacerdotes la escrupulosa observancia del celibato y de los Religiosos la práctica fiel
y austera de su voto de castidad!
(…) Por lo tanto, en estos tiempos, os invito a todos a dirigir vuestra mirada a Mí, vuestra Madre Celeste, para ser
confortados y ayudados.” (Dongo, 13-10-1989, aniversario de la última aparición de Fátima)

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Podemos concluir entonces que el conocimiento y estima de las verdades referidas a María Santísima no son
mero ornato de fe, sino algo fundamental para resistir los embates de los aires de “cambios y novedades”
que haciéndose pasar por “soplo del Espíritu” no son sino tempestades aciagas que buscan derribar la Torre.
No vacilemos, pues, teniendo siempre presente que al Corazón Inmaculado de María pertenece la victoria definitiva
sobre la serpiente infernal.
Nunca se nos ha dicho que debamos ser mayoría, pero sí que seamos fieles, el Pequeño Rebaño fiel, que no
ha de tener miedo y perseverar como en el Gólgota, sin bajar las banderas.
Nuestra Señora de la Fidelidad, ¡ora pro nobis!

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