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Número 40. Enero 2019.

Revista No. 40. Ene. 2019. Es un proyecto de la Catarsis Literaria.


Editada en Matamoros, Tamaulipas. Revista de Circulación Mensual. Dirigida por: Adán Echeverría.
Edición: Larissa Calderón. Colaboraciones a romeolobos@yahoo.com.mx / Consejo Editorial: Paty
Rubio, Cristina Leirana, Blanca Vázquez, Roberto Cardozo, Mario Pineda Quintal y Waldo Contreras López.
Contenido
Relatos.
Annia Bautista. 3
El gran mueble de madera.
Anel Mora. 17
Claustrofobia. El Ojo en la acera de enfrente.
Félix Martínez. 18 Waldo Contreras López. 95
Blues arrabalero a Berenica. Dando vueltas con Silvia.
Waldo Contreras López. 19 Silvia Polanco Euán. 97
Carolina. Bajo el barandal.
Eliana Soza Martínez. 22 Rocío Prieto Valdivia. 99
Narradores de Zacatecas. Mi punto de risa.
Eduardo S. Rocha. 25 Roberto Cardozo 101
Diana Laura Ibarra Rodríguez 28 La Niña TodoMePasa dice:
Ezequiel Carlos Campos 31 Jéssica de la Portilla Montaño 103
Ángel Emiliano 33
Alberto Avendaño 36 Incipit.
Humberto Mayorga Teyes 38 Blanca Vázquez 105
Joselo G. Ramos 40 Desvaríos de la freaky neurosis.
Vianney Carrera 42 Gema E. Cerón Bracamonte 107
La magnífica. Nos vemos en el slam.
Isabel García Álvarez. 48 Mario E. Pineda Quintal 109
Entre nubes.
Paty Rubio. 59
Una luz de sabiduría.
José Ignacio Trejo Mendoza. 61
En circulación.
Melbin Cervantes. 63
Guardias blancas.
Addy M Castillo Espínola. 68
Minificciones
Luis Muñoz. 83
Corazón.
Jéssica de la Portilla Montaño. 85
El pequeño mezquite.
Rocío Prieto Valdivia. 86
La Estepa sangrante, de León de Almeida.
Gabriel Avilés. 87
Cabujones de zafiro.
Marta Aragón R. 89
Feria del libro de poesía.
Adán Echeverría. 94
Relatos de Annia Bautista.
La unidad solitaria.
Había salido de casa con la misión de recortarme el cabello, no
había elegido aún ninguna imagen de peluca aproximada, ya sabes,
esa foto que llevas porque quieres algo “igual” aunque en realidad
nunca lo sea, sólo gastas saliva mientras la peluquera hace como que
escucha tus indicaciones, pero desde que entras a su templo de belleza
ya tiene el corte que hará porque es el que considera le sale bien.
Fuí, cortó, me sacudí el pelo muerto, pagué y salí; cambió mi
humor, me sentía más perceptivo, quizá se traducía en prestar más
atención por si alguien me miraba o incluso deseando alguna mirada,
no sé. Tenía rato sin andar por aquellas calles de la ciudad de
Mexicali, la verdad llegué a esa estética en taxi, no había pensado
ninguna ruta para regresar a casa, entonces sólo caminé zigzageando
entre las cuadras que me acercarían a mi destino, se me atravesó una
iglesia, y cuando eso pasa entro, me gusta ese aroma, como a incienso
y madera, como a vacío y fe muerta, hay cánticos de plegarias tan
repetidas que se quedaron sin devoción ni energía, las voces son como
pisadas certeras pero monótonas entre el fango por el que atraviesan.
Había misa, un hombre leía salmos y la mayoría de los presentes
respondía al unísono: “te alabamos señor” entre las pausas. Me inserté
en ese ambiente, callado, sabía que algo me llamaba, pero no
distinguía qué. Fui hasta la orilla de la banca, la que está junto al
pasillo central donde la gente se agacha y persigna al cruzarlo, me
asomé al frente, vi dos ataúdes, padre e hijo, dijo el sacerdote.
Entonces supe quiénes me llamaban.
Me pasó antes en una iglesia de Tijuana, pero con cajas de un
solo muerto. En aquel tiempo había salido a caminar creyendo que eso
haría tregua con mis pensamientos atacantes, pero no lo logré, tenía
ganas de llorar pero no podía regresar y hacerlo en casa, no vivía solo.
Se me ocurrió que de haber un lugar para llorar sería una iglesia, ahí
un llanto no causa la mínima atención o controversia, uno asumiría
que no es necesario preguntar nada, como si la recuperación estuviera
ya en proceso.
Entré a esos aromas, me senté sobre la madera brillante y lloré,
había poca gente y sentía la libertad de no ocuparme por la
modulación del llanto, no como cuando te ahogas en la almohada para

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no preocupar a la familia, o cuando de tu lado de la cama alargas la
respiración para mitigar el sollozo que podría, y por tanto, será usado
por el cónyuge en tu contra porque asume que quieres llamar la
atención.
Lloré tan inmerso en mi síntoma, y a la vez tan culpablemente
renovado como un intruso que hace uso de las instalaciones de un club
sin ser miembro; nadie ahí sabía que yo no era miembro, eso me gustó.
Salí de ahí, seguí caminando por el centro de Tijuana, al avanzar unas
tres cuadras, sentí otra vez el malestar, como si no todas las lágrimas
hubieran salido, entonces decidí volver al club, cuánto más avanzaba
sentía necesario regresar, como si fuese a encontrarme con algo o
alguien que me haría entender o revelaría algo.
Subiendo de nuevo los escalones de la entrada un auto en la calle
iba expulsando un féretro por la puerta de atrás, algunos hombres se
apresuraron a sostener la caja para meterla a la iglesia, cuando pasaron
a mi lado supe con quién era la reunión, con el usuario de esa caja. Me
quedé a la ceremonia y cuando lloré ya no era por mí, sino por el
muñeco de adentro, no lo conocí, nunca vi su cara, no me entristecía su
falta, más bien sentí que toda muerte merecía llanto, un tributo en
derrame que toda vida por el hecho de haber sido presencia valía la
pena otorgarse.
Días después en esa misma iglesia, empujado por el gusto de sus
aromas, hubo otro ataúd esperándome, encontré reconfortante el gesto
de ser acompañante, respirar el total desinterés y la máxima atención,
igual lo lloré, estuve llorando porque entre desconocidos no podía
haber palabras, nada alcanzaría a reflejar de una mejor manera que
estaba ahí para despedir a esa alma, ¿había podido escucharla?
Otra de las veces, fui sólo por esa brisa de incienso y mirra, no
tenía llanto, me quedé más bien mirando todo con la intención de
comprender algo, lo que fuera, como si entrara a un museo, y vi al
muerto de muertos en su cruz hasta arriba. El ícono de aflicción entre
vida y muerte por excelencia. Lo vi durante largo rato, como queriendo
escudriñar un mensaje, tiene el rostro de una plegaria contra la
injusticia, un llanto sordo que le gustaría pesase lo suficiente como para
inclinar la balanza a su favor; un doliente, el dolor disecado. Lo miré
durante tanto rato que cuando pude intuir algún tipo de confianza, le
pregunté qué era lo que seguía haciendo ahí, me miró y sin mover los
labios contestó con la mirada esparciéndola como luz sobre aquellos
que parecía imploraban hincados. Entendí que la conversación topaba
ahí porque no estábamos solos.

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Al día siguiente volví, me introduje al recinto de noche
después de la misa de ocho. Esperé a que todos salieran, apretaba
los ojos cuando notaba que alguien podría invitarme a salir del
lugar. Le pedí al sacerdote tiempo a solas con el señor de la cruz,
se fue sin decir nada. Tuve que ver al doliente de la corona
fijamente como si pudiera entrar en un trance revelador.
—¿Por qué no has bajado aún?— Pregunté.
—Siempre hay alguien que me hace regresar cuando voy por
el umbral de la puerta, me piden o preguntan algo, a veces las
cosas más absurdas pretenden que yo les responda.
—¿Como qué?
—Por qué es tan grande su particular dolor.
—¿Tú qué respondes?
—Nada, y a pesar de este rostro tan desvalido, me piden
fortaleza para soportarlo todo. Hay varios que preguntan por qué
otros lo tienen todo si ellos tienen nada, y si son por eso más
especiales.
—¿Qué contestas?
—Nada, como me ven soportando, ellos también soportan,
algunos piden más tormento en un deseo impaciente por
comunicarse, por conseguir empatía.
—¿Nadie ha preguntado hasta cuándo bajarás?
—No he visto antes de ti esa ocurrencia; soy como un bote
de basura metafísico y amplísimo donde vienen todos a dejar lo
que no quieren o a buscar algo que brillando les sonría. Vienen y
agradecen que haya pasado por sus casas la barredora sin saber
que yo no la he mandado. Etiquetan sus pertenencias con
leyendas: premio y castigo.
—¿Por qué regresas, no hay una parte en las escrituras donde
para ejemplificar tu ausencia te retiran del altar?
—Me retiran del altar, pero no de la cruz, mis clavos por
material tienen la súplica, en mi corona cada espina es de oración.
—Según sé, la biblia leyéndose cada domingo se repetiría
cada 3 años.
—Sin embargo, la acortan para que en cada año viva otra
reencarnación. Extraño la muerte y su descanso sin luz.
—¿Por qué en lugar de hacerte el mudo no te haces el sordo,
o el ciego?
—Sordo ya me considera la mayoría, ciego no podría, me
han disecado con la mirada gacha y entonces me ponen en lo más
alto para obligarme a ver. Otra cosa hubiera sido situarme al nivel

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del suelo, en obvia imposibilidad atado y con la mirada al piso
quizá ya hubieran cesado todos los ruegos.
—¿Quisieras volverte completamente hombre, o
completamente dios?
—No me queda ánimo para ninguno de los dos, tuve
demasiado tiempo para sopesar los contras, de hombre es tan tonto
atribuir una evolución a caminar de agachado a erguido, desviar la
mirada de la tierra para apuntarla al cielo. De dios es tan tonto
hacerlo al revés.
—¿Si pudieras irte a dónde irías?
—Creo que vagaría; tal vez regresaría aquí si esto siguiera
siendo lugar donde se despide a las almas, pero me acercaría sólo
por una invitación natural nunca por ninguna súplica. Estar
presente cuando se recupera la unidad solitaria quizá sea la
envidia merecida de un semidiós, lo que tú como hombre llamas
digno tributo.
Supe que ese padre e hijo me habían invitado no suplicado,
como lo había mencionado el señor de la cruz, recordándole
volteé arriba, estaba el señor sin su barba, con los ojos apretados
como muy concentrado, quise saludar pero de alguna manera intuí
que conmigo se haría el sordo.
Ese día, trasquilado y mordido por el calor de Mexicali lloré
la trinidad.

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La caída.
Nos amamos. Siniestro es que el amor conjugado, en presente y
pasado, se escriba exactamente igual; en el futuro la promesa del verbo
alarga no sólo el tiempo sino la palabra.
Todo empezó. Nos entendimos. Nos conectamos por nuestra
afición al Vacío; fuimos-somos fanáticos de La caída, primero en la
filosofía, luego en la red, después en el hotel. Aburridos de gente que
siempre quiere estar delante o arriba, formamos el canal de un chat con
nombre "La caída", y así nos conocimos.
Fue impulso; en realidad no esperaba encontrar a nadie,
simplemente me gustaba el título, pensé que si alguno se tomaba la
molestia de preguntar a qué me refería podía revelarme a través de la
respuesta, eso sería suficiente logro. Pero algo mejor ocurrió, me
respondió desde su individuo creando: "La caída 1". Me invitó, lo
acepté y conversamos.
Si queríamos dedicar nuestra vida a la caída, era hora de empezar a
dedicarnos presencial y físicamente. Rolando, un amigo, me había
dejado a cargo de su hotel en ruinas; digo ruinas porque los cuartos no
tenían más que tapiz podrido, pero el elevador aún funcionaba, y si no
sería nuestro riesgo adivinarlo. "Estará bien hasta que deje de estarlo",
es lo que solía decir mi camarada.
Lo invité a mis ruinas, emocionada porque al fin, “el compartir"
tuviera algún significado.
Con "el elevador", mil conclusiones y bromas hicimos debido a
nuestra afición, y el objeto-lugar que lo hacía posible. Hasta creer que
sólo nos atraía la conexión entre lo divino que adjudicamos a elevación
y a la caída. Algunas veces escalábamos por los cables que sostenían al
mismo elevador; otras subíamos por la escalera, los 19 pisos que
formaban el hotel; todo lo necesario para entendernos en la distancia
que había entre lo que considerábamos sacro.
Atados por la cintura, nos arrojábamos gritando al mismo tiempo,
nunca lo ensayamos, y eso nos dio la idea de ser instrumento de la caída;
es ella la que se representaba mediante nuestros cuerpos, pensábamos.
Tomados de las manos, justo antes de soltarnos al vacío: “¡¡Hasta
abajooooh!!”, se escuchaba el eco de los dos por todo el hotel mientras
descendíamos; entendimos la velocidad del sonido, creamos nuestro
propio mundo, teníamos lo divino y una visión del plan de dios que
carecía de errores. Todo era construcción de lo mismo, un círculo, sin
principio ni fin todo estaba conectado.
Nos atrevimos a llevar nuestro mundo a otros hoteles. Éramos ya
expertos en burlar cerrojos, pantallas de vigilancia y puertas que abrían

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al contacto dactilar. La red nos lo había dado todo. Siempre juntos:
“¡¡Hasta abajooo!!”; hasta donde no hay más, nuestra relación no tenía
futuro. Y ¿cómo iba a tenerlo, si descendíamos siempre a lo más
profundo, hasta lo último?
Nos desenvolvíamos en el mundo como en la red: ascenso-
descenso; allá aquellos que teniendo la llave maestra, seguían aún
viviendo en el pasado, conectados a su ordenador desde casa, sin
raspones físicos, si acaso mentales.
Nos encerraron, fuimos a una cárcel mixta, a las "autoridades" no
les gustaba el descenso; mucho menos eran aliados de la caída, aunque
ellos mismos la infligieran a los demás. No pensábamos permanecer
mucho tiempo ahí, sólo lo suficiente para conocer el mundo tras las
rejas; era muy impresionante pensarnos parte del mismo mundo, pensar
que "el hoyo" -como le llamábamos- era también parte de aquella
distancia que nos hacía entender lo sagrado. Otro agujero negro de
nuestro universo.
A pesar de que las conferencias que se ofrecían en prisión no eran del
todo insignificantes -incluso re-construyeron la vida de muchos, ahí dentro-
nosotros sabíamos más, y el saber que hay más, siempre es aliado de la
aventura. Decidimos escapar. Formulamos el plan maestro. Otro inquilino
del hoyo quiso escapar con nosotros, dijo que ya había pensado en huir, pero
que la apatía de los otros lo desanimaba siempre. Ver su rostro en las pantallas
de vigilancia lo deprimía tanto que sus fuerzas se anulaban. Entonces
terminaba convenciéndose de que quería quedarse, sin exigirse ánimo para
no pelearse contra él mismo.
Todo estaba listo, y para nuestra sorpresa, después de haber formulado
el plan, resultó que las autoridades, confiadas en la mente maestra que
controlaba las operaciones en el hoyo, olvidaron asegurar el elevador que
sólo tenía cámaras; por ahí escapamos, todo fue muy rápido, nuestro
compañero parecía muy instruido en el tema, bajó tan veloz como nosotros;
no sabemos si lo ayudó el impulso que estuvo conteniendo durante todo el
tiempo que pensó en huir, o si se había convertido también en otro
instrumento de La caída.
Tuvimos tiempo para descender por varios hoteles durante un par de
años más, sabíamos que las autoridades aún nos estaban buscando; nos
dejaban amenazas en la red, y nosotros en respuesta, les dejábamos siempre
el mismo obsequio: intervenciones de mierda en sus cámaras de vigilancia,
eso los volvía locos. No soportaban que no respondiésemos con artilugios de
la red, y odiaban lo orgánico.
Nos localizaron. Él y yo huimos por un lado, nuestro compañero corrió
en distinta dirección, fue la última vez que lo vimos, y fue de perfil, corriendo
se esfumó. Subimos y descendimos no sé por cuántos lugares de la ciudad;
luego decidimos separarnos para despistar, acordamos vernos en uno de los
tantos hoteles que habíamos descendido.
Tuve miedo, y pensé en lo final. Ninguno de los dos quería volver a

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prisión. Era preferible dejar por sentado la libertad en el descenso, el
acercamiento a la cabeza de dios, la última caída que rompiera la distancia.
Me obligó el sentimiento. Dejé una pregunta para él en la red -incluso en
otro idioma, algo que habíamos acordado carecía de "estética del sentido", en
la traducción a nuestra lengua-, programada para activarse en el momento en
que mi respiración se detuviera obligada por la autoridad, o por decisión.
Pensé que entendería su respuesta de alguna forma, la red nos había
acostumbrado a burlar la física, la química y la muerte. Imposible no existe en
la memoria.
Logramos evadir la vigilancia, nos encontramos donde habíamos
quedado. Permanecimos ocultos durante algunos días en el hotel. Nos
cambiamos de lugar otras siete veces, no queríamos que lograran rastrear
nuestra ubicación. Nos encontraron. Teníamos el plan de correr en sentidos
opuestos para que los gdrodos se desorientaran; yo corrí hacia mis ruinas, a él
lo perdí de vista, temía que lo hubieran capturado.
Dejé de correr y me escondí cuando noté que el jefe me perseguía; yo
conocía todos los recovecos del lugar, y cuando el jefe se acercaba, yo me
escondía en el ángulo opuesto, estuvimos así un tiempo, hasta que me vio.
Subí tan rápido como pude los 19 pisos, estaba decidida a no regresar. Subí al
final del edificio con la mirada fija en el marco del techo, que sobre mi cabeza
simulaba la puerta al cielo, la adrenalina me asfixiaba; al asomarme desde el
techo, abajo lo vi a él, estaba a salvo oculto tras unas pantallas de vigilancia;
sentí la presencia del jefe, estaba listo para atraparme, pero me puse los
brazos cruzados en el pecho: “¡¡Hasta abajooohh!!”, y sin despegar nunca mi
mirada de él, mientras me arrojaba al vacío, espontáneo él gritó conmigo. Caí
a la par de nuestros ecos. Todas las luces de la ciudad se ahogaron, salió de su
escondite, sólo las pantallas se encendieron: BEYOND THE BEYOND,
WHERE?

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Al maldito que corresponda.

He escrito y enviado esta carta hacia algunas de las direcciones que


se me han ocurrido, o al menos eso creo, esperando que en realidad
existan, y también, con un poco de intención, si es que usted atreviéndose
a contestarme, me hiciera suponer que hemos escuchado al destino. Me
encantaría interesarle en mi historia, y si le hablo de esta manera, es
porque nunca le encontré sentido a esa cursilería del lenguaje: lo o la, él o
ella, para mí usted con suerte será mi lector, y con esperanza, seré yo
también el suyo.

Agosto 013
El maestro había decidido decapitar a sus alumnos. La forma era
corriente, sin ingenio, yo le había convencido de darme tiempo para idear
algo mejor; la verdad, él ni siquiera había pedido mi participación; pero
¡lo vi tan triste!, hablando de algo que seguramente quiso hacer durante
tanto tiempo, que no soporté verle tanto olvido de sí en el rostro.
Decidí ayudar, y quizá sólo eran expectativas mías, pero me parecía
natural que el demonio disfrutara desde el momento en que concebía la
perversidad de sus planes; cosa que en él no veía. Tal vez aquí había algo
más que yo me estaba perdiendo; asumí que si no lograba mejorar su
plan, al menos entendería lo que se me hubiese escapado entre líneas.

Agosto 013
Una tarde de tormenta decidió quedarse en casa a pesar de que
nunca había detenido sus cátedras por ningún motivo, ni siquiera cuando
su padre muriera. Dijo que antes lo miraba poco, que las visitas se habían
reducido a nada, y la nada, nada importa.
Se helaba toda la casa, le acerqué hasta su lugar una manta, pero me
retiró la mano, como si con ese gesto me dijera que necesitaba de ese frío.
Largo rato se quedó viendo por la ventana, y en un momento creo que
hasta sonrió. Pensé que ya no les cortaría la cabeza; ahora había decidido
ahogarlos. Y me alegré de que hubiera recobrado el gozo de su maldad.
Siempre cenábamos juntos; pero al oscurecer quise dejarlo a solas
con su malicia, o lo que fuera que hubiera recuperado. Me fingí con dolor
de cabeza y me acosté; claro que no pude dormir, sólo pensaba en
ayudarlo, un plan B, por si acaso le volvía la inconformidad, la tristeza.

Agosto 013
Me di cuenta de que su mitad seguía intacta, y es que era imposible
que se hubiera levantando temprano y la hubiese tendido; pues aunque
nuestro lecho estaba separado, le gustaba que yo tendiera sus cobijas y

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arreglara su cama. Decía que mis manos tenían el aroma de la ternura, y
que cuando por las noches se acostaba, sentía que era el paso que había
dejado mi tacto, y no el de las telas, lo que lo hacía dormir tan
tranquilamente. A veces, sólo por molestar, no encuentro otra excusa, le
pedía a algún criado o pariente que tendiera la cama por mí, él siempre lo
notaba; decía: ¡tus manos no están aquí! Incluso se ofendía, como si ese
día no hubiera querido amarlo, y en lugar de eso lo hubiera dejado
encargado con alguien más; entonces prefería dormir en la sala, sin
arroparse con nada, aunque temblara.
Molestar…, sólo por molestar, ¿por qué no me bastaba que mi
demonio dijera cosas tan lindas, fueran o no verdad? ¿Es reconocer sobre
las cosas el tacto de quien lo ama tanto, tan difícil de creer? ¿Por qué no
pude quedarme con sus palabras suaves, por qué, para qué indagar? Tuve
suerte de que fueran verdad, porque un detalle así que parece juego, pudo
haberme ahogado en melancolía si alguna vez hubiese atinado mal.
Al ver su pedazo vacío me sentí orgullosa; algo le había arrebatado
el sueño, y aunque yo sólo pude dormitar, atravesé el insomnio en busca
de la misión, de esa que podría volver a ser su alegría.

Y es que, verá, yo tengo este tic, pero nunca se lo he confesado. Ella


me cree un demonio porque cuando digo algo la sonrisa se me va de lado,
y ella cree que hay un plan maldito detrás de lo que digo, pero habla tanto
del amor que siente, por mi forma de ser y cómo engaño a la gente, como
si se tratara de una complicidad única entre los dos. He callado tantos
años para no herirla, ¿cómo decirle que soy un agradecido con la vida, y
no estoy tramando nada? Menos ahora que he encontrado que guardaba
un diario.
Después de las heridas, ella se había empeñado en ayudarme a
decapitar a unos niños; yo se lo dije porque sus ojos preguntaban, tenían
hambre de alguna maldita novedad; dije que odiaba, que guardaba
rencor, y que sólo asesinando podría saciarme; sus ojos brillaron tan
horribles, que sentí tristeza: mi incapacidad de ser monstruo la había
deformado a ella.
Quisiera salvar a esas criaturas que nada han hecho. El otro día
quise convertirme en monstruo y me convertí en santo, y por más que
intento el diablo no me sale. Por ejemplo, el día de la tormenta no pude ir
a la cama. Me aterraba que ella la hubiera tendido, y rogaba porque otra
vez me hubiera jugado una broma de ésas para probarme; cuando le pide
a otro que arregle mi colcha, para ver si me doy cuenta del truco, pero no
tenía el valor de averiguarlo.
Por el accidente, me quedé en casa, quería ganar tiempo, y ella se
quedó muy callada cuando vio los lápices enterrados en mis manos. No
supe qué había hecho. Pensando tanto en todo lo que podría destruir,

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matar, se me ocurrió convertirme en víctima; así, quizá desistiríamos de
todo aquello, o, ¿debía ser ahora más demonio que nunca?
Mientras ella dormía en su mitad, yo había pasado la noche en el
sillón velando la ausencia de luz, hasta no soportarlo más. La noche es
peligrosa porque en la oscuridad no se ve el límite, si es que lo hay. Me
clavé un lápiz en cada mano, mentí y dije que aquellos alumnos habían
entrado sigilosos, y que me había despertado el dolor. Cuando me vio la
sangre ya estaba seca; yo había calculado su despertar, pero no conté con
que ella viendo la cama intacta se quedaría largo rato imaginando la razón.
Ella en silencio. Algo me decía que si lo demoniaco no crecía en mí, pronto
crecería en ella; y pensaba en la hora de ir a dormir y sus monstruosas
manos de monstruosos pensamientos serían refugio para mi cabeza.
Cenamos juntos, apenas y hablando de los objetos sobre la mesa, hizo
alguna pregunta sobre mis vendajes; los cambió después de cenar, no
distinguí ninguna emoción en el gesto, nada tibio, nada frío, entonces supe
que estaba concentrada. Avanzamos al dormitorio, y cuando destapé las
almohadas, mentí: ¡tus manos no están aquí! Ella abrió grande los ojos. Al
principio pareció enojarse, luego indignarse, y mientras eso ocurría no
quise esperar a que me viera en la cara el espanto; y me encaminé a la sala.

Agosto 013
Me quedé helada. No reconoció mi ternura, o quizá se me habría
terminado; tanto pensar en cómo ayudarlo con esos niños me había
transformado, o quizá siempre supo adivinar, y hoy, falló.
¿Me transformé?, ¿un gesto lindo entre seres que se adoran, se ha
convertido ahora en la regla que me mide?, ¿qué sabe él de ternura?, si soy
yo siempre quien arregla su cama, o ¿sería sólo un pretexto para volverme
su mucama, sin que yo sintiera necesario el menor reproche?
¿Cuánto importa la verdad, es lo único que se persigue en esta vida o
sólo en este tiempo? Da igual, ¡es casi lo mismo! Yo quería que él me
encontrara: como su mujer cuando desarreglara su cama y reconociera mis
sentimientos en el gesto, o como su mucama: en la perfección del doblez
en las telas, pero ¡que me encontrara!
Y quizá debiera uno estar eligiendo todo el tiempo, pero creo que hay
un momento cuando uno comienza por hacerse; es decir, coserse sólo de
telas que soporten el tiempo. Escoger entre verdad, o verdad. Y yo no sé
qué creer ahora, porque también tengo ganas de enojarme, de indignarme,
¡me dulcificó la idea de una criada!, ¿cuántas veces habré comido de sus
malditos dulces envenenados?

El día que comenzaron las explosiones, quise hacer algo diferente.


Tal vez hasta revelar la verdad, pero es que a ella ese camino no le gusta.
Así que falté al colegio; sobre todo porque no podía dejar de ver a aquellos

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niños, a sus cuerpos perseguidos por la muerte. Me quedé el día pensando,
viendo a través de la ventana, y me esforcé por despojarme del desánimo.
Entonces los vi bajo la lluvia, felices de que no hubiera clases, y los
imaginé corriendo sin la menor sospecha, brincos de inocencia. Entonces,
el nudo de los labios se me deshizo estirándose para sonreír.
Yo era tan bueno que sólo quería que se sintiera protegida y entonces
fingía mi maldad; bueno, eso fue al principio, de ahí en adelante ella
convertía todo en sentimientos duros y fríos.

Enero 998
“Si el mundo es malo debes lograr ser lo más preciado para el hombre
más cruel, así no podrías estar más a salvo”, es lo que leí en su diario en el
apartado de “Conversaciones con mamá”.
No pude más, ¡quise liberarme!, pero sin lastimar a mi mujer. Ella
cree que soy un hombre despiadado, y yo la dejo creerlo porque así se
siente segura, y dígame ¿quién se siente seguro en la bondad? La bondad
sólo es confianza en el descuido. Ella quiere que no la quiera, y también
que la quiera. Así todos los días son un reto para ella. Trabaja desde la
negación, y entonces se pone creativa; si al fin accedo a besarla, ella se ve
hermosa, brilla, se enaltece, como si hubiera ganado algo. Yo quisiera
sorprenderla a veces, y cuando he tenido tantas ganas de besarla debo
morderla, o empujarla después, y ella me mira de una manera como si me
debiera todo, como si fuera su amo, con un deleite, con un asombro, que
prefiere cerrar los ojos para no llorar.
Está convencida de que soy un monstruo, y eso es lo que le gusta de
mí. Hasta me dice Franky, como diminutivo de Frankenstein, porque
claro, a ella le gusta interpretar el papel de contraparte: dulzura y bondad.
No soy todo malo, a veces se me escapa alguno que otro cariño, pero ella
está tan acostumbrada a mis “maltratos”, que no sé cómo, pero siempre
encuentra la forma de transformar mis caricias en ofensas, mis besos en
golpes, mis miradas de amor en ironía y sarcasmo. Hace poco, mi
desesperación me llevó a confesarle la verdad, que soy un simple humano,
enternecido por las causas más nobles, me entristece el mundo, sobre todo
los niños y ancianos. ¿Sabe lo que me dijo?, que era lo peor, el más ruin y
despreciable, recuerdo exacto que gritó: ¡deposité mi maldad en ti, y ahora
me la regresas, me has devuelto a los opuestos!
¿No podríamos ser yo el bueno y tú la mala?, pregunté. Y ella dijo:
¡No lo creo!, no me interesa el poder, me atrae la supervivencia diaria, la
esclavitud; y tú no sé por qué haz decidido liberarme. Me voy a buscar la
protección, la maldad que tú no puedes darme, ¡quédate con tu deficiente
crueldad!
Creo que estoy enloqueciendo de veras, y no sé si en la locura
encuentre la maldad o me acerque aún más a la bondad. Pero les he pagado

Enero 2019 delatripa 40 13


a aquellos niños, simulando un juego de guerra, para tomarles algunas
fotos donde salen sin cabeza, y se las he hecho llegar a ella. Sabe que la
quiero, sé que nos queremos; así que volvió a mí apenas recibirlas, me dijo
que ahora era aún más claro que uno elige cómo zurcirse la piel. Me contó
que cuando regresaba conmovida por mi maldad que significaba amor, vio
a los niños de las fotos jugando en el parque, y se dio cuenta del engaño.
Yo lo hice por amor a ella, y ella ha entendido que sigo dispuesto a
exagerar, a fingir. No quisiera hacerlo. Quisiera ser yo, pero sé que ya
encontrará la manera de creer lo que ella quiera, de zurcirse sus verdades
como dice. Ahora me ha pedido lo que yo más quería, volver a ser una sola
cama; necesita volver a sentirse en riesgo.
Lo de dormir separados ella lo había decidido. Una noche de vigilia
fui a la cocina por un poco de cerveza y al llegar a la habitación, la miré
lindísima, acostada, con el cabello húmedo aún, el aroma de ese shampoo
en su cabello eran algo para quedarse a vivir; y mire que he olido otras
cabezas que dicen usar la misma marca, pero ningún aroma como el de
ella. Yo mirándola embelesado, encantado; ella se despierta y al verme con
aliento alcohólico sosteniendo su cabello, como era de esperarse, supo
transformarlo todo, me preguntó si había intentado matarla. Entonces, mi
cara se desencajó por el giro tremendo que había dado la realidad, y pensó
que era mi gesto de sentirme descubierto. Se veía tan asustada; me dijo: sé
que no puedes contener tu maldad, esperaba que este día llegara. Se abrazó
a mí, y yo me quedé helado. Dijo que me quería, y yo le dije apenas lo
mismo. Sobrevivimos la noche abrazados y bebiendo cerveza. Al día
siguiente que llegué del colegio ella había partido la cama a la mitad, sobre
unos libros niveló los lados, y como la vi sonriente esperando mi
aprobación, o quizá mi desaprobación, no dije nada que pudiera
arruinarlo. Me recosté como para probar la resistencia de los libros. Desde
entonces, ella sentía todos los días como si luchara por su vida, y al
recostarse sobre su mitad, la veía dormir con el rostro pleno. Había ganado
un día más en que yo había desistido de matarla.
Me intriga tanto saber a qué me enfrentaré para satisfacer sus delirios
ahora que volvamos a dormir uno al lado del otro. Por eso necesito
encontrar mi maldad, o al menos una forma ingeniosa de conservarme a mí
mismo sin sentir que finjo; por eso es que pido su respuesta, su ayuda. Mi
mente se ha quedado seca, porque ella me supera. Y sólo quisiera
sorprenderla, ¿me comprende? Es ésta la séptima carta que reescribo
anexando las novedades. Las otras seis se me han regresado sin abrir, así
que espero que esta dirección llegue a su maldito destino.

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El gran mueble de madera. Anel Mora.

Laura sabía que tenía un problema: no hallaba la forma de


ocultar sus sentimientos, de guardarlos en lo más profundo de
sus huesos, se manifestaban como una tos con la que expulsaba
su alma desnuda, vulnerable, expuesta...
Pensó que su pecho era demasiado pequeño para tan
grandes pasiones, así que decidió buscar un carpintero que le
fabricara un mueble lo suficientemente grande, para sepultarlos
bajo llave y candados, y así, dejaran de joderle la existencia.
Cuando el carpintero escuchó las características del
mueble, le sugirió a Laura que tirara la pared que dividía su
recámara de la sala, pues era la única forma de construir algo de
semejantes dimensiones. Utilizó una de las maderas más
resistentes: el roble; así se lo había pedido la mujer: "Los
sentimientos son traicioneros, un día cualquiera roen la madera
y se escapan; póngale la más fuerte de todas, no importa el
precio".
Cuarenta días y cuarenta noches después, el ebanista
entregó su obra. Una gran caja rectangular, de 8 metros de largo
por dos metros de alto y de fondo. Laura estaba feliz; en cuanto
oscureció, exprimió su corazón de deseos, anhelos, sueños,
esperanzas, querencias, añoranzas... sacó todo, incluso los
recuerdos...
Ella pensó que como un Smartphone su corazón se iba a
formatear, a reiniciar y quedaría liviana, como un ave en
primavera. Sin embargo no fue así. Laura quedó vacía,
deshabitada, hueca... al principio no lo notó, pero al paso de los
días su cuerpo debilitado sólo escuchaba instrucciones del
televisor... se había quedado sin voluntad. Una tristeza de horror
la atormentaba por las noches; no era su tristeza habitual, esa
estaba dentro del mueble de madera junto a los demás
sentimientos; no, esta tristeza provenía de un vacío cósmico que
la había invadido y por las mañanas sólo eructaba la nada en
pequeños espasmos...
En ese estado de catatonia se encontraba, cuando escuchó
ruidos provenientes del gran mueble: "Déjanos salir, te
ayudaremos a volver", se escuchaba desde su interior. Por una

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magia del destino, se iluminó su memoria y recordó a sus
sentimientos. Caminó con dificultad hacia el mueble, pero
lamentablemente, ya era demasiado tarde para Laura.
Nueve días después la encontraría la policía (por un reporte de
algún vecino) en estado de descomposición: lo que quedaba de su
cuerpo, estaba asido de las manijas del gran mueble. Causa de su
muerte: deshidratación e inanición... su apetito, también había
quedado dentro del gran mueble de madera.

Claustrofobia
Félix Martínez

Hacía 20 años que no iba a la ciudad de México, y era el mismo smog, las
mismas prisas, el mismo peligro. La casa de mi primo tenía tres pisos, el primero era
un taller de costura, el segundo oficina, y nos hospedamos en el tercer piso. Conocí
Tepito, Six flags, y fuimos hasta Taxqueña donde vivía mi cuñada; y sin haber
sudado, miré mi cuello negro de mugre, y esto no era lo único que iba en contra de la
capital, también estaban los temblores. Platicaba con mi primo al calor de un café
hirviendo, que es así como lo disfruto, para irlo tomando lentamente, aspirando su
aroma, cuando sentí que se movía mi silla. Levanté la vista hacia mi primo que tenía
los ojos muy abiertos, aunque él ya estaba acostumbrado a esto, me dijo está
temblando, y seguimos sentados unos segundos, cuando se escuchó un tronido. ¡A la
pared!, dijo mi primo, a tiempo de ver como una parte del techo caía donde yo había
estado sentado, corrí a la escalera para sentir como se hundía a mis pies, después vi
todo negro. No sé cuánto tiempo pasaría hasta que tomé el control de lo que pasaba,
mi pierna estaba estirada y no la sentía, la otra pierna la tenía doblada, mi cabeza
inclinada sintiendo una placa de concreto encima, sonidos lejanos, gritos apagados,
grité sin sonido, hubiera preferido morir antes que sufrir este tormento, quise no
pensar, comencé a arrancarme los pestañas, las cejas, y cuando acabe con ellas, los
cabellos, y el tiempo pasaba sin oír más que ruidos que llegaban a través de las
paredes amontonadas una encima de otra; maderas, muebles, y una gotera que caía
en mis espaldas lograba humedecerme, escurriendo hasta mi cara lo que mitigaba mi
sed. Cuando mi desesperación llegó al límite, grité con fuerza deseando morir. Sentí
un zarandeo en mi hombro, era mi primo… despiértate Ramón, despiértate... quise
terminar mi café, pero ya estaba frio.

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Blues arrabalero a Berenice. Waldo Contreras López.

Con la colaboración de “Lady Day”


y su voz cantando “Don´t explain”.

Siempre hubo algo en esta canción que me inspiraba una paz


muy dulce. Tal vez por el acento de la diva que la interpreta, su tono
dulce de trompeta, la música tan hermosa de la orquesta negra de jazz
y la forma melancólica con la cual Billie “Lady Day” acaricia el
estribillo “Don´t Explain”. Hoy me dio por escucharla por tu motivo,
tú me llevas a ella y esa canción me lleva siempre a ti.
El tiempo retrocede hasta aquel día en el cual me topé con tu
mirar de gata y tu forma de sonreír, tan así; ese día en el cual nuestras
almas se encontraron en aquel muladar paradisiaco, ambos bien
hartos de la vida que habíamos escogido por no poder soportar una
realidad aplastante, abrumadora, ambos revolcándonos en un pozo.
Viste mi rostro llorón y yo me vi en tu mirada felina, de casi
niña. Y nos platicamos nuestras cosas, nos compartimos nuestras
caricias y nos dimos nuestros besos sin refugio. Y nos drogamos esa
noche para festejar una nueva forma de perder. Y nos dimos sexo. Y
yo me aferré a tus labios como el asmático a la cajita de medicina y tú
te agarraste a mi cuerpo como quien se ahoga en el océano inmenso y
espantoso del desosiego, del siempre callar, del nunca sonreír. Y al
paso de los días nuestra necesidad se volvió un apremio, tanto que
llegaron los días en los que no podíamos beber uno sin el otro,
drogarnos sin la compañía recíproca y autodestructiva de nuestra vida
de pacotilla, no podíamos vivir sin el beso apremiado por la soledad
para siempre del alma, sin la presencia tibia de nuestros cuerpos, sin
el consuelo efímero del sexo.
Y hubo momentos sublimes a tu lado.
Como aquel día en el cual me enseñaste a mirar a los ojos
mientras hacíamos sexo; recuerdo me decías: “si no eres capaz de
mirarme a los ojos mientras nos hacemos el amor jamás serás
hombre, serás siempre un hijito de tu pinche madre sin huevos”. Te
me entregué por completo. Y tanto nos revolcamos en el lodazal de
nuestra gloria decadente, ciegos por tanto padecer el mirar solos tanta
soledad, tanto había sido pasado en nuestros ojos que nos sentíamos
acompañados al fin ante la visión de alguien con la misma aspiración.
Y un día me encontré ante ti en aquel cuarto de espantos, me matabas
montada sobre mí; el infierno apenas comenzaba; yo me dejaba
apretar por tu abrazo de pantera, me envolvía en tu mirar felino y el
ámbito vaporoso de tu cuerpo caliente, y me dejaba hipnotizar por esa
forma tuya de sonreír, tan así. Me hundía en el aroma de tu deseo, de

Enero 2019 delatripa 40 19


tu bajo vientre, el perfume de tu aliento; me dejé comer por tu beso
mordelón, tu chupete en mis labios y el exhalar de tus palabras
ardientes; me dejaba reventar por el vaivén sin piedad y sofocante de
tu cuerpo.
Imparables borrachos adictos muriendo y naciendo. Y al tercer
día ya no podía soportar que siquiera me tocaras; te acercabas a mí con
tu peste a desastre, con una mueca en tu rostro; te arrastrabas hacia mí
como un molusco empapada en un sudor viscoso; y tu aliento apestaba
a alcohol, a cigarrillos de mariguana y tabaco, a metanfetaminas; y
recuerdo quisiste poner una vez más tu vientre al parejo de mi rostro,
de mi boca … y lo besé, abrumado por una náusea súbita que me
quitaba el aliento; y recuerdo que tu solo moviste la cabeza negando
para ti e hiciste ese gesto tan tuyo con tus labios, ese puchero tan pleno
de dulzura. Y recuerdo te besé en los labios despacio y ya sin el ánimo
de nuestros primeros minutos en medio de aquel infierno, la magia
estaba terminando y tú parecías comprenderlo; te retiraste unos
minutos de nuestro teatro decadente. Al cabo de unos minutos
regresaste, con un caminar lento y moviendo las caderas, coqueteando
con tu cuerpo paso a paso, a ritmo; con tu mirar gatuno restaurado y
otra vez tu sonrisa, tan así.
Te subiste a la cama a cuatro patas, emulando a una pantera en
celo, meneándote, tus senos esplendorosos, tu mirada gatuna, sí; y tu
sonrisa tan así; y otra vez mi boca en tu vientre, y otra vez esa piel
fresca, ese aliento perfumado, esos labios voraces y calientes; y me
volví a hundir en tu entrepierna, como quien se deja vencer por el
desvarío agotador de la fiebre y en las pausas de nuestra desesperación
compartida, te miraba dormir en paz al fin, tu respiración sosegada …
y tu rostro volvía a ser el de aquella niña asustadiza en las noches de
tormenta callejera; y yo me echaba a tu lado solo para percibir el
ámbito de tu paz, que yo sabía solo era efímera.
Y me contagiabas otra vez de tu magia, tú mi amor, tu magia
absoluta.
Y me venía al recuerdo aquella canción, no sé por qué, pues ya
estaba su tonada en el olvido hecho de tantos años de rodar: “don´t
explain”, decía Lady Day. Y al fin tenía fuerzas para huir de aquel
pozo de desolación, y me decidía a contra mí, a salir al aire puro de la
madrugada a respirar fuera de ti; y te echaba una última mirada mi
amor, antes de abrir aquella puerta por última vez. Y ahí estabas, con
esos ojos; tus ojos brillan a la manera de los gatos. Esa mirada
fluorescente de metanfetaminas; y miraba como se movían de formas
extrañas, como viajaban a través de la oscuridad de la habitación, y vi
como se opacaban por la humedad de unas lágrimas, y oí tu voz, oí
que me decías en un susurro: “si me abandonas en esta tumba,

20 delatripa 40. enero 2019.


moriré”, y oí como llorabas quedito, como se le llora a un muerto
antiguo, con la tonada triste y espesa de la eterna desesperanza; yo
regresaba y cerraba la puerta tras de mí, otra vez nuestra gloria
decadente. Volvía a caer en tu abismo. Entrar y salir para siempre. Una
vez repuestos de nuestro reencuentro pensé en voz alta atonada por el
fracaso de mi fuga, mi fuga frustrada: “moriré”, y tú me contestaste
acariciándome el rostro: “no importa, yo también, pero hoy estás
conmigo, después de esto ya nada importa en” dijiste esto alegre
mientras me mirabas con esos ojos y esa forma tuya de sonreír, tan así.
Y me quedé dormido mientras recordaba a la diva: “don´t explain” me
decía despacito en el oído de aquella mente enferma.
Desperté en una cama perfumada a aceite de pino, en un cuarto
luminoso. Tanta luz me dolía, el aire era tan puro que me zumbaban
los pulmones. Una cama diferente sin ti. Me dolían los huesos y ardía
en fiebre; y te busqué con la mirada, con mi voz ronca de tanto no
hablar… susurré apenas sin alientos: “Berenice…”.
Te busque entonces con la desesperación, te busqué entre mis
lágrimas abundantes esperando verte aparecer con tu paso lento,
coqueto y rítmico; esperando verte aparecer con tu mirada gatuna y
esa sonrisa tuya, tan así.
Hoy solo existes en mis recuerdos. Te veo en las esquinas
espiándome, en las calles abandonadas, en los callejones nocturnos
llenos de viciosos iluminados por la luz mortuoria de la luna. Ya no
tengo la esperanza de sentir tus labios, la mordida de tus ansias y tu
chupete pretencioso, no huelo tu aliento, no saboreo tu saliva, no beso
el olor abrumador de tu vientre, no percibo ese aroma peculiar de ti,
mujer.
Y salgo a la calle convaleciendo apenas, poco a poco, la vida es
tan dura en este mundo. “voy a morir” pienso en voz alta y levanto la
vista del suelo, como si con solo eso fueras aparecer por el invoque de
mis palabras inspiradas por la fiebre las ausencias. Mis deseos de
tenerte de nuevo en mis brazos para que me dijeras con tu alegría
infantil: “yo también pero no importa, tú estás aquí conmigo”. Que
estuvieras aquí mirándome con esos ojos gatunos y esa sonrisa tuya,
tan así.
Sé que estás cerca, quitándote la vida poco a poco junto a alguien
más. Yo por mi parte he regresado a los bares y a las drogas duras, sin
esperanzas ya; y la gente me ve y murmura, y escucho historias falsas
sobre ti. “Don´t Explain” murmuro y Lady Day suelta su canción, y
esa diva me trae paz, mientras suelto otra vez mis lágrimas y aquellos
viejos recuerdos vuelven a atorar la aguja de esta vida que gira y gira.
Todo, todo a comenzar.

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Carolina. Eliana Soza Martínez

Carolina amó a los gatos desde pequeña, sentía que estos seres
le enseñaron el amor más incondicional. Era conocida en su barrio
como la loca de los gatos porque a sus cuarenta años, su única
compañía eran los más de veinte felinos con los que vivía. Las
personas solo le habían causado lágrimas y le habían hecho sentir
basura. Por eso se alejaba de ellas y prefería pasar interminables
horas al lado de sus mininos, a veces escuchando jazz o bosa nova
o simplemente hablando con ellos.
Esta última actividad era la que más disfrutaba. Aquel
lenguaje, sin palabras que interfieran con la verdadera comprensión
de los sentimientos le parecía maravillosa. Bastaba un
¡miauuuuuuu! largo de Gaspar para saber que debía alimentarlos.
Todos los bigotudos llegando, atraídos por el ¡clonc! ¡clonc! de la
comida vertida en los pequeños platos, agradecían con el ¡cronch!
¡cronch! que hacían sus pequeños hocicos masticando. Aunque
también se escuchaban los ¡grrr! ¡grrr! ¡grrr! mezclados con los
¡chisss¡ ¡chisss¡ ¡chisss¡ que anunciaban una contienda o un
malestar por varias razones, como una disputa por territorio o
porque fueron tocados sin permiso.
Después, los diminutos ¡miu! ¡miu!, que la llamaban a tomar
la siesta en el sillón más mullido de la casa, acompasada con los
¡prrr! ¡prrr! de los ronroneos. Sus días se fueron transformando así
en una existencia sin necesidad de las palabras y con el disfrute
absoluto de los ¡miauuuuuuu!, ¡miu!, pero sobre todo de los ¡prrr!
que para Carolina eran la versión musical del amor. Pronto ella
también fue pronunciándolos, como una extensión de su voz, que
cada vez se parecía más a las de sus veinte compañeros felinos.
Un día en el que ya nada más podía salir mal en el mundo
exterior porque perdió su trabajo y estaba a punto de ser desalojada
de su casa, sin darse cuenta, empezó a emitir los ¡prrr! ¡prrr! para
tranquilizarse. Al terminar una deliciosa comida, no resistió
lamerse las manos ¡lam¡ ¡lam!. Al terminar las vio convertidas en
hermosas patas esponjosas color negro lustroso. Sorprendida buscó
por toda la casa un espejo, recién fue consciente que sentía su
cuerpo más liviano. Al ver su reflejo se vio transformada en un
hermoso ejemplar felino y se relamió largamente frente a él
¡laaaaaaaammmmm! ¡laaaaaaaammmmm!
Después de unos días, ella y sus colegas mininos se dieron

22 delatripa 40. enero 2019.


cuenta que ya no tenían quién los alimente, a pesar de que
proferían insistentes ¡miauuuuuuu! ¡miauuuuuuu! Entonces
Carolina a través de varios ¡miau! ¡miau! Y oliendo a cada
uno el hocico los guio hasta otra casa, la que podrían tomar,
como lo hicieron con la que dejaban.
Al salir de aquella vivienda saltando por la ventana, la
felina Carolina escuchó un estruendoso ¡craaaash!, vio que
cayó una fotografía, trató de reconocer a quienes estaban
retratados en ella, pero los gatos tienen mala memoria así que
se fue repitiendo ¡prrr! ¡prrr! ¡prrr!

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24 delatripa 40. enero 2019.
Narradores de Zacatecas.
Cadena perpetua. Eduardo S. Rocha.

El condenado caminaba por los pasillos de la penitenciaria, dos


policías le escoltaron de camino a su celda. Tras los barrotes se divisaba
a su compañero de habitación: sobre su camastro leía un ejemplar
desgastado de la Biblia, permanecía en silencio e indiferente, como si
para él todo fuera pasajero y decidiera ignorar el mundo que le
circunda. Los gendarmes libraron al prisionero 385 de sus esposas antes
de empujarlo por el umbral de su celda. 385 vio las paredes llenas de
arañazos, maldiciones y dibujos obscenos. Hasta entonces reparó en lo
que significaba estar preso, en toda la agresión e impulsos contenidos en
ese retiro forzado, el ocio y la austeridad vueltos rutina, sin más
porvenir que el momento distante en que acabe la condena, y hasta
entonces la cuenta compulsiva hasta la llegada del fin.
Afuera se dejaba oír el coro jubiloso de «carne nueva para todos»,
una amenaza o más bien una anticipación del mal tiempo que habría de
vivir a partir de ese día. 385 se presentó frente a su compañero.
—¿Qué lees?— le dijo, aunque ya lo sabía.
No hubo respuesta y también 385 guardó silencio. Comprendió
que debía ganarse a su compañero de celda, ya que no tenía la opción
de cambiarlo. Se tiró sobre el camastro que le asignaron y dejó correr
las horas mientras permanecía inmóvil y en silencio. Si no podía
agradarle a su compañero al menos intentaría no molestarlo.
385 cumplía una cadena perpetua, jamás sería libre otra vez, el
juez y el jurado habían sido definitivos. Inclusive si él llegase a vivir
más de cien años, los pasaría allí adentro, para una vida llena de
trabajos forzados, labores automáticas y rutinarias que habrían de hacer
su condena un martirio más llevadero, como un aliciente a la demencia
de vivir días insustanciales, cada uno idéntico al anterior hasta el
absurdo.
Las páginas del libro se oían correr entre pausas de silencio
prolongado, por momentos escuchaba una lectura entre murmullos.
Cansado del ocio, 385 intentó hablarle otra vez:
—¿Entonces, te gusta leer? —Dijo, sin recibir ninguna respuesta—
yo nunca he sido muy creyente. Cuando era niño me obligaban a leer
algunas partes de la Biblia, pero eso fue hace mucho, ya no recuerdo
casi nada. No he abierto un libro en años, y nunca fui muy bueno en la
escuela. Creo que prefiero contar historias. Y a ti te gusta escucharlas,
¿verdad?
385 guardó silencio un momento para mirar a su compañero de
celda, comprobó que él aún se mantenía indiferente pero eso no lo

Enero 2019 delatripa 40 25


detuvo, y empezó a contar un relato. Con la naturalidad de un buen
orador, 385 inventó una historia sobre unos gemelos encerrados en un
cuarto.
—Los gemelos entraron a la habitación infinita, un juego de
espejos. Era una habitación cuadrada de dos metros de alto y ancho,
los muros eran blancos, en el techo había un foco de luz fría, en cada
muro había espejos de cuerpo completo colgados. Ellos se
maravillaron frente a la ilusión de estar en un espacio inmenso, lleno
de dobles que les miraban maravillados. Se perdieron en la cuenta de
reflejos y para cuando la atracción dejó de ser divertida, se dieron
cuenta de que no tenían idea de cómo salir. Pasaron horas buscando
una puerta oculta. Te imaginas la desesperación de no saber lo que
pasaba y de estar encerrado en un lugar así de chico.
Los hermanos dejaron de dar vueltas en su búsqueda de una
puerta en cuanto se resignaron a la posibilidad de que, de haber una
salida, ellos no podrían encontrarla. En su impotencia sólo podían ver
la expresión de su cara frente a los cristales, y era la misma sensación
de verse el uno al otro, rodeados de reflejos interminables, donde
estaban eternamente solos. En el techo brillaba una lámpara de luz
blanca y era lo único que podían ver para evitar caer en la locura.
Los gemelos pidieron auxilio y gritaron hasta quedarse sin voz,
golpearon las paredes hasta lastimarse las manos y romper los
cristales, todo para no tener que soportar la muchedumbre de reflejos
que los asfixiaba en ese espacio reducido. Ambos mataron el reflejo
infinito que les insinuaba estar atrapados para siempre. Entre los
cristales rotos y los muros blancos manchados de sangre esperaban
exhaustos y adoloridos, con los puños abiertos; cada uno permaneció
vencido en un rincón del cuarto, en la tarea de arrancarse cada uno de
los cristales incrustados en sus heridas. Entonces, dejaron de
preguntarse qué debían hacer para salir, y pensaron los motivos por
los que habían llegado ahí:
«Fue tu idea entrar a la caja, yo sólo entré porque tú querías ver
el juego» dijo uno de los gemelos, «si no me hubieras pedido que te
acompañara, yo habría quedado afuera y podría haberte ayudado.
Ahora estamos aquí por tu culpa».
El otro se defendió del reproche: «Tú siempre me has tenido
envidia, de haber quedado aquí solo me habrías dejado a mi suerte. Si
tú y yo llegamos juntos, nos moriremos igual».
Entonces pelearon hasta desvanecerse. Cuando por fin
recobraron la conciencia, vieron que el cuarto estaba como en un
principio: los espejos estaban completos y colgados a los muros, la
lámpara funcionaba otra vez, en los muros ya no había sangre y en el
suelo no había mierda ni orina. Los hermanos pensaron que mientras

26 delatripa 40. enero 2019.


dormían, alguien había limpiado la habitación y luego remplazó los
espejos rotos por unos nuevos. Esa idea los enfureció porque de ser
cierto, con toda malicia, los mantenían encerrados.
Los hermanos volvieron a romper los espejos, pero ya no como
mero desahogo, sólo quisieron comprobar si de nueva cuenta alguien
repararía los daños: de ser así tendría que abrirse una puerta que les
hiciera libres. Planearon fingir que dormían al mismo tiempo para
aguardar la visita de su captor.
Los hermanos esperaron con paciencia, pero adentro de la caja
no habían noches ni días, sólo una luz blanca que no dejaba de brillar.
Por segunda vez, los hermanos quedaron dormidos y al despertar
encontraron que su prisión estaba impecable, con espejos nuevos en
la pared.
En un tercer intento, los prisioneros se propusieron fingir que
dormían mientras los dos se turnaban una guardia hasta ver quién les
jugaba esa broma. De nuevo los torturó la espera. Intentaron
distraerse, cada uno divagó en lo profundo de sí, preguntándose qué
mal hizo para merecer esa condena. Cada uno desde un rincón se
encontraba absorto, hasta que se dieron cuenta: su cuarto fue
restaurado frente a sus ojos, sin que lo hayan visto venir.
Con aquel suceso, los gemelos cayeron abrumados frente a lo
inexplicable. El más listo de los dos tuvo una revelación. La
respuesta siempre había estado en esos cuatro espejos donde se
reflejaban en un caleidoscopio sin fin, porque en cada cristal estaba su
imagen reflejada, en la repetición de cada gesto y cada instante de
manera infinita. Ahí, frente a los cristales, sus rostros en pena
buscaban el final de su encierro, y siempre volvían a romperlos, como
si la única solución fuera destruirse a sí mismos. Ambos estarían ahí
lo que les restara de vida, sin importar lo que hicieran, ni romper
cristales o mantenerse despiertos les ayudaría en algo, porque la
eternidad es una prisión donde la única salida es la muerte.
Frente a los muros de espejo, los gemelos lucharon hasta que el
más afortunado cayó muerto, y a través de cada cristal podía verse
reflejada la muerte de un hombre en manos de un semejante. Cada
sobreviviente, a través del espejo, no hacía más que ver el reflejo
donde se enmarcaba a la víctima y al victimario en una historia que
empezó por un capricho que parecía divino.
La habitación infinita reproducía esa misma historia sin fin.
Rómulo y Remo luchaban en uno de los reflejos mientras, a través del
espejo, los miraba Caín y, desde las páginas del Génesis, un hombre
interrumpió su lectura sobre cómo Abel caía muerto, para acercase al
prisionero 385 y hacerlo callar.

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Narradores de Zacatecas.
Gabriela, creo que hay monstruos en la casa. Diana Laura
Ibarra Rodríguez
Siempre comienzo mis escritos cometiendo uno de los peores
pecados al escribir: con certeza. Sé quién lo leerá, sé cuándo no lo
harán y también cuento con la seguridad de lo malo que será mi texto.
Pero en este momento y hora en que lleno las líneas de mi hoja
mientras tiembla mi mano, por primera vez no sé nada. Sólo sé que
tengo miedo. Necesito que recibas esta carta, que sientas lo que yo
sufro y acudas a mí. Ya no hay sitio para el ego de escritor. Gabriela,
creo que hay monstruos en la casa.
Tengo cuatro paredes pintadas sin esfuerzo y con una evidente
falta de toque femenino que reciben en la puerta con una alfombrilla
de “Bienvenidos”. La seca guarida que me protege del mundo al cual
soy indiferente porque dentro de él, yo no importo un carajo. Estoy
casi seguro de lo que piensas en este momento; cuánto
sentimentalismo y afán de ser la víctima. Déjame contarte cómo han
ido las cosas para que me creas. Necesito que me creas, Gabrielita.
Hace poco más de tres meses comenzaron los típicos síntomas
de una casa embrujada. Al principio, yo los confundí con falta de
mantenimiento. Qué caso tenía invertir tiempo y esfuerzo en una
vieja y deteriorada casucha. Dentro de un año o menos la habría de
abandonar, bien conoces mi condición errante. Emigrar y así
intentarlo una vez más, acompañado de estos escritos que se
empolvan día con día, junto con mi sentido común.
Como buena catástrofe, inició con eventos sutiles: golpeteos en
las paredes, bajas temperaturas de forma repentina, crujidos
provenientes del techo y cosas que no permanecían en el mismo
lugar. Tienes que admitir la facilidad para relacionar cosas como estas
a mi tozudez e interés nulo con respecto a la carpintería, la
electricidad o la mecánica. Cuántas veces no te dije que le había
fallado a la masculinidad occidental. Aun así, una parte de mí sentía
que había algo raro en el ambiente cada vez que descendía la
temperatura cuando me ponía al leer; por muy torpe y distraído que
yo pueda ser, no recordaba dejar mis viniles fuera de la repisa o mis
cartuchos de tinta en el cajón contrario. Y con tantos ruidos
repentinos, hubiese creído que alguien caminaba por las escaleras si
tan sólo esta casa las tuviera.
Además de mi editor, tú estás al tanto de mi situación actual. No
he escrito nada que valga la pena en el último año y todos lo saben.
He estado luchando para conseguir espacios dónde publicar y

28 delatripa 40. enero 2019.


solamente he encontrado algo de misericordia en revistas y un par de
periódicos locales. Entre mis últimas pálidas aportaciones literarias,
surgió un cuento en el que quise experimentar un poco; ya qué carajos
podía perder. Se trataba de una viuda desesperada por contactar a su
recién difunto esposo, después de probar con miles de charlatanes
acudió a una tabla ouija. Lo consiguió y, por supuesto, no podía darle
un final feliz a esa historia. Recuerdo que me enfrasqué en detallar las
posteriores desgracias de la mujer con demasiada fuerza. Estoy
empezando a creer que lo hice tan bien, pero tan bien Gabrielita, que
ahora tienen vida las plagas malditas y son las que me acosan.
Gabriela, podría jurar que son ellos. Me cago en mí mismo.
Soy muy necio, nada nuevo. Ni los moretones y rasguños
inexplicables significaron mucho cuando aparecieron. Tengo la
costumbre de bañarme todas las mañanas y cada día encontraba una
marca distinta; en mi torso, a lo largo de mis brazos, en los muslos y
seguramente en la espalda también, pero nunca conseguí ver nada.
Las manchas moradas, o en ocasiones azul verdosas, aparecían en mis
pantorrillas y dolían cuando las presionaba. Estaba descartado el
origen a través de golpes o caídas, de cualquier forma eso no impidió
la plaga en mi piel.
El malfuncionamiento eléctrico de mi radio y del par de
lámparas de pie se lo atribuí al fenómeno del falso contacto; eran
baratijas, o eso me decía para calmar mi latente inquietud. Incluso el
gato que me visitaba, el de la vecina, ya ni siquiera pasa por aquí.
Dicen que los gatos pueden percibir a los espíritus y hasta
ahuyentarlos, pero Fidel es un gran güevón. O quizá esto es más grave
de lo que a veces pienso y, en realidad, necesitaría de todos los gatos
de la ciudad para echar a los fantasmas.
El viernes pasado supe que estaba perdido y le puse por fin
palabras al miedo. Me presenté a una reunión editorial donde propuse
varios proyectos. Previo a esta, me sentía con una terrible pesadez, el
estómago me daba vuelcos y me ardía la cara con el calor de mil
brasas. Aun dentro de mi auto impuesta tortura psicológica, fueron
horas gloriosas en las que no hubo espacio para monstruo alguno en
mi mente. No me fue del todo mal: aprobaron dos de tres. Iba camino
a casa con un optimismo prudente. Llegué. Abrí la puerta.
Apareció ante mí el rastro de un huracán categoría seis, ahí en la
sala de mi parco hogar. Un revoltijo de papeles me esperaba, mis
libros estaban tirados por toda la habitación. Lo peor fue la máquina
de escribir: intacta (o no del todo). No formaba parte del cuadro de
caos, salvo por una hoja metida en el rodillo. Gabriela, queda de más
decir que yo no la dejé así al irme. Me acerqué sin saber qué esperar,

Enero 2019 delatripa 40 29


logré ver algo tipeado en la hoja: “Por favor, continúa.” Mi
temperatura corporal descendió de súbito, me llevé las manos a la
cara y una risotada nerviosa saltó de mi boca.
¿Qué me espera si le pido ayuda a alguien que no seas tú? Un
boleto de ida sin vuelta al centro psiquiátrico; o una visita de diez
minutos auspiciada por el cura Alfonso, donde se limitará a indagar
sobre mi vida profana y a levantarme la ceja cuando le diga que nunca
hice mi primera comunión. Yo no voy a arreglar nada con agua
bendita, Gaby. Nadie me va a creer, nadie más que tú. Necesito que
alguien me crea. Estos sucesos paranormales me congelan la sangre
pero la soledad es el padre que guía este horror. No estoy loco.
Gabita, ya no puedo hacer lo mismo, no esta vez. Si huyo a
cualquier otro rincón del mundo, los fantasmas me perseguirían
metiéndose en mis maletas o los bolsillos de mi pantalón, hasta en mi
cartera. Lo sé porque ahora los siento cuando voy a tomar el autobús,
me pesa su sombra que se cierne sobre mí hasta para ir a la tienda. En
ocasiones, como un susurro o un ruido de golpe que se rompe en mi
oído. Incluso en los rostros acusadores de las personas que pasan a mi
lado: se deforman y cientos de miradas rojas chirriantes caen sobre
mí.
Todo me duele. Me duelen los huesos, la carne. No como ni
duermo, camino descalzo sobre vidrio al salir de la cama. Creo que la
última vez oriné sangre o alucino, no sé. Tampoco sé si son espíritus,
demonios, entidades irreconocibles o llana oscuridad. La
incertidumbre es rey y dentro de mi cinismo me pregunto qué es peor,
si encontrar las sillas con las patas arriba o no poderme jactar de ser
un puñetas sabelotodo.
Mujer, esto no es una licencia poética ni son figuras retóricas:
hay monstruos, espectros o poltergeists, como quieras llamarles. Las
cosas se mueven, las puertas se traban y las sombras se cuelan en mis
sueños transformándolos en pesadillas con aire de eternidad.
Ayúdame.
Tuyo, sin importar qué.
Óscar
P.D. Si no eres Gabriela Pedreño Cirerol y estás leyendo esta
carta, ten por seguro que ya no existo. Los monstruos han ganado.

30 delatripa 40. enero 2019.


Narradores de Zacatecas.
Entre el tilintilín y un orgasmo divino. Ezequiel Carlos
Campos
Es hora de levantarte. El padre, con su sotana morada, va directo a
abrir el cajón del santuario para sacar las hostias. Es hora de levantarte,
ayudarlo para que la baba no caiga y se queme por no ser todavía
bendecida. Es hora de levantarte, tu trabajo –quizá la parte más importante
aparte del tilintilín de la campana cuando la gente se hinca y pareciera
llorando– debe ser hecho. Es hora de levantarte, dirigirte al centro superior
de la iglesia, sin olvidar antes la reverencia para no verte como un niño sin
saberes. Ayudar. Cargar el artefacto –todavía no sabes ni cómo se llama–,
ver a la gente hacer una fila eterna. Antes levantarte, caminar con lentitud
porque la rapidez en el santuario significa la impaciencia, formarte sin
siquiera mirar si delante de uno están dos, diez o cincuenta personas. Es
hora de cargar y esperar, escuchar el cuerpo de cristo y los amenes de la
gente. Fijarte que las bocas dicen más de lo que aparentan, verles las caras,
los gestos, los dientes, observar a la gente de manera fija, sin siquiera saber
lo que estás haciendo. Un diálogo no dicho: espero que mi padre se cure
pronto para que pueda estar de nuevo con mi luisito; esa mujer se ve
completamente dolorida, no sé por qué a veces la gente, en vez de estar
donde debe, vienen acá esperando el milagro; dios, ayuda a que mi hijo
pueda pasar el examen; no seas malito, señor, échame una mano para
conseguir la chamba; ese señor ni siquiera puso nada para la propina y
todavía viene a comer de a gratis; no olvides que mañana es mi
cumpleaños, jesucito, ayúdanos a sacar las deudas que tenemos mis hijas y
yo; esa viejita qué feos dientes tiene, mira nomás, parecen líneas delgadas,
afiladas, donde el aire ha de pasar mejor que en una ventana abierta… no
quiero imaginar cómo ha de hablar, yo creo todo el espacio entre sus
dientes ni siquiera deja formar las palabras; quisiera que mis padres
pudieran estar juntos de nuevo, no quiero que se sigan peleando; ese
morrito qué, ni siquiera tiene edad suficiente para entrar a la dulcería de
doña juana para comprar chocolates y ando comulgando. El cuerpo de
cristo. Amén. Amén. Amén. Y voltear, ver a la gente de nuevo, pensar que
sólo han pasado algunas cuantas, faltan todavía muchos minutos para
volverte a sentar y que la misa acabe, puedas jugar xbox, después buscar a
la chichona de la otra vez en las páginas negras de internet. Todos los que
no se pararon a recibir la hostia platican o giran la cabeza como no
queriendo encontrarse a la suegra o al cobrador: mira nomás el vestido feo
de esa señora, ¿no tendrá vergüenza?; ay, cabrón, mira el culote de aquella
de negro, ay, güey, si fuera mi amante ahorita la tendría de perrito; pinches
ventanales están bien chidos, parece que el jesús la neta sí le sufrió un

Enero 2019 delatripa 40 31


putero por nuestras mamadas… el tiempo que se tardarían para hacerlos, y
qué digo el tiempo, el dinero que se gastó diosito para hacer esas cosas, vedá
mi juan; el monaguillo está bien drogado, parece que se queda viendo como si
estuviera en una existencia divina, ja, ja, ja, lo que hace rezarle a los santitos
todos los malditos días; esa morrita ta' bien güena, la canija, ya me imagino su
culito con granitos y sus tetitas con pezoncitos rositas, perfectos para
morderlos de poquito a poquito y chuparlos como una paleta gudupop. El
cuerpo de cristo. Amén. Amén. La gente ya está llegando para la otra misa, y
tú pensando qué chido, ya esta es tu última, porque qué martirio aguantar otra
vez lo mismo. Odiar a tu madre por haberte metido en esto: vas a entrar de
monaguillo en la iglesia, ya le dije al padre joaquín; pero no, mamá, no
manches, yo tengo cosas que hacer, mis amigos y yo jugamos el domingo y tú
me quieres quitar mi única diversión; eso te pasa por burro, si no hubieras
reprobado mate, español, biología, química, y ya no sé cuáles más, si hubieras
sido más precavido ahora estarías hasta con novia, pero no. No lo veas como
un castigo, sino como una revelación, a ver si así te vuelves más santo, menos
grosero y burro, a ver si dios nos ayuda a que seas un niño de bien; no digas
ahora esas cosas porque la verdad yo sí soy bueno, voy por las tortillas, te
lavo los trastes, hasta te doy masajes en los pies cuando te duelen; irás a ver
cómo se le hace, para que el domingo ya estés todo bonito, peinadito, tocando
el tilintilín de la campana. Seguir viendo la fila enorme, cien personas
formadas esperando la hostia. El cuerpo de cristo. Amén. Escuchar que el
padre dice: vamos, vamos, avancen más rápido, que el otro padre se va a
enojar si no termino la misa tres minutos antes de que empiece la otra; que mi
hijo en los iunáites esté bien, que siga teniendo trabajo para que sigamos
viendo, mínimo, el futbol por la pantalla; que mi mami no me mate cuando le
diga que el chuy me embarazó; que de ahora en adelante, lo prometo, ya no
robaré en las casas, lo prometo por tu santo vientre, virgencita; que el
próximo año pueda acabar la tesis y pueda conseguir trabajo, no seas gacho
diosito; que vamos, vamos, ya avancen; que te debo mi vida a ti, sólo a ti, por
crearme y hacer de este mundo el mejor de los mundos; que vamos, vamos,
que ya se me acaban las hostias. El cuerpo de cristo. Y parpadear, pensar que
una eternidad divina te envolvió, como si una ráfaga de viento entrara por tus
vellos de la piel, sentir un mini orgasmo general, despertarte de un letargo.
Ver al padre subir las escaleras para guardar la copa de hostias. Mirar el reloj,
percibir que sólo pasaron cinco minutos. Y que te irás ya casi casi a tu casa a
jugar y ver porno. La otra semana ya no regresarás a la misa, a huevo. Hacerte
el enfermo y, si es posible, cortarte con un vidrio la mano, decir que tienes
tétanos. Tocar el tilintilín en tu mente, observar que la gente se empieza a ir.
Otras a entrar, sentarse. Y al padre dirigirse contigo: te quedas a la otra.
Amén.

32 delatripa 40. enero 2019.


Narradores de Zacatecas.
Una noche en Las Palmas. Ángel Emiliano

El Jorge no se metió en esas cosas por necesidad. Su familia era


humilde pero nunca lo vi pepenando zapatos o las botas piteadas a las
que tanto gusto les tenía; ni tampoco educación, aunque él se rehusó
a ella. Lo suyo fue más una desidia por el sudor en la frente y, bueno,
en todos lados, al estar amansando a los potrillos de su tío Eusebio
por cuatrocientos pesos a la semana. Y es que siempre fue de fiestas,
y con cuatrocientos pesos a la semana no ajustaba ni las dos botellas
que solía aguantar él solo. Me acuerdo porque yo lo acompañaba a
Las Palmas cada que me convidaba un trago. Veníamos y nos
embelesábamos con las putas, luego casi siempre las veíamos
abandonar sus bailes y desaparecer junto a otros hombres, cuando se
metían a esos cuartos de hasta el fondo cubiertos por cortinas de
lentejuelas azules que caían desde el dintel, donde las luces exóticas
del congal se podían ver reflejadas y bailando al momento de que
alguien las corría para entrar.
Yo jamás entré ni tuve ganas, pero Jorge sí; y no sólo le vi
ganas, también llegué a notarle un como coraje, un coraje que
gesticulaba e irradiaba de sus ojos cada que las cortinas de las
lentejuelas se corrían. Por su forma de hablar de aquello, fue
entiendo que era la ambición, y no el deseo, lo que poseía a Jorge. Él
se sentía excluido de ese mundo de jolgorio que sólo está al alcance
del dinero. Me lo dijo muchas veces.
Más decía querer a Polét, o Rubí, que era el nombre con que
según las gentes había sido rebautizada por el padrote. Era la
preferida de la concurrencia. No muchos se le acercaban, sin
embargo, porque siempre estaba en la eterna y solvente compañía de
un güero ojeroso y destrampado. Quizá por eso los ojos de mi amigo
se volvían como carbones agrietados desde los que se asomaba un
gran fuego.
Una vez me confesó que le gustaba la Polét. Me dijo que sólo
por ella frecuentaba Las Palmas, que se enfurecía al verla irse con el
güero del tatuaje de la Santa Muerte en la nuca y, también, que ya no
quería seguir trabajando con su tío Eusebio, que porque con
cuatrocientos pesos a la semana «no se puede pagar ni media hora de
quereres». Esa noche estábamos en el rancho de don Eusebio,
acomodados en unas sillas de mimbre que sacó a la terracería donde
trabajaba a los potros. Olía a caballos, a caca de caballo y a tierra
mojada. A lo lejos se vislumbraba lo que era la ciudad. Nos gustaba

Enero 2019 delatripa 40 33


mirarla cuando el horizonte se perdía en la noche y no se distinguía el cielo
de la tierra; de más chicos pensábamos que la ciudad era sólo un puñado de
estrellas. Recuerdo que queríamos ir a sortearnos la vida de campo allá al
resplandor, empujados por el a mi viejo le va muy bien, dice doña Clarita que
sus hijos rápido se acomodaron, Pancho el de la ferretería se fue con cien
pesos y regresa con novecientos cada fin de semana…; los murmullos del
pueblo que llegaban a nosotros como promesas. Pero ya no hablábamos
mucho de salir de aquí. Nos habíamos enraizado en la simpleza de la
costumbre y en la apatía de buscar un sueño cuando la realidad ya nos tenía
más o menos acomodados. O eso había sido con ambos antes de que
conociera a Polét, mucho antes de que se diera cuenta de que con
cuatrocientos pesos no se ajusta nada y todavía más antes de que le viera
borbotear el coraje por los ojos.
Mi papá, que era capataz, me pidió una tarde que lo ayudara a juntar
doscientas cabezas de ganado a este otro lado del Lago de los Patos, porque
eran las que iban a comprarle a su patrón. Después de que lo hiciera me
pagaría cien pesos, y como era día en que Jorge me invitaba a Las Palmas,
pensé que con ese dinerito podría contribuir para que le quedara más cerca,
siquiera, la media hora de quereres, o lo que era lo mismo luego de que me
explicara, alguno de los cuartos con cortinas de lentejuela, donde, ya una vez
pagado, tenía uno la libertad de meterse junto a la mujer que más se le
antojara.
Ensillé una yegua vieja que llamábamos la Arisca. Entretenido,
acarreaba a las reses a punta de patadas, y en mi ajetreo las correteé hasta que
la tarde se desbordó sobre el extenso llano crepuscular.
Horas después, Jorge tocó a mi puerta. Sin embargo no le mostré ni el
billete. No porque me hubiera arrepentido, sino porque no fue necesario, y
hasta me habría dado pena enseñárselo. Pasó por mí a la hora acostumbrada,
pero no a pie ni solo. Venía, y se me hizo raro, con el güero del tatuaje de la
Santa Muerte; bien compas, bien amigos de toda la vida, joviales, medio
borrachos y en carro. «Cabrón, súbete. ¿Qué te esperas, mi Samuel?» No dije
palabra y me subí.
Me iba aclarando cómo se hizo amigo del güero. Según esto, el
miércoles Jorge regresaba de con su tío Eusebio ya entrada la noche,
encabronado, además, porque tuvieron que desocuparlo y sólo le pagaron la
mitad de la semana. «Arrugué el billete frente a sus ojos, para que entendiera
la miseria». Minutos después, ya por su barrio se topó con Pillo —como
presentó más tarde al güero—, que andaba acompañado por otros tres. Que
en ese momento lo agarró la rabia, que «no me importó el número de
cabrones», que se acercó a decirle que se fuera aplacando con la Polét y que
luego todos se rieron, que «tienes valor, hijo de la chingada. No sé quién
pinches sea Polét, pero sobres, date, es tuya». Y que después de que Jorge se
aplacara, uno de tantos le gritó «ven, güey, como que nos vas gustando pa'
esto y lo otro». Ya de esto y lo otro dijo que me platicaba otro día.

34 delatripa 40. enero 2019.


Antes de llegar a Las Palmas, Pillo se detuvo en un local que
desconocí. Jorge me dijo «aquí me esperas, no nos vamos a tardar», y no se
tardaron.
Bajamos del carro y quién sabe qué tanto habló Pillo con los
cadeneros. Nos volteó a ver y con un movimiento de la cabeza sugirió que
entráramos, cosa que se me hizo extraña, porque los cadeneros del congal
siempre habían sido rigurosos a la hora de cobrar y esculcarnos. Esa noche
entramos así nomás, y hasta nos dijeron pásenla bien, disfruten, e incluso me
tocaron unas palmadas en el hombro, como si de repente nos hubiéramos
engalanado con un perfil de importancia o de grandes señores. «¿Qué se te
antoja tomar?», me preguntó Jorge; yo con humildad pregunté que si no
tomaríamos lo de siempre y contestó que me fuera haciendo a la idea de que
el siempre se nos había acabado. Luego no volvió a preguntarme nada, llamó
a un mesero y pidió dos servicios: dos botellas de tequila, refrescos, aguas
minerales y una cajetilla de cigarros que se le ocurrió pedir a último
momento. El Jorge no fumaba, pero después de verlo derrochar dinero como
nunca en la vida lo vi hacer, la cajetilla de cigarros no me pareció tanto una
prueba de su pudiente condición como sí un detalle, amistoso, que me
demostraba en su voluptuosidad que estaba en deuda con mi compañía.
Para cuando me di cuenta Pillo ya no andaba con nosotros. «Se metió
allá pa' los cuartos esos, yo ahorita voy a irme con Polét, pero no te dejo
solo, mi Samuel, ¿cuál de todas te gusta?». Ni siquiera esperó mi respuesta.
Una vitalidad que desconocí en él, una euforia que no entendía de razones,
parecía fundir las luces con las que antes, con remordimiento y coraje,
juzgaba al mundo.
Chifló, llamando a uno de los meseros. «Tráele a la morenita de tanga
negra, que no lo quiero dejar aquí todo triste». De su cartera sacó mil pesos,
«ésos son para ti; tómatelos, cómetelos, invítale algo; ya puedes también
entrar acá a los cuartos, tú nomás dile cuando quieras». No alcancé ni a
decirle gracias, sólo vi que Polét lo abrazó por detrás, llevándoselo. Luego la
luz se reflejó en las lentejuelas azules al tiempo en que la morena que me
mandaron se acercaba. De vez en vez dejaba de verla, y por el arco que se
formaba entre sus piernas, y parecía que el sexo le brillaba pero no, veía las
cortinas de lentejuela azul; no sé por qué entonces me dio la impresión de
que amurallaban algún otro secreto.
Me serví un vaso de tequila, sin nada, como los tomábamos antes. La
morena bailaba, pero mi atención seguía esquivándola. En eso vi que dos
hombres sacaban a Pillo de uno de los cuartos y lo llevaban para afuera del
congal. Otros dos se metieron en el que pensé estaba Jorge, después sólo oí
un grito como el de las mujeres que se quedan solas y retaqué para mi casa.
Tras ese día no volví a Las Palmas y Jorge no volvió a buscarme. A veces
quiero creer que le va bien en la ciudad, que se fue realizado, con Polét, sin
ganas de volver otra noche a Las Palmas. Es lo que quiero creer.

Enero 2019 delatripa 40 35


Narradores de Zacatecas.
El hombre que casi conoció a David Foster Wallace. Alberto
Avendaño
El hombre que comenzó a sospechar que estaba hecho de cristal. Año de la
hamburguesa Whopper. Latrodectus Mactans Productions. Crosgrov Watt, Gerhardt
Schtitt, 35 mm;21 minutos; blanco y negro; sonora. Un hombre sometido a una intensa
psicoterapia descubre que para los demás es frágil, vacuo y transparente y se vuelve
trascendentalmente iluminado o esquizofrénico.
CARTUCHO INTERLACE TELENT. N.° 357-59-90.
David Foster Wallace

Supe de un sujeto que presumía, no, juraba, que comenzó a


sospechar que estaba hecho de cristal. Asistía a reuniones de AA, aun
sin creer en la mecánica estúpida de los centros de AA, subió a la
tribuna y contó una historia nada relacionada con su caso de
alcoholismo, o con el hecho de suponer-jurar que estaba hecho de
cristal. Una historia algo peculiar sobre un hombre que un día
despertó y se dio cuenta de que perdió el sentido del olfato, cosa que
atribuyó a un resfriado, así que no le tomó mucha importancia. Pero
pasaron los días y seguía sin olfatear y, no sólo eso, también había
perdido la voz. Por más que intentaba producir el mínimo sonido
gutural no pudo. Preocupado acudió al médico, con ayuda de lápiz y
papel logró comunicarse. Pero el médico no supo qué era lo que
padecía, así que programó una cita para dentro de unos días con un
especialista(?). El sujeto regresó a casa, tomó una ducha, después
encendió un cigarro e intentó relajarse. Estuvo leyendo un rato un
libro de Kierkegaard, al terminar lavó su rostro y fue a la cama. Soñó
con una voz que se presentó como la nada creadora, una voz
profunda, hermosa, que le recitaba: buenas noches hermosa, que
sueñes con demonios, con cucarachas blancas y que veas las cuencas
de la muerte mirándote con mis ojos en llamas y que no sea un
sueño. Era un sueño recitándole otro sueño, un sueño, un sueño.
Al despertar quiso encender la radio y escuchar algo de Chet
Baker, con frecuencia transmitían Almost blue unos minutos después
de su hora habitual de despertar. No había sonido de ningún tipo,
rompió platos, quebró vidrios, destruyó muebles, pero todo fue inútil,
el sonido se fue. Desesperado regresó al médico, tenía que atenderlo
de urgencia, ahora era sordo también(!). El médico le explicó, de
manera escrita, que habría que esperar unos días más para poder
acudir al especialista, así que regresó a casa enojado, deprimido,
frustrado. Lloró por horas, hasta que se quedó dormido (lugar
común), dormía y soñaba que no tenía sentido del gusto, sus papilas
gustativas eran cosa inútil, no más pizza, postres, bebidas, todo era lo

36 delatripa 40. enero 2019.


mismo, una insípida nada sin sentido. Dentro del sueño decidió tomar
otro sueño a causa de su depresión, y ya entrado en el siguiente
sueño, en un profundo estado REM, soñaba con no sólo haber
perdido los sentidos ya mencionados, ahora también era ciego. ¿Era
un ser vivo acaso? ¿Una conciencia, un ente? Creía ser, así como la
nada posee la condición de nadear, un algo, ¿el tiempo no es?, y ¿si
era tiempo? Nunca despertó, pero descubrió que él fue la voz, la del
primer sueño, hablando para sí. Las pirámides fueron materiales tipos
solos, señales exteriores de las que, dimensiones interiores, especies
son del alma intencionales: que como sube en piramidal punta al
Cielo la ambiciosa llama ardiente, así la humana mente su figura
trasunta, y a la Causa Primera siempre aspira –céntrico punto donde
recta tira la línea, si ya no circunferencia, que contiene, infinita, toda
esencia.
Aquel disparate me hizo recordar la ocasión aquella, en otro
tiempo, en que escuché por allí, tal vez en el transporte público, la
historia de un hombre agorafóbico y cleptómano, vaya usted a
imaginar qué desgracia tan grande. Pero volviendo al hombre que
sospechaba que estaba hecho de cristal, le contaré un secreto, ese
hombre soy yo. Todo comenzó cuando, en tiempos lejanos, me
dedicaba, más por afición que por profesión, a la crítica de cine. Una
locura realmente, verse reflejado a sí mismo, analizando cada uno de
sus actos en la pantalla grande. Pero qué tremenda putada. Todo esto
se lo cuento a usted por la confianza que nos hemos liado a lo largo
de este libro que yo, el autor, un poco perro, un poco loco, le pongo
en sus manos, espero le agrade, o desagrade (ya será ganancia que le
haga sentir algo).

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Narradores de Zacatecas.
Mala memoria. Humberto Mayorga Teyes.
Todavía recuerdo la noche que me mataron. Yo no tengo la
culpa, les dije. Mi carnal es el que anda metido en esos negocios, por
su madrecita santa, no me hagan nada. No tengo la culpa, mi jefa le
había dicho a mi carnal que se aplacara que no le hacía que fuéramos
pobres y nos durmiéramos en un catre. El Brandon no hizo caso. Era
avaricioso y le gustaba el chupe y otras pendejadas. Desde morrillo
nos echaba la culpa de todo, de veritas, yo no fui, váyanse, llévense
mi cartera es todo con lo que cargo
Cabrones, hijos de la verga, no hicieron ni tantito caso. Primero
me sacaron el aire de un madrazo en la panza. Me dejaron todo
ensangrentado, allí tirado como perro callejero. Mi morrita toda
asustada se me quedaba viendo. Eso fue un avisito, cabrón. Te dije
que te íbamos a partir tu madre hijo de la chingada, me gritaron
desde un carro con vidrios polarizados.
Escuché el primer disparo y me subieron a la fuerza. No puse
resistencia. Yo no fui camaradas, fue El Brandon, ya te había dicho
que me confunden, él yo somos gemelos, me están apañando sin
motivos, por vida de Dios que me confunden. Él es la hierba mala de
la familia, neta que les digo la verdad.
Les habían robado cinco kilitos de la buena, sus motivos tenían
para estar encabronados. Ya déjenme, yo no voy a pagar por ese mal
nacido. La primera puñalada fue en el estómago, sentí que la tierra se
venía encima, puse la mano sobre el agujero que me hicieron, la
sangre se me escapaba entre las manos. Mételo a la cajuela al culero,
gritaba uno de ellos, que se le quite lo bocón y pinche ratero.
Después de traquetearme por los barrios, me bajaron a rastras.
Todavía pude gritarles: por su jefecita santa no me maten. Por vida de
Dios que se equivocan, fue El Brandon, me confunden.
Me pusieron de rodillas cerca de un lote baldío y pude ver una
cuarenta y cinco con la que me apuntaron, bien que conocía esos
juguetes.
Cuando éramos mocosos estábamos más jodidos, mi jefa lavaba
y planchaba ajeno, ya saben, una de tantas jainitas que dejan
embarazadas y luego uno ni sabe quién es su progenitor. El Brandon
siempre fue más canijo, nunca le gustó la escuela y tampoco había
con qué pagarla. Estaba muy lejos del barrio. A penas si
alcanzábamos a comer una vez al día pepenando basura. El Brandon
tenía mucha inteligencia, si aprendió a leer y le gustaba harto. Hasta

38 delatripa 40. enero 2019.


pintaba. Un tiempo vendió cosas en la calle pero era poco lo que
sacaba. El enojo que traía por dentro tenía que sacarlo de otra forma.
Alguien le descubrió otros talentos, una vez le quiso robar la
cartera a un catrincillo, alguien lo cachó y huyó antes de que lo
pescaran. Dicen que el asesino siempre vuelve al lugar del crimen.
Mi carnal regresó a vender sus pinturas pero el mismo tipo que lo vio
lo estaba adiestrando en el arte del robo, luego se hizo halcón y así
fue subiendo. ¿A quién no le gusta el dinero? Más cuando las tripas
se comen unas a otras.
No me maten, yo no fui. Ni siquiera me doy cuenta de a qué
horas llega o se va de la casa. Mi jefa nomás le echa la bendición, yo
soy bien decente. Lo más que me he llegado a robar son unas
cervezas de la tiendita. Ya verán que su mercancía aparece. El día
que dice que le robaron mi carnal ni llegó a dormir a la casa, fíjese
bien yo no soy el que busca, les repetía muchas veces mientras
recibía otra puñalada cerquita del corazón. De todos modos hasta
aquí legaste pendejito, ya no te hagas el baboso.
Caí de frente, con los brazos extendidos. Sentí dos punzadas que
atravesaron mi espalda. Ya no me pude mover. Se me vinieron los
recuerdos de lo chemo que fui y la mercancía que me había metido
en tantos años. Ya no sabía ni mi nombre, pobre de la jefa, se
asustaba cada que la agarraba del cuello y se me salía el chamuco.
Siempre batalló conmigo, estás solito en el mundo, hijo, me decía
con lagrimones en sus ojos. A veces se me aparecía entre la neblina
de la madrugada. Ella se murió cuando yo tenía diez años, de allí pal
real aprendía moverme sólo. Dicen que tuve un hermano, nomás que
se petatió al nacer. Cuando nacimos él ya no respiraba, a lo mejor yo
me eché. Desde allí aprendí a sobrevivir como en la ley de la selva:
mi vida o la del otro.
El día en que me mataron no tenía ya salida, qué podía hacer
con una fusca en la frente y dos piquetes bien acomodados. Qué mal
se siente ser objeto, cualquier cosa en el basurero, entre la pestilencia
y los desechos del mundo. Allí mero fui a parar. Me dieron el tiro de
gracias al aventarme a ese lugar.
Aquí está mi cuerpo, sin vida, porque yo no llamo vida a la
caridad que me da la gente por no poderme mover, ni nada. Con estos
fantasmas en la cabeza y los recuerdos reales que a veces llegan
tengo suficiente para sentirme acompañado y esperar… esperar que
de veritas llegue alguien que me haga el favor de matarme por
segunda vez.

Enero 2019 delatripa 40 39


Narradores de Zacatecas.
Tras ellos. Joselo G. Ramos.

La última vez que lo vi fue corriendo tras el mastín y perdiéndose en un


zigzaguear de árboles. Dejamos la búsqueda en el parque hasta el anochecer,
luego intentamos en casa con la esperanza de que el perro lo hubiera
arrastrado hasta allá. Como un desesperado recurso arranqué las sábanas
porque creí poder encontrarlo bajo ellas. Telefoneamos a nuestros familiares
para alertarlos, tal vez, cansado de seguir a su mascota, tuvo la ingenua
intención de buscar refugio con alguno de sus tíos. Rondamos en cada
domicilio de sus compañeros del colegio, pero de todos salimos llenos de té y
con lágrimas secas. Esa madrugada, la policía ya estaba realizando su trabajo
tanto en el parque como en zonas aledañas y todo sitio probable donde haya
podido llegar un niño de cinco años. Cuando revisaron las cámaras de
seguridad tuve un gran alivio al verlo otra vez, pero fue cuestión de segundos
para que desapareciera en los árboles, un punto donde no tocaba ninguna
mirada. A los cuatro meses todos perdieron el interés, yo era la única que,
fingiendo no haber caído en la locura, miraba de reojo el pasar de algún perro
en la calle para vislumbrar detrás a mi hijo.
Cuando comencé a generarle repulsión a los perros, mi marido decidió
adoptar otro de diferente raza para que la nostalgia y el enojo no se hicieran
tan presentes. No niego que el animal era bastante agradable, parecía entender
mi situación porque cada vez que me iba bajo los recuerdos al ver su
habitación o su ropa, el cachorro subía a mi regazo dándome una especie de
consuelo y reposo necesarios. Pronto comprendí que ellos no eran los
culpables, sólo fue un mero accidente. Creo que mi odio se dirigió hacia las
personas interesadas en arrebatarte a quienes amas. Incluso pasé un tiempo
investigando sobre redes delictivas que se dedicaban a la trata de blancas,
enviaba mis resultados a la policía nada más para ser ignorada. Olvidé el
asunto al poco tiempo de entrar a terapia, tenía que dejarlo pasar,
reconfortarme con otras actividades, finalmente la vida continuaba. Justo
cuando el infierno estaba desvaneciéndose, una tarde decidí salir a visitar una
vieja amiga, había olvidado pasear al perro y, temiendo a que se orinara en mi
habitación como solía hacerlo, llamé a mi padre para que lo sacara. Tampoco
volvimos a verlos.
Fue la misma tortura y cansancio con los intentos en dar con él, cada día
se anunciaba mi pérdida de cordura, como si ella también se hubiera
esfumado persiguiendo a un mastín o un pastor inglés. Reconozco que me
volví insoportable, aunque no estaba demás, dos desapariciones en menos de
un año hasta causaron sospechas sobre nosotros. Sé que mi esposo mantenía
la calma porque al menos podía distraerse en su trabajo, yo era quien

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esperaba sentada junto al teléfono para escuchar un “los encontramos”.
Mientras estaba ahogada en un mar de incertidumbre, encerrada y a la espera
de algo, él se ausentaba durante todo el día, llegaba hasta las dos de la
mañana sólo para ducharse y meterse a la cama. Despertaba lo más temprano
posible para evitarme, incluso había días que prefirió dormir en el sofá. Los
dos nos encontrábamos muy ocupados en nuestro duelo individual, hasta ese
momento cuando me percaté que llevaba poco menos de dos semanas sin
venir a casa. Una mañana fui a su trabajo sólo para enterarme que había
renunciado y que, según el falso apoyo que me dio su secretaria, él se había
escapado con una perra.
La culpa no es mía, creo que lo fue hace seis años en el cine cuando
perdimos a nuestro primer hijo, apenas un retoño. Acepto que cubrí con mi
mano casi toda su carita para aminorar el llanto y no molestar tanto a los
otros espectadores, pero nadie me creyó lo del hombre de aspecto andariego,
ni lo de la fuerza desmedida que sentía en mis dedos y palmas, más bien era
como si alguien me hubiera ayudado a presionar. Ahora que todo aquello
quedó como una cruel anécdota y han pasado los años suficientes para
reformarme, decidí empezarlo todo otra vez volviendo a casarme. Desde que
me encontré en la calle con ese exnovio de la preparatoria con el que juré
amor eterno, no dejamos de vernos y fue como terminamos en el altar. Nos
mudamos a una casa bellísima de tres pisos y con una terraza donde
quisiéramos pasar el día completo. También, comprendiendo mi situación y
mal estado de salud, decidimos adoptar a una pequeña de tres años. No se
parecía en nada a nosotros, era rubia, de ojos azules y tenía pecas sobre las
mejillas. Creo que era divertido cómo nos veía la gente ante la notoria
adopción. También compramos un gato.
La imagen diaria era como una postal de propaganda cristiana, una
familia pasando la tarde en una hermosa terraza. Mientras mi hija jugaba con
el algodonado felino, mi esposo estaba leyendo el periódico y yo bebía una
taza de té frío, todo marchando a la perfección. O ya me había acostumbrado
a la desgracia o el exceso de felicidad y la vida cotidiana no iban conmigo,
mi vida no era un cuento feliz ni quería que lo fuera, por eso tenía unas ganas
enormes de reventar la taza en la cabeza de mi marido, luego tomar a la niña
y al gato para ahogarlos juntos en la bañera. Justo cuando caí en cuenta del
pensamiento repentino que llegó como un susurro a mi oído, me solté a
llorar, pronto me vi abrazada. El consuelo me estaba ayudando, ambos
llegamos a abstraernos de lo que pasaba en ese momento. Por eso, con la
neblina que hacían las lágrimas en mis ojos, no pude distinguir la figura
sobre la pequeña barda que evitaba una caída. El gato caminaba sobre la
orilla y mi hija de algún modo subió para seguirlo; cuando mi esposo volteó,
el animal ya iba hacia el precipicio, corrió para seguir a nuestra hija que ya
iba tras el felino. Sólo fui a ver, con borrosidad de lágrimas, el resultado.

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Narradores de Zacatecas.
Revolución en la cocina. Vianney Carrera.

Se dio cuenta de su desventaja después de tres años de estar


viviendo con ella. La primera vez que se empezó a cuestionar fue
cuando vio un documental, luego, investigó en la web durante meses
sobre el tema. Y concluyó (tras varias crisis existenciales) que desde
tiempos remotos, las mujeres controlaban a sus compañeros por
debajo del agua. La prueba está en que fueron y siguen siendo las
musas de las artes. Ahora en pleno siglo XXI, su manipulación es
agresiva y precoz en comparación a épocas anteriores. Él no veía esto
como un problema, la verdadera cuestión es que fueron apoderándose
del mundo de manera sutil. Primero, hicieron que las leyes les dieran
más ventaja, luego tomaron control sobre los medios de
comunicación, los comerciales, las ventas, los gobiernos y los
deportes y al final se convirtieron en dueñas del sueldo de sus esposos.
Era imposible no estar bajo su hipnosis.
Pensó en su esposa. En las veces que Tamara se ponía triste y le
compraba algo, cuando discutían por culpa de ella y al final él siempre
terminaba pidiéndole perdón. Incluso cuando eran novios, en todas las
salidas él pagó la cuenta y la consentía con dulces, regalos, joyas y
flores. Ubaldo temía que en un futuro los hombres fueran rezagados.
Eran tantas ideas en su cabeza que ya no aguantó más. Una noche, se
armó de valor para hablar con su esposa sobre sus dudas. Tenía miedo
de que se burlara, pero no podía hacerlo con alguien más, era un
hombre solitario.
Se sentó en el comedor. Tamara lavaba los trastes, sólo se
escuchaba como el agua caía y ni siquiera lo volteó a ver. Él dijo:
—Está bonita la noche ¿no?
La mujer fregó un plato y vio la ventana.
—Sí, querido —contestó.
—¿Mañana vas a ir a trabajar?
—Sí. Recuerda que es trabajo extra y me pagarán doble.
Ubaldo empezó a juguetear con la sal y el servilletero. Quería
preguntarle sus inquietudes pero no se atrevía. Sólo se escuchaba
como ella seguía fregando los trastes y el choque del vidrio del salero
contra la mesa. Dejó la sal. Respiró hondo y dijo:
—Tamara…
Ella cerró la lleve. Volteó a verlo. Lo miró con ojos profundos,
en cambio él tragó saliva:
—¿Es cierto que las mujeres dominan al mundo?

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Una juguetona risa de parte de su mujer hizo que se sintiera más
nervioso:
—No creo. Vivimos en una sociedad llena de prejuicios. ¿Por qué
me preguntas eso? —dijo levantando una ceja mientras cruzaba los
brazos.
—Es que…estuve investigando sobre el tema.
—¿Qué tema?
—Sobre las mujeres, acerca de cómo funcionaba su papel en la
vida, cómo vivieron a través de los siglos, incluso cómo funcionaba su
cerebro a comparación con el de los hombres.
—¿Y luego? —dijo con tono conmovedor, mientras se sentaba
delante de él.
Ubaldo volvió a tragar saliva. No sabía si su mujer estaba enojada,
impaciente, sarcástica o tal vez interesada por lo que tenía que decirle,
habló con los labios resecos:
—Me di cuenta de que saben cómo manipular el mundo para tener
lo que quieren.
Ella sólo lo veía, habló tranquila:
—Sí querido, así somos las mujeres.
Él estaba sorprendido. Tamara le había confirmado su inquietud.
—¿Qué más tienes que decir? —le preguntó.
—Entonces es verdad que no existe una verdadera igualdad,
siempre tienen que tener la razón. Incluso las leyes están a su favor. Por
ejemplo, si yo te golpeara, me meterían a la cárcel. Si tú lo hicieras y te
denunciara, se burlarían de mí. O también si yo te mantengo es
perfecto, pero si tú me mantienes yo sería para todo el mundo un bueno
para nada y tú una mujer luchadora de vida.
—Es a lo que me refería con que aún hay muchos prejuicios,
querido. Pero creo que es lo justo. Antes las mujeres no tenían voz ni
voto, ahora lo tenemos y merecemos un reconocimiento porque es un
logro.
—¿Tú crees que es un logro? Eso no es justo para ti ni para
ninguna mujer que vive ahora. Eso hubiera sido justo para las mujeres
que vivieron siglos atrás. Incluso para tú abuela. No para ti, tú no has
sufrido discriminación y puedes hacer lo que se te dé la gana.
—Claro que he sufrido discriminación, recuerda el trabajo pasado
cuando mi jefe se me insinuó. Tuve que dejar mi empleo.
—Pues yo también la sufro. ¿Recuerdas cuando no me aceptaron
de maestro en el colegio de niñas porque los padres desconfiaban de
mí?
Tamara guardó silencio. En cambio, Ubaldo sintió un peso menos,
incluso su cuerpo estaba más ligero. Continuó:
—Siempre quieren llevar la contraria. Yo no sé por qué se siguen
quejando que no tienen los mismos derechos que los hombres si

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manejan nuestras vidas. ¡Ustedes sólo quieren opinar y victimizarse
para obtener beneficios! ¡Por Dios! ¿Acaso lo demás hombres no se dan
cuenta de eso? ¡Hemos sido manipulados siempre! En la antigüedad tal
vez las féminas no tenían voz ni voto, pero eran las que inspiraban la
mayor parte del arte, o también eran las causantes de muchas guerras
que se dieron en aquella época. El hombre trabaja no para mantenerse,
si no para mantener una mujer. El hombre quiere una mujer para
descendencia y la mujer quiere a un hombre para sobrevivir y
mantenerse. Son las amas de la casa, las reinas y las supremas
emperatrices. Tan es así que todos felicitan más a mamá que a papá en
su día. ¡Se han vuelto intocables! Si un hombre ve a una mujer y está
vestida provocativamente, nosotros somos los cerdos. ¿No saben acaso
las mujeres que entre más carne enseñen más llamarán la atención?
—Querido —Interrumpió —a las mujeres que visten provocativas
se les considera vulgares. Además, ellas no se visten para ustedes.
—¿O sea que si yo quiero salir en calzones también voy a ser
vulgar? ¡Es lo mismo! Dicen que traen mini faldas porque disque hace
calor cuando su ropa es más ligera, cómoda y fresca en comparación a
la de un hombre. ¡Mi ropa es gruesa, pesada y afuera hace un calor de
los mil demonios y no me quejo! ¡Obviamente voy a vestirme para que
me vean, Tamara! ¡No voy a ir a una junta de trabajo con los pantalones
desabrochados para que se me vea la rayita del pene!
Tamara estaba sorprendida por la conducta anormal de su esposo.
—¿Cómo sabes que la ropa de mujer es más ligera?
—Pues he agarrado tú ropa y me he puesto, lo hice para
comprobar la hipótesis que tenía al respecto. Ahora sí respóndeme ¿por
qué siguen peleándose por vestirse con sólo un encaje transparente y un
sostén?
—Porque les gusta. Pero no pueden salir sin que les digan
aberraciones. Eso no es justo para para nosotras.
—¿Por qué les gusta? A mí me gustaría estar desnudo en la calle
pero eso es ilegal. Si lo hiciera, también me gritarían cosas y me
pedirían que me tapara ¡No es justo! Y ahora resulta que si una mujer
tiene un cuerpazo de envidia y trae un escote y la veo, yo soy el cerdo
asqueroso. Si le pidiera que se tapara entonces sería machista. No las
entiendo y luego se quejan que nosotros los hombres somos los celosos,
si salen así a la calle. Si tú salieras así, me molestaría mucho contigo
pero no puedo hacer nada para evitarlo. Si te digo que no sales sería un
opresor y si sales de esa manera me pondría celoso por todas esas
miradas que te lanzarían. Ahora resulta que ese tal Freud dice que soy
un homosexual reprimido por dos posibles razones: o porque te tengo
envidia porque te ves bien, y como no soy bello como tú no puedo salir
con un hombre guapo, o porque tengo envidia de la ropa que usas ¡Por

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Dios! ¡Entonces un hombre no puede llamar la atención de esa manera
porque si lo hace, es un maricón! —exclamó en tono retador. Cuando
terminó de decir esa frase, un pequeño escalofrío le vino en el cuerpo.
Tamara le dijo:
—A un hombre le atrae más ver, mientras que a una mujer le atrae
más escuchar. Yo no creo que quieras llamar mi atención o de cualquier
otra chica usando un cachetero para que vean tus piernas peludas,
tampoco que seas un homosexual reprimido, no le hagas caso a ese
loco.
—¡Son unas primitivas! Quieren llamar la atención como gatas en
celo. ¡Entonces por qué dicen que los hombres son unos salvajes que
sólo quieren sexo, si las mujeres lo son más! Tan manipuladoras son
que se unen con otras para lograr sus objetivos. ¡Tan manipuladora eres
que me hiciste pagar las cuentas de todos los restaurantes cuando
salíamos! —alzó la voz.
Se creó un silencio incómodo. Ubaldo tenía mucho miedo por lo
que había dicho, pero ya no le dio importancia. Se sentía poderoso,
capaz de todo.
—¿Ahora yo soy la mala? —preguntó su esposa, casi susurrando.
Pensó un rato. Y exclamó:
—¡No me vas a manipular con ese dramita!
—¿Cuál drama?
—¡Ahora me preguntas! ¡Ese drama!
—No entiendo.
—¿Te haces la tonta? ¡Eres lista pero no tanto! —se levantó y
señaló a su mujer.
—Esto no se quedará así. Con el tiempo más compañeros se darán
cuenta de que ustedes son unas arpías manipuladoras y solo hacen que
les demos lo que quieran. Se correrá la voz sobre ello, y poco a poco
lucharemos por esa igualdad, esa verdadera igualdad. Crearemos el
movimiento varonista. ¡Es un infierno ser hombre! ¡La sociedad nos
obliga a ser la cabeza de la casa, no mostrar nuestros sentimientos y
ceder a sus caprichos! ¿Cómo crees que me siento, mujer? Estoy seguro
de que si me golpearas nadie vendría a mi rescate porque no hay una
secretaría del hombre. Si tenemos hijos, me los vas a quitar y jamás los
volveré a ver. Tengo mucho miedo de andar en la calle. Me pueden
insultar, golpear y asaltarme. ¡No es justo! ¡Quiero vivir tranquilo!
¡Maldita sociedad hembrista!
Tamara se quedó callada. Se incorporó y dijo tranquila:
—Vámonos a dormir. Estás loquito porque ya tienes sueño.
—¿Y ahora debo de hacer caso a lo que tú dices? —alzó de nuevo
la voz, retador.
Tamara estaba muy tranquila, conocía muy bien a su esposo.

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—Como quieras, ya me voy a dormir.
—No es cierto, no tienes sueño. Lo dices para que vaya a dormir
contigo. Lo dices para oprimirme.
—Mañana iremos a trabajar.
—No. Yo iré a trabajar, porque ese país hembrista me lo pide. Tú te
vas a quedar en la casa como la buena mujer que eres. Harás lo que digo
porque soy el que lleva aquí los pantalones.
Su esposa no dijo nada. Se dirigió a las escaleras, caminaba con
pausa.
—¿Ahora resulta que te callas para que me vaya a dormir contigo?
—dijo Ubaldo.
Ya había cruzado la mitad de las escaleras cuando le dijo:
—Como quieras. Me iré descansar, en verdad tengo sueño y no
quiero discutir. Está bien, amo y señor del universo —dijo con ademanes
—no iré a trabajar, obedeceré como la buena mujer que soy.
Le fue inevitable sonreír. Dijo triunfante haciendo la voz más
gruesa:
—Así me gusta.
—Sólo espero que sobrevivamos con tu salario —y se fue.
Al irse, él empezó a sentir culpa. Pensó que su euforia lo cegó y tal
vez su mujer no trataba de chantajearlo, tal vez, en verdad no entendía
sus palabras. ¡Pobrecita! Le había ordenado que no fuera a trabajar, la
culpa le destruía la espalda por su gran peso. Caminó por toda la planta
baja de la casa pensando en cómo disculparse.
Al final se armó de valor y fue a la habitación. Tamara estaba
acostada. Ubaldo se acercó a ella abrazándola por detrás, acurrucándose.
Susurró a su oído con tono culposo y triste.
—Perdóname.
Ella no dijo nada.
—Lo sé, lo sé —continuó su esposo —no sabía lo que hacía, lo
lamento fui un tonto.
—¿Aceptas que fuiste un tonto entonces? —Le dijo Tamara en tono
triste.
Ubaldo lazó un suspiro:
—Sí. Lo admito.
—¿Mañana iré a trabajar?
—Claro que sí mi amor, no te detengas por mí. Debo de entender su
lucha.
Se volteó a verlo, lo abrazó y le dio un beso.
—¡Ay mi amor! —contestó —hay veces en que el enojo te gana.
Pero no importa todo está en el pasado. Mañana hay que salir a cenar.
—Claro que sí. ¿A dónde quieres ir? —dijo él con compresión y
ternura.

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—Quiero comer sushi. Además sirve que pasamos a comprar unos
zapatos que necesito, ¿te parece?
—Claro que…
Se quedó pensativo, no terminó la frase. Su mujer lo volvía a
manipular y se
había percatado de ello.
—¡Ah no! —dijo —tal vez mañana sí vayas al trabajo, pero no
vamos a ir a
cenar a menos de que tú pagues todo.
—Está bien, mañana pago la cena y los zapatos.
—¿Lo dices enserio? ¿No es una broma? —preguntó sorprendido.
—Es cierto. ¿Por qué tendría que ser una broma?
—Nunca habías pagado antes.
—Para todo hay una primera vez ¿no? Además, yo no pierdo nada,
me recupero fácil y rápido, no afectar tu bolsillo, sólo que esto tendrá sus
consecuencias.
— ¿Consecuencias?
—Si yo pago todo, no habrá sexo en tres meses. ¿Estás de acuerdo?
—¡Por supuesto! ¿Piensas que porque soy hombre sólo pienso en
sexo y que no aguantaría tres meses? Enserio, deberías de quitarte esos
prejuicios fascistas y misándricos.
—Es un acuerdo entonces —le dio un beso en la nariz. —hasta
mañana querido, que descanses.
—También tú, hermosa.

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La magnifica. Isabel García Alvarez.

Fly away from here, anywhere, yeah, I don´t care.


We´ll just fly away from here.

Esta es la historia de Alex. Muchos se estarán preguntando si


Alex es por Alexa o Alejandra, la verdad es que es por Alejandría.
Tenía solo 3 años cuando su padre, un ‘adolescente’ de 35 años usaba
sus fines de semana para limpiar las cajas de las películas de super
héroes; las acomodaba por orden cronológico y las miraba en ese
mismo orden, porque sí, las películas de super héroes tienen un orden
para verse.
Creció viendo esas películas con su padre, todos los fines de
semana, y escuchando a Bon Jovi, Aerosmith, The Police y Queen. A
los 15 años ya poseía más capas que Superman, más botas que
Batman y un perro llamado Jarvis.
Su padre murió de cáncer prostático cuando ella tenía 17 años. A
partir de ese día, ella miraba esas películas de super héroes todos los
días todo el día.
Confeccionó su traje, que consistía en una parte de arriba de
color azul oscuro que cubría su torso y sus brazos, una capa dorada,
un cinturón y una minifalda de color rojo oscuro y se auto nombró
¨La magnífica¨.
Pasaba sus tardes mirando películas y observando desde su
balcón a las personas de su barrio; soñando que llegara el día en que
pudiera usar su traje y salvar a alguien de ser atropellado, detener un
asalto, salvar a la ciudad de una invasión alienígena, lo que fuera.
Y esperó, esperó, esperó y esperó, hasta que un día, un muy buen
día, mientras veía por la ventana y de fondo se escuchaba ‘Don´t stop
me now’ de Queen, notó que la gata gorda del vecino estaba atrapada
en el tragaluz del departamento.
Ella se dijo: Bueno, siempre se empieza por algo pequeño, fue
por su traje de ‘La magnifica’, pero por las prisas ya no pudo ponerse
la capa y salió a la terraza, se subió al borde, dio un salto y cayó.
Ocho pisos abajo estaba ‘La magnifica’, tirada, con los sesos
esparcidos en el pavimento.
Si se hubiera puesto la capa quizás hubiera podido volar.

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Entre nubes. Paty Rubio.

Me urgía crecer, apenas tenía seis años y ya quería probar


las delicias de tenerlo en las manos. Mi madre decía
—No corras prisa, ya tendrás edad de hacerlo.
Yo sufría con el deseo, no entendía ni aceptaba por qué
tenía que esperar.
Recuerdo que cada vez que me encontraba frente a él, los
ojos se me perdían largos minutos contemplándolo, era el
responsable de mi debraye. Me sudaban las manos y sentía las
piernas como gelatina. Mi cuerpo se destemplaba. No podía
menos que sentir un escalofrío, y la sensación que da cuando
tienes un diente destemplado, pero ésta vez, se localizaba en
todo el cuerpo.
¡Esperar! ¿Cuánto más debía hacerlo? Trataba de
distraerme con otras actividades para no morir de placer
anticipado.
Uno de tantos días en que la espera y el deseo ardía en mi
núbil cabeza, y hacía que todo mi cuerpo temblara, lo vi en el
sillón. Mi madre, quien tenía un romance con él, se había ido a
la cocina a preparar café. Me dio rabia pensar por qué ella sí
tenía la facultad de disfrutar de ese placer que casi me
enloquecía sin que yo pudiera disfrutarlo, solo por “no tener
edad”, según las palabras de mi mamá.
Así que me llené de valor, y disimulada, acercándome al
sillón me senté a su lado, había visto a mi madre hacerlo
muchas veces, puse la mano sobre su cuerpo como ella lo
hacía, no me detuve a pensar más. Me sorprendió sentirlo duro,
los dedos no se hundían como pensé que lo harían. Resbalé la
mano de arriba hacia abajo, suavecito, y a pesar de la dureza
noté que no era áspero, se sentía suave y aterciopelado, así
como el vestido azul que me compraron para mi cumpleaños.
Un día escuché a mamá que le decía a mi tía:
—De verdad que deberías probarlo, ya verás todo lo que
vas a disfrutar, a mí me hace volar. Además, al respirar su
aroma mientras lo tengo en mis manos ¡me hace respirarlo
hasta el cerebro! Y déjame decirte que es una delicia.
Después de acariciarlo y percibir su dureza, me llevé la
mano a la nariz. Ahora entendía lo que mamá le había dicho a
mi tía. Escuché que sacaba la loza para servir el café. Antes de

4. The Ottawans.
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que ella volviera a la sala, lo toqué de nuevo y repasé esa mezcla
dura y a la vez sedosa; la mano se me humedeció, creo que debe de
haber sido por los nervios. La boca me hizo saliva y tembló todo mi
cuerpo.
Bajé del sillón al escuchar los pasos de mi madre que regresaba
a la sala, la precedía el aroma a café. Corrí hacia la recamara y desde
el cobijo de la puerta entrecerrada, la vi poner el servicio sobre la
mesita de centro, acomodarse en el sillón y tomarlo de nuevo en sus
manos. Enseguida se quedó absorta pasando sus ojos sobre las
páginas.
Nunca olvidaré, mientras viva, ese hermoso libro de poesía
empastado en terciopelo rojo, el deseo y la curiosidad que nació en
mí, a tan temprana edad, por aprender a volar.
¡Ansiaba crecer pronto para ir a la escuela y poder leerlo!

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Una luz de sabiduría. Jesús Ignacio Trejo Mendoza.

“¿Qué la literatura no cambia al mundo?


Y tu puta madre tampoco,
arrojando monigotes que pueden opinar tal basura…”
José de la Serna

Frecuentemente me cuestiono el por qué estudio las


letras, asimismo me veo como un niño que se sentía
diferente al resto porque no le atraían las mismas cosas
que a los demás, entrando al estudio de su padre en una
tarde de verano. La luz que llegaba por la ventana se
ponía en un estante que estaba cubierto con una manta.
Dicho fenómeno atrajo mi atención al instante. La
curiosidad que caracteriza a un niño de apenas diez años.
Mi estatura no me permitía llegar a dicho estante
con sólo estirar el brazo, tuve que verme en la necesidad
de tomar la silla del escritorio de mi padre para descubrir
lo que ocultaba esa manta color café oscuro. Tras
haberlo hecho quedé pasmado y decepcionado también.
¡Pf! Libros - pensé. Sin embargo, una mujer de color
negro con los cabellos rizados, de labios gruesos y rojos
en la portada de un libro, nada menos que Pérez Galdós:
Marianela, me llevó a bajarlos todos y a hojearlos.
Tomé otro y me topé con la sorpresa más grata de
mi vida, un libro con narraciones que incluían a Simbad
el marino, cuya película recién había pasado en la
televisión. Así como pasó el verano, vino el otoño, llegó
el invierno y se fue la primavera; también pasaron los
años y algunas personas me dejaron, otras me
decepcionaron y también he sido yo quien se ha ido
alejando por estrategia de supervivencia.
Algunas personas son nocivas para nuestro
bienestar, otras -no muchas- llegan a limpiarnos el
corazón y purificarnos el alma. Pero lo que nunca pasó
de mí, ni mucho menos me ha dejado, es la literatura:
ese vasto mundo lleno de héroes, amores inconclusos,
muerte, tragedia y comedia; que me llevó a tomar las
adversidades de la vida menos a pecho, saber salir

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adelante y enfrentar los problemas de frente, algunos escritos
en papel, claro está.
No fue culpa mía la carrera que elegí para estudiar, ni
tampoco fue mi culpa que mi padre tuviera un estante con más
de mil mundos en unas hojas viejas. Mucho menos que
esperara que su único hijo fuese el próximo ingeniero,
arquitecto o médico de la familia. La única culpable fue la luz,
vaya metáfora hermosísima, me iluminaron los libros y fijaron
el rumbo que seguiría mi vida; una luz que, hasta ahora, no me
ha decepcionado ni abandonado.

62 delatripa 40. enero 2019.


En circulación. Melbin Cervantes.

No podía creerlo. El trabajo de mi vida al garete. Oddi Nebrum,


virtuoso maestro, sólo comparable con Rembrandt, me había brindado
una última oportunidad de redención, y ahí en el lienzo no había nada
más que un blanco infinito y estéril.
El maestro llegaría por la pintura en menos de una hora.
Todo perdido, mi afán, mis metas de ser un artista reconocido a
nivel mundial, súper venta, sí, todo perdido, mi familia.
No es que las ideas no acudieran a mi cerebro, durante los tres
meses de prórroga, es que cada una era insustancial, carente de alma, de
vida. Incapaz de una revolución, incapaz de ser parte del Canon de la
pintura, incapaz de ser una obra maestra, incapaz de ser Rembrandt.
Como deseo jamás haber tenido tal apetito de fortuna, de trascendencia.
Y quién iba a decirlo, todo iniciado en un superfluo concurso de pintura
local.
En un pueblo pesquero, pueblo torvo y aburrido. El artista no
escapaba de los motivos del mar, un claro ejemplo, lo era mi mujer,
Laura, dedicada a satisfacer las pupilas de los extranjeros con simplonas
cursilerías, pero que lograban mantener a flote la economía familiar,
sobretodo siendo padres de trillizos. Y qué decir de los escritores:
cuentos, odas, sonetos, incluso elegías, con peste acuática todas
insufribles, quizás algo de sargazo las mejoraría.
Ah, solo pensar en los murales que tapizan el malecón, más llenos
de peces que el océano mismo. La falta de crítica los hundía en un
vómito expresado en la frase: “mira qué bonito”. Autodidactas de
mierda. Yo sí tuve maestro. Un viejo libro sin portada, cuya única mitad
legible me enseñó lo suficiente como para estar por encima de cada uno
de ustedes. No comprendo cuál es su dínamo, su fuerza, su fantasía
creadora. Los simples trazos de Picasso, en cualquiera de sus grabados,
inspiran más que todas las creaciones de su gremio artístico.
Olvidaron a Siqueiros, pero cómo, si en los cócteles, no paraba de
mencionarlo, a Goya, a Van Dyck, ¿recuerdan? Siqueiros el expulsado
de USA, el militar, el que incendió al pueblo latinoamericano con sus
murales, que mostraban la terrible situación de los oprimidos. Y sus
murales colegas ¿qué buscan? ¿Mostrar la belleza del puerto? Pero si lo
tenemos frente a nosotros cada día, no somos ciegos. Es bello, sí (el
puerto). Pero sus murales, bobalicones, solo embelesan con la técnica a
los poco entendidos, pero carecen de vida. Basta.
Continuaré con la historia. Como he mencionado, todo comenzó
con un concurso de pintura. Jamás había yo concursado en alguna de las

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sin fines convocatorias, cuyo tema, claro, era siempre, retratar al
puerto. Ninguna de mis obras se preparaba para afrontar a público
alguno; eran en todo caso, pintadas para mi aprendizaje. Me pasaba
noches enteras copiando al óleo las láminas a color del libro de
historia del arte, que tiempo atrás, mientras jugaba con mis hijos, a
esconderme, hallé en un predio abandonado. Al revisar su contenido lo
atesoré. Y es que dibujar era mi pasatiempo favorito y mi madre una
pintora reprimida por mi padre. Pero con las lecturas lo convertí en mi
estilo de vida, en la redención del camino artístico de mi familia.
Abandoné mi empleo de herrero por lo cual mi taller se convirtió en un
resguardo exclusivo para mi proceso de transformación, de
aprendizaje. Inmiscuido estuve en el ambiente artístico, siendo Laura
el pretexto, pero todos me parecían artistas muy medianos, para mi
obsesión, así que me retiré de sus espectáculos, aunque ya lo he dicho,
todo lo que hacía no era para exponerse, pero el deseo de mostrarme al
mundo era latente. A veces iba a una cafetería asidua por artistas, quizá
con ánimo de hallar en alguno de ellos lo que esperaba de mí. Y fue
cuando encontré al maestro Oddi Nebrum, vacacionando en el puerto.
Al principio no pude verlo, en el café pululaban curiosos.
No tenía idea sobre su trabajo. Pero me interesó la manera en que
tenía de lacayos a los más importantes, y más vanidoso pintores.
Investigué más sobre su obra. El nuevo Rembrandt, decían de él. Me
pareció alguien de quién poder aprender. Por lo tanto al enterarme que
el ministro de cultura había pagado lo suficiente como para que Oddi
Nebrum, fuese el juez del concurso, me entusiasmé. Era mi
oportunidad de instruir a cada mediocre con una pintura de calidad,
que confiado estaba no entenderían, así que de ser avalada por Oddi
Nebrum, los enviaría al retiro o quizá la tumba. La idea me fascinaba.
Faltaba un mes para presentar obra al concurso. No pensé al
principio en construir algo nuevo. La confianza se movía en mí tan
ávida. Pero un grave pesar, como ave de mal agüero, rondaba mi
mente. ¿Y si yo, el destinado a aleccionar, sufría un revés? No podía
permitirlo. Cavilé durante días en algo innovador. En algo que hiciera
al nuevo Rembrandt, llamarme maestro. Pero en cada intento, ¡la
vergüenza! Me descubrí siendo presa de los motivos que tanto odiaba.
Motivos que era incapaz de dar un nuevo enfoque. A una semana de
cerrar el concurso, me hallé caminando en el malecón, frustrado.
El sonido del reloj, marcando las diez de la mañana, en la cima de
la solitaria torre, en medio de la plaza principal, las personas se
apresuraban hacia la iglesia. Los pescadores dejaban todo e iban a
misa. Lo tuve claro. La pintura estaba en mi mente. Corrí como
desquiciado hacia mi hogar para poner manos a la obra. Pero tanto lo
hube intentado los días anteriores que al estar en mi taller, noté la

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carencia de lienzo y óleos. No tuve otra opción más que tomar los
ahorros de mi esposa, guardados bajo el colchón, sus herramientas
eran pigmentos hechas por ella misma preparados con agentes de la
naturaleza, o los conseguía de afuera, aprovechando los viajes de sus
amigos. Pero no se me daba el manejo de esa clase de tintes. Fui a la
improvisada tienda de Suplementos para el artista (en verdad aquel era
su nombre). Entré y estaba siendo asaltada por un sujeto, amagando
con un cuchillo de carnicero al dependiente, pensé en salir, pero
recapacité al ver la oportunidad de hacerme de materiales, tomé el
marco más grande que podía llevar, este ya con el lienzo grapado y
metí un montón de óleos en las bolsas del pantalón. Pero el ladrón se
fijó en mí.
Solté el marco sobre él pero el reaccionó y por suerte solo me
rozó la playera con el cuchillo. No tuve más opción que darle parte del
dinero, y así se olvidó de mí y corrió. Tomé de nuevo el marco y corrí
tras sus pasos pero con rumbo a mi casa, la obra debía llevarse a cabo
sin importar nada más.
Sobrepasado, aproveché la agitación en mi mente, el opus
mostraba su forma.
Del resultado, bueno, han pasado ya un par de años, y después del
concurso, lo destruí, debido a cierto dictamen que revelaré más
adelante en el relato, así que solo daré algunos detalles no tan técnicos.
De atmósfera de podredumbre, el fondo de sombras grises y de
negro marfil, colores que debí tomar de Laura, -sin fijarme la mayoría
de óleos que sustraje de la tienda fueron blancos- devoraban el reloj,
que tenía el aspecto de estar derrumbándose, ligeros haces de luz
blanco plomizo y verde malaquita predominando las segundas, se
desprendían de las grietas. En lo demás del cuadro, aparecían hombres
y mujeres, más bien fantasmas, al estilo de Goya, tan solo como
espectadores, con rostros compungidos, en semicírculos, a los laterales
pero a distancia, en el fondo, de las figuras principales, de las cuales la
más predominante era un ser ataviado de joyas en su manto púrpura,
en el pecho una sólida cruz de oro, su demás vestimenta y el resto de
su tórax eran sombras, más bien humo, en sus brazos carnosos pero
con carácter post mortem cargaba un infante, quién tenía los colmillos
de la criatura penetrando en su pálido cuello, posada en su pecho,
alimentándose igual del niño una golondrina antropófaga. Bajo el
esqueleto de uno de los pies de la figura vampírica una biblia sobre la
constitución resguardada en el palacio de justicia. Del reloj salían
murciélagos, rondando a los peces muertos que inundaban el suelo,
entre los cadáveres se alzaba una cruz marinera con herrumbre
resquebrajada. Quizá símbolos más, quizá menos.
El día de la exposición el contraste no podía ser mayor. Todos
exceptuando uno y el mío eran de una calidad ínfima, el otro un

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autorretrato de una mujer naufraga de días, a mi parecer resignada en
medio de una tormenta dando la espalda observando el mar intranquilo y
el rostro reflejándose en una gran ola oscura donde asomaban también
tres monstruos marinos que están por golpear la barca. Y qué sorpresa,
descubrir en aquella faz, la imagen de Laura, quién ignorándolo yo,
también ella había participado.
Oddi Nebrum, dijo ante todos, -siendo el cuadro de Laura y el mío
los finalistas-, “He aquí dos obras de sumo valor. Cercanas al arte que yo
predico, sin embargo debo presentar ante ustedes a una obra victoriosa.
Escojo a «La barca del pensamiento», -refiriéndose al cuadro de mi
esposa-, por sobre esta, siendo el motivo, pienso, que es por mucho el
más sincero, a diferencia de este otro -señalando el mío- tan laborioso,
pero plagado de falsas imágenes, creo que su discurso narrativo es pobre
a comparación”.
Caí en un abismo, del cual creí nunca emerger.
En el cóctel mi esposa rehuía de mí, pasando de entrevista a
entrevista, de saludo a saludo. Yo enojado por ser expuesto de esa
manera, tampoco podía sacarme de encima las condolencias disfrazadas
de fascinación hacia mi cuadro. Harto decidí escabullirme, pero Oddi
Nebrum, me llamó. Quería que Laura y yo fuéramos sus discípulos, que
a pesar de todo, teníamos mucho talento y con su ayuda traeríamos a esta
realidad obras maestras.
El problema, solo podía encargarse de un pupilo, y sabiendo de
nuestro parentesco, nos aconsejó que lo decidiéramos en el transcurso de
la noche ya que temprano por la mañana volvería a su lugar de trabajo, y
que de no poder ir con él, en ese preciso momento significaría un
rechazo.
Ah qué infierno. Discutimos, como era de esperarse, los trillizos
dormían en casa de su abuela, así que no existía motivo para contenerse.
Al final de la noche, apaciguados, por el bienestar de nuestros hijos,
nadie iría con Oddi Nebrum al amanecer.
Hicimos el amor. Laura entre mis brazos dormía profundamente.
Yo no conciliaba el sueño. Salí de la cama, coloqué algunas prendas
en un bolso marinero y dejé atrás a Laura y a los trillizos para ser
discípulo de Oddi Nebrum. No. Los dejé para demostrar al mundo el
gran artista que sabía era yo. Y claro, la plata. Todo estaba planeado.
Depuraba mi técnica. Elaboraba obras de arte. Exponía. Vendía los
cuadros y después triunfante, volvería al puerto, regresaría a Laura y a
los niños.
Pero el tiempo que estuve con Oddi Nebrum, fue de lo peor. Más
allá de mis capacidades, no supe adentrarme en el mundo que creía me
pertenecía por heredad. Por mero destino. Sorprendentemente el maestro
me tuvo no uno sino un par de años. Ya que mi empeño lector, mi

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curiosidad, mis ideas, le brindaban la sensación de que yo tenía un
talento que pronto aflorará. Pero el límite de su paciencia se terminó, me
dio una última oportunidad de veinticuatro horas para pintar algo que
valiese para seguir siendo alumno suyo. El día pasó, pero me extendió la
esperanza a dos más, luego una semana, así hasta llegar a los tres meses,
justo a la hora del amanecer, sin más oportunidades.
Desesperado, tomé una escápula y rasgue mis muñecas,
lanzándome hacia el arte definitivo, la muerte. Impregné sobre el lienzo
mi sangre. ¿Qué hay más puro que entregar la vida por lo que amas?
Y ahora estoy aquí, de nuevo en el puerto, donde nací y seguro
moriré. Sin empleo. Sin familia. Laura no me aceptó en su vida de
nuevo. Han supuesto sus pinturas una revolución artística que la han
llevado a Europa y Sudamérica, donde conoció a su actual pareja, un
cantante brasileño, y tienen planes de mudanza.
Pero lo que en realidad turba mi mente ha sido, ver lo que consideró
mi gran obra maestra, el lienzo, donde vertí mi sangre, siendo la obra
maestra de Oddi Nebrum, quién tiene ahora en circulación varias copias
que supe se venden por cantidades exorbitantes.

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Guardias blancas. Addy M. Castillo Espínola

La madrugada se presentó fría y blanca entre las máquinas de


escribir y las paredes asépticas del hospital. El área de urgencias
pediátricas rebosaba de pacientes con tos, fiebre, diarrea, dolor, y miles
de síntomas que describía en las notas de ingreso. Había tecleado
infatigable desde el momento que pudo sentarse hasta que el sueño le
venció sobre las teclas de la máquina Olimpya, vetusta pero útil. Su
bata revelaba las huellas de la guardia, entre tinta, sangre, babas, y
alguna que otra muestra de orina. Arremangada hasta los codos, abierta
por el frente, con los bolsillos llenos de resultados de laboratorio, tubos
de muestras, bolígrafos, abatelenguas, calculadora y lámpara de
revisión.
Julia se limpió, con el revés de la mano, la saliva reseca en sus
labios, y se retiró los “chemes” (lagañas) de los ojos. Parecía haber
dormido una eternidad pero el sueño, que aún le colgaba en las
pestañas, le reveló que apenas había transcurrido una hora.
La huella de las teclas en su cara, los resquicios del maquillaje
matutino del día previo, el cabello grasoso y desordenado, la bata
sucia, la blusa arrugada, el pantalón ya no tan blanco, los zapatos con
pringas de sangre y flemas, apretando los pies fatigados de la larga
jornada, con la voz rasposa y los ojos empañados de sueño, eran la
estampa de Julia esa madrugada en el hospital.
Pediatra en formación, se levantó obligando a los pies a llevarla
cama tras cama, cuna a cuna, camilla por camilla, a pasar visita a los
pacientes ingresados, previo a la entrega de la guardia frente al jefe de
servicio. Una visión rápida a su gaceta, actualizada a lápiz un millón
de veces durante la noche, le permitió anotar los egresos, ingresos y
defunciones, sin error. Odiaba cometer errores.
Pero odiaba más que el jefe se los hiciera notar en público, frente
a sus compañeros/rivales, y frente a los médicos de base, que casi
siempre eran sus maestros.
Julia acomodó los expedientes, ordenó el escritorio, dio las
gracias a las enfermeras del turno, y se dirigió rápido al cuarto de
descanso de los médicos para un baño rápido y para darse una manita
de gato. Ágil y con paso firme, recorrió por millonésima ocasión, el
pasillo de paredes blancas y pisos albos; el intendente se había
encargado de borrar sus huellas, pero no sus experiencias de ida y
vuelta, llevando muestras de sangre, regresando con paquetes
sanguíneos para transfundir, o por el traslado de pacientes graves en la

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camilla para la recepción en el área de terapia intensiva; regresó con
las manos vacías, de nuevo a la búsqueda de trabajo social para
informes de una defunción, otra carrera para llegar a tiempo a un
parto prematuro que venía en la ambulancia de traslado. Las sombras
apenas se iban dibujando tras sus pasos, la seguían y se difuminaban
conforme avanzaba por aquel enorme pasillo blanco.
—¿Por qué subes tan tarde?— era la voz somnolienta del otro
pediatra en formación que la recibe detrás de la puerta del área de
descanso (la leonera, le dicen todos, por obvias razones). Reconoció
su cama en la penumbra y se dirigió hacia ella mientras se quitaba la
bata, y se desfajaba la blusa; los zapatos los dejó en el camino entre
la puerta y el camastro, y se recostó a un lado de él aquél, quien
apenas le hizo campo a su lado. Más veloz que en una reanimación,
Román refugió la cara entre su pecho y le mordió un pezón mientras
sus manos se metían en la parte trasera del pantalón.
—¿Por qué subiste tan tarde?— insistió entre murmullos
mientras le buscaba la boca para un beso agitador.
—Cabrón, tuve lleno Urgencias, y no fuiste capaz de ir a
ayudarme, ni porque eres el de mayor jerarquía aquí. Hubo
reanimaciones, defunción, parto y miles de ingresos; y de ti ni tus
luces— Julia, apenas tuvo tiempo para el reclamo porque sintió cómo
el beso se convirtió en mordisco, mientras Román contestaba:
—¿No que puedes con todo? ¿No que eres una súper mujer y un
médico extraordinario?
Retiró sus manos del interior de sus pantalones, y le pegó una
nalgada mientras con un movimiento de hombros, la retiró de su
lado, se dio la vuelta en el camastro, dándole la espalda, y como si
nada le hubiera excitado, dijo: Métete a bañar, ya sabes que al jefe no
le gusta que llegues sin arreglarte.
Julia apenas si tuvo tiempo de retirarse antes de caer, se arregló
el brassier, y mientras en silencio abría su locker para sacar sus
objetos de aseo personal y ropa limpia, se sorbió las lágrimas que
brotaban entre el rímel deslavado y las lagañas. Lentamente y en
silencio se dirigió al baño.
Cuando salió de la regadera, con la toalla arrollada en la cabeza
para secar el largo cabello castaño, los demás médicos en formación
empezaban a llegar para el turno de la mañana. Julia sacó su
cosmetiquera del locker, y empezó el ritual básico de maquillaje. Sus
veinticinco años solo requerían un poco de polvo, delineador negro
de ojos y labial rosa; lo demás lo lograban la lozanía de la juventud y
las ojeras profundas, adquiridas en las largas jornadas; el brillo de los
ojos color miel y la blancura natural de sus dientes. El cabello
castaño de ondas largas se desparramó sobre sus hombros al retirar la

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toalla, y empezar a cepillarlo para recogerlo posteriormente con una liga,
en una clásica cola de caballo.
Ya no había lágrimas, incluso la humedad previa entre sus piernas,
se diluyó con el agua caliente de la regadera, y escurrió por la coladera,
sin ninguna satisfacción. Provista de una bata limpia, recogió sus
bártulos indispensables, y con un vaivén de caderas, se retiró de la
leonera dejando una estela de perfume y desodorante fresco tras sí. No
había tiempo ni privacidad para un beso o apretón de tetas, como a
Román le gustaba, y a ella, para qué negarlo. Así que sin mirarlo, se fue
de nuevo a Urgencias Pediátricas.
El pasillo largo y blanco ya no estaba vacío. Las sombras habían
huido entre los ventanales, y el murmullo de voces y tacones se
aporreaba entre las paredes como si de luces susurrantes se tratara. El
terror en el hospital empezaba con la llegada del sol, el reporte de los
eventos nocturnos, la justificación de cada acto, la revisión de
expedientes, el pase de visita con la actualización del estado clínico de
cada paciente, y tener que enfrentarse al jefe, para luego esperar que
hubiera chance en algún momento de hincarle el diente a algo de comida.
A las ocho de la mañana en punto se presentó el jefe al área de
Urgencias para el pase de visita, una comitiva de trabajadores sociales,
enfermeras, médicos de base y médicos en formación le acompañaba.
Las puertas de cristal batientes se abrieron abruptamente a las espaldas
de Julia, mientras las voces demandantes daban los buenos días. Si bien
el jefe imponía con su presencia, cara hosca y voz de capataz, Julia solo
tenía ojos de pánico y deseo para la figura de Román, justo a la derecha
del jefe. El más alto del equipo, de ojos negros y manos grandes, corbata,
y bata de mangas largas, iba de blanco impoluto a excepción de la
corbata rojo sangre. Las uñas bien recortadas, los zapatos blancos
boleados y la cara fresca y rozagante de quien ha dormido toda la noche.
—Buen día, Dra. Empecemos— dijo el jefe, mientras la comitiva,
como un ente simbiótico, se movía detrás de él.
Durante 16 cubículos, cada uno con dos pacientes, de frente al
monstruo, Julia recitaba: Paciente de un año de edad, ingresa hace 8
horas por cuadro de dificultad respiratoria… Paciente femenino de cuatro
meses, sufre caída de 2 metros de altura… Masculino de cinco años,
portador de leucemia, con un año de diagnóstico, en fase de recaída…
Femenina de catorce años, dolor abdominal agudo, aparente
apendicitis…
—¿Tiene radiografía de tórax?... ¿Hicieron reporte al Ministerio
Público?... ¿Ya tiene laboratorios?... ¿Ya la revisó Cirugía?...— las
preguntas rutinarias y especificas del jefe, para cada caso, la ponían
nerviosa; pero las miles de vueltas por el pasillo blanco, se vieron
justificadas con cada respuesta correcta de Julia.

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— Sí, neumonía basal derecha… afirmativo, detuvieron aquí
mismo al padre como sospechoso… los laboratorios confirmaron
recaída… ha sido revisada y programada para cirugía , entra en 30
minutos a quirófano.
Uno tras otro, cada caso fue revisado brevemente, y cada
pregunta respondida con satisfacción. Julia buscaba ávidamente la
mirada de aprobación, pero no la del jefe, quien no dejaba de apuntar
en su bitácora, sino la de Román, se sentía orgullosa y enamorada,
pero aquél se le pasaba mirando las caderas de las enfermeras, los
escotes de las estudiantes, y sosteniendo la mirada inquisidora del
jefe. Ni una sola vez había mirado el desempeño de Julia.
La visita terminó, y abruptamente el jefe se retiró con su
comitiva. Román se retrasó brevemente y se dirigió seco y molesto a
Julia, en un tono tan bajo y cerca de su oído: ¿Tenias que ser la
protagonista, verdad? Te espero más tarde para que te disculpes.
Julia permaneció muda y temblorosa viendo como se alejaba
hacia el pasillo blanco. Ahora no quería que llegara la hora de salida.
A las cuatro de la tarde, se presentó su relevo para Urgencias
pediátricas, y Julia proporcionó un reporte reciente de pacientes y
recibió a cambio un “que descanse, doctora” que le regalaron algunas
enfermeras, y las mamás de los pacientes ingresados. Sin prisa,
dilatando todo lo posible su retirada, recogía su bolsa, su bata sucia,
sus apuntes desperdigados sobre el escritorio. Un brillo de pavor se
reflejaba desde el fondo de sus pupilas, los labios temblaban
imperceptiblemente, y sus hombros se encorvaron; sus pasos a través
del interminable pasillo blanco, retocado con las tenues luces
anaranjadas del atardecer, eran pesados, como si se arrastrara hacia
la salida.
En la calle, dentro de su camioneta, vislumbró a Román
fumando un cigarrillo esperándola, la música metal resonaba desde el
estéreo, y se le veía a él detrás del volante. Arrancó el motor apenas
la vio por el retrovisor, y esperó pacientemente mientras subía su
bolsa y abordaba el auto.
—¡Quítate las bragas y chúpamela!— fue la orden. Mientras
conducía, se desabrochó la bragueta y le tronó los dedos para que se
apurara a desvestirse de la cintura hacia abajo, mientras se hincaba en
el suelo de la cabina para acceder a su entrepierna. Con una mano en
el volante y la otra en la cabeza de Julia, Román aprovechaba cada
alto para mirar su trasero desnudo, mientras ella se afanaba con su
boca.
En menos de quince minutos ya estaban en el motel mas
cercano al hospital; para descender, apartó bruscamente la cabeza de
Julia de sus ingles, y acercó su boca a la de ella, con sabor a semen y

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saliva, la besó largamente mientras le acariciaba las tetas sobre la
blusa. Descendió del auto y dio un rodeo hasta la puerta del copiloto,
abrió y le tendió la mano para ayudarla a bajar. Julia desconcertada,
solo atinó a apoyarse en él y movió las piernas para pisar el estribo,
solo que Román la detuvo antes, le abrió las piernas, inclinándose
hacia ella mientras se sumergía en su intimidad con rudeza.
Mordisqueó, lamió y separó cada labio con su lengua, casi con
ferocidad y tomándola de la cadera, la cargó hasta el cuarto, ella iba
montada en sus hombros sin dejar de sentir la lengua de Román en
sus adentros. La aventó sobre la cama y se lanzó sobre ella. La tomó
como siempre, con fuerza, rudeza, con un salvajismo que las
primeras veces ella disfrutó, pero conforme la relación progresó,
Julia se dio cuenta de que ésa era la única manera en que la relación
sería siempre.
La marca de los dientes de Román se quedó en su cuello, en su
pecho, en su espalda, en sus nalgas. Tenía la boca seca, pero las
piernas adoloridas. Estaba pegajosa por dentro y por fuera, agotada y
desnuda, y permaneció con los ojos cerrados y las piernas abiertas
hasta que Román se le acercó al oído y le dijo: ¡Vete! La próxima
vez, no intentes dejarme en evidencia o te irá peor.
Sabía que era inútil suplicar. Hacerlo sólo provocaría golpes, y
estaba segura de que hoy no podría soportar más. Exponer a su
cuerpo a otras lesiones.., solo de pensarlo se estremeció, recogió su
ropa, se vistió de prisa, y salió avergonzada del cuarto, caminando en
el estacionamiento del motel, rumbo a la calle, para esperar por un
taxi que la llevara a su departamento.
Al día siguiente, intentó cubrir los moretones con maquillaje,
pero fue inevitable la carrilla de sus compañeros cuando lo notaron.
Se ruborizó, y les siguió el juego a todos, como si se enorgulleciera
de una pasión desbordada y un amor no contenido, aunque en el
fondo aun temblaba de miedo.
El departamento de urgencias rebosaba de gente; en las sillas de
la sala de espera destacaba una mujer humilde, joven, vestía un
vestido simple de algodón, de cuello redondo, y sus pies sucios
describían una larga caminata hasta llegar al hospital. En brazos
acunaba a un niño pequeño, que respiraba trabajosamente y a quien
ya le habían iniciado tratamiento con un nebulizador por un espasmo
bronquial severo. Julia se acercó a ellos para revisar las condiciones
del niño, y al hacerlo, notó los hematomas que brillaban en sus
diferentes tonalidades de rojo, morado, marrón y verde, alrededor de
los ojos y la boca, el puente nasal deforme por las señales de golpes
antiguos, y en la forzada sonrisa que esbozó para ella, la falta de 2
dientes incisivos.

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—Señora, por Dios!, ¿quién le hizo eso?— se escandalizó Julia,
mientras le giraba la cara hacia la luz para poder revisar los
hematomas y las huellas de los golpes
La mujer la miró desde el fondo de sus ojos tristes y le contestó:
—Doctora, todo empezó con unos “chupetones”, así, igualitos a
los suyos.

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Minificciones. Luis Muñoz.

MARGOT EN EL ESPEJO.
En un sueño me bebí el café de Margot,
mientras ella se miraba al espejo con su
blanca espada desnuda frente a mí y su
cabello mal recogido en la nuca. Me lo bebí
a sorbos cortos. Ella seguía mirándose la ALGUIEN QUE BAJA LAS
cara en el espejo como muda. De pronto ESCALERAS.
alguien abre la puerta en silencio, entra y nos Tanta serenidad se veía en las
mira. Me da temor su desnudez, me semeja piernas de la mujer bajando las escaleras
una figura de yeso y trato de cubrirla. El del edificio. Tanta perfección en los
visitante vuelve a salir sin decir nada ni hace muslos torneados como si alguien los
ruido. hubiera tallado en fina madera, líneas
Ya despiertos, ella me mira con disgusto curvas que alborotaban la respiración con
y no disimula su enojo. Cree que de verdad solo oír sus pasos. Una leve penumbra
me tomé su café. enunciaba aquella visión hasta el talle.
Ropas negras y un taconeo sobre baldosas
semejaban el poder embriagante del vino.
POR UN GOL. La espié tantas veces hasta que se perdía
Muchos años después en la tribuna del en la puerta de uno de los apartamentos y
estadio, el ex rey del futbol habría de otras cuantas esperé con la ansiedad de un
recordar aquella tarde aciaga en que le enamorado en la penumbra del pasillo
correspondió cobrar el penalti de la final del semejante a un fantasma. Parecía que mi
mundial y ante su estupor, solo en ese destino estaba dispuesto desde aquella
momento pudo ver con toda claridad la posición a ver sus dos piernas bajar
escena con el cuadro más aterrador: el palo escaleras, medio ocultas en sus faldas
derecho tenia instalado un imán que atraía provocadoras y el incesante taconeo en
sin piedad hacia afuera el balón. una especie de danza de tambores
remotos. Tantas tardes de espera hasta la
vez que la seguí hasta la puerta de uno de
NI TE CASES NI TE EMBARQUES. los apartamentos y me quedé paralizado.
Decidió hacer las dos cosas a la vez un Era cierto el comentario de los vecinos
martes para probar que tal le iría el resto de del edificio: la otra mitad del cuerpo de la
su vida. Se casó ese día por la mañana y en bruja no estaba en casa.
la tarde se embarcó en un crucero. No murió
en el naufragio. Se ahogó un año después en
una piscina.

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LA CITA.
Era el último recorrido por las calles de siempre. Miró de
una manera más detenida el centro de la ciudad como si acabara
de descubrir algo irreal en sus edificios. Algo le hizo caer en
cuenta que llevaba años sin mirar nada, como si solo caminara
mirando el rostro de los miles de peatones diarios
. En ese momento se percató de la vejez de algunas
edificaciones sobrevivientes al paso de la modernidad, con sus
fachadas deslucidas y su pintura en ruinas. Recordaba haber
visto algunos avisos publicitarios de refrescos con su color
original y su impacto visual en la distancia. Pero acababa de ver
un cambio en las calles y en la arquitectura y hasta en las caras
de las personas que siempre vio como una repetición de rostros
. Era como una luz repentina pronta a apagarse cuando
cayeron las sombras y la ciudad se iluminara. Hubo entonces
una honda melancolía capaz de confundirlo un poco pero ya
todo estaba decidido para terminar su recorrido y cumplir su cita
inevitable, decidida y expectante con la muerte

EL EXTRAÑO GUARDIÀN.
Dejé escapar a la prisionera a través de las cuevas que
atraviesan de lado a lado la montaña.
Hice todo lo necesario para su fuga pudiera lograrse sin el
riesgo de ser otra vez capturada y verla de nuevo.
Asumo el riesgo de ser juzgado y sé, sin duda, que me
corresponderá la ejecución.
Pero es que no podía tolerar su fealdad.

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Corazón. Jéssica de la Portilla Montaño.

Amo tus formas de mujer. Tus piernas suaves, tus manos, tus
pechos duros y firmes. Amo tus labios pintados de rojo, tu cabello
rubio, hasta me gustan tus extensiones y tus uñas de plástico. Los
cirujanos han hecho un gran trabajo contigo, en especial en la
zona que me tiene loco… Qué importa que no hayas nacido así, si
me encantas, incluso es ventaja que no haya embarazos, y que
pueda cogerte todos los días del mes; no como la bruja con que me
casé y que me limita según su periodo y su humor. No sé si en tu
caso se consideraría feminicidio, pero espero que nunca me
engañes porque hace tiempo comencé a fantasear con destruir
tanta perfección, y siento miedo porque imaginarte sufriendo me
produce placer. Ojalá no me obligues a hacerte daño, corazón.

Enero 2019 delatripa 40 85


El pequeño mezquite. Rocío Prieto Valdivia,

Durante días estuvo ahí, afuera de casa. Tenía apenas unas


ramitas verdes. Cuando lo vimos dudamos que creciera. Era
invierno, llovía mucho, y el viento helado amenazaba en acabar con
todo a su paso. En la noche se nos olvidó protegerlo. Llovía mucho.
Tú te levantaste a meter los zapatos y yo a quitar la ropa del
tendedero. Pero nunca nos acordamos del pobre mezquite. Lo
imaginó gritando y muriéndose de frío. Pero la naturaleza sabia,
cómo siempre, lo arropó con las ramas que cayeron de un pirul. Y
logró pasar la noche. Vinieron los días secos por el frío que
quemaba las hierbas, y el mezquite resistió días sin agua, apenas
refrescándose con el fresco rocío de la mañana.
Pasaron los meses, y en la mañana de primavera cuando me
viste plantar esas ramas de flores, te acordaste del arbolillo. Seguía
vivo, e hicimos un hoyo cercano al pino lo suficiente para que
pudiera crecer, y dijiste que si lo lograba te sentarías a leer bajo su
sombra. Creo que la tierra te retó a hacerlo.
El mezquite ha crecido para todos lados; ahora mide casi lo
mismo que tú: 1.65. Pero aún no te has sentado a leer como
prometiste. Creo que sus ancestros te han robado esos momentos de
tranquilidad; sin embargo el mezquite te sigue esperando.
Reverdece cada primavera, aguantando los fríos inviernos, y ahí en
el mismo lugar que tú le asignaras espera que cumplas tu promesa.

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La Estepa Sangrante, de León de Almeida.
Gabriel Avilés.

La Estepa Sangrante, es el nuevo poemario del escritor León de


Almeida; en esta obra vemos su evolución como poeta, ya no es aquel
joven de Vestigios de Maleza cuyo barroquismo excesivo causaba
cierta incertidumbre al lector que lo leía, debido a un lenguaje lírico
encriptado; después de dos décadas, el escritor da a conocer este libro
cuya principal virtud es un equilibrio entre lo emocional y lo
intelectual, alejándose de pretensiones innecesarias, para ofrecernos
versos que anidan en el amor, el erotismo, la introspección personal,
y el bardo que observa las vicisitudes del mundo actual, muestra de lo
anterior es el poema que da título a este libro, La Estepa Sangrante:

“fui devorado por hendiduras abismales,


desgarrado y senil, obturado por infame sino inevasible”

Esta nueva experiencia lírica de León, da la oportunidad al


lector de leer versos con una cadencia, una subjetividad que de
acuerdo a la teoría poética sólo se hallan en los poemas subjetivos, la
cual es la línea de este poemario; sin embargo el poeta presta su
pluma al verso cuya objetivad se da gracias al drama de “Shalom”
donde profundiza y hace una crítica verídica y una ética que invita a la
reflexión sin caer en un moralismo preconcebido:

“Pantera germina libertades acosadas


Con sigilo trasbordamos sexticorne firmamento”

Es necesario profundizar, para comprender el poemario, en la


excesiva adjetivación que tiene cada poema, que bien podría
representar un arma de doble filo para el escritor, pues podría dar
como resultado una reiteración irritante a la hora de leer, sin embargo,
cuando descubro esa licencia poética, me doy cuenta que cada
adjetivo está por una razón justificada no por capricho del autor sino
para embellecer la poesía que conforma este volumen.
De acuerdo a León y sus palabras, él escribe para sí mismo, si
después, sus escritos llegan a manos de algún lector, confía que en
algún momento tenga las sensaciones que éste tuvo a la hora de
desgranarlas en una hoja de papel sin miedo o atavismos.
La Estepa Sangrante, es un poemario que representa la voz del
hombre a través del poema, que toma a la poesía no sólo como una

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herramienta para que afloren sus sentimientos lúdicos también como
arma para acribillar las injusticias sociales sin caer en una demagogia
poética llena de lugares comunes, al contrario, leer a León de Almeida
es un reto para el lector pues hallar el mensaje de sus versos no se
vislumbran con una somera leída. Vaya este libro a todo aquel lector que
disfruta la poesía por la poesía misma sin importar el caos o luz que
sangra de su tinta.

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Cabujones de zafiro. Marta Aragón R.

Rogelio Alzate miraba la bahía extenderse a lo lejos, tras la hilera


de dunas blancas que la resguardaban de las polvorientas calles de aquel
pequeño puerto que empezaba a crecer frente al Pacífico. Se hallaba
recargado sobre el alféizar de una de las ventanas de la torrecilla donde
había instalado su estudio en donde podía observarse un sillón reclinable
de respaldo alto, dos caballetes con cuadros a medio terminar, un
anaquel con tubos de pinturas al óleo, recipientes con pinceles, brochas y
espátulas.
El olor a aguarrás y a aceite de linaza se mezclaba con la frescura
de la brisa marina que corría desde la ventana para acariciar los oscuros
cabellos del hombre. Rogelio Alzate se mesó las cabellos luego de
suspirar profundamente y tumbarse sobre el sillón con la vista perdida en
un punto del techo. La luz entraba por los cuatro puntos cardinales, la
misma orientación que tenían las paredes de la torrecilla que se alzaba al
fondo y al lado derecho de la casa erguida silenciosa bajo el techo de
cuatro aguas que cubría las gruesas paredes de adobe pintadas de
amarillo tenue. Se sentía inmerso en uno de los escasos momentos
creativos; la mayor parte del tiempo se limitaba a pintar jarrones de rosas
con una técnica tan depurada que se percibían las gotas de rocío, la
transparencia del agua contenido dentro de los jarrones, la suavidad de
los pétalos y la delicadeza de los colores. Las sombras y las luces
aumentaban el realismo de los jarrones colmados de rosas, y casi se
podía percibir la frescura del perfume.
Por ello lo conocían como el Pintor de las Rosas; y no había casa
elegante del sur de California que no tuviera un cuadro de Alzate en su
sala principal. Las rosas le dejaban grandes dividendos que le permitían
vivir con holgura junto a Carlota Bonifaz, su mujer legítima. Pero los
momentos de inspiración era un suceso rarísimo y aquel instante era uno
de ellos.
Con los días, el resultado fue magnífico. La exquisita depuración de
su técnica dio lugar a un cuadro de tema marino que al menos él
consideraba magnífico. Los espíritus del mar soplaron en la mente y el
corazón de Rogelio Alzate y le mostraron la vida secreta del vientre
marino, que tomó forma en la inmensa variedad de azules y verdes que
colmaban el cuadro, mezclados con los marrones rojizos que formaban
los cabellos de los seres que ahí aparecían.
El cuadro Los Espíritus Marinos fue un éxito para el magnate
William T. Hayes quien se lo compró por el precio de cien mil dólares,

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los cuales hicieron dar un largo suspiro a Rogelio Alzate quien, para
mantener de buen humor a su mujer Carlota, le compró dos cabujones de
zafiros montados en unos zarcillos de plata antigua, para que ella lo dejara
ir y venir a su antojo por una buena temporada, sin reñirlo. Al pintor le
gustaban el vino y las mujeres, y requería estar bien alejado de su mujer, y
nada como una joya valiosa para mantener tranquila a su esposa.
Carlota Bonifaz era alta y delgada, con la cara enmarcada bajo una
melena corta y negra, de ojos grandes y oscuros, cubiertos con cejas finas y
arquedas, la nariz era estrecha y la pequeña boca corazonada, siempre
pintada de carmín. Sus manos eran elegantes, adornadas con joyas
engarzadas en oro. De cuello largo y tan blanco como el alabastro. Poseía
una belleza antigua y algo pasada de moda, como si se hubiera quedado
prendida de un momento adorable, pero ahora inalcanzable. Le gustaba
vestirse de terciopelo negro o de verde oscuro, pero su vestido favorito era
de brocado azul profundo, y cuando contempló los aretes de zafiro quedó
fascinada y en espera de la ocasión oportuna para estrenar aquellas joyas.
Se imaginó en el baile de gala de Año Nuevo o en la boda de los Araque-
Castillo, el evento social de la temporada. Con deleite pensó en la estola de
visón que compraría en San Diego o tal vez de armiño. Dejaría en libertad a
su marido para que hiciera de las suyas sin una sola queja de su parte; ya
llegaría el momento de que aquellos zarcillos de zafiros tuvieran por
compañeros un dije, un brazalete y anillos de cabujones de zafiro de buen
tamaño. Sabría comportarse a la altura de su precio.
Rogelio apenas paró por su casa durante buena temporada. Carlota en
silencio lo veía ir y venir, y su cara esbozaba una sonrisa cómplice de sus
verdaderas intenciones. Se sentaba en la sala junto al ventanal de cristales
fumando en larga boquilla, cruzaba las piernas con sus elegantes zapatillas
de tacón de cartete. Finísima mascada de seda se anudaba a su elegante
cuello y en su boquita de carmín se dibujaba un mohín burlesco. El pintor
acababa de salir en su Cadillac convertible y enfiló rumbo al centro del
poblado por la calle polvorienta, estaban en la 20 de noviembre, esquina
con la calle 14, número 1415. Carlota se puso de pie y se dirigió al comedor
con la intención de tomar un trago, le caería muy bien un poco de whiskey
con hielo.
—¡Nina, Nina!, tráeme un vaso con unos cubitos de hielo del
refrigerador.
En la cocina, Nina preparaba la comida de mediodía. En el sartén se
freían unas milanesas y en una olla hervían unas papas cortadas a cuadros.
Nina hizo un gesto de disgusto como siempre lo hacía cuando Carlota le
mandaba hacer alguna cosa. Desagrado que sólo manifestaba cuando su
prima no la veía. Fernandina Montero era una especie de criada-prima-
dama de compañía que servía en esa casa a cambio de un lugar para vivir,
comida, y un mísero sueldo que apenas le alcanzaba para comprarse un par

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de zapatos, algunas ropas corrientes; quizá un bolso de mala clase y unas
joyas de fantasía barata. Pero a Fernandina Montero le gustaban los trapos y
guardaba en las profundidades del pecho la envidia por las ropas y joyas de
su prima Carlota.
Ese día por la tarde, Nina acompañaba a Carlota a la hora del café con
galletas cuando su prima, con evidente buen humor y orgullo, le mostró el
último regalo de su marido. Los cabujones de zafiro dejaron pasar la luz
pálida del atardecer de una tarde de octubre que anunciaba en sus celajes las
próximas lluvias de invierno escondidas en las luces violetas que dejaba el
sol en su ocaso. Nina enmudeció unos minutos, la envidia se derramó
silenciosa por su garganta para estancarse purulenta en el fondo de su
corazón. Un deseo malsano se le clavó en el centro del pecho. No se los
merece, pensó. No ha hecho ningún esfuerzo por tenerlos, tan sólo hacerse
de la vista gorda de los devaneos de su marido. No sé qué le ve Rogelio, si
sólo es un palo vestido. ¡La suerte que tienen algunas! ¡Cómo quisiera que
esos aretes fueran míos!… Si yo pudiera, si yo pudiera quedarme con
ellos…
Carlota perdió la noción del tiempo mirando la transparencia azul de
los zafiros y Nina la perdió en aquel sentimiento que arrojaba fumarolas de
vapor espeso y corrosivo que derrumbaba a pedazos los últimos resquicios
de honestidad para dar paso a los enormes socavones del delito.
Al día siguiente Carlota se fue a San Diego con la intención de
comprar la estola de visón o de armiño, y también con la intención de que
su marido le comprara los cabujones de zafiro que faltaban para tener el
juego completo, y Nina salió al centro del puerto a comprar algunas cosas
que necesitaba para hacer un trabajo de urgencia; pero antes se metió a la
alcoba de su prima y se fue directo al joyero para sentir en sus manos la
presencia de los zafiros. Se miró en el espejo y peinó sus lisos cabellos en
un moño alto que dejaba descubierto su largo cuello, igual de blanco y de
fino como el de Carlota, se parecía a su prima, vanas y veleidosas.
Fernandina no era bella, su cara era pesada, de pómulos anchos, los
ojos hundidos y pequeños; la nariz chata y ancha y la boca generosa y
gruesa, pero a pesar de la falta de belleza, no podía negar que tenía clase,
que con un arreglo adecuado y ropas finas, luciría elegante. Llegó a la
conclusión de que aquellas joyas tenían que pertenecerle. Miró la luz de los
zafiros reflejarse en la blancura de su cuello y la finura de su pecho: Casi
soy bella, pero con ellos, lo soy. Estuvo un rato contemplando su imagen en
el espejo, embelesada con los cabujones de zafiro; pero luego regresó a sus
intenciones originales: copió las dimensiones exactas y el diseño de la
engarzadura de los zafiros, en una hoja de papel. Salió de la casa y compró
los materiales necesarios para fabricar unos aretes iguales, pero falsos.
Pasada la media noche terminó su trabajo e hizo el cambio en el joyero de
Carlota, y guardó los originales en un orificio del armario para al otro día

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enterrarlos en el solar de la casa: 20 de noviembre y 14ava, número 1415.
Uno de ellos lo enterró en el patiecillo junto a la cocina y el otro en el cajete
de un naranjo que estaba en el jardín en el frente del terreno.
Carlota regresó de San Diego con su flamante estola de armiño y el
resto de joyas que hacían juego con los aretes de zafiro y asistió con ellos a
la boda de los Araque-Castillo, para lucir como reina en el baile de gala de
Año Nuevo; un mes más tarde Nina disfrutó en secreto porque Carlota no se
dio cuenta de la falsedad de sus zarcillos. Pensaba en cambiar el resto de las
joyas por cristales de zafiros falsos.
Pero antes de ello a Rogelio Alzate, nacido en Los Ángeles, California,
lo llamaron para alistarse en el ejército norteamericano para que fuera a
pelear en Europa donde murió en combate. Carlota y Nina, acostumbradas
al dinero de Rogelio, se vieron al borde de la miseria; se tuvo que vender el
brazalete de cabujones de zafiros, pero no tuvo que vender ninguna joya
más porque le hablaron del Otro Lado para pensionarla por la muerte de su
marido con el grado de sargento del ejército norteamericano; y salió rumbo
a la base de San Diego en compañía de Nina. Jamás llegaron a su destino.
Pasaron los años y la casa del mirador pasó de inquilino en inquilino,
hasta que el intestado se resolvió y la antigua casa de Rogelio Alzate y
Carlota Bonifaz pasó a pertenecer a Evelia Medina, sobrina lejana de
Rogelio. Evelia estaba casada en segundo matrimonio con Javier Ramos,
con quien tenía un hijo de dos años de nombre Antonio. De su primer
matrimonio tenía dos hijas: Victoria y Alejandra; de nueve y siete años
respectivamente. Victoria era muy imaginativa, se la pasaba inventando
juegos e historias; Alejandra en cambio era juguetona y traviesa, y se la
pasaba corriendo y saltando por ahí, aunque de vez en cuando le seguía la
corriente a su hermana mayor, quien aparte de inventar juegos e historias, le
gustaba pasar las tardes enteras leyendo cuentos de El Tesoro de la
Juventud.
Entre los múltiples gustos de Victoria, estaba el tener mascotas y sus
favoritas eran los periquitos verdes y los gatos, siempre se escuchaban los
gritos del perico desde su jaula: Victoria, Victoria. Cuando su perico
favorito murió accidentalmente, aplastado dentro del burro de planchar al
que había trepado sin que nadie se diera cuenta, le realizó un gran funeral y
entierro. Clavó un crucecita de madera y cubrió la tumba con flores de
geranios rojos. Al cavar el hoyo encontró entre las piedrecillas un hermoso
arete de piedra azul, cristalina, engarzada en plata ennegrecida. Le pareció
tan linda y de tal azul que dejaba pasar la luz que brillaba diáfana a través
del cristal; decidió ir a mostrárselo a Enedina, la sirvienta encargada de la
cocina, del aseo de la casa y de cuidarlas mientras su madre y su padrastro
trabajaban fuera.
—¡Mira lo que encontré! Era de una princesa.
—¡Estás loca, es un arete de fantasía! ¡Qué princesa ni que ocho

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cuartos!— contestó Enedina, y siguió amasando para hacer tortillas de
harina que pronto esparcieron su aroma por toda la casa. Olor que llevó a
Victoria a la cocina y la hizo olvidarse del tesoro.
El arete de piedra azul anduvo en la cajita de tesoros de Victoria por
mucho tiempo. Iba y venía de la casa a la escuela en el fondo de la mochila,
junto a un collar de conitos de eucalipto, una aguja, hilo, un brillante y las
estampitas de un álbum. Después anduvo de cajita en cajita, de cajón en
cajón hasta que Victoria se olvidó de ella, y Alejandra jamás la tuvo en sus
intereses. Hasta que un día, leyendo uno de los tomos de El Tesoro de la
Juventud, Victoria descubrió la forma de hacer perfume, y entre los
ingredientes estaban flores perfumadas, algodón en rama, alcohol, un frasco
con cerradura y aceite de Lucca. Todo estaba al alcance de Victoria, menos
el aceite de Lucca, porque ignoraba el significado de Lucca; no fue sino
hasta la adultez que por fin descubrió lo que era Lucca: una comunidad
italiana, y entonces comprendió que se trataba de aceite de oliva producido
en dicha localidad. Entonces lo ignoraba y se limitó a preparar capas de
algodón con flores de azahar y llenar el frasco de alcohol, cerrarlo y
enterrarlo durante un mes. Eso hizo la niña, pero entre las piedras encontró
otro arete con una piedra cristalina y azul idéntico al que se halló al cavar la
tumba del perico.
Pronto los dos aretes se juntaron y fueron y vinieron a la escuela en la
cajita de tesoros de Victoria, entre brillantitos, lentejuelas, collares de
conitos de eucalipto y estampitas del ángel de la guarda. De allí pasaron al
estuche de lápices y luego al fondo de la mochila, siguiendo las consabidas
rutas, bolsitas, bolsillos, cajitas, frasquitos, cajones, y por fin por el piso de
la casa donde Enedina los encontró en las cerdas de la escoba:
—¡Mira dónde andan los tesoros de Victoria! ¡Chamaca cochina! ¡Que
ni piense que le voy a andar juntando! ¡A la basura!
La mujer se agachó con el recogedor y con la punta de la escoba puso
los aretes de las piedras azulas dentro del recogedor y de allí al cesto de la
basura y de allí al tambo en la calle. Al otro día los empleados del
Municipio voltearon el tambo de basura de la 20 de noviembre y 14ava,
número 1415, en el camión del Basurero Municipal, y Victoria no volvió a
acordarse de los bellísimos aretes de piedras azules que encontró enterrados
en el patio de su casa, hasta que de adulta comprendió lo que era el aceite
de Lucca.

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Feria del Libro de Poesía. Adán Echeverría.

—Mandamos los micrófonos a nuestro corresponsal. ¡Adelante!


— Acá estamos con el escritor, justo después de terminar la
presentación de su libro. Antes de cederle la palabra, déjame decirte, —y
a ustedes, queridos televidentes—, que la situación estuvo a punto de
salirse de control. Pero el escritor supo salir adelante. Dígame, mi
escritor, ¿qué sucedió?
— Bueno, pues: Estaba leyendo poemas de mí más reciente libro,
"La vanagloria del humilde"; un libro… muy, muy, llegador, tengo que
reconocerlo…
— Claro, claro.
— Y los lectores, que hoy me acompañaron…
— ¡Te amamos poeta!, ¡Te queremos!, ¡No te nos mueras nunca!
— Perdón, querido auditorio, ha sido un espontáneo que se cruzó.
Continúe.
— Te decía que los lectores que hoy nos acompañaron, fueron
incendiándose a cada verso. Una pareja de chicos comenzaron los besos,
mientras yo leía; los espectadores los miraban, y la temperatura fue
subiendo. Entre besos, caricias y poemas, cayeron las ropas. Yo continué
la lectura, y a cada verso se prendían más. Esto se volvió ¡una orgía!; así
que decidí aventarme de jalón la lectura de todo el libro, para hacer que
todos terminaran también.
— Es lo que ha ocurrido en este auditorio. Las imágenes no las
podemos transmitir en tv abierta. Y miren que apenas es la primera sesión
de la Feria del Libro de Poesía. ¡Vengan, la pasarán genial!
— Lo que nos espera, entonces. Gracias por tu reporte. Vayamos a
un corte y al volver…

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El ojo en la acera de enfrente.

Entre la música y la literatura.

Siempre relacioné la música "ranchera"


con los viejos.
En aquellos años de infancia, me parecía
todo un ritual adulto ese asunto de la música.
Aquella consola reproductora de acetatos que
comprara mi hermano a principio de los años
ochenta me pareció una cosa de borrachos. Un de baile a los negros con el Soul, Funky y
armatoste de madera pulida color miel marca música disco. Aquella canción se titulaba "El
SKY-LINE de programación semi-automática. cielo te envió", de Bonnie Pointer.
Mi madre se sentía orgullosa. No le tomé En esa época era un niño apenas que
atención hasta que me di cuenta que el aparato empezaba a tener su primer contacto con la
podía reproducir otros intérpretes que no fueran literatura. En esos años, la música era muy
Vicente Fernández (una colección de cinco aparte con ese asunto de leer. Obviamente,
discos que estaba incluida como regalo en la no encontraba nada literario en la música.
compra de la consola). Fue en el rancho de mis Pero fue en uno de esos paseos primaverales
abuelos donde este aparato dio todo de sí. Era a casa de mis abuelos donde por primera vez
Semana Santa y entre mis hermanos mayores una canción me conmovió. Acabábamos de
compraron una colección de discos de 33 rpm salir del pueblo, el camión guajolotero
para amenizar los festejos de la caída y ascenso viajaba a toda velocidad y tocaba una
de Cristo. Carlos y José, Cadetes de Linares, canción en la radio: "Eslabón por eslabón",
Invasores de Nuevo León, Pedro Yerena, de los Invasores de Nuevo León. Me
Cornelio Reyna, Los Bravos del Norte y conmovió pues había escuchado minutos
Lorenzo de Monteclaro cantaron a buen sonido atrás que mi abuelo decía: "yo y Tiburcia
sus temas durante los tres días que duró la estaremos juntos como siempre o hasta que
divina y necrófila fiesta. ella se canse". Desde entonces siempre
El primer disco de "rock" que escuché fue relacioné esta canción con mi abuelo, quien
un sencillo que contenía una canción que hasta era un gran contador de historias y de quién
el día de hoy me sigue conmoviendo. Era más recibí esta herencia narrativa. Desde
bien una bellísima pieza de soul de una efímera entonces, empecé a ver en las canciones
cantante negra que perteneció al catálogo de la historias verdaderas.
Motown Records, disquera que en ese entonces Luego llegó la adolescencia y el primer
tuvo gran auge por difundir y meter a las pistas amor. Ya se imaginarán. Todavía no sabía
escribir nada artístico y entonces, pues

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encontré un nicho poético en los Bukis, Los Caminantes o Los
Terrícolas. Luego la prepa, y la edad de las responsabilidades y los
amores platónicos; y la música oldie, las baladas de Grupo Ladrón y Los
Temerarios; y también empezaba a pergeñar mis primeras cartas de
amor sin destinatario.
Fue en esa época en la cual conocí a Nirvana, Queen, Pearl Jam,
Soundgarden... los años noventa, y ya empezaba a escribir mis poemas y
narrativa con ocupaciones sociales.
El amor no existía después de escuchar a los músicos de Seattle.
Para esas fechas ya tenía un buen cúmulo de lecturas en mi cabeza.
Había conocido Sartre, Nietzsche, Kundera, Hesse, Stoker, Poe, Chéjov,
Quiroga, Cortázar y muchos otros. En esa época teníamos un pequeño
club de lectura tres amigos y yo.
Noches de tertulia aderezadas con rock, cerveza, sombrerazos y
libros. Fue en ese entonces cuando caí en la cuenta de que tanto la
literatura como la música eran muy importantes en mi vida. En la
universidad, mi bagaje literario y musical ya era mucho más basto y esto
me permitió ser uno de los alumnos más destacados de mi generación.
Tuvieron que pasar muchos años antes de tomar una pluma y escribir
una historia.
La música fue lo que me llevó a escribirla recordando aquellos días
de tornamesa, discos de música ranchera y los abuelos. Sí. La música.
Este ente hermoso siempre ha sido parte de mi vida. Una forma de
narrar y una forma de ser y vivir, el modo más adecuado de pisar el
mundo y hasta bailarlo. Una forma de cantar mientras caminas, por
ejemplo, sobre una libreta. Es por eso que siempre, en lo que escribo,
encontrarás música. Esta cosa impalpable que es muchas formas de ser:
el largo suspiro de un soul, la alegría flamboyante del funk, el largo
paseo espacial y exhalante del jazz, el lamento burlesco del blues o el
Tango, la derrota miserable en la sinfonola de la cantina, el caos
bellísimo del Avant-Garde, la seriedad pretenciosa del rock. Tantas y
cuántas historias dentro de la música pop.
Tantas y cuántas formas de ser. Por esto y más, amigos míos: Por
favor, lean música; Bailen, caminen, vean, huelan, forniquen, coman...
escuchen. Que este fenómeno literario no les hará más daño o beneficio
que la poesía. Esto es para disfrutar, no para sufrir. La música será
culpable, mas nunca un pecado. Un placer que vale la pena llevar hasta
morir.

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Dando vueltas con Silvia

La memoria de las Memorias


de Ana Frank.

Querido lector:
Los niños de cuarto grado de la escuela
primaria fuimos invitados a participar en el
concurso de poesía coral en la ciudad.
Después de visitar el teatro y declamar,
recibí en mis manos un libro con portada color
naranja claro, con la silueta hecha con líneas
blancas de la cara de una adolescente, la cual no Al paso de un tiempo, decidí leer el
hallo en ninguna librería ni editorial hasta ahora, texto desde el principio; me enamoré de sus
el libro se titulaba El diario de Ana Frank. Era aventuras, de sus ilusiones, de su lenguaje.
mi libro y de nadie más; lo hojeaba, olía y La conexión con esas letras empezó a ser
admiraba. más fuerte. Recuerdo que un tema peculiar
Mi primer libro. del libro y de las niñas de 10 a 13 años era el
Rápidamente noté que el texto iba marcado romance; Ana Frank estaba enamorada de
con fechas del siglo XX, las mismas en las que Peter y soñaba con ser su novia y casarse
se situó la Segunda Guerra Mundial. Al con él algún día.
principio leí el libro buscando la fecha que Sí, yo estaba enamorada también de un
indicaba el día que yo lo tomaba para leer; era niño, quería ser su novia y deseaba algún día
interesante notar que hace unos años en la casarme con él. Pero también estaba lejos de
misma fecha ocurrió algo totalmente distinto, que él supiera de mi existencia.
pero a la vez similar. "Iniciarse en la lectura", a veces es por
Cuando comencé a leer lo que ocurría día gusto, a veces por disciplina, a veces por
por día, me di cuenta que Ana Frank era una obligación, o incluso por desesperación. En
niña-adolescente que pensaba cosas que yo otras ocasiones es un propósito de año
alguna vez había considerado en mi propia nuevo, a veces es una meta necesaria para
mente. Sus relatos trataban de situaciones alcanzar tu sueño.
cotidianas de su vida, de sus sueños, de sus Como sea que fuera, la lectura es vital
problemáticas y de sus deseos internos. para desarrollarse en este mundo. Existen
miles de técnicas para leer, concentrarse y
obtener el gusto de la lectura, creo que hay
las que son muy buenas y prácticas, hay de

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las que no tienen éxito alguno; pero independientemente de que
las uses o no, lo importante es que leas.
Nunca olvidaré el consejo que me recordó mi mejor amigo,
que yo misma le había dado: "la única manera de tener el hábito
de leer es leyendo".
Al igual que muchos, yo tuve mi primer acercamiento con
la lectura, la cual me trae nostalgia y mucha pasión. Desde
entonces amo el género de la Memoria, aceptado recientemente
por los académicos, por cierto. Desde entonces encuentro cierta
magia a la hora de redactar cartas, diarios y memorias; es muy
probable que a partir de esa experiencia la cotidianidad me
fascine.
Desde entonces obtuve una admiración por Ana Frank e
interés por los acontecimientos ocurridos en la Segunda Guerra
Mundial. Pero eso no es lo importante, la diferencia lo hará tu
propia experiencia, entonces podrás contar tu historia, tu propia
Memoria.
P.D. Tristemente el libro se me perdió entre mis muchos
cambios de casa y departamentos, o creo que lo presté y nunca
regresó a mí; en realidad no lo recuerdo bien, solo sé que lo
llevaba a todas partes porque me encantaba. Me dolió mucho la
pérdida, sin embargo, la historia se subraya más con la ausencia.

98 delatripa 40. enero 2019.


Bajo el barandal.

Otro inicio de año.


“Debiendo escribirte hasta el fin de mi vida
para ilustrar el peso muerto de los días
que viviré sin ti”
César Moro
El año apenas inicia y en día Reyes a los
bajacalifornianos nos han traído los Reyes
Magos la visita del presidente de México. En las
redes sociales abundan imágenes de un Andrés
Manuel, vestido a la “doctor Chapatin”, el
escarnio y la burla están a la orden del día
mientras que los posibles contendientes a occidente, se interna en la selva, se desvía
elecciones populares aprovechan la oferta y la hacia Roma, hace una parada en el Cairo,
demanda, y el merecido descuento al IVA en la toma su maleta y viaja a Puebla, le da un
frontera. Pero dejemos la política y la frontera beso en Bellas Artes a su amante, toma un
en manos de los que saben chorrear la pluma. autobús y siente la rabia de perder al
Pasemos a nuestro puerto, miremos la hombre que ama.
visita de los turistas, los anglosajones se portan Las palabras te santifican, y sabes que
de maravilla; llegan consumen y dejan una una vida puede durar únicamente su
derrama económica, los más ahorrativos son los nacimiento. Y que ser izquierdista duele ,
europeos, quienes con tal de no consumir y no mientras tomas chocolate caliente en la
sacar sus dólares entran en los establecimientos colonia Roma. Ves a un niño que dice adiós
y se ponen a hacer conferencias, de tres en tres con su manita, y vuelves al mundo real uno
usan las instalaciones como si fueran los dueños que veo a diario bajo el barandal acá en mi
del mundo. ciudad, en mi Ensenada.
Está genial que los mexicanos usemos sus Tienes que bajar del autobús y ser un
apps, nos engolosinamos con los tenis, que a lugar común.
decir verdad nos duran un mes, y luego ya Tienes que ver con coraje que no hay
tienen más hambre que un perro callejero, a apoyos para los escritores locales, tragarte el
ver si ellos les pareciera que fuéramos a su país orgullo y seguir adelante apoyando,
e hiciéramos lo mismo; ésos son sueños guajiros aportando un granito de arena para que
uno apenas sale de su casa al centro, recorre la nuestras futuras generaciones se sientan
ciudad que se cae a pedacitos, y gasta en orgullosas de pertenecer a un municipio
bagatelas lo que gana en la semana. lleno de cultura, con hombres y mujeres
Solamente aquel que lee, se complementa valiosos que nos dejan sus recuerdos, su
en alma y espíritu, se atreve a viajar por el legado.

Enero 2019 delatripa 40 99


Pido a usted lector un minuto de silencio por aquellos que
nos dejaron en el 2018, para dormir un sueño eterno: José Joaquín
Martínez Torres, Kenji José Hirata Ruiz. Y un aplauso para los
que con esfuerzo y valentía siguen en la lucha, Marta Aragón
Rodríguez, Jesús Fuentes, David Salazar Miranda, Yolanda
Victorio Cota, Lauro Acevedo.
Seguiremos en la lucha, apuntalando cada rincón de esta
basta tierra, repoblando de sueños y viajes así como lo hace en
Tijuana el escritor, poeta y comunicador Pedro López Solís, con
su proyecto de Libro Taxis; acá en Ensenada hay microbuses, y
tu viaje puede durar hasta una hora para llegar a tu lugar de
trabajo, hay que replicar ese proyecto.
Las ideas están en el aire, las palabras, las Noticias, las
historias y los aconteceres de la Baja California, tan sólo para que
ustedes queridos escritores muestren a los lectores.
Yo me sumo como lectora aquí, bajo el barandal, que da
hacia el mar, donde imagino cada mañana una Ensenada con más
oportunidades para los niños.
Y mientras escuchó el agua correr, el aire soplar, moviendo
mis cabellos, recuerdo mi más reciente lectura, y cito al poeta y
novelista Herman Hesse en su libro El Lobo Estepario “oigo el
aire soplar en la noche de invierno, hundo en la nieve mi ardiente
garganta, y así voy llevando mi mísera alma al infierno.”
Nos seguimos leyendo el próximo mes, que yo seguiré
observando la vida a través de los ojos de Rebecca, el personaje
más valiente y soñador de mis historias. Me despido no sin antes
agradecer a dos grandes hombres, el honorable Doctor Rafael
Chávez Montaño y el maestro Víctor Chávez Duarte.

100 delatripa 40. enero 2019.


Mi punto de risa

Libros importantes.

Cuando empecé a leer, las historias que


más me cautivaron fueron las de ciencia ficción,
con Julio Verne. Más adelante fui conociendo
otro tipo de géneros que también me iban
gustando y que han venido marcando mi vida;
digo esto último como un presente, a pesar de
tener ya 43 años, porque aún sigo cambiando y
aprendiendo a través de las lecturas, aunque no
únicamente de ellas, porque los libros son los
separadores de páginas de la vida.
Hay cuatro libros que son significativos en
mi vida. El primero que tuve, fue un regalo de
mi padre y que me hizo dedicar mi vida a las Del primer libro no tengo ya ni el
matemáticas, se llamaba Curiosidades nombre del autor, y borrosos en mi mente
Matemáticas. El segundo lo leí a mi ingreso al encuentro algunos acertijos de lógica de vez
movimiento Scout y fue el clásico de este grupo, en cuando, pero me dejó de herencia una
El libro de las tierras vírgenes, el que leí en un licenciatura y una maestría en Matemáticas.
principio en una versión infantil como lobato y Del segundo tengo una curiosidad, de ahí
más adelante en su versión completa. El tercero nace mi nombre scout (Won-tolla) y la
fue el primero que compré con mi propio personalidad que marcó mi andar por la vida.
ahorro, El Perfume, que podría decir fue el que Del tercero nace mi gusto por narrar historias
me inició en la lectura consciente y “de que se acerquen a la crudeza de la realidad,
adultos”; libro que sigue siendo mi favorito por vista desde la mirada de aquellos personajes
las imágenes que se generan en mi cabeza y una que se encuentran en lo más bajo de la
lectura que disfruto mucho. El cuarto es uno que sociedad. Con el cuarto libro, encontré una
encontré por ahí en la casa, Bonampak, que me fascinación por la cultura maya y sus
hizo pensar en las leyendas que se ocultan entre historias escondidas en las ruinas
la selva maya y que hasta ahora ha mantenido arqueológicas que inundan una buena parte
mi interés en saber sobre esta cultura tan del continente americano.
enigmática. Claro, no son los únicos libros que he
leído, por lo que hago una mención especial a
Azazel: El demonio de dos centímetros, cuyo
autor es un gran maestro de la ciencia ficción
y la robótica. Una colección de relatos que

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me encantó desde saber que leería las aventuras de un demonio de dos
centímetros, sumamente poderoso, que no tiene filtro moral y que, como
demonio, siempre encontrará la manera de no cumplir las peticiones de
una manera en que las personas queden contentas.
Una mención súper especial merecen los libros de quinto de
primaria, que marcaron mi vida una mañana de abril, bajo un inclemente
sol, en medio de la plaza cívica de mi escuela; una mañana que los tuve
media hora, como cristo crucificado, cargando en mis manos.

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La Niña TodoMePasa dice:

La musa en rojo.

Nunca he sido buena estudiante. Y en la


Escuela de Escritores de Sogem, Coyoacán, no
fui la excepción.
Entré al Diplomado en Creación Literaria a
los veintiséis años, una edad en la que interesan
más otras cosas como son el sexo, el alcohol, y
el sexo pasajero bajo los efectos del alcohol. En alcohol. En internet descubrí que incluso
general le echaba ganitas al final del semestre escribió una novela que a la fecha no he
para entregar las tareas y obtener buena logrado encontrar.
calificación, pero hubo materias en las que a Lo que Saúl más recordó de mí fue el
duras penas hice "acto de presencia estelar". vestido que usé en la graduación: un
Una de esas clases fue la del poeta Saúl precioso Ted Kenton que me costó
Ibargoyen. seiscientos pesos y que un menso me
Era tercer semestre y yo siempre andaba arruinó.
corriendo, tarde para todas partes, y ya ni Días después el profesor me envió un
recuerdo el verdadero motivo pues, hoy lo correo con su poema "Musa en rojo",
agradezco, la mayoría de mis recuerdos malos y dedicado al seudónimo con que yo firmaba
buenos se perdieron entre nubes de tormenta cuando aún no me gustaba mi nombre. Tras
que cumplieron su cometido de hacerme unas semanas me escribió para disculparse
olvidar. No sé si aún trabajaba en casa porque la editorial omitió la dedicatoria por
corrigiendo libros de cierta editorial importante, error.
y hace siglos se diluyó ese chico prescindible Durante once años nos enviamos algún
que usaba más maquillaje que yo. correo de vez en vez.
A la clase de Saúl siempre llegué tarde, no También lo encontré en Facebook, pero
sé si porque andaba perdida con el noviecito de dijo que prefería el correo electrónico porque
tres meses, o por la nube rosa con que trataba de los ojos no le daban para más. Era amable
ahuyentar mi depresión. Saúl era amable y romántico, muy agradable, de esas personas
siempre me permitió pasar. que te hacen soñar cuando encadenan las
Lo que más recuerdo de él fue la comida palabras.
de cumpleaños de una compañera. Me tocó De aquellos días recuerdo poco, pero a
sentarme a su lado en la mesa, y mientras yo Saúl lo recuerdo porque él también me
brindaba sin preocupación por el porvenir, noté recordó.
que Saúl bebía agua.
¿Solo agua? Le pregunté al respecto, y Si te gustó este artículo, no olvides compartirlo
comenzó a platicarme de su lucha contra el en tus redes sociales. Síguenos en la página de Facebook
de TodoMePasa Ediciones. Twitter @todomepasa

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Incipit.
Permanezcan a mi lado.

When the night has come


And the land is dark
And the moon
Is the only light we'll see
Stand by me

Cada vez que inicia un año (al menos en el John Ruskin1 exponía en un tratado que
calendario Gregoriano) me toca cumplir años, en general, todos los libros pueden dividirse
así que comienzo a hacer un recuento de lo ya en dos clases: libros del momento y libros de
vivido y con gran alegría sé que llegarán a mí todo momento; traigo esto a colación porque
regalos que siempre son una maravillosa cuando inicia el año ya les tengo reservado
sorpresa, y para quienes me rodean les causa un espacio a los libros que iré leyendo
cierta angustia el que yo parezca una niña al ver conforme van pasando las hojas del
que en cada onomástico recibo libros y más calendario, algunas personas lo ven
libros de obsequio y mi rostro es inmensamente pretencioso, otras en un sentido de estricto
feliz (sé que ellos quisieran ver qué otros orden y yo, yo lo veo como esos libros que
objetos causan en mí ese placer). me van acompañando para comprender los
En este país la educación es un lujo y días y que se encuentran cerca de aquellos
poseer libros lo es aún más —sé que eso no le otros que están en todo momento.
agradará a los amantes de lo ajeno— porque Sí, soy de esas que traen en su bolso
estos objetos son bienes que tienen precios de (aunque pese varios kilos) un libro siempre,
alto costo y que son difíciles de adquirir. así creo yo en cualquier espacio puede
Recuerdo que cuando niña, mi tío Manolo era el ponerse a leer, o bien, cuando sale de viaje,
que contaba con un librero muy bello y ahí no importa que sea corto, llevo libros porque
guardaba grandes tesoros que tomaba cada tarde sé que esa compañía me hace bien, son esos
para recordar ciertos pasajes históricos o compañeros que uno extraña y que
simplemente para aprender nuevas palabras; me mantienen un diálogo conmigo. Me han
decía: Uno nunca sabe cuándo podemos utilizar preguntado cuál es mi libro favorito, y no,
cierta palabra, así que es aconsejable no he podido dar respuesta, es que ¡Son
aprenderlas, quererlas y compartirlas… Sí, tantos! Hay cosas que me gustan de unos,
quizá en aquel tiempo no lo comprendía del me encantan de otros y hasta e aquellos que
todo, pero debo confesar que me gustaba andar no me atrapan, confieso que me gustan y me
repitiendo palabras, más palabras, muchas dicen quedito: ¡Hey no me olvides!, más
palabras.
1. John Ruskin fue un crítico de arte del siglo XIX, él fue un
apasionado de la producción cultural de la Edad Media.

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ellos no saben que lo que quiero es que ellos no me olviden, quiero
que permanezcan a mi lado, verlos, sentirlos y oírlos susurrar; qué
importa lo que dice Marie Kondo2.
3
En estos días leo el libro Su cuerpo y otras fiestas y me da por
ir en el transporte público buscando la cara de los personajes que
voy leyendo; sí, táchenme de un poco loca, qué más da, la vida es
ese furor maniático por imaginar; no les ha pasado que cuando
llegan a sus estantes, libreros, Kindle u otra plataforma donde
guardan sus libros se preguntan ¿cuándo podrán leer todos los libros
que tienen? NUNCA, y es que todos los días salen títulos nuevos,
textos de autores que nos encantan y que queremos tener.
Bioy Casares4 decía que el amor que le tenía a la vida se lo
debía a su amor a los libros; coincido con él, creo que el tener
contacto con los libros, vivirlos a través de la lectura es lo que me
hace tener esperanza en la humanidad, porque si no la tuviera pienso
que sería muy terrible la existencia.
Con esto no quiero que se crea que menosprecio a aquellos que
no tienen un vínculo con los libros o que no leen por nada del
planeta, al contrario, les respeto porque ejercen su derecho a no
llevar a cabo ese paseo por las palabras; leer al final de cuentas es un
proceso de libertad desde su inicio, se lee por decisión personal, no
habrá fuerza sobrehumana que obligue a lo contrario. ¿Quién los
obligó a leer delatripa?

2. Marie Kondo es una consultora empresarial dedicada a la organización;


ella opina que sólo debemos tener en casa alrededor de treinta libros.
Pueden ver su reality show.
3. Machado, Carmen María. Su cuerpo y otras fiestas, Anagrama, España,
2018.
4. Adolfo Bioy Casares escribió literatura policial y fantástica; referente
imprescindible de las letras argentinas.

Itasavi1@hotmail.com Facebook: Blanca Vázquez


Twitter: @Blancartume Instagram: itasavi68

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Desvaríos de la freaky neurosis.
Descubriéndome en los libros.
Aprendí a leer desde los cuatro años. En ese
tiempo no era obligatorio ir al kinder, como
ahora. La diferencia de edad entre mi hermano y
yo, es de trescientos sesenta y dos días; así que mi
madre nos enseñó a leer al mismo tiempo.
También nos inscribieron juntos a la primaria,
cuando José cumplió seis y yo, cinco.
Mi padre amaba los libros tanto como la
música; así que tenía una enorme colección de
libros, cassettes y discos. Mi padre también
coleccionaba historietas.
Era la época de las Novelas Inmortales, los griega y romana. Era un libro con bellas
Clásicos ilustrados, Clásicos infantiles, Fantomas, ilustraciones y disfrutaba leer los mitos de
El Transas, John Barry, Novela Sentimental, Así Eco, Narciso, Medusa y Pigmalion.
soy y qué, Hermelinda Linda, Andanzas de Sin embargo, de todos los libros que mi
Aniceto, Kalimán, Condorito, Mafalda, Conan el padre tenía, había uno por el cual sentía una
Bárbaro y hasta El Mil Chistes. extraña predilección: El Gran Libro de lo
A mi papá le encantaba llenar la casa de esas Asombroso e Inaudito. Era un volumen muy
revistas y a nosotros, leerlas. De vez en cuando, pesado y difícil de manejar, pero siempre
mi papá nos compraba libros de cuentos con encontraba la manera de acceder a él. Era el
bellas ilustraciones, los cuales eran siempre único libro que me producía una especie de
motivo de alegría. horror, repulsión y al mismo tiempo atracción.
A mi hermana mayor, que me lleva cuatro Ahí leí por primera vez sobre la epidemia
años, le obsequió un libro con cuentos de Hans de peste bubónica en la Edad Media, el horror
Cristian Andersen. En otras ocasiones, mi padre de los campos de concentración nazis,
nos regalaba audiocassetes con cuentos infantiles, fenómenos extraños de la naturaleza,
los cuales amábamos. hundimiento del Titanic, la desaparición de la
Cuando las historietas se terminaban, princesa Anastasia o los inicios de la
siempre tenía la opción de ir a meter las narices criogenia. También sobre monstruos como el
en la biblioteca paterna. Había dos volúmenes del Lago Ness, la hidra, el yeti, hombres lobo,
titulados Lecturas Clásicas para Niños, que vampiros, sirenas, duendes e incluso casos sin
contenían fragmentos de obras importantes como resolver como Jack el destripador o datos
El Mio Cid, El Conde Lucanor, Don Quijote, curiosos de algunos novelistas como Sir
Parsifal, El Rey Lear; al igual que algunas Arthur Conan Doyle, Oscar Wilde y hasta
leyendas orientales y de otros países. Pasé mucho Edgar Allan Poe. Por éste último, sentí una
tiempo con ese par de libros. Había también un especie de curiosidad hacia su obra; pero no
ejemplar sumamente interesante, sobre mitología

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pude conocerla hasta los doce años; cuando obtuve prestado el libro de
Narraciones Extraordinarias en la Biblioteca Central. En verdad me
parecieron extraordinarios sus relatos. Amé el libro y amé a Poe; desde
antes y hasta ahora.
Los libros me atraían demasiado. A los ocho años deseaba ser
escritora. De alguna forma, siempre esperé que pasara y lo intenté
muchísimo. No fue fácil.
Tampoco fue fácil crecer amando los libros. La mayoría de los niños
de mi edad, no se imaginaban lo que era dedicar gran parte de su tiempo a
investigar sobre un tema o buscar en el diccionario los términos que
desconocían. Siempre me sentí un bicho raro. Como si fuera más vieja de
lo que aparentaba. Era una niña sumamente inteligente y dedicada. La
primera de la clase, a quien todos recurrían para hacer preguntas; sobre
todo en la secundaria.
Mis primeras lecturas me marcaron profundamente. Aquellas que
descubrí a través de historietas, como en el caso de las Novelas inmortales
o Clásicos Ilustrados; produjeron tal impacto que hube de adquirirlos en la
edad adulta para poder leerlos en sus versiones completas.
Quizá también influyera que durante mi niñez, había muchos
programas infantiles como: Érase que se era de Cachirulo, Cuenta con
Sofía, y algunas caricaturas basadas en cuentos, donde cada episodio era
una historia diferente.
Parece locura, pero yo veo a los libros como amigos anhelando
nuestro encuentro. Amigos con quienes podemos reír o llorar; pero sobre
todo, reflexionar. Amigos fieles, dispuestos a contarnos un secreto.
Incondicionales, perfectos, que pueden evolucionar con nosotros.
Hay libros a los cuales regreso. Es inevitable volver a ellos. Y cada
vez la historia parece transformarse, al igual que mi vida, al igual que las
etapas por las cuales atravieso. A veces recuerdo lo olvidado, a veces
encuentro cosas nuevas. Pero siempre están ahí, esperando el momento
adecuado para hablarnos. Para descubrir quiénes somos a través de ellos.

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Nos vemos en el slam.

Y la siguiente escena se graba en...


Yucatàn.

Hace unos días me reuní con un par de amigos escritores en


un café del centro histórico de la ciudad de Mérida. Entre lo que
esperaba su llegada y luego ocurría nuestra junta de trabajo
enfocada al intento crear un taller literario, al lugar arribaron un
grupo de jóvenes oriundos de Tabasco, quienes se encontraban
en Yucatán para grabar una película de terror.
Su presencia en el café fue con el objetivo de hacer una
transmisión en vivo e invitar al público en general a participar
en la producción como actores secundarios que se necesitaban
para unas escenas en una hacienda yucateca, de esas que no
sirven como sede de boda costosa, pero su aspecto fúnebre,
derruido y misterioso le permite ser una excelente locación para
los sustos cinematográficos.
La iniciativa de los jóvenes cineastas de pensar o encontrar
en Yucatán el espacio idóneo para lo descrito en su guion, es
otra muestra de que en esta entidad del sureste mexicano es una
gigantesca locación de cine que no se debe desaprovechar y en
las arcas del gobierno debe existir un presupuesto destinado
siempre a este tipo de labor artística.
No es novedad una producción cinematográfica en
territorio yucateco. Por ejemplo, en las calles de Puerto Progreso
se grabó en 2008 “Lake Tahoe” del director mexicano Fernando
Eimbcke; para la cinta “Song to Song” se filmaron escenas en el
municipio de Izamal en 2012 con el protagonista de Ryan
Gosling; y si nos vamos un poco más atrás sin salir de la era “a
color” esta película “La Casta Divina”, hecha 1977 por el
director Julián Pastor que centra su historia en la hacienda
Yaxcopoil del municipio de Umán, pero también podemos notar
la antigua prisión y el Salón de la Historia del Palacio de
Gobierno.
¡Aclaró! Dicho trío solo es un ejemplo, no lo consideró lo
más importante o lo único. Yucatán desde la época en “blanco y

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negro”, quizás hasta en la “muda”, tiene presencia en el cine con
protagonismo en toda la cinta o escenas secundarias. Lo
importante es que el interés por grabar en el estado no se pierda o
se estanque por falta de un apoyo gubernamental, quizás el
mínimo, en dado momento ni siquiera económico, con solo
asegurar el hospedaje, la seguridad y facilidades para usar
locaciones sin que afecten a terceros.
Actualmente, en un panorama local, hay jóvenes y no tan
jóvenes haciendo realidad el sueño de la producción
cinematográfica, algunos también ofrecen alternativas de
proyección con un circuito de cortometrajes o logran abrir
espacios para poder ver películas de reconocidos directores.
Desde hace unos días inició la planeación del Plan Estatal de
Desarrollo del actual gobierno yucateco, sé que en la parte cultura
hubo reuniones con promotores y creadores, ojalá en sus
discusiones esté presente el cine, particularmente en el apoyo de
jóvenes cineastas locales o de otras entidades que a pesar de
limitada producción en cuanto equipos o cuerpo actoral, tengan en
guion una buena película y el ánimo de llevarla a la pantalla como
la ven en sus imaginarios.
Además, ver zonas de Yucatán, ya sean coloniales, naturales,
urbanas, rurales o arqueológicas, en cine siempre va a causar más
la curiosidad “de conocer” que lo que pueden provocar videos
promocionales en materia turística (carísimos) en donde sale gente
disfrazada de mayas de la época cuando se le temía a Kukulcán o
con un fondo musical cumbiero o popero que al terminar de verse
la pregunta es ¿Quién canta? Y no ¿Dónde es?

donativos
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en nuestra labor de promover y difundir la narrativa, la dramaturgia,
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