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La megaminería es una figura extrema del extractivismo: contaminación incontrolada,

profundización de la desigualdad, neocolonialismo y una neta subordinación social,


económica y política a las empresas transnacionales. Existe un marco jurídico que crea
también un tratamiento impositivo y financiero diferencial, con beneficios exclusivos para
el sector como ninguna otra actividad. Esto permite que coexistan empresas inmensamente
ricas y pueblos extremadamente pobres, tal como ocurre en la provincia de Catamarca.
A continuación se profundizará estos aspectos y otros más de la controvertida megaminería
transnacional.

Provincias mineras

Hoy consideradas provincias mineras a San Juan y La Rioja. El panorama se completa si


incluimos otra de las provincias emblemáticas del país minero, Santa Cruz, que fue
gobernada hasta 2003 por Néstor Kirchner. Cabe resaltar que, en 2004, siendo presidente,
el mismo Kirchner confirmó la continuidad del modelo minero declarándolo como un
“objetivo estratégico”, para lo cual avanzó incluso en la exención total del IVA para la
minería y otros puntos estratégicos relacionados con el desarrollo del sector minero. La
continuidad de la política, el involucramiento de la estructura del Estado nacional y, por
supuesto, el compromiso aun mayor de sus pares provinciales, demuestran hasta qué punto
este tipo de minería se ha convertido en política de Estado.

Código minero
En la década del noventa en Argentina coincidió un conjunto de factores que fue facilitador
de la megaminería: Un estado neoliberal que decretó la apertura externa, un alineamiento
con los organismos financieros internacionales, y una modificación del marco regulatorio
en materia de minería (reforma del código minero).
Por lo tanto, el Código de Minería de la República Argentina, que desde su elaboración en
la década de 1880 no había sufrido mayores modificaciones, vio alteradas incluso ciertas
restricciones que regían desde la época de la Colonia. Se eliminaron así las limitaciones en
cuanto al tamaño de las concesiones de exploración y explotación, al tiempo que se
ampliaron los plazos de arrendamiento y usufructo de minas. La construcción de un
andamiaje legal específico fue acompañada desde el Banco Mundial por el Programa de
Asistencia a la Minería Argentina (PASMA), cuyo principal objetivo fue el de realizar
reformas regulatorias e institucionales tendientes a alentar la inversión privada en minería.
El proyecto tuvo una duración de seis años (1995-2001), ejecutándose a nivel del Estado
nacional y en seis provincias. Posteriormente, se llevó adelante la segunda fase, que incluyó
a diecisiete provincias. Entre los componentes del proyecto se encuentran el desarrollo del
marco institucional, el sistema de catastro y registro minero, el manejo ambiental y el
sistema unificado de información minera. Asimismo, se implementó una legislación de
“facilitación fronteriza” para que los límites entre países y sus consecuentes incumbencias
no fueran un impedimento para la explotación a ambos lados de la cordillera de los Andes,
mediante el Tratado de Integración y Complementación Minera con Chile, firmado en julio
de 1996. En dicho tratado, los Estados nacionales de Chile y Argentina transfirieron poder
de decisión y soberanía, configurándose así un territorio donde se desdibujan las fronteras y
se genera una legalidad propia a los intereses mineros. Este último caso puede considerarse
como un ejemplo de transferencia de soberanía de parte de los estados nacionales hacia el
capital transnacional.
Licencia social
Para legitimar sus operaciones, las transnacionales megamineras apelan al argumento de
la generación de empleo y las promesas de un supuesto progreso para las comunidades
en las que se instalan los emprendimientos. En este sentido, introducen además
programas de Responsabilidad Social Empresaria, que generalmente incluyen la
construcción de hospitales, escuelas y polideportivos, y obras de infraestructura como
carreteras, obras hidráulicas y eléctricas, remplazando incluso el rol del Estado.

Sin embargo, la instalación de proyectos mineros a cielo abierto es interpretada por gran
parte de los pobladores de la región cordillerana como una amenaza a las fuentes de
agua, al ambiente, a sus formas de producir y vivir, a sus cuerpos y a su salud. De esta
manera, surgieron a lo largo del país alrededor de setenta asambleas de vecinos
autoconvocados que ven intimidadas sus condiciones y calidad de vida ante estos
proyectos de megaminería. Entonces, frente a la licencia ambiental otorgada formalmente
por los organismos de control, se pone en discusión la existencia o no de una licencia
social otorgada por las comunidades afectadas.

En los últimos años se ha producido una explosión de la conflictividad ambiental, aunque


en estos conflictos se observan enormes asimetrías entre los sectores sociales
movilizados y las empresas, que generalmente cuentan con el aval y apoyo de los
gobiernos, logrando la minimización de los conflictos y motivando la criminalización y la
represión de las protestas sociales.

Las comunidades afectadas sostienen entre sus argumentos que las inversiones y
ganancias millonarias que, por supuesto, son giradas en gran parte al exterior, y los daños
ambientales que producen no pueden ser justificadas con la creación de algunos empleos
que, en pocos años, dejarán de existir. Además, los emprendimientos mineros requieren
un uso desmesurado de agua y energía y generan grandes pasivos ambientales, como la
contaminación de los recursos acuíferos y daños irreparables en el medio ambiente y
generan una fuerte dependencia en toda la actividad económica de los lugares en donde
se instalan.

Es importante mencionar como referente, la lucha que sostuvieron los vecinos


autoconvocados de Esquel contra la minera canadiense Meridian Gold. Se trató de un
caso emblemático que puso en agenda pública las implicancias que tiene para muchas
comunidades locales el desarrollo de la industria minera en el país. La empresa, había
comenzado a explorar un yacimiento de oro a 6 km del centro de la ciudad y, en 2003, los
vecinos organizaron un plebiscito en el que el 81% de la población pronunció un rotundo
“no” a la minería tóxica y, desde entonces, ningún emprendimiento pudo instalarse en
Chubut. Como en Esquel, hay una gran cantidad de asambleas a lo largo y ancho del país
que se manifiestan en contra del avasallamiento de los bienes comunes y los derechos de
los pueblos, que no dan lugar a la participación en los procesos de decisión.

Uno de esos ejemplos lo representa Famatina. Allí, una pueblada ocurrida en enero de
2012, la cual (junto con la localidad de Chilecito) viene oponiéndose desde hace años a la
realización de un emprendimiento minero en los nevados del Famatina. Con anterioridad
a su manifestación mediática nacional, los pobladores de esta localidad riojana ya habían
logrado la expulsión de dos compañías mineras de la zona.
Beneficios impositivos

En el caso de nuestro país, respecto de la renta minera, las reformas de los `90 y el régimen
tributario permitieron que el sector funcionara con altas tasas de rentabilidad. Los aspectos que
tienen un papel clave en la construcción política de la rentabilidad empresarial minera son, en
primer lugar, la ingeniería fiscal compuesta de inéditas exenciones y beneficios impositivos que
inciden de modo determinante en la porción de las rentas de explotación que los estados y las
sociedades ceden a favor de los inversionistas. No es que la minería no pague impuesto a las
ganancias, pero en general tienen un régimen que les permite deducir el 100% de lo invertido en
prospección y exploración; no pagan tasas municipales y se les garantiza tarifas “no distorsivas” de
luz, gas, combustibles y transportes, entre otras muchas exenciones. En Argentina, el porcentaje
máximo que se cobra en concepto de regalías es del 3%, pero éste puede ser menor. En San Juan -
paradigma de la megaminería en Argentina-, en 2009 la empresa Barrick Gold aportó por la mina
Veladero sólo el 1,7% en regalías. El resultado final es así una ecuación financiera asimétrica:
ingresos fiscales pequeños frente a ganancias empresariales extraordinarias. Esto permite que
coexistan en un mismo territorio empresas inmensamente ricas y pueblos extremadamente
pobres, como ocurre en nuestro país y otros países latinoamericanos.
La megaminería y sus actores

La minería avanza sobre los territorios y entra en competencia con otras actividades por la
utilización del agua, la energía y otros recursos, termina desestructurar las economías regionales,
configurándose como un modelo territorial excluyente frente a otras concepciones del territorio.
En este sentido, el modelo minero que sostienen las empresas transnacionales, en alianza con los
diferentes gobiernos (nacional y provinciales), despliega una concepción binaria del territorio que
desemboca en la idea de “territorio eficiente” (en sintonía con las ideas de progreso y
modernización).

Por otro lado, los sectores hegemónicos imponen la idea de territorios vacíos o “socialmente
vaciables” o de áreas o zonas de sacrificio. Desde luego, la eficacia simbólica de esta estrategia
está vinculada con la implantación geográfica de los proyectos mineros en zonas relativamente
aisladas o caracterizadas por una escasa densidad poblacional, todo lo cual construye escenarios
de fuerte asimetría social entre los actores en pugna. Así, las economías regionales son devaluadas
o minimizadas respecto de los impactos posibles de la actividad extractiva. El establecimiento de
zonas de sacrificio, en función de la rentabilidad y la exportación de bienes primarios,
posteriormente repercute y tiene efectos visibles sobre los cuerpos de las poblaciones.

………..

Debido a cuestiones vinculadas con las características negativas del modelo, potenciado cada vez
más por razones de índole histórica –la memoria larga del saqueo colonial–, la megaminería
metalífera a cielo abierto se convirtió en la actividad extractiva más cuestionada por las
poblaciones latinoamericanas. No obstante, cabe aclarar que lejos estamos de asistir a una
oposición contra todo tipo de minería. Las poblaciones, se trate de comunidades campesino-
indígenas o de asambleas de vecinos, multiétnicas y policlasistas, en pequeñas y medianas
localidades, se oponen al modelo de minería metalífera a gran escala. En ese sentido, las críticas
no se dirigen a la minería no metalífera; es decir, el eje del debate no tiene que ver ni con la sal de
la mesa, ni con la roca para la cal, ni con el cemento, sino que básicamente lo que se cuestiona e
impugna es la megaminería metalífera a cielo abierto, con las características descriptas más arriba
(Colectivo Voces de Alerta, 2011). Actualmente, no hay país latinoamericano con proyectos de
minería a gran escala que no tenga conflictos sociales suscitados entre las empresas mineras y el
gobierno versus las comunidades: México, varios países centroamericanos (Guatemala, El
Salvador, Honduras, Costa Rica, Panamá), Ecuador, Perú, Colombia, Brasil, Argentina y Chile. Según
el Observatorio de Conflictos Mineros de América Latina (OCMAL), en 2010 había en el
subcontinente 120 conflictos mineros que involucraban a 150 comunidades afectadas; en 2012,
los conflictos ya eran 161, e incluían 173 proyectos y 212 comunidades afectadas. En febrero de
2014, el número de conflictos ascendía a 198, con 297 comunidades afectadas y 207 proyectos
involucrados. La lista de países con mayor cantidad de conflictos contempla a Perú (34), Chile (34),
México (29), Argentina (26), Brasil (20), Colombia (12), Ecuador (7) y Uruguay (1); a ellos se
agregan 6 de carácter transfronterizo. Como vemos, la Argentina se halla en cuarto lugar, luego de
tres países con un importante pasado minero (OCMAL, 2014). Por lo general, las acciones de
oposición arrancan con reclamos puntuales (económicos o ambientales) y van configurando
nuevas “comunidades del no” (la expresión es de Mirta Antonelli [2009]). Pero en la misma

Problemática ambiental

La larga lista de los impactos ambientales que la megaminería genera se puede resumir así:

-La minería a cielo abierto produce cincuenta veces más desechos que la minería de socavón.

- La minería a cielo abierto contamina frecuentemente las cuencas hídricas con metales pesados y
sustancias químicas como el cianuro. El agua, principal insumo en el proceso extractivo, es
obtenida de ríos y acuíferos cercanos a los proyectos a razón de cientos o miles de litros por
segundo.

-La megaminería ejerce una fuerte intrusión en vastas zonas del territorio para el acceso a los
yacimientos y la posterior extracción: huellas mineras, aperturas de acceso, camiones de muy gran
porte, ingreso y traslado de sustancias peligrosas y explosivos. Para ello, además, las empresas
utilizan a discreción rutas y caminos públicos, usufructúan la infraestructura del Estado y
demandan cuantiosa obra pública para poder operar.
-Este tipo de minería utiliza sustancias tóxicas (como el cianuro y el ácido sulfúrico, entre otros)
para extraer los metales de las rocas removidas, trituradas y molidas, mediante operaciones
conocidas como lixiviación y/o flotación, según los casos. Los residuos generados por la extracción
son almacenados en depósitos (diques de cola) que muchas veces, ya sea por deterioros o
derrames, terminan contaminando los cursos de agua o las aguas subterráneas.

- También suelen contaminarse el aire y los suelos, los sistemas productivos y las personas, que
llegan a padecer serios trastornos de salud (cánceres y enfermedades respiratorias y de la piel son
algunos de los signos que han proliferado en las zonas afectadas).

Conclusión

La megamineria no permite un buen desarrollo. Los actores dominantes están aliados para
imponerse a los actores dominados, por ejemplo el Estado en su promesa de desarrollo le da
muchas ventajas al capital extranjero sin tener en cuenta los intereses de la población local. En el
ambiente también se ve esto porque el extractivismo mineros desbasta el paisaje y los recursos.

Las ventajas prometidas por las inversiones extranjeras no se concretan ni en la generación de


empleo ni en el aporte de beneficios impositivos para las provincias mineras. Sin embargo, las
economías regionales entren en crisis por l desorden que producen las inversiones mineras.

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