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3.

La intimidad

A. La posesión de un sí mismo superior

๏ Intimidad o mundo interior.

๏ El “dentro” de la intimidad es distinto del “dentro” físico.

๏ El “dentro” de nuestra intimidad, nuestra vida interior: afectos, pensamientos,


anhelos, vivencias, intenciones o decisiones.

๏ Hay en nuestro interior toda una riqueza de conocimientos, afectos y voliciones que
es sólo nuestra y constituye una especie de universo complejo y múltiple, más o
menos rico o desmedrado, crecido o apocado, más o menos maduro y exuberante,
más o menos poblado… del que podemos disponer a voluntad.

๏ La intimidad se caracteriza por ser nuestra: porque, siendo en sí lo más interno y


noble, la poseemos de una manera superior, que implica el dominar de ella sobre sí
misma. Por eso la intimidad es, en fin de cuentas, otra manera de referirse a lo que
trasciende por completo a la materia: de señalar el eminente modo de ser,
autoposesivo, del espíritu.

B. El lenguaje del cuerpo

๏ “Definiré la intimidad –escribe Leonardo Polo– como el modo de ser que no necesita
asimilar elementos exteriores ni poseerlos para mantenerse”.

๏ El cuerpo es el medio por el que cada uno de nuestros espíritus sale hacia el fuera
espacial, lo humaniza, y logra ponerse en contacto con otros espíritus (situados
también “dentro” de un cuerpo).

๏ Es el alma la que contiene y vivifica al cuerpo –y es una cuestión de enorme


relevancia práctica, por ejemplo, para toda la vida sexual–, el cuerpo es la persona y
goza, participadamente, de la misma dignidad que el alma: es participadamente tan
digno de reverencia o veneración como ella. No se lo puede tratar de manera frívola.

๏ “El cuerpo no es una parte o un sector del hombre, sino la expresión y la presencia
de todo el hombre, es decir, un modo fundamental del ser y del existir” (Tettamanzi).

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๏ “Si observamos el rostro de un hombre, vemos reflejado en él lo que pasa en su
alma: respeto, simpatía, odio, angustia. El alma, en sí misma, no puede verse porque
es espíritu. Pero se traduce en el cuerpo, se hace visible en él. El cuerpo humano –
forma, rostro, gestos, ademanes– es la expresión de la realidad del alma; y eso quiere
decir que, a pesar de todas las diferencias, cuerpo y alma se parecen” (Guardini).

๏ Relevancia constitutiva de la intimidad. Como escribiera Doudan, “exteriormente


todo concurre para convencer al hombre de que nada es ni vale. Todo, empero,
interiormente le convence de que lo es todo”. Afirmación que de inmediato nos
recuerda la célebre admonición de Agustín de Hipona: “No salgas fuera de ti; vuelve
sobre ti mismo. La verdad habita en lo íntimo del hombre”. O aquella otra aserción
de Terencio: “Las cosas valen lo que vale el corazón del que las posee: son bienes
para quienes saben usar bien de ellas, males para quienes hacen mal uso”.

๏ En la interioridad, en ese cosmos medular y recóndito, se lo juegan todo, ya que


gracias al cultivo y consistencia de su propio interior la persona puede ser valorada
excelsamente, no quedando reducida al valor utilitario de la mera exterioridad de la
función.

๏ Por eso, cualquier ser humano “debe comprender –con expresiones de


Miguel-Ángel Martí– que dentro de él existe un mundo interior, que en el
caso de estar deshabitado, mal alimentado, poco transitado, en una palabra,
maltratado, será entonces muy difícil que el hombre encuentre la felicidad.
Podrá tener todo lo que necesite y quiera, pero ese “algo”, que parece
iluminar el sentido de la vida, sólo puede emerger de lo más elevado que hay
en nosotros: nuestro interior (…) Y es que la vida del hombre se resuelve en
lo que lleva dentro de él, porque desde su interior puede desembocar en la
nada, en el vacío, o autotrascenderse hasta el infinito”.

๏ “Por su interioridad es, en efecto, superior al universo entero: a esta profunda


interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda,
escrutador de los corazones, y donde él personalmente, bajo la mirada de Dios,
decide su propio destino” (GS 14).

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