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Un relato corto de Hilando el Destino

Por Shiaya

Fue la ráfaga de aire fresco mañanero lo que despertó a Hermes, y no el rayo de


sol que se colaba por la ventana abierta. Se dio la vuelta en su cama y pensó que podría
quedarse remoloneando cinco minutos más, pero finalmente lo descartó. Había dormido
como un señor, del tirón, y se sentía fresco y descansado; y si se quedaba más rato en la
cama acabarían doliéndole los riñones. Bostezó, se estiró como un gato y finalmente se
levantó.

Frotándose los ojos aún llenos de legañas y bostezando de nuevo, caminó como
un autómata hacia la ventana. Subió del todo la persiana, se apoyó en el alfeizar, miró
y… Parpadeó un par de veces, se frotó los ojos, volvió a mirar y… Se pellizcó hasta que
se hizo daño para cerciorarse de
que estaba despierto, volvió a
mirar y…
Su ciudad no era su
ciudad.
Lo que veía ante sus ojos
era una megápolis descomunal
de edificios interminables, una
mole de metal y ladrillo que se
extendía por todas partes allá
hacia donde mirase. Dirigió sus
ojos hacia abajo y le sobrevino
un pequeño ataque de vértigo.
¡Apenas se veía el suelo! ¡Pero
si él vivía en un tercero, qué hacía el suelo tan abajo! Se agarró con fuerza a la ventana
para que el mareo no lo empujase por el borde y continuó echando un vistazo a su
alrededor.
Los coches volaban. Coches futuristas de mil colores volaban ordenadamente en
autopistas aéreas perfectamente ordenadas en diferentes niveles.
Sacudió la cabeza y cayó sentado de culo en el suelo. O seguía soñando, o se
había visto teletransportado de alguna manera miles de años en el futuro, o alguien muy,
muy, pero que muy poderoso había hecho algo terriblemente gordo como para cambiar
la realidad de esa forma en una noche.
Fue entonces cuando se percató de que no solo la calle había cambiado. ¡Toda su
casa era distinta! Las paredes eran redondeadas, sin esquinas, de alguna especie de
aleación de aluminio brillante, Todo era moderno, aséptico, cybertrónico.

– Cálmate, Hermes, procura estar tranquilo. – se decía a sí mismo en voz alta –


Todo este embrollo seguro que tiene solución. Lo hablaré con las chicas, a ver qué
saben ellas… – como si un resorte se hubiera activado, Hermes se levantó de un salto
del suelo – ¡Las chicas! ¡Tengo que asegurarme de que están bien!

Sólo vestido con los pantalones de pijama y descalzo, Hermes salió a toda
velocidad hacia la puerta de su casa. Cuando fue a coger las llaves de su casa, y las que
Lucy le había dejado de la suya para casos de emergencia, no fueron llaves lo que
encontró. Eran tarjetas. “Lógico”, pensaba mientras cerraba tras de sí y echaba a correr
escaleras arriba. También sin esquinas, también metálicas, también futuristas.
Desde la puerta de su casa oía unos golpes y unos gritos hacia arriba, una voz
que le era familiar. ¿Podría ser el imbécil de Gael?
Al llegar al piso de las chicas (que afortunadamente seguía siendo el siguiente
hacia arriba), descubrió que era, efectivamente, Gael. Estaba aporreando la puerta del
piso de Lucy, Angie y Gael, y gritando sus nombres, totalmente fuera de sí. Parecía
presa del pánico.

– Gael… – dijo Hermes al llegar junto a


él, poniéndole una mano en el hombro. El joven,
que no había oído llegar a Hermes por los gritos y
los golpes, se dio un susto de muerte que le hizo
pegar un buen salto.
– ¡AAAAAAARGH! – tras el susto, Gael
se giró con el puño en alto dispuesto a romperle
la crisma a quien fuera, pero al ver a Hermes lo
bajó y pareció respirar aliviado – ¡Hermes! – se
lanzó hacia él y le abrazó – ¡Dios mío, ya pensé
que estaba solo en este mundo de pesadilla, que
todos habíais desaparecido!
– ¡Gael, por Zeus, no hace falta que me sobes! – exclamó Hermes mientras se
libraba del abrazo. Fue cuando se fijó en el aspecto de Gael.
Vestía una cazadora de cuero negra, con tachuelas en los hombros y bajándole
por las mangas, unos vaqueros viejos y rotos por las rodillas y unas botas pesadísimas
con puntera y tacón reforzado de acero. A la cintura llevaba un cinturón, también de
tachuelas, del que colgaba una pistola tipo arma láser. Sus manos las cubrían mitones
negros, pero no eran de piel, eran de una aleación metálica oscura, y de ellos salían unas
extensiones articuladas que se ceñían a los dedos de Gael, dándole el aspecto de manos
robóticas.
Lo más curioso era su rostro, su cabeza. Su flamante melena aparecía rapada en
parte en la zona izquierda de la sien, donde se veían dos clavijas que se introducían en
su cabeza. De las clavijas salían sendos cables que iban a parar a un artefacto visual que
le cubría el ojo izquierdo. Su ojo derecho parecía el de siempre, pero si uno se fijaba
detenidamente, podría leer en el borde del iris “Cybertronics Alucard, Inc.”.
– Ga… Gael, ¿qué te ha pasado? – dijo Hermes con los ojos muy, muy abiertos
– ¿Qué haces así vestido?
– ¡No lo se! – respondió Gael, visiblemente asustado – Me he levantado así esta
mañana. ¿Has visto mi pelo, mis ojos? ¡Mis ojos tienen marca! ¡Y lo que me sale de la
cabeza! He sido capaz de quitármelo a pesar de la grima que me da, sólo hay que
desenchufarlo, pero si lo hago me quedo ciego.
– ¿Y esa ropa? ¿Desde cuándo vas de heavy metal?
– ¡Desde nunca! – Gael estaba sonrojándose por momentos – Pero en el
“armario” que había en casa no había otra cosa, y no iba a salir en cueros a la calle…
Hermes cerró los ojos y respiró
profundamente un par de veces, intentando
mantener la calma a pesar de que lo que
deseaba era ponerse a gritar y a aporrear la
puerta tal y como Gael estaba haciendo hasta
instantes antes. Si Gael, que por norma general
era un tío tranquilo que no se alteraba por casi
nada, estaba en ese estado de nervios, él no
podía permitirse el lujo de perder también la
calma. Alguien tenía que mantener la cabeza
fría en aquella situación que desbordaría a
cualquiera…
– Bien, Gael, vamos a intentar
mantener la calma, ¿vale? – “Zeus, quién me iba a decir a mí que tendría que ser yo el
que tranquilizase al angelote, cuando el que me pone histérico es él a mí…” Gael
asentía nerviosamente. – ¿Cuánto llevas aquí intentando abrir la puerta?
– Unos diez minutos. Cuando me levanté esta mañana y vi lo que había pasado,
llamé inmediatamente a Angie para ver si estaban bien; pero no contestaba al
teleintercomunicador. ¡¡Aaargh!! ¡¡Hablo raro!!
– No hablas raro, no teniendo en cuenta el entorno en el que nos encontramos.
Supongo que, de alguna manera, se ha metido en nuestras cabezas de tal forma que
sabemos lo que son las cosas y cómo funcionan… – Gael suspiró, y Hermes continuó –
No te cogía el teleintercomunicador. Y ahora no abren la puerta, ¿has probado a pulsar
el videófono? – Gael asintió – Y nada, no hay respuesta. Bien. Menos mal que Lucy me
dio la llave… bueno, la tarjeta de entrada de su
casa, para casos de emergencia…
Gael respiró aliviado mientras Hermes
abría la puerta del piso de las chicas, pero el
alivio no le duró mucho tiempo.
El piso de las chicas estaba totalmente
vacío. Se había transformado en una habitación
totalmente blanca, de paredes y ventanas
redondeadas, y no había nadie ni nada dentro,
excepto el robot. Era un robot esférico flotante,
con cuatro grandes antenas hacia atrás, una
pantalla en el frente y el cañón de alguna
especie de arma de energía apuntando
directamente hacia los chicos. En la pantalla se
podía ver el rostro de Lucy, que se transformaba en el de Angie, que se transformaba en
el de Moira; y de los altavoces se podía oír la voz de las tres a la vez, que decían:
– “El Ordenador es tu amigo. El Ordenador quiere que seas feliz. No ser feliz es
traición. ¿Eres feliz?” – Una y otra vez, los tres rostros alternándose y las voces al
unísono; y el cañón amenazador apuntando a
Hermes y a Gael.
Algún mecanismo dentro de su cabeza,
quizás el cañón que les estaba apuntando, hizo
que ambos esbozasen la más resplandeciente de
sus sonrisas mientras, pasito a pasito,
caminaban hacia atrás hasta salir por la puerta,
cerrar, y echar a correr escaleras abajo hasta el
piso de Hermes. Entraron en él, y cerraron la
puerta a cal y canto.

– ¡Hermes, ¿qué demonios era ESO?! –


exclamó Gael, todavía pegado de espaldas a la
puerta con los brazos abiertos hacia atrás, como
para evitar que nadie pudiese entrar – ¿Y qué hacían las chicas en esa pantalla
repitiendo una y otra vez esa frase?
Hermes entró hasta su habitación para quitarse el pijama y ponerse algo decente
con lo que salir a la calle.
– No tengo ni idea. Parecía una especie de ojobot de vigilancia y transmisión, y
seguramente también de eliminación. Si no hubiéramos expresado nuestra felicidad, nos
habría reducido a cenizas – iba diciendo mientras miraba el armario, se encogía de
hombros, y se vestía con lo que había en él – Lo que ya no sé es por qué diablos salían
Lucy, Angie y Moira por la pantalla. Tenemos que averiguar desde dónde transmite ese
cacharro, así descubriremos dónde están las
chicas.
Hermes se había ido vistiendo mientras
hablaba, y ya había vuelto a la entrada junto
con Gael, que lo miraba con expresión extraña.
– Hermes, tío, ¿de qué vas vestido?
Pareces…
– Neo. – contestó Hermes con expresión
de circunstancias, que vestía un abrigo-sotana
negro hasta casi los tobillos, pantalones y
zapatos también negros, y gafas de sol negras –
No había otra cosa en mi armario, aparte del
disfraz de stormtrooper. Y, dada la situación, he
pensado que tal vez el traje de soldado imperial
iba a dar un poco el cante por la calle…
– Vale, dejemos aparte las vestimentas… – zanjó Gael, que ya parecía un poco
más tranquilo – ¿Cómo averiguamos desde dónde transmite ese trasto? No pretenderás
que volvamos ahí…
– ¿No puedes sacar las alas y darle una paliza con tu espada llameante, míster
arcángel? – Hermes no podía dejar de picar, aunque sólo fuera un poquitín, a Gael – ¿O
es que el señor que va de valiente tiene miedito?
Gael asesinó a Hermes con la mirada.
– No tendría ningún problema en hacerlo, si ESO fuera de carne y hueso. Las
máquinas me superan, no puedo evitarlo. ¿Cuándo me has visto a mí manejando
cacharritos electrónicos? ¡Si casi no se ni cómo va mi teléfono móvil! A mí me mola la
naturaleza, la música y la poesía; no lo mecánico y lo bizarro. Toda esta… tecnología…
me está poniendo la cabeza del revés.
Hermes le dio unas palmaditas a Gael en el hombro, mientras pensaba “buena la
has hecho, Hermes…”.
– Vale, lo siento, tío. Vamos a centrarnos en lo que tenemos que centrarnos, ¿si?
Las chicas.
De pronto, sonó un zumbido bastante molesto,
que provenía del teleintercomunicador de Hermes.
Pulsó un botón y la cara de Chava se definió en la
pantalla.
– ¡Gracias a Dios, tú sí que estás! Llevo un rato
intentando contactar con vosotros y no hay manera.
Las chicas no están en su casa, ¿verdad? – Hermes y
Gael negaron con la cabeza, y Chava prosiguió al otro
lado de la pantalla – Bien, creo saber dónde están.
Estoy llegando al pie del edificio en un Johnny Taxi,
os espero en la puerta, ¡hay que darse prisa!
Hermes y Gael salieron y cogieron el ascensor para bajar al nivel inferior del
edificio. Dentro del ascensor también había una pantalla en la que se veían los rostros
alternos de Lucy, Angie y Moira repitiendo la misma frase. “El Ordenador es tu amigo.
El Ordenador quiere que seas feliz. No ser feliz es traición. ¿Eres feliz?”. Aunque no
había, aparentemente, ningún arma energética apuntándoles, los dos jóvenes decidieron
aparentar que eran los hombres más felices del mundo, sin dejar de sonreír en ningún
momento.

Abajo, en el nivel inferior, el mundo se volvía oscuro y siniestro, pues los


inmensos edificios – colmena no dejaban llegar los rayos del sol tan abajo. Había
humedad y olía raro, y la gente caminaba cabizbaja y rápidamente sin mirarse a la cara
unos a otros… pero todos con una sonrisa de oreja a oreja. Mirases hacia donde mirases,
había una pantalla o un ojobot en el que estaban las chicas diciendo que no ser feliz era
traición.
Al pie del edificio, Chava les estaba
esperando junto a un Johnny Taxi: un taxi
volador amarillo pilotado por un sonriente y
servicial robot llamado Johnny.
Gael se sorprendió mucho al ver qué
aspecto tenía Chava, pero a Hermes, por alguna
razón, ya no le extrañó. De hecho, hasta podía
decirse que le pegaba. Chava vestía el traje de
la película “Tron”, de Disney. Con disco
energético y todo.
– Por favor, obviad el preguntarme por
qué voy vestido de esta guisa… Y yo no os preguntaré a vosotros.
– No había otra cosa en tu armario. – respondieron al unísono Hermes y Gael.
– Pues no perdamos el tiempo, hay que encontrar a las chicas. – sentenció
Chava, invitando a los otros dos a entrar en el taxi. Así lo hicieron, y el muchacho dio la
dirección a Johnny – Al edificio central de Cybertronics Alucard, Inc.
Con un servicial “¡Marchando!”, el robot Johnny emprendió el camino.
– ¿Cybertronics Alucard, Inc? – preguntó Gael – ¡Todos los cacharros que llevo
enchufados, y mis ojos, son de esa marca!
– Cybertronics Alucard, Inc. es la multinacional que controla absolutamente
todo en este lugar. – respondió Chava – Desde la alimentación hasta la economía,
pasando por las personas. ¿No os habéis preguntado por qué esa imagen grabada de las
chicas repite una y otra vez a misma frase?
– No se si quiero saberlo… – comentó Hermes.
– Se ejecuta a todo aquel que no es feliz. No ser feliz es traición.
– Sí, pero ¿a quién se traiciona? – volvió a preguntar Gael. Todo aquello le venía
muy, muy grande, y no terminaba de entenderlo.
– A la I.A. Es el superordenador creado
por Cybertronics y mediante el cual domina el
mundo. Maneja el destino de todo y de todos, y
tengo razones para pensar que nuestras chicas
están allí dentro. Esa transmisión en la que
aparecen viene directamente desde el corazón
de la I.A. Ellas tienen que estar allí. Y si no
están, conseguiremos respuestas. – concluyó
Chava, y ya casi habían llegado a su destino.
Se hizo el silencio durante unos
instantes. ¿Un superordenador que dominaba el
mundo? ¿Se ejecutaba a las personas que no eran felices? ¿De qué mente retorcida y
maquiavélica podía haber surgido semejante pesadilla? Fuera como fuera, allí estaban, y
ya sólo podían seguir hacia delante y descubrir el final de la historia.

Pero Hermes tenía una pequeña duda…


– ¿Chava? – preguntó – ¿Cómo… cómo sabes todo eso que nos has contado? No
serás una especie de espía de esa I.A…
Chava miró a Hermes con ojos incrédulos. ¿Él, un espía? ¿De dónde había
sacado Hermes semejante idea?
– ¡Es verdad! – apoyó Gael – ¡Ni Hermes ni yo teníamos conocimiento de todo
eso! ¿Por qué tú sí que lo sabes? – inconscientemente, presa del miedo que sentía (tal
vez), llevó la mano al láser que colgaba de su cinturón. Chava no podía creer lo que oía
y lo que veían sus ojos. ¡Si estaban todos del mismo lado!
– ¡Gael, pensaba que tú y yo éramos amigos! Del paranoias de Hermes, que cree
ver a alguien que va a hacer daño a “sus niñas” en cada esquina, de Hermes podría
llegar a esperar una reacción así. ¿Pero de ti? ¡No me jodas, tío!
Gael bajó los ojos, avergonzado, y apartó la mano del arma. Pero Hermes siguió
en sus trece.
– Vale, vale, mucho paranoias y mucho bla-bla, pero no nos has contestado…
Chava se estaba mosqueando. No, se estaba enfureciendo. Primero, se había
despertado en esa pesadilla de ciencia ficción. Su casa no era su casa, su madre no era
su madre, y su ropa no era su ropa. En definitiva: esa realidad no era su realidad. Para
más inri, lo único que había en su armario era ese estúpido trajecito luminiscente, que,
aunque había tenido su utilidad, le hacía sentir francamente ridículo. Le había costado
un mundo averiguar qué pasaba, localizar a las chicas y contactar con Hermes y con
Gael. Para que ahora ellos le tomasen por un espía de Cybertronics, o algo peor. Respiró
profundamente y contó hasta diez, intentando calmarse. Pero sus ojos le traicionaron,
como siempre. Sus ojos siempre acababan transmitiendo todo el odio, toda la ira y todo
lo malo que tenía dentro. Y ahora mismo, lo que tenía dentro eran ganas de coger un
rifle de asalto chino y volarle la cabeza a Hermes en una orgía de sangre y sesos…
– Hermes, tú eres experto en ciencia ficción, ¿no? – dijo Chava sin dejar de
respirar profundamente. Sólo tenía que coger el disco energético que llevaba, y le
rebanaría a Hermes el cuello de un tajo limpio… Hermes asentía, visiblemente
asustado. Jamás había visto a Chava con semejante expresión de odio en la cara. –
Habrás visto “Tron”, ¿no? Todo un clásico. Bien, ¿qué hacían los protagonistas de
“Tron”?
– … ¿Carreras de motos supersónicas dentro de un ordenador?
Chava suspiró, llevándose una mano a los ojos agotados.
– Casi, pero estás cerca. Entraban dentro del ordenador. A ver, listo, ¿cómo voy
yo vestido?
A Hermes se le encendió la bombillita.
– ¡Has estado dentro del sistema!
Chava poco a poco se iba tranquilizando. Había estado cerca esta vez.
– Bingo. Gracias a lo único que había dentro de mi armario, y a este enchufito de
aquí atrás – se señaló una clavija que salía de la base de su cráneo, justo bajo el borde
del casco – he sido capaz de entrar en el sistema central de Cybertonics. He asimilado la
situación de este mundo, dimensión, pesadilla, o lo que sea. Me puedo mover por aquí
con total libertad. Y lo más importante: sentí
la presencia de las chicas, justo al otro lado
del bloqueo de seguridad que me impidió
acceder a la I.A. ¡Y nada de esto ha sido
sencillo, así que dejad de tocar los cojones y
vamos a rescatarlas de una puta vez, joder!
¿Desde cuando Chava era así del
malhablado y violento? Todo aquello era
una locura, tenían que localizarlas y salir de
allí cagando leches, o algo malo iba a
terminar ocurriendo.

– ¡Propicios días! – se despidió


Johnny Taxi cuando llegaron a su destino.
La sede central de Cybertronics
Alucard, Inc. La mole de acero y cristal más
monstruosa jamás vista por un ser humano.
Toda proporción perdía su sentido. Junto a
semejante inmensidad, los seres humanos
parecían insignificantes motas de polvo.
¿Desde cuando la arquitectura había sido
capaz de construir tales cosas? Todo en
aquel mundo estaba a años luz de cualquier
cosa que Hermes, Gael y Chava conocían.
Se acercaron al gigantesco vestíbulo,
preguntándose qué se encontrarían al otro
lado. ¿Oficinas interminables? ¿Un ejército
que defendiera la compañía? ¿Robots
asesinos? ¿O tal vez clones de ejecutivos
trajeados de negro? Sólo había una forma de
averiguarlo.
Cruzaron el vestíbulo y al otro lado…

Un vestíbulo, inmenso, también de acero, cristal y luces fluorescentes. Había


escaleras, puertas, recovecos, todo retorcido y desafiando la óptica y la razón como si
fuera un cuadro postmoderno de M.C. Escher. El centro del vestíbulo lo llenaba la
pirámide invertida de tres caras flotante; en cada una de las tres caras se podía ver el
rostro vacío de expresión de cada una de las Parcas. Repitiendo una y otra vez la misma
frase: “El Ordenador es tu amigo. El Ordenador quiere que seas feliz…”
Y allí, frente a ellos, bajo la pirámide, estaba ella.
– Buenos días, caballeros. – era tan
perfecta que no podía en absoluto ser humana.
Vestía un elegante traje de chaqueta de color
negro y unos tacones de vértigo, llevaba el
cabello totalmente blanco recogido en un
discreto moño y sus labios eran de color
carmesí. Sus ojos brillaban de rojo, y en ellos se
podía leer su marca.– Soy I.K.O., inteligencia
artificial y androide de protocolo personal del profesor Alucard. Les doy la bienvenida a
Cybertronics Alucard, Inc. El profesor les está esperando en su despacho, si tienen la
bondad de acompañarme.
Quedó esperando, en stand-by, con una brillante sonrisa en la cara.
Hermes, Gael y Chava esperaban cualquier cosa. Cualquier cosa menos eso. ¿A
quién se parecía ella?
– Perdone, señorita, pero, ¿nos están esperando? – preguntó Gael – ¿Sabían que
veníamos? – Hermes y Gael acribillaron a Chava con la mirada.
– Por supuesto, señor Gael. – respondió diligentemente I.K.O. – El Ordenador lo
ve y lo sabe todo. Y no piensen que su amigo Salvador es una especie de traidor a su
causa. Los ojos del Ordenador están por todas partes, sólo tienen que mirar a su
alrededor. Los ojobotos, las pantallas de televisión, los Johnny Taxi, yo misma…
– … cualquier artefacto robótica que haya fabricado Cybertronics… – dedujo
Hermes – Y, por lo que veo, absolutamente todo lo que existe en este mundo lo ha
fabricado Cybertronics. Me atrevería a decir que hasta los ojos de Gael le han estado
informando de nuestros movimientos a esa Ordenador. ¿Verdad? – I.K.O. asintió –
¡Qué manera tan maquiavélica de controlarnos! Por eso Gael no puede ver si desconecta
los cables, así nos tenéis también controlados a nosotros.
– ¡Malditos hijos de puta! – exclamó Gael – ¡Me habéis utilizado!
I.K.O. seguía de pie frente a ellos, impasible con su eterna sonrisa encantadora.
– Como ya les he dicho, si tienen la bondad de acompañarme les guiaré hasta el
despacho del profesor Alucard. Tal vez tenga respuestas a todas esas preguntas que se
deben estar haciendo ahora mismo.
– Hermes, Gael, tranquilicémonos. – animó Chava – Estamos a un paso de
conocer la verdad, y nos la están poniendo en bandeja. No hay otra cosa que hacer que
seguirla…

Y eso hicieron. Siguieron a I.K.O. a través de un laberinto de pasillos inmensos,


escaleras interminables, cristales, metal y luces. Tardaron aproximadamente media hora
en llegar a su destino, así de inmenso era el edificio. Detrás de cada esquina, detrás de
cada recodo, había un holograma de las chicas repitiendo ese mantra terrible. El
Ordenador lo veía todo, y no podían hacer nada por evitarlo.
La puerta del despacho del citado profesor estaba abierta, esperándoles. El
despacho era una inmensa estancia casi prácticamente vacía, excepto por la mesa de
caoba y la silla que había justo en el centro. Exceptuando la pared en la que se
encontraba la puerta por la que entraban y la contigua, en la que había una puertecita
pequeña y sencilla, el resto de las paredes eran de cristal. Al otro lado, había una vista
sin igual de la megápolis en la que se encontraban. Se estaba poniendo el sol, y una luz
anaranjada y mortecina lo llenaba todo.
Y sentado en el escritorio estaba el profesor Alucard.
Demian.
– ¡Tú! – exclamaron los tres a la vez – Por
supuesto. – continuó Hermes – Demian Alucard. No
podía ser otro, solamente tú.
Demian sonrió y dio una calada a su cigarrillo.
– Yo.
Gael se abalanzó sobre Demian. O más bien,
intentó abalanzarse. Cuando se quiso dar cuenta,
estaba tumbado boca arriba en el suelo, con el tacón
de I.K.O. impidiendo que se levantase.
– ¿Verdad que es encantadora? – comentó
Demian, sin inmutarse – Mi pequeña I.K.O., es un ser
de silicio. El siguiente paso en la escala evolutiva, la
fusión perfecta del hombre y la máquina. Es
trabajadora y diligente, discreta, educada y
encantadora. Y más fuerte que todos nosotros juntos, más rápida que nuestro querido
dios mensajero y mortal llegado el caso. Yo no la cabrearía. – Demian se dirigió a
I.K.O. – Suéltale, querida. No volverá a hacer ninguna tontería. ¿Verdad que no, Gael?
I.K.O. soltó su presa, y Hermes y Chava ayudaron a un magullado Gael a
levantarse del suelo.
– ¿Qué está pasando aquí, Demian? – preguntó Hermes – Todo esto es una
locura, y estoy convencido de que tú sabes…
– ¡¡Dónde están, maldito hijo de puta!! – interrumpió Gael – ¿Qué has hecho con
ellas?
Demian les dedicó esa maquiavélica sonrisa, se levantó lentamente y comenzó a
deambular por el despacho. Vestía un traje de chaqueta negro, camisa blanca, corbata
negra.
– Todo esto es una locura, sí. Toda esta tecnología, estos avances, esta… ciencia
ficción. ¿Qué queréis que os diga? Parece la pesadilla de un dios… o de una diosa. A
saber. No tengo ni idea de lo que está pasando, y lo cierto es que tampoco me importa
sobremanera. Me gusta el papel que me ha tocado representar en esta comedia. – se
había detenido junto a la ventana, dándoles la espalda, observando el mundo que se
extendía más allá.
Hermes, Gael y Chava no salían de su asombro. ¿Demian no sabía nada?
– Espera, ¿nos estás diciendo que no sabes lo que está pasando? – preguntó
Chava – ¡Si tú eres el dueño y señor de absolutamente todo!
– Mira que eres ingenuo, Salvador. – respondió Demian – En vista de que hay
que explicarlo todo, os haré un croquis.
» Anoche me fui a la cama con total normalidad, en casa. Muy tarde, o más bien
muy temprano, según se mire. Estuve chateando con Moira hasta altas horas de la
noche… Cuando me he despertado un par de horas después y me he levantado a por un
valium o media docena para poder dormir algo, no estaba en mi cuarto. Miento, sí
estaba en mi cuarto. En mis habitaciones del edificio de Cybertronics Alucard, Inc.
Cuando me he despertado era el profesor Alucard, reputado científico, empresario y
multimillonario dueño de la megacorporación más poderosa de este mundo.
» Y os equivocáis en un detalle. No soy el dueño y señor de absolutamente todo.
– ¿Ah, no? – dijo Gael, enfurecido – ¿Y pretendes que te creamos?
– No pretendo nada, tampoco espero que me creáis. Sois tan idiotas que no veis
lo sencillo que es todo.
– ¿Qué quieres decir con eso? – preguntó Hermes. Comenzaba a sospechar qué
ocurría y quién había sido el causante, y no le gustaba nada lo que estaba imaginando –
¿Quién controla este mundo?
– El Ordenador. – respondió Demian – Aunque a ellas les gusta más I.A., lo
cierto es que “Ordenador” es una término útil para dirigirse a las masas.
– ¿La I.A.? ¿Ellas? No…
Demian señaló la puertecita. En ella se podía leer I.A., en letras electrónicas.
– Por supuesto que sí. ¿Quién si no? Sólo hay una deidad capaz de cambiar la
realidad de esa manera. Una deidad suprema dividida en tres entidades individuales. Las
Tres que son Una.
No podía ser verdad.
– Sabes que es así, Hermes.
Lo has temido siempre. Si
descubrían cómo utilizar
correctamente todo su poder, si eran
capaces de comprender la magnitud
del mismo. Si se ponían de acuerdo
las tres. Ese ha sido uno de tus
peores miedos, tu peor pesadilla,
¿verdad? Que descubrieran hasta
dónde podían llegar… y tanto poder les superase y no pudieran controlarlo.
Chava no pudo esperar, y corrió hacia la puertecita. Si Demian decía la verdad,
Lucy estaba allí dentro. Lucy, y Angie, y Moira. Su novia, sus amigas. Abrió la puerta,
y una luz cegadora invadió la estancia. No le oyeron gritar. La puertecita se cerró y
Chava ya no estaba.
– ¿Quién si no las Diosas del Destino, que manejan sus Hilos a su antojo,
podrían hilar, tejer y cortar la red de la realidad hasta modificarla totalmente? –
continuó Demian, mientras Gael corría hacia la puerta llamando a Chava, la abría y
desaparecía a su vez en la luz brillante que surgía de la I.A.
– Al fin y al cabo – Demian continuaba, acercándose a Hermes –, sólo quieren la
felicidad de la gente. “El Ordenador es tu amigo. El Ordenador quiere que seas feliz.”
Curiosa manera de que la gente sea feliz, ejecutando a los que no lo son. Moira debía
estar muy aburrida para querer trabajar tanto…
Cuando le tuvo lo suficientemente cerca, Hermes propinó un puñetazo en la cara
a Demian, con todas sus fuerzas. Tanto las gafas de sol como el cigarrillo medio
consumido, y un diente, salieron despedidos.
– Cabrón. – fue todo lo que dijo Hermes, antes de dirigirse a la puerta. El final
de aquella pesadilla se encontraba al otro lado. Dejó detrás de sí a Demian con la cara
dolorida, pero riéndose a carcajada limpia.

Abrió la puerta, la luz le cegó y al instante siguiente estaba en el interior de la


I.A.
Chava y Gael estaban bien, al menos en apariencia. Ambos miraban hacia arriba,
con el pánico dibujado en la cara y en los ojos.
No era para menos.

La I.A. era lo más grande que podía imaginar un ser humano. Un cubo perfecto,
inmenso, cuyas paredes eran circuitos, y cables, y luces fluorescentes. Ellos estaban de
pie cerca del centro, en una plataforma de cableado trenzado que había bajo sus pies.
Ellas estaban sentadas en tres tronos flotantes, gigantes, inmensas; exactamente
en el centro del cubo. Eran ellas pero no lo eran. La I.A. las había cambiado.
Lucy, la primera de las tres. Con su eterna sonrisa, sus pecas y su cara de niña.
El cabello recogido en dos coletas y un vestidito de colegiala de color negro, macabro.
Era una muñeca. Una muñeca articulada. Todas sus articulaciones eran visibles. Por
todo a lo largo de su espalda surgían cables que la conectaban a la I.A. Contrastaba con
la vieja rueca de madera con la que estaba hilando. Pero no hilaba un hilo. Hilaba un
cable. El Cable del Destino.
La seguía Angélica. Angelical ser de silicio, androide con aspecto de mujer. De
un blanco inmaculado, su rostro era su rostro pero nada más. El resto de su cuerpo era
totalmente robótico. Piezas, engranajes, articulaciones, circuitos. Con forma humana,
femenina, pero sin serlo. Con dos agujas de tejer oxidadas, tejía el Cable del Destino. Y
también estaba conectada a la I.A. Los cables surgían de sus brazos y sus piernas.
Moira…
La mitad de su rostro era el de siempre. La otra mitad… No estaba. Lo que había
era una esfera verde brillante, y un esqueleto de metal, circuitos y cables. Lo mismo
ocurría por todo su cuerpo, mirases por donde mirases, faltaban trozos de piel y de
carne, y el hueco quedaba lleno por el esqueleto de metal, los cables, las luces. Toda la
parte de atrás de su cabeza estaba abierta, en un amasijo de metal, carne, sangre y cables
que surgían a cientos y se conectaban con la I.A. Era la que más cables tenía conectados
a las paredes del cubo, pues, además de los que surgían de su cabeza, también tenía por
la espalda, los brazos, las piernas. Con unas viejas tijeras se disponía a cortar el Cable
del Destino.
De pronto, las Parcas parecieron percatarse de que Hermes, Gael y Chava
estaban ahí. Y su cable de la vida se hizo visible, el cable que salía de sus almas y
acababa en manos de las diosas.
Lucy fue la primera en hablar, y su voz, a pesar de ser
su voz, tenía un fondo metálico y monstruoso.
– El Ordenador es tu amigo. El Ordenador quiere que
seas feliz. – dijo, y mientras pronunciaba las palabras, movía
la rueca. Un cable pelado se creó un instante alrededor de
Chava. Un cable pelado por el que viajaban millones de
voltios. El cable rodeó a Chava y le electrocutó. Todo lo que
quedó de Chava fue un esqueleto humeante.
– No ser feliz es traición. –
continuó Angie, mientras tejía
hábilmente con las viejas agujas.
El cable de la vida de Gael
comenzó a alargarse y a
enroscarse en su cuello. Apretó,
apretó y apretó, y todo esfuerzo
del joven por librarse de su mortal
garra fue en vano. No se detuvo a
pesar de haberle ahorcado. El
cable continuó apretando hasta
que la cabeza se desprendió del
cuerpo.
Cayó a los pies de Hermes, que, horrorizado, intentó
hablar con las chicas.
– ¡Lucy, Angie, qué habéis hecho! ¡Eran Chava y
Gael, vuestros novios, los hombres a quien amabais! – ellas
le seguían mirando impasibles, vacías. Ya no estaban, sólo
estaba la Parca, las Tres que son Una – ¿No os acordáis de
nada? ¡Moira, tú siempre has sido la más sensata! ¡Haz que
entren en razón! ¡Esto es una locura! ¡Una pesadilla!
– ¿Eres feliz? – concluyó Moira, tomando entre sus manos el cable de la vida de
Hermes. El corte fue rápido y certero.

– ¡¡¡NOOOOOOOO!!!

Hermes despertó, empapado en sudor. La cama


estaba totalmente deshecha.
Era su cama.
Era su cuarto.
Se asomó a la ventana.
Era su ciudad. Era su mundo.
– ¡Hermes, Hermes, ¿estás bien?! – la
voz de Lucy se oía desde el Hilófono que
colgaba de la ventana, y alguien estaba
abriendo la puerta de su casa. Eran Angie y
Moira, en pijama, con cara de susto. Habían
abierto con la copia de las llaves que tenían
para caso de emergencia.
– Hermes, Dios mío, ¡estás empapado! –
dijo Angie, ayudándole a sentarse de nuevo en la cama y sentándose a su vez a su lado.
Le acarició el pelo, como una hermana haría con su hermanito que acaba de tener un
terror nocturno.
– Una pesadilla… ha sido una pesadilla… – repetía Hermes una y otra vez –
¡Sólo era una pesadilla!
– ¡Pues vaya una pesadilla! – añadió Moira, sentándose también junto a Hermes,
cogiéndole de la mano – Has empezado a gritar como un loco, ¡cómo no estarías
gritando para que te oyésemos desde arriba! No se te entendía nada, pero parecías tan
asustado que pensábamos que te pasaba algo malo.
Lucy llegó corriendo y se arrodilló frente a él.
– ¿Estás bien? – preguntó. Hermes asintió. De pronto se sentía terriblemente
agotado. Echó un vistazo a su reloj. Eran las cinco de la mañana.
– Había… máquinas, y robots, y toda la ciudad era enorme, y un ordenador
maligno lo controlaba todo y… – farfulló el joven. Moira le dio una colleja.
– Te dije que no iba a ser buena idea el “Sci-fi weekend”, Hermes.
Hermes recordó. “Sci-fi weekend”. Había convencido a toda la pandilla para
pasar todo el fin de semana devorando una película de ciencia ficción detrás de otra.
Todos habían estado: Lucy y Chava, Angie y Gael, Moira, él mismo. Hasta Demian se
apuntó, muy a pesar suyo. “Matrix”, “Tron”, “Blade Runner”, “Desafío Total”, “Johnny
Mnemonic”, “Hipercubo”, “Pi”… Lucy había hecho pizzas caseras, y comieron
palomitas hasta hartarse. Así todo el viernes y todo el sábado.
– Mírale, como un niño grande, no puede ver películas que luego nos sueña por
las noches… – se mofó Angie.
– ¡Angélica, no seas mala! – le reprendió Lucy – ¿Quieres subirte a casa lo que
queda de noche, Hermes? Si no quieres dormir en el sofá, te dejo mi cama, ¿vale?
– No, el sofá estará bien… – dijo. Todo había que tomarlo con moderación,
incluyendo la ciencia ficción. Hacía años que no tenía una pesadilla semejante. Desde
que mejoró de los terrores nocturnos que había tenido de niño.
– ¿Cómo que le dejas tu cama? – exclamó Angie – Si quiere, que suba, pero
duerme en el sofá. Total, ya está acostumbrado.
Moira se levantó.
– Voy a ir sacando una almohada y la mantita de lana. Dormirá en el sofá, pero
dormirá como un señor. – dijo – Hay que cuidarle, que al fin y al cabo anoche nos
acostamos tarde y es evidente que ha pasado mala noche.
Se disponía a subirse ya cuando Hermes la cogió de la mano, la atrajo hacia sí y
la abrazó. Abrazó a las tres a la vez, achuchándolas mucho.
– No me cambiéis nunca, por favor. Nunca, nunca, nunca.

Subieron al piso de las chicas, le montaron la cama en el sofá, con la almohada


de plumas y la mantita de lana. Lucy le preparó un colacao calentito para que lo tomase
antes de dormirse, y entre las tres le arroparon y le dieron un besito de buenas noches en
la frente.
Mientras se dormía, la voz del Demian de la pesadilla se coló en la cabeza de
Hermes.

“Ese ha sido uno de tus peores miedos, tu peor pesadilla, ¿verdad? Que
descubrieran hasta dónde podían llegar…”

FIN

Dibujos por Zirta con la colaboración de Karin

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