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INSTRUMENTOS MUSICALES PERUANOS

EL ESPIRITU

Los instrumentos musicales en el antiguo Perú, y con ellos casi todas las
cosas que rodeaban al hombre, eran sentidas como algo vivo. Su poder
residía no tanto en la clase de materia de que estaban hechos, ni en su
forma, ni color, sino en su voz. La belleza que solía darse adunada, bien
mirado, era un accidente. El instrumento estaba transido de algo
misterioso a cuyo embeleso no resistían los hombres ni las bestias.
Las pictografías mochicas, anteriores a los Incas, muestran caracoles
marinos usados como trompas. Aparecen animados por espíritus
poderosos que emergen poco a poco y enarcando el cuerpo brillante
lanzan a los vientos su clamor mágico. El instrumento, muy bello en sí, era
estimado en función del genio marino que vivía encerrado en la oquedad
de la concha. Su voz era la voz del demonio que lo animaba y por eso,
tenido en mucho.
Entre las ofrendas que usaban los antiguos peruanos figura la sangre en
lugar destacado. Las crónicas contienen muchas citas al respecto. Con ella
pintaban paredes y dinteles de humilladeros, ídolos, vasos ceremoniales
etc. La sangre, encantamiento de vida, remozaba y mantenía joven la
fuerza de los objetos sagrados. Así se explica que los primeros Agustinos
que llegaron al Perú (1551) vieran en Huamachuco “unos atambores muy
ensangrados sangre de cuyes”. Parecida intención tenía el color rojo
utilizado en el ritual indígena. La crónica agustina trae un ejemplo: “estaba
esta piedra e ídolo muy embixado ques un colorado que allá tiene muy
preciado a manera de bermellón”. El P. Cobo acorde con esto escribe:
“también suelen pintar y engalanar los atambores”.
Este sentimiento que considera al instrumento como algo vivo, se
conserva a a través de los siglos, en muchos lugares del Perú. En Ticrapo,
Huancavelica. llegado el tiempo de fiesta, sacan los tambores, los limpian
cuidadosamente y adornan con cintas de colores. En Cajamarca encierran
en la caja, antes de poner los parches: ajos y ají “para las fuerzas del
tambor”. En Yauyos, Lima, finalizada la construcción soplan en el interior
de los tambores humo de cigarros y derraman sobre ellos gotas de licor.
En suma, praxis mágica, que asegura la vida de los poderes sonoros que
residen en ellos.
Los músicos, en ciertas fechas del calendario antiguo, vestían ropas de
telares muy suntuosas y aderezos señalados; lo cual pone al descubierto la
consideración que merecían ciertos instrumentos, quizá sagrados, y el
deseo patente de tenerlos gratos. El P. Cobo, tocante a esto, escribe:
“Hacían el son con cuatro atambores grandes del Sol, y cada atambor
tocaban cuatro indios principales vestidos de muy particular librea, con
camisetas coloreadas hasta los pies con rapacejos blancos y colorados;
encima se ponían unas pieles de leones desollados”.
Hasta hoy algunos ejecutantes aparecen revestidos, en ciertas ocasiones,
con arreos de arcaica nobleza. En Juli, Puno, suelen usar un atavío de
cóndor. La descripción de él la hallamos en Garcilaso, maravillando- la
fidelidad con que, en líneas generales, se ha preservado. El cronista se
refiere al desarrollo de la mayor solemnidad en el año y en particular a la
llegada de figurantes. Dice así: “Otros venían de la manera de que pintan
los ángeles, con grandes alas de un ave que llaman Cúntur. Son blancas y
negras y tan grandes, que muchos han muerto los españoles de catorce y
quinces pies de punta a punta de los vuelos, porque se jactan descender y
haber sido su origen de un Cuntur”. Este atavío reaparece en la cerámica
mochica y en los bordados de las telas de Paracas; ambos documentos
anteriores al reinado de los Emperadores.
La imagen del mundo aborigen dista mucho de la fría objetividad que nos
rodea, en modo tal que el límite entre las esferas de cosas y personas
carece de la nitidez que nos es familiar. Una atmósfera fuertemente
teñida por el sentimiento envuelve y colorea la experiencia vivida y
transfigura el mundo circundante. A comienzos del siglo XVII el Dr. F.
Dávila en su Doctrina de Huarochirí recogió un antiquísimo relato según el
cual las cosas pelearon, cierta vez, con las gentes. Batanes, morteros de
piedra, según el cronista “se leuantauan contra sus dueños y se los
querían tragar”. Este episodio tiene un remoto antecedente en unas
escenas pintadas al fresco sobre los muros de un derruido adoratorio
preinca consagrado a la Luna en Moche, Trujillo. (Los Museos
Antropológico de Lima y Field Museum de Chicago conservan copia de
estas pinturas, hoy totalmente destruidas). Aparecen en ellas numerosos
objetos: cascos, armas, fajas etc. dotadas de vida y guerrean con los
hombres de igual a igual.
En el antiguo Perú, en tiempo de batallas, hombres y cosas salían a hacer
frente al enemigo. Todos los cronistas relatan el indescriptible vocerío que
reinaba en los combates. Montesinos describe el encuentro entre Huaina
Capac y el Señor de Cayambe de esta manera: “dióle batalla, rompiendo
con gran estruendo de atabales, bocinas y antaras que parecía se hundía
aquel contorno”. Los demonios sonoros que residían en los instrumentos
lanzarían a los vientos sus voces ardientes y lucharían hombro a hombro al
lado de los mortales.
Cuanto componía el animado retablo del universo indígena, desde las
cosas más humildes hasta el arco del cielo eran sentidos a modo de
potencias vivientes. Toda vez que la luna eclipsaba refiere Garcilaso,
“decia enfermaba” y “que si acababa de obscurecerse, habían de morir”.
Entonces “tocaban trompetas, cornetas, caracoles, atabales y atambores y
cuantos instrumentos podían haber”. La crónica de los Agustinos añade:
“Es cosa de espanto y vocerías y llantos que hacen cuando la Luna o Sol se
eclipsa, que cierto la primera vez que lo vi, pensé que el mundo se hundía
y llorando y dando gritos dicen a la Luna, que como dije ellos llaman quilla:
mama quilla, madre Luna, para que te mueres, vuelve a vivir”. Este
vocerío, era mezcla de plañidos por la Luna en agonía y compulsión
mágica en el clamor de los instrumentos ordenando a los demonios de la
enfermedad y la muerte a retirarse.
Igual rigor, despliegan los instrumentos contra el cierzo y el granizo.
Guarnan Poma escribe: “los echan con armas y tambores y flautas y
trompetas y campanillas dando gritos”. Hasta hoy, en iguales casos, la
conducta se ciñe a tan arcaicos moldes.
Refiere la Crónica de los Agustinos que los hechiceros de Huamachuco
“tenían unas redecillas llenas de unos como cascabeles” y “unos cencerros
grandes de cobre; y en tocando cualquiera de estas cosas e instrumentos
ya dichos luego venía el demonio”. Voz muy poderosa debió ser la de
todos estos instrumentos, pues los demonios obedecían su conjuro, ora
alejándose, ora acudiendo obedientes.
LA MATERIA
Los materiales de que estaban hechos los instrumentos de música, de
ordinario fueron tomados del medio circundante. Excepcionalmente
aparecen materias exóticas; tal el caso de las conchas de Strombus
venidas de lejanos mares. Semillas, metales, maderas, pieles y huesos de
animales y a veces del hombre, son renovada afirmación de peruanidad.
El mundo vegetal ofreció materia sonora en las cañas. “Quena quena - una
caña sola como flauta, para cantar endechas” escribe el P. Cobo. Las

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