Sunteți pe pagina 1din 37

VIDA

Biografía de Juan Diego Cuauhtlatoatzin

M. I. Sr. Cango. Dr. Rómulo Eduardo Chávez Sánchez


Teólogo Magistral Guadalupano
Director del Instituto Superior de Estudios Guadalupanos (ISEG)
Coordinador de la Licenciatura en Teología y Cultura Guadalupanas

San Juan Diego Cuauhtlatoatzin (que significa: Águila que habla o El que habla como águila) es conocido
por el Acontecimiento Guadalupano, que consiste en las Apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe,
que tuvieron lugar en el año de 1531, y en donde, San Juan Diego fue uno de los protagonistas centrales.
SanJuan Diego nace en torno al año 1474, en Cuauhtitlán, que pertenecía al reino de Texcoco; y su muerte
tuvo lugar en 1548, poco después de otro importante protagonista de ese Acontecimiento, el arzobispo de
México, fray Juan de Zumárraga.

San Juan Diego es llamado embajador-mensajero de Santa María de Guadalupe. Fue beatificado en la
Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe de la ciudad de México el 6 de mayo de 1990 por el Papa Juan
Pablo II, durante su segundo viaje apostólico a México.

Desde el siglo XVI, existen documentos en donde se sabe de la vida y fama de santidad de Juan Diego,
uno de los más importantes fue, sin lugar a dudas, las llamadas Informaciones Jurídicas de 1666,
importante Proceso Canónico, aprobado después por la Santa Sede y constituido como Proceso
Apostólico, cuando se pidió la aprobación para celebrar la Fiesta de la Virgen de Guadalupe los días 12 de
Diciembre. Estas Informaciones están constituidas por testimonios de ancianos vecinos de Cuauhtitlán
(alguno de ellos de más de cien años de edad); quienes testificaron y confirmaron la vida ejemplar de Juan
Diego. Uno de estos testigos, Marcos Pacheco, sintetizó la personalidad y la fama de santidad de Juan
Diego: “Era un indio que vivía honesta y recogidamente y que era muy buen cristiano y temeroso de Dios
y de su conciencia, de muy buenas costumbres y modo de proceder, en tanta manera que, en muchas
ocasiones, le decía a este testigo su Tía: «Dios os haga como Juan Diego y su Tío», porque los tenía por
muy buenos indios y muy buenos cristianos”[1]; otro testimonio es el de Andrés Juan quien decía que Juan
1
Diego era un “Varón Santo” [2]; en estos conceptos concuerdan, unánimes, los otros testigos en estas
Informaciones Jurídicas, como por ejemplo: Gabriel Xuárez, doña Juana de la Concepción, don Pablo
Xuárez, don Martín de San Luis, don Juan Xuárez, Catarina Mónica, etc.

Juan Diego, efectivamente, era para el pueblo “un indio bueno y cristiano”, o un “varón santo”; ya sólo estos
títulos bastarían para entender la fortaleza de su fama; pues los indios eran muy exigentes para atribuir a
alguno de ellos el apelativo de “buen indio” y mucho menos atribuir que era tan “bueno” que llegaba a
considerarse ya “santo” como para pedirle a Dios que a sus propios hijos o familiares los hiciera igual de
buenos y santos como a Juan Diego.

Gracias a las fuentes históricas, conocemos las circunstancias de lo que fue la vida normal de Juan Diego,
su familia, sus casas y tierras; y su actitud decidida a retirarse de toda comodidad para ir a vivir y servir en
la ermita recién construida, según la voluntad de Nuestra Señora de Guadalupe, a los pies del cerro del
Tepeyac, y en donde fue colocada la sagrada Imagen.

Según la tradición oral continua e ininterrumpida y según varios documentos históricos, como los llamados
Nican Mopohua y el Nican Motecpana y otros, en Diciembre de 1531 tuvieron lugar las apariciones de
Nuestra Señora de Guadalupe a Juan Diego, un encuentro extraordinario. Juan Diego era un hombre
maduro, bautizado poco antes por los primeros misioneros franciscanos, perteneciente a la etnia indígena
de los chichimecas de Texcoco.

Diez años después de la conquista y cuando se iniciaba lentamente la evangelización de estas tierras, el
Sábado 9 de Diciembre de 1531, muy de mañana, Juan Diego que tenía pocos años de haberse convertido
y bautizado, natural del pueblo de Cuauhtitlán, que había sido casado con una india llamada María Lucía
y que en este tiempo vivían en el pueblo de Tulpetlac con su tío Juan Bernardino, se dirigía a la Misa
Sabatina de la Virgen María y al catecismo, a la “doctrina” en Tlatelolco, atendida por los franciscanos del
primer convento que entonces se había erigido en la Ciudad de México.

Cuando el humilde indio llegó a las faldas del cerro llamado Tepeyac, de repente escuchó cantos preciosos,
armoniosos y dulces que venían de lo alto del cerro, le pareció que eran coros de distintas aves que se
respondían unos a otros en un concierto de extraordinaria belleza, observó una nube blanca y
2
resplandeciente, y que se alcanzaba a distinguir un maravilloso arcoiris de diversos colores. El indio quedó
absorto y fuera de sí por el asombro y “se dijo ¿Por ventura soy digno, soy merecedor de lo que oigo?
¿Quizá nomás lo estoy soñando? ¿Quizá solamente lo veo como entre sueños? ¿Dónde estoy? ¿Dónde
me veo? ¿Acaso allá donde dejaron dicho los antiguos nuestros antepasados, nuestros abuelos: en la tierra
de las flores, en la tierra del maíz, de nuestra carne, de nuestro sustento, acaso en la tierra celestial? Hacia
allá estaba viendo, arriba del cerrillo, del lado de donde sale el sol, de donde procedía el precioso canto
celestial.” [3]

Estando en este arrobamiento, de pronto, cesó el canto, y oyó que una voz como de mujer, dulce y delicada,
le llamaba, de arriba del cerrillo, le decía por su nombre: «Juanito, Juan Dieguito». Sin ninguna turbación,
el indio decidió ir a donde lo llamaban, alegre y contento comenzó a subir el cerrillo y cuando llegó a la
cumbre se encontró con una bellísima Doncella que allí lo aguardaba de pie y lo llamó para que se acercara.
Y cuando llegó frente a Ella se dio cuenta, con gran asombro, de la hermosura de su rostro, su perfecta
belleza, “su vestido relucía como el sol, como que reverberaba, y la piedra, el risco en el que estaba de pie,
como que lanzaba rayos; el resplandor de Ella como preciosas piedras, como ajorca (todo lo más bello)
parecía: la tierra como que relumbraba con los resplandores del arcoiris en la niebla. Y los mezquites y
nopales y las demás hierbecillas que allá se suelen dar, parecían como esmeraldas. Como turquesa
aparecía su follaje. Y su tronco, sus espinas, sus aguates, relucían como el oro.” [4] Todo manifestaba la
presencia divina.

Ante Ella, Juan Diego se postró, y escuchó la voz de la dulce y afable Señora del Cielo, en idioma Mexicano,
“le dijo: «Escucha, hijo mío el menor, Juanito. ¿A dónde te diriges?» Y él le contestó: «Mi Señora, Reina,
Muchachita mía, allá llegaré, a tu casita de México Tlatilolco, a seguir las cosas de Dios que nos dan, que
nos enseñan quienes son las imágenes de Nuestro Señor, nuestros Sacerdotes.»” [5] De esta manera,
dialogando con Juan Diego, la preciosa Doncella le manifiestó quién era y su voluntad “«Sábelo, ten por
cierto, hijo mío el más pequeño, que yo soy la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero
Dios por quien se vive, el creador de las personas, el dueño de la cercanía y de la inmediación, el dueño
del cielo, el dueño de la tierra. Mucho quiero, mucho deseo que aquí me levanten mi casita sagrada, en
donde lo mostré, lo ensalzaré al ponerlo de manifiesto: lo daré a las gentes en todo mi amor personal, en
mi mirada compasiva, en mi auxilio, en mi salvación: porque yo en verdad soy vuestra madre compasiva,
tuya y de todos los hombres que en esta tierra estáis en uno, y de las demás variadas estirpes de hombres,
3
mis amadores, los que a mí clamen, los que me busquen, los que confíen en mí, porque ahí escucharé su
llanto, su tristeza, para remediar, para curar todas sus diferentes penas, sus miserias, sus dolores. Y para
realizar lo que pretende mi compasiva mirada misericordiosa, anda al palacio del Obispo de México, y le
dirás cómo yo te envío, para que le descubras cómo mucho deseo que aquí me provea de una casa, me
erija en el llano mi templo; todo le contarás, cuanto has visto y admirado, y lo que has oído.” [6] Y la Señora
del Cielo le hace una especial promesa: “ten por seguro que mucho lo agradeceré y lo pagaré, que por ello
te enriqueceré, te glorificaré; [7] y mucho de allí merecerás con que yo retribuya tu cansancio, tu servicio
con que vas a solicitar el asunto al que te envío.” [8]

Así, de esta manera tan sublime, la Señora del cielo envía a Juan Diego como su mensajero ante la cabeza
de la Iglesia en México, el obispo fray Juan de Zumárraga. El humilde y obediente Juan Diego se postró
por tierra y pronto se puso en camino, derecho a la Ciudad de México, para cumplir el deseo de la Señora
del Cielo.

Llegó a la casa del obispo, el franciscano fray Juan de Zumárraga, y le pidió a los servidores y ayudantes
que le avisaran que traía un mensaje para él, pero estos al verlo tan pobre y humilde, simplemente, lo
ignoraron y lo hicieron esperar; pero Juan Diego, con infinita paciencia, estaba dispuesto ha cumplir con su
misión así que esperó, hasta que por fin le avisaron al Obispo y este pidió que lo trajeran a su presencia.
Juan Diego entró y se arrodilló ante él, inmediatamente le comunicó todo lo que admiró, contempló y
escuchó, le dijo puntualmente el mensaje de la Señora del Cielo, la Madre de Dios, que le había enviado y
cual era su voluntad. El Obispo escuchó al indio incrédulo de sus palabras, juzgando que era parte de la
imaginación del indio, máxime que era un recién convertido, y aunque le hizo muchas preguntas acerca de
lo que había referido, y captó que era constante y claro su mensaje, de todos modos no hizo mucho aprecio
a sus palabras; así que lo despidió, si bien con respeto y cordialidad, pero sin darle crédito a lo que le había
dicho; el Obispo se tomaría un tiempo para reflexionar sobre este mensaje. Salió el indio de la casa del
Obispo muy triste y desconsolado, ya que se dio cuenta que no se le había dado crédito ni fe a sus palabras,
como por no haber podido fructificar la voluntad de María Santísima.

Juan Diego regresó al cerrillo al mismo punto en donde se le había aparecido la Madre de Dios “y en cuanto
la vio, ante Ella se postró, se arrojó por tierra, le dijo: «Patroncita, Señora, Reina, Hija mía la más pequeña,
mi Muchachita, ya fui a donde me mandaste a cumplir tu amable aliento, tu amable palabra; aunque
4
difícilmente entré a donde es el lugar del Gobernante Sacerdote, lo vi, ante él expuse tu aliento, tu palabra,
como me lo mandaste. Me recibió amablemente y lo escuchó perfectamente, pero, por lo que me respondió,
como que no lo entendió, no lo tiene por cierto. Me dijo: «Otra vez vendrás; aún con calma te escucharé,
bien aun desde el principio veré por lo que has venido, tu deseo, tu voluntad».”[9] Juan Diego entendió que
el obispo pensaba que le mentía o que fantaseaba, y con toda humildad le dice a la Señora del Cielo:
“«mucho te suplico, Señora mía, Reina, Muchachita mía, que a alguno de los nobles, estimados, que sea
conocido, respetado, honrado, le encargues que conduzca, que lleve tu amable aliento, tu amable palabra
para que le crean. Porque en verdad yo soy un hombre del campo, soy mecapal, soy parihuela, soy cola,
soy ala; yo mismo necesito ser conducido, llevado a cuestas, no es lugar de mi andar ni de mi detenerme
allá a donde me envías. [10] Virgencita mía, Hija mía menor, Señora, Niña; por favor dispénsame: afligiré
con pena tu rostro, tu corazón; iré a caer en tu enojo, en tu disgusto, Señora Dueña mía».” [11]

La Reina del Cielo escuchó con ternura y bondad, y con firmeza le respondió al indio: “«Escucha, el más
pequeño de mis hijos, ten por cierto que no son escasos mis servidores, mis mensajeros, a quien encargue
que lleven mi aliento, mi palabra, para que efectúen mi voluntad; pero es necesario que tú, personalmente,
vayas, ruegues, que por tu intercesión se realice, se lleve a efecto mi querer, mi voluntad. Y mucho te
ruego, hijo mío el menor, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al Obispo. Y de mi parte
hazle saber, hazle oír mi querer, mi voluntad, para que realice, haga mi templo que le pido. Y bien, de
nuevo dile de qué modo yo, personalmente, la siempre Virgen Santa María, yo, que soy la Madre de Dios,
te mando».” [12]

Juan Diego, todavía entristecido por lo que había sucedido, se despidió de la Señora del Cielo asegurándole
que al día siguiente realizaría su voluntad, aunque guardaba la duda de que fuera creída su palabra, aún
así, le aseguró que obedecería y esperaría; se despidió de María Santísima y se fue a su casa a descansar.
Al día siguiente, Domingo diez de diciembre, Juan Diego se preparó muy temprano y salió directo a
Tlatelolco, y después de haber oído Misa y asistir a la catequesis, se dirigió a la casa del Obispo, en donde,
nuevamente, los ayudantes del obispo lo hicieron esperar mucho tiempo; al entrar ante él, Juan Diego se
arrodilló y entre lágrimas le comunicó la voluntad de la Señora del Cielo, certificándole que se trataba de la
Madre de Dios, la Siempre Virgen María y que pedía le edificase su casita sagrada en aquel lugar del
Tepeyac. El Obispo lo escuchó con gran interés, pero para certificar la verdad del mensaje de Juan Diego
le hizo varias preguntas acerca de lo que afirmaba, de cómo era esa Señora del Cielo, de todo lo que había
5
visto y escuchado. El Obispo comenzó a comprender que no era posible que hubiera sido un sueño o una
fantasía lo que Juan Diego le refería, pero le pidió una señal para constatar la verdad de las palabras del
indio. Juan Diego, sin turbarse, aceptó ir con María Santísima con la petición del Obispo. Al tiempo que
Juan Diego se ponía en marcha, el Obispo mandó dos personas de su entera confianza que vigilaran a
Juan Diego y que, sin perderlo de vista, lo siguieran para saber a dónde se dirigía y con quién hablaba.
Juan Diego llegó a un puente en donde pasaba un río, y ahí los sirvientes lo perdieron de vista y, por más
que lo buscaron, no lograron encontrarlo; los sirvientes estaban muy molestos por lo que había sucedido
y, al regresar, le dijeron al Obispo que Juan Diego era un embaucador, mentiroso y hechicero y le
advirtieron que no le creyera que sólo lo engañaba por lo que, si volvía, merecía ser castigado.
Mientras tanto, Juan Diego había llegado nuevamente al Tepeyac y encontró a María Santísima que lo
aguardaba; Juan Diego se arrodilló ante Ella y le comunicó todo lo que había acontecido en la casa del
Obispo; quien le preguntó minuciosamente todo lo que había visto y oído, y le pidió una señal para que
pudiera dar crédito a su mensaje.

María Santísima le agradeció a Juan Diego la diligencia e interés que había demostrado para cumplir su
voluntad con palabras amables y llenas de cariño, y le mandó que regresara al día siguiente al mismo lugar
y que ahí le daría la señal que solicitaba el Obispo.

Al día siguiente, Lunes once de Diciembre, Juan Diego no pudo volver ante la Señora del Cielo para llevar
la señal al Obispo; pues su tío, de nombre Juan Bernardino, a quien amaba entrañablemente como si fuera
su mismo padre, estaba gravemente enfermo de lo que los indios llamaban Cocoliztli; buscó un médico
para lograr su curación pero no logró encontrar a nadie. Ya de madrugada, el Martes doce de Diciembre,
el tío le rogó a su sobrino que se dirigiera al Convento de Santiago Tlatelolco a llamar a uno de los
Religiosos para que lo confesase y preparase porque era conciente de que le quedaba poco tiempo de
vida. Juan Diego se dirigió presuroso a Tlatelolco para cumplir la voluntad del moribundo y habiendo llegado
cerca del sitio en donde se le aparecía la Señora del Cielo, reflexionó con candidez, que era mejor desviar
sus pasos por otro camino, rodeando el cerro del Tepeyac por la parte Oriente y, de esta manera, no
entretenerse con Ella y poder llegar lo más pronto posible al convento de Tlatelolco, pensando que más
tarde podría regresar ante la Señora del Cielo para cumplir con llevar la señal al Obispo.

6
Pero María Santísima bajó del cerro y pasó al lugar donde mana una fuente de agua aluminosa, salió al
encuentro de Juan Diego y le dijo: “«¿Qué pasa, el más pequeño de mis hijos? ¿A dónde vas, a dónde te
diriges?»”. [13] El indio quedó sorprendido, confuso, temeroso y avergonzado, y le respondió con turbación
y postrado de rodillas: “«Mi Jovencita, Hija mía la más pequeña, Niña mía, ojalá que estés contenta: ¿cómo
amaneciste? ¿Acaso sientes bien tu amado cuerpecito, Señora mía, Niña mía? Con pena angustiaré tu
rostro, tu corazón: te hago saber, Muchachita mía, que está muy grave un servidor tuyo, tío mío. Una gran
enfermedad se le ha asentado, seguro que pronto va a morir de ella. Y ahora iré de prisa a tu casita de
México, a llamar a algún de los amados de Nuestro Señor, de nuestros Sacerdotes, para que vaya a
confesarlo y a prepararlo; que vinimos a esperar el trabajo de nuestra muerte. Mas, si voy a llevarlo a
efecto, luego aquí otra vez volveré para ir a llevar tu aliento, tu palabra, Señora, Jovencita mía. Te ruego
me perdones, tenme todavía un poco de paciencia, porque con ello no te engaño, Hija mía la menor, Niña
mía, mañana sin falta vendré a toda prisa».” [14]

María Santísima escuchó la disculpa del indio con apacible semblante; comprendía, perfectamente, el
momento de gran angustia, tristeza y preocupación que vivía Juan Diego, pues su tío, un ser tan querido,
se encontraba moribundo; y es precisamente en este momento en donde la Madre de Dios le dirige unas
de las más bellas palabras, las cuales penetraron hasta lo más profundo de su ser:

“«Escucha, ponlo en tu corazón, Hijo mío el menor, que no es nada lo que te espantó, lo que te afligió; que
no se perturbe tu rostro, tu corazón; no temas esta enfermedad ni ninguna otra enfermedad, ni cosa
punzante aflictiva. ¿No estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy
yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes
necesidad de alguna otra cosa?»” [15] Y la Señora del Cielo le aseguró: “«Que ninguna otra cosa te aflija,
te perturbe; que no te apriete con pena la enfermedad de tu tío, porque de ella no morirá por ahora. Ten
por cierto que ya está bueno».” [16]

Y efectivamente, en ese preciso momento, María Santísima se encontró con el tío Juan Bernardino dándole
la salud, de esto se enteraría más tarde Juan Diego.

7
Juan Diego tuvo fe total en lo que le aseguraba María Santísima, la Reina del Cielo, así que consolado y
decidido le suplicó inmediatamente que lo mandara a ver al Obispo, para llevarle la señal de comprobación,
para que creyera en su mensaje.

La Virgen Santísima le mandó que subiera a la cumbre del cerrillo, en donde antes se habían encontrado;
y le dijo: “«Allí verás que hay variadas flores: córtalas, reúnelas, ponlas todas juntas: luego baja aquí; tráelas
aquí, a mi presencia».”[17]

Juan Diego inmediatamente subió al cerrillo, no obstante que sabía que en aquel lugar no habían flores, ya
que era un lugar árido y lleno de peñascos, y sólo había abrojos, nopales, mezquites y espinos; además,
estaba haciendo tanto frío que helaba; pero cuando llegó a la cumbre, quedó admirado ante lo que tenía
delante de él, un precioso vergel de hermosas flores variadas, frescas, llenas de rocío y difundiendo un olor
suavísimo; y poniéndose la tilma o ayate a la manera acostumbrada de los indios, comenzó a cortar cuantas
flores pudo abarcar en el regazo de su ayate. Inmediatamente bajó el cerro llevando su hermosa carga
ante la Señora del Cielo.

María Santísima tomó en sus manos las flores colocándolas nuevamente en el hueco de la tilma de Juan
Diego y le dijo: “«Mi hijito menor, estas diversas flores son la prueba, la señal que llevarás al Obispo; de mi
parte le dirás que vea en ellas mi deseo, y que por ello realice mi querer, mi voluntad; y tú ..., tú que eres
mi mensajero..., en ti absolutamente se deposita la confianza; y mucho te mando con rigor que nada mas
a solas, en la presencia del Obispo extiendas tu ayate, y le enseñes lo que llevas; y le contarás todo
puntualmente, le dirás que te mandé que subieras a la cumbre del cerrito a cortar flores, y cada cosa que
viste y admiraste, para que puedas convencer al Obispo, para que luego ponga lo que está de su parte
para que se haga, se levante mi templo que le he pedido».” [18]

Y dicho esto, la Virgen María despidió a Juan Diego. Quedó el indio tranquilo en su corazón, muy alegre y
contento con la señal, porque entendió que tendría éxito y surtiría efecto su embajada, y cargando con gran
tiento las rosas sin soltar alguna, las iba mirando de rato en rato, gustando de su fragancia y hermosura.
Juan Diego llegó a la casa del Obispo, y suplicó al portero y a los demás servidores que le dijeran al Obispo
que deseaba verlo; pero ninguno quiso; fingían que no entendían, quizá porque todavía estaba oscuro, o
porque ya lo conocían, o que nomás los molestaba y los importunaba. Juan Diego espero por un larguísimo
8
tiempo; y cuando los sirvientes vieron que el indio todavía seguía ahí, sin hacer nada, esperando que lo
llamaran, y observando también que algo cargaba en su tilma, se acercaron para ver que traía. Juan Diego
no pudo ocultarles lo que llevaba, pues podrían empujarlo y hasta maltratar las flores, así que abriendo un
poquito la tilma, se dieron cuenta que eran preciosas flores que despedían un perfume maravilloso. Y
quisieron agarrar unas cuantas, tres veces lo intentaron, pero no pudieron, porque cuando hacían el intento
ya no podían ver las flores, sino que las veían como si estuvieran pintadas, o bordadas, o cosidas en la
tilma.

Inmediatamente fueron a decirle al Obispo lo que habían visto; y cómo deseaba verlo el indito que otras
veces había venido, y que ya hacía muchísimo rato que estaba allí aguardando el permiso, porque quería
verlo. Y el Obispo, en cuanto lo oyó, comprendió que Juan Diego portaba la prueba para convencerlo, para
poner en obra lo que solicitaba el indio. Enseguida dio orden de que pasara a verlo. Y Juan Diego habiendo
entrado, en su presencia se postró, como ya antes lo había hecho; de nuevo le contó lo que había visto,
admirado y su mensaje.

Y en ese momento, Juan Diego entregó la señal de María Santísima extendiendo su tilma, cayendo en el
suelo las preciosas flores; y se vio en ella, admirablemente pintada, la Imagen de María Santísima, como
se ve el día de hoy, y se conserva en su sagrada casa. El Obispo Zumárraga, junto con su familia y la
servidumbre que estaba en su entorno, sintieron una gran emoción, no podían creer lo que sus ojos
contemplaban, una hermosísima Imagen de la Virgen, la Madre de Dios, la Señora del Cielo. La veneraron
como cosa celestial. El Obispo “con llanto, con tristeza, le rogó, le pidió perdón por no haber realizado su
voluntad, su venerable aliento, su venerable palabra.” [19]

Y cuando el Obispo se puso de pie, desató del cuello de Juan Diego la tilma en la que se apareció la Reina
Celestial. Posteriormente, la colocó en su oratorio. Juan Diego pasó un día en la casa del Obispo; y, al día
siguiente, éste le dijo: «Anda, vamos a que muestres dónde es la voluntad de la Reina del Cielo que le
erijan su templo»” [20].

Juan Diego le mostró los sitios en que había visto y hablado las cuatro veces con la Madre de Dios y pidió
permiso para ir a ver a su tío Juan Bernardino, a quien había dejado gravemente enfermo; el Obispo pidió

9
a algunos de su familia para que acompañaran a Juan Diego, y les ordenó que si hallasen sano al enfermo,
lo llevasen a su presencia.

Al llegar al pueblo de Tulpetlac vieron que el tío, Juan Bernardino, estaba totalmente sano, nada le dolía; y
él, por su parte, estaba admirado de la forma en que su sobrino era acompañado y muy honrado por los
españoles enviados por el Obispo. Juan Diego le contó a su tío cómo había sucedido su encuentro con la
Señora del Cielo, cómo lo había enviado a ver al Obispo con la señal prometida para que se le edificara un
templo en el Tepeyac y, finalmente, como le había asegurado que él estaba ya sano. Inmediatamente, Juan
Bernardino confirmó esto, que en ese presido momento a él también se le había aparecido la Virgen,
exactamente en la misma forma como la describía su sobrino; y que también a él lo había enviado a México
a ver al Obispo; y que le testificara lo que había visto y le platicara la manera maravillosa de cómo lo había
sanado, “y que bien así la llamaría, bien así se nombraría: LA PERFECTA VIRGEN SANTA MARÍA DE
GUADALUPE, su Amada Imagen.” [21]

Cumpliendo con esta disposición, Juan Bernardino fue llevado ante el Obispo para que contara su
testimonio y, junto con su sobrino Juan Diego, lo hospedó en su casa unos cuantos días, de esta manera
supo con exactitud lo que había pasado, cómo había recobrado su salud y cómo era la Señora del Cielo.
De una manera asombrosa, ya se había difundido la fama del milagro y acudían los vecinos de la ciudad a
la casa Episcopal a venerar la Imagen. Al darse cuenta el Obispo de la gran cantidad de personas que
llegaban a ver de cerca lo que había acontecido; decidió llevar la Imagen santa a la Iglesia mayor y la puso
en el Altar, donde todos la gozaran; aquí permaneció mientras se edificaba una Ermita en el lugar que
había señalado Juan Diego.

Todos contemplaron con asombro la Sagrada Imagen. “Y absolutamente toda esta ciudad, sin faltar nadie,
se estremeció cuando vino a ver, a admirar su preciosa Imagen. Venían a reconocer su carácter divino.
Venían a presentarle sus plegarias. Mucho admiraron en qué milagrosa manera se había aparecido puesto
que absolutamente ningún hombre de la tierra pintó su amada Imagen.” [22]

Juan Diego se entregó plenamente al servicio de María Santísima de Guadalupe, y le apenaba mucho
encontrarse tan distante su casa y su pueblo. Él quería estar cerca de Ella todos los días, barriendo el
templo (que para los indígenas era un verdadero honor), transmitiendo lo que había visto y oído, y orando
10
con gran devoción; por lo cual, Juan Diego suplicó al señor Obispo poder estar en cualquier parte que
fuera, junto a las paredes del templo, y servirle. El Obispo, que estimaba mucho a Juan Diego, accedió a
su petición y permitió que se le construyera una casita junto a la Ermita de la Señora del Cielo. Viendo su
tío Juan Bernardino que su sobrino servía muy bien a Nuestro Señor y a su preciosa Madre, quería seguirle,
para estar juntos; “pero Juan Diego no accedió. Le dijo que convenía que se estuviera en su casa, para
conservar las casas y tierras que sus padres y abuelos les dejaron”. [23]

Juan Diego fue una persona humilde, con una fuerza religiosa que envolvía toda su vida; que dejó sus
tierras y casas para ir a vivir a una pobre choza, a un lado de la Ermita; a dedicarse completamente al
servicio del templo de su amada Niña del Cielo, la Virgen Santa María de Guadalupe, quien había pedido
ese templo para en él ofrecer su consuelo y su amor maternal a todos lo hombres. Juan Diego edificó con
su testimonio y su palabra; de hecho, se acercaban a él para que intercediera por las necesidades,
peticiones y súplicas de su pueblo. Juan Diego nunca descuidó la oportunidad de narrar la manera en que
había ocurrido el encuentro maravilloso que había tenido, y el privilegio de haber sido el mensajero de la
Virgen de Guadalupe. La gente sencilla lo reconoció y lo veneró como verdadero santo; incluso, como
decíamos, los indios lo ponían como modelo para sus hijos, y no había empacho de llamarlo “Varón
Santo”. [24]

El mismo pueblo fue quien comunicó por todas partes el gran Acontecimiento Guadalupano y, con la
característica memoria indígena, fue transmitido de padres a hijos, de abuelos a nietos.

Una de estas narraciones que actualmente se escucha y que recoge lo esencial y lo más hermoso del
Evento Guadalupano, y en donde es llamado Juan Diego “uno de los nuestros”, la tenemos en Zozocolco,
Veracruz, pueblecito perdido en las montañas entre Papantla y Poza Rica, a seis horas hacia la montaña,
el padre Ismael Olmedo Casas, el doce de diciembre de 1995, tuvo la idea de preguntar a los fieles
indígenas qué era lo que celebraban, antes de predicárselos él:

“–¡Buenos días, Grandes Jefes! Queremos que nos platiquen sobre la Virgen de Guadalupe. Hoy, en la
fiesta de la Virgen de Guadalupe.

“–¡Señor Cura, Jefe servidor de las cosas santas, buenos días!


11
“–Te platico lo que hemos oído a los ancianos, nuestros abuelos: Hace muchas pascuas [fiestas] de San
Miguel, hace casi mil cosechas [dos por año], hace casi 500 vuelos del Palo Volador [un vuelo cada año
durante una fiesta], sucedió que allá en el centro de donde nos mandaban a nosotros, que éramos
servidores del Emperador Gran Señor, que vestía fina manta y hermosos plumajes, y ofrecía por el pueblo
al Dios Bueno lo que la tierra producía y la sangre de sus hijos para que el orden de la vida siguiera
adelante, llegaron hombres de cabello de sol, que nosotros ya sabíamos de su llegada; pero no
esperábamos esos malos tratos de su parte, porque los creíamos enviados de los Ángeles, y sólo trajeron
mugre, enfermedad, destrucción, muerte y mentira: Nos hablaban de un Dios que amaba, pero ellos con
su vida odiaban.

“–El pueblo ya estaba cansado, cuando en una obscura mañana de la media cosecha fuerte del café
[mediados de diciembre], a uno de los nuestros le regaló Dios, Dios Espíritu Santo, un mensaje del cielo.
Como lo dijera el Libro Grande de nuestros hermanos los mayas [el Popol Vuh]: El hombre se había portado
mal, y el gran Dios mandaría a alguien para rehacer al hombre del maíz.

“–También el Libro Grande de los españoles [la Biblia] dice que después de que el hombre destruyó la
armonía que había en el Universo, manifestado en el vuelo perfecto del Volador, merecía la vida sin
felicidad, pero Dios prometió que alguien nacido de una de nuestra raza, Mujer, nos devolvería la sonrisa
a nuestros rostros, nos quitaría el mecapal con la carga en la cuesta más pesada, y haríamos fiesta días
enteros, sin acabarse [la Vida Eterna].

“–Apareció, así lo dicen los Jefes, en el Cerro del Anáhuac, una señal del mismo Cielo, a donde llega la
manzana del Volador: Una Mujer con gran importancia, más que los mismos Emperadores, que, a pesar
de ser mujer, su poderío es tal que se para frente al Sol, nuestro dador de vida, y pisa la Luna, que es
nuestra guía en la lucha por la luz, y se viste con las Estrellas, que son las que rigen nuestra existencia y
nos dicen cuándo debemos sembrar, doblar o cosechar.

“–Es importante esta Mujer, porque se para frente al Sol, pisa la Luna y se viste con las Estrellas, pero su
rostro nos dice que hay alguien mayor que Ella, porque está inclinada en signo de respeto.

12
“–Nuestros mayores ofrecían corazones a Dios, para que hubiera armonía en la vida. Esta Mujer dice que,
sin arrancarlos, le pongamos los nuestros entre sus manos, para que Ella los presente al verdadero Dios.
“–Los tres volcanes surgen de sus manos y en el pecho, aquellos que flanquean el Anáhuac y el que vio la
llegada de nuestros dominadores, que para Ella tienen que ser tenidos y tenerlos como de una nueva raza,
por eso su rostro no es ni de ellos ni de nosotros, sino de ambos. En su túnica se pinta todo el Valle del
Anáhuac y centra la atención en el vientre de esta Mujer, que, con la alegría de la fiesta, danza, porque
nos dará a su Hijo, para que con la armonía del Ángel que sostiene el cielo y la tierra [manto y túnica] se
prolongue una vida nueva. Esto es lo que recibimos de nuestros ancianos, de nuestros abuelos, que nuestra
vida no se acaba, sino que tiene un nuevo sentido, y como lo dice el Libro Grande de los españoles [la
Biblia], que apareció una señal en el cielo, una Mujer vestida de Sol, con la Luna bajo sus pies y una corona
de Estrellas, y está a punto de parir.

“–Esto es lo que hoy celebramos, Señor Cura: la llegada de esta señal de unidad, de armonía, de nueva
vida.” [25]

También el Santo Padre, Juan Pablo II, transmite con gran fuerza la importancia del Mensaje Guadalupano
comunicado por el Beato Juan Diego y confirma la perfecta evangelización que nos ha sido donada por
Nuestra Madre, María de Guadalupe; “Y América, –declara el Papa– que históricamente ha sido y es crisol
de pueblos, ha reconocido «en el rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac, [...] en Santa María de
Guadalupe, [...] un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada». Por eso, no sólo en el
Centro y en el Sur, sino también en el Norte del Continente, la Virgen de Guadalupe es venerada como
Reina de toda América.” [26] El Papa Juan Pablo II reafirma la fuerza y la ternura del mensaje de Dios por
medio de la estrella de la evangelización, María de Guadalupe, y su fiel, humilde y verdadero mensajero
Juan Diego; momento histórico para la evangelización de los pueblos, “La aparición de María al indio Juan
Diego –reafirma el Santo Padre– en la colina del Tepeyac, el año de 1531, tuvo una repercusión decisiva
para la evangelización. Este influjo va más allá de los confines de la nación mexicana, alcanzando todo el
Continente.” [27]

El Beato Juan Diego continúa difundiendo al mundo entero este gran Acontecimiento Guadalupano, un
gran Mensaje de Paz, de Unidad y de Amor que se sigue transmitiendo también por medio de cada uno de
nosotros, convirtiendo nuestra pobre historia humana en una maravillosa Historia de Salvación, ya que en
13
el centro de la Sagrada Imagen, en el centro del Acontecimiento Guadalupano, en el centro del corazón de
la Santísima Virgen María de Guadalupe, se encuentra Jesucristo Nuestro Salvador.

Oración a Juan Diego


Juan Diego gracias por el mensaje evangelizador que con humildad nos has entregado, gracias a ti
sabemos que la Virgen Santísima de Guadalupe es la Madre del verdadero Dios por quien se vive y es la
portadora de Jesucristo que nos da su Espíritu que vivifica a nuestra Iglesia.
Gracias a ti sabemos que Santa María de Guadalupe es también nuestra Madre amorosa y compasiva,
que escucha nuestro llanto, nuestra tristeza; porque Ella remedia y cura nuestras penas, nuestras miserias
y dolores. Gracias al obediente cumplimiento de tu misión sabemos que Santa María de Guadalupe nos ha
colocado en su corazón, que estamos bajo su sombra y resguardo, que es la fuente de nuestra alegría,
que estamos en el hueco de su manto, en el cruce de sus brazos.
Gracias Juan Diego por este mensaje que nos fortifica en la Paz, en la Unidad y en el Amor.
AMÉN.
____________________________________________________
Notas

[1] «Testimonio de Marcos Pacheco», en Informaciones Jurídicas de 1666, Archivo Histórico de la Basílica
de Guadalupe, Ramo Histórico, f. 12v.
[2] «Testimonio de Andrés Juan», en Informaciones Jurídicas de 1666, Archivo Histórico de la Basílica de
Guadalupe, Ramo Histórico, f. 28v.
[3] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, traducción del náhuatl al castellano del P. Mario Rojas Sánchez,
Ed. Fundación La Peregrinación, México 1998, p. 27.
[4] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, p. 29.
[5] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, p. 30.
[6] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, pp. 30-33.
[7] Te glorificaré: nimitzcuiltonoz, nimitztlamachtiz; los dos verbos usados significan una dicha y felicidad
no ordinarias.
[8] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, p. 34.
[9] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, p. 37.
[10] Mecapal, cacaxtli: (parihuela) enseres de carga, aún en uso en muchas regiones del país; el primero:
14
una faja de ixtle que pasa por la frente y ayuda a sostener la carga; el segundo: un armadijo de varas y
cuerdas donde se acomoda el fardo, y va apoyado en las espaldas del cargador. Son expresiones de
mucha humildad, tomadas de los refranes y modos de hablar de aquel entonces, del habla popular. Como
si dijera: “No soy más que un animal de carga; necesito que otras personas me guíen; me siento fuera de
mi ambiente en esos lugares a donde me mandas...”
[11] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, p. 38.
[12] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, pp. 38-39.
[13] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, p. 48.
[14] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, pp. 48-49.
[15] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, p. 50.
[16] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, p. 51.
[17] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, p. 52.
[18] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, p. 54.
[19] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, p. 61.
[20] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, p. 62.
[21] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, p. 64.
[22] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, pp. 66-67.
[23] Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Nican Motecpana, en Ernesto de la Torre Villar y Ramiro Navarro de
Anda, Testimonios Históricos Guadalupanos, Ed. FCE, México 1982, p. 305.
[24] «Testimonio de Andrés Juan», en Informaciones Jurídicas de 1666, Archivo Histórico de la Basílica de
Guadalupe, Ramo Histórico, f. 28v.
[25] El texto completo y su ratificación judicial, se encuentra en la Sagrada Congregación para las Causas
de los Santos, Archivo para la Causa de Canonización de Juan Diego.
[26] El Papa Juan Pablo II cita literalmente la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano.
Santo Domingo a 12 de Octubre de 1992, 24. Citado también en AAS, 85 (1993) p. 826. El Santo Padre
también menciona la declaración realizada por los obispos de los Estados Unidos de Norteamérica en:
National Conference of Catholic Bishops, Behold Your Mother Woman of Faith, Washington 1973, 37.
[27] Juan Pablo II, Ecclesia in America, Librería Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 1999, p. 20.

CANONIZACIÓN

15
Introducción
EL APÓSTOL PABLO, en su carta a los Efesios, exclama
San Pablo entusiasmado: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor
Jesucristo, que por medio de Él nos ha bendecido desde el cielo
con toda bendición del Espíritu. Porque nos eligió con Él, antes de
crear el mundo, para que fuéramos santos y sin defecto a sus ojos,
por el amor; destinándonos, ya entonces, a ser adoptados por hijos
Ef 1, 3-10 suyos, por medio de Jesús Mesías —conforme a su querer y a su
designo— a ser un himno a su gloriosa generosidad, que derramó
Hombre: imagen y semejanza de Dios sobre nosotros por medio de su Hijo querido, el cual, con su
Gn 1, 26 sangre, nos ha obtenido la liberación, el perdón de los pecados,
muestra de su inagotable generosidad. Y la derrochó con
Vocación de santidad del hombre nosotros y ¿con cuánta sabiduría e inteligencia revelándonos su
designio secreto, conforme al querer y proyecto que él tenía para
llevar la historia a su plenitud: hacer la unidad del universo por
¿Quién es un santo? medio del Mesías, de lo terrestre y de lo celeste?” (Ef 1, 3-10).

Sólo Dios es Santo Esto no es otra cosa que lo anunciado desde el principio de la
Mc 1, 4: Lc 4, 34 interacción de Dios con nosotros: el cumplimiento de su deseo de
"hacer al hombre a imagen y semejanza suya" (Gn 1, 26), por lo
que ya vemos que "fuimos elegidos por el Padre, antes de crear el
El hombre lo es por "adopción divina"
mundo, para que fuéramos santos y sin defecto”, y que eso se
Rom 11, 13-24; 8, 29
logra mediante una adopción que nos asimile a "su Hijo querido,
Jesús el Mesías”, que nos la ganó con su sangre. De modo que
El Verbo modelo de Santidad Mt 11, 29; queda claro que nuestra vocación es ser santos, pero, ¿qué cosa
Jn 14, 6: Mc 9, 7 es un santo?

Ser santo es ser "imagen y semajanza"


de Dios Lev 11, 45 ¿QUIÉN ES UN SANTO?

16
A la pregunta: ¿Quién es un Santo? es fácil responder: Sólo Dios
"Sed santos, porque Yo... soy santo" es Santo, y, entre los hombres, sólo es Santo e! Hombre Dios, el
Lev 19, 1; 20, 7; 20, 26 Verbo Encarnado, el "Santo de Dios" (Mc 1, 4; Lc 4, 34), y por tanto,
todo otro humano sólo puede serlo por el don gratuito de la esa
adopción divina que nos asimila e "injerta" con Él, (Cfr. Rom 11,
Los sacerdotes son santos Lev 21, 6-8 13-24), que nos otorga su Gracia Santificante:"... a los que de
antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen
Mt 5, 48 de su Hijo, para que fuera Él el primogénito entre muchos
hermanos ..." (Rom 8, 29). El Catecismo de la Iglesia Católica nos
"Seréis santos porque yo soy santo" 1 P lo subraya: "El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de
1, 16 santidad: ... Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí..."
(Mt 11, 29) "Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre
si no es por mí". (Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la
Seguir el ejemplo de Cristo transfiguración, ordena: "Escuchadle" (Mc 9, 7).[1]
Todo bautizado es santo, pues el
Bautismo confiere la Gracia Ser santo, pues, es ser "imagen y semejanza" de Dios que es el
Santificante; Mt 25, 31-46 único "Santo”, y el mandato de que lo seamos no es nada nuevo:
Santo significa "consagrado" y Ya desde el Levítico, haciendo énfasis en la pureza ritual. Se
"señalado" insistía, expresa y reiteradamente: "Yo soy el Señor, vuestro Dios,
Los cristianos llevamos el nombre de santificaos y sed santos, porque yo soy santo." (Lev 11, 44) "Yo
Cristo; nuestro nombre distintivo es ése: soy el Señor, que os saqué de Egipto para ser vuestro Dios: sed
"santo" Hch 11, 26 santos, porque yo soy santo': (Lev 11, 45) "El Señor habló a
Moisés: —Di a toda la comunidad de los israelitas: Sed santos,
porque yo el Señor, vuestro Dios, soy santo." (Lev 19, 1)
"Santificaos y sed santos, porque yo, el Señor, soy vuestro Dios,"
(Lev 20, 7) "Sed para mí santos, porque yo, el Señor, soy santo, y
os he separado de los demás pueblos para que seáis míos." (Lev
20, 26).

Los sacerdotes "serán santos para su Dios y no profanarán el


nombre de su Dios, porque son los encargados de ofrecer la
17
oblación." (Lev 21, 6). Al sacerdote "lo considerarás santo, porque
es el encargado de ofrecer el alimento de tu Dios. Será para ti
santo, porque yo, el Señor, que lo santifico, soy santo," (Lev 21, 8),
Jesús confirmó y actualizó ese llamado, pidiendo que fuésemos
"perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5, 48), y
Pedro insistió: "Igual que es santo el que os llamó, sed también
vosotros santos en toda vuestra conducta, porque la Escritura
dice: «Seréis santos, porque yo soy santo»" (1 P 1, 16). "El que
cree en Cristo es hecho hijo de Dios.”

Esta adopción filial lo transforma, dándole la posibilidad de seguir


el ejemplo de Cristo. Le hace capaz de obrar rectamente y de
practicar el bien. En la unión con su Salvador, el discípulo alcanza
la perfección de la caridad; la santidad. La vida mortal, madurada
en la gracia, culmina en vida eterna, en la gloria del cielo."[2]

Por lo tanto, todo el que cumpla el mandato del amor que lo asimila
a Cristo, "dando de comer al hambriento, de beber al sediento, etc."
(cfr. Mt 25, 31, 46), y, en especia, todo bautizado es santo, puesto
que el Bautismo nos confiere precisamente la "Gracia
Santificante". "Santo" significa "consagrado”, "marcado”,
"señalado”, y todos los cristianos llevamos el sello de Cristo, por
indignos o pecadores que seamos: nuestro nombre distintivo es
ese: "santo". Conviene recordar que la palabra "cristiano”, fueron
los paganos de Antioquía quienes empezaron a usarla para
referirse a los discípulos de Jesucristo[3] y que esa palabra tuvo
inicialmente un sentido más bien burlón, de tipo político, como se
hablaba de "cesarianos”, de "pompeyanos" de "herodianos”, etc.,
pero el término que usaban los propios seguidores de Jesús para
designarse a sí mismos fue el de "santos".

18
____________________________________________________
Notas

[1] Catecismo de la Iglesia Católica, versión española conforme al


texto latino oficial, propiedad de la Santa Sede. Coeditores Unidos
de México, 1999, N° 459.
[2] Catecismo.., núm. 1709.
[3] Fue en Antioquía donde, por primera vez, llamaron a los
discípulos “cristianos” (Hch 11, 26).

Proceso de Beatificación y Canonización de San Juan Diego


P. Dr. Eduardo Chávez Sánchez

Desde hace mucho tiempo se ha tenido la certeza de que Juan Diego ya se encontraba en el cielo, gozando
de Dios, como lo expresaba Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, a finales del siglo XVI, en su escrito llamado
Nican Motecpana: “La Purísima, con su precioso Hijo, llevó su alma a donde disfruta de la Gloria
Celestial”, [1] el mismo autor manifiesta que Juan Diego es modelo de santidad y que así como él mereció
el cielo, nosotros también nos esforcemos para ser dignos de él, continuaba Fernando de Alva Ixtlilxóchitl:
“¡Ojalá que así nosotros le sirvamos y que nos apartemos de todas las cosas perturbadoras de este mundo,
para que también podamos alcanzar los eternos gozos del cielo!” [2] En el siglo XVII, uno de los
documentos más importantes son las Informaciones Jurídicas de 1666, en donde encontramos varias veces
la referencia de Juan Diego como un hombre excepcional, todos los testigos confirmaron que Juan Diego
fue un hombre piadoso, devoto, lleno de Dios, por ello no dudaron en llamarlo “varón santísimo” o ir a verlo
para que intercediera ante la Virgen de Guadalupe y ante el mismo Dios para sus necesidades, o ponerlo
como modelo para sus hijos. [3] Otro importante autor, pero del siglo XVIII, Cayetano Cabrera y Quintero,
expresaba en su libro Escudo de Armas, publicado en 1746, cómo Juan Diego era un verdadero intercesor
para el pueblo: “Aún los mismos indios que frecuentaban el Santuario –decía Cabrera– se valían de las
oraciones de su compatriota viviendo y, ya muerto y sepultado allí, lo ponían como intercesor ante María
Santísima, para lograr sus peticiones.” [4]

19
El pueblo siempre expresó su admiración y veneración a Juan Diego representando su figura como un
“atlante” y sostenedor de todo un altar, como en el altar de San Lorenzo Ríotenco; como fundamento y
sostenedor de un púlpito como en la iglesia del Pocito, como ángel a los pies de la Virgen como en la
fachada del Colegio de Guadalupe o como franciscano, como es representado en la fachada de la antigua
Basílica de Guadalupe, o pintado con aureola como en el exvoto que se conserva en el museo de la Basílica
de Guadalupe, esculpido con veneración en un cáliz de oro, etc.
Don Santiago Beguerisse publicó Apuntes Biográficos del Venturoso Indio Juan Diego; y el 1 de noviembre
de 1895 escribió al Obispo de Cuernavaca, Fortino Hipólito Vera, con quien lo unía un mismo pensamiento,
comunicándole su interés por iniciar un Proceso para la Beatificación de Juan Diego.
En octubre de 1904, en el Congreso Mariano que se celebró en Morelia, se presentó la iniciativa para que
se solicitara iniciar el Proceso para la Beatificación de Juan Diego.
En 1930, el P. Lauro López Beltrán fundó su revista Juan Diego con la que continuamente impulsó la
posibilidad de llevar a los altares a Juan Diego.
El 1 de mayo de 1931, por motivo del IV Centenario de las Apariciones, se publicó en el Boletín Eclesiástico
de la Arquidiócesis de Guadalajara un artículo intitulado “La Canonización de Juan Diego” donde se pide
la canonización de Juan Diego.
El 12 de abril de 1939 se publica una importante Carta Pastoral del Obispo de Huejutla, José de Jesús
Manríquez y Zárate: XXI Carta Pastoral que dirige a sus diocesanos sobre la necesidad de trabajar
ahincadamente por la glorificación de Juan Diego en este mundo, San Antonio, Texas; para trabajar en la
glorificación de Juan Diego.
En 1950, el Obispo de Huejutla, José de Jesús Manríquez y Zárate, cuando asistió a Roma a la Declaración
Dogmática de la Asunción, representando al Arzobispado de México, aprovechó para entrevistarse con el
cardenal Nicolás Canali, gran autoridad del Vaticano, proponiéndole el iniciar la beatificación de Juan
Diego.
En los últimos años esto se expresó con mayor fuerza. En 1974, tanto los Obispos de México como los de
América Latina habían pedido la canonización de Juan Diego, se propuso la canonización de Juan Diego
como modelo de laico cristiano. [5] En 1979, durante su primer viaje pastoral en México, el Santo Padre,
Juan Pablo II, habló de Juan Diego como ese personaje histórico fundamental en la historia de la
Evangelización de México. Los Obispos mexicanos insistieron en que la canonización de Juan Diego es un
hecho profundamente querido por la gran parte del pueblo de México; se dieron los primeros pasos y el 15

20
de junio de 1981 durante la Décima Asamblea, la Conferencia Episcopal Mezicana pide formalmente la
canonización de Juan Diego.
El Arzobispo Primado de México, D. Ernesto Corripio Ahumada, escuchó estas súplicas y peticiones y con
gran empeño inició los trabajos; escribiendo a la Congregación para la Causa de los Santos en 1981, para
informarse sobre los pasos y posibilidades de canonizar al indio Juan Diego.
El 8 de junio de 1982, la Congregación para la Causa de los Santos informó al Arzobispo de México,
Corripio, los pasos necesarios que se tenían que dar para que todo el Proceso fuera conforme al Derecho
Eclesiástico. [6]
El 7 de enero de 1984, en la Insigne Basílica de Guadalupe, presidió la ceremonia donde se daba inicio al
Proceso Canónico del Siervo de Dios, Juan Diego, el indio humilde mensajero de la Virgen de Guadalupe.
El 19 de enero de 1984 se nominó para Roma como Postulador al P. Antonio Cairoli, OFM, el 11 de febrero
se completó jurídicamente el Tribunal con la sesión de apertura y se llevó adelante el Proceso Canónico
Ordinario que se piden en estos casos; en total fueron 98 sesiones. También se nombró, en ese entonces,
una comisión histórica, presidiéndola el Prof. Joel Romero Salinas, miembro de la Academia Nacional de
Historia y Geografía de México, perito en Historia y Archivística para la Causa en cuestión; esta comisión
histórica preparó el material necesario en estos casos. Más de dos años de estudio y trabajo fueron
necesarios para concluir la primera etapa del Proceso, el 23 de marzo de 1986, en solemne ceremonia se
concluyeron estos trabajos. y toda la documentación y la investigación fue enviada a Roma. La
Congregación para la Causa de los Santos aprobó el camino realizado el 7 de abril de 1986.
Todavía el Arzobispo de México Ernesto Corripio quiso congregar, el 9 de octubre de 1989, en la Sala de
Acuerdos de la Curia de la Arquidiócesis de México, a 21 especialistas en historia, investigadores y
estudiosos del Acontecimiento Guadalupano, con la presencia también del entonces abad Mons. Guillermo
Schulenburg, para que ahí se pronunciaran los comentarios, reflexiones y opiniones a favor o en contra de
la Causa de Juan Diego; era importante conocer todos los puntos de vistas y analizar no sólo la
personalidad de Juan Diego, sino también la oportunidad de la continuación de la Causa; con toda libertad
se podía exponer cualquier opinión en contra o a favor. El Ing. Joel Romero Salinas recordaba este
momento en su libro Juan Diego. Su peregrinar a los altares, en donde refiere lo sucedido en este
importante encuentro: “Ninguna opinión se vertió en contra de la existencia física del Siervo de Dios y se
ahondó positivamente en su fama, virtudes y culto.” [7]
En ese año de 1989, después de la muerte del Rev. P. Antonio Cairoli, OFM, el Cardenal Ernesto Corripio
designó como Postulador para la Causa de Juan Diego al Rev. P. Paolo Molinari, SJ.
21
El Episcopado Mexicano actuaba en gran unidad y conciencia pastoral. El 3 de diciembre de 1989, Mons.
Adolfo Suárez Rivera, Arzobispo de Monterrey y Presidente de la CEM, escribía al Cardenal Felici, Prefecto
de la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos:
“Saludamos a Vuestra Eminencia con respeto y afecto en el Señor:
“Con fecha 17 de noviembre del presente año, los Obispos de México enviamos a Vuestra Eminencia una
carta con la cual implorábamos que el Siervo de Dios Juan Diego sea proclamado Santo en virtud de la
continuación del culto a él dirigido.
“Para complementar nuestra mencionada carta, nos permitimos por las presentes letras, asentar las
siguientes aclaraciones y declaraciones:
“Cuando fueron emitidos los Decretos de S. S. URBANO VIII (1625-1634), la Jerarquía de México, en
debido acatamiento a las disposiciones pontificias, prohibió toda manifestación de culto público y litúrgico
de Juan Diego.
“Sin embargo, la fama de santidad del Siervo de Dios y la auténtica devoción religiosa que se le guardaba,
eran tales que, pese a la observancia de la Norma referente al culto público y litúrgico, el culto popular
privado continuó y ha venido a ser más vivo y creciente en nuestros días.
“Las diversas disposiciones de la Jerarquía Eclesiástica local, referentes tanto a la veneración de la Imagen
de la Sma. Virgen de Guadalupe como al respeto a la casa de Juan Diego, testifican la continuidad de la
auténtica devoción hacia el Siervo de Dios. Todo esto está ampliamente ilustrado en los diversos Estudios
hechos para la elaboración de la "POSITIO", en correlación con los documentos respectivos.
“La existencia de la auténtica fama de santidad del Siervo de Dios Juan Diego está sólidamente confirmada
por el hecho de que, desde el año de 1666, las Autoridades Eclesiásticas de México se preocuparon por
llevar a cabo un proceso formal, con la finalidad de solicitar la aprobación de un Oficio Propio en honor de
la B. Virgen María de Guadalupe, para la celebración del día de la aparición preternatural de la Santísima
Virgen al Obispo Fray Juan de Zumárraga, y esto como comprobación de la veracidad de Juan Diego.
“En las actas de tales investigaciones figuran las disposiciones acerca de la vida, las virtudes, la fama de
santidad y el culto a Siervo de Dios Juan Diego.
“Las actas de estos dos Procesos han sido debidamente insertadas en la mencionada "POSITIO".
“Además, ha de tenerse presente que la Jerarquía Eclesiástica de México instruyó un proceso
específicamente sobre la vida, las virtudes, la fama de santidad y el culto del Siervo de Dios en los años
1984-1986.

22
“Teniendo en cuenta todo esto, se debe afirmar que el período de tiempo en el cual el culto se manifestó y
fue vivido en la Iglesia de México, es suficiente por sí mismo para corresponder a la categoría de "A
TEMPORE INMEMORABILI".
“Por lo expuesto, nosotros, los Obispos de México, declaramos que la ininterrumpida fama de santidad
atribuida al Siervo de Dios JUAN DIEGO y la continua devoción religiosa que se le guarda constituye en
seguro fundamento para declarar que ha existido un verdadero culto religioso, pero con la limitación
ordenada por la Santa Sede Apostólica.
“Esta declaración es firmada por el suscrito, Presidente de la Conferencia Episcopal de México, en nombre
de todos los Excmos. Sres. Arzobispos y Obispos de nuestra Nación.“Nosotros esperamos que esta
declaración constituya un documento válido para la "Positio Super Cultu ab Inmemoriabili Praestito" del
Siervo de Dios Juan Diego, elaborada por la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos que
Vuestra Eminencia dignamente preside como Cardenal Prefecto.
“Los Obispos de México, junto con nuestro pueblo cristiano, abrigamos la dichosa esperanza de que el
Santo Padre Juan Pablo II, en uso de la autoridad que le asiste, se digne declarar Santo al Siervo de Dios
Juan Diego, el laico que fue siervo de la Sma. Virgen de Guadalupe, en su próxima visita pastoral a México,
en el mes de mayo del próximo año.
“Este asentimiento eclesial será de notoria importancia para la Iglesia en México y constituirá un gran
impulso para la pastoral y la vitalidad del laicado católico de México y de América Latina.
“Reiteramos a Vuestra Eminencia nuestros sentimientos de aprecio y estima en el Señor.
“Ciudad de México, D. F., a 3 días del mes de Diciembre del año de 1989.”
Bajo las normas y directrices de la Congregación para la Causa de los Santos, así como las del Relator
General Mons. Giovanni Papa se elaboró la Positio; la cual fue presentada a los Peritos en Historia, así
como a los Teólogos Consultores y al Congreso de Cardenales y Obispos de la Congregación, y se obtuvo
el voto afirmativo sobre el culto inmemorial y la fama de santidad del Servo di Dio Juan Diego. De esta
manera se llega a la aprobación de la Positio en 1990; [8] se confirmó, pues, que a Juan Diego se le daba
un culto desde tiempos inmemoriales; manifestado por objetos de todas clases como son imágenes y
diseños de Juan Diego en donde se le representó con aureola; su figura se esculpió en cálices, en púlpitos,
en altares, en exvotos, en ofrendas; son varios los documentos en donde se declara que Juan Diego fue
un indio buen cristiano y santo, como vimos en los testimonios de los ancianos indios de Cuauhtitlán que
fueron vertidos en las Informaciones Jurídicas de 1666. Una fama que no se interrumpió, como también ya
vimos que expresaba, en 1746, D. Cayetano de Cabrera y Quintero: “Aún los mismos indios que
23
frecuentaban el Santuario se valían de las oraciones de su compatriota viviendo y, ya muerto y sepultado
allí, lo ponían como intercesor ante María Santísima, para lograr sus peticiones.” [9]
El 9 de abril de 1990, el Santo Padre Juan Pablo II, por medio del Decreto de Beatificación, reconoció la
santidad de vida y culto tributado, de tiempo inmemorial, al Beato Juan Diego. Y el 6 de mayo sucesivo, el
mismo Santo Padre, durante su segundo viaje apostólico a México, presidió en la Basílica de Guadalupe
la solemne celebración en honor del Beato Juan Diego, inaugurando la modalidad del culto litúrgico que se
le debía rendir al humilde y obediente indio, mensajero de la Virgen de Guadalupe.
El Santo Padre afirmó: “Juan Diego es un ejemplo para todos los fieles: pues nos enseña que todos los
seguidores de Cristo, de cualquier condición y estado, son llamados por el Señor a la perfección de la
santidad por la que el Padre es perfecto, cada quien en su camino. Conc. Vat. II, Const. Dogm. Lumen
Gentium, No 11. Juan Diego, obedeciendo cuidadosamente los impulsos de la gracia, siguió fiel a su
vocación y se entregó totalmente a cumplir la Voluntad de Dios, según aquel modo en el que había sido
llamado por el Señor, destacando por su amor tierno a la Santísima Virgen María, a la que tuvo
constantemente presente y veneró como Madre y dedicándose con ánimo humilde y filial a cuidar su casa.
No es extraño, por eso, que estando aún con vida, muchas personas le considerasen santo y le pidieran la
ayuda de su oración. Esta fama de santidad ha perdurado después de su muerte, y no son pocos los
testimonios del culto que se le daba, los cuales muestran, suficientemente, que delante del pueblo cristiano
se le nombraba con el título de santo, y tenía hacia él aquellas manifestaciones de veneración que suelen
reservarse a los Beatos y a los Santos, como queda patente por las obras artísticas llegadas hasta nosotros,
en las que la imagen del Siervo de Dios aparece representada con una aureola o con otros signos de
santidad. Es cierto que esas manifestaciones de culto se dieron sobre todo en la época más cercana a la
muerte de Juan Diego, pero es asimismo innegable que han permanecido hasta nuestros días, de manera
que puede afirmarse con seguridad que testifican un culto peculiar e ininterrumpido tributado al Siervo de
Dios. A petición de gran número de Obispos y de muchos otros fieles sobre todo de México, la
Congregación para las Causas de los Santos procuró que se recogieran los documentos que ilustran la
vida, las virtudes y la fama de santidad de Juan Diego y ponen también de manifiesto el culto que se le ha
tributado. Después de realizar las oportunas investigaciones y de estudiar el material reunido, se elaboró
una amplia relación acerca de la fama de santidad del Siervo de Dios, sus virtudes y el culto que se le a
tributado desde tiempo inmemorial.” [10]
La labor de la Congregación para la Causa de los Santos es sumamente profesional, trabajan ahí los más
grandes especialistas en la materia; quienes llevan todo proceso de una manera meticulosa y detallada,
24
no dejan ninguna duda por aclarar, ninguna pregunta por responder. Todos sabemos de las dudas y
especulaciones que Mons. Schulenburg y un grupo de personas han transmitido, si bien, no por la vía
normal como se debe proceder en estos casos; aún así, la Congregación no desatendió ninguna de las
objeciones que le presentaron. Por lo que dispuso que junto con la Arquidiócesis de México se formara una
Comisión Histórica, que encabezara una investigación apegada al método histórico científico. Esta
Comisión fue encabezada por el P. Dr. Fidel González Fernández, Doctor en Historia de la Iglesia,
Consultor de la Congregación para las Causas de los Santos, catedrático de la Pontificia Universidad
Gregoriana y de la Pontificia Universidad Urbaniana, especialista en Historia de la Iglesia en América
Latina; P. Dr. Eduardo Chávez Sánchez, Doctor en Historia de la Iglesia, Prefecto de Estudios del Pontificio
Colegio Mexicano, Miembro de la Sociedad Mexicana de Histórica Eclesiástica, Investigador especializado
de la Arquidiócesis de México; y Mons. José Luis Guerrero Rosado, canónigo de la Basílica de Guadalupe,
licenciado en Derecho Canónico, investigador y catedrático, hombre de una vastísima cultura y gran
especialista en el Acontecimiento Guadalupano. Para mí fue un gran honor el que el Sr. Arzobispo de
México me hubiera designado para formar parte de esta importante y trascendental Comisión Histórica.
Nuestra Comisión retomó todo lo realizado por siglos, investigó nuevamente en Archivos y Bibliotecas de
varias partes del mundo, analizó no sólo las dudas u objeciones; sino que estudió e investigó desde la
tradición oral continua e ininterrumpida que se ha mantenido hasta el día de hoy en la memoria del pueblo,
hasta fuentes documentales como mapas, códices, anales, testamentos, cantares, narraciones antiguas,
los llamados Nican mopohua y Nican motecpana, la Información de 1556, las Informaciones Jurídicas de
1666, los importantes escritos de los primeros frailes misioneros y otros muchos documentos más. Así
como se tomaron en cuenta las dudas y objeciones, también se tomaron en cuenta las nuevas aportaciones
y afirmaciones a favor del hecho histórico, provenientes de los más variados investigadores, científicos y
estudiosos del Acontecimiento Guadalupano.
El trabajo revistió un esfuerzo de varios años, analizando, estudiando e investigando bajo el método
histórico científico, ubicando cada fuente histórica en su justo valor y naturaleza y en su convergencia;
asimismo, se sometió a las normas precisas de la Congregación de la Causa de los Santos. El 28 de
octubre de 1998, la Congregación aprobó los resultados de la investigación científica, constatando y
confirmando la verdad del Acontecimiento Guadalupano, y la misión del indio humilde Juan Diego, modelo
de santidad, quien a partir de 1531 difundió el mensaje de Nuestra Señora de Guadalupe, por medio de su
palabra y de su ejemplar testimonio de vida. Se dio un paso más al pedir la Congregación que se publicara
lo esencial y más importante de los resultados de la investigación de la Comisión Histórica; gracias a esto,
25
en 1999, se publicó un libro bajo el título: El Encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego; [11] el
cual fue analizado por diversos especialistas. Más adelante, la Congregación encomendó a algunos
doctores y catedráticos de Historia de la Iglesia de las más prestigiosas Universidades Pontificias,
especialistas en el tema de México y América Latina, para que analizaran este Libro de manera detenida y
meticulosamente; y todos, de forma unánime, dieron su confirmación positiva y laudatoria, tanto de la
esencia de la historia del Acontecimiento Guadalupano, especialmente del Beato Juan Diego, como de la
metodología científica usada en la investigación.
En ese año de 1999, nuevamente el Papa Juan Pablo II afirmó con gran fuerza la importancia del Mensaje
Guadalupano comunicado por el Beato Juan Diego y confirmó la perfecta evangelización que nos ha sido
donada por Nuestra Madre, María de Guadalupe: “Y América, –declaró el Papa– que históricamente ha
sido y es crisol de pueblos, ha reconocido «en el rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac, [...] en Santa
María de Guadalupe, [...] un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada». Por eso, no sólo
en el Centro y en el Sur, sino también en el Norte del Continente, la Virgen de Guadalupe es venerada
como Reina de toda América.” [12] El Papa confirmó la fuerza y la ternura del mensaje de Dios por medio
de la Estrella de la evangelización, María de Guadalupe, y su fiel, humilde y verdadero mensajero Juan
Diego, en donde Ella depositó toda su confianza; momento histórico para la evangelización de los pueblos,
“La aparición de María al indio Juan Diego –reafirmó el Santo Padre– en la colina del Tepeyac, el año de
1531, tuvo una repercusión decisiva para la evangelización. Este influjo va más allá de los confines de la
nación mexicana, alcanzando todo el Continente. [...] María Santísima de Guadalupe es invocada como
«Patrona de toda América y Estrella de la primera y de la nueva evangelización».” [13]
Todos los sucesores de fray Juan de Zumárraga han promovido ininterrumpidamente el gran
Acontecimiento Guadalupano, el cardenal Norberto Rivera, con un gran esfuerzo y una ferviente oración,
ha impulsado de manera decisiva la Canonización del Beato Juan Diego. Asimismo, el Rector y todos los
Canónigos de la Nacional e Insigne Basílica de Guadalupe, han dirigido peticiones al Santo Padre, por
ejemplo el 21 de agosto de 2000, en una de varias cartas, dicen: “estamos plenamente convencidos de la
historicidad del Beato Juan Diego [...] Por lo tanto, nuestra voz se dirige ahora a Su Santidad, para pedirle,
humildemente, la pronta canonización del Beato Juan Diego”. [14]
El Episcopado Mexicano en pleno ha sido de los más fuertes promotores motivando tanto la investigación
científica, así como la evangelización y devoción popular en una pastoral integral. El Episcopado Mexicano
declaró el 12 de octubre de 2001: “La verdad de las Apariciones de la Santísima Virgen María a Juan Diego
en la colina del Tepeyac ha sido, desde los albores de la evangelización hasta el presente, una constante
26
tradición y una arraigada convicción entre nosotros los católicos mexicanos, y no gratuita, sino fundada en
documentos del tiempo, rigurosas investigaciones oficiales verificadas el siglo siguiente, con personas que
habían convivido con quienes fueron testigos y protagonistas de la construcción de la primera ermita”; [15] y
más adelante señala: “Consideramos también deber nuestro manifestar que la historicidad de las
apariciones, necesariamente lleva consigo reconocer la del privilegiado vidente interlocutor de la Virgen
María.” [16] Todos los Obispos Mexicanos se unen en una misma oración: “expresamos nuestra confianza
en que no tardará su canonización y por ello elevamos nuestra plegaria”. [17]
Más adelante, el 17 de mayo de 2001, el Cardenal Norberto Rivera me nombró Postulador para la Causa
de Canonización del Beato Juan Diego. De esta manera, por una parte, continué en la Comisión Histórica
y, por otra, con el trabajo de la Postulación.
Cuando se aprobó todo el camino recorrido en cuanto a confirmar la historicidad de Juan Diego, se continuó
con el proceso, ahora analizando el milagro que realizó Dios por medio de Juan Diego, como veremos en
el siguiente capítulo.
Juan Diego sigue intercediendo por su pueblo. Dentro del proceso para la Canonización de Juan Diego era
indispensable constatar un milagro efectuado por intercesión del Beato Juan Diego.
Desde el 20 de noviembre de 1990, en la Curia del Arzobispado de México, se abrió el proceso canónico
para recoger las pruebas sobre el milagro realizado por el Beato Juan Diego, concluyendo el 31 de marzo
de 1994.
No cabe duda, que Dios aprobaba la canonización de Juan Diego al realizar un milagro por medio de la
intercesión de este indio humilde y sencillo, mensajero fiel de Santa María de Guadalupe. El caso en
cuestión tuvo lugar en la Ciudad de México el 3 de mayo de 1990, cuando un joven de 20 años de edad,
llamado Juan José Barragán Silva, cayó de una altura de 10 metro aproximadamente sobre terreno sólido,
con un fuerte impacto valorado en 2,000 kgs., con fractura múltiple del hueso craneal, y fuertes hematomas.
Según la valoración de los médicos, la mortalidad superaba el 80%. Fue la mamá del muchacho quien le
pidió a Juan Diego por la vida de su hijo.
Al llegar al Sanatorio, intervino el Dr. Homero Hernández Illescas y su equipo de médicos, encontrando que
las lesiones que presentaba el muchacho eran terribles y se esperaba lo peor; nuevamente aquí la madre
del muchacho confirmó su confianza en Juan Diego. Después de dos días, los médicos le tuvieron que dar
la mala noticia a la madre, de que su hijo tenía muy pocas esperanzas de vida y que esperaban sólo su
fallecimiento. El 6 de mayo de 1990, exactamentecuando el Santo Padre Juan Pablo II estaba celebrando
la misa de Beatificación de Juan Diego, en el Sanatorio se operó un verdadero prodigio, el joven que había
27
sido desahuciado se incorporó y, como tenía hambre, comió de lo que encontró en una charola que se
había colocado cerca de él; todo esto ante la admiración de propios y extraños. Los médicos no podían
creer lo que estaban contemplando, obviamente los exámenes de todo tipo fueron muy exhaustivos para
tratar de dar una respuesta racional a lo que estaban contemplando; el muchacho no tenía ya ni fracturas,
ni contusiones, ni sangrado, absolutamente nada... tan admirable fue este prodigio, que a los pocos días
salió del hospital por su propio pie. Más de 15 médicos especialistas analizaron este caso, conformando
un gran expediente que será de gran importancia para el proceso del milagro.
En primer lugar, se realizó un proceso diocesano para analizar este caso prodigioso y constatar que se
podía integrar al proceso de canonización del Beato Juan Diego, todos los testimonios de los especialistas
coincidían que no había una explicación racional sobre este caso; además fueron claros los testimonios de
quienes supieron que la madre del muchacho había invocado a Juan Diego para que intercediera por la
salud de su hijo.
La Congregación para la Causa de los Santos confirmó que el proceso diocesano fue muy bien llevado; el
caso disponía de una sólida base probatoria. El decreto de Validez de los actos del proceso es del 11 de
noviembre de 1994. En la misma Congregación, el 26 de febrero de 1998, los médicos especialistas
nombrados por la Santa Sede para analizar de manera meticulosa este caso, lo aprobaron por unanimidad
(cinco sobre cinco), sorprendidos de que en el lapso de pocos días la fractura estuviera totalmente soldada
y sin manifestar ningún signo de complicación y con una modalidad de curación rápida, completa y
duradera, siendo que la caída que había sufrido el muchacho era de fatales consecuencias; era una
inexplicable curación según el conocimiento de la ciencia médica.
Por otro lado, la Congregación para la Causa de los Santos también recibió el resultado del proceso de
parte de los teólogos que analizó con minuciosidad si este milagro se había realizado por intercesión del
Beato Juan Diego. El 11 de mayo de 2001, en Congressus Peculiaris super Miro, los Consultores Teólogos,
presididos por el Promotor de la Fe, aprobaron el milagro hecho por intercesión del Beato Juan Diego
Cuauhtlatoatzin, con voto afirmativo por unanimidad.[18] Sin duda alguna, el humilde Juan Diego es una
ejemplo de santidad y un fuerte intercesor de su pueblo.
El 21 de septiembre de 2001 se realizó la «Sesión Ordinaria» integrado por Obispos y Cardenales quienes
aprobaron todos los resultados. Y el 20 de diciembre del mismo año se Proclamó el Decreto del Milagro
realizado bajo la intercesión del Beato Juan Diego ante la presencia del Papa Juan Pablo II. Con ello se
dispone a Juan Diego a ser canonizado. Pero todavía el proceso no concluía, ya que el Santo Padre tenía
que consultar a todos los cardenales del mundo para que dieran libremente su opinión; disponiendo la
28
celebración de un Consistorio para el día 26 de febrero de 2002 en donde el Papa Juan Pablo II, después
de la consulta a los cardenales, proclamaría su resolución.
Por fin, llegó el día tan esperado, el 26 de febrero del 2002, en donde, en una liturgia solemne el Santo
Padre Juan Pablo II proclamó que canonizaría al Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin el 30 de julio de este
mismo año. Por cuestiones prácticas, el día fue cambiado para el 31 de julio y se confirmó que el lugar en
donde se celebraría la Solemne Ceremonia sería en la Insigne y Nacional Basílica de Nuestra Señora de
Guadalupe, y que el Papa en persona vendría a presidirla.
A manera de Conclusión

Nuestro pueblo humilde y sencillo siempre a guardado en la memoria de la tradición y en el recinto de su


corazón un profundo respeto y veneración por este gran hombre, elegido por Nuestra Señora de Guadalupe
para ser su mensajero, y nunca ha dudado de su santidad.
Después de tantos siglos de intenso, honesto y profundo trabajo, especialmente en estos últimos años; y,
además, de la sincera oración, sacrificios y ofrendas de miles de personas que con la sencillez del corazón
han elevado sus peticiones a Dios Nuestro Señor y a María Santísima de Guadalupe, para que nos
regalaran el don maravilloso de tener a Juan Diego en los altares, canonizado y reconocido como uno de
los personajes claves en la historia de la evangelización de América. Juan Diego que ha sido el portador
de un mensaje que trasciende fronteras y tiempos, el mensaje de Nuestra Señora de Guadalupe para que,
con la aprobación de la Iglesia, se le construyera un templo, donde Ella reconstruiría la vida del ser humano,
aquel que con sincero corazón se acercara y se confiara a Ella, ahí escucharía todas las tristezas, dolores,
sufrimientos y penas, y lo conduciría por el camino seguro del amor para llevarlo ante “«el verdadero Dios
por quien se vive, el Creador de las personas, el Dueño de la cercanía y de la inmediación, el Dueño del
cielo, el Dueño de la tierra»;” [19] poniéndolo de manifiesto con todo su amor. María Santísima de
Guadalupe es la que le aseguró a su humilde mensajero: “«ten por seguro que mucho lo agradeceré y lo
pagaré, que por ello te enriqueceré, te glorificaré»”. [20]
Esto confirma, una vez más, que nuestros indígenas, nuestros antepasados, nuestros abuelos, no nos
engañaron, no nos mintieron; el Acontecimiento Guadalupano marcó nuestra historia. Es una verdad total
el hecho de que Dios intervine en nuestra vida, en nuestro pueblo, en nuestro corazón; y lo hace por medio
de lo más apreciado para Él, su propia Madre, María Santísima de Guadalupe, quien escogió a Juan Diego,
un indio humilde y sencillo para ser su fiel mensajero y darnos esta palabra, este aliento lleno de verdad.
Santa María de Guadalupe es nuestra Madre, una Madre amorosa que nos ayuda y nos guía hacia su Hijo
29
Jesucristo, el Amor Total. Esto nos lleva al compromiso de ser los primeros en dar un testimonio, por medio
de nuestras vidas, nuestras palabras y acciones, de ser verdaderos hijos de Dios y de María Santísima.
Qué el modelo de Santidad de Juan Diego penetre nuestro corazón y nos mueva a acercarnos más al
verdadero Dios por quien se vive.
Qué Juan Diego nos ayude a abrazar con mayor profundidad nuestra fe católica, uniéndonos a todos como
verdaderos hermanos.
____________________________________________________
Notas
[1] Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Nican Motecpana, ca. 1590, en Lasso de la Vega, Luis, Huei
Tlamahvicoltica…, Imp. Juan Ruyz, México 1649.
[2] Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Nican Motecpana.
[3] Cfr. «Testimonio de Marcos Pacheco», en Informaciones Jurídicas de 1666, f. 12v.
[4] Cayetano de Cabrera y Quintero, Escudo de Armas, Imp. del Real, México 1746, p. 345, No. 682.
[5] Positio, Doc XIII, 119
[6] Carta de la Sagrada Congregación para la Causa de los Santos al Cardenal, Don Ernesto Corripio
Ahumada, 8 junio 1982, Prot. N. 14 08-3 /1982.
[7] Joel Romero Salinas, Juan Diego, su peregrinar a los altares, Ed. Paulinas, México 1992, p. 54.
[8] Cfr. Relatio et Vota del Consultores Históricos del 30 enero 1990, y de los Consultores Teólogos del 30
marzo 1990.
[9] Cayetano de Cabrera y Quintero, Escudo de Armas, Imp. del Real, México 1746, p. 345, No. 682.
[10] AAS, LXXXII (1990), pp. 853-855.
[11] Fidel González Fernández, Eduardo Chávez Sánchez y José Luis Guerrero Rosado, El Encuentro de
la Virgen de Guadalupe y Juan Diego, Ed. Porrúa, México 1999, XXXVIII, 564 pp. [42001].
[12] Juan Pablo II, Ecclesia in America, México 22 de enero de 1999, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del
Vaticano 1999, No 11, p. 20. El Santo Padre cita literalmente la IV Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano. Santo Domingo a 12 de Octubre de 1992, 24. Véase también en AAS, 85 (1993) p. 826.
[13] Juan Pablo II, Ecclesia in America, p. 20, No. 11.
[14] Carta del Rector y Cabildo de la Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe al Cardenal
Angelo Sodano, México, D. F., a 21 de agosto de 2001, en Archivo de la Causa de Canonización del Beato
Juan Diego, s. f.
[15] Episcopado Mexicano, El Acontecimiento Guadalupano hoy En el XXV Aniversario de la Dedicación
30
de la actual Basílica de Guadalupe y el traslado de la Sagrada Imagen, México, D. F., 12 de octubre de
2001, No. 3.
[16] Episcopado Mexicano, El Acontecimiento Guadalupano hoy, No. 9.
[17] Episcopado Mexicano, El Acontecimiento Guadalupano hoy. No. 11.
[18] Congregatio de Causis Sanctorum, Canonizationis Beati Ionnis Didaci Cuautlatoatzin, viri laici (1474-
1548) Relatio et Vota, Congressus Peculiaris super Miro, 11 de mayo de 2001, Mexicana, P. N. 1408, Tip.
Guerra, Roma 2001.
[19] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, vv. 26-27.
[20] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, vv. 34-35.

arta Pastoral
por la Canonización del Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin Laico
¡Nuestra Señora de Guadalupe
ha cumplido lo que ha prometido!
A todos los miembros del pueblo de Dios que peregrina en la Arquidiócesis de México
y a todos la personas de buena voluntad.

INTRODUCCIÓN
1. Con espíritu lleno de alegría y de agradecimiento al Padre de nuestro Señor Jesucristo, me dirijo a
ustedes hermanas y hermanos, como Pastor de esta Iglesia particular de la Arquidiócesis de México
ya que hoy, 26 de Febrero, S.S. Juan Pablo Segundo ha tenido a bien manifestar su decisión de
Canonizar al Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Asimismo, quiero hacerme portavoz de los
sentimientos de mujeres y hombres, ancianos, niños y adolescentes, jóvenes y adultos, de toda clase
social y de todo nivel cultural, hermanos en el episcopado de distintas nacionalidades y de distintas
épocas, ya que “Juanito, Juan Dieguito”, será el primer indígena inscrito en el Catalogo de los Santos,
el misionero de Jesucristo, vidente y mensajero de la perfecta siempre Virgen Santa Maria, Madre
del verdadero Dios por quien se vive, el Creador de las personas, el Dueño de la cercanía y de la
inmediación, el Dueño del cielo, el Dueño de la tierra, nuestra Madre del cielo.

31
2. Numerosos acontecimientos han sucedido desde aquel histórico 1531, año clave para la
Evangelización de México y del Continente americano. (1) Este hecho se ve coronado por la
intervención autorizada del Sucesor de san Pedro, que reconoce la acción del Espíritu divino en la
vida de Juan Diego, natural de estas tierras, y la propone ante el Pueblo de Dios, para suscitar la
acción de gracias y animarnos a participar en la misión que el Padre le encomendó a su Hijo al
enviárnoslo lleno del Espíritu Santo.
3. La Niña y Señora del Tepeyac, Santa María de Guadalupe, sigue manifestándose como la Madre del
amor y de la santa esperanza. Ella le encomendó a Juan Diego llevar su maravilloso mensaje al
obispo Fray Juan de Zumárraga, cabeza visible de la Iglesia en México, cuando le dijo: “es necesario
que tú, personalmente, vayas, ruegues, que por tu intercesión se realice, se lleve a efecto mi querer,
mi voluntad.” (2) Ahora ha obtenido de Dios la gracia de cumplir en este tiempo la promesa que le
hizo al más pequeño de sus hijos: “ten por seguro que mucho lo agradeceré y lo pagaré, que por ello
te enriqueceré, te glorificaré”. (3)
4. De esta forma, el nuevo milenio de la historia de la Evangelización da paso a un acontecimiento que
tiene gran significado para la Iglesia universal y especialmente para la Iglesia en México. La
canonización del indígena Juan Diego Cuauhtlatoatzin (4) (= el águila que habla o el que habla como
águila) se convierte en signo luminoso del reinado de Cristo en una persona concreta, que sirve de
puente entre la cultura náhuatl evangelizada por los frailes misioneros franciscanos, los emigrantes
españoles con su religiosidad de cristiandad europea y la naciente cultura mestiza.

Juan Pablo II "Exaltavit Humiles"


(30 de julio de 2002)*
Traducción de Antonio Castro Pallares

* "Exaltó a los humildes". Texto de la bula de Canonización de Juan Diego Cuauhtlatoatzin, que presidió
durante todo el Congreso Guadalupano Conmemorativo de aquel acontecimiento.
JUAN PABLO II
PAPA
SIERVO DE LOS SIERVOS DE DIOS
Para perpetua memoria del acontecimiento.
32
"Exaltó a los humildes" (Lc 1, 53). La mirada de Dios Padre se posó sobre un indígena mexicano, es decir,
sobre Juan Diego, a quien enriqueció con el Don de renacer en Cristo, de contemplar el rostro de la
Bienaventurada María Virgen y de asociarse en la evangelización del continente Americano.
De esto concluimos abiertamente qué verdaderas son las palabras con las que el Apóstol Pablo enseña el
método de realizar la salvación eterna. "Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no
es, para reducir en la nada lo que es, para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios”. (1 Cor
1,26-29). Así el Beato, cuyo nombre era Cuauhtlatoatzin (águila que habla), nació alrededor del año 1474,
en Cuauhtitlán, perteneciente al reino comúnmente llamado Texcoco. Ya adulto y unido en matrimonio,
abrazó el Evangelio y junto con su esposa fue lavado con el agua del bautismo, proponiéndose vivir bajo
la luz de la fe y cumpliendo los compromisos aceptados con Dios y con la Iglesia.
En el mes de diciembre de 1531, caminando hacia un lugar llamado Tlatelolco, en la colina que se llamaba
Tepeyac, vio a la verdadera madre de Dios que se le apareció y que le mando ir con el Obispo de México
para que le edificará un Templo en el lugar de la aparición. El Sagrado Prelado, atendiendo a las
insistencias del indígena, le pidió una prueba evidente del admirable acontecimiento. El día 12 de
diciembre, la Beatísima Virgen María se dejó nuevamente ver por Juan Diego; lo consoló y mandó que
subiera a la cima de la colina del Tepeyac y recogiera allí flores que debía presentárselas. Y a pesar del
frío invernal y la aridez del lugar, el Bienaventurado encontró flores hermosísimas que puso en su manto y
las llevó a la Virgen. Ella le mandó que las entregara al Obispo como un signo de verdad. Y estando ante
él, Juan Diego extendió el manto y permitió que cayeran las flores. Entonces en la textura del manto
apareció admirablemente impresa, la imagen de la Virgen de Guadalupe, que desde entonces se convirtió
en el centro espiritual de la nación.
Habiendo sido construido el templo (a la Reina del Cielo) en su honor, el Bienaventurado impulsado por la
más alta piedad, todo lo dejó y dedicó su vida a la custodia de aquella pequeña capilla y en la recepción
de los peregrinos.
Recorrió el camino de la Santidad en la oración y en la caridad, sacando fuerzas del Banquete Eucarístico
de nuestro Redentor, del culto a la Madre del Redentor, de la comunión con la Santa Iglesia y también en
la Obediencia a los Sagrados. Pastores.
Todos los que lo conocieron quedaban admirados por el esplendor de las virtudes, principalmente de su
fe, de su caridad, de su humildad y el desprecio de las cosas terrenas. Juan Diego, en la simplicidad de su
vida cotidiana, conservó fielmente el Evangelio sin rechazar su condición de indígena, totalmente
consciente de que Dios no discrimina linajes ni culturas y que invita a todos para que sean hijos suyos. De
33
esta manera, el Bienaventurado abrió más fácilmente el camino para que los indígenas mexicanos y del
nuevo mundo, tuviesen el encuentro con Cristo y con la Iglesia.
Hasta el último día de su vida caminó con Dios, quien lo llamó a Él el año de 1548. Su recuerdo, que
siempre se refiere a la aparición de nuestra señora de Guadalupe, trasciende los siglos y alcanza las
diversas regiones del mundo.
El día 9 del mes de abril de 1990, delante de Nosotros, se dio a conocer el decreto sobre la santidad de
vida y del culto inmemorial proporcionado al siervo de Dios Juan Diego. El día 6 del mes de mayo, en la
misma Basílica, estuvimos presentes en la solemne celebración en honor de Juan Diego, honrado con el
título de Beato. Por esos mismos días, en esa misma Arquidiócesis de México, se realizó el milagro por la
intercesión de él.
El Decreto se dio a conocer el día 20 de diciembre del año 2001. Y así, abrazando la sentencia favorable
de los Padres Cardenales y de los Obispos congregados delante de Nosotros en el Consistorio del día 26
de febrero de anterior, determinamos que el rito de canonización se llevara a cabo el día 31 del mes de
julio del año 2002 en la ciudad de México.
Hoy, pues, en esta ciudad de México, en la celebración sagrada, pronunciamos esta fórmula: "En honor de
la Santísima Trinidad, para exaltación de la fe católica y crecimiento de la vida cristiana; con la autoridad
de nuestro Señor Jesucristo, de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y la Nuestra, después de haber
reflexionado largamente, invocado muchas veces la ayuda divina y oído el parecer de numerosos hermanos
en el episcopado, declaramos y definimos Santo al Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin y lo inscribimos en
el catálogo de los Santos, y establecemos que en toda la Iglesia sea devotamente honrado entre los Santo.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo."
Lo que hemos decretado, queremos que ahora y para siempre tenga fuerza sin que nada, por pequeño que
sea, se oponga.
Dado en la ciudad de México, el día 31 del mes de julio del año 2002, vigésimo cuarto de nuestro
Pontificado.
(De su puño y letra, el mismo Papa firma)
Yo, Juan Pablo, Obispo de la Iglesia Católica.
Marcellus Rosetti, Protonotario Apostólico

Memoria del Congreso Guadalupano 2003, "Primer Aniversario de la Canonización de San Juan Diego
Cuauhtatoatzin", Julio 28, 29 y 30 de 2013, Traducción de Antonio Castro Pallares, págs. 69, 70 y 71.
34
Homilía
de Su Santidad Juan Pablo II para la Canonización de Juan Diego Cuauhtlatoatzin

OFICINA DE PRENSA DE LA SANTA SEDE


Basílica N. S. de Guadalupe, 31 DE JULIO DE 2002
Santa Misa con Canonización
Texto original de la homilía
1. "¡Yo te alabo, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a
la gente sencilla! ¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien!" (Mt 11, 25).
Queridos hermanos y hermanas: Estas palabras de Jesús en el evangelio de hoy son para nosotros una
invitación especial a alabar y dar gracias a Dios por el don del primer santo indígena del Continente
americano.
Con gran gozo he peregrinado hasta esta Basílica de Guadalupe, corazón mariano de México y de América,
para proclamar la santidad de Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el indio sencillo y humilde que contempló el
rostro dulce y sereno de la Virgen del Tepeyac, tan querido por los pueblos de México.
2. Agradezco las amables palabras que me ha dirigido el Señor Cardenal Norberto Rivera Carrera,
Arzobispo de México, así como la calurosa hospitalidad de los hombres y mujeres de esta Arquidiócesis
Primada: para todos mi saludo cordial. Saludo también con afecto al Cardenal Ernesto Corripio Ahumada,
Arzobispo emérito de México y a los demás Cardenales, a los Obispos mexicanos, de América, de Filipinas
y de otros lugares del mundo. Asimismo, agradezco particularmente al Señor Presidente y a las Autoridades
civiles su presencia en esta celebración.
Dirijo hoy un saludo muy entrañable a los numerosos indígenas venidos de las diferentes regiones del País,
representantes de las diversas etnias y culturas que integran la rica y pluriforme realidad mexicana. El Papa
les expresa su cercanía, su profundo respeto y admiración, y los recibe fraternalmente en el nombre del
Señor.
3. ¿Cómo era Juan Diego? ¿Por qué Dios se fijó en él? El libro del Eclesiástico, como hemos escuchado,
nos enseña que sólo Dios "es poderoso y sólo los humildes le dan gloria" (3,20). También las palabras de
San Pablo proclamadas en esta celebración iluminan este modo divino de actuar la salvación: "Dios ha
35
elegido a los insignificantes y despreciados del mundo; de manera que nadie pueda presumir delante de
Dios "(1Co 1,28.29).
Es conmovedor leer los relatos guadalupanos, escritos con delicadeza y empapados de ternura. En ellos
la Virgen María, la esclava "que glorifica al Señor" (Lc 1,46), se manifiesta a Juan Diego como la Madre del
verdadero Dios. Ella le regala, como señal, unas rosas preciosas y él, al mostrarlas al Obispo, descubre
grabada en su tilma la bendita imagen de Nuestra Señora.
"El Acontecimiento Guadalupano -como ha señalado el Episcopado Mexicano- significó el comienzo de la
evangelización con una vitalidad que rebasó toda expectativa. El mensaje de Cristo a través de su Madre
tomó los elementos centrales de la cultura indígena, los purificó y les dio el definitivo sentido de salvación"
(14.05.2002, n. 8). Así pues, Guadalupe y Juan Diego tienen un hondo sentido eclesial y misionero y son
un modelo de evangelización perfectamente inculturada.
4. "Desde el cielo el Señor, atentamente, mira a todos los hombres" (Sal 32, 13), hemos recitado con el
salmista, confesando una vez más nuestra fe en Dios, que no repara en distinciones de raza o de cultura.
Juan Diego, al acoger el mensaje cristiano sin renunciar a su identidad indígena, descubrió la profunda
verdad de la nueva humanidad, en la que todos están llamados a ser hijos de Dios en Cristo. Así facilitó el
encuentro fecundo de dos mundos y se convirtió en protagonista de la nueva identidad mexicana,
íntimamente unida a la Virgen de Guadalupe, cuyo rostro mestizo expresa su maternidad espiritual que
abraza a todos los mexicanos. Por ello, el testimonio de su vida debe seguir impulsando la construcción de
la nación mexicana, promover la fraternidad entre todos sus hijos y favorecer cada vez más la reconciliación
de México con sus orígenes, sus valores y tradiciones.
Esta noble tarea de edificar un México mejor, más justo y solidario, requiere la colaboración de todos. En
particular es necesario apoyar hoy a los indígenas en sus legítimas aspiraciones, respetando y defendiendo
los auténticos valores de cada grupo étnico. ¡México necesita a sus indígenas y los indígenas necesitan a
México!
Amados hermanos y hermanas de todas las etnias de México y América, al ensalzar hoy la figura del indio
Juan Diego, deseo expresarles la cercanía de la Iglesia y del Papa hacia todos ustedes, abrazándolos con
amor y animándolos a superar con esperanza las difíciles situaciones que atraviesan.
5. En este momento decisivo de la historia de México, cruzado ya el umbral del nuevo milenio, encomiendo
a la valiosa intercesión de San Juan Diego los gozos y esperanzas, los temores y angustias del querido
pueblo mexicano, que llevo tan adentro de mi corazón.

36
¡Bendito Juan Diego, indio bueno y cristiano, a quien el pueblo sencillo ha tenido siempre por varón santo!
Te pedimos que acompañes a la Iglesia que peregrina en México, para que cada día sea más
evangelizadora y misionera. Alienta a los Obispos, sostén a los sacerdotes, suscita nuevas y santas
vocaciones, ayuda a todos los que entregan su vida a la causa de Cristo y a la tensión de su Reino.
¡Dichoso Juan Diego, hombre fiel y verdadero! Te encomendamos a nuestros hermanos y hermanas laicos,
para que, sintiéndose llamados a la santidad, impregnen todos los ámbitos de la vida social con el espíritu
evangélico. Bendice a las familias, fortalece a los esposos en su matrimonio, apoya los desvelos de los
padres por educar cristianamente a sus hijos. Mira propicio el dolor de los que sufren en su cuerpo o en su
espíritu, de cuantos padecen pobreza, soledad, marginación o ignorancia. Que todos, gobernantes y
súbditos, actúen siempre según las exigencias de la justicia y el respeto de la dignidad de cada hombre,
para que así se consolide la paz.
¡Amado Juan Diego, "el águila que habla"! Enséñanos el camino que lleva a la Virgen Morena del Tepeyac,
para que Ella nos reciba en lo íntimo de su corazón, pues Ella es la Madre amorosa y compasiva que nos
guía hasta el verdadero Dios. Amén.

37

S-ar putea să vă placă și