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I. Introducción [arriba] -
El tema de la Administración Pública ha sido objeto de estudio desde las ciencias de la Administración y de
las ciencias Jurídicas, inicialmente con la finalidad de construir las categorías, estructurar las instituciones y
sistematizar las técnicas que le permitan funcionar dentro de la organización del Estado, cumpliendo los
fines que justifican su existencia y alcanzando sus cometidos.
En razón de ello se han creado distintos mecanismos de control, frenos y restricciones que permitan
conducir la actuación administrativa dentro de límites racionales, proporcionales y necesarios para alcanzar
la satisfacción del interés general, con plena sujeción a la Ley y al Derecho.
Estos controles que se han construido progresivamente durante algo más de doscientos años, se han
establecido a lo interno de la Administración Pública (controles intra-orgánicos) y a lo externo (controles
extra-orgánicos), se han planteado las reformas (cambios), las contra-reformas (revisión y ajustes) y las
reformas de las reformas (transformaciones) de la Administración Pública, lo que ha llevado a denunciar su
expansión, crisis[1] y surgimiento de una organización minimalista (Europa) u omnipresente (algunos países
de América Latina).
Se ha pretendido que la Administración Pública actúe bajo los principios de la eficacia y la eficiencia de
recursos públicos escasos, se aspira que alcance una gestión pública de calidad y para tratar de lograrlo se
ha acudido a la polisémica noción de gobernanza[2] y también se ha promovido la transparencia, la
rendición de cuentas y la participación.
Superando las tradicionales definiciones de súbditos, administrados, usuarios, particulares, se rescata una
noción centrada en los seres humanos en las relaciones jurídico-públicas, el concepto de persona y más
específicamente de la persona humana, en sus relaciones ante la Administración Pública.
Estas ideas han servido de eje para reconfigurar los derechos que durante más de dos siglos se han ido
conquistando en las susodichas relaciones por los ciudadanos y que han dado paso al surgimiento del supra-
derecho a la Buena Administración.
No obstante, como ese supra-derecho se encuentra integrado por otro conjunto de derechos y principios, el
proceso de reconocimiento y determinación de su identidad no ha sido sencillo y menos aún la modulación
de los medios idóneos, adecuados y eficaces para garantizar su auténtico ejercicio.
Es así como, en el ámbito geográfico integrado por la comunidad iberoamericana, los gobiernos de los
Estados fueron adquiriendo compromisos en el marco de las reuniones regionales, en las que se ha reiterado
la importancia de reconocer y garantizar el funcionamiento de la buena administración, es decir, que sea
transparente, participativa, colaborativa, de calidad y de acceso libre a la información pública.
En ese orden de ideas, los Estados progresivamente han ido ejecutando los compromisos de incorporar a sus
ordenamientos jurídicos -a partir de su aprobación-, las declaraciones sobre el gobierno y la administración
pública, adoptadas en los códigos o cartas iberoamericanas que se mencionan seguidamente.
Para venir a consolidarse en la Carta Iberoamericana de los Derechos y Deberes de los Ciudadanos en
relación con la Administración Pública, presentada en la XV Conferencia Iberoamericana de Ministros de
Administración Pública y Reforma del Estado, en Ciudad de Panamá, Panamá, en 2013.
Más recientemente se aprobó la Carta Iberoamericana de Gobierno Abierto, fue aprobada en la Conferencia
Iberoamericana de Ministros de Administración Pública y Reforma del Estado, en Bogotá, Colombia, en 2016.
Se trata de un bloque de declaraciones que reconocen derechos, establecen principios, que promueven
valores y reglas de funcionamiento en las relaciones entre la Administración Pública y las personas, en el
entendido que aquella debe ejercer la función de promoción de los derechos y remoción de los obstáculos
que impidan, afecten o dificulten la posibilidad de su ejercicio pleno por las personas.
Ello ha llevado a que los países iberoamericanos hayan realizado varios avances en la materia, a través de su
recepción en el hard law nacional como lo constituyen las leyes de procedimientos administrativos, las leyes
de transparencia, rendición de cuentas y acceso a la información pública, las reformas legales para la
promoción de la participación en sus distintas manifestaciones, así como las leyes que fomentan la buena
administración y el gobierno abierto.
Lo anterior, permite situar las presentes reflexiones en tres aspectos concretos la gobernanza, el derecho a
la buena administración y el gobierno abierto, pues tales conceptos involucran los ángulos de un triángulo
equilátero.
Ello así, en aras de una mayor claridad en la exposición de las ideas, se dividirá el presente trabajo en los
siguientes aspectos a saber: Una aproximación a la idea de la buena gobernanza (II); una reflexiones sobre el
derecho a la buena administración (III); las consideraciones sobre el aporte del gobierno abierto (IV); y por
último, las conclusiones (V).
El término gobernanza encuentra su origen en la Edad Media[3]. No obstante, su uso más reciente se retoma
a mediados de la década de los ochenta del siglo XX, alcanzando mayor popularidad a partir de comienzos
de la década de los noventa y hasta la presente fecha. Se trata de un vocablo de origen anglosajón
“governance”, que cada vez se emplea con mayor frecuencia para referirse a una complejidad de
situaciones distintas, lo que pone de manifiesto su carácter polisémico, siendo la doctrina conteste en
reconocer que actualmente se trata de una expresión jurídicamente inaprehensible[4], siendo desde este
punto de vista un concepto in fieri, en construcción o formación, inacabado, que se ha ido moldeando con el
desarrollo de las nuevas políticas públicas, de los compromisos que han adquirido las Administraciones
Púbicas dentro de su obligación de garantizar la satisfacción de las necesidades colectivas de las personas
que integran la generación actual, sin descuidar la solidaridad intergeneracional con las futuras
generaciones.
Dicho esto, lo primero que surge es la pregunta de ¿por qué existe el interés en conceptualizar la
gobernanza de la manera más acertada posible?. La razón es doble: teórica, pues interesa conocer
específicamente de que se habla cuándo se emplea esta noción, en particular, en virtud de las distintas
maneras de entender la gobernanza; y práctica, pues el concepto define una línea de gestión pública que
garantice la satisfacción de las aspiraciones reales de desarrollo sostenible de la comunidad, a cuya
consecución contribuyen los distintos actores, superando la tradicional gestión administrativa estatal, que
ha conducido a revisar tanto el desempeño institucional como las relaciones entre ésta y la sociedad.
Es así como el Diccionario de la Lengua, define la voz “Gobernanza” como “el arte o manera de gobernar
que se propone como objetivo el logro de un desarrollo económico, social e institucional duradero,
promoviendo un sano equilibrio entre el Estado, la sociedad civil y el mercado de la economía”[5].
El concepto de buena gobernanza varía según donde se coloque el acento. Si se parte de una concepción
estatocéntrica, será el Estado quien lleve el protagonismo e influya en la definición; pero si se aborda desde
una visión policéntrica, producto de una confluencia multidisciplinaria, los ejes que van a influenciar el
concepto serán el Estado, la sociedad y el sector privado de la economía[6], pudiendo inclinarse la
definición por alguno u oscilar entre ellos.
No obstante, el interés de este trabajo no consiste en hacer un análisis conceptual, ni brindar una definición
universal que comprenda las distintas manifestaciones que ha adoptado la buena gobernanza en las
realidades nacionales, sino que se ha hecho referencia a ella, para identificar algunos aspectos que se
podrían considerar imprescindibles en una gestión pública de calidad, donde la transparencia, -con la
consecuente simplificación de trámites y eliminación de barreras de acceso-, la rendición de cuentas y la
participación de las personas contribuyan a lograrla, al promover que las relaciones entre los distintos
actores -el Estado, la sociedad civil y el sector privado de la economía- contribuyan al anhelado desarrollo
sostenible y en definitiva a la satisfacción de las necesidades de todas las personas.
Es precisamente en este escenario, dónde se deben buscar los aspectos convergentes entre la buena
gobernanza y el derecho fundamental a la buena administración, lo que se pretende hacer inmediatamente.
La buena administración es un concepto que presenta una triple dimensión: Es un Principio general del
Derecho Administrativo que orienta el correcto funcionamiento de la Administración Pública; es un deber
que supone servir de manera idónea, adecuada y racional a las personas, para garantizar la satisfacción de
sus necesidades básicas; y es un derecho fundamental, en cuyo caso todos los órganos que ejercen el Poder
Público y en concreto, la Administración Pública debe orientar su gestión a la garantía del ejercicio y
disfrute de este derecho, que como tal, se torna irrenunciable y de contenido progresivo.
La doctrina científica sostiene que la buena administración supone “elegir los instrumentos adecuados para
la consecución del fin debido, obtener los resultados procurados con el menor costo posible, no efectuar
trámites inútiles, hacer un buen uso del tiempo pero también actuar con transparencia, con probidad;
significa asimismo, que los servicios públicos funcionen correctamente, acorde a las necesidades reales del
hombre de hoy, que los requerimientos de los administrados sean atendidos como corresponde y que todas
las actuaciones administrativas sean seguidas cumpliendo con todas las garantías”[7].
En lo atinente a la naturaleza del derecho fundamental, la doctrina científica considera que éste comprende
los siguientes elementos[9]:
1. El derecho a una Administración Pública transparente, impidiéndose así la opacidad, contraria a los
principios democráticos, con excepción de los supuestos de confidencialidad o secreto, admisibles en un
Estado democrático de Derecho, reconocidos por la propia Constitución;
2. El derecho a una Administración Pública dialógica, lo que implica la garantía de conocer la existencia de
un procedimiento administrativo, que debe ser de duración razonable, con respeto del contradictorio y la
defensa, así como de una respuesta adecuada y coherente a los alegatos formulados por las personas;
3. El derecho a una Administración Pública imparcial, esto es, que actúe con objetividad, no practique
discriminación de naturaleza alguna, no incurra en desviación de poder, ni se dejé guiar por rivalidades,
venganzas o sentimientos torcidos u oscuros;
4. El derecho a una Administración Pública honesta, proba, que actúe con corrección, integridad y ética;
5. El derecho a una Administración Pública eficiente (respetuosa de la compatibilidad entre los medios
empleados y los resultados pretendidos), eficaz (respetuosa de la compatibilidad entre los resultados
realmente alcanzados y los objetivos trazados por la Constitución), diligente en lo económico, responsable
en lo fiscal y componedora de los conflictos que conspiran contra el desarrollo humano y la paz social.
Resulta pertinente mencionar que el mencionado derecho fundamental, pues ser catalogado como el
supraderecho de las personas a una Buena Administración, pues éste se desglosa en una multiplicidad de
derechos que han sido conquistados por las personas a lo largo del tiempo, en sus relaciones con la
Administración Pública y reconocidos progresivamente en los ordenamientos jurídicos nacionales. Estos
derechos enunciativamente mencionados serían los siguientes:
7. Derecho a no presentar documentos que se encuentren en poder de la autoridad o que versen sobre
hechos no controvertidos.
8. Derecho a ser oído antes de que se adopten medidas que les puedan afectar.
9. Derecho a participar individual o colectivamente, en las audiencias y consultas sobre los asuntos en que
tengan interés.
12. Derecho de acceso a los archivos, registros y bases de datos administrativos físicos o digitales.
16. Derecho a ser notificado de manera tempestiva, por escrito o a través de las nuevas tecnologías de las
resoluciones.
17. Derecho a recurrir las resoluciones que le afecten, a su elección, ante la propia autoridad administrativa
o la jurisdiccional.
18. Derecho a la reparación o indemnización oportuna y justa de las personas afectadas por daños
imputables a la Administración.
24. Derecho a establecer relaciones con las autoridades administrativas, a su elección, a través de las
nuevas tecnologías.
Es en tales términos constitucionales, que se impone una revisión cualitativa y constante de la legislación en
materia de tramitación administrativa, que contemple tanto la transformación institucional del Estado
constitucional y democrático de Derecho (del modelo prestacional al modelo de garantía de
prestaciones[12]), como del nivel de progreso tecnológico y la complejidad de las relaciones e informaciones
que se generan entre distintas Administraciones Públicas (internacionales, supranacionales, nacionales,
estadales y locales) y las personas, que exigen una manera de actuación distinta a la imposición y la
coerción, mediante el diálogo, la comunicación, la colaboración, la cooperación, el encuentro, el consenso,
lo que demanda una nueva filosofía en la regulación de la tramitación y del procedimiento administrativo,
que le brinde mayor calidad democrática y que debería ser asumida plenamente en una próxima reforma
legal.
La utilización de la expresión Open Government ha sido ubicada a finales de la década de los cincuenta[13] y
su paternidad se atribuye a Wallace Parks, bajo cuya denominación se aborda el tema de la libertad de
información, relacionada con la rendición de cuentas o accountability.
No obstante, existe consenso que quien popularizó el término fue el presidente de los Estados Unidos de
América Barack Obama, al presentar su Memorando sobre Transparencia y Gobierno Abierto (Memorandum
on Transparency and Open Government), durante su primer día de gobierno en 2009[15].
Posteriormente, tuvo lugar una ceremonia realizada el 12 de julio de 2011, en la cual los presidentes Barack
Obama, de los Estados Unidos de América y Dilma Rousseff, de Brasil, expusieron las bases de la iniciativa
multilateral Open Government Partnership (OGP), que sería presentada en el marco de la Asamblea General
de Naciones Unidas, en Nueva York, el 17 de septiembre de 2011[16], como una propuesta internacional que
promueve políticas de transparencia mediante tres principios: confianza pública, sistema de transparencia -
que siempre va acompañada de su siamesa, la rendición de cuentas- y participación de la sociedad con el
gobierno[17].
Cabe destacar que cada autor desde su área de formación profesional y académica va exponiendo sus ideas
sobre lo que considera debe comprender el gobierno abierto, pero lo cierto es que tal concepto se
encuentra en período de gestación, está jurídicamente incompleto, se nutre de los presupuestos que
integran otras definiciones y actualmente se encuentra impregnado de ambigüedad en su formulación como
política pública.
Esta propuesta de tránsito del gobierno cerrado, opaco, endogámico y cooptado, por un gobierno abierto,
transparente, participativo y colaborativo, que parece cobrar nuevos aires en el contexto de los países
iberoamericanos, no debería constituir novedad alguna si realmente se han implementado las políticas
públicas de buen gobierno, gobierno electrónico, calidad de la gestión pública, participación ciudadana y
buena administración, pues todas ellas se han diseñado sobre las premisas de la implementación de la
efectiva y real participación de las personas en los asuntos públicos; de la transparencia en la gestión y en el
suministro de la información, mediante la garantía del acceso a las personas y la rendición de cuentas; así
como de la colaboración orientada a profundizar la democracia, transmitir confianza a la comunidad y
además fomentar la eficiencia y la eficacia en la gestión del gobierno.
En este sentido, cabe citar lo que dice la doctrina científica al poner como ejemplo la participación
ciudadana y la transparencia, al ser estudiados a lo largo de su evolución. En tal sentido considera que:
Una misma institución, técnica o principio –la transparencia, la participación, por ejemplo- se refracta en
cada uno de esos modos, adquiere un color y sentido distintos: así, para el Derecho Administrativo de la
defensa individual, la transparencia se resuelve por ejemplo en el acceso a los documentos y la participación
en la audiencia del interesado y los derechos de defensa, esto es, responden a una evidente estrategia de
tutela. En el Derecho Administrativo de la defensa colectiva, la participación (mediante asociaciones
representativas de intereses, a través de trámites como la información pública...) sirven a la conformación
del plan, programa o norma infralegal, que afecta a todo un sector o colectivo, no a la defensa de un
derecho individual; pulsan el ambiente y pueden generar consenso. En el Derecho Administrativo del trabajo
en común, la participación y la transparencia constituyen el presupuesto básico, como la sangre y el
oxígeno, esto es, la condición necesaria para que exista la comunicación entre todos los actores implicados,
en un esquema de interdependencia[18].
De allí que la propuesta de una Carta Iberoamericana de Gobierno Abierto y su eventual proyección en la
implementación por los Estados de la región, más allá de constituir un relevante paso de modernización en
la gestión pública, del abandono de la tradicional “caja negra” a la consolidación de la “caja de cristal”, lo
que hace es contribuir a reforzar algunos principios y conceptos que se han venido trabajo y decantando
previamente y que ya debieron servir para que se adelantase el acceso a la información, la simplificación
administrativa y la supresión de barreras de acceso a la gestión pública, que hayan permitido a las personas
participar, conocer, exigir explicaciones y aportar sugerencias para lograr que las autoridades públicas
actúen responsablemente, sean transparentes, suministren información, rindan cuentas y garanticen el
ejercicio de los derechos y libertades públicas, sin afectar la plenamente la satisfacción del interés general.
Desde el punto de vista estrictamente teórico normativo, en Venezuela se cuenta con el anclaje
constitucional y el desarrollo legislativo para cumplir los estándares de gobernanza, buena administración y
gobierno abierto que ha ido estableciendo la comunidad de estados iberoamericanos, a través de soft law
integrado por las cartas y códigos en los cuales se pretende establecer el mínimo común denominador de las
mejores prácticas[19], en la gestión de las Administraciones Públicas en sus relaciones con las personas.
En razón de ello, cabe concluir que ante la actual situación que vive Venezuela, más que requerir una nueva
etapa de reformas normativas, pues las que son constitucionales –las inconstitucionales simplemente hay
que anularlas o derogarlas-, aunque imperfectas, pueden ser útiles para que orientadas por una
interpretación y aplicación racional, adecuada y proporcional contribuyan a garantizar los cambios dentro de
la libertad y seguridad, que se debe promover en un auténtico Estado de Derecho; lo que realmente se
necesita para comenzar a salir la crisis política, económica, social, educativa y cultural es un equipo de
líderes –no más mesías, ni caudillos- en todos los órdenes, con principios, valores y ética, comprometidos
con el país[21]. En esto consiste el gran reto que tiene por delante la Venezuela de finales de la segunda
década del siglo XXI.
Bibliografía [arriba] -
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Notas [arriba] -
[1] Parejo Alfonso, al referirse al tema señala que se trata de una “prolongada crisis que afecta al poder
público –en sus estructuras y ejercicio- y al Derecho público-administrativo– en su capacidad de dirección y
control de los procesos sociales-”. Parejo Alfonso, (2015: 51).
[2] Barnes considera que “…conceptos como “gobernanza”, aún carente de perfil jurídico, y con un sentido
multívoco para las distintas ciencias sociales implicadas, sólo puede ser utilizado si se acota y delimita,
siquiera sea convencionalmente, la dimensión que quiere subrayarse en cada caso”. Barnes, (2013: 51).
[3] Whittingham (2002: 4).
[4] Parejo (2015: 52).
[5] Real Academia Española, (2001: 1141).
[6] Whittingham (2002: 5).
[7] Durán Martínez (2010: 610).
[8] Rodríguez-Arana Muñoz (2008: 40-41).
[9] Freitas (2009: 36-40).
[10] Delpiazzo (2010: 628-629).
[11] Barnes (2008: 15-69); (2010a: 336-356); (2010b: 322-344).
[12] Hernández-Mendible (2011: 1159-1177).
[13] Parks (1957)
[14] Chapman y Hunt, (1987).
[15] Sobre este asunto puede verse http://www.wh itehous e.gov /Open/
[16] En ella participaron inicialmente México, Brasil, Estados Unidos de América, Filipinas, Indonesia,
Noruega, Reino Unido, Sudáfrica y Tanzania. Actualmente lo integran un total de 65 países.
[17] Peschard Mariscal (2012: 28).
[18] Barnes (2013: 51).
[19] Meilán Gil (2016: 83-84).
[20] Esteve Pardo (2015; 42-45).
[21] Pin Arboledas, José Ramón (2017), El trébol de cuatro hojas. Manual para la buena gobernanza pública,
EIUNSA.