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IDEAS Y OBRA

DEL ARQUITECTO

REINALDO PÉREZ RAYÓN


M. Alejandro Gaytán Cervantes
Investigación y estudio introductorio

Carlos Ríos Garza


Edición digital

J. Víctor Arias Montes


Coordinación

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO


IDEAS Y OBRA
DEL ARQUITECTO
REINALDO PÉREZ RAYÓN
IDEAS Y OBRA
DEL ARQUITECTO
REINALDO PÉREZ RAYÓN

M. Alejandro Gaytán Cervantes


Investigación y estudio introductorio

Carlos Ríos Garza


Edición digital

J. Víctor Arias Montes


Coordinación

Facultad de Arquitectura
Universidad Nacional Autónoma de México
México 2015
La presente edición se financió con recursos del Programa de Apoyo Para la Innovación y
Mejoramiento de la Enseñanza (PAPIME) de la Dirección General de Asuntos del Personal
Académico de la Universidad Nacional Autónoma de México, a través del proyecto Raíces.
Documentos de apoyo a la enseñanza de la arquitectura mexicana (PE402307), adscrito al
Centro de Investigaciones en Arquitectura, Urbanismo y Paisaje de la Facultad de Arquitectura.

Responsable del proyecto: José Víctor Arias Montes


Participantes: José Víctor Arias Montes, Enrique Ayala Alonso, Rubén Cantú Chapa, Lourdes Cruz
González Franco, María de Lourdes Díaz Hernández, Mario Alejandro Gaytán Cervantes, María Lilia
González Servín, Diana Dayanira Morales Sánchez, Alfonso Ramírez Ponce, Carlos Ríos Garza,
Gerardo G. Sánchez Ruiz, Berta Tello Peón, Ramón Vargas Salguero, Gabriela Wiener Castillo,
Araceli Zaragoza Contreras.

Coordinación, diseño y cuidado de la edición: José Víctor Arias Montes


Captura de textos: Ma. Isabel Eva Amador García / J. Víctor Arias Montes

Primera edición, mayo de 2015

D.R. © Universidad Nacional Autónoma de México


Facultad de Arquitectura
Centro de Investigaciones en Arquitectura, Urbanismo y Paisaje
Ciudad Universitaria
C.P. 04510, México, D.F.

I.S.B.N. 978-607-02-1253-6

Impreso y hecho en México / Printed and made in Mexico

Portada: Reinaldo Pérez Rayón


ÍNDICE
7 / PRESENTACIÓN
Marcos Mazari Hiriart

9 / PRESENTACIÓN
Ricardo Rivera Rodríguez

11 / PRÓLOGO
J. Víctor Arias Montes

15 / PREFACIO
Carlos Ríos Garza

19 / ESTUDIO INTRODUCTORIO
M. Alejandro Gaytán Cervantes

65 / IDEAS Y OBRA
Reinaldo Pérez Rayón

66 / Mis recuerdos
161 / La enseñanza del funcionalismo en la ESIA
169 / Premio Fundidora de Monterrey
173 / Ceremonia de fin de cursos de la generación 1963-1967 de Arquitectura
del Instituto Politécnico Nacional
176 / En el 7° Congreso Nacional de Arquitectos
184 / Una vida en la arquitectura
192 / Plática a los egresados del Instituto Politécnico Nacional radicados
en Querétaro
202 / Entrevista cuestionario
205 / Conferencia presentada en el Colegio de Arquitectos de la Ciudad de México
211 / Mensaje en la renovación de la Mesa Directiva de la Sociedad de Arquitectos del
Instituto Politécnico Nacional
214 / Consideraciones sobre el estado actual de la arquitectura
224 / Palabras ante una distinción
227 / Unidad Profesional “Adolfo López Mateos”. Una propuesta funcionalista
237 / Presentación del libro Zacatenco, nombre presente en la historia del IPN
240 / Homenaje al arquitecto Reinaldo Pérez Rayón. Palabras del homenajeado
245 / Juan O’Gorman y el Politécnico
250 / Presentación del libro de José Antonio Padilla Segura
254 / Ceremonia de celebración de 50 años de la Unidad de Zacatenco
260 / A manera de epílogo
PRESENTACIÓN
Marcos Mazari Hiriart
Director de la Facultad de Arquitectura de la UNAM

HAY IDEAS Y OBRAS que han obtenido un lugar indiscutible en la historia arquitectónica
nacional, donde muchas de ellas por su actualidad y vigencia continuarán presentes en el idea-
rio de nuestro arte. Este es el caso de la extensa gama de ideas y la amplia producción espacial
del arquitecto Reinaldo Pérez Rayón por los campos de la arquitectura mexicana, y que han
mantenido un lugar en las mejores páginas de esa historia.
Historia que se acrecienta por ser el más importante impulsor de la expresión arquitectónica y
urbanística de una institución hermana de la Universidad Nacional Autónoma de México
(UNAM): el Instituto Politécnico Nacional (IPN). Entidades sin las cuales no podrían explicarse
cabalmente los aconteceres de la educación superior en México, incluyendo sus históricas ins-
talaciones.
Efectivamente, la presencia y la obra del arquitecto Reinaldo Pérez Rayón en al menos las úl-
timas seis décadas de la arquitectura nacional está impregnada de características particulares
que las convierten en universales.
Desde su temprano ingreso a la Escuela Superior de Construcción, con el tiempo transformada
en la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura del Instituto Politécnico Nacional, primero
como estudiante y posteriormente como académico, no ha dejado de luchar para que tanto la
formación profesional de los arquitectos como la producción de espacios habitables, pensados
y edificados por ellos, sean cada vez mejores en el marco de una profesión de servicio dirigida
a toda la sociedad.
A lo largo de toda su trayectoria profesional, ha mantenido ese principio básico emanado del
funcionalismo radical que, desde los años 30 del siglo pasado, ha permanecido como uno de
los principales postulados de la doctrina social de la arquitectura mexicana. Y ello, como se
podrá constatar al analizar su obra, lo orientó a una de las búsquedas más complejas y comple-
tas de nuestro hacer: pensar y postular un marco teórico, seleccionar los materiales, técnicas y
procedimientos constructivos más acordes con ese marco y llevar a la práctica un todo unitario
cuya expresión arquitectónica se convirtió en un paradigma de la arquitectura del siglo XX.
Sumado a ello, habrá de resaltar su incansable lucha para que el IPN contara, al igual que la
UNAM, con instalaciones propias de la más alta calidad tanto en su diseño como en su edifica-
ción. Por eso mismo, la historia del Politécnico está impregnada profundamente con las ideas

IDEAS Y OBRA • REINALDO PÉREZ RAYÓN


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del arquitecto Pérez Rayón: desde la Unidad Profesional “Adolfo López Mateos” en Zacaten-
co, Distrito Federal, hasta las últimas realizadas para el IPN, se expresa ese contundente carác-
ter arquitectónico y urbanístico.
Como miembro de innumerables asociaciones nacionales e internacionales, ha sido reconocido
por las más importantes de ellas e invitado a exponer sus ideas y obra en distintos foros aca-
démicos y profesionales. El resultado, sobra decirlo, ha sido de gran éxito; a la vez que de gran
trascendencia por acrecentar la presencia de nuestra arquitectura ante públicos tan diversos.
Por todo lo anterior, estamos convencidos que no hay mejor ocasión para conocer el trabajo
del arquitecto Reinaldo Pérez Rayón, que interiorizarse en sus ideas y asentir que éstas integran
y dan forma a una expresión que, reiteramos, cubre una parte imprescindible de los libros de
nuestra historia.
En esta edición digital, que lleva por título Ideas y obra del arquitecto Reinaldo Pérez Rayón, la Facul-
tad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México patentiza su reconoci-
miento a una de las mejores aportaciones a la arquitectura mexicana y al hombre que la hizo
posible: el arquitecto Reinaldo Pérez Rayón.

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PRESENTACIÓN
Ricardo Rivera Rodríguez
Director de la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura, Unidad Tecamachalco, IPN

EN EL INTERESANTE PROCESO que ha seguido el desarrollo de la arquitectura moderna


en nuestro país, ha sobresalido, como uno de sus exponentes más destacados el arquitecto
Reinaldo Pérez Rayón.
Es notable la coherencia absoluta que el conocimiento, interpretación y aplicación de los prin-
cipios de la arquitectura moderna, basados en la racionalidad y funcionalidad, hace en sus dise-
ños y extensa obra edificada.
Así, hemos constatado que tanto en sus edificios escolares, los de vivienda e incluso los co-
merciales, a la claridad espacial se integra la sencillez de sus diseños realizados por medio de la
producción industrial, tanto de los elementos estructurales, como en los arquitectónicos y el
mobiliario.
Una característica más es que en esos elementos industrializados, siempre ha intentado sean
fabricados en México, por empresas nacionales en la búsqueda de un desarrollo nacional, pen-
sando en un México para los mexicanos, lo que todos deseamos.
Nuestra Institución formó al arquitecto Reinaldo Pérez Rayón, quien al encontrarse con un
profesorado ávido de formar nuevas generaciones de profesionistas de la especialidad, le per-
mitió obtener una educación completa, una formación sensible a las necesidades del país, de
los nuevos espacios arquitectónicos que el pueblo de México ha requerido y aún hoy necesita,
principalmente edificios para la educación, la vivienda, la salud y el trabajo.
Por ello, para la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura del Instituto Politécnico Nacio-
nal, especialmente para su carrera de Arquitectura, que me honro en dirigir, es un honor parti-
cipar en el homenaje que la Facultad de Arquitectura de la UNAM, le rinde por medio de esta
publicación.
Con satisfacción y orgullo, a nombre de nuestra comunidad estudiantil y académica saludamos
y festejamos un logro más del arquitecto politécnico Reinaldo Pérez Rayón.

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PRÓLOGO
J. Víctor Arias Montes

ES UNA DISTINCIÓN para la Universidad Nacional Autónoma de México, y en especial pa-


ra la Facultad de Arquitectura, presentar y referirse a las obras e ideas del arquitecto Reinaldo
Pérez Rayón en su exitoso y amplio trabajo profesional.
Ello se debe a que el arquitecto Pérez Rayón ocupa un lugar privilegiado en la arquitectura me-
xicana del siglo XX y lo que va del actual, en especial en aquella dedicada al ámbito educativo y
de la vivienda.
Nacido en la ciudad de México en 1918, ingresa en 1935 a la Escuela Superior de Construcción
para después, una vez transformada ésta, cursar la carrera en la Escuela Superior de Ingeniería
y Arquitectura (ESIA) del Instituto Politécnico Nacional (IPN) de la que egresa en 1945.
A partir de 1948, se incorporó a la ESIA a dictar las cátedras de Teoría de la arquitectura, Teoría
del urbanismo y Taller de composición, mismas que había dejado vacantes el arquitecto Juan
O’Gorman. Innumerables generaciones dan fe de la pasión y sólido conocimiento con que el
arquitecto Pérez Rayón se hizo cargo de las tareas académicas en una época en que se gestaba
el funcionalismo arquitectónico.
Conferencista, investigador de las altas tecnologías y ameno charlador, además de incansable
escritor y difusor de sus ideas, es miembro del Colegio de Arquitectos de México, de la Socie-
dad de Arquitectos Mexicanos y de la Sociedad de Arquitectos del IPN; en 1956 lo nombran
miembro de la Academia Alemana de Urbanismo y en 1966 ingresa a la Sociedad Mexicana de
Planificación.
El arquitecto Pérez Rayón ha recibido diversos reconocimientos por su actividad profesional
por parte de la Unión Internacional de Arquitectos y de la Academia Nacional de Arquitectura.
Por su trayectoria en el ámbito arquitectónico, recibió en 1976 el Premio Nacional de Ciencias
y Artes; y desde 1983, con carácter vitalicio, es Creador Emérito del Sistema Nacional de Crea-
dores de Arte.
Su vasta obra arquitectónica se ha presentado en distintas exposiciones, tanto en México como
en el extranjero: Perfil de México, Ámsterdam 1959; 4000 años de arquitectura mexicana, en más de
50 ciudades del mundo entre 1960 y 1963; Bienal de Arte de Sao Paulo, 1961; Arquitectura de Van-

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guardia, Washington, D.C., 1966; Arquitectura mexicana… hoy, en 1969 en el Palacio de Bellas Ar-
tes; en 1971 en el Salón Mexicano de Diseño y Arquitectura mexicana en el museo Franz Mayer
en 1984.
Su formación académica cerca de quienes impulsaron el funcionalismo radical en México, lo
llevó a asumir y construir una doctrina propia que toma los principios de esa corriente impri-
miéndole un sello particularmente importante por su actualidad y vigencia, al reconocer que las
condiciones sobre las cuales se construyó el funcionalismo poco han cambiado en nuestro país.
Dice al respecto, en una de sus variadas reflexiones:
Un grupo reducido de arquitectos jóvenes y talentosos, imbuidos del espíritu social, ha-
cen causa del nuevo movimiento desarrollando una apasionada labor de proselitismo,
pero sobre todo, logrando una obra de gran unidad que es exponente de una etapa de
auténtica arquitectura funcional que tiene ya un lugar en la historia de la Arquitectura
Mexicana y que si ha sido sobrepasada por el adelanto de los materiales y de los siste-
mas constructivos, no podrá ser sobrepasada en su temática mientras subsistan las
mismas condiciones sociales que la generaron.
Efectivamente, basta recordar las posiciones asumidas por los funcionalistas para corroborar
que éstos deseaban participar en la solución de las necesidades de las amplias capas sociales,
tradicionalmente desatendidas por los arquitectos, con una arquitectura acorde a las posibilida-
des económicas del país y acompañada de los adelantos técnicos de la época. Así lo hicieron y
así crearon esa doctrina funcionalista que también soñó con cambiar las estructuras de la na-
ción.
El arquitecto Pérez Rayón continuó con esas ideas que lo llevaron a perfeccionar de manera
brillante no sólo la técnica constructiva y su respectiva expresión plástica, sino su apoyo incon-
dicional a la formación profesional basada en una nueva teoría del diseño que, según él, “servi-
rá no solo como una explicación racional y lógica del hecho concreto que implica el cómo con-
cebimos la forma de los objetos que todos los días estamos creando en forma masiva, sino pa-
ra saber cómo debemos mejorar su concepción y sobre todo cómo debemos formar en las es-
cuelas a los futuro diseñadores...”. Esta idea, lo encaminó a sugerir que “esta teoría no es otra
cosa sino ajustar nuestra mentalidad de una vez por todas a la realidad de la época; realidad que
nos ha avasallado…” Y por ello mismo, decía que “todo el cambio necesario para adecuar la
arquitectura a nuestra realidad objetiva, debe tener lugar primero que en ninguna otra parte en
las escuelas de arquitectura.”
Seguramente su cercanía con la ESIA, por medio de sus clases de Teoría de la arquitectura y de
Taller de composición, enriquecieron y consolidaron su visión de que la formación académica
jugaba un papel de primera importancia en la realidad profesional del arquitecto, en un país
con infinidad de carencias de espacios habitables y con recursos económicos limitados.
Ahora, en pleno despegue del siglo XXI, los problemas económicos abruman a los mexicanos
con mayores índices de pobreza y falta de empleo; y en esa perspectiva, la satisfacción de espa-

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cios habitables para millones de compatriotas se aleja cada vez más de la actividad profesional
de los arquitectos.
Por eso mismo, cobra vital importancia lo sugerido por el arquitecto Pérez Rayón de “pensar y
actuar de acuerdo con nuestra realidad objetiva y producir una arquitectura que en última ins-
tancia aproveche óptimamente los más avanzados recursos técnicos de que podamos disponer
para satisfacer en forma equilibrada las auténticas necesidades del hombre de nuestros días…”
Obviamente que se refiere a la necesidad de una arquitectura industrializada pensada y produ-
cida por especialistas, colectiva y no individualmente, y que no pare en la búsqueda de nuevos
materiales y sistemas constructivos que lleven a su progresiva industrialización.
De ahí que su producción arquitectónica mantenga esos principios doctrinarios, dando cuenta
de una visión de futuro y esperanza, y que se ratifican con aquellas palabras del arquitecto Pé-
rez Rayón en su conferencia para conmemorar los 25 años del funcionalismo en el Politécnico:
Si la arquitectura tradicional fue hecha por esclavos, para beneficio del faraón, del rey
o del señor feudal, la arquitectura moderna debe ser hecha por la máquina para bene-
ficio de todos los hombres…
Efectivamente, la técnica debe estar al servicio del hombre, para su beneficio; por ello, la arqui-
tectura tiene que recuperar ese importante papel en la satisfacción de una necesidad básica que,
hoy, difícilmente podrían pagar millones de mexicanos. Los avances tecnológicos pueden, sin
duda alguna, ayudarnos a cumplir ese anhelado objetivo; y eso es lo que el arquitecto Pérez Ra-
yón ha logrado con su trabajo profesional.
Pero, además, su trabajo profesional no se entendería del todo si no conocemos qué fue lo que
motivó en él hacer las cosas como las ha hecho y no de otra manera. Sus amplias notas auto-
biográficas nos cuentan, efectivamente, pasajes de su vida personal pero, sobre todo, las fuen-
tes de sus ideas arquitectónicas y urbanísticas —y hasta políticas— que son una buena lección
de vida profesional y que hoy están al alcance de todo aquel que se interese en estos aspectos
fundamentales de la producción arquitectónica.
Por eso reiteramos la importancia que para el proyecto Raíces, en esta vertiente de las ideas y
obras de los arquitectos mexicanos, tienen estos documentos reunidos en esta edición digital.
Basta, para compartir esta aseveración, repasar con sumo cuidado la definición de arquitectura
moderna y de la que podría inferirse la adscripción de sus obras:
Esta nueva arquitectura cuyos adjetivos de funcional, porque debe atender con efica-
cia a las necesidades más directas; racional, porque debe responder a la razón; Inter-
nacional, ya que la forma de vida lo es, cada vez más; orgánica, porque debe asimilarse
a los organismos vivos en los que nada falta y nada sobra, son adjetivos que indican
sus principales características y valores, englobados en el de moderna. Constituye un
parte aguas con el pasado: no sólo es diferente en las formas, los estilos, sino en su
conceptualización…

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De esas ideas, puede también pensarse que su formación fue de la mano con los postulados
básicos del funcionalismo, como decíamos al inicio de esta presentación, y que los ratifica
constantemente:
Fue para mí un privilegio, el haberme formado como arquitecto en el momento justo.
De plena coincidencia entre el advenimiento de la nueva arquitectura al servicio del
hombre común y el nacimiento del Politécnico con la mística social de la Revolución.
Con excelentes maestros, en especial Juan O’Gorman…
Esperamos, por lo dicho en esta sucinta presentación, que los materiales reunidos y presenta-
dos en esta edición sean revisados y valorados a detalle y se constate la relevancia de sus alcan-
ces y, sobre todo, su vigencia en estos tiempos. Y cómo, la intervención de un hombre hecho
arquitecto, es fundamental cuando promueve incansablemente beneficiar con sus obras a la so-
ciedad mexicana.
Por último, dos infinitos agradecimientos: al arquitecto Alejandro Gaytán Cervantes por el es-
tudio introductorio de esta edición y por haber ayudado a la compilación del material aquí
reunido; y al arquitecto Reinaldo Pérez Rayón por permitirnos acercarnos a sus ideas, a sus
obras y a su vida personal.

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PREFACIO
Carlos Ríos Garza

HACE ALGUNOS AÑOS, allá por 2002, se organizó el proyecto de investigación “Vigencia
del pensamiento y obra de los arquitectos mexicanos” donde, con financiamiento PAPIIT (Pro-
grama de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica de la Dirección Ge-
neral de Asuntos del Personal Académico de la UNAM), participaron como responsables Ra-
món Vargas Salguero y José Víctor Arias Montes cuyos trabajos concluyeron en 2006 con las
ediciones del libro Vigencia del pensamiento y obra de los arquitectos mexicanos y de los dos primeros
números de lo que hoy conocemos como Raíces digital.
Para el desarrollo, presentación y revisión de los avances de investigación se conformó el Se-
minario de Arquitectura Mexicana, en cuyo seno se escenificaron discusiones interesantísimas
sobre los temas que cada quien había decidido investigar. Así, participaron en el seminario
abordando diferentes temas que fueron incluidos en el libro citado: Ramón Vargas Salguero
(Vigencia del pensamiento y obra de los arquitectos mexicanos), J. Víctor Arias Montes (Ideas
sobre arquitectura en el diario El Universal, 1920-1930), Ma. De Lourdes Díaz Hernández (Vi-
gencia del pensamiento y obra del ingeniero Alberto J. Pani), Alejandro Gaytán Cervantes (Vi-
gencia del pensamiento y obra del arquitecto Juan O’Gorman en la arquitectura de México),
Antonio Lorenzo Monterrubio (Antonio Rivas Mercado. La vigencia de su pensamiento y obra
en la haciendas pulqueras de México), Alfonso Ramírez Ponce (El hombre y la arquitectura.
Reflexiones sobre el habitar), Gerardo G. Sánchez Ruiz (Encuentros internacionales de urba-
nismo e influencias en profesionales mexicanos, 1920-1930) y Araceli Zaragoza Contreras (El
diseño de periódicos y la aparición del suplemento como expresión de las aspiraciones del Mé-
xico moderno: rupturas y continuidades entre 1888 y 1940). Y sobre Raíces digital, trabajado
por Carlos Ríos Garza, cuya finalidad era y es el rescate en forma digital de revistas editadas en
México que han dejado de publicarse. De esta colección se rescató, en el primer número, la
edición monográfica de la Sociedad de Arquitectos Mexicanos: Anuario 1922-1923; y el segun-
do número de la colección correspondió a los 14 ejemplares de la revista Arquitectura y lo demás.
Ambos productos, libro y discos, abrieron una nueva perspectiva para los estudios historiográ-
ficos de la arquitectura mexicana al ofrecer interpretaciones originales sobre diversos autores y
temas relacionados con la arquitectura así como para ampliar y consolidar, en cada participante,
su vocación por el estudio de lo propio sin menoscabo de lo universal.
En lo realizado por todos, permeó el concepto de “vigencia”, que en la presentación del libro
se explicaba así:

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Persuadir a los profesionales de la historiografía arquitectónica de los beneficios que
reportaría el conocimiento historiográfico si, al reparar en el pasado no exhumado o es-
clarecido, se elige aquél cuyo conocimiento pueda ser aplicado en la solución de un
problema del presente. De este modo se haría ver que no todo el pasado está muerto,
sino que hay una parte de él que vive, que subyace en las tomas de decisión y en la
orientación de la vida de los pueblos del presente; que una parte del pasado se proyecta
en el presente y que, por ello, es importante traerlo nuevamente a la vida
Pues sí, ¿cómo explicar el presente y pensar en el futuro si olvidamos ese pasado que todavía
vive en los espacios habitables?, o sea en la arquitectura toda. ¿Cómo desasociar la historia de
las personas que los habitan, y que los hacen y rehacen cotidianamente, del presente? Hay mu-
cho de ese pasado-presente que está vivo y que hace el futuro. La vigencia entonces cobró una
importante presencia en los trabajos de los participantes, pues todos coincidieron en su im-
prescindible presencia.
Posteriormente, en 2007, se solicitó apoyo para un proyecto PAPIME (Programa de apoyo para
la innovación y mejoramiento de la enseñanza), asociado desde luego al de la vigencia, pero
ahora con el nombre de “Raíces. Documentos de apoyo a la enseñanza de la arquitectura me-
xicana” bajo la responsabilidad de J. Víctor Arias Montes. Derivado de esta nueva alternativa,
es que se dirigió parte de ese proyecto a recatar y preservar las ideas y las obras de los arquitec-
tos mexicanos. Fue así como el arquitecto Alejandro Gaytán Cervantes, participante de este
proyecto, propuso compilar los materiales del arquitecto Reinaldo Pérez Rayón y hacer el estu-
dio introductorio correspondiente, mientras que algunos otros colaboradores sugirieron el es-
tudio de otros arquitectos.
La propuesta del arquitecto Gaytán fue bien recibida debido a que se podría ofrecer a los estu-
diantes de la facultad de Arquitectura de la UNAM el pensamiento y obra de un arquitecto egre-
sado de la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura del IPN, con una extensa obra reali-
zada bajo la orientación de una doctrina arquitectónica particular, que posiblemente sería dife-
rente de otras doctrinas generadas por egresados de la Facultad dada su formación politécnica,
tal como se manifiesta en el desarrollo del proyecto para la Unidad Escolar Adolfo López Ma-
teos ubicada en Zacatenco, Distrito Federal.
Cabe aclarar que en todas las propuestas un elemento central era, y es, la presentación que lla-
mamos estudio introductorio, pues en él se ubica al personaje estudiado en su contexto históri-
co, social y cultural, lo que permite comprender de mejor manera su pensamiento y su obra.
Como es sabido, los arquitectos en el desarrollo de sus actividades profesionales, se guían por
una idea de arquitectura, es decir, por una teoría o doctrina arquitectónica que contiene los
elementos necesarios para orientar la acción; desde la definición de lo arquitectónico, y con ello
las metas y objetivos que se persiguen al desarrollar el proyecto, la forma de abordar el pro-
blema para su solución y los elementos para valorar la calidad del objeto construido. Estas doc-
trinas son, en general, manifestaciones del contexto en el que vive y trabaja el arquitecto, por
ser productos de la ideología dominante conformada por las creencias, tradiciones, idiosincra-

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sias; ideología que envuelve influye y conforma el pensamiento de los habitantes aún sin que se
den cuenta. Poe ello se dice que el pensamiento y obra de los arquitectos de algún momento
histórico reflejan la realidad en la que vivieron.
Es conveniente aquí, insistir que estas recuperaciones de las ideas y obra realizadas por nues-
tros antecesores van dirigidos principalmente a los investigadores de la cultura en general y ar-
quitectónica en particular, así como para conformar el material didáctico de apoyo a la ense-
ñanza de la carrera de arquitectura. La idea central es que en la formación de los nuevos arqui-
tectos se incluya el conocimiento de la obra y el pensamiento de los arquitectos que nos ante-
cedieron para, por un lado, rescatar las experiencias que nos aportan con sus aciertos y errores
y, por otro, y más importante aún, para que las nuevas generaciones se formen con el conoci-
miento de lo nuestro, de nuestra historia, de nuestra cultura, para tratar de formarlos con un
sentido nacionalista, en el que las aportaciones de nuestro pasado se equilibren con las que
provienen de otros países avanzados, buscando, de esa manera, generar en los estudiantes ese
sentido nacionalista que podrá repercutir en provecho de México al impulsarlos a investigar,
conocer y resolver los problemas del campo de la arquitectura que son propios de nuestro país.
El proceso para dar forma al libro en el que se imprimiría el resultado de la investigación fue
lento debido a la dificultad que tenía el arquitecto Gaytán para recabar el material que le pro-
porcionaba el arquitecto Pérez Rayón y, luego, para organizarlo y darle una primera presenta-
ción antes de pasárselo al arquitecto Víctor Arias, quien se encargó de organizar finalmente el
material y darle formato.
Fue tanto el material inicialmente compilado, que se tuvo que pensar en otro formato distinto
al del libro impreso; por lo que se decidió no postergar la presentación de la investigación que
tanto trabajo había costado, sugiriéndose hacer un disco interactivo con el contenido del libro,
de tal manera que en el disco se pudiera avanzar mediante ligas o enlaces a los diferentes capí-
tulos que comprende, facilitando su lectura y consulta. De esta manera se logró, además, no
perder el formato del libro, permitiendo dejar para más tarde su edición en papel.
Con este primer número de la Colección Ideas y Obra, esperamos se cumplan los objetivos
planteados para la colección, mismos que podemos resumir en que la aportación de las ideas y
obra del arquitecto Reinaldo Pérez Rayón permitirá a los lectores informarse y comprender el
desarrollo de la arquitectura de México con la obra por él realizada, lo mismo que servirá para
apoyar la investigación del fenómeno arquitectónico permitiendo realizar nuevas propuestas de
explicación del desarrollo de los espacios habitables en nuestro país y para formular las hipóte-
sis para explicar a la obra y al pensamiento como producto inserto en un contexto que lo de-
termina en cierto sentido. También esperamos se convierta pronto en material de consulta y
apoyo para la enseñanza de la arquitectura, al contar con la información para respaldar las cla-
ses de historia, teoría y composición arquitectónica aprovechando los numerosos ejemplos de
obra y proyecto que aquí se muestran.

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ESTUDIO
INTRODUCTORIO
M. ALEJANDRO GAYTÁN CERVANTES

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El presente estudio nos muestra un solo sendero recorrido en pensamiento y
obra por el arquitecto Reinaldo Pérez Rayón, quien ha realizado su labor arqui-
tectónica en forma totalmente coherente y vertical.

Por su calidad, consideramos que la dirección seguida por el Arq. Pérez Rayón, es
importante para continuar en México, el desarrollo de una arquitectura que solu-
cione principalmente los espacios que requieren las mayorías.

Aunque sabemos que su camino no es el único, también creemos que es una ruta
que es necesario conocer y continuar.

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CURRÍCULUM VITAE DEL ARQUITECTO
REINALDO PÉREZ RAYÓN

NACE EL 4 DE DICIEMBRE DE 1918, en la ciudad de México. Egresa de la Escuela Supe-


rior de Ingeniería y Arquitectura del Instituto Politécnico Nacional en 1945 e inicia su actividad
profesional con el proyecto y realización de casas habitación aisladas o en conjuntos y con el
desarrollo de planos reguladores para algunas ciudades del país.
De 1950 a 1956 funge como jefe del Plano Regulador de la ciudad de México, al mismo tiempo
que forma parte de la Comisión Reguladora del Crecimiento de la Ciudad y de la Comisión de
Planificación del Distrito Federal.
En 1956 se le encomienda el proyecto de la Unidad Profesional del Instituto Politécnico Na-
cional en Zacatenco y la dirección de las obras. El conjunto de edificios e instalaciones para
28,000 alumnos se inaugura en 1964. En el mismo periodo proyecta, en terrenos inmediatos a
la Unidad de Zacatenco, el Centro de Investigación y Estudios Avanzados y el Planetario Luis
Enrique Erro, este último como parte del proyecto para un Museo Vocacional de Ciencia y
Tecnología.
Sigue encargándose del proyecto y dirección de diversas obras, destacándose la de Ciencias
Básicas en Xocongo y las Unidades Profesionales de Arquitectura en Tecamachalco, de Cien-
cias Económicas y Administrativas en Tepepan, de Ingeniería Mecánica y Eléctrica en Culhua-
cán, todas en el Distrito Federal para el Instituto Politécnico Nacional, y los Centros de Ense-
ñanza Técnica Industrial en las ciudades de México y Guadalajara.
En 1972 desarrolla el proyecto de un conjunto urbanístico-arquitectónico: la Ciudad de la
Ciencia y la Tecnología, CICITEC, en terrenos de la Exhacienda del Mayorazgo en el límite de
los estados de México y Morelos, a 30 kilómetros del área metropolitana, a fin de constituir un
asentamiento con vida propia destinado a la educación superior y a la investigación; para una
población académica y de servicios hasta de 40,000 habitantes (de este conjunto solo se ha
realizado una primera etapa).
En el campo académico, entre 1948 y 1956, imparte en la Escuela Superior de Ingeniería y
Arquitectura las cátedras de Teoría de la arquitectura —en sustitución del Arq. Juan O'Gorman
y por recomendación del mismo— de Teoría del urbanismo y del Taller de composición arqui-
tectónica.
De 1965 a 1970 es asesor de Arquitectura y Urbanismo en la Secretaría de Comunicaciones.

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En 1966 es invitado por la Unión Internacional de Arquitectos a formar parte de su Comisión
de Instalaciones Deportivas y Recreativas.
Funge como miembro de la Junta Directiva de la Universidad Autónoma Metropolitana de
1980 a 1987.
En 1989 a 1995 es miembro del Concejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la Repú-
blica.
Sus obras han sido presentadas en diversas exposiciones en el país y en el extranjero, como:
"Perfil de México", en Amsterdam (1959); "4000 años de Arquitectura Mexicana" llevada a
más de 50 ciudades del mundo (1960-63); Bienal de Arte de Sao Paulo (1961); "Arquitectura de
Vanguardia" en Washington, D.C. (1966); "México de ayer y hoy" que recorrió varias capitales
europeas (1966); "Arquitectura mexicana...hoy" en el Palacio de Bellas Artes (1969); "El Salón
Mexicano del Diseño" (1971); y "Arquitectura Mexicana" en el Museo Franz Mayer (1984),
“Casas del Pedregal” en el Palacio de Bellas Artes (2006), estas cuatro últimas en la ciudad de
México.
Ha dictado diversas conferencias y publicado artículos en revistas especializadas. En una mo-
nografía editada por Fondo Editor A.C. en 1964, explica el proyecto de la Unidad Profesional
del Instituto Politécnico Nacional en Zacatenco y en 1990 con el título "Ideas y Obras", publi-
ca un libro en el que resume sus ideas sobre arquitectura y urbanismo, con una compilación de
casi todas sus obras.
Ingresa al Colegio de Arquitectos de México y a la Sociedad de Arquitectos Mexicanos en 1946
y es miembro de sus Consejos Directivos en los periodos 1955-1956 y 1964-1966 y de la Junta
de Honor en el de 1968-1970. Es miembro de la Sociedad de Arquitectos del Instituto Politéc-
nico Nacional y la preside en el periodo 1953-1956. En 1956 la Academia Alemana de Urba-
nismo lo nombra miembro corresponsal. Desde 1966 es miembro de la Sociedad Mexicana de
Planificación.
Es objeto de diversas distinciones y preseas: Diploma de la Unión Internacional de Arquitectos
por haber sido el realizador de la sede de sus Jornadas Internacionales celebradas en la ciudad
de México en 1963. Se le distingue como Miembro Consejero de la Academia Mexicana de
Arquitectura (1975) y como Académico Emérito de la Academia Nacional de Arquitectura de
la Sociedad de Arquitectos Mexicanos (1978).
La Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura le otorga la medalla “Juan O’Gorman”
(1996).
Por "la mejor aplicación, funcional y estética del acero en la arquitectura" recibe el Premio
Fundidora de Monterrey (1967).

IDEAS Y OBRA • REINALDO PÉREZ RAYÓN


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Por toda su trayectoria profesional en el campo del diseño arquitectónico, en 1976 se le otorga
el Premio Nacional de Ciencias y Artes.
En 1994 es designado Creador Emérito por el Consejo Directivo del Sistema Nacional de
Creadores de Arte.
En muy contadas ocasiones podemos encontrar una coherencia tan absoluta en la realización
de una acción arquitectónica como en la del arquitecto Reinaldo Pérez Rayón, quién a través de
sus numerosas obras, efectuadas durante más de sesenta años, ha dejado constancia de su inte-
gridad personal y profesional. Sus conceptos y forma de hacer arquitectura se confirman en
cada una de sus obras.
Por ello consideramos que el racionalismo y la arquitectura funcional mexicana, se han visto
enriquecidos con la arquitectura de Pérez Rayón, de quién entre sus obras más conocidas po-
demos señalar a la Unidad Profesional del Instituto Politécnico Nacional (IPN), en Zacatenco,
D.F., de 1957; el Centro de Investigación y Estudios Avanzados del IPN y la Ciudad de la
Ciencia y la Tecnología, de 1964.
Estudió en la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura del Instituto Politécnico Nacional,
la segunda escuela de arquitectura creada en el país. Escuela fundada por jóvenes arquitectos
encabezados por Juan O'Gorman, con el intenso trabajo de Juan Legarreta, Raúl Cacho, José
Luis Cuevas, Enrique Yáñez, Eduardo Noriega Staboli y Hannes Meyer, entre otros.
En las apasionadas clases de Juan O´Gorman y de los demás profesores, se trataba de estable-
cer una nueva forma de hacer arquitectura, de integrar ésta a una visión global del conocimien-
to del hombre; donde la ciencia y la técnica se funden con el arte y las tradiciones de cada so-
ciedad para llevarla al encuentro de un nuevo mundo para ese hombre.

Alumnos de la Escuela
Superior de Construcción
con algunos maestros
entre ellos Juan
O’Gorman.

IDEAS Y OBRA • REINALDO PÉREZ RAYÓN


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La relación entre los alumnos, los demás profesores y el Maestro Juan O´Gorman, fue de per-
manente armonía así como de integración académica y conceptual en todos los aspectos, al
existir una relación muy estrecha en edad y la nueva forma de enfocar el desarrollo de la arqui-
tectura.

En el taller de composición arquitectónica con el


maestro Raúl Cacho Álvarez

Profesores de la ESIA. Octubre de 1953

En el CAM. De izquierda a derecha: Arquitectos Carlos Obregón Santacilia, Reinaldo Pérez Rayón, Jorge L. Mede-
llín, Antonio Alcocer, Jorge González Reyna, Pedro Ramírez Vázquez, Alonso Mariscal, Ignacio Marquina, Ro-
berto Álvarez Espinosa y Juan Martínez de Velasco.

IDEAS Y OBRA • REINALDO PÉREZ RAYÓN


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El arquitecto Pérez Rayón revisando las
maquetas de sus alumnos de un proyecto
realizado en el taller de composición.

La obra de Pérez Rayón resulta significativa, ya que al aplicar sus conceptos, sintetiza sus ideas
de la siguiente forma:

SÍNTESIS DE SU PENSAMIENTO

La arquitectura moderna surge como un resultado de todas las circunstancias de su tiempo, y


su afirmación universal se ha logrado en menos de cien años. Las diversas adjetivaciones que se
le han aplicado, como funcionalista, racionalista, internacionalista, entre otras, sólo vienen a
indicar características concurrentes, enfatizadas si acaso por apreciaciones personales y un po-
co por apego a los ismos como equivalentes a los estilos, encasillamiento tradicional ajeno al
espíritu de la nueva arquitectura.

• La arquitectura moderna es funcional, porque dentro de sus distintas corrientes subsiste la


premisa de la funcionalidad. El término funcional es muy importante porque marca una dife-
rencia semántica respecto del de utilidad en abstracto.

• La concepción racionalista plantea la desaparición de los "estilos" arquitectónicos, entendi-


dos como recetas para adornar la arquitectura y darle el toque formal. En contraposición, será
la función de cada espacio, así como la utilización de técnicas y métodos científicos los que
permitirán desarrollar una arquitectura acorde con la evolución de la sociedad.

• La funcionalidad corresponde a un sentido de utilidad que atiende a las necesidades directas


del hombre y de su sociedad, a su comodidad, higiene, seguridad y a su bienestar en general;
sin enfrentar, según la concepción romántica, el sentimiento con la razón, y menos aún, la be-
lleza con la propia funcionalidad.

• La arquitectura moderna es racional, por ser un producto de la razón, facultad que más dis-
tingue al hombre respecto a las demás especies. Las formas del diseño y de la arquitectura en
particular, tienen por objeto la utilidad, por lo que obedecen en mayor grado a la razón, mien-
IDEAS Y OBRA • REINALDO PÉREZ RAYÓN
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tras que las del arte tienen por objeto la contemplación y responden significativamente a la
imaginación.

• La arquitectura moderna es internacional, como lo es cada día más el hombre actual al que
sirve; igual sucede con los materiales, sistemas constructivos y recursos técnicos en general. No
obstante, la selección adecuada de éstos y la justeza de los programas de necesidades, continua-
rán expresando las diferencias locales, regionales o nacionales, de la ciudad y del campo.

• La arquitectura moderna puede considerarse orgánica, por la analogía de su organización


funcional con las estructuras biológicas en las que nada falta y nada sobra, de la que resulta una
armonía natural y nuestra apreciación generalizada de belleza.

• El gusto, al ser una relación causa-efecto, tiene lugar en el inconsciente y consciente, como
un sentimiento subjetivo del hombre. La diferencia del gusto que se da entre los distintos estra-
tos sociales, está determinada por las condiciones económicas y culturales; pero también asume
una intención política de mantenimiento y consolidación de su propia estratificación social.

• El gusto visual de la arquitectura será motivado por una concurrencia de cualidades ostensi-
bles: el planteamiento justo y cabal de las necesidades por cumplir, que den por resultado la
expresión de una satisfacción social. En el diseño, por lo correcto del ordenamiento, propor-
ción y relación de las partes.

La calidad constructiva. El valor y adecuación de las obras de arte. La comodidad y agradabili-


dad previsibles para los espacios interiores y en su conjunto.

• La arquitectura que debe gustar es la bien diseñada y realizada, como resultado del talento,
así como de la intención sincera y honesta del diseñador.

• La agradabilidad es un concepto que implica el gusto visual, no solo en la contemplación de


algo estático, sino que abarca el entorno, aunado a un sentimiento de comodidad, tranquilidad
y paz, o de animación y movilidad; lo que nos haga sentir bien.

• Las revoluciones sociales, que le han otorgado al hombre igualdad de derechos, establecie-
ron un compromiso fundamental de la arquitectura: satisfacer las necesidades de espacio del
hombre común. Este compromiso implica dar respuesta a un cúmulo de demandas sociales:
viviendas, escuelas, hospitales, edificios y espacios para el deporte y la cultura, etcétera.

• La revolución industrial y el desarrollo tecnológico determinaron otra manera de produc-


ción y un nuevo modo de concebir la forma de lo producido: el diseño moderno.

• La producción industrial de un objeto hecho por una máquina, significa que va a ser repro-
ducido en serie por cientos, por miles, por millones de veces con forma idéntica; por lo tanto,
éste debe ser concebido como prototipo, con requerimientos óptimos de funcionalidad, cali-
dad y costo para intervenir en un mercado de competencia. Debe ser el mejor en cuanto a efi-

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ciencia de uso, calidad de los materiales, control de durabilidad, etcétera. Se establece entonces
el principio toral de "máxima eficiencia por mínimo de esfuerzo".

• Hoy la arquitectura debe expresar un justo sentido de la economía, haciendo suya la premisa
del diseño y de la producción industrial: "máximo de eficiencia por mínimo de esfuerzo", en-
tendido esto como inversión de recursos humanos y físicos.

• Lo que parece ser una de las grandes paradojas de la historia, el abuso del desarrollo científi-
co y tecnológico, ha propiciado la explotación violenta de los recursos naturales, igual que el
deterioro del medio ambiente y nos ha acercado al auto exterminio, cuando, por otra parte,
nunca como ahora ofrece tantas posibilidades para hacer del Mundo un hábitat más conforta-
ble, más agradable y seguro.

• Esto parece ser consecuencia de un desfasamiento entre el propio desarrollo científico y


tecnológico y el correspondiente a las formas de organización económica, política y social.
Posiblemente ha contribuido a ello el que, aunque la biología moderna, en coincidencia con las
diversas filosofías orientales, sitúa al hombre como parte integrante de la naturaleza, ha preva-
lecido la intención de dominio y posesión sobre ésta, tal vez por la idea judeocristiana de amo y
señor y por el pensamiento positivista en relación con el progreso.

• La arquitectura moderna ha postulado como uno de sus principios fundamentales la necesa-


ria armonía del hombre con la naturaleza. Las áreas verdes dejaron de ser un elemento de orna-
to para integrase al programa de necesidades en todo género de edificios.

• El urbanismo moderno no se conforma con pedir mayor cantidad de áreas verdes dentro de
la ciudad: proclama que ésta debe quedar inserta en la naturaleza misma.

• La funcionalidad en la arquitectura ha llevado a una mayor precisión de los programas de


necesidades y a un riguroso ajuste de los proyectos a esos programas.

Pero si no se toma en cuenta la celeridad en los cambios de las necesidades a satisfacer, da por
resultado que en corto tiempo se produzcan desajustes que contradicen la intención inicial de
los diseños y si los materiales y sistemas constructivos son los tradicionales, la obsolescencia
será permanente o muy difícil de superar.

• Los postulados de la Carta de Atenas de plan libre y fachada libre, constituyeron ya un


principio de dinámica de la arquitectura, al liberar a la planta de los muros como elementos
estructurales. Pero ahora se requiere liberarla de la dificultad de movilidad de los muros como
elementos separadores de los espacios para adecuar a estos últimos cada que sea necesario.

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PRINCIPALES OBRAS REALIZADAS por el arquitecto Reinaldo Pérez Rayón

Edificios escolares

• Unidad Profesional del IPN en Zacatenco, D. F.


• Centro de Investigación y Estudios Avanzados.
• Ciudad de la Ciencia y la Tecnología.
• Unidad Profesional de Ingeniería Mecánica y Eléctrica en San Francisco, Culhuacán, D. F.
• Unidad Profesional de Arquitectura y Diseño, en Tecamachalco, México.
• Unidad de Ciencias Básicas, en Xocongo, D. F.
• Unidad Profesional de Contaduría y Administración, en Tepepan, D. F.

Otros géneros de edificios

• Casas habitación
• Edificios de Vivienda
• Edificios comerciales

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Planta de conjunto
Unidad Profesional del IPN en Zacatenco, 1957-1962

Edificios de aulas

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Plaza de acceso con el edificio
de la Dirección General

Otra vista del conjunto

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La Unidad Profesional del IPN en Zacatenco, D. F., fue el primer sitio, en México, donde se
usó estructura con elementos soldados a tope. En lugar de hacerlo con placas y remaches. Ello
permitió una gran esbeltez y calidad en la obra.

El plan libre y la modulación total, beneficiaron a los espacios, los elementos arquitectónicos,
instalaciones, la estructura y los muebles, fueron especialmente diseñados para esta edificación
por el Arq. Reinaldo Pérez Rayón y su equipo interdisciplinario.

Corte transversal del edificio tipo de aulas y salones de diseño

El edificio tipo de aulas y salones de diseño con las partes generales al frente

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Croquis que indica el sistema constructivo
de los edificios

Corte indicativo de los canceles separadores de los espacios en los edificios de la unidad

Otra vista del conjunto destacándose al frente las circulaciones porticadas

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Vista del edificio de laboratorios ligeros

Vista de uno de los laboratorios

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Vista interior de uno de los laboratorios pesados Centro Nacional de Cálculo

El Centro Cultural

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Centro Cultural. Jardines interiores y auditorio para mil butacas

Espacios para exposiciones del


Centro Cultural

Uno de los accesos porticados


al Centro Cultural

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Gimnasio en la zona deportiva

Fachada en la alberca de la zona deportiva

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Planetario “Luis Enrique Erro”

Sala de proyecciones

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Planta

Sección transversal

Fachada principal

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Vista aérea de la unidad profesional

Centro de Investigación y Estudios Avanzados


(Cinvestav)

Planta general y acceso a un edificio tipo

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Vista del conjunto

Laboratorio de investigación

Sección de la dirección general

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Ciudad de la Ciencia y la Tecnología (CICITEC)

1974 - 1976
Terrenos del Mayorazgo. Límites de los
estados de México y Morelos

Los edificios tipo en proceso de realización

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Vista parcial del conjunto

Corte transversal de los edificios tipo indicando su ubicación en diferentes niveles y la comunicación
entre ellos mediante puentes cerrados para protección del clima.

Vista nocturna mostrando uno de los puentes de comunicación

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Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura (ESIA)
Unidad Tecamachalco

Planta general

Vista general

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Vista con la cafetería al frente y escultura hecha con sobrantes de molduras de aluminio

Vista de la comunicación entre dos edificios de aulas y salones de diseño a diferente nivel

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Unidad de Ciencias Básicas, en Xocongo, D. F.

Planta general

Acceso de planta baja a primer piso en la parte posterior

Vista de la planta baja

Vista interior del gimnasio

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Casa Habitación en Fuente del Sol, Tecamachalco, Méx.

Planta baja

Corte transversal indicando el


perfil de la barranca

Fachada
Interior

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La sala y el comedor. Los espacios se
definen con canceles o muebles de madera
separados de las columnas

Vista lateral, donde sobresale el uso de materiales modulados e industrializados

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Vista de la cocina con escalera de servicio
al fondo. La cocina no tiene puertas hacia
el interior de la casa. Todos los
espacios se separan con base
a las funciones que
desempeñan

Vista nocturna interior


hacia el espacio abierto
de la barranca

Acceso de personas
y automóviles en la
fachada hacia la
calle

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Casa habitación en Valle de Bravo, Méx.

Estancia apreciándose el volado


del techo

Corte transversal indicando


el perfil del terreno
hacia el lago

La casa habitación fue realizada en forma


industrializada y prefabricada, empleando
paneles de multipanel de cuatro
centímetros de espesor para
los muros

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La techumbre cubriendo los elementos
prefabricados con teja de barro para
armonizarla con el estilo
predominante en
el lugar

Vista interior. La integración al medio exterior es


notable. En ella se integran los elementos
industrializados, modulados y
prefabricados a las características
del medio.
Así se logra una arquitectura acorde
con nuestro tiempo, así como con
el medio circundante

Vista desde el lago

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Edificio de oficinas en Bosque de Ciruelos, D.F.

En esta edificación en Bosques de las Lomas, se logró la utilización de la luz natural en todas sus
fachadas. Su acceso peatonal en el noveno nivel de oficinas, se diferencia del estacionamiento de
automóviles en el sótano al que se accede por la calle de nivel inferior.

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Vestíbulo de acceso

Corte transversal

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Vista parcial

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Vivienda popular propuesta

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INSTITUTO NACIONAL DE BELLAS ARTES
HOMENAJE AL ARQUITECTO
REINALDO PEREZ RAYÓN

AL RECIBIR EL PREMIO “Medalla Bellas Artes 2014”


Por Arq. Mario Alejandro Gaytán Cervantes

Buenas Noches

Es para nosotros un orgullo participar en esta reunión, donde el arquitecto Reinaldo Pérez
Rayón, recibe, por parte del Instituto Nacional de Bellas Artes, la Medalla Bellas Artes 2014.
Este merecido reconocimiento, permite destacar a su obra, entre aquellas que se inscriben en el
momento en que nuestra nación buscaba derroteros propios para su desarrollo. Su trabajo se
realiza de acuerdo a conceptos bien arraigados en la mayoría de los arquitectos egresados del
Politécnico, inscritos en la búsqueda de mejores espacios para los grupos mayoritarios de la
población del País.
Por eso, conceptos tan importantes como la racionalidad, la función, la elasticidad, entre otros
aciertos, toman su verdadera dimensión en cada una de sus obras.
La racionalidad de los espacios creados por él en todo género de edificios, se integra con ésta,
en el uso de los materiales y sistemas constructivos. Así es como plantea una concepción ra-
cionalista de su arquitectura en la que el elemento de mayor importancia es la función de cada
espacio, y con ello, la utilización de técnicas y métodos científicos, los que permitirán desarro-
llar una arquitectura acorde con la evolución de la sociedad; con su tiempo y espacio.
Cuando plantea la elasticidad en sus obras, inscribe cada una de ellas, en su tiempo, reflejándo-
lo en todos sus factores, reconociendo que en el espacio las condiciones funcionales, de uso,
cambian en diferentes sentidos; y debe adecuarse a las nuevas condiciones, sin perder sus ca-
racterísticas particulares.
Estas deben ser consideradas al adaptar un nuevo programa a los espacios que la componen.
En ello, es fundamental que la realización de cualquier modificación que actualiza a las nuevas
necesidades, se realice con honestidad y calidad profesional.
Por otra parte, el arquitecto Pérez Rayón plantea que el gusto visual de la arquitectura será mo-
tivado por una concurrencia de cualidades ostensibles: el planteamiento justo y cabal de las
necesidades por cumplir, que den por resultado la expresión de una satisfacción social en el
diseño, por lo correcto del ordenamiento, proporción y relación de las partes, la calidad cons-
tructiva, el valor y adecuación de las obras, la comodidad y lo agradable. La arquitectura debe

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expresar un justo sentido de la economía, haciendo suya la premisa del diseño y de la produc-
ción industrial: "Máximo de eficiencia por mínimo de esfuerzo", entendido esto como inver-
sión adecuada de recursos, tanto humanos, como físicos.
En este momento en que nuestro país atraviesa por situaciones tan críticas en todos los senti-
dos; creemos que una de las formas de iniciar nuestra salida de esta crisis, es con la participa-
ción honesta, comprometida en el trabajo, de cada integrante de nuestra sociedad, sea cual
fuere el ámbito donde se desarrolla, cuidando los intereses nacionales de todos los mexicanos;
cada uno desde su trinchera.
Por eso, en el campo de la arquitectura es de gran trascendencia la obra de Reinaldo Pérez Ra-
yón, porque hoy es necesario continuar con el desarrollo de una arquitectura consciente, rigu-
rosa, que con la meta de satisfacer las necesidades de los grupos mayoritarios de población, nos
permita participar en el fortalecimiento de una industria realmente nacional, donde la mano de
obra y los materiales de nuestro país, en sus diferentes regiones, sean elemento base, para satis-
facer las necesidades de todos los espacios, referidos a las edificaciones para la habitación, edu-
cación, trabajo, salud, así como los espacios para el deporte y la cultura: es hoy indispensable el
fortalecimiento de este tipo de arquitecturas; lo que viene a resaltar la obra de Reinaldo Pérez
Rayón.
Siempre hemos admirado en Reinaldo, el arquitecto, el maestro, el amigo, el hombre, quien en
su forma de trabajar parte del método, de la investigación y búsqueda profunda de las mejores
soluciones para cada componente de sus obras.
En su experiencia de vida, hoy continúa en la exploración de mejores soluciones, tanto en los
espacios como en el mobiliario de una vivienda.
Por todo lo anterior, los presentes, Nora, su esposa, sus descendencia y sus amigos nos felici-
tamos por el haber compartido los momentos de su vida. Mil gracias Reinaldo.
David Cymet Lerer, desde Nueva York, nos dice: Esta Medalla, es un reconocimiento a su
obra arquitectónica a lo largo de una vida intachable de grandes logros. Don Reinaldo es respe-
tado y querido por todos los que hemos tenido el privilegio de ser sus alumnos, colaboradores
y amigos. A este gran mexicano de la más pura cepa liberal, le deseamos muchos años más de
vida creativa y grandes logros en compañía de su querida esposa.

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VIGENCIA DEL PENSAMIENTO Y OBRA DEL
ARQUITECTO REINALDO PÉREZ RAYÓN
EN LA ARQUITECTURA DE MÉXICO

Tratamos de resumir lo vigente, tanto de los conceptos como de la obra profesional del arqui-
tecto Pérez Rayón en los siguientes diez puntos:
1.- Una arquitectura moderna y funcional, como punto de partida para la solución de todos los
espacios que configuran cualquier obra arquitectónica.
2.- Definición de sistemas modulares de medidas, como el componente integrador de los es-
pacios: los elementos arquitectónicos, con los estructurales y los muebles.
3.- Integración de la industria y sus procesos, a la obra arquitectónica, de acuerdo con nuestras
características socio económicas, para la solución de los espacios que en forma mayoritaria
requiere nuestra sociedad.
4.- Realización del diseño en tres escalas:
a) Espacios urbanos,
b) Espacios arquitectónicos y
c) Mobiliario.
5.- Diseño y fabricación específica de elementos estructurales, arquitectónicos y mobiliario,
con un carácter universal (Fórmulas generales).
6.- Utilizar las bondades de los nuevos materiales, en los elementos arquitectónicos y estructu-
rales, por su resistencia, flexibilidad, maniobrabilidad, y rapidez en su construcción.
7.- "Soluciones masivas, a problemas masivos", como en la satisfacción a las necesidades de
vivienda, de edificios para enseñanza, el trabajo, la cultura y el deporte.
8.- Creación de nuevos espacios colectivos, en edificios verticales, disminuyendo los costos
del terreno, con la satisfacción completa y razonable, de los requerimientos de espacio.
9.- Mejores aplicaciones para los nuevos materiales, nacionales, con sistemas constructivos y
procesos de obra lógicos, así como con su utilización regional.
10.- Máxima flexibilidad de los espacios, en una sociedad donde las necesidades de uso cam-
bian constantemente.

Para corroborar lo dicho, repasemos las ideas del


arquitecto Reinaldo Pérez Rayón y que, a lo largo de su
vida, ha expuesto en distintos foros.

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IDEAS Y OBRA
ARQUITECTO REINALDO PÉREZ RAYÓN

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MIS RECUERDOS / PREÁMBULO
EN MIS RECUERDOS ESCRITOS A LOS 80 AÑOS, al final expresé: Como mi salud todavía es
buena, espero cumplir varios años más... así he llegado a cerca de los 95. Ahora, con muy poco que
agregar, reiterando lo escrito entonces, casi sólo he hecho copias de los mismos para darme el
gusto de regalarlos a mis hijos, propios y adheridos, y a mis nietos ya crecidos.
Marzo de 2013

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MI NIÑEZ

NACÍ EL 4 DE DICIEMBRE DE 1918, año en que terminó la Primera Guerra Mundial, en


el jardín de Los Ángeles —mis nietos lo creerán como broma— enfrente, en las calles de Ler-
do número 200. No se si aún existe la casa, pero vivíamos en una zona sobre la calzada a la Vi-
lla de Guadalupe, que se llama aún La Vaquita.
La casa tenía dos partes: la principal al frente con balcones a la calle, la habitaban mis abuelos
maternos con dos de sus hijos la tía Luchi y el tío Nacho y otra más pequeña, atrás, en la que
vivíamos mis papás y yo. La casa del frente la recuerdo amplia, con una sala bien amueblada,
en la que resaltaba un retrato al óleo del general y licenciado Ignacio López Rayón, bisabuelo
de mi abuelo materno, héroe de la Independencia y pilar del orgullo familiar; así como un mar-
co dorado, debajo del cuadro, conteniendo una copia del Acta de la Independencia y un relica-
rio con un mechón de cabellos canosos del General.
Después, mis abuelos maternos se fueron a vivir a Puebla y recuerdo su casa en la que pasé
algunas temporadas. Estaba, y aún sigue, en la calle de la Soledad, a dos o tres cuadras de la ca-
tedral. Ocupaba parte de la casa de dos pisos, eran varias piezas en el primer nivel, todas con
vista a la calle.1 Siendo hijo único, desde entonces recuerdo mis juegos y diversiones, salvo al-
gunas ocasiones muy circunstanciales, fuera de mi casa con amigos vecinos.
En la primera temporada pasada aquí con los abuelos en Puebla tienen lugar dos experiencias
tempranas: una, mi asistencia a la escuela de párvulos, una sola pieza con el conjunto de niños

1
Las primeras ciudades creadas durante la Colonia, obedecieron a las normas establecidas en España: una traza rigurosamente
ortogonal con manzanas alrededor de un núcleo central conteniendo una plaza de armas con la catedral y los palacios del vi-
rrey y el arzobispado. Puebla fue el mejor ejemplo.
Las manzanas más cercanas al centro eran destinadas a las viviendas de las principales familias. Consistían en una sucesión de
piezas, las principales hacia la calle, alrededor de un patio con la escalera para acceso al segundo piso y pocas veces a un terce-
ro. Las piezas destinadas para vivienda, solían ser iguales en tamaño y se comunicaban entre si, al interior por vanos sin puerta
y al exterior por un pasillo abierto al patio, con un barandal en los pisos superiores, que con frecuencia contenía arillos para
macetas floreadas.
Las piezas se diferenciaban sólo por su uso. Generalmente una era la sala, seguían las recámaras, (en algunas la privacidad de la
cama se lograba con dosel, cortinas a los lados y al frente) luego el comedor y la habilitada para cocina, finalmente la destinada
al excusado, ya de tipo “ingles” y la tina, que se llenaba con agua calentada para el baño familiar del sábado. Para el aseo diario
de las manos y de la cintura hasta la cabeza se usaba el aguamanil de las recámaras, que consistía en una estructura metálica,
con un arillo arriba para la palangana y repisa abajo para le jarra de agua, del arillo superior salían semiaros para el jabón y la
toalla. En Veracruz ya había regadera en el patio.
En la planta baja, las ventanas hacia la calle, se iniciaban cerca del piso, se protegían con rejas metálicas y en las puertas con
vidrios se colocaban visillos de tela delgada para dejar pasar la luz pero no la vista. En la planta alta con alguna frecuencia se
ubicaban balcones hacia la calle.
En las manzanas más alejadas del centro se ubicaban las vecindades, como la que referiré después.
Así era en la época de mi niñez, aunque en la casa a la que llegamos en Veracruz, naturalmente por el clima, ya tenía una rega-
dera en un espacio del patio, cerrado con tablas de madera.

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sentados en sillitas de mimbre alrededor de una maestra que nos trataba de enseñar el abeceda-
rio. La otra, mi primer amor, naturalmente platónico, una niña que vivía justamente enfrente
de la escuelita y que yo veía en su ventana.
A mis abuelos paternos los traté poco, no así a los maternos. Mi abuela Asunción, Chonita,
desde que la recuerdo fue la clásica matrona, robusta, de edad indefinida, como pasaba en esa
época con las mujeres a partir de cierta edad, siempre vestida con traje sastre negro, discreta en
todo, desbordante de bondad, cristiana piadosa. Siempre oí decir que de joven había sido espe-
cialmente hermosa. Guardo en mi mente algunos detalles como flechazos: un momento en que
al comer un trozo de carne se le atoró y estaba asfixiándose y otro en el que con una expresión
dulce y sonriente dice, refiriéndose a nosotros sus nietos, que entonces éramos sólo Manuel y
yo: estos demonios, qué van a ser los chosnos del General (alusión al Gral. López Rayón) más bien son los
bochornos.
Mi abuelo se llamó, obligado por la tradición familiar al ser el primogénito, Ignacio López Ra-
yón, igual que mi tío, su único descendiente varón y el primogénito de un segundo matrimonio
al que he dejado de ver por lo que no se si la tradición continúa o se terminó. Creo que hizo
algunos estudios de leyes lo que le permitió trabajar como juez en alguna pequeña población
cerca de Puebla, por lo que algunos lo conocían como licenciado. Fue un hombre guapo, con
una gran personalidad, atractivo para las mujeres, tanto por su físico como por su carácter. No
lo recuerdo, sin embargo, parlanchín o frívolo. A él y a la abuela los quise mucho y siempre
supe que yo era su nieto consentido.
Tuvieron cuatro hijos, tres mujeres, Ana, mi mamá, Luz y Elisa, y un varón, Ignacio. Las Tres
hermanas tuvieron un solo hijo cada una. El varón que nació con una enfermedad de los ner-
vios levemente notoria en sus movimientos, nunca se casó. Elisa, que siempre vivió en Puebla,
tuvo a mi primo Manuel que murió en un accidente automovilístico, relativamente joven; Luz,
Luchi —creo que fue a la que más quise— a Santiago, el primo con el que más conviví.
Después vivimos relativamente alejados, tanto de la tía Elisa como de Manuel; sabíamos de la
vida un tanto azarosa de él y ya casado conocimos a su esposa María Luisa y después a sus hi-
jos: Rafael, María Luisa y Anisol. Cuando nos enteramos del accidente en el que murió, fuimos
a Puebla, mi papá, mi primo Santiago y yo a darles el pésame. Desde esa ocasión no volvimos a
ver ni a la esposa ni a los hijos, pero de alguna manera hemos sabido que son gente de bien. El
mayor es médico y parece que prestigiado.
Me parece que la de mis abuelos fue una familia arquetipo de su época. Como en un pasado
casi "idílico" mi abuelo había tenido una muy buena posición económica y social. Había, me
decía mi mamá, monopolizado el comercio del Salto de Juanacatlán en Guadalajara —nunca
supe bien a bien de que se trataba. Mi abuela entonces había rivalizado en joyas con la esposa
del gobernador.

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Cuando vinieron malos tiempos y algunos peores, para estas familias tan débilmente prepara-
das para las condiciones de los nuevos tiempos, pudieron sobrellevar la pobreza con la digni-
dad de quien no teniendo dinero, tiene la categoría social que se manifiesta en las formas, en el
comportamiento, en el hablar, en el comer, en el vestir, en el asearse; "pobres pero decentes".

Mis papás conmigo

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Con mis papás

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Mis Abuelos Nacho y Chonita

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Mis papás recién casados

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A VERACRUZ

A LA EDAD DE OCHO AÑOS nos fuimos a vivir a Veracruz. Me parece como si este hecho
acotara un segmento de mi vida muy especial, desde la niñez hasta la adolescencia. La razón del
traslado de mi familia fue que el tío Enrique, hermano de mi abuelo materno, siendo jefe de la
Oficina de Pesas y Medidas en ese puerto, dependiente de lo que fue la Secretaría de Fomento,
le ofreció trabajo a mi papá quien, seguramente, más por necesidad que por conveniencia, lo
aceptó.
Con el tiempo he valorado lo que estas oficinas significaron para el país: unificaron el sistema
de medidas que prevalecía anacrónicamente, diverso e impreciso, imponiendo el métrico deci-
mal; y (dolorosamente tarde) el trabajo sacrificado de mi papá, recorriendo el estado, a veces a
caballo, a veces en burro, con ríos crecidos, durmiendo donde se podía, padeciendo hemorroi-
des y una hernia casi congénita. Cuantos méritos se ignoran injustamente.
Tomamos una casa pequeña, modesta pero de un tipo, como las de hoy de interés social, que
predominaba en el puerto, y habían sido promovidas por Herón Proal, un socialista que procu-
ró mucho por el bien de la comunidad. La sociedad que nosotros encontramos carecía, por lo
menos ostensiblemente, de una marcada estratificación social, característica de las ciudades del
centro, por lo que parecía estar constituida por una predominante clase media de la que nos
sentimos formar parte.
Para mí fue una excitante experiencia: el mar, el clima cálido, la vida al exterior de la casa como
si la calle fuera su continuidad. Veracruz era el primer puerto del país, la entrada y salida de Eu-
ropa y los Estados Unidos. Viajeros que se movían con sus grandes baúles entre el Ferrocarril
Mexicano con sus coches pulman, sus portiers de filipina blanca, y los más grandes y lujosos
trasatlánticos del mundo, cuyas tripulaciones con sus trajes de gala hacían presencia al anoche-
cer en la plaza de armas, amenizando a veces el paseo con sus propias orquestas.
Ver entrar o salir del puerto esas enormes moles flotantes, sobre todo en las noches, ilumina-
das y tocando sus sirenas. Visitarlos y bajar con algún objeto comprado con la sensación del
pequeño contrabando, una botella de vino español o de un perfume francés. El olor caracterís-
tico de los barcos, el idioma diverso de sus marineros. Todo colmaba mi imaginación. Así en
mis sueños de niño, recorrí todos los mares, visité países exóticos, resistí las más cruentas tor-
mentas, y combatí con los más feroces piratas.
Como la ciudad en ese entonces era chica, desde un principio, a pesar de mis pocos años, gocé
de una gran libertad; sobre todo cuando al poco tiempo tuve mi bicicleta, la recorría de cabo a
rabo. Por la esquina de la casa pasaba uno de los clásicos tranvías, descubiertos a los lados para
dejar pasar la brisa, ¿cómo poder olvidarlos? Era una aventura colgarse atrás de mosca y bajarse

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algunas calles adelante. Pero por este mismo tranvía descubrí la muerte con toda su crueldad,
cuando en una ocasión pude ver debajo de sus ruedas el cuerpo destrozado de un niño.
La falta de hermanas y mi asistencia siempre a escuelas de varones, seguramente hicieron que
mi relación con las niñas estuviera condicionada por una gran timidez, aunque muchas me gus-
taban, prefería soñarlas más que afrontarlas, por lo que mis noviazgos fueron platónicos. No
todos, pues recuerdo mi primer beso dado a una niña que vivía a la vuelta de la casa; el recuer-
do de ella es vago: hija de español (mi destino seguramente estaba ya sellado), blanca, raro pues
me gustaban especialmente las jarochitas morenas, pero en cambio es muy diáfano, el que
guardo de la emoción que aun sentía en la noche ya acostado en mi catre de lona.
Sin embargo, no toda la estancia fue placentera. A no más de un mes de haber llegado se
desató, no un norte como nos pareció según nos habían contado, sino todo un señor ciclón de
los que suele haber de vez en vez. ¡Algo para nosotros aterrador! Se inundó la ciudad; recuerdo
haber sentido el agua, al despertar, a escasos 5 o 10 centímetros de la lona del catre en que
dormía y la sorpresa al ver objetos y alguna ropa flotando. Se interrumpió, como es natural, el
servicio eléctrico y la escena aún la conservo grabada a la luz de una vela flotando sobre el
agua.
Al poco tiempo de nuestra llegada, tuvieron lugar otros incidentes que debieron impactarme:
un primo, ya mayor, estudiante de leyes, llegó de vacaciones con otros amigos y lo primero que
hicieron fue irse a nadar a una playa enfrente de la cual había el casco viejo de un buque enca-
llado y junto al que, según se sabía o se decía, habían hecho nido los tiburones. El caso es que
mi primo llegó nadando al casco y al tirarse para regresar a la playa ya no salió. Avisado su pa-
dre, llegó y de inmediato se organizó una búsqueda con buzos que resultó inútil pues el cuerpo
no apareció, con lo que se confirmó el que había sido comido por los tiburones.
Había oído a mis padres, abuelos, tíos, hablar de la Revolución, de sus experiencias vividas. Pa-
ra mí esto era como los cuentos que los niños ubican en otra realidad. En la acera de enfrente
había una casa muy importante en relación con la nuestra, ya no existe, no sé si toda su fachada
era de mármol blanco o solo los balcones a los que yo me trepaba para ver el interior, sobre
todo el de una pieza donde había una mesa de billar. A ella llegó a vivir el Gral. Arnulfo R.
Gómez que era el jefe de la zona militar. Un día supimos que se había levantado en armas con-
tra el gobierno, cosa normal en la época. Mis padres se inquietaron y tomaron las precauciones
que creyeron prudentes, y una escena que registra mi memoria es la de un colchón arrimado a
la ventana para protegernos de una posible balacera. El insurrecto fue vencido, tomado prisio-
nero y fusilado, y la casa de enfrente quedó abandonada.
La ciudad de Veracruz había sido tristemente famosa como una de las más insalubres del país.
Para los viajeros que literalmente tenían que afrontarla podía resultar mortal. La enseñoreaban
endemias terribles como el cólera, la peste negra y la malaria: el paludismo. Pero a raíz de la in-
vasión norteamericana de 1914, así lo aseguraban las gentes que la habían vivido, la ciudad se

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había vuelto en general una ciudad salubre y limpia. Lo decían las mismas gentes que aún man-
tenían su indignación frente al hecho y narraban también anécdotas de su resistencia heroica.
Yo, sin embargo, seguramente por las consecuencias del ciclón, adquirí el paludismo: fiebres
terciarias, escalofríos primero y altas temperaturas después, además del paludismo parásitos in-
testinales: tricocéfalos y uncinariasis. El primero, que recuerdo duró algunos meses, fue contro-
lado a base de quinina, entonces el único recurso disponible y los segundos con un tratamiento
dado por un pediatra al que me trajo mi mamá a ver en la ciudad de México. El paludismo lo
seguí sufriendo por algunos años, a intervalos cada vez más separados hasta que desapareció
por completo y los parásitos no recuerdo haberlos vuelto a padecer. Creo que estas enferme-
dades, a la edad en que las sufrí, tuvieron que haber influido en alguna medida en mi desarrollo
físico.
Debimos haber llegado a Veracruz a principios del año y el primer verano nos fue sumamente
molesto, además de mi paludismo, por no estar acostumbrados a un excesivo calor. Esto y el
hecho de que mi papá como inspector de pesas y medidas tenía que recorrer parte del estado,
ausentándose con frecuencia del puerto, determinaron la conveniencia, casi necesidad, de tras-
ladarnos a Jalapa, durante la época de mayor calor. Esto lo hicimos creo que por lo menos en
tres ocasiones.
Mis estancias en Jalapa las recuerdo tan placenteras como las de Veracruz, pero ya con más
precisión, ubico mejor en la memoria a los amigos, mis tropelías y aventuras, ya trepando bar-
das, bajando sentado en una tabla sobre un patín por una de las calles empinadas sorteando los
coches que afortunadamente no eran muchos. No faltaron tampoco mis enamoramientos pla-
tónicos. En este caso se llamaba Rosa y la recuerdo mejor por la coincidencia con la canción en
boga, Rosa de Agustín Lara.
La movilidad a la que nos sujetamos no fue, afortunadamente, un impedimento para mis estu-
dios, los requisitos de escolaridad no debieron ser tan rigurosos y menos en escuelas particula-
res a las que asistí, no recuerdo los ciclos que cumplí en cada una pero fueron base, y creo que
buena, para concluir mi primaria en un sólo año, posteriormente en la ciudad de México.
El recuerdo que guardo de las escuelas a las que concurrí no es igualmente preciso, en algunas
debo haber pasado sin pena ni gloria, pero en una, en cambio, mis recuerdos son diáfanos: el
Instituto Jalapeño y sobre todo al maestro Jorge de Salas y Medina, uno de esos maestros que
seguramente todos alguna vez tuvimos y que como el personaje de la película "Adiós Mr.
Chips" siempre recordamos con cariño.
En algunas vacaciones venimos a la ciudad de México. El viaje lo hacíamos en ferrocarril, en el
Mexicano diurno. El punto culminante era el paso por las cumbres de Maltrata, sus profundos
abismos, pero lo más deseado era la llegada a la estación de Esperanza, pues apenas llegando el
tren, un abigarrado conjunto de mujeres, hombres y niños se amontonaban frente a las venta-
nillas vendiendo sus productos: las mujeres en sus canastos ofrecían deliciosas enchiladas con
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pollo, los hombres y los niños refrescos o pulque y dulces de todas clases. El resultado de todo
esto era un delicioso almuerzo.
Llegábamos siempre a la casa de la tía Zenaida, hermana de mi papá. Su marido era el tío Luis y
sus hijas, mis primas Alicia y Cristina que aún vive. Todos nos recibían con gran cariño y el re-
cuerdo de estas vacaciones me es muy grato. Vivían en las calles de Peralvillo, en una casa tipo
vecindad de dos pisos muy característica de la época y del rumbo. Con una parte más impor-
tante al frente, donde solían vivir los dueños y una sucesión hacia atrás de viviendas muy mo-
destas,
En la planta baja, al frente, estaba la zapatería de mi tío, la "Circaciana". Él había sido un mo-
desto zapatero, de origen humilde, que había llegado a hacer algún dinero con el que había
montado su zapatería y adquirido la casa. Había comprado un automóvil, ya para entonces an-
tiguo y no recuerdo si aún servía. Lo tenía guardado en una de las viviendas habilitada como
garaje. Esto a mis ojos afirmaba su imagen de rico.
En la planta alta, al frente, como ya dije, estaba la parte donde ellos vivían, varias piezas am-
plias, con lujo para mi concepto de entonces. Las puertas de los balcones hacia la calle con vi-
drios biselados y grabados, esculturas, cuadros, lámparas, toda la decoración en general, de
acuerdo con la época, de un art nouveau de gusto probablemente discutible. Una pianola en la
sala cubierta con un mantón de manila. La entrada a la vivienda llena de plantas. Mi recuerdo
es de una casa plena de luz, de sol y de cosas bellas.
Los niños con los que jugaba, junto con mis primas, eran los de las familias pobres del resto de
la vecindad, canicas, trompo, balero, a policías y ladrones y como el piso era de losetas, tam-
bién patinando. Acostumbrado a patinar en pisos más adecuados —creo que lo hacía con cier-
ta habilidad— no percibí una aldaba en una de las losetas y me di el trancazo más duro del que
tengo memoria, me rompí dos de los dientes del frente que desde entonces tengo postizos, y
desde luego la nariz y la boca me quedaron como coliflor. Recuerdo que me llevaron con el
médico y con el dentista varias veces después.
También recuerdo otro de mis enamoramientos platónicos: enfrente vivía una muchacha lla-
mada María Elena que me gustó y de la que pronto me enamoré. Por coincidencia estaba tam-
bién de moda la canción del mismo nombre. Mis primas, que seguramente eran sus amigas, se
ingeniaron para que me encontrara con ella. Recuerdo muy claramente como esto sucedió en el
cubo de las escaleras, estando los dos solos. Pero sobre todo recuerdo el sufrimiento y la frus-
tración, que para mí, y seguramente para ella también, resultó del encuentro. Simplemente la
timidez se apoderó de mí y no pude articular palabra, en los minutos, para mi horas, que estu-
vimos frente a frente solo mirándonos.

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Con mi mamá en Veracruz

Con mi bicicleta en Jalapa

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Donde viví en Veracruz y Jalapa

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Mi papá con sus compañeros de oficina de pesas y medidas, en Veracruz

Con mi tío Nacho y con mi papá en Veracruz

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En el Instituto Jalapeño de Jalapa

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EL REGRESO

MEDIARÍA LOS TRECE AÑOS, cuando a mi papá lo cambiaron en su trabajo a la ciudad de


Toluca y ahí nos trasladamos para una permanencia de algunos meses.
El único hecho importante que tuvo lugar aquí, fue que a los pocos días y debido a una hartura
de barbacoa, adquirí una tifoidea y recuerdo, más que nada, el hambre a que estuve sujeto por
la dieta que según se estilaba, prescribió el médico durante la larga cuarentena de la convale-
cencia. Debí haber sido remilgoso para la comida pero con esta dieta acabé disfrutando de
acelgas, espinacas y de todo aquello que, seguramente, antes no me gustaba.
Después de esta corta permanencia en Toluca mi papá recibió su cese. En esa época los em-
pleados del gobierno vivían con una constante preocupación; sabían que un simple cambio de
jefes o un recorte presupuestal bastaban para su despido, con el consiguiente sufrimiento de la
familia, hasta que con Cárdenas se formaron los sindicatos y el Estatuto Jurídico que dio segu-
ridad a los trabajadores del gobierno.
Los mexicanos de clase media, sobre todo en las zonas de mayor influencia colonial española,
sin una gran preparación para el trabajo, si no poseían rentas, dependían de lo que se llamó con
justicia la empleomanía, es decir el depender para su subsistencia de un empleo "decente" ya
fuera en el gobierno, en un banco, o en un comercio importante. Los que ofrecía la poca in-
dustria, los talleres o los servicios y en general cualquiera que fuera realizado con las manos co-
rrespondía a los obreros, a los mexicanos de clase inferior: a los "pelados". El montar un nego-
cio propio, por modesto que fuera, se consideraba un riesgo que no valía la pena correr, y
cuando se acumulaba algún pequeño capital, se invertía en un pedazo de tierra o en algún bien
raíz, se decía que lo más seguro era "tener un lugar para vivir y morir".
Por esa razón los extranjeros, carentes de estos prejuicios y con espíritu de empresa, rápida-
mente se hacían de dinero. Los españoles que venían a “hacer la América”, es decir a labrarse
un porvenir, se hicieron de las tiendas de abarrotes, panaderías y cantinas, los franceses llega-
ron a ser dueños de todos los grandes almacenes comerciales y de las fábricas de hilados y teji-
dos, los alemanes de las ferreterías y droguerías, etc. Más recientemente llegarían árabes y ju-
díos, la gente los llamaba turcos, que como buhoneros o varilleros recorrerían los pueblos lle-
vando su mercancía, hasta que con el dinero ganado se establecieron, llegando en muchos ca-
sos, a amasar fortunas. Esto con el tiempo, y con las condiciones creadas por la Revolución,
fue cambiando.
El regreso para mis padres, tal vez por la nostalgia mantenida durante muchos años, de la fami-
lia, de las costumbres en alguna manera diferentes y aun de la ciudad de México, debió haber
sido agradable, aun cuando su situación fuera inquietante.

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Para mí, con el regreso, se inicia un nuevo periodo de mi vida. En poco tiempo vivo en dife-
rentes casas y diferentes rumbos, de los que no puedo precisar ni los tiempos ni la secuencia.
Primero debe haber sido por las calles del 2 de Abril, atrás de la Santa Veracruz, cerca de la
Alameda, pues recuerdo cerca de ahí a la escuela donde terminé la primaria, la "Andrés del
Río", del gobierno, y a la Biblioteca Cervantes a la que iba con frecuencia, también a una libre-
ría de libros viejos, en la Av. Hidalgo, que alquilaba libros, por días o semanas. Tanto esta li-
brería como la Biblioteca Cervantes debieron determinar una de las que serían mis pasiones de
toda la vida: la lectura. De ahí debimos irnos a vivir con la tía Zenaida en una de las viviendas
de la vecindad, al fondo en el segundo piso, dos piezas con baño y cocina.
Mi papá había acumulado algunos ahorros en lo que entonces era la Dirección de Pensiones
para los Empleados Públicos, y con el deseo de independizarse, pensó abrir un comercio. Con
gran entusiasmo comenzamos a buscar un local, hasta que encontramos uno en las calles de
Camelia, de la Colonia Guerrero, que por su aspecto nos satisfizo plenamente. Nos gustó, tan-
to el local, una especie de tabaquería-dulcería, con una pequeña habitación atrás en la que vivi-
ríamos, como la calle y el rumbo.
Rápidamente para que no nos la fueran a ganar, trató mi papá el traspaso que incluía la mer-
cancía que contenía el local, dio el dinero y al día siguiente nos cambiamos. Ya ahí comenza-
mos a notar que la mercancía del día anterior se había reducido a una mínima parte, pero como
no se había hecho lo más elemental que era un avalúo previo al pago, no hubo forma de recla-
mar. Al muy poco tiempo nos percatamos que no se vendía nada y como tampoco habíamos
hecho lo más elemental que era una estimación de mercado, no tuvimos más que convencer-
nos de que no habíamos nacido para comerciantes y que lo único que nos quedaba, ya sin dine-
ro, era deshacernos del negocio antes de que las deudas nos ahogaran… y que mi papá buscara
un empleo.
Por alguna razón, para mi desconocida, nos cambiamos una vez más, a una pieza de las que el
tío Carlos hermano de mi papá, ocupaba en las calles de la Soledad. Aquí aparece ya en mi
memoria, viviendo con nosotros el tío Nacho, que merece una pequeña historia marginal.
Como ya mencioné, él nació, con una enfermedad nerviosa, según me contaba mi mamá, a
consecuencia de la impresión de mi abuela, embarazada, cuando el abuelo quebró en Guadala-
jara. Por este motivo, debió ser extremadamente consentido por mi abuela quien al morir, se lo
recomendó a mi mamá y por esto mismo, después por ella. Hasta los cincuenta años nunca
trabajó realmente. En su juventud quiso ser torero, y las ambiciones que yo le conocí, fueron
las de llegar a ser una figura del toreo, primero, y cuando se percató de su imposibilidad, la de
sacarse la lotería junto con la de heredar a la tía Fina.
La tía Fina, con la tía Engracia, a la que le decíamos Chacha, y dos hermanos de los que no re-
cuerdo bien su nombre, eran primos de mi abuela Asunción. Formaron una familia de solteros,
la familia Sobreira, una de las acaudaladas de Puebla. Poseía como era el caso de estas familias,

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varias propiedades en la mejor zona de la ciudad. En una de ellas vivían y como eran obligadas
las visitas durante nuestras estancias, guardo varios recuerdos. La casa o más bien casona, con
multitud de piezas, guardaba tesoros de antigüedades; ricamente amueblada, llena de pinturas y
vitrinas con objetos dignos de museo. Al final, ya muy mermadas las rentas, la tía Fina, única
sobreviviente, se sostuvo durante varios años con el producto de los objetos valiosos, segura-
mente mal vendidos, de la casa.
En mi niñez tenia facilidad para el dibujo, lo que para mis padres y abuelos resultaba verdadera
genialidad; por esto recuerdo haberles llevado a los tíos Sobreira algunos ejemplares, uno de
ellos que registra mi memoria es una mesa con sus sillas, pero sobre todo, lo que destaca con
más claridad es la moneda que los tíos ricos me dieron como premio.
Mi abuelo Nacho, ya viudo, debió haber tenido varias pretendientas. Con una de ellas, Luz Ri-
vadeneyra, Lucha, finalmente se casó. La recuerdo más bien guapa, algo rubia y de ojos claros,
pero sobre todo, varios años más joven que él. Tuvieron tres hijos, Ignacio, Juan y Enrique, y
debieron haber sido felices hasta que algunos años después, mi abuelo enfermó del corazón,
una insuficiencia mitral que estando lejos aún de ser solucionable resultaba mortal. Esto hizo
que, por alguna o algunas razones, tomara la decisión de venirse a vivir con nosotros, buscan-
do seguramente el amparo de mi mamá. Lo recuerdo parado a media noche, recargado en un
mueble tratando de poder respirar. Esto duró poco tiempo, quizá uno, dos o tres meses, pues
un día, durmiendo se quedó plácidamente muerto.
Después he pensado que su muerte debió haberme impactado mucho. Tanto por el cariño que
le tenía como porque fue la primera vez que me enfrenté a la pérdida de un ser tan cercano.
Esto explica mi comportamiento por un tiempo a partir de este momento.
En todo este periodo de tiempo y por algunos años más, de penuria económica, la preocupa-
ción, primero de estar gastando los pocos ahorros y peor cuando estos faltaron, debió haber
sido terrible para mis papás. Pero, sin embargo, nunca los vi desesperados. Posiblemente por-
que mi papá, dado su mismo carácter, debió haber tomado las cosas con un cierto conformis-
mo y para mi mamá siempre hubo el atenuante de la lucha, ya cosiendo ajeno, tejiendo cosas
que vendía, poniendo inyecciones y aun empeñando las pocas cosas que se podía y a lo que yo
la acompañaba. Tal vez por eso, yo no recuerdo esta época con resentimiento ni tristeza.
De esta capacidad de lucha de mi mamá debo haber heredado algo. Cuando estudiaba en Jala-
pa, compraba anilinas de color rojo y azul, y mezclándolas con agua hacía tinta, única con la
que se escribía, (se depositaba en los tinteros que al voltearse no dejaban que se vertiera), y se
las vendía a mis compañeros. Años después, cuando vivimos en Peralvillo, pegaba tarjetas pos-
tales en hojas de triplay y con segueta las recortaba para formar rompecabezas. Les mandaba
hacer sus cajas y salía a venderlos a los comercios de la zona. En algunas otras ocasiones de mi
vida volvió a manifestarse este espíritu de empresa.

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Mis abuelos paternos fueron Manuel Pérez Gutiérrez y Aurelia Galicia, ella debió morir siendo
los hijos muy pequeños. Al abuelo lo vi en pocas ocasiones; su imagen es la de un hombre ya
grande, de traje de levita negro y sombrero de bola. —no sé si este recuerdo es de la persona o
de un retrato que aún conservo. Debieron ser de Acatzingo, Puebla, pues ahí nació mi papá,
aunque él contaba parte de su juventud pasada con gran felicidad en Tehuacán. Tuvieron como
hijos a Reinaldo, mi papá que fue el mayor, Zenaida, Enedina, Paz, Carlos y Enrique. Después
de enviudar, el abuelo Manuel se volvió a casar y con la segunda esposa, Virginia Limón, Virgi-
nita, tuvo a mis tíos María Virginia y José Manuel.
Lo poco que sé de la niñez y juventud de mi papá lo oí de la tía Enedina. La familia, por lo que
nos platicaba, no difería mucho de la de mi mamá. También de la clase "decente" que era el
término que mejor las definía. Aunque ella decía que la descendencia venía de los marqueses de
Pérez Ovando, para mí siempre ha sido dudoso, pues nunca se lo oí decir a mi papá ni a nin-
guno de mis tíos. Cosa rara por lo que, o bien no fue cierto o lo fue en forma vergonzante. La
descendencia, sin embargo sí debió haber sido cercana con españoles por el color blanco de
todos ellos, muy marcado en mi papá y en la tía Zenaida. De mi papá, contaba la tía Enedina,
que había sido desde niño como yo lo conocí, excesivamente reservado y de muy poco carác-
ter, siempre apartado, decía. De no saber esto podía haber atribuido su modo de ser al contras-
te con el de mi mamá, sumamente extrovertida y vivaz, en cambio pienso que pudo haberse
debido a su orfandad, siendo el mayor de los hermanos.
En algún momento la familia vino a radicarse a México, a la Villa de Guadalupe, donde tuvo
lugar un hecho que mi papá nos contaba. En plena Revolución, siendo el administrador del
Panteón de Guadalupe, cercano a la basílica, y habiendo tomado la plaza creo que los carran-
cistas, se corrió el rumor de que en las fosas del panteón se habían ocultado armas. Por sólo
este motivo se presentó ante mi papá una escolta que sin mayor aclaración, lo tomó prisionero
y lo llevó al cuartel donde lo encerraron en una pieza con centinela de guardia. Al poco tiempo,
para él debió haber sido una eternidad, se le presentó un oficial que lo único que le dijo fue que
por ocultamiento de armas se le fusilaría al día siguiente. De alguna manera debieron enterarse
los familiares, porque pudieron movilizar a las principales familias de la Villa para que interce-
dieran por él, aclarando que se trataba de gente de paz, y así lograron rescatarlo, y yo puedo es-
cribir estos recuerdos.
El tío Carlos, de joven estudió telegrafía y no sé si por esta circunstancia se fue al extranjero.
Ahí, en Estados Unidos, entró a trabajar en alguna empresa como la Westinghouse. Después
supimos de él viajando por Europa y en una ocasión recibimos desde Uruguay noticias de su
casamiento y unos retratos, uno de él con smoking y otro de su esposa Noemí; una mujer muy
guapa y distinguida que murió al dar a luz junto con el niño. El tío Carlos jamás se repuso de
esta pérdida y no volvió a casarse. Naturalmente yo lo admiraba y otra de las razones de mi
admiración era el que lo sabía ingeniero y más específicamente, o lo imaginaba, ingeniero elec-
tricista.

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Cuando viví en Peralvillo, frecuentemente pasaba por las calles de Allende donde estaba la Es-
cuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica —creo que entonces se llamaba Escuela de
Ingenieros Mecánicos y Electricistas— y no podía dejar de asociarla con el tío Carlos. No sé si
entonces o antes había surgido en mí la idea de llegar a ser también ingeniero electricista. De
los que imaginaba manejando grandes esferas de las que salían alucinantes rayos de electricidad.
El caso es que un día me fui a inscribir. Entonces el único requisito era el certificado de prima-
ria, pues se había formado un sistema de enseñanza técnica, al que la escuela pertenecía, ante-
cedente del Politécnico, y que incluía durante los primeros 4 años una preparatoria técnica pre-
via a los cursos profesionales de otros 4 años. La inscripción y las colegiaturas eran práctica-
mente gratuitas. Pero hubo un obstáculo, las inscripciones se habían cerrado y la única solu-
ción sugerida era que me inscribiera en la Escuela Superior de Construcción de reciente crea-
ción, que cursara ahí el primer año y que como era propedéutico, común a las carreras de las
dos escuelas, al año siguiente volviera ya con seguridad a inscribirme. Como no quedaba otra
cosa que hacer así lo decidí
El apoyo de mis papás debió haber sido tan pleno, que ni tardos ni perezosos nos mudamos,
una vez más, para estar cerca de esta nueva escuela. Se había instalado en un edificio antiguo,
que guardaba una cierta prestancia y en el que habían estado ya otras escuelas, creo que de
Agricultura y Veterinaria la más reciente. El lugar se llama San Jacinto y está sobre la Calzada
México-Tacuba. Enfrente, al otro lado de la calzada estaba la parada del tranvía que iba a Ta-
cuba y a Azcapotzalco, que ya no existe, y donde terminan las calles de Lago de Pátzcuaro de la
Colonia Anáhuac. Cito esto con detalle porque a una casa de estas calles, la tercera, fuimos a
vivir.
En esta casa, de buen ver, encontramos en el interior, una pieza amplia, con luz y sol, con un
baño y comunicada al exterior con una pequeña cocina. Pegada había otra modesta vivienda,
también rentada y el resto de la casa la ocupaban los dueños, la familia Zúñiga Nájera, un ma-
trimonio de doctores homeópatas, que ahí mismo, al frente, tenían su consultorio; con cinco o
seis hijos, Jorge de 16 o 17 años, Raúl de mi edad, Agustina de la que diré algo después, un
hermano y una hermana más chicos.
Cuando llegamos a la casa, ya estaba inscrito en la Escuela por una concesión debida a mis cali-
ficaciones de primaria, pues aún me faltaban uno o dos meses para cumplir, en diciembre, los
15 años de edad que se exigían. Por lo que debí haber esperado lo menos tres meses para ini-
ciar las clases. En este lapso, por lo que representó para mí la muerte del abuelo Nacho, y por
alguna otra razón más, caí en una gran depresión. No quería saber nada de nada y mi único re-
fugio fue la lectura. Durante todo este tiempo no hice otra cosa que leer, de la mañana a la no-
che.
De los vecinos no quería conocer a nadie, sin embargo, Agustina comenzó a buscarme, la en-
contraba coincidentemente al salir a comer, definitivamente no era bonita, pero su sonrisa de-

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bió haber sido agradable y finalmente convincente por lo que se inició, aún con reticencia ini-
cial de mi parte, una amistad y pronto un leve noviazgo. Esto y la iniciación de las clases me
sacó de golpe de la depresión y se inició otro periodo de mi vida del que conservo recuerdos
felices.
Pronto hice amistad con los vecinos. En la vivienda de junto vivía una señora viuda con dos
hijas y un hijo, una de ellas, de unos 20 años y muy guapa era novia de Jorge, que era bien pa-
recido pero, por que lo sabía y por su condición económica, su actitud siempre fue de presu-
mido y prepotente. Nunca hice buena amistad con él. La otra hija, Leonor, no sé si un poco
mayor o menor, siendo más bien fea, era lo que ahora se diría muy buena onda. Con ella y con
Raúl que entró al año siguiente a la misma escuela hice muy buena amistad. El noviazgo con
Agustina pronto terminó y conservamos una amistad distante. A Leonor nunca la volví a ver,
supe que se casó. Con Raúl he seguido la amistad y aunque nos vemos muy de vez en vez,
siempre recordamos con afecto la época en que convivimos.

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Los hijos del matrimonio

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LA ESCUELA SUPERIOR DE CONSTRUCCIÓN

PARA ENTRAR A LA ESCUELA SUPERIOR DE CONSTRUCCIÓN había que sustentar,


como requisito básico, un examen de admisión. Con los que lo pasaban y por lo tanto eran
admitidos, se formaban grupos de acuerdo a las calificaciones obtenidas. Así el grupo A se in-
tegraba con los mejores y en el quedé inscrito con el número 920. Una prueba más de la prepa-
ración con la que venía.
Los grupos no eran muy grandes, quizá unos 30 alumnos, y la población total de la escuela se-
ría de 180 o 200 alumnos, por esta razón todos nos conocíamos y desde el inicio encontré una
gran camaradería. No faltaban las bromas pesadas, yo las sufrí y las disfruté, fui rapado como
novato; pero abundaban más las ingeniosas y simpáticas, y las sufridas se compensaban am-
pliamente con las que después uno causaba.
Sin que faltaran las consabidas y constantes víctimas de las bromas: el clásico puerquito y al-
guno que otro profesor “barco”. El primero correspondió a un muchacho más o menos aco-
modado, bien vestido y mimado por la mamá, que tenía una especial manera de hablar, pro-
nunciando la s como la sh inglesa por lo que le pusimos de apodo el Sheshuma, desde la pri-
mera vez que tuvo que responder, a pregunta del maestro, que la cantidad se sumaba. A los
maestros "barco" les llovía toda clase de objetos, desde bolitas de papel hasta pedazos de gis.
Cuando se les llegaba a agotar la paciencia y se volteaban a inquirir quien había sido, el grupo
en un unísono no acordado, volteaba a ver al pobre e inocente Sheshuma que naturalmente era
el que recibía estoico la amenaza de expulsión.
Por el ambiente de la escuela, por la calidad de los profesores y por lo interesante de las mate-
rias y de los programas de las diferentes carreras, me dediqué al estudio con un gran entusias-
mo, con el resultado de muy buenas calificaciones al término del año escolar. Debido a estas y
al aguijón de la necesidad económica, logré obtener una beca de 30 pesos mensuales. Como se
retrasó el pago, a partir del momento en que me la concedieron, se debió haber acumulado una
cantidad, en ese momento para mi tan fabulosa, que después de haber dado la mayor parte a
mi casa, con lo que me quedó me hice un traje a la medida y a la moda. Los que había tenido
hasta entonces habían sido achicados de los de mi papá, lo cual, a pesar de la habilidad que mi
mamá siempre tuvo para la costura, se les notaba a leguas. Esto me trae a la memoria a un
compañero, Rosaldo, que nunca se quitaba el abrigo, y que después supimos que el motivo
eran los parches que tenía en los pantalones.
Las travesuras más que bromas de los muchachos de los primeros años, no así de los años su-
periores, llegaban a ser excesivas. Por ejemplo, asaltábamos literalmente a un tranvía de los que
corrían al frente de la escuela, bajándole el trole y subiéndonos en tropel. El fin era siempre lle-

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gar a la Dos. La Dos era la Escuela Secundaria N° 2 para mujeres que estaba en las calles de
San Cosme, y a la que las muchachas iban con un uniforme color de rosa y tobilleras blancas
que las hacía muy atractivas
Después de sólo permanecer un rato frente a la Dos, sin mayor cosa que sucediera, regresába-
mos con la misma tropelía. No sin que en una ocasión un conductor enfurecido se bajara, justo
en un lugar en que quedamos encajonados, y arremetiera contra nosotros blandiendo el fierro
para el cambio de vía. Afortunadamente nuestra ligereza nos salvó del peligro, pero es posible
que a partir de este incidente, chamacos miedosos al final de cuentas, sólo inconscientes, ha-
yamos quedado curados por lo menos de este tipo de travesuras.
Termino el primer año en la escuela y ya con la beca conseguida inicio el segundo con igual en-
tusiasmo y dedicación, sólo que a mediados de éste, tiene lugar algo que pudo haber cambiado
el destino de mi vida. Hago amistad con un compañero, Miguel Ángel Sosa, mayor que yo, que
había venido de Tabasco a estudiar a la escuela, con la esposa y una cuñada. Aquí ya vivía un
hermano músico que trabajaba en una orquesta que tocaba en diferentes salones de baile.
Sosa comenzó a invitarme a los salones de baile, donde tocaba su hermano —recuerdo que
eran tardeadas. Yo nunca llegué a interesarme por el baile, no sé si por una falta de habilidad o
ésta como resultado de la falta de interés. En cambio sí fue interesante el conocimiento de un
medio muy característico. La gente que concurría —posiblemente sigue siendo igual— obede-
cía a motivaciones muy especiales. En el baile encontraban o trataban de encontrar algo más
que una simple diversión o un motivo de socialización, como uno podría esperar. No, lo to-
maban con una gran seriedad, como profesionales de un arte con sus diferentes especialidades:
el danzón, el vals, etcétera. También algunas veces los bailes eran con otros motivos, como la
terminación de cursos de una escuela.
Así fue como en uno celebrado en el Palacio de Bellas Artes conocí a una muchacha, Laura
Eugenia, vecina de los Sosa y a la que también habían invitado. De inmediato me gustó o más
bien nos gustamos, por lo que bailé con ella toda la noche. Al día siguiente, o tal vez al otro, la
fui a dejar o fui por ella a su escuela, nada menos que a la Dos. Así se inició lo que fue mi pri-
mer gran amor.
Un amor apasionado como es natural entre un muchacho de 16 o 17 años y una muchacha de
15, pero con la particularidad de haber sido sumamente absorbente. No existió para los dos ya
ningún otro interés que el estar juntos la mayor parte del tiempo, con el consecuente aban-
dono, por mi parte, de la escuela.
El abandono de la escuela produjo pronto sus consecuencias. El segundo año debo haberlo
todavía salvado, pero para el tercero, por mi frecuente inasistencia, reprobé varias materias,
motivo por el que de acuerdo con el reglamento, quedaba fuera de la escuela. Esto me planteó
un serio problema de conciencia.

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Mis padres, siendo único hijo, tenían que haber cifrado en mí todas sus esperanzas y me resul-
taba indudable todo el sacrifico hecho por ellos para que yo estudiara. Tenía pues, que escoger
entre dos caminos: el matrimonio, ya como consecuencia del apasionamiento —en esa época
no había muchas opciones— y ponerme a trabajar dejando la escuela, sabiendo que defraudaba
a mis padres; o el rompimiento, por difícil que me resultara, con Laura Eugenia, sabiendo lo
que me costaría y que también a ella la defraudaba.
Opté por el segundo, seguramente la primera determinación más importante de mi vida. No
fue nada fácil y durante dos o tres años sufrí las consecuencias, teniendo que mantener un gran
esfuerzo de voluntad para no volverla a ver ni saber de ella. Unos años después la vi en la calle
platicando con una amiga y luego supe que se había casado; eso fue todo.
En la escuela logré mi reingreso. Fui a ver al director, el ingeniero José Gómez Tagle, persona
muy estricta, pero que al ver mis calificaciones del primer año y oír mis promesas de enmienda,
avaladas por mi papá, de quien me hice acompañar, aceptó mi reinscripción.
Poco a poco logré ir superando mi problema emocional, parte porque comencé a tener mayor
relación con mis amigos y a tener novias de las que sin enamorarme, complementaban mi vida
sentimental y parte porque recuperé el interés en el estudio, ahora ya entrando de lleno en el de
la arquitectura, interés que pronto se convirtió en una verdadera pasión.
Con mi escuela y algunas más se conformó el Instituto Politécnico Nacional, para cumplir con
uno de los propósitos de la Revolución: crear los técnicos y profesionales necesarios para un
desarrollo nacionalista del país, con acceso a él de todos los niveles sociales; y que se inició con
una gran mística de servicio social.
Las nuevas ideas sobre arquitectura impactan a un grupo de arquitectos jóvenes y talentosos
que al tratar de propagarlas se enfrentan a los arquitectos tradicionalistas y a una enseñanza
profundamente académica y formalista, que es la que se imparte en la única escuela del país, la
de la Universidad Nacional, y que naturalmente, los rechaza.
El Politécnico los acoge y forman en la Escuela Superior de Construcción una escuela de arqui-
tectura, semejante a la Bauhaus alemana, seguramente, si no la más, una de las más avanzadas y
de más alto nivel académico que ha existido en México. Con profesores como Juan O'Gorman,
Juan Legarreta, Enrique Yáñez, Raúl Cacho, y Hannes Meyer que habiendo sido director del
Bauhaus se exilió en México, por el nazismo, tal como lo hicieron otros maestro como Mies
van der Rohe y Walter Gropius en Estados Unidos. Todos ellos se entregaron con un gran en-
tusiasmo a la enseñanza en la escuela, para fortuna mía y de mis compañeros.
Juan O’Gorman en especial, con sus clases de Teoría de la arquitectura y Teoría del urbanismo
ejerció en mí, como en todos sus alumnos, una influencia en mi modo de concebir la arquitec-
tura que ha prevalecido en toda mi obra. Una de las mayores satisfacciones de mi vida fue,

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años después, cuando al dejar sus clases, por recomendación suya, me hice cargo de las mis-
mas.
Ya no es tanto la escuela propiamente como la carrera de arquitectura, la que absorben mi
tiempo y mi interés, por esta razón siempre he dicho que yo fui un mal estudiante y un buen
estudiante. En las materias que no me interesaban apenas lograba el pase, en cambio en las que
me gustaban, todas relacionadas directamente con la arquitectura, sacaba buenas calificaciones,
varias veces el primer lugar. El más significativo de estos fue en el último concurso del último
año, que siempre era el proyecto de un Hospital General, en el que creo recordar, fue el único
de la escuela que obtuvo tres dieces.
Sin embargo este periodo, entre los 18 y 21 años, más o menos, tiene lugar un aspecto que sólo
considero interesante: Al grupo de mis amigos, muchachos como yo, clase media, casi todos
estudiantes, económicamente amolados, se unió un amigo de uno de nuestros amigos. Este
nuevo amigo, solo recuerdo su nombre: Nicolás, era mayor, de unos treinta años, de buena
presencia y bien vestido. Trabajaba en la Cervecería Modelo, seguramente con un buen sueldo
y muy dado a las parrandas en cabarets y burdeles.
Nicolás fue para nuestro grupo, lo que los padres llamaríamos una mala influencia. Sonsacados
por él, o más bien invitados pues siempre pagaba, comenzamos a acudir a buenos cabarets, el
más famoso en ese tiempo era el Waikikí, en el Paseo de la Reforma.
Es posible que en este periodo de mi vida se halla iniciado lo que a través de toda ella ha sido
parte de mi modo de ser: el cuestionamiento de todas las cosas con el afán de encontrar una
explicación de lo que pasa.
Cómo y por qué llegué pronto a un modo de pensar que para mis papás eran malas ideas ¿Cuá-
les fueron mis circunstancias? —El hombre y sus circunstancias, dice Ortega y Gasset.
En el aspecto religioso, diré que en mi familia la parte masculina fue tibiamente religiosa, no así
la parte femenina que lo fue hasta el fanatismo, y como tal, irracional. Con una religiosidad con
mucho primitivismo, siempre atribuyendo a todos los miembros de la corte celestial poderes
para intervenir en las cuestiones de la vida, triviales o serias, afortunadas o desafortunadas, en
franca competencia de efectividad. La imagen de un santo determinado en una determinada
iglesia, por ejemplo, estaba de momento resultando más milagroso, mediante ciertas oraciones,
novenas u ofrecimientos, mientras que otros ya no estaban siendo tan eficaces.
Otra constante era la confirmación de la vida después de la muerte, por experiencias persona-
les, supuestamente irrefutables, como la presencia ocasional de los muertos, a veces visible o
solo por escuchárseles decir frases como: mándame decir una misa para la salvación de mi alma. Esto,
naturalmente, era concomitante con el temor al infierno o por lo menos al purgatorio, princi-
palmente por el riesgo de morir sin los auxilios espirituales que sólo la iglesia podía conceder.

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Recuerdo que la tía Elisa, que vivía sola, nos decía que al acostarse regaba agua bendita alrede-
dor de su cama, para impedirle el paso al enemigo malo, si durmiendo le llegaba la muerte.
La más fanática, fue Elisa, la tía de Puebla y las menos la tía Luchi y mi mamá. Mi mamá fue
una mujer inteligente, sólo que limitada por su insuficiente preparación, con gusto por la lectu-
ra pero cuidando siempre de no leer libros que la inquietaran en su modo de pensar, así lo de-
cía ella. Por esto mismo, cuando niño, tuve a mi alcance libros de los que recuerdo: Fabiola,
Ben Hur y el Libro Negro de la Masonería, cuyo solo título da idea de su contenido.
Efectivamente, mi mamá consideraba que los masones formaban parte de los demonios que
desde Nerón, pasando por Lutero, hasta Juárez y ya en su actualidad los bolcheviques, pobla-
ron el mundo de la historia laica. La otra historia, de mayor veracidad para ella, era la historia
sagrada, que daba fe de lo acontecido desde la creación del mundo y del hombre hasta el naci-
miento de Jesucristo, su pasión, muerte y resurrección. Su concepción del mundo, geográfica-
mente, también era reducida. Aparte del mundo cristiano, católico, en otras regiones que sen-
tía, más que saber, distantes, había otras religiones, no verdaderas, más o menos exóticas.
Las convicciones religiosas de mi mamá siempre fueron muy firmes, sin embargo, no creo que
aparte de cuidar el cumplimiento de mis obligaciones propias de un niño católico, hubiera tra-
tado de propiciar en mí una excesiva religiosidad. Mucho menos lo hizo mi papá quien siempre
adoptó una postura indiferente, creo que en el fondo, tendiendo más a la irreligiosidad.
No es difícil entender entonces, mi reacción en el momento en que comienza a ampliarse mi
mundo, mediante la relación con personas de diferente modo de pensar, con la iniciación a co-
nocimientos, aun cuando incipientemente, ya de base científica y sobre todo con la lectura de
libros sin cortapisa. Curiosamente fueron dos libros: "Vida de Jesús" que Ernesto Renan,
miembro de la Academia de Francia, escribió en el siglo XIX y "Jesucristo" de Fernando Prat,
S.J., ambos pretendiendo demostrar la existencia histórica de Jesucristo, los que en especial in-
fluyeron en mí, y con todo el conjunto de circunstancias, contribuyeron a mi falta de religiosi-
dad o agnosticismo.2

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Seguí con libros que fueron apoyando mi irreligiosidad, como la “Ciudad de Dios” de San Agustín de Hipona, gran fi-
lósofo de la Iglesia que dijo: no puede haber seres viviendo abajo en la Tierra, pues caerían al vacío, 8 siglos después de
que los griegos Eratóstenes y Aristarco midieran la redondez de la Tierra y la inclinación de la eclíptica, y 12 antes de co-
nocer las leyes de la gravedad de Newton. La Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, siglo XIII d. C. o la Biblia,
que no es un libro con un principio, un desarrollo y un final.
La Biblia consta de dos partes, el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. El primero es una recopilación de escritos
de diferentes autores, profetas, hecha en Palestina durante el primer milenio antes de Cristo. El segundo lo integran cuatro
evangelios escogidos por la Iglesia entre muchos otros. Estos llamados canónicos son atribuidos a cuatro de los apóstoles,
Mateos, Marcos, Lucas y Juan, que acompañaron a Jesús, considerado hijo de Dios, y que en una forma algo diferente na-
rran su vida, su muerte y su resurrección, escritos supuestamente a varios años de haber sucedido.
La Biblia por lo tanto, puede leerse por partes y sin un necesario orden. La importancia le viene, histórica, por haber sido
Palestina un cruce de culturas antiguas que dejaron rastros, y religiosa, por haber sido sacralizada por el Pueblo Judío en
el Antiguo Testamento, e igual sacralizada por los cristianos que la aumentaron con el Nuevo Testamento que comprende
los cuatro Evangelios Canónicos, más el Apocalipsis.
Las partes son diversas: Míticas las dos versiones diferentes del Génesis, que narran le creación por Dios del universo e
incluyendo al hombre con polvo de la tierra y a la mujer con una de sus costillas. Otras de igual ingenuidad como Jonás

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Sin embargo, nunca me ha abandonado el interés por la religión —o las religiones— como una
realidad histórica y social, pensando ahora que no siendo sostenibles por la razón, lo es por un
sustituto de la misma que es la fe. Por lo que mi convicción es que la religiosidad depende, al
final de cuentas, de que se tenga fe o no se tenga.
En el terreno de la política sucedió algo semejante. En ese mismo momento de mi vida coexis-
ten ya dos corrientes de pensamiento: la de las gentes que acaban de sufrir las consecuencias de
la Revolución, sin entender bien a bien su significado histórico y que añoraban un pasado de
tranquilidad y paz para la gente decente. Mis padres naturalmente es la que sustentan. La otra
corriente es la que resulta de nuestra Revolución y de otra universal, el socialismo, que llevó a
su vez a otra revolución también triunfante, la Rusa. Tomando como referencia a la Revolu-
ción Francesa, a la primera de estas corrientes se le ubica como de derecha y a la segunda como
de izquierda.
Gobierna al país Lázaro Cárdenas, con una política que privilegia a los campesinos y a los tra-
bajadores; con un nacionalismo que culmina con la expropiación petrolera, pero al mismo
tiempo con espíritu conciliatorio —es todavía reciente la guerra cristera— que ayuda a fincar la
paz social, que aunque precaria, en algunos momentos, prevalecerá hasta la actualidad.
La gran clase media que se crea con la Revolución, sobre todo en la ciudad de México por emi-
gración de la provincia, ricos venidos a menos que buscan en la capital horizontes más am-
plios, sobre todo en educación, mantiene, más por inercia, sus ideas conservadoras, y con la
importancia política adquiere también influencia en la formación de la opinión pública
Toda la prensa, salvo alguna de muy escasa circulación, se constituyó en crítica acérrima del
gobierno. Denigró, sobre todo en las caricaturas, al presidente, al "trompudo", que rebaja la
dignidad presidencial al sentarse en el suelo para compartir la comida con los campesinos de
algún ejido. Se esparcen un conjunto de chistes y sobre todo de rumores. Se rumora que los
niños, —muchos de los rumores se refieren a los niños, que son la parte más sensible de la po-
blación— serán arrebatados a los padres, como se dice sucede en Rusia, por el gobierno para
adoctrinarlos; que al impartir la educación sexual se les obligará a practicar el acto sexual frente
a sus compañeros y que la iglesia, no sé hasta qué punto esto fue un rumor o algo tuvo de ver-
dad, excomulgaría a los padres que mandaran a sus hijos a la escuelas públicas, y así por el esti-
lo.

viviendo en el vientre de una ballena. Bellas y eróticas como los Cantares del Rey Salomón. Crueles como la destrucción
de Sodoma y Gomorra en la que solo se salva Lot, pero su mujer, por voltear a ver la destrucción, se convierte en estatua
de sal. De incestos cuando las dos hermanas convienen en emborrachar al padre para cohabitar de noche con él y procrear
hijos, y tal como tuvo que ser con Eva y sus hijos. Proverbios sapienciales. Etcétera.
Todas las religiones han tenido un libro sagrado: El Libro de los Muertos de los egipcios. Los Vedas de los Indues, el Co-
rán de los musulmanes, etcétera, y nuestros más cercanos, el Popol Vuh de los mayas y el Chilam Balam de los mayaqui-
chés, en estos dos últimos, Dios crea a los seres humanos a partir de una mazorca de maíz.

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Respecto de la expropiación petrolera, lo menos que se dijo en la prensa, fue que México sería
considerado en el extranjero como un país ladrón, dejándonos sin crédito para cualquier ayuda
financiera y con el resultado de que la industria petrolera en nuestras manos se desbarataría en
un tris. La realidad expuesta, en cambio, por técnicos mexicanos capaces y dignos de crédito,
era que las compañías petroleras, por el temor a la política con tendencia expropiatoria de los
gobiernos de la Revolución, mantenía a la industria con un mínimo de inversión, tanto de re-
cursos financieros como humanos. Lo único que les interesaba era ganar el mayor dinero en el
menor tiempo con la menor inversión. Cosa fácil de entender.
Paralelamente, se lleva a cabo una campaña contra el socialismo implantado por la Revolución
Rusa, en lo que se constituyó como la Unión Soviética, que se hace eco de informaciones ten-
denciosas que aparecen en la prensa, principalmente de los Estados Unidos.
Esta realidad afirmó mi tendencia a cuestionar, no era difícil constatar la verdad de los hechos,
como el que la educación sexual se limitaba sólo a conocimientos elementales de anatomía, fi-
siología y de higiene, antes velados por prejuicios moralistas. Que se comenzaban a establecer
las guarderías infantiles para las madres trabajadoras. Que las actitudes de Cárdenas eran con-
gruentes con una política de apoyo a los campesinos y trabajadores, etc.
Respecto a lo que pasaba en la URSS, se filtraban algunas pequeñas notas perdidas en alguna
página de los periódicos. Recuerdo una, en la que se decía que la dictadura comunista obligaba
a todos a asistir a la escuela por lo menos hasta el fin de la enseñanza primaria, y la acompaña-
ba una fotografía en que aparecían campesinos adultos en su pupitre. Así me fui percatando de
como la Revolución Rusa estaba transformando las condiciones de atraso y de injusticia social,
que había conocido por la lectura de los escritores rusos, Tolstoi, Gorky, Dostoyevski, etcétera.
En México, después de la revolución armada, siguió una revolución cultural, que postuló un
nacionalismo basado en la reconsideración de nuestros valores con énfasis en los prehispánicos
y en los populares, en la literatura, en la pintura, en la música, en la danza, en todas las manifes-
taciones del arte y de la cultura en general, en oposición a la cultura elitista del régimen ante-
rior, que privilegiaba los valores extranjeros. Una circunstancia propició mi inserción de lleno
en las nuevas corrientes
El Palacio de las Bellas Artes se acaba de inaugurar y se convierte en el centro de las nuevas
manifestaciones de la cultura, con un especial apoyo del gobierno. Por una coincidencia afor-
tunada mi papá, después de un tiempo de desempleo, consigue trabajo en él como jefe del per-
sonal nocturno. Esto me da la posibilidad de acceso a todos sus eventos y espectáculos y me
convierto en asiduo concurrente; primero porque sólo allí puedo entrar gratis y muy pronto
porque comienzo a disfrutarlo.
Mi admiración por las nuevas corrientes del arte desconcierta también a mis padres, no pueden
entender que me gusten los monotes de Diego Rivera. Ya no sólo resultó de malas ideas sino
también de malos gustos. Lo bueno es que se resignaron pensando que esto sería temporal y
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que al final por propio convencimiento, volvería al camino de su razonabilidad. Ahora creo
que, muy en el fondo percibían mis razones, pero que no estaban en condiciones para digerir-
las y aceptarlas.
Esta revolución en la cultura mexicana, correspondió también a las corrientes universales de
cambio que estaban teniendo lugar y que a su vez eran revolucionarias, respecto al academismo
en el arte y la aristocratización en general de la cultura.
La tía María Virginia, media hermana de mi papá, era no sólo guapa sino distinguida, había es-
tudiado para profesora normalista y tenía una cultura que la hacía contrastar con el medio fa-
miliar, además se había casado con un señor, inspector de la Secretaria de Educación, libre
pensador, es decir no creyente, de quien se había divorciado sin tener hijos. Lo que la hacía aún
más diferente. Mi mamá la quiso con las naturales reservas. Yo pronto me identifiqué con ella y
creo que ella me tuvo un especial cariño. Recuerdo mucho que me obsequió dos libros que
Vasconcelos había mandado imprimir como parte de una campaña de divulgación cultural: La
Ilíada y La Odisea.
La frecuentamos Nora y yo hasta pocos años antes de su muerte, vivía en un departamento
bien puesto, agradable, frente al parque México, en la colonia Condesa, y lo hubiera hecho con
más asiduidad si no hubiera sido ella de naturaleza aislada, en gran parte por una diabetes agu-
da que condicionó mucho su vida hasta que ocasionó su muerte.
Esta última fue en plena concordancia con su modo de pensar y de vivir: consciente y serena.
Los últimos años había llevado a vivir con ella a un sobrino esquizofrénico, en los periodos
que pasaba fuera del manicomio. Los sufrimientos que esto le ocasionaba daban cuenta de su
sentido de humanidad. Cuando supo que su muerte era eminente, conocía bien los síntomas de
la enfermedad, llamó al sobrino y le dijo que permaneciera en la pieza contigua, observándola
cada determinado tiempo y cuando se percatara de su muerte, tomara de su buró una libreta
que contenía las instrucciones pertinentes, las personas a la que debería de llamar y a la agencia
donde tenía pagados los gastos del funeral. A nosotros debió llamarnos, porque rápidamente
fuimos a su departamento. Al llegar recuerdo la apuración de mi mamá y de otra señora que ya
estaba ahí, por no encontrar un crucifijo en todo el departamento, para ponerlo en su cabecera.
Por otro lado, nunca fui muy deportista. Algunas veces jugué béisbol en Veracruz con un gru-
po de niños que lo hacían en un llano a la vuelta de mi casa, pero esto sólo era parte de nues-
tros juegos habituales, que eran en general variables. En algunas otras ocasiones, tenis y fron-
tón en una pequeña cancha que los Zúñiga Nájera tenían en el fondo de su casa. Creo que una
de las razones fue el medio familiar primero y el de mis amigos después. Ninguno en mi familia
había practicado deporte alguno y mis amigos, aunque algunos lo habían hecho, ya no lo ha-
cían. Mis enfermedades a la edad en que las padecí, tuvieron que afectar en alguna medida mi
desarrollo físico, limitando mi capacidad para los deportes de fuerza, aun cuando no así para
los de agilidad o aún de resistencia. En la escuela, ya en la preparatoria técnica, llevé gimnasia y

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tuve una cierta habilidad para trepar por ejemplo por una cuerda y cosas por el estilo. En algu-
na ocasión corrí en pista y el entrenador creyó ver en mi alguna posibilidad, según me dijo, por
mi complexión delgada y piernas largas. Sin embargo, esto no debió haberme motivado lo sufi-
ciente.
En el caso de la natación, podría parecer inexplicable que habiendo vivido en un puerto, no
hubiera aprendido a nadar desde niño sino hasta ya adulto, sin embargo, no recuerdo que mis
amigos fueran a nadar, de ser así la cosa hubiera sido diferente. Creo que la razón pudo ser el
que la gente que vive cerca del mar le tiene un especial respeto, pues por ejemplo, sabe muy
bien, a diferencia de los turistas, la cantidad de casos de ahogados que ocurren durante las va-
caciones. En Veracruz, además, por lo que la gente cuenta siempre acerca de los tiburones,
probablemente con alguna exageración, pero también con alguna experiencia. En mi caso par-
ticular pudo haberme influido la muerte de mi primo.
Estando en la escuela realicé mis primeros viajes, dentro del país y el primero al extranjero. A
Veracruz lo hice con mi grupo de Composición arquitectónica para formular el programa de
necesidades, base del proyecto de una escuela naval; y a Tehuantepec, con Germán Benítez y
Felipe Rosaldo, durante un mes, para prácticas de topografía que consistieron en el levanta-
miento de planos para la Comisión Nacional de Irrigación. Aquí, además del trabajo, nos dedi-
camos a gozar el lugar y a las shuncas, como les decían a las muchachas, que con sus vestidos
típicos y el porte característico para llevarlos, lucían preciosas. Se acostumbraba celebrar a los
Santos de las iglesias con bailes populares, en tal cantidad, que casi diario los había, y nosotros
los “ingenieros” llegados de la capital, éramos más que bien recibidos.
La escuela tenía un autobús, bastante confortable, para los viajes de práctica de los alumnos y
era costumbre que a fines del año organizara viajes a los Estados Unidos. El año en que me to-
có, consistió en un recorrido desde Laredo hasta Los Ángeles, San Francisco, y luego a la presa
Boulder. Guardo recuerdos muy agradables. Siendo invierno nos tocaron varias tormentas de
nieve. En una de ellas, antes de llegar a Los Ángeles se descompuso el autobús y ante la pers-
pectiva de esperar por varias horas el auxilio requerido, soportando un frío intenso, algunos
compañeros decidimos caminar hasta el pueblo próximo. No sabíamos lo que se nos esperaba,
pues sin la ropa adecuada y sin experiencia, sufrimos lo indecible por varias horas, pero todavía
me saboreo la tasa de café caliente cuando llegamos a Tucuncari, recuerdo que era el nombre
del pueblo, en el que por cierto, el sheriff resultó un admirador de Pancho Villa.
En Long Beach subimos a la montaña rusa que se ostentaba como la más grande del mundo,
tal vez ya no, pero en mi mente no acabo de concebir que pueda haber otra mayor. Carlos
Cuevas, un compañero del que luego hablaré, por poco se nos muere. En fin, para mí, en su
momento, conocer los Estados Unidos fue una experiencia muy enriquecedora.
Los amigos acostumbrábamos ir a un billar que estaba en las calles de Laguna del Carmen, cer-
ca de la esquina con Lago de Pátzcuaro, ahí jugábamos billar o dominó o simplemente platicá-

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bamos. También frecuentábamos la cantina del señor Caloca, en la esquina de Pátzcuaro con la
calzada México-Tacuba —aún existe—. Ahí principalmente jugábamos dominó, consumiendo
las bebidas indispensables. El dueño, el señor Caloca, era un español cerrado, que nos quería
bien a pesar de ser enemigos de Franco.
Jugaba billar pero nunca llegué a aficionarme por lo que no pude ser bueno como en general el
resto de mis amigos, recuerdo en especial a Raúl Zúñiga Nájera. En cambio sí me aficioné al
dominó y llegué a ser más o menos bueno. Igual le pasó a Germán Benítez y formamos una
pareja que como además convenimos una forma de hacernos señas, casi siempre ganábamos.
En una ocasión jugué sin parar, recuerdo muy bien, desde una tarde hasta la mañana siguiente,
comiendo algunas medias noches, que Caloca hacia muy sabrosas, y bebiendo algunas sangrías.
Mucho del tiempo, lo pasábamos en alguna esquina platicando. Había amigos que no viviendo
cerca a veces nos caían. Por ejemplo, Manuel Cortés, que acaba de morir, lo recibíamos con
gusto porque era especial para contar chistes. A veces nos caía mi tío Nacho, de regreso del ca-
fé Tupinamba a donde acudía la “gente del toro” y al que él iba diario a ligar con los amigos
algún café. Nos divertía narrándonos sus conquistas con las meseras, ganándoselas por ejemplo
a Emilio Tuero, o a cualquier otro galán de moda. Divertidos, pero con bastante condescen-
dencia le hacíamos creer que le creíamos.

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Palacio Municipal de Tehuantepec

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En el viaje de la escuela a
Estados Unidos,
enero 1940.

En los Ángeles con Justo


Jofre y Carlos Cuevas

En la Presa Boulder

En una calle de San Francisco

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Grupo que formamos una de las primeras directivas del Colegio de Arquitectos de México

Mis alumnos de primer curso de Composición arquitectónica desarrollaron el


proyecto de una Escuela de Arte y fui con Víctor un domingo a revisar sus maquetas

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NOVIAZGO Y MATRIMONIO

SEGUÍ MI CAMINO PERO MUY IMPRESIONADO por la muchacha que acababa de ver
por segunda vez.
En la calle siguiente de su casa vivía un compañero de la escuela, Carlos Cuevas, al que de in-
mediato recurrí para informes. Por él supe que se llamaba Leonor pero que todo el mundo la
conocía como Nora —cosa afortunada pues el nombre le Leonor lo asociaba con la muy bue-
na, pero muy fea amiga que había tenido— pero lo más importante que me dijo fue que no sa-
bía que tuviera novio.
Me propuse conquistarla como lo decían y hacían los muchachos de mi época cuando alguna
muchacha les gustaba. Esto implicaba un cortejo con todos sus rituales. Un primer abordaje
que se iniciaba con “me permite acompañarla” y la consabida respuesta de “no me permiten
tratar con desconocidos”. Por fortuna en esta ocasión pude echar mano de un recurso: soy
amigo de Carlos Cuevas y como él es su amigo yo también podría serlo, creo que por ahí, más
o menos, fue la cosa. El caso es que si como era normal no hubo una aceptación inmediata, si
dejó la posibilidad de que continuara el cortejo (generalmente la cortejada emitía signos indica-
dores de la posibilidad o imposibilidad de éxito).
El cortejo continuó. Con frecuencia acompañaba a Carlos a su casa saliendo de la escuela con
la idea de encontrar a Nora, hasta que ella me dio el sí y nos hicimos novios. Desde el principio
acostumbramos vernos todos los días, yo desde luego sentía estar enamorado y feliz como lo
había estado con otras novias. Al poco tiempo Nora tuvo que ir a Monterrey a visitar a la Nena
su hermana. Tal vez dos o tres semanas durante las que nos escribimos cartas en las que paten-
tizábamos nuestro amor. Pero cuando ella regresó, en el momento en que la vi, sentí algo im-
borrable: volví a sentir el amor profundo que una vez había sentido y cuya sensación, tal vez,
había quedado en el fondo del mi inconsciente, esperando una nueva oportunidad. Sólo que en
este caso iba a ser para toda la vida.
El recuerdo que guardo de nuestros tres años de noviazgo es que fue dulce y apacible, creo que
nunca nos dejamos de ver, pues si nos disgustábamos siempre encontrábamos la forma de con-
tentarnos para vernos al día siguiente.
Nos veíamos todos los días en la noche, en la puerta de su casa o adentro cuando llovía o hacía
frío, en lo que servía como hall pasando la puerta. Cuando Nora trabajó en Liverpool, enton-
ces sólo existía como uno de los principales almacenes en el centro de la ciudad, la iba a espe-
rar a la salida y nos veníamos a su casa en tranvía. Cuando nos veíamos en la mañana nos íba-
mos al parque deportivo Plan Sexenal que quedaba junto a su casa. Algunas veces le dieron
permiso para ir al cine con la condición de llevar el consabido chaperón, que le tocó ser a Fer-

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nando Elizundia —no sé si por esta razón o por su comportamiento como pediatra con mis
hijos y nietos, le guardo un especial cariño. Siempre que tengo oportunidad le digo que me de-
be lo que le gasté en dulces para convencerlo de que no se sentara entre los dos como quería.
Siempre supimos que el corolario de nuestro noviazgo era el matrimonio. Pero nos impusimos
como condición el que terminara en la escuela y me recibiera antes. Lo cumplimos y el día en
que nos casamos por lo civil en la mañana, en la tarde presenté el examen profesional. Al tercer
día nos casamos por la Iglesia.
Un amigo mío me dio un consejo con la mejor intención del mundo, me dijo: "mira Reinaldo,
a la mujer ni todo el amor ni todo el dinero". Yo no seguí su consejo, a Nora le he dado todo
el amor y me ha pagado con la misma moneda, también todo el dinero y lo ha administrado
bien, desde luego mejor que yo. Total, a mí me ha ido bien, a mi amigo no lo volví a ver y no
sé cómo le haya ido.
Nuestro matrimonio se llevó a cabo con la mayor austeridad. Podría decirse que con lo míni-
mo requerido por un matrimonio de nuestro medio de clase media, dados los limitados recur-
sos económicos de nuestras familias. La ceremonia fue en el templo inmediato al Árbol de la
Noche Triste en Popotla y la recepción limitada casi a la familia en la casa de Nora. Para el via-
je de novios no había quedado dinero disponible.
Las circunstancias sin embargo se conjuntaron. Yo estaba trabajando ya en el Departamento
del Distrito Federal, en la oficina de Edificios y Monumentos aunque con un sueldo bastante
bajo y Nora en un banco, y coincidentemente los compañeros de ambos determinaron juntar
sendas cantidades en efectivo como regalo de bodas. Esto hizo posible que en el último mo-
mento contáramos con el dinero para hacer un viaje aunque económico, camiones de pasaje-
ros, ferrocarril y hasta camión de redilas, durante casi un mes recorriendo la zona de Huauchi-
nango, Nautla y Gutiérrez Zamora, regresando por Puebla. Viaje lleno de incidentes chuscos y
anécdotas sabrosas.
De regreso del viaje de bodas comenzamos a enfrentar una realidad determinada, principal-
mente por mis posibilidades económicas.
Como dos o tres años antes de terminar la escuela tuve oportunidad, gracias a la ayuda de un
ingeniero amigo de mi papá de entrar a trabajar a la Oficina de Edificios y Monumentos del
Departamento de Distrito Federal, con el carácter de supernumerario, es decir con un contrato
que solo duraba un año, en estas condiciones entramos diez pasantes de arquitectura e ingenie-
ría.
Mi primer trabajo, recuerdo, consistió en el proyecto de una casa de bombas. El proyecto lo
desarrollé con todo detalle, planos constructivos, cálculos estructurales, presupuesto y especifi-
caciones. A mi jefe, el ingeniero Juan Diez de Bonilla, que llegó a cobrarme gran afecto, le pa-

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reció muy bien y de los diez provisionales fui el único que al término del año recibí nombra-
miento definitivo. El trabajo siguió siendo interesante pero el sueldo demasiado bajo.
Esa era mi situación al regreso del viaje de bodas, la cual no dejaba otra posibilidad que irnos a
vivir con mis papás. Ya entones vivíamos en el departamento de las calles de Atlixco, en la
Condesa, reducido pero con una estancia y dos recámaras, una de la cuales ocupamos Nora y
yo. El departamento era agradable en cuanto a que todas las piezas daban a la calle con buena
orientación, pero lo reducido del mismo incrementó lo que de todas maneras hubiera sido una
difícil relación: la de mi mamá y Nora. Esta relación se fue volviendo cada vez más difícil y más
desesperante para mí. En mi afán de armonizar y creer que todo se podía resolver a base de
buena voluntad de las partes, debí haber sido injusto en muchos momentos. Es difícil ser obje-
tivo cuando se está en el centro del conflicto
A pesar de haber pasado antes grandes temporadas con penurias económicas no recuerdo que
me hubieran afectado, seguramente porque nunca me sentí directamente responsable, yo cum-
plía con estudiar y aportar, cuando estaba en condiciones, lo que podía. Pero en el momento
en que me vi incapaz de resolver económicamente una situación que dañaba mi felicidad ma-
trimonial, sentí la impotencia y la frustración que mis papás debieron haber sentido en más de
una ocasión.
Sin embargo, a pesar de haber sido una temporada difícil y en ocasiones amarga, no dejó de te-
ner recuerdos agradables superpuestos. Los momentos de amor con Nora, el nacimiento de
nuestra primera hija, deseado con un poco de angustia por el antecedente de la Nena, que no
pudo tener familia, y el de nuestro hijo después. El disfrute de algunos excedentes de dinero
cuando mi situación empezó a mejorar. Nuestro primer coche, una carcacha casi inservible por
mi total inexperiencia automotriz.
Después del nacimiento de Nora chica, Nora grande volvió a embarazarse. El embarazo trans-
currió sin contratiempos, pero a su término nació una niña con el cordón umbilical alrededor
del cuello, presionándolo, por lo que tragó líquido amniótico, con consecuencias que ocasiona-
ron su muerte a horas de nacida. Recuerdo que mis impresiones fueron, una de preocupación
por lo que para Nora representaría el hecho; y otra, de que la niña al vivir fuera a tener conse-
cuencias indeseables. Para Nora fue, naturalmente triste y frustrante, pero me parece que lo
tomó con relativa resignación y pronto lo superó. Debió haber ayudado también, su tercer em-
barazo, el de Víctor. En este caso yo deseaba que fuera niño, después de dos niñas, pero sobre
todo recuerdo la cara de felicidad de mi papá, cundo supo que era varón.
De la Oficina de Edificios y Monumentos pasé a la Sección de Cálculos Estructurales, donde
se cumplía con el requisito de revisar los cálculos estructurales de todos los edificios de más de
cinco pisos para los que solicitaban licencia de construcción. En esta sección que se había for-
mado con un grupo de ingenieros calculistas muy capaces, tuve la oportunidad de afirmar e in-
crementar mis conocimientos, con una aplicación directa, con un intercambio de criterios y

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con la discusión con los calculistas que presentaban sus proyectos. Estos últimos, siendo la
ciudad más pequeña y menos los edificios altos que se construían, eran profesionales muy re-
conocidos.
Los calculistas de la Sección teníamos la opción de contratar en lo particular proyectos estruc-
turales, con la condición de que otro compañero fuera el que los revisara. Así fue como la con-
tratación de cálculos estructurales, que realizaba en la casa, con frecuencia desvelándome, llegó
a incrementar mis ingresos, dándome un respiro económico.
A la sección llegó el ingeniero Leandro Rovirosa Wade, a quien al no tener grandes conoci-
mientos de cálculo, tuve la oportunidad de ayudar. Ayuda que determinó para mí un cambio de
situación. Ya que a los pocos meses, entró de Director de Obras Públicas un amigo de él y lo
nombró Jefe de la Oficina del Plano Regulador. Leandro me encomendó la Sección de Proyec-
tos Urbanos.
Desde que dejé la oficina de Edificios y Monumentos mi trabajo, aunque productivo en deter-
minadas experiencias no ajenas a mi vocación profesional, no se enfocaba a ésta en forma di-
recta hasta que llegué a la Sección de Proyectos Urbanos. Por coincidencia, además, estaba im-
partiendo en la escuela el Taller de planificación urbana, lo que me permitió en la primera
oportunidad, formar un equipo de trabajo con los más destacados de mis alumnos.
Los proyectos que elaborábamos debían presentarse para su aprobación a la Comisión de Pla-
nificación del Distrito Federal. Esta comisión estaba integrada por representantes de los cole-
gios de arquitectos y de ingenieros, de las cámaras de industriales y de comerciantes así como
de otros varios organismos, donde eran ampliamente discutidos. Para este fin los que los pre-
sentábamos teníamos que defenderlos aportando todos los datos y argumentos requeridos.
Uno de los primeros proyectos que me tocó desarrollar fue el de un fraccionamiento para casas
habitación de empleados del gobierno en Xotepingo, al sur de la ciudad. En él pude aplicar to-
dos mis conocimientos teóricos y lo que se consideraba entonces como avances del urbanismo,
por ejemplo, las calles que daban acceso a las casas remataban con retornos —entonces se lla-
maban cul de sacs—, para limitar la circulación de vehículos a solamente el propio acceso, al
margen de las circulaciones generales . Esto daba lugar a una zona central, jardinada, a la que se
llegaba sólo por circulaciones peatonales.
Como se trataba de proyectos novedosos, hubo que defenderlos en la Comisión de Planifica-
ción contra las ideas conservadoras de muchos de sus miembros. Algunos de los proyectos
propuestos, como el citado anteriormente, fueron aprobados y realizados, otros en cambio, no
tuvieron éxito.
Cuando se determinó la conveniencia de que el gobierno de la ciudad nombrara comités para
el desarrollo de diferentes zonas de la misma, con proyectos coordinados por el Plano Regula-
dor, pero desarrollados en detalle, el encargado del Comité de la Zona del Centro de la Ciudad,

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ingeniero Luis Ángeles, me pidió que me encargara del desarrollo del proyecto, con unos emo-
lumentos muy superiores a los que percibía en el Plano Regulador, por lo que pedí un permiso
en mi trabajo, y monté una oficina con mi mismo equipo de colaboradores para tal objeto. Al
poco tiempo compré mi primer coche casi nuevo.
El proyecto resultó interesante. Tuve que adentrarme en las entrañas de esta zona de la ciudad.
Casi no hubo vecindad que no conociera en su interior, con aspectos deprimentes, especial de
los mercados de la Merced y Tepito: prostitución, alcoholismo, miseria, en grado que seguro ya
no existe. Con este proyecto se comenzó a plantear el sistema vial, que después de algunos
años acabó realizándose en forma casi idéntica.
Debe haber coincidido casi con el término de este proyecto mi designación como Jefe del
Plano Regulador de la ciudad y como tal miembro de la Comisión de Planificación del Distrito
Federal y de la Comisión Reguladora del Crecimiento de la Ciudad.
Los arquitectos Mario Pani y Enrique del Moral presentaron un proyecto a la Comisión de
Planificación para el crucero Reforma Insurgentes y el Plano Regulador otro diferente, ambos
fueron ampliamente discutidos y ganó el segundo. Esto es importante señalarlo porque el Ing.
Manuel Moreno Torres afirmó su confianza profesional en mí, que tan importante me sería
después.
Aquí hago un paréntesis para referir un hecho que me resultó impactante. Desde muy joven he
sido especialmente sensible de la garganta y estando en el Plano Regulador me comenzó a san-
grar. Preocupado lo consulte con mi cuñado Gaspar, neumólogo, quien me indicó debía con-
sultar al Dr. Jiménez, su maestro, que se consideraba un gran especialista
Fui a verlo en un consultorio de gran lujo. Me pasaron primero a un cubículo donde una doc-
tora me hizo la historia clínica, después me vio un doctor y finalmente pasé con el maestro; pa-
ra entonces yo debí estar muy apantallado.
El maestro me auscultó cerca del cuello y con tono doctoral me dijo: tiene usted una lesión tubercu-
losa, afortunadamente tan incipiente que no la revelaría una radiografía, solo yo por mi experiencia la puedo
detectar. En otras palabras me dijo que tenía tuberculosis pero que él me iba aliviar a condición
de seguir rigurosamente el tratamiento y algo más que debió haber dicho, asistir sin falta a las
consultas, especialmente caras.
Mi reacción, dadas las circunstancias, fue irracional y ambivalente: por una parte el terror a una
enfermedad que había conocido de cerca por la tía Enedina, que la había pasado con nosotros
hasta poco antes de su muerte. Además, el ser una enfermedad contagiosa que me aislaba de
mi mujer y mis hijos. Por otra la necesidad de aferrarme a la tabla de salvación que me ofrecía
el famoso especialista de quien no quería o no podía dudar.
Una escena imborrable es la de mi mujer y mis hijos, entonces sólo Nora y Víctor, chiquitos,
parados en la puerta de la recámara dándome las buenas noches.

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El tratamiento consistió en estreptomicina, recién descubierta como específica para la tubercu-
losis y una sobrealimentación para subir de peso, que implicaba permanecer en la cama y co-
mer todo el día. El resultado fue inmediato, tanto que a Gaspar le extrañó tan rápida recupera-
ción y me mandó hacer una radiografía pensando que de haber habido una lesión, deberían
aparecer huellas de calcificación. Así lo hice y Gaspar con sorpresa, y pena por las circunstan-
cias habidas, me dijo: Compadre para mí no tienes nada
Veíamos entonces a un médico al que le teníamos mucha confianza. Le llevé la radiografía, la
vio y me dijo: Arquitecto, le tomaron el pelo, tire su radiografía y olvídese del asunto. Así lo hice, pero
como de repente me asaltaban dudas, tomé la determinación de subir con mi primo Santiago al
Popocatépetl. Nos acompañó mi cuñado Félix y si no llegué al mero cráter, fue porque él se
descompuso poco antes y tuvimos que regresarnos. Ahí acabé de darme definitivamente de al-
ta.
Estar al frente del Plano Regulador representó para mí la oportunidad que afronté con un gran
entusiasmo, de estar en el centro mismo de las decisiones que hay que tomar en lo relativo a
los proyectos de planificación urbana, de vialidad y de zonificación. De poder aplicar aun en la
medida de lo posible, los conocimientos teóricos adquiridos, y luchar por lo más avanzado del
urbanismo.
Me encontré con un personal, que salvo contadas excepciones, estaba muy burocratizado y
como no lo podía despedir, conseguí una partida adicional al presupuesto y pude volver a con-
tar nuevamente con mi mismo equipo de trabajo. Con este equipo, entre otros trabajos impor-
tantes, logramos integrar el Expediente Sociográfico de la Zona Metropolitana, base del Plano
Regulador.
Volvieron a incrementarse mis ingresos, ahora ya en forma importante. Tuve de inmediato se-
cretaria y chofer. A los pocos meses un compañero de la escuela, el Ing. Jorge Barona, que es-
taba construyendo la urbanización de la Colonia Irrigación, me encampanó con uno de los lo-
tes, en la calle de Presa Salís. El costo fue bajo y los abonos cómodos. Inmediatamente me de-
diqué a hacer el proyecto de lo que fue nuestra primera casa.
Decidimos Nora y yo empezar la construcción con un crédito hipotecario —entonces era bara-
to— y continuarla con los ahorros derivados de mi sueldo y de los trabajos que me caían en
forma privada, para distraer lo menos posible el capital de trabajo. Siempre mantuvimos un
firme propósito que al final de los años nos ha redituado: no incrementar el nivel de vida, sino
solo en la medida en que aumentaban nuestros ingresos fijos.
Recuerdo la ilusión que nos dio, primero el terreno. Nora, estando por nacer Víctor, tuvo que
ir a consulta al Sanatorio Español, pero estando tan cerca la Colonia Irrigación ¡Como no ir a
ver el terreno! Esto lo hizo caminando y el nacimiento de Víctor se adelantó unos días. Des-
pués la ilusión fue mayor cuando apenas terminada la casa nos cambiamos a ella, casi sin los

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muebles que fuimos adquiriendo poco a poco. Al poco tiempo nació Marta. Había tenido que
ser así pues ya no hubiera cabido en el departamento de Atlixco.
La colonia Irrigación quedaba en el límite de la ciudad, colindando con el campo. Las vacas lle-
gaban a pastar y se comían las plantas del prado de la banqueta, que a su vez, en verano, se lle-
naba de grillos y chapulines. Para, según nosotros, protegernos en la noche, instalé un alambre
que al menor contacto activaba una alarma con el resultado de que en una o dos ocasiones so-
nó a medianoche, y yo, el hombre de la casa, aguantando y, sobre todo, disimulando el miedo,
empuñando un rifle 22 que había comprado para tiro al blanco, tuve que bajar a ver si no se
había metido alguien.
Afortunadamente debieron haber sido sólo gatos, por lo que decidimos quitar la alarma y dor-
mirnos ya sin preocupación alguna.
En esta época, de 1950 a 1957, di clases en mi escuela de Teoría de la arquitectura, recomenda-
do por Juan O’Gorman para sustituirlo, siendo esto una de mis grandes satisfacciones; de Teo-
ría del urbanismo y Taller de composición arquitectónica. Lo cual fue una grata experiencia.
Tuve siempre muy buenos alumnos. Los grupos eran chicos, quizás 25 o 30 en las clases teóri-
cas y 12 o 15 en el Taller de composición.
Las clases se prolongaban platicando con los alumnos hasta el estacionamiento en el que to-
maba el coche. Recuerdo la vez que Víctor me acompañó, un domingo en la mañana, a revisar
las maquetas que mis alumnos habían elaborado como complemento al proyecto de una escue-
la de arte —algo debió haber influido en él. También en una ocasión en que Norita me ayudó a
pasar las calificaciones y su interés de mejorárselas a los jugadores estrellas del futbol.
Siendo profesor, el Director de la Escuela, Reinhar Rouge, no estoy seguro si así se escribe, me
designó para asistir, con los gastos pagados, como representante de la escuela, al congreso de la
Unión Internacional de Arquitectos que se iba a celebrar en la Haya, Holanda. José Santa Ana
y Héctor Alonso Rebaque se animaron y con gastos propios se adhirieron a la representación.
Volamos en uno de los grandes aviones de cuatro hélices, de los que uno se admiraba de que
con sus 60 o 70 pasajeros pudiera elevarse y sostenerse en el aire. Llegamos al aeropuerto
Schiphol de Amsterdam y de ahí nos trasladamos en autobús al hotel de veraneo de Scheve-
ningen, cercano a la Haya y sede del congreso.
El Arq. Pedro Ramírez Vázquez, presidente del Colegio de Arquitectos de México nos enco-
mendó cuidar de la exposición 4000 años de arquitectura mexicana, que había recorrido varias
ciudades de Europa y se encontraba a la sazón en la embajada de México en Francia, para pre-
sentarse en el congreso de la Haya. Para este fin, ya en Holanda, debimos hacer un viaje rápido
a París, pues recuerdo la entrevista con Jaime Torres Bodet y haber encontrado en las bodegas
de la embajada el material de la exposición, que fue pronto enviado a la Haya. Ya ahí, procedi-
mos a su montaje remangándonos las mangas y usando pinzas y martillos.

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Mi interés por el congreso no fue tanto como la oportunidad de conocer Europa. Terminado
el congreso volamos a París, para iniciar un recorrido.
Mi conocimiento a distancia de ciudades como Roma, Londres y principalmente París, se de-
bió a mi afición por la lectura, las grandes novelas decimonónicas desarrolladas en estas ciuda-
des, y mis cursos de urbanismo, tanto los recibidos como los impartidos. Por lo que sus sitios,
avenidas, plazas, monumentos me resultaban de algún modo familiares y me emocionaba estar
en ellos. El viaje debió haber durado alrededor de un mes.
Nora que sabía lo que para mí representaba conocer Europa, acogió mi viaje con muy buena
disposición y que, con sacrificio de lo que aún nos faltaba, tomara el dinero para completar lo
que la escuela me daría para los gastos.
A pesar del atractivo del viaje, recuerdo muy bien como extrañé a mi mujer, a mis hijos y a mis
papás. En todo momento deseé haber estado acompañado por Nora. Afortunadamente esto se
cumplió cuando años después en más de una ocasión recorrimos, ella y yo, los mismos lugares.
Guarda mi memoria un domingo en la tarde; estando solo en la banca de un pequeño parque
sin gente, de alguna ciudad, oyendo una música lejana, vi un niño jugando y quise que se pare-
ciera a Víctor y con Nora en el pensamiento, sentí el aguijón de la nostalgia.
A pocos años de haber salido de la escuela, encontré una forma de hacer arquitectura de
acuerdo a mis ideas, al margen de mis actividades oficiales. Los pocos intentos de servir a clien-
tes que se me habían presentado habían resultado fiascos, principalmente por mi negativa a
someterme a imposiciones de los mismos.
Mi papá disponía de un reducido monto de ahorros en la Dirección de Pensiones y con éste y
un crédito hipotecario, construí una casa muy modesta para vender, en la colonia Nueva Santa
María, que iniciaba su desarrollo.
La casa, hecha y terminada con un gran entusiasmo y cariño; con la colaboración de Nora, lle-
vando las cuentas, gustó tanto que pronto se vendió con un muy aceptable margen de utilidad.
Inmediatamente construí otra y después otras y algunos edificios. Así fue como logré estable-
cer una línea lateral de actividad profesional que constituyó la base de un capital que al ser bien
cuidado y administrado con la ayuda muy importante de Nora, y el propósito de no emplearlo
para nuestra subsistencia, que dependió de mis sueldos, compensaciones, etc. ha sido la base de
nuestra seguridad económica.
En el Plano Regulador, llegó un momento en que el enfrentamiento con una realidad, limitante
de los esfuerzos por mejorar las condiciones de la ciudad, que ya comenzaba a manifestar las
consecuencias de un crecimiento incontrolado, comenzaron a crearme un sentimiento de frus-
tración —las Brasilias con que soñamos los urbanistas sólo son posibles en circunstancias muy
particulares—, sentimiento que acabó haciéndome tomar la determinación de renunciar al car-
go. Con dificultad logré que el Lic. Ernesto P. Uruchurtu aceptara mi renuncia.

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PRINCIPALES OBRAS
UNIDAD PROFESIONAL DE ZACATENCO

AL DEJAR EL PLANO REGULADOR, mi propósito fue dedicarme por completo a la cons-


trucción de casas y edificios para vender. Pero el destino me tenía determinado otro camino.
Me salí en abril de 1956 y en septiembre del mismo año, recibí una llamada por teléfono del
Ing. Alejo Peralta, que pocos meses antes había sido designado Director de Instituto Politécni-
co Nacional, indicándome su deseo de platicar conmigo, por lo que concertamos una cita.
En la entrevista me expresó su preocupación por las obras que se estaban llevando a cabo para
constituir lo que iba a ser la Ciudad Politécnica, en parangón a la Ciudad Universitaria ya reali-
zada en el Pedregal de San Ángel, tanto por lo limitado del terreno y su ubicación como por la
falta de unidad de los proyectos y la aparente mala calidad de las construcciones. Me dijo que al
exponer sus dudas al Ing. Manuel Moreno Torres, Director de Obras Públicas del Departa-
mento del Distrito Federal, egresado politécnico, éste le había sugerido pedirme una opinión.
De inmediato le dije que no sólo se la daría sino que elaboraría un dictamen fundamentado.
Me puse de inmediato a trabajar y concluí un dictamen expresado en varias láminas y que con-
cluía con las siguientes consideraciones: el proyecto se condicionaba a la expropiación de te-
rrenos con importantes instalaciones como eran, entre otras, el parque deportivo Plan Sexenal,
dos hospitales, un conjunto de casas obreras, dos manzanas de habitaciones. Por mi experien-
cia en el Plano Regulador sabía que además del costo excesivo de las expropiaciones existía el
costo social, por lo que el proyecto para la totalidad del conjunto se antojaba utópico. Además,
que de realizarse, no resolvía el problema del crecimiento de la Institución en un futuro ya muy
cercano
En cuanto a los proyectos arquitectónicos, estos tenían el inconveniente de obedecer a criterios
muy diferentes, tanto en la apreciación de necesidades como en la concepción de los espacios,
pero el mayor defecto resultaba de que, al corresponder a escuelas independientes, en nada se
aprovechaba la posibilidad del uso común de muchas partes, en especial laboratorios costosos
cuyo uso debía optimizarse.
Terminado el dictamen se lo presenté al Ing. Peralta. Su reacción inmediata fue de indignación
por lo que consideró una dada de atole con el dedo al Politécnico. Me pidió que se lo presentara al
Ing. Moreno Torres y así lo hice. La reacción en este caso fue la misma del Ing. Peralta. Ya más
calmado me llevó al frente de la gran fotografía aérea que tenía en su privado y frente a ella me
dijo: Arquitecto, vamos a buscar los terrenos adecuados para la realización de algo que puede ser diferente a la
Ciudad Universitaria, pero en ningún modo inferior. Después de no mucho buscar encontramos los

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del ejido de Santa Catarina, al sureste de la ciudad, que nos parecieron adecuados por su exten-
sión y ubicación.
Tratando de calmar su furia ya mezclada con cierto entusiasmo me invitó al cine. Le habló por
teléfono a Cristina, entonces su novia, yo le hablé a Nora y los cuatro nos fuimos al cine. Ya
ahí, recuerdo muy bien que no pude ver la película. Los pensamientos se me agolpaban. Un ar-
quitecto sueña toda la vida con la realización de grandes proyectos, y la posibilidad que se apa-
recía de pronto, me conmocionó profundamente.
A los dos o tres días me citaron a un desayuno al que debía llevar mi dictamen. A este desa-
yuno acudieron además del Ing. Alejo Peralta y el Ing. Manuel Moreno Torres, el Ing. Walter
C. Buchanan, entonces Secretario de Comunicaciones y también egresado del Politécnico y el
Lic. Raúl Salinas Lozano, Presidente de la Comisión de Inversiones —equivalente al actual Se-
cretario del Programación y Presupuesto— que se consideraba además, especialmente cercano
al presidente Adolfo Ruiz Cortines, y amigo personal del Ing. Peralta.
En este desayuno, después de la presentación de mi dictamen y de una serie de comentarios
favorables, tanto el Ing. Buchanan como el Lic. Salinas Lozano ofrecieron apoyar el proyecto
ante el Presidente de la República. Me pidieron que elaborara un anteproyecto de un conjunto
con un nombre diferente al de Ciudad Politécnica, en los terrenos que habíamos escogido el
Ing. Moreno Torres y yo.
Prevalecía en el Politécnico una fuerte tensión política, la Federación de Estudiantes Técnicos
mantenía una actitud en contra del gobierno, posiblemente engendrada por una actitud del pre-
sidente Miguel Alemán, abiertamente favorable a la Universidad Nacional y en contraste, des-
favorable al Politécnico.
A esto debió sumarse otra circunstancia: el edificio del Internado del Politécnico se había he-
cho para dar alojamiento y asistencia a los alumnos carentes de recursos, pero en poco tiempo
había desvirtuado su función, prestándose a una serie de irregularidades, entre otras, alojar in-
ternos que no justificaban ni su situación económica ni su nivel de aprovechamiento escolar,
pero en cambio, sí una determinada actividad política, además de que se traficaba con todo,
desde alcohol hasta penicilina.
Para terminar con esta situación, el Ing. Peralta tomó la determinación y la responsabilidad de
clausurar el Internado, sustituyendo su función con becas a los alumnos carentes de recursos y
con buenas calificaciones de aprovechamiento.
Entre las demandas de los líderes estudiantiles, estaba la de acelerar las obras de la Ciudad Poli-
técnica. Toda esta situación política había que tomarla en cuenta y proceder, en relación con el
nuevo proyecto que se planteaba, con el mayor cuidado.
Por esta razón se me pidió que el anteproyecto se realizara dentro del mayor secreto. Así fue
como organicé un taller en el garaje de mi casa —esta fue la que rentamos en presa Salinillas

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después de vender la de Presa Solís y mientras construíamos la de Tecamachalco— y con tres
o cuatro de mis más selectos colaboradores, nos entregamos al trabajo en forma exhaustiva.
Terminado el anteproyecto, después de más de tres meses de intenso trabajo, recuerdo que
comprendía muchas láminas de 0.90 x 1.20 metros, lo expuse al grupo. A todos les pareció sa-
tisfactorio y se propusieron gestionar su presentación al Presidente.
Me fui a descansar a Acapulco, pero no acababa de llegar cuando me llamó el Ing. Peralta para
asistir a la entrevista ya concedida por el Presidente. Ya en la entrevista, yo permanecí en la an-
tesala mientras los miembros del grupo, los que cité como asistentes al primer desayuno, trata-
ban con el Presidente, hasta que me llamaron para explicar el proyecto.
Ruiz Cortines, que en general era un hombre tranquilo, de pocas palabras, me escuchó con in-
terés, haciendo de vez en cuando algunas preguntas que yo atendí de inmediato. Cuando se
consideró terminada mi exposición regresé a la antesala, con una gran duda sobre la impresión
que el proyecto hubiera causado en el Presidente,
Sólo cuando salió el grupo confirmé que había sido satisfactoria y que lo único que había obje-
tado era la ubicación, que por razones políticas le parecía mejor que ésta fuera al norte, para
provocar, además, un desarrollo más equilibrado de la ciudad. Por lo que la siguiente decisión
del grupo fue encontrar unos terrenos igualmente adecuados en el norte de la ciudad y que me
abocara al desarrollo en ellos, del proyecto definitivo.
En consecuencia se encontraron y adquirieron los terrenos de los ejidos de Zacatenco y Tico-
mán, ya no de uso agrícola sino explotados como ladrilleras por familias que vivían en condi-
ciones inhumanas. Estos terrenos, por su ubicación, sensiblemente en la intersección de dos de
los grandes ejes industriales del Valle de México, cumplían con uno de los requerimientos y por
su extensión, de 250 has, cubrían las necesidades actuales y garantizaban un amplio desarrollo
futuro.
De inmediato se me autorizó el montar una oficina, ya que la mía particular resultaba estrecha
para la magnitud del trabajo que se requería. Encontramos un local adecuado en las calles de
Río Tíber de la colonia Cuauhtémoc, a dos calles de Melchor Ocampo, y se normalizó la forma
de cubrir los gastos inherentes, para proseguir a la realización del proyecto definitivo, en los
nuevos terrenos.
El proyecto avanzó hasta estar en condiciones de iniciarse la obra. Paralelamente se acondicio-
naron los terrenos. Sólo faltaba y se esperaba, ya con cierto nerviosismo, la autorización defini-
tiva del Presidente, cuando el sismo del 28 de julio de 1957, cerca de la madrugada, derrumbó,
al igual que otros edificios de la ciudad, varios de los que se estaban construyendo para la lla-
mada Ciudad Politécnica, dejando inútiles otros. A los pocos días el presidente Ruiz Cortines,
ante esta emergencia, dio la orden de iniciación de las obras y autorizó los recursos requeridos.

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En octubre se comenzaron las obras y en febrero de 1959 se iniciaron los cursos en los prime-
ros cuatro edificios de la Unidad Profesional de Zacatenco, satisfaciendo al fin el anhelo de la
comunidad politécnica.
Desde luego, por razones obvias, se olvidó el nombre de Ciudad Politécnica, por más que el
proyecto, por su magnitud, no dejó de integrar una importante área urbana y se optó por el de
Unidad Profesional de Zacatenco, previendo que con el tiempo se crearían otras unidades se-
mejantes, de acuerdo a una mejor política de descentralización.
El Politécnico, en el momento, a poco más de 20 años de su creación, era una institución joven
en pleno desarrollo, con una población estudiantil de alrededor de 50 000 alumnos, pero acu-
sando un crecimiento impredecible y enfrentado al compromiso de satisfacer la demanda de
profesionistas técnicos que el incipiente desarrollo del país demandaba, en nuevos y diferentes
campos.
Cuando al Presidente Ruiz Cortines se le pidió que inaugurara lo que podía considerarse una
primera etapa, se rehusó, argumentando que más le convenía al Politécnico que el próximo
presidente tuviera la motivación de sólo una inauguración final.
Al poco tiempo de iniciadas las obras, se me requirió la elaboración del proyecto del Centro de
Investigación y Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional, en la parte norte de los
mismos terrenos. El proyecto se realizó bajo los mismos principios y las obras con los mismos
sistemas constructivos con pequeñas variantes.
Con el apoyo decidido del Presidente Adolfo López Mateos, quien con frecuencia visitaba las
obras informalmente, a veces acompañado por un muy amigo, ingeniero de la ESIME, cuyo
nombre no recuerdo, los trabajos se continuaron sin interrupción, hasta que en 1964, quedó
prácticamente terminada la Unidad, con excepción del estadio y de un Museo Vocacional de
Ciencia y Tecnología, también previsto en el proyecto y del que únicamente se realizó el plane-
tario Luis Enrique Erro, y fue inaugurada por el Presidente López Mateos como lo había suge-
rido el presidente anterior.
A los pocos días Nora y yo, para recuperarme de fatigas acumuladas por varios años, hicimos
un viaje de tres meses, con los gastos pagados, alrededor del Mundo.
Acerca de este periodo, que va desde el momento en que se me encomendó, en 1956, un dic-
tamen sobre lo que se estaba llevando a cabo en Santo Tomás y que no era otra cosa sino una
triste caricatura de la Ciudad Universitaria, hasta la inauguración, en 1964, de la Unidad Profe-
sional de Zacatenco, se podrían contar muchas cosas. Por ejemplo en relación con el equipo de
trabajo que se formó.
En mis clases de Teoría de la arquitectura y Teoría del urbanismo, pero principalmente en los
Talleres de composición arquitectónica, tuve la fortuna de tener en general muy buenos alum-

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nos y entre ellos algunos de excelencia, tanto por su decidida vocación hacia la arquitectura,
como por su capacidad y dedicación.
En la primera oportunidad que tuve, como ya dije entes, primero en la Sección de Proyectos en
el Plano Regulador de la Ciudad, después en el proyecto de la Zona del Centro y finalmente
como jefe del Plano Regulador, los fui llamando a colaborar conmigo. Así fue como logré inte-
grar un equipo de primera, que naturalmente, a partir de la iniciación, tanto de los proyectos
definitivos de la Unidad Profesional de Zacatenco, como de las obras, tuvo que irse ampliando
en forma importante
Se requirió de especialistas en los diversos campos: en el cálculo y diseño estructural; de la
construcción, tanto de los edificios como de la urbanización; de las diversas instalaciones, hi-
drosanitarias, eléctricas y electrónicas; en acústica, en jardinería, en administración de obras,
etc. Para todos hubo el cuidado de seleccionar a los profesionales más idóneos y por su origen
politécnico, más comprometidos con su Institución.
A este equipo se sumó mi primo Santiago, al que ya había colocado en el Departamento del
Distrito Federal igual que al tío Nacho que seguramente fue la primera vez en su vida que tra-
bajó, cumpliendo con especial esmero, desde entonces hasta el día en que murió. Recuerdo que
alguna vez me dijo que muchos lo tildaban de vago pero nadie le había dado trabajo. Santiago,
al que nombré jefe de la sección de proyectos, fue siempre una de mis gentes de confianza.
En el caso de los contratistas de obras se contaba con una experiencia reciente. El Ing. Manuel
Moreno Torres, siendo Director de Obras Públicas, de acuerdo con el entonces Regente, Lic.
Uruchurtu, sustituyó a los contratistas de obras por Directores de Obra, que en lugar de con-
tratar las obras a precio alzado, las dirigían y administraban de acuerdo a un tabulador general
de precios, por todo lo cual percibían unos honorarios establecidos. El resultado había sido sa-
tisfactorio, tanto por la calidad como por la economía en costo y tiempo de las construcciones.
Con este mismo criterio, se seleccionaron Directores de Obra, para la construcción de cada
uno de los edificios, entre los contratistas más destacados y con más experiencia, egresados del
Instituto.
El proyecto de la Unidad Profesional de Zacatenco fue un reto. Fue un gran reto.
Cuando se implantó la enseñanza de la arquitectura en el Politécnico, en todo el país sólo exis-
tía una escuela de arquitectura, la de la Universidad Nacional. Y si bien es cierto que quienes la
implantaron y primero nos formaron, fueron destacados arquitectos universitarios, no dejó de
existir una cierta reticencia respecto a nuestra emergencia en el medio profesional, motivada
sobre todo, por la ambigüedad del título que finalmente se nos había impuesto.
El proyecto de la Unidad Profesional de Zacatenco nos brindaba una oportunidad de oro para
demostrar nuestra convicción de ser arquitectos, con una concepción moderna de la arquitec-

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tura, asumiendo la gran responsabilidad que al mismo tiempo esto implicaba. Sería en cierta
manera, una carta de presentación
El reto motivó la disposición del máximo esfuerzo para lograr resultados óptimos. Este espíri-
tu permeó toda la realización de las obras.
No todo fue fácil, sin embargo. Poco antes de comenzar las obras el Ing. Moreno Torres me
dijo que en el Patronato se consideraba que como arquitecto yo era muy joven y desconocido,
para que se me encomendara un proyecto de tanta importancia, y se había propuesto el llevarlo
a concurso; que él me había defendido, tanto por la confianza que me tenía como porque junto
con el Ing. Peralta habían estimado los trastornos que implicaba el concurso, y que finalmente
los había convencido a cambio de solicitar a destacados arquitectos que juzgaran mi proyecto y
emitieran una opinión.
Me indicó que los arquitectos escogidos eran: José Villagrán, Mario Pani y Enrique Yáñez, y
que yo debía aceptarlo y enviarles copias del proyecto con todas las explicaciones necesarias.
A Villagrán no lo conocía personalmente y él seguramente a mí tampoco, con Mario Pani exis-
tía el antecedente de haberle ganado en la Comisión de Planificación con el proyecto de la Glo-
rieta de Insurgentes y Yáñez, aunque había sido mi maestro, mi relación con él no había sido
especial.
Ante lo irremediable les envié el proyecto y esperé con los dedos cruzados el resultado. A los
pocos días recibí de los tres sendas copias de las opiniones presentadas al Patronato. Al leerlas
y analizarlas con cuidado, me fui tranquilizando y llenando de satisfacción al percatarme de que
sus juicios, además de detallados y fundamentados, resultaban favorables y aún elogiosos para
el proyecto. Naturalmente aún las conservo.
El resultado de las opiniones debió haber reforzado la confianza, tanto de Moreno Torres co-
mo de Peralta y afilado mis armas para la lucha que de todos modos tuve que sostener, sobre
todo al principio, con ellos mismos para la defensa del proyecto.
Esta lucha singular, se dio bajo circunstancias favorables y desfavorables que al combinarse
dieron siempre los resultados deseables. El temperamento, tanto de Moreno Torres como de
Peralta era muy semejante: impositivo y tajante, acostumbrados a mandar y ser obedecidos, pe-
ro al mismo tiempo reflexivos, con una gran inteligencia y sentido práctico. Dada la fuerza de
su carácter y su situación de poder, económico y empresarial de uno y político del otro, sólo a
ellos dos tenía que convencer, y al lograrlo se me eliminaba cualquier obstáculo.
Yo, con la terquedad y persistencia que creo haber tenido para lograr lo que me propongo, fui
desarrollando una forma política de tratarlos. Por ejemplo, nunca contradecirlos de primera in-
tención, sino conducirlos con la mayor habilidad posible a la consideración de mis argumentos.
Sobre todo aprovechándome de la dualidad, así cuando uno de ellos trataba de imponerme una

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modificación, lograba convencer al otro para convertirlo en mi aliado defendiendo la integri-
dad del proyecto.
Poco a poco se fue reduciendo esta lucha, no sólo con ellos sino también con los funcionarios
o directores de las escuelas y aún con el mismo Director del Politécnico —en algún caso con el
Secretario de Educación Pública—. Mi fuerza para esto resultaba de la de Peralta y Moreno
Torres, quienes a su vez estaban conscientes de que un proyecto arquitectónico sucesivamente
modificado, acaba siendo un desastre.
Al final considero que logré una gran libertad para el proyecto por lo que se conservó en su
forma original. Alguien, en un momento, se encargó de decirme que de todos los defectos que
pudieran resultar, así como de algún desastre —recordando seguramente los de Santo To-
más— que aconteciera, yo sería el único responsable.
Recuerdo, por ejemplo, que cuando se presentaron los proyectos definitivos al Patronato que
ya se había constituido, uno de sus miembros, el Ingeniero Germán Campos, socio de la fábri-
ca de estructuras Campos Hermanos —la más importante que existía en el país— objetó las
estructuras soldadas a tope, diciendo que eran de popotes y que se caerían con el más leve sis-
mo. Aunque reconoció la ya viabilidad técnica de las mismas, argumentó que en México care-
cíamos de la mano de obra calificada y de la posibilidad de supervisión que requerían.
Como la opinión del lng. Campos, prestigiado egresado de la ESIME, era de peso y efectivamen-
te, el aspecto ligero de las estructuras soldadas a tope contrastaba con la pesadez de las que
Campos Hermanos fabricaba, a base de placas y remaches, el Patronato rechazó su aplicación,
recomendando las tradicionales.
Sin resignarme al cambio, con el apoyo de la suerte, conocí en el momento preciso a un joven
ingeniero, Sergio Mohar Llorens, también de la ESIME, que justamente regresaba de los Esta-
dos Unidos donde se había especializado en supervisión de soldaduras y preparación de perso-
nal calificado, trayendo además consigo una cápsula radioactiva para tales fines. Con su valiosa
y muy oportuna ayuda, convencimos al patronato para que autorizara las estructuras propues-
tas
Otra anécdota interesante: en 1963, se celebraron en México las Cuartas Jornadas Internacio-
nales de la Unión Internacional de Arquitectos
Como es normal, meses antes se plantearon las posibles sedes del evento. En este caso fueron,
si mi memoria no me engaña, la Ciudad Universitaria, el Centro Médico y la Unidad Profesio-
nal de Zacatenco. La elección favoreció a la Unidad Profesional de Zacatenco por la razón de,
palabras más o menos, lo avanzado de su arquitectura. Tomada esta decisión, los miembros del
comité se trasladaron a Zacatenco para constatar la posibilidad de su realización.

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La parte que se ofrecía de la Unidad era el Centro Cultural, cuyo proyecto estaba aprobado así
como la partida presupuestal para su realización, pero como no se había podido ejercer todavía
esta última, no se había iniciado la obra.
Al percatarse de esto el Comité, se mostró reticente a su aprobación como sede. Pero otra vez,
el apoyo de un buen amigo desafortunadamente ya fallecido, el Arq. Ramón Corona, miembro
de la directiva del Colegio de Arquitectos de México, les dijo que él había observado la forma
en que se habían llevado a cabo las obras del conjunto y que si Pérez Rayón aseguraba la ter-
minación oportuna del Centro Cultural, el tenia plena confianza en el ofrecimiento. Esto fi-
nalmente convenció al Comité el cual autorizó la sede.
Indudablemente que el ofrecimiento era motivado por un deseo ferviente, pero había desde
luego, algo de irresponsabilidad en ello. Afortunadamente las circunstancias volvieron a ser fa-
vorables. Los recursos pudieron ejercerse pronto y se iniciaron las obas. El tiempo de todos
modos fue muy apremiante, pero se cumplió el compromiso.
Justo en el momento en que salía el último jardinero, entraba el Arq. Pierre Vago, Presidente
de la Unión Internacional de Arquitectos, para inaugurar solemnemente, en el Centro Cultural
de La Unidad Profesional de Zacatenco, escogida como sede, las Cuartas Jornadas Internacio-
nales de Arquitectura, con asistencia de los más importantes arquitectos del Mundo.
Pero en este día de la inauguración, otro incidente da lugar a una anécdota más.
Exhausto por los últimos días de trabajo en la obra, sobre todo del auditorio principal, descan-
saba en la noche en mi casa cuando uno de mis más cercanos colaboradores, el Arq. Pedro
Kleimburg, me llamó por teléfono para decirme que fallas en el sistema de traducción simultá-
nea, tenían muy preocupados a los organizadores. De inmediato me trasladé al centro y cuando
llegué, al bajar del coche, un hombre relativamente joven se me acercó y me dijo: arquitecto, usted
no me conoce, soy ingeniero de comunicaciones de la ESIME, conozco el problema, si me autoriza usted, le doy la
seguridad de solucionarlo. Le dije que sí y efectivamente no volvió a haber ninguna falla en el sis-
tema de traducción simultánea. Me apena no recordar siquiera su nombre, si es que me lo dijo.
La Ciudad Universitaria estaba concluida e indiscutiblemente era una realización de arquitectu-
ra moderna muy importante y de gran valor. Esto representaba para nosotros la ventaja de una
experiencia viva y actual en nuestro medio, de la que, a condición de asumir una actitud crítica,
estricta y honesta, podíamos aprender de lo que considerábamos aciertos y de lo que conside-
rábamos errores.
Al final, diferencias importantes, en la formulación de los programas de necesidades, la con-
cepción de una unidad orgánica, a diferencia de un conjunto de escuelas contiguas, la preocu-
pación por la dinámica y elasticidad de los espacios; la determinación del uso de materiales y
sistemas constructivos más avanzados, la rigurosa modulación generalizada y algunas otras par-

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ticularidades dieron como resultado un proyecto diferente al de la Ciudad Universitaria, con
características muy particulares, tanto desde el punto de vista funcional como estético.
En la inauguración de Zacatenco, después de la ceremonia que tuvo lugar en una de las plazas,
me tocó guiar al Presidente a la exposición que se montó en uno de los edificios, para no tener
que hacer el recorrido por todo el conjunto, y explicarle en ella, todo el proyecto realizado. A
los pocos días, para reponerme del desgaste físico acumulado, mi mujer y yo, como ya lo dije
antes, emprendimos el viaje más largo que hemos hecho, tres meses alrededor del mundo. Na-
turalmente con todos los gastos pagados.

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Explicando el Proyecto a López Mateos. En la foto superior aparecen también el
Rector de la Universidad Nacional y el Director del Politécnico, y en la inferior Jaime
Torres Bodet, Manuel Moreno Torres, Víctor Bravo Ahuja y Ruth Rivera.

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CICITEC Y OTROS PROYECTOS Y OBRAS

AL REGRESO, ya con un Patronato de Obras formalmente constituido, como Presidente del


mismo y como Director de Proyectos y Obras, tuve la oportunidad de seguir colaborando para
la realización de otras Unidades Profesionales, descentralizadas del Instituto.
De éstas la más importante, que tal vez por ambiciosa, sólo ha quedado realizada en una pri-
mera etapa, fue La Ciudad de la Ciencia y la Tecnología (CICITEC).
En este caso, la calificación de ciudad es perfectamente justa. Efectivamente se trata de un con-
junto urbanístico para una comunidad académica con vida propia, alejada lo suficiente del área
metropolitana para garantizar el no ser conurbada, librándose de los problemas de la concen-
tración urbana y con las mayores ventajas, en cambio, para el estudio y la investigación.
Para este fin se adquirieron terrenos de la Exhacienda del Mayorazgo situada en el límite del
Estado de México con el de Morelos, y con acceso por la carretera Xochimilco-Oaxtepec. La
zona en que se ubican es boscosa, de una gran belleza y su superficie, varias veces la de los te-
rrenos del Politécnico en Zacatenco y Ticomán, permitió la realización de un proyecto que
comprende tres campus, uno de Ciencias Físico Matemáticas, otro de Ciencias Médico Biológi-
cas y otro de Ciencias Económico y Administrativas
Además de los edificios e instalaciones complementarios para la cultura y el deporte, el proyec-
to satisface las necesidades de habitación con sus correspondientes servicios, escuelas, comer-
cios, de salud, seguridad, administración y gobierno, para una población de alrededor de 40,000
habitantes.
El proyecto, desde el punto de vista arquitectónico, obedeció a los mismos requerimientos y
propósitos del de la Unidad Profesional de Zacatenco, sólo que tomando en cuenta las muy
particulares condiciones del clima, y de la topografía del terreno. Desde el punto de vista urba-
nístico se aplicaron los principios más significativos del urbanismo moderno.
La primera etapa que se realizó y ha estado en pleno funcionamiento sólo consiste de varios
edificios tipo, de aulas y laboratorios, comunicados entre sí con puentes cerrados, dado el clima
local, para la parte de Ciencias Médico Biológicas y por referencias de algunos alumnos y pro-
fesores sé que el trabajo académico se lleva a cabo en las mejores condiciones de ambiente.
Otras de las obras importantes, correspondiendo a una adecuada política de descentralización
urbana, fueron la Unidad Profesional para ingeniería Mecánica y Eléctrica, en Culhuacán; la
Unidad Profesional para Arquitectura en Tecamachalco, y la Unidad Profesional para Comer-
cio y Administración en Tepepan.

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Con el propósito de conocer y recabar información relativa a los proyectos y las obras hice va-
rios viajes al extranjero. Así fui a Estados Unidos, a la ciudad de San José en California, una
pequeña ciudad universitaria, acompañado de un funcionario de deportes del Politécnico, para
obtener datos de las pistas de tartán que empezaban a usarse. A Boston a conocer el famoso
MIT, en especial sus laboratorios. A Chicago acompañado de Pedro Kleimburg para obtener
información de su Museo Tecnológico, y aprovechamos para visitar y platicar con Mies Van
der Rohe. A Nueva York como representante del Politécnico, junto con un doctor en física
nuclear para tratar lo relativo a un reactor nuclear que pretendían venderle al Politécnico, por
mi parte para conocer las necesidades del edificio que habría que construir. En Nueva York
también para conocer y recabar información de su planetario en el Central Park.
En una de las ocasiones me acompañaron Víctor y Santiago, teniendo lugar anécdotas simpáti-
cas, como el haber ocupado una de las lujosas suites del Hilton de Nueva York, claro que por
un error del hotel, o como el casi perder el avión al regresar de Washington, por haber equivo-
cado el aeropuerto.
A Brasil, fui a Río de Janeiro acompañando a José Antonio Padilla Segura en su encargo para
gestionar el establecimiento de una Comisión Latinoamericana para algo relacionado con la fí-
sica. Ahí aproveché para conocer con detalle el estadio de Maracaná y volé para conocer Brasi-
lia, y me encontré con Oscar Niemeyer para invitarlo a la Cuartas Jornadas Internacionales de
Arquitectura, por celebrase en Zacatenco.
A Europa también acudí otras veces en igual forma. A parte del primer viaje, algunos otros por
interés de recabar información para el proyecto de Zacatenco. Me envió el Comité Olímpico
Mexicano a conocer y recabar información de las instalaciones olímpicas de Tokio y Roma, así
como del Palacio de los Deportes de Viena, que al parecer del General Clark, presidente del
Comité, reunía las mejores condiciones, lo que pude constatar. También fui como observador,
junto con varios miembros de Comité Olímpico Mexicano, a la Olimpiada de Invierno en la
ciudad austriaca de Innsbruck.
Los viajes encomendados por el Comité Olímpico dieron por resultado que se me encargara,
primero, la realización, del programa de necesidades y normas que servirían de base para el
proyecto de un Palacio de los Deportes, requerido para las olimpiadas por celebrarse en la ciu-
dad de México, y después la elaboración del proyecto.
Desafortunadamente, hubo cambio de Gobierno, con la salida del general Clark. Los nuevos
funcionarios del Comité consideraron que debía convocarse a un concurso, al que fui invitado
a participar con mi proyecto ya aprobado. El proyecto ganador, con el que se construyó el ac-
tual Palacio de los Deportes, no cumplió con lo fundamental del programa de necesidades ni
con las normas fijadas. A mí, tal vez como premio de consolación, se me pagaron los gastos
del proyecto igual que a los demás concursantes, a pesar de que ya se me habían cubierto los
honorarios correspondientes, sin que esto me consolara lo más mínimo.

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También fui invitado a concursar, con los gastos pagados, para el proyecto del Nuevo Colegio
Militar. Durante la elaboración del proyecto fue cundiendo la sospecha de que el proyecto ya
estaba designado a uno de los concursantes que al final resultó el ganador, ¿tal vez?. En cam-
bio, cosas de la vida, se me invitó a concursar, también con los gastos pagados, para el proyec-
to del Centro para la Contaduría Pública Mexicana. Invité a colaborar a David Sánchez Torres
y a Raúl Illán Gómez. Ganamos el primer lugar y luego supimos que uno de los concursantes
había elaborado el proyecto con anticipación, pero por alguna razón la directiva del Colegio de
Contadores había optado mejor por el concurso. El edificio, creo que por problemas con el te-
rreno, no se realizó, hasta que años después se construyó, con otro proyecto, desde luego, en
Bosques de las Lomas.
Para mí han sido muy satisfactorios los reconocimientos de la calidad arquitectónica, de los
proyectos a los que he hecho referencia, expresados, con diferentes motivos. Las distinciones y
premios obtenidos, aparte de satisfacer mi vanidad, los veo como el resultado de una actitud de
entrega al trabajo, y una valoración de la obra realizada con la ayuda de mis colaboradores y
basada en la congruencia de la misma, con los principios que me fueron imbuidos y en los que
siempre he creído y tercamente defendido.
Para exponer mis ideas y gran parte de mis obras, edite el libro IDEAS Y OBRAS. Reinaldo Pérez
Rayón.

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MIS VIAJES

DE MIS GUSTOS, creo que tiene un lugar especial el de los viajes. No sé si mi infancia en Ve-
racruz, con la presencia de barcos venidos de todo el mundo, lo que también me motivó a co-
leccionar timbres postales, que obtenía en las agencias aduanales del puerto, o mi gran afición
por la lectura, o mis clase de teoría de la arquitectura y del urbanismo, primero recibidas y lue-
go impartidas, o mi simple deseo de conocer, determinaron en mi un afán de viajar que he
conservado toda mi vida y que fui contagiando a Nora.
Nora desde joven y hasta la fecha se ha interesado por ampliar su cultura. Llevó primero, con
gran aplicación, cursos de inglés en el Instituto México-Norteamericano hasta llegar a hablarlo
y entenderlo. Posteriormente en el Instituto Francés para la América Latina llevó por varios
años cursos para aprender el francés, hasta llegar también a hablarlo y entenderlo, así como
otros muy interesantes de cultura francesa. Además los que ha seguido tomando, historia de las
religiones o de culturas orientales, entre otros.
Esto la ha hecho disfrutar, los viajes que ya sólo por placer he hecho con ella. Así, por ejemplo,
en Francia y España hicimos recorridos siguiendo algunas de las rutas de peregrinación de la
Edad Media hacia Santiago de Compostela, marcadas por una sucesión de ermitas románicas
de gran belleza. En otras ocasiones, con intereses similares, bien en las grandes catedrales góti-
cas, bien en la arquitectura y el arte bizantino.
Nuestros viajes en América, además de los hechos a Estados Unidos y Canadá, incluyeron
Guatemala con su zona maya y la ciudad de la Antigua, donde disfrutamos sus calles con efí-
meras alfombras de flores para la celebración de la Semana Santa. Perú, donde desde Iquitos,
embarcados en el río Nico llegamos a un punto del río Amazonas, habitado por la tribu Yagua,
conociendo su forma de vida primitiva, y adentrarnos, por un momento, a la espesura de la
selva amazónica. La antigua y bella ciudad de Cusco, pero sobre todo la maravilla prehispánica
de Machu Picchu.
A Cuba viajamos al término de la Revolución encabezada por Fidel Castro y su grupo, inclu-
yendo al Che Guevara. Los familiares de Nora, españoles radicados ya de tiempo ahí, nos reci-
bieron y agasajaron con cariño. El tío, ya mayor, había conseguido de Fidel, el conservar parte
de la tierra que cultivaba, gracias a lo cual la familia parecía mantener condiciones satisfactorias.
Ya ahí, pudimos percatarnos del entusiasmo, casi eufórico, sobre todo de los jóvenes por el
triunfo de la Revolución y la fe en un promisorio futuro para el país. La mayoría de la gente de
recursos y privilegios del régimen anterior, había podido salir y radicarse en el punto geográfico
más cercano, Miami, Florida, desde donde mantenía su oposición al sistema socialista estable-
cido por Fidel Castro. Los Estados Unidos, que desde luego los apoyó, declaró un boicot eco-

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nómico a la Isla. Pero con el afortunado apoyo de la URSS se pudieron mantener los propósitos
de la Revolución: una igualdad social con relativo bienestar. Eliminar el analfabetismo y elevar
el nivel educativo hasta el grado profesional y el de salud, cuya asistencia —tomando como
modelo el Seguro Social de México— llegó a todo el pueblo, y aún pudo mandar en ayuda, en
caso de necesidad, a médicos bien preparados a varios países de menores recursos.
Años después, en un segundo viaje, ya retirado el apoyo soviético, nuestras apreciaciones fue-
ron desilusionantes: el deterioro del bienestar sufrido por una apreciable disminución de los in-
gresos, casi al nivel de subsistencia, de una población más educada, con elevado número de
profesionistas y con mejor salud, resultaba más patético. Las viviendas construidas por interés
social, acusaban notorio deterioro por falta de mantenimiento.
Otro hecho nos constató e impactó. La apertura al turismo por la necesidad económica de ad-
quirir dólares, creó condiciones sociales indeseables: parte de la población favorecida discrimi-
nando al resto, un ejemplo basta, la no admisión a los cubanos a los grandes hoteles que se
construyeron y aun a sus playas.
En Brasil, gozando siempre de la belleza de Río de Janeiro y del colorido urbano de San Salva-
dor, Bahía. Ahí tuvimos la oportunidad de asistir a una ceremonia budú. Las cataratas de Igua-
zú vistas desde el lado brasileño y del argentino. En Argentina, la especial señoría de Buenos
Aires. Al ir de ahí a Bariloche la encontramos sin nieve, pero por suerte en la noche nevó y al
día siguiente pudimos disfrutarla con sus instalaciones nevadas.
Al ir a la entonces Unión Soviética, en Pekín tomamos un ramal del tren Transiberiano para
cruzar el gran desierto de Gobi con sus vistas maravillosas y llegar a Ulán Bator, capital de
Mongolia donde celebró mi mujer sus 60 años. De ahí volamos a Irkustk en Siberia e iniciamos
un recorrido con un grupo, hasta Leningrado, y de ahí, ya solos de regreso hasta Bakú, Azer-
baiyán. En Leningrado gozamos en el Hermitage la gran colección de pintura de los impresio-
nistas franceses. En Moscú su propia belleza y la de su Plaza Roja, la catedral de San Basilio y
el Kremlin. En Samarcanda las mezquitas revestidas de azulejos azules y dorados, etc.
Pero sobre todo el ávido interés de conocer las condicionales sociales después de su Revolu-
ción y el periodo de lucha caudillista, ambos muy traumáticos. Nuestra apreciación, como tu-
ristas, fue en general muy satisfactoria en relación con lo que sabíamos y esperábamos, la gran
igualdad social y las prestaciones del estado en educación, salud y seguridad para la vejez; así
como la construcción de millones de habitaciones dignas.
Pero sin embargo, percibimos problemas sociales, al margen de los geopolíticos, que estima-
mos rebasables con el tiempo: la lucha del estado por mantener e incrementar la productividad
de los trabajadores —la estimación de las condiciones de bienestar, pero sin el estímulo de me-
joramiento—. El atraso de la promesa de Lenin de satisfacer, después de las necesidades bási-
cas, las superfluas, alentadas por la apertura al turismo. Pero tal vez lo más importante fue la
necesidad del Estado de mantener con excesivo rigor las normas para sostener el sistema, limi-
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tando el libre albedrío y la libertad de los ciudadanos. Todos estos factores, en lugar de ser re-
basados, se fueron incrementando y sumando para contribuir al fin del sistema y la desintegra-
ción de la Unión Soviética.
A Europa, en varias ocasiones la recorrimos, de sur a norte y de oriente a poniente, casi siem-
pre en un pequeño coche alquilado y con las guías Michelin, excelentes. En ella encontramos
siempre, aun en los lugares más pequeños, el origen y el desarrollo de nuestra cultura occiden-
tal, nuestro pasado familiar y entrañable. En una de sus islas, Sicilia, encontramos al recorrerla,
exponentes culturales como si se tratara de un mínimo continente. Europa nos produjo siem-
pre, un sentimiento de ser mexicanos y al mismo tiempo, universales.
En África, en dos ocasiones estuvimos en Egipto, recorriéndolo en gran parte por el Nilo, des-
de el Cairo hasta Asuán y Abu Simbel, admirándonos en todo el trayecto de sus obras faraóni-
cas. También en Marruecos admirando sus mezquitas y viviendo sus zocos. Una noche dor-
mimos junto con nuestras hijas, Nora y Marta, en tiendas sobre el pleno desierto del Sahara.
Nuestros primeros viajes a oriente nos despertaron un especial interés que nos hizo repetirlos,
disfrutándolos cada vez más. El egocentrismo europeo nos ha velado, de alguna manera, su
importancia en paralelo con occidente.
Cómo no maravillarse con la muralla, las tumbas Ming y la Ciudad Prohibida en China. En
Camboya, con los grandes templos budistas, el de Angkor Wat y el de Angkor Thom, este en
simbiosis con los árboles. En las islas de Indonesia, la gran estupa de Borobudur en Java y en
la de Bali, la belleza de sus verdes praderas de arrozales. La sucesión de pagodas doradas a los
lados del río que va desde Mandalay hasta la capital en Myanmar, antes Birmania. Los templos
y la vida en la margen del río en Tailandia. La moderna y funcional ciudad de Singapur.
En Turquía, Estambul, una de las ciudades más cautivadoras del mundo, con sus mezquitas de
grandes minaretes, la principal Santa Sofía. En el centro, las cavernas de Capadocia con frescos
bizantinos. En Éfeso, frente al mar Egeo, una de las ruinas romanas mejor conservadas el edi-
ficio de la biblioteca.
Las ruinas del Imperio Romano mejor conservadas de Baalbek, en Líbano y las de Palmira al
norte de Siria. Así como la impactante ciudad de Petra, excavada y esculpida en roca, al sur de
Jordania.
En Katmandú, capital de Nepal, además de admirar sus templos y la ciudad misma, conocimos
al niño, que de acuerdo con las creencias locales es buscado, criado y reverenciado como reen-
carnación de Buda.
Jerusalén, la ciudad donde conviven en paz las más importantes religiones, con su mezquita De
la Roca de enorme cúpula dorada. En Irán, antigua Persia, a pesar de las peripecias narradas
por Nora en su cuento publicado en el periódico Reforma, disfrutamos del tesoro guardado en
el Banco Nacional de Teherán. En Isfahán, considerada una de las más bellas ciudades del

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mundo, su plaza rodeada de palacios y mezquitas recubiertos en azul y dorado, con frases del
Corán. En Shiraz con su mezquita construida toda con ladrillo; pero sobre todo en Persépolis,
cuyos restos dan idea de la magnificencia de los palacios construidos en la época más brillante
del Imperio Persa
Nuestros dos viajes a la India, que es casi un continente, merecen el comentarse aparte. Su ca-
racterística principal está en sus contrastes, entre miseria y opulencia. El primer viaje fue breve,
sólo Nueva Delhi, Agra y Jaipur, pero suficientemente motivante para el segundo. En este ya la
recorrimos desde la Isla de Sri Lanka, antigua Ceilán, hasta Cachemira en el norte y más sobre
el Himalaya hasta Ladakh y Leh su principal ciudad, ya en las altas cumbres, “el pequeño Ti-
bet”
En Sri Lanka, no encontramos mayor interés. En el extremo sur percibimos la influencia por-
tuguesa, dejada por su dominio ahí durante algunos siglos. Al llegar a Bagdad la “Puerta de la
India” patentizamos el contraste, además de la construcción simbólica de la puerta, un lujoso
Palacio que ocupó el virrey inglés, colindando atrás con una calle llena de basura y ratas, y un
mendigo en harapos y sin piernas bajo un aguacero.
Nos trasladamos a Ajanta y Ellora donde admiramos los templos hindúes excavados y esculpi-
dos en la roca. Y de ahi a Khanyurago, admirando sus templos con muy bellas esculturas.
Cuando viajamos por carreteras, fueron angostas y abarrotadas: vacas, camellos, elefantes co-
ches, bicicletas y niños, —en treinta años deben haber cambiado—. Después ya gozamos los
templos y palacios de los emperadores mogoles y sus marajás, durante su largo dominio, como
la joya del mausoleo Taj Mahal. .
Continuamos el viaje a Benarés en la rivera del Ganges donde presenciamos algo patético, en-
fermos tratando de curarse con sus aguas o moribundos alojados en los huecos de edificios
ruinosos, esperando la muerte cerca del sagrado río. Vimos, ahí junto al río una cremación, el
cadáver de una mujer con sari rojo sobre una pira, y al encender el fuego, los deudos comenza-
ron a caminar alrededor.
Nos repusimos de la fuerte impresión al llegar a Cachemira, a los pies de las montañas del Hi-
malaya; lugar protegido por las mismas, de lagos azules y planicies floreadas, sembrado de pala-
cios de veraneo para disfrute de los marajás. De ahí volamos a Leh, la ciudad más importante
de Ladakh, como ya dije, la provincia hindú sobre la cordillera del Himalaya. Y tuvimos una
visión de la región más alta y nevada del mundo, el Everest incluido.
Llegamos a uno de los monasterios budistas, ubicados en las cúspides de los farallones de gran
altura. En él presenciamos una ceremonia: sacerdotes rapados, con túnicas naranja, sentados en
cuclillas sobre un piso cubierto de bellas alfombras con mantras y formando una rueda, orando
o cantado himnos con fervorosa voz, en un ambiente impregnado de algo como incienso pro-
veniente de varias estufas para el calentamiento.

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En cuanto a la población, tuvimos la impresión de ser muy religiosos y conformes con su per-
tenencia a las castas, estratificación social muy particular de la India, que la ha preservado de
grandes conflictos sociales internos.
En Japón, después de Tokio, visitamos Kioto y los principales lugares turísticos como Nara y
el Parque Nacional del Fujiyama. Lo que más nos impactó fue la confluencia de su gran mo-
dernidad con la belleza de sus tradiciones, así como la civilidad y educación de sus habitantes.
Tuvimos oportunidad de viajar en uno de sus veloces trenes.
En uno de los viajes, viniendo de oriente, en Hawai a la mitad del Pacifico, aprovechamos el
día regalado por el calendario, para dormir todo su tiempo y así reponernos de fatigas acumu-
ladas. De ahí a San Francisco y a casa.

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CONCLUSIONES

CREO HABER SIDO UN SER AFORTUNADO. Rodeado siempre de cariño; de mis padres,
pues siendo hijo único, concentraron en mi todo el suyo, pero no fue posesivo, ya que siempre
gocé de gran libertad; de mis abuelos, de mis tíos y naturalmente, después, de mi mujer, de mis
hijos y de mis nietos y bisnietos. Por eso yo también he estado lleno de amor por todos ellos.
Toda mi vida la he pasado en un país sin guerras ni golpes de estado y es más, siendo refugio
de perseguidos políticos, españoles, argentinos, chilenos, etc. Gozando de libertad para expre-
sar las ideas, religiosas o políticas. También constatando su gran desarrollo.
He llegado a la vejez sin el sufrimiento de la pérdida de alguno de mis seres más queridos, sal-
vo aquellos, padres, abuelos y tíos que por razón natural tuvo que haber sido.
La vida, razonablemente, ha colmado todas mis expectativas.
Desde la escuela me fijé la meta de ser arquitecto, es decir, de que mi actividad en la vida fuera
la de crear casas y edificios y tal vez alguna ciudad, porque desde los primeros proyectos he-
chos en el restirador de la escuela, supe que eso era lo que me gustaba y querría hacer por el
resto de mi vida y así ha sido, sin que desde luego fuera fácil.
En nuestro contexto social, para hacer arquitectura se requieren una serie de condiciones: tener
recursos económicos, relaciones sociales, una vocación firme y suerte. Yo, careciendo en abso-
luto de las dos primeras, conté con las dos últimas, lo que no dejó de implicar una terca lucha
para cumplir el propósito.
La obra de Zacatenco es, posiblemente, la más grande realizada por un solo arquitecto con sus
colaboradores, en México.
En el transcurso de la vida no faltaron oportunidades para haberme salido del camino trazado.
Por ejemplo, cuando José Antonio Padilla Segura, terminaba su periodo como Director del Po-
litécnico, él y Víctor Bravo Ahuja, siendo Subsecretario de Educación, trataron insistentemente
de que aceptara ser propuesto al Presidente como el próximo Director del Politécnico.
Al defender mi negativa, propuse a Guillermo Massieu, investigador científico de mucho pres-
tigio y con una carrera académica que yo no tenía. No sé si debido a mi propuesta, él fue el de-
signado. Después, en algunos momentos cuando lo vi, por ejemplo, con el Presidente de la
República o acompañando a Charles de Gaulle en su visita al Politécnico, no dejé de sentir al-
gún cosquilleo en el fondo de mi vanidad. Pero cuando por los acontecimientos del sesenta y
ocho, estando cerca de él, me percaté de lo angustioso de su situación, de cómo insistió ante
Díaz Ordaz para que le aceptara su renuncia y la contestación de no doctor, los generales se mueren
en la trinchera, sentí lo afortunada que había sido mi negativa.

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Pocos años después surgió la posibilidad de mi designación como Subsecretario de Educación
Pública, lo que me hubiera puesto en otro camino, por lo que mi actitud de negativa fue la
misma. También Alejo Peralta me insistió en que me encargara de todos los proyectos de sus
fábricas. En este caso, sí me mantenía en mi camino, pero sabía que dado su modo de ser, tra-
taría de imponer su criterio en los proyectos como lo había intentado en Zacatenco en algunas
ocasiones, sólo que en ese caso si había podido defenderme. Mi negativa resfrió mucho mi re-
lación con él. Lo mismo sucedió con Jesús Robles Martínez cuando fue Director del Banco
Hipotecario y de Obras Públicas y quiso que me encargara de la Dirección de Obras del Banco.
Sin embargo, dos experiencias marginales me resultaron muy enriquecedoras, el haber sido
miembro de la Junta Directiva de la Universidad Autónoma Metropolitana, por siete años, y el
haber sido miembro del Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República, du-
rante el periodo de Carlos Salinas de Gortari.
Mi lucha consistió no sólo en tratar de hacer arquitectura, sino hacer la que he considerado de-
be hacerse. Al final me cabe la satisfacción de haberlo logrado y que una de las consideraciones
hechas a mi obra ha sido la de la congruencia con los principios doctrinarios que la han susten-
tado.
Ya viejo, con las limitaciones inherentes, sin la justificación de un equipo a mi disposición por
no tener ni querer compromisos de trabajo, la computadora me posibilita el seguir creando ar-
quitectura. Así he llegado a una propuesta de habitación económica producida industrialmente,
materializada con un prototipo en la ciudad de Aguascalientes. Cumpliendo también con el
compromiso moral que representa mi designación como creador Emérito del Sistema Nacional
de Creadores de Arte, disfrutando el premio vitalicio
Las condiciones de verdadera pobreza que viví en mi juventud y las dificultades económicas al
inicio de mi matrimonio, debieron determinar en mí el reto de no volver a afrontarla. Segura-
mente por esto, con una firme solidaridad, Nora y yo, hemos podido llegar a gozar de una se-
guridad e independencia económica que nos da una gran tranquilidad.
Creo haber satisfecho, razonablemente, mis gustos y deseos y creo no haberlo hecho con sacri-
ficio de mi familia, lo espero porque nunca fueron excesivos y porque casi siempre fueron
compartidos con ella.
Sin haber sido deportista, me aficioné al golf y lo disfruté por varios años. A pesar de mi pato-
lógico temor al agua, aprendí a nadar, animado por mi mujer después de que ella lo había lo-
grado; y velear, lo que hice con un especial gusto. También supe lo que es esquiar en nieve. A
ello contribuyó la cariñosa influencia de mi hijo Víctor, quien si ha sido todo un deportista.
Me casé muy enamorado de mi mujer y lo sigo estando. Me siento muy satisfecho y orgulloso
de mis hijos, no tanto por sus logros o éxitos, sino de su calidad humana, puesta a prueba en

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muchos sentidos. De mis nietos también, pues el mucho cariño no me quita objetividad para
ver que van por buen camino y tengo fe de que en él sigan.
A mi edad no se puede dejar de pensar en la muerte. Como nunca he creído en una vida poste-
rior no la espero y menos la temo. En cambio concibo la muerte como un sueño profundo del
que no se despierta, con la supresión de la conciencia, que sé, es una función fisiológica del ce-
rebro, por lo que no puede haber sentimiento de nostalgia por los seres que se quedan ni por la
vida perdida. La muerte no duele, por el contrario es el fin de todo dolor y sufrimiento. No de-
ja de preocuparme, en cambio, la forma en que pueda suceder, la enfermedad que la preceda, y
también la pena de mis seres queridos.
Me inquieta en especial la situación de mi mujer, ya que por razón estadística, yo me iré prime-
ro, pero me conforta que, por lo menos, tendrá una seguridad e independencia económica, y
que creo está mejor armada que yo para afrontar la viudez.
Así, a los 95 años, no me siento ni frustrado ni resentido con nada ni con nadie, en cambio
muy satisfecho de mi vida. Mi abuelo Nacho llevaba siempre en su cartera el poema Serenidad,
de Amado Nervo, que termina con Vida nada te debo / vida nada me debes / vida estamos en paz.

Marzo de 2014.

Siendo Académico de la Academia Nacional de Arquitectura, me


entregan el diploma que me acredita como Académico Emérito.

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LA ENSEÑANZA DEL FUNCIONALISMO EN LA ESIA
Conferencia dictada dentro del ciclo “25 años de funcionalismo en el Instituto Politécnico Nacional”
Tomado de: Cuadernos de Bellas Artes, número 5, mayo de 1962, México, Instituto Nacional de Bellas Artes, pp. XXIX-XL

EL HOMBRE ha creado la arquitectura para servirse de ella.


El hombre primitivo, con una economía elemental que le permitía la supervivencia por la ac-
ción directa sobre la naturaleza, procuró su habitación sin más requerimientos que la mejor
protección del intemperismo y el menor esfuerzo. En la gruta medio labrada por sus propias
manos, o en la cabaña lacustre para protegerse de los animales, desarrollaba las simples necesi-
dades físico-biológicas y en los seguramente cortos lapsos de descanso, las incipientes necesi-
dades de su vida cultural, legándonos las primeras obras del arte.
Al ubicarse el hombre en un lugar fijo por el incentivo de la agricultura, y al agruparse en ma-
yor grado, diversificándose el trabajo, y con la posibilidad de acumulación de bienes, se rompe
el equilibrio tribal y aparece la acumulación de poder que rápidamente acentúa la estratificación
social con una economía que se apoya en el esfuerzo exhaustivo de la mayoría para el beneficio
exclusivo de una minoría, o más aún, de un solo individuo que gobierna sostenido por la fuerza
y la política que emanan del usufructo del esfuerzo humano acumulado.
Esta estructuración generalizada de oligarquía, salvo aislados y cortos períodos, impone a la ar-
quitectura las necesidades básicas a satisfacer. Estas necesidades fueron en primer término de
orden político aún cuando en muchos casos emanaban de la vanidad o de los caprichos del
poderoso, ya que no importaba la cuantía del esfuerzo humano invertido.
La arquitectura no solamente estaba limitada a satisfacer las necesidades de los poderosos, sino
que tenía que simbolizar el poder, es decir, la finalidad más importante de la arquitectura era la
de crear, por el camino de la contemplación y mediante proporciones no humanas y la super-
posición de una ornamentación profusa y dispendiosa, una impresión de grandeza, de magnifi-
cencia y de fuerza, atributos del poder, o pretendiendo una belleza artificiosa y convencional
para una elite culterana, pero inaccesible, la mayor parte de las veces a la sencilla sensibilidad
del pueblo al que había que impresionar.
En el orden cultural, la cultura naturalmente es influida por las condiciones económicas políti-
cas y sociales, prevalece como premisa filosófica enunciada por los pensadores más caracteri-
zados, la afirmación de la necesaria adecuación de la forma a la finalidad de la arquitectura, solo

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que esta finalidad atiende preferentemente a las necesidades políticas, éticas y aún metafísicas,
relegando a un término secundario las simples necesidades propias de la habitación humana.
El templo y el palacio son las expresiones más comunes de esta arquitectura, los edificios des-
tinados a las muchedumbres son excepción y la habitación, y en general las construcciones para
el pueblo integran de hecho una infra-arquitectura.
Pero hay un punto crítico en la evolución de la humanidad. Una acelerada y profunda trans-
formación del estado de cosas ha tenido lugar a partir de la revolución francesa en el orden po-
lítico-social y de la revolución industrial en el orden económico. De esta transformación que
marca la época contemporánea, se han derivado hechos incuestionables que han afectado di-
rectamente a la arquitectura y han fijado los cauces de su natural evolución.
Los más importantes de estos hechos son los siguientes:
1.- La valorización del hombre como tal y la afirmación de su derecho a un mayor equilibrio
social y a la satisfacción plena de sus necesidades consideradas vitales y que conciernen funda-
mentalmente a la alimentación, al vestido y a la habitación, esta última con un mínimo de re-
querimientos de orden higiénico, moral, psicológico y de bienestar en general.
2.- La valorización del trabajo humano que establece una relación económica entre el esfuerzo
invertido y el beneficio obtenido. Estas dos condiciones anteriores enfrentan a la arquitectura
ante un hecho definitivo: satisfacer necesidades colectivas de habitación, atendiendo a un mí-
nimo planteado de requerimientos y una necesaria economía del esfuerzo humano.
Con la producción industrial, que suple con exceso la producción artesanal, surge un mundo
de nuevas formas que son producto de un diseño racional y que no son sino el resultado de
una estricta adecuación a su función. Esto sucede no solo tratándose de objetos que en lugar
de producirse manualmente se producen en máquina, sino de objetos nuevos para satisfacer
nuevas necesidades que careciendo de tradición formal, con mayor razón adoptan formas fun-
cionales. El avión, el barco, el ferrocarril, la pluma fuente y multitud de objetos de uso coti-
diano, rodean al hombre creando en él una disposición para captar belleza en formas liberadas
de cánones estéticos académicos y tradicionales y sobre todo, acondicionando su emoción esté-
tica a la expresión de funcionalidad.
Esto mismo sucede en el campo de la Ingeniería; el uso de nuevos materiales, de más alta resis-
tencia, moldeados para obtener formas requeridas, hacen posible estructuras audaces cuyas
formas no son sino el resultado de diseños estables y resistentes. El primer puente colgante de
acero resulta un alarde de ingeniería estructural, con formas nuevas de indiscutible belleza.
El arte, por el contrario, se encuentra de pronto liberado de la supeditación a toda función uti-
litaria, encomendada ahora a la técnica y se encauza con mayor libertad creativa, buscando me-
diante la contemplación estética, finalidades éticas y morales o simplemente la especulación, de
la forma por la forma misma.

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Se definen los campos: uno de la producción con fines inmediatos de uso y utilidad y el otro de
la creación artística, con fines inmediatos de contemplación estética. El primero corresponde a
la técnica, el segundo al arte. No tenemos ninguna base para afirmar que solo uno de ellos es
capaz de crear belleza.
La arquitectura, al asumir su verdadero papel de obra útil en el sentido de albergue del hombre,
se ubica en este mundo de formas racionales y llega a identificarse con la más compleja de ellas:
la máquina.
La postura de la arquitectura ante esta realidad nueva y determinante, constituyó la revolución
funcionalista que de hecho se inicia en el siglo pasado y que termina con la tácita imposición en
este siglo, de la arquitectura moderna cuya meta y cuya valorización es el funcionalismo.
Es importante hacer notar que esta revolución tiene lugar más en el terreno conceptual, como
corresponde a los demás satisfactores económicos sujetos a la producción industrial masiva;
lejos de acontecer esto último, la arquitectura ha seguido produciéndose artesanalmente en
forma que poco difiere de cómo se producía en el pasado. En los países altamente industriali-
zados y de elevado nivel tecnológico, la mayor parte de los materiales empleados en la cons-
trucción son producidos a máquina, se empiezan a generalizar métodos de prefabricación de
elementos arquitectónicos y de montaje en la obra con una notoria reducción del trabajo ma-
nual.
Una nueva forma de producción es, a mi modo de ver, la verdadera y definitiva revolución de
la arquitectura, única forma capaz de establecer el ajuste necesario con la época presente y con
las realidades que en diferentes órdenes imponen este ajuste y cuya proyección al futuro, sobre
todo, parece no dejar otra salida.
Los hechos son incuestionables: la época moderna se caracteriza por el mejoramiento conside-
rable en las condiciones de vida de todos los hombres, pero sobre todo, relativamente de los
más desposeídos que constituyen las grandes mayorías; si desgraciadamente en este momento
aún existen grandes conglomerados con niveles de vida casi primitivos, también es innegable
que grandes regiones llamadas subdesarrolladas están rápidamente transformándose política y
económicamente, con grandes imperativos de mejoramiento social. Por otra parte, la población
del mundo crece según una ley geométrica y si hace doscientos años era de 800 millones de se-
res, en la actualidad es de 2,400 y puede estimarse duplicada en un término seguramente menor
de 100 años.
Se plantean consecuentemente demandas inconmensurables. Las fundamentales conciernen a
la alimentación, al vestido y a la habitación; siguen de cerca las correspondientes a la educación,
a la asistencia médica y otras muchas.
El esfuerzo humano encarece también paralelamente al mejoramiento del nivel de vida del tra-
bajador. Por una parte, la exigencia de un salario que garantice condiciones de vida humanas y

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por otra parte, la progresiva reducción del tiempo dedicado al trabajo, para poder dedicar el
resto del tiempo a la recuperación, a la cultura y al esparcimiento.
El hombre finalmente exige la satisfacción de necesidades nuevas, cada vez en mayor número,
que va permitiéndole el adelanto tecnológico para su mayor bienestar.
Esta demanda masiva y la necesaria economía del esfuerzo humano, colocan a la arquitectura
en un callejón cuya única salida es la fórmula:
"Máxima producción con máxima eficiencia y un mínimo de esfuerzo".
No tenemos que pensar mucho para deducir que la solución de esta fórmula solo la ha hecho
posible la producción industrial y que la arquitectura solo la conseguirá cuando la máquina su-
pla el trabajo del hombre hecho por sus propias manos.
Si la arquitectura tradicional fue hecha por esclavos, para beneficio del faraón, del rey o del se-
ñor feudal, la arquitectura moderna debe ser hecha por la máquina para beneficio de todos los
hombres.
Es inconcebible ver en este momento hacer colados de concreto, permítaseme la expresión "a
lomo de albañil", excavaciones con chunderos, exactamente igual que como se hacía hace cua-
tro mil o cinco mil años, cuando tenemos la posibilidad de reducir al mínimo este esfuerzo
humano.
Imagínense ustedes un automóvil construido artesanalmente tal y como se construye una casa
habitación; recurriríamos primero a un taller mecánico para la hechura del motor y todas sus
partes mecánicas; al hojalatero para la hechura de la carrocería; al electricista para la instalación
eléctrica, y así sucesivamente hasta llegar al tapicero y al pintor. Claro que en estas condiciones
cada quien podría tener su automóvil con formas caprichosas tal y como lo hubiera soñado;
diferente desde luego a los de los demás, pero esto nosotros sabemos que no beneficia a nadie
y en cambio podemos imaginar lo extraordinariamente costoso que resultaría y la imposibilidad
de satisfacer las grandes demandas actuales.
Por otra parte podemos esperar con esto un futuro más brillante para la arquitectura, pues no
solamente cumplirá como nunca antes una finalidad de servicio social, sino que su proceso
creativo racional, será influido por los requerimientos de modulación, normalización, diseño
óptimo, etc., requerimientos propios del diseño industrial, que favorecerán su rápida evolución
ahora frenada por la creación individualista, dispersa, anárquica y diluida generalmente en
preocupaciones formales de mera moda.
El movimiento funcionalista, que tras de intentos aislados se desarrolló finalmente con gran
importancia en Europa después de la Primera Guerra Mundial y culmina con la formación de
una escuela propia, la Bauhaus en Alemania, en la que la enseñanza de la arquitectura se realiza
paralelamente a la del diseño industrial y con una decisiva influencia de este último, llega a Mé-
xico en un momento que no podía ser más propicio. Es la etapa pos-revolucionaria en la que
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es imperativa la transformación de viejas formas y se construyen con mística revolucionaria las
bases sobre las que se desarrollará un México nuevo.
Un grupo reducido de arquitectos jóvenes y talentosos, imbuidos del espíritu social, hacen cau-
sa del nuevo movimiento desarrollando una apasionada labor de proselitismo, pero sobre todo,
logrando una obra de gran unidad que es exponente de una etapa de auténtica arquitectura
funcional que tiene ya un lugar en la historia de la Arquitectura Mexicana
Precisamente nos encontramos, premeditadamente, en un edificio que corresponde a esta eta-
pa arquitectónica, obra del arquitecto Juan O'Gorman, maestro fundador de la ESIA y uno de
los más distinguidos líderes de este movimiento. Lo más importante de su obra fue un conjun-
to de escuelas realizadas con el mínimo costo. De ese conjunto forma parte este edificio.
Paralelamente a la realización de la obra, es necesario hacer escuela; el movimiento necesita una
escuela que haga posible la continuidad y la generalización de la obra; una escuela que produz-
ca arquitectos con una doctrina funcionalista en consonancia con la realidad viva del país, con
armas adecuadas para enfrentarse a esta realidad en que falta todo, en que todo está por hacer-
se y casi no hay con que hacerlo; habitaciones humanas que sustituyan los tugurios infrahuma-
nos en que la gran población humilde se degenera física y moralmente; escuelas, hospitales, las
fábricas que ya demanda el incipiente desarrollo industrial, los sindicatos obreros, edificios de-
dicados a la elevación cultural del pueblo, etc.
Como producto también de la Revolución y para cumplir uno de sus más caros postulados, se
estructura en esta misma época, el Instituto Politécnico Nacional que por una parte hace acce-
sible al pueblo la educación, en los niveles que mejor pueden permitirle elevar sus condiciones
de vida y por otra parte provee al país de los técnicos que su incipiente desarrollo económico
demanda.
No podía ofrecerse campo más propicio para la enseñanza de la nueva arquitectura, y una de
las escuelas con las que se integra el instituto, destinada a la preparación de técnicos en diversas
ramas de la construcción, se transforma para este fin. En esta misma escuela se organiza tam-
bién la enseñanza de la Ingeniería Civil en sus diferentes especialidades, formándose dentro del
Instituto Politécnico Nacional la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura (ESIA).
La enseñanza de la Arquitectura en la ESIA, se imparte desde un principio, con una rigurosa
doctrina funcionalista; se da un énfasis especial a los conocimientos tecnológicos de la cons-
trucción y los problemas a resolver en los talleres, son principalmente problemas de trascen-
dencia social. Es natural que inicialmente y como reacción a un modo diametralmente opuesto
en la enseñanza, se haya llegado a un cierto desequilibrio en los conocimientos impartidos, a
una interpretación algunas veces coja o unilateral de los programas de necesidades humanas a
resolver, pero sobre todo a una falta de organicidad al aplicar los conocimientos teóricos ad-
quiridos aisladamente, en la solución en el taller a los problemas concretos.

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Esta inconveniente disgregación se acentuaba más en los conocimientos de construcción, que
marcadamente se consideraban ajenos pero auxiliares a la arquitectura.
Como consecuencia de la lucha por evolucionar la enseñanza dentro de la escuela, se logró la
implantación recientemente, de un nuevo plan de estudios; concordante con las corrientes pe-
dagógicas modernas y en especial con las tendencias universales de la enseñanza de la arquitec-
tura. Este plan pretende, en el mayor grado posible, la máxima objetividad al impartir los co-
nocimientos teóricos, pero sobre todo, su concurrencia directa e inmediata en el taller a la so-
lución de problemas concretos, ya que el taller es donde fundamentalmente el alumno aprende
a concebir la arquitectura con el auxilio de dichos conocimientos teóricos.
Este nuevo plan plantea por otra parte un paralelismo entre los conocimientos teóricos de la
arquitectura, con la teoría del urbanismo y la obligada dependencia de cualquier problema ar-
quitectónico a una solución integral de planificación urbana o regional; en estas condiciones los
problemas arquitectónicos a resolver, no pueden escapar a un riguroso enfoque social.
Mi experiencia personal respecto a este nuevo plan, primero como profesor y después por las
oportunidades que he tenido de contacto con los primeros egresados, me permite expresar el
convencimiento de que el resultado ha sido tan satisfactorio como se esperaba, a pesar de las
dificultades que ha tenido que ir sorteando y que son de todos conocidas. Sin embargo creo
que aún cuando es muy importante el logro de la superación en la preparación profesional, más
importante es que el campo de preparación y actuación del profesionista arquitecto queda, me-
diante este nuevo plan, perfectamente definido desde el momento en que se inicia la enseñan-
za, evitando desviaciones vocacionales y el peligro posterior de un ejercicio profesional margi-
nal al específico y aún con franca invasión del campo reservado a otro tipo de preparación, con
la frustración de gran parte del esfuerzo invertido.
La enseñanza de la arquitectura en la ESIA, sin embargo, afronta y ha afrontado desde sus orí-
genes las vicisitudes propias de un proceso de conformación. Ha estado sujeta a tensiones que
pretenden imprimirle diferentes modalidades y con incomprensión muchas veces de sus pro-
pias necesidades y aspiraciones. En estas condiciones, es explicable que la doctrina arquitectó-
nica que le dio vida, no solo no se haya mantenido vigente en todo momento, sino que además
no haya madurado lo suficiente para afirmarse y depurarse.
Tengo sin embargo, fundadas esperanzas en que estas circunstancias vayan cediendo ante el
hecho incuestionable de que las instituciones que responden a una realidad, que satisfacen una
necesidad social, nacen a veces de un parto difícil, pero en un tiempo más o menos corto tie-
nen que madurar y al madurar tomar los cauces que le son naturales.
Todos los que tenemos el privilegio de haber egresado de sus aulas, debemos contribuir en la
medida de nuestras posibilidades porque esta cara aspiración sea pronto una realidad; en parti-
cular porque vuelva a ser como en su principio, una escuela de vanguardia en la arquitectura
mexicana. Muchos factores favorecen esta circunstancia: el formar parte de una institución en
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la que es predominante la preparación técnica, con lo que no solamente se encuentra un clima
propicio, sino que se dispone de elementos necesarios como son los laboratorios en las dife-
rentes especialidades, tanto de enseñanza como de investigación, para mantener un elevado ni-
vel del conocimiento tecnológico y aún de la investigación, indispensable para plantear nuevos
materiales y nuevos sistemas constructivos, cada vez más cercanos a la mecanización.
El carácter del Instituto Politécnico como institución eminentemente ligada al pueblo y por lo
tanto enfocada a la solución de sus más ingentes problemas, sigue siendo el clima adecuado
también para la enseñanza de una arquitectura encauzada fundamentalmente en un sentido so-
cial.
Si bien he tratado de hacer un bosquejo general de la evolución de la arquitectura hasta el mo-
mento presente y su proyección hacia un futuro que parece inmediato, debo considerar nues-
tras actuales limitaciones para definir la postura del arquitecto y sobre todo de la enseñanza de
la arquitectura.
Considero que estamos ya en el momento de comenzar a aprovechar la ayuda de una industria
que está rápidamente desarrollándose para lograr una arquitectura prefabricada en mayor gra-
do; en esta forma actuaremos al mismo tiempo como promotores ante dicha industria, estimu-
lándola para que nos ofrezca nuevas aportaciones. Pero me parece más importante aún que es-
to, sentar las bases de un diseño arquitectónico congruente con esta tendencia y en ninguna
parte mejor que en las escuelas de arquitectura, en los talleres de composición deberá iniciarse
la concepción de una arquitectura producida industrialmente.
La rigurosa modulación de los proyectos, la normalización o estandarización de los elementos
arquitectónicos, el empleo de materiales sintéticos o de nuevos materiales, con especificaciones
precisas que sean demandadas a la industria, tendrán que ser elementos básicos en la composi-
ción arquitectónica.
De los laboratorios deberán salir, no solo las especificaciones relativas a los materiales, sino el
dimensionamiento modulado para su fabricación, los requerimientos para su ensamble y los
sistemas de montaje. En esta forma desde las escuelas, desde el taller de composición, contri-
buiremos a acelerar el advenimiento de una arquitectura que nos llevará a hacer posible satisfa-
cer la necesidad de habitación humana para nuestro pueblo.
Seguimos teniendo las mismas exigencias con que se enfrentaron los arquitectos funcionalistas
de los treinta. Tenemos presente el espíritu que fueron capaces de imbuirnos a los que fuimos
sus alumnos. Mucho se ha hecho desde entonces, pero las necesidades han crecido a un ritmo
tal vez mayor. Solo que ahora creemos poder comenzar a contar con las armas que son o serán
en muy breve tiempo definitivas para la satisfacción de estas grandes necesidades. Todos por
ejemplo sabemos cual es la realidad acerca del problema de la habitación; sabemos que es un
problema sin solución en las condiciones actuales, en el país y prácticamente en el mundo ente-
ro.
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Sabemos que aún en el caso de que contáramos con los recursos necesarios para solucionar la
demanda actual de habitaciones para la inmensa mayoría de la población que vive en condicio-
nes infrahumanas, quedaría pendiente de satisfacer el incremento progresivo que demandará el
aumento de la población, así como la sustitución de las habitaciones que envejecen física y fun-
cionalmente.
El problema de la habitación es crítico, pero a él deben sumarse los de la educación, de la asis-
tencia médica y de casi todos los géneros de edificios que deben cumplir un servicio social.
Es estéril cualquier intento de solución total en las condiciones actuales de producción de la
arquitectura y en el futuro no podemos depender para su solución tampoco de mayor capaci-
dad económica, porque paralelamente al aumento de la capacidad económica, aumentarán
también y en proporción seguramente mayor, las necesidades y el valor del esfuerzo humano
con el que ahora se hace la arquitectura; mientras por el contrario cada día la máquina se hace
más eficiente y más barato lo que produce.
La fabricación industrial de todos los materiales y de todos los elementos constructivos diseña-
dos con la óptima eficiencia y en las condiciones de un fácil ensamble, el empleo de elementos
mecánicos y herramientas adecuadas para su montaje en la obra, tendrán que ir representando
con el tiempo una producción más barata.
Quiero por último insistir nuevamente en que este cambio en la forma de producir la arquitec-
tura, será la verdadera y definitiva revolución que dará paso a la arquitectura moderna. El fun-
cionalismo ya no será un concepto filosófico de la forma, generalizado principalmente por ana-
logía a las formas, producto del diseño industrial, sino un resultado necesario de la producción
industrial de la arquitectura para permitirle al hombre vivir su habitación con pleno disfrute del
bienestar que le permite el adelanto logrado en todos los órdenes con el poder maravilloso de
su intelecto y espíritu.

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PREMIO FUNDIDORA DE MONTERREY
Octubre de 1967

Honorable presídium
Señoras y señores:

AGRADEZCO PROFUNDAMENTE la distinción de que he sido objeto por parte de los di-
rectivos de la Cía. Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey al considerarme acreedor al pre-
mio instituido para la mejor aplicación del acero en la arquitectura; pero, sobre todo, deseo ha-
cer patente mi convicción de que este gesto altruista será altamente positivo como estímulo al
desarrollo en nuestro país de una arquitectura avanzada que, para serlo, requiere de la mejor
aplicación de los materiales a su vez más avanzados.
Es incuestionable que la historia de la arquitectura es la del incesante esfuerzo realizado por el
hombre para lograr el confinamiento del espacio que requiere para satisfacer cada vez mejor
sus necesidades biológicas y espirituales, individuales y sociales, valiéndose, para ello, de los
mejores recursos técnicos a su alcance.
Es asimismo incuestionable que, al ser estos recursos técnicos factores limitativos en un mo-
mento dado, para la consecución de sus fines, ha luchado siempre por superarlos; y podríamos
afirmar que la evolución de la arquitectura es la evolución de los sistemas constructivos que re-
sultan del mejor aprovechamiento de los materiales.
Una consideración general de los períodos más caracterizados de la arquitectura nos permite
encontrar un afán común y permanente en sus realizaciones: cubrir cada vez más grandes espa-
cios con cada vez menos apoyos.
Limitada la arquitectura en el pasado al uso de un número muy restringido de materiales —la
madera, la arcilla y la piedra—, su mayor preocupación era la de obtener de éstos el óptimo
aprovechamiento posible y tuvo que ingeniarse para lograr disposiciones estructurales con las
cuales el trabajo resistente de los mismos fuera el más adecuado.
De esta manera logra el hombre obtener el mayor partido posible de una disposición tan sim-
ple como el dintel y nos maravilla con el Partenón; logra realizaciones extraordinarias con el

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arco de ladrillos de arcilla en Roma, y nos pasma con la cúpula de dovelas de piedra del Pan-
teón.
El uso exhaustivo del arco, de la bóveda y de la cúpula, permite la realización de las grandes
basílicas romanas y bizantinas. Pero la aplicación de la piedra ha de lograr la mayor audacia y
genialidad técnica en el gótico.
En la arquitectura gótica se patentiza lo que posteriormente sería una característica inmanente
a la arquitectura moderna: la diferenciación clara y precisa entre la estructura y la superestructu-
ra. Y es en esta etapa cuando la piedra ofrece las mayores posibilidades para la sustentación de
las catedrales medievales, dando la posibilidad de eliminar los muros, lo que permite la realiza-
ción de prodigiosos vitrales y acentúa la integración de los espacios porticados de los claustros
con los jardines.
La arquitectura gótica parece ser la culminación de un proceso perfeccionista, con la piedra
como material básico, en el que cabía suponer que ya no quedaba nada por hacer.
Es quizá por esto que el Renacimiento, tan fructífero en otros aspectos, no aporta en cambio
nada nuevo a la arquitectura, y se conforma con recurrir a formas del pasado con lo que se ini-
cia un afán decorativista que llegará posteriormente a los mayores excesos.
Esta etapa de eclecticismo académico se prolonga hasta muy entrado el siglo XIX, a la zaga, ya
en este momento, de los grandes cambios que para entonces se han operado en el mundo, en
los órdenes social, político y económico; pero, sobre todo, cuando la gran revolución industrial
ha determinado ya un cambio de mentalidad para la producción de obras de servicio público y
de bienes en general.
Este cambio de mentalidad, del que primero participan los ingenieros —quienes logran realiza-
ciones de una gran audacia estructural— comienza a inquietar a los arquitectos y acaba por
despertarlos, finalmente, del letargo tradicionalista.
Un novedoso y, al mismo tiempo, viejo material, el hierro, obtenido ahora mediante una nueva
tecnología, ofrece posibilidades enormes para sustituir a la piedra como material de sustenta-
ción, ya que ofrece una gran resistencia unitaria, muchas veces mayor que la de ésta, por lo que
puede trabajar en condiciones estructurales mucho menos limitadas y es producido y moldeado
industrialmente, en contraste con la piedra, que requiere ser obtenida y labrada con gran inver-
sión de esfuerzo humano.
La primera aplicación espectacular del hierro la efectúan los ingenieros al realizar los grandes
puentes. Pero las exposiciones internacionales que se suceden en Europa a partir de 1853, y
que tratan de ser escaparates monumentales para los productos cada vez más numerosos y no-
vedosos de la industria, se convierten en estupendos motivos para realizaciones arquitectónicas
audaces, que expresan a su vez lo que ya también es posible hacer en el campo de la arquitectu-
ra; es decir: la envolvente es también expresión de lo que pretende exponer el contenido.

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Y así surgen, con la admiración universal, los enormes pabellones de hierro y vidrio, con claros
hasta entonces inconcebibles, que, sobre todo, al crear una escala completamente nueva, plan-
tean la posibilidad de una arquitectura liberada del lastre de los cánones estéticos tradicionales.
Es pues el empleo del hierro lo que marca de hecho el inicio de la arquitectura moderna, que
no sólo implica nuevos materiales y nuevos sistemas constructivos, y como resultado de ello
nuevas formas, sino que, en su sentido más trascendente, implica un cambio conceptual acorde
con el cúmulo de nuevos valores que trae consigo la época moderna: funcionalidad, eficiencia,
economía, así como una nueva concepción de la estética, derivada de mayores conocimientos
en el campo de la psicología y de la familiarización con una diversidad de formas sin preceden-
te que surgen principalmente de la técnica y de la producción industrial.
En estas condiciones, la arquitectura no sólo recurre a los materiales disponibles que le permi-
ten satisfacer el binomio eficiencia-economía, sino que requiere de una permanente búsqueda
de nuevos materiales y de la mejor aplicación de los existentes. La arquitectura moderna, al
abandonar la tradicional finalidad estética contemplativa, ha despertado en los arquitectos el
afán de renovación permanente, de una incesante búsqueda.
Ya en este siglo, el hierro vuelve a tener una importante aplicación en el concreto armado, cuyo
uso contribuye también al desarrollo de la arquitectura moderna.
Actualmente, las necesidades que la arquitectura debe satisfacer se han agigantado; por una
parte, porque el hombre de todas las latitudes, que toma cada vez más conciencia de sus dere-
chos, exige la satisfacción, por lo menos, de sus necesidades más elementales: habitaciones con
los requerimientos mínimos para que se les considere humanas, escuelas, hospitales, edificios
para la recreación y la cultura, etc. Y, por otra parte, por el crecimiento acelerado de la pobla-
ción del mundo.
Somos conscientes de la imposibilidad de satisfacer este cúmulo de necesidades mientras no se
cambie la forma de producción de la arquitectura. Necesitamos una gran producción masiva y
barata, y esto sólo es posible con la producción industrial, en lugar de la forma artesanal con la
que, inconcebiblemente, realizamos aún la arquitectura.
La rápida transformación de las necesidades —característica de la vida actual— y el mejora-
miento constante de los medios para hacer más fácil y cómoda la satisfacción de estas necesi-
dades, hacen que la vigencia funcional de la obra arquitectónica sea breve por lo general, y que
por lo tanto, sea preciso prever la facilidad de una permanente adecuación de los espacios ar-
quitectónicos a las nuevas necesidades que se vayan presentando.
Estos requerimientos exigen, por otra parte, el empleo de materiales que, por su naturaleza, se
presten a sistemas constructivos de montaje, de elementos estandarizados e industrializados
que reduzcan al mínimo el esfuerzo humano con ayuda de la máquina —lo que tendrá que re-
dundar, cada vez en mayor grado, en una producción arquitectónica de mayor volumen y me-

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nor costo—, y, por otra parte, la concepción de una arquitectura extraordinariamente dinámica;
que permita, con el aprovechamiento permanente de los elementos constitutivos, la adaptación
a la natural evolución de las necesidades por satisfacer.
Los recursos técnicos con los que contamos en la actualidad, y más aún las posibilidades indus-
triales de nuestro país, nos permiten realizar ya una arquitectura que satisfaga los requerimien-
tos anteriores. Dentro de estos recursos técnicos, el acero, por sus propias características, juega
un papel importantísimo, y es por esta razón que su uso se generaliza cada vez más.
Sin embargo, tengo la convicción de que este uso será aun mayor en la medida en que se realice
una intensa y permanente investigación por parte de los productores, pero sobre todo por par-
te de los arquitectos, para ir encontrando nuevas formas de aplicación que ayuden a la solución
de los problemas que la arquitectura actual nos plantea.
Sin duda alguna, el estímulo que representa el premio que los señores de la Compañía Fundi-
dora de Fierro y Acero de Monterrey han instituido y que en esta ocasión tengo el privilegio de
agradecer, contribuirá en muy alto grado a este propósito.

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CEREMONIA DE FIN DE CURSOS DE LA GENERACIÓN
1963-1967 DE ARQUITECTURA DEL INSTITUTO
POLITÉCNICO NACIONAL

SEGURAMENTE EN EL CURSO DE SU CARRERA y, más recientemente, con motivo de la


terminación de sus estudios y de la inminente iniciación de su vida profesional como arquitec-
tos, mucho se les ha hablado sobre el propósito que deben perseguir, como norma inconmovi-
ble de conducta, de servir a la sociedad, retribuyendo en esta forma el sacrificio que para la
misma ha representado la preparación profesional que ustedes han adquirido.
Tanto, que poco me quedaría ya por decir si no me pareciera que algunas veces esta repetida
exhortación puede resultar infructuosa, dado el sentido con que se enfoca. Suele expresarse en
forma tal, que más parece la exigencia de un sacrificio permanente y aún heroico, y es muy po-
sible que les haga pensar que solo se trata de palabras huecas, o de aforismos de un moralismo
trasnochado.
Yo desearía, en cambio, comunicar a ustedes mi convicción de que el servir, en el más amplio
sentido social de aportación al bien común, es algo profundamente enraizado en la propia na-
turaleza social del hombre, por razones de supervivencia y profundos factores culturales, y que,
por lo tanto, lo trascendente del fin social que implica una tarea por realizar puede ser el solo
motivo, el poderoso estímulo para afrontarla con el mayor entusiasmo y recibir, como amplia
compensación, la satisfacción profunda de haberla llevado a feliz término.
Toda estructura social, desde la tribal hasta la más compleja de las grandes concentraciones ur-
banas, se ha cimentado en un intercambio de aportaciones y beneficios individuales a través del
trabajo organizado con fines productivos; es decir, en un dar y recibir, en servir y ser servido.
Podríamos afirmar que la sociedad nace en el momento en que los esfuerzos se suman y se
complementan para lograr mejor el fin común, la caza y la recolección de plantas primero, y
muy pronto después, la agricultura. Con ésta última se inicia el trabajo especializado y el inter-
cambio de sus productos y beneficios diferenciados y se inicia también el camino ininterrum-
pido hacia la civilización; es decir, hacia el mayor bienestar del hombre.
El trabajo que representa producir bienes es, al mismo tiempo que el imperativo para satisfacer
la inmediata necesidad de supervivencia, la oportunidad del mismo hombre de hacer más pla-

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centera la vida de él, de su familia y de su colectividad. En este momento es en el que el hom-
bre toma conciencia de lo trascendente de su aportación en el ámbito social.
Vivimos en un momento de grandes transformaciones en el campo de la economía y de la polí-
tica, naturalmente con grandes implicaciones sociales.
Esta realidad histórica que plantea el servicio social como única razón de ser y de valorización
del trabajo individual, y que implica naturalmente un necesario cambio de mentalidad, traerá
consigo que las nuevas metas y aspiraciones sean concordantes con las satisfacciones que, por
propia naturaleza humana y por hondas raíces culturales, el hombre encuentra al servir a sus
semejantes. Al mismo tiempo el trabajador participará en forma directa de los beneficios que se
derivarán para la sociedad.
Todo el trabajo que se realiza dentro de la organización social es un servicio en un determina-
do grado y quien lo realiza es obligadamente un servidor de la sociedad cuya importancia radi-
ca, por lo menos, en el hecho de que el bienestar común es el resultado de la suma de las apor-
taciones que lo hacen posible.
Sin embargo, si consideramos que las necesidades del hombre pueden jerarquizarse y apunta-
mos como las más importantes aquellas a las que los economistas suelen llamar satisfactores
económicos y que son: el comer, el vestir y el habitar, podemos establecer que la arquitectura,
obligada a satisfacer una de las necesidades más importantes del hombre, es una de las mayores
posibilidades de servicio social.
El servir es una cualidad inmanente a la arquitectura. Esta cualidad, que históricamente se ha
supeditado a las condiciones políticas, económicas y sociales imperantes, ha determinado que
la arquitectura, hecha para los dioses primero, y para los poderosos después, en la actualidad
sea hecha exclusivamente para el hombre.
El templo y el palacio son los exponentes de la arquitectura histórica; la habitación para el
hombre, en toda la amplitud del concepto, los hospitales, las escuelas, los edificios donde el
hombre trabaja, se cultiva, se recrea, son los exponentes de la arquitectura actual, que no tiene
más finalidad que servir al hombre en la plenitud de sus necesidades y de sus anhelos.
El urbanismo contemporáneo, continente de la arquitectura, es como nunca antes un exponen-
te de humanismo.
Al mismo tiempo, en la época actual las necesidades por satisfacer se han agigantado; por una
parte, porque el hombre de todas las latitudes, con plena conciencia de sus derechos, exige la
satisfacción por lo menos de sus necesidades más elementales, y por otra parte, por el creci-
miento acelerado de la población del mundo.
En el ámbito nuestro, a partir del punto culminante de la pasada revolución, se crean las condi-
ciones propicias para un desarrollo que, al mismo tiempo que nos hace ya participar de los fe-

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nómenos que tienen lugar en el ámbito internacional, nos enfrenta a un cúmulo dramático de
carencias y de demandas urgentes.
No existe en nuestro país un solo género de edificios, requeridos para satisfacer las necesidades
más ingentes de muestro pueblo, en el que la demanda no sea imperativa. El 70 ó quizá el 80%
de nuestra población carece de habitaciones adecuadas para satisfacer los requerimientos físi-
cos más elementales y a la dignidad humana; carecemos de suficientes escuelas y apenas pode-
mos atender en edificios hospitalarios a la población concentrada en unas cuantas ciudades im-
portantes del país.
En este campo, de carencias y de luchas por lograr satisfacer las demandas más apremiantes, es
en el que ustedes como arquitectos tendrán que ejercer su profesión. Es aquí donde ustedes
tendrán, sin embargo, la oportunidad de ejercerla con una mística de servir y con la convicción
de que, en la medida en que México se desarrolle, en que nuestro pueblo reciba los beneficios
que el devenir le depara, ustedes se sentirán colmados de satisfacciones por haber contribuido
a engrandecer una patria, nuestra patria.

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EN EL 7º CONGRESO NACIONAL DE ARQUITECTOS,
CELEBRADO EN MAYO DE 1971, EN EL PUERTO
DE ACAPULCO, GRO.
Mayo 14 de 1971

SI BIEN LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN nunca habían alcanzado tan extraordinario


desarrollo dando posibilidad a una extensa y permanente confrontación de ideas, paradójica-
mente, nunca como en la actualidad se había hecho sentir tanto la necesidad de un diálogo ca-
paz de permitirnos llegar a un entendimiento frente a todos los problemas que confrontamos.
Ante las grandes interrogantes que inquietan por igual a todos los hombres, independiente-
mente del lugar geográfico; del matiz particular que impliquen las condiciones locales.
Hay una problemática universal nueva. Tan sorprendentemente nueva, que nos ha sumido en
un mar de confusiones, de contradicciones, y nos sentimos culturalmente en muchos aspectos
desarmados para comprenderla en toda su complejidad. El idioma mismo resulta ya inoperan-
te, requiriendo una indispensable revisión y actualización.
Un acelerado cambio, con una profundidad seguramente sin precedente histórico ha tenido lu-
gar en todos los órdenes, tan acelerado que no nos ha sido posible ponernos al día, ni filosófica
ni pragmáticamente.
No hemos podido adecuar nuestra mentalidad ni hemos logrado modificar nuestra forma de
vida de acuerdo con las nuevas situaciones, sino solo en una forma parcial, arrastrados por la
fuerza cinética del propio cambio, pero frenados por la resistencia inerte a un cambio que en
gran parte no hemos entendido suficientemente ni valorado adecuadamente. O que en el mejor
de los casos queremos visualizar y entender a través de viejos prismas y valorar mediante el uso
de escalas que ya son anacrónicas.
El mismo idioma, debo insistir, no nos es ya suficientemente útil y en muchos casos contribuye
a la confusión. El idioma que por mucho tiempo fue volviéndose rígido, en épocas en que las
ideas permanecían relativamente estáticas por largos períodos de tiempo, no ha sido tampoco
capaz de transformarse para expresar una multitud de conceptuaciones diferentes.

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Es indispensable crear una semántica que contribuya al logro de un lenguaje más dinámico que
nos ponga permanentemente en condiciones de expresar y entender los hechos que tienen lu-
gar día a día en el terreno de la ciencia, de la economía, de la política, del arte, etc., cuyo cono-
cimiento hasta ayer estaba constreñido a círculos reducidos pero que ahora es accesible al gran
público al través de los medios de comunicación masiva.
Las palabras, por ejemplo, arte, técnica, arquitectura, diseño, ya no implican conceptos fijos ac-
tuales y difícilmente podríamos encontrar adecuadas sus definiciones tradicionales.
En el pasado los miembros de una sociedad entregados a una misma actividad, actuaban de ab-
soluto acuerdo porque lo hacían frente a una misma problemática, y al ser conscientes por
igual de esta problemática, hablaban un mismo idioma y solo diferían en la valoración subjeti-
va, para la cual sin embargo, empleaban una misma escala de valores.
Nosotros por el contrario cuando hablamos, por ejemplo de arte, hablamos sencillamente en
una Torre de Babel. Oigamos a los artistas mismos o a cualquier persona exponer sus propios
puntos de vista al respecto y difícilmente podremos estructurar un conjunto de ideas que nos
conduzcan a una posible definición del arte.
Paralelamente a la revolución industrial, paralelamente a las diversas revoluciones socio-
económicas que han tenido lugar en nuestra época nos enfrentamos también a una profunda
revolución cultural, universal y general para todos los órdenes de ideas. Esta gran revolución
cultural por ser menos espectacular ha sucedido y esta sucediendo día tras día sin que nos per-
catemos cabalmente de su gran trascendencia.
Dos hechos hubieran sido suficientes por si solos para quebrantar o conmocionar toda nuestra
estructura ideológica. Uno de estos hechos es el conocimiento del universo, mucho más allá de
lo que al hombre le había permitido la simple observación a través de sus sentidos, descubrien-
do con auxilio de los extraordinarios instrumentos que ha desarrollado, un universo que escapa
ya a toda aprehensión objetiva para poder solamente ser intuido por meras abstracciones ma-
temáticas. El otro hecho lo constituye el trascendental conocimiento científico de la mente
humana a partir de Freud y de los fisiólogos del cerebro.
Esta revolución cultural incide naturalmente en los campos de la técnica y del arte y por tanto,
en el caso que nos interesa, de la arquitectura y del diseño en general. Esta incidencia es tan
cierta como el que la técnica y el arte se enfrentan a requerimientos nuevos determinados no
solo por nuevas demandas sociales, económicas y políticas sino también por el cambio de men-
talidad debido en gran parte al adelanto de la misma ciencia, pero también a su vez a los cam-
bios que han tenido lugar en la sociedad en general.
Todos los objetos que el hombre produjo con anterioridad a la revolución industrial, es decir,
al fenómeno histórico determinado por el cambio en la forma de producción de los objetos
útiles, obedecían a dos requerimientos; ser útiles y ser bellos y difícilmente encontramos algún

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objeto que en mayor o menor grado, no acuse este doble propósito. Y es que si pensamos en la
forma en que se produjeron, encontramos que no pudo haber conflicto entre estos dos propó-
sitos el concebir el objeto.
Los objetos producidos artesanalmente, es decir, producidos manualmente por un solo indivi-
duo, uno por uno y con escaso conocimiento del material manipulado, con herramientas ele-
mentales que solo reducían en cierta medida el esfuerzo físico, e incluso con un insuficiente
conocimiento de la mejor forma de uso, determinaban una libertad de concepción de forma
que dejaba todo el campo a la imaginación. Es decir, un reducido condicionamiento de la for-
ma a la finalidad utilitaria, dejaba amplio margen para la rebúsqueda de la forma, de acuerdo
con el gusto del artesano, conformado generalmente por los patrones de gusto establecidos.
La producción artesanal permitía para el producto un grado de exclusividad, limitando su nú-
mero y encareciéndolo en la medida en que se invertía mayor esfuerzo humano para realizarlo,
por lo que su valoración se basaba generalmente en el esfuerzo invertido y como este esfuerzo
no se invertía precisamente en hacerlo más útil, se invertía en hacerlo más barroco. En gran
parte el valor de los objetos se media por la rareza de sus materiales, por la sujeción de su for-
ma a los cánones de belleza establecidos y sobre todo por el esfuerzo humano invertido en la
búsqueda de belleza.
La producción de objetos en la actualidad, en forma totalmente diferente a partir de la revolu-
ción industrial, nos condujo a una mayor comprensión del gusto estético, quizás un poco antes
de que la moderna psicología nos hubiera puesto en el camino para buscar un mejor conoci-
miento de los factores determinantes del gusto por las formas y en general de la emoción esté-
tica, tanto en sus más profundas raíces como en sus motivaciones más superficiales.
No es mucho lo que hemos avanzado en este terreno, sin embargo, debemos ir estableciendo
ciertas bases en las que podamos apoyarnos para tratar de formular una teoría del diseño que
corresponda a nuestra actualidad.
Esta teoría nos servirá no solo como una explicación racional y lógica del hecho concreto que
implica el cómo concebimos la forma de los objetos que todos los días estamos creando en
forma masiva, sino para saber cómo debemos mejorar su concepción y sobre todo cómo de-
bemos formar en las escuelas a los futuros diseñadores.
Formular esta teoría no es otra cosa sino ajustar nuestra mentalidad de una vez por todas a la
realidad de la época; realidad que nos ha avasallado. Sin este ajuste nuestra acción como dise-
ñadores en un determinado campo, como puede ser el de la arquitectura en especial, el del ur-
banismo o cualquier otro campo del diseño, resultará en el mejor de los casos inconsistente,
incoherente y conflictiva.
Una de estas bases, la más importante sin duda alguna, es el dejar sentado, al margen de inútiles
discusiones filosóficas y como un hecho eminentemente práctico, la subjetividad de la belleza.

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Sin esta afirmación no hubiera sido posible aceptar toda una multitud de formas nuevas que
constituyen nuestro mundo moderno y que han ido modificando nuestro gusto con una exce-
siva facilidad.
Esta facilidad justamente ha permitido al diseñador contar con plena libertad para buscar en el
diseño el perfeccionamiento técnico, en multitud de casos como un fin exclusivo. Es muy im-
portante apuntar aquí el hecho de que esta facilidad de conformación del gusto ha sido aprove-
chada negativamente por la llamada sociedad de consumo para crear el absolutismo estético,
cuya finalidad no es otra que un afán mercantilista de nuestro sistema económico.
Solo cuando hemos aceptado plenamente la subjetividad de la belleza estamos en condiciones
de comprender el arte de nuestra época, liberado de cánones anacrónicos y compromisos ex-
traestéticos como puede ser precisamente cualquier exigencia utilitaria. De no ser así tiene que
parecernos sumamente contradictorio en sus expresiones.
La subjetividad no implica naturalmente desconocer la existencia de gustos generalizados para
determinados grupos identificables por sus comunes condiciones sociales, económicas y aún
políticas, geográficas y sobre todo culturales en general.
No descartamos la existencia de factores sicológicos y biológicos que naturalmente tienen que
influir en la motivación estética del sujeto frente al objeto, pero solo podremos considerar es-
tos factores en la medida en que las ciencias correspondientes vayan aportando más y mejores
datos al respecto.
En cambio, fácilmente nos percatamos del poder de influencia que sobre el gusto tienen los
factores culturales, es decir, los que actúan desde afuera sobre el individuo y que acaban deter-
minando las generalizaciones del gusto.
Son muchos los factores que contribuyen a esto, solo deseo apuntar algunos que son caracte-
rísticos de esta época y que tienen una influencia decisiva y creciente.
El habernos tenido que familiarizar con formas nuevas que se suceden rápidamente nos ha
creado el gusto por lo novedoso. Esto ha dado lugar a una sucesión de modas propiciada por
el afán mercantilista, al que antes me referí y cuya ayuda más efectiva es la publicidad. Pero es-
to también es consecuencia de un continuo perfeccionamiento en el diseño de los objetos o del
diseño de objetos nuevos para la satisfacción de nuevas necesidades.
Otro de estos factores muy importante a considerar, lo constituye la libertad de creación artís-
tica, que nos pone en contacto ya no solamente con las formas de nuestro universo real y co-
nocido, sino con todas las que puede ser capaz de concebir la fantasía del artista, ampliando a
su vez nuestro mundo plástico y por lo tanto nuestro gusto por nuevas formas.
Otro factor cuya importancia es notoriamente creciente, lo contribuye la aportación de formas
que los científicos van descubriendo, de nuestro universo valiéndose de los instrumentos que
amplían la posibilidad de visión y captación o de las que van resultando de la operación rutina-
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ria, de los instrumentos científicos; formas interesantes, estáticas y dinámicas que van incorpo-
rándose también a nuestro mundo formal.
Esta multitud de formas nuevas y cambiantes, seguramente está haciendo más amplia nuestra
receptividad estética, está generalizando el gusto democratizándolo. Está diluyendo el llamado
“buen gusto” o “gusto culto” desbordándolo de las élites de iniciados o entrenados para su dis-
frute.
Ya que es posible influir en el gusto conformándolo y esto es justamente lo que han venido ha-
ciendo una producción tecnológica industrial masiva de objetos de uso, y un arte por el arte
mismo, rebelde a toda clase de dogmas estéticos y convencionalismos de forma, debemos
aprovechar nosotros los arquitectos esta certidumbre, avalada por la experiencia, para despo-
jarnos de una vez por todas, de cualquier prejuicio heredado de nuestro relativamente cercano
pasado académico.
Debemos pensar y actuar de acuerdo con nuestra realidad objetiva y producir una arquitectura
que en última instancia aproveche óptimamente los más avanzados recursos técnicos de que
podamos disponer para satisfacer en forma equilibrada las auténticas necesidades del hombre
de nuestros días, contribuyendo a su mayor bienestar.
Es indispensable que tengamos un amplio conocimiento del hombre actual, que no sea simple
antropometría, sino con toda la amplitud y profundidad con que lo estudian las modernas
ciencias humanas. Sin este conocimiento se corre el riesgo de producir una arquitectura que
aún cuando técnicamente avanzada, no cumpla con su finalidad última de contribuir al mayor
bienestar del hombre.
El temor a un riesgo de esta naturaleza encaja dentro de toda una corriente de ideas y tenden-
cias justificadas por una situación aparente en unos casos y real en muchos otros, de desequili-
brio entre el desarrollo técnico y la civilización. Entre el progreso material y la civilización que
debe producir una auténtica mejoría de todas las condiciones de vida del hombre y no sola-
mente de las físicas. Este temor ha sido seguramente uno de los factores que también ha con-
tribuido al atraso de la arquitectura. Recuerden ustedes los casos en que estas tendencias han
llevado a extremos de pretender habitaciones hechas con materiales y sistemas constructivos
atrasados hasta aproximarse a la misma cueva, pero que no han pasado de ser intentos aislados
un tanto pintorescos.
No es, indudablemente, la negación del adelanto técnico que implicaría un retorno al pasado,
hecho históricamente improbable, lo que puede salvar este desequilibrio, este desfasamiento
entre el progreso técnico y la civilización, sino, como fervientemente deseamos, un acrecenta-
miento de los bienes de todo orden que constituyen la civilización. Acrecentamiento favoreci-
do precisamente por el adelanto científico en general y especialmente en el campo humanístico,
así como por el mismo desarrollo de la técnica que da las bases físicas de apoyo para el bienes-
tar del hombre.
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La arquitectura es un hecho técnico y cultural que trascendentalmente contribuye a este bienes-
tar en forma decisiva.
A la arquitectura se le demanda la realización de habitaciones, escuelas, hospitales y un sin nú-
mero de edificios de los que existen ya grandes carencias. El déficit actual de habitaciones sa-
bemos que es cuantioso y tenemos que aceptar que la forma artesanal en que actualmente rea-
lizamos la arquitectura, no solo no puede satisfacer la demanda actual, sino que hará que este
déficit se incremente cada día.
Las consideraciones anteriores plantean como único camino para situarnos dentro de la pro-
blemática de nuestro mundo actual la producción industrial de la arquitectura, no como una
previsión para el futuro sino como una verdadera necesidad ya para el presente.
Cuando hablamos de industrialización de la arquitectura no queremos decir que tengamos for-
zosamente que pensar en una arquitectura totalmente industrializada que solo puede realizarse
en los países de alto desarrollo económico.
La arquitectura que tenemos que hacer en regiones atrasadas y aisladas, seguramente tendrá
que ser artesanal, por el momento, pero mientras más pronto avancemos en la producción in-
dustrializada en otras zonas de mayor desarrollo, más pronto estaremos en condiciones de ha-
cer llegar los consecuentes beneficios a esas regiones.
Lo importante no es el grado de industrialización que pueda alcanzarse, que en este momento
desde luego tendrá que ser muy variable de acuerdo con las condiciones regionales, sino la
concepción de una arquitectura que en mayor o menor grado deberá ser producida industrial-
mente y que por lo tanto debe ser concebida en la misma forma que todos los objetos de uso
que forman nuestro mundo actual, lo mismo se trate de un encendedor de cigarros, una pluma
fuente, un refrigerador, un motor eléctrico, un monorriel, una presa, un avión o un módulo lu-
nar.
La producción industrial de la arquitectura propiciará el adelanto de la misma en todos los ór-
denes, desde el mejor planteamiento de programas de necesidades que tendrán que realizarse
con intervención de sociólogos, sicólogos, economistas, etc., hasta el estudio más cuidadoso de
los menores detalles, púes una de las características de la producción industrial es el estudio
concienzudo del modelo óptimo que tendrá que reproducirse repetidamente.
Los arquitectos nos obligaremos a integrar equipos de trabajo con intervención de todos los
especialistas requeridos con lo que dejará de ser preponderante el trabajo individual y aislado,
para el que resulta más cómodo el repetir que el innovar y más conveniente la individualidad
que la acumulación colectiva de experiencias, circunstancias que también han frenado el avance
de la arquitectura.

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Todo el cambio necesario para adecuar la arquitectura a nuestra realidad objetiva, cambio que
nos está avasallando, debe tener lugar primero que en ninguna otra parte en las escuelas de ar-
quitectura.
Las escuelas de arquitectura en mayor o menor grado han pretendido transformarse en escue-
las de arquitectura moderna, abandonando el academismo imperante hasta hace relativamente
pocos años, pero están muy lejos de corresponder a lo que deben ser si aceptamos como váli-
das las consideraciones expuestas.
Sin el indispensable cambio de mentalidad al que me he venido refiriendo, la transformación
de las escuelas no ha sido definitiva y prevalecen una serie de compromisos con el pasado.
Se habla de composición arquitectónica cuando sería más congruente con nuestra realidad ha-
blar de diseño de edificios, diseño urbano, en la misma forma que se habla de diseño de insta-
laciones, diseño de muebles, diseño de la estructura.
Que importante sería familiarizar a los estudiantes con otros campos del diseño, con sus parti-
culares filosofías de concepción y con sus métodos de trabajo. ¿Cómo son diseñados los avio-
nes, los barcos, las computadoras, los más sencillos objetos de uso común?
Así como es muy difícil participar de la cultura de nuestra época sin tener un mínimo de cono-
cimiento de sus adelantos científicos en todos los campos, es muy difícil actuar en el mundo
tecnológico en que vivimos, sin una sólida preparación técnica especializada.
Tiene que ser en las escuelas de arquitectura en donde primero se conciba la arquitectura ac-
tual. Los estudiantes tendrán que disciplinarse a la estricta modulación que facilite el dinamis-
mo de los proyectos, como único medio de evitar el rápido obsoletismo de los edificios frente
al acelerado cambio de las necesidades por satisfacer y en algunos casos para propiciar estos
cambios.
Debe acostumbrarse a manejar elementos constructivos estandarizados, que faciliten la prefa-
bricación.
Debe adquirir los conocimientos necesarios para solucionar satisfactoriamente los requerimien-
tos de orden físico tales como el aislamiento térmico y acústico, la ventilación y la insolación,
etc., y aún realizar las investigaciones científicas y tecnológicas necesarias para terminar con el
desconocimiento o el empirismo que priva en la mayor parte de estos aspectos.
Nos encontramos con muy pocos elementos de juicio para diseñar por ejemplo, una ventana y
claro optamos por la forma de moda, o cuando mucho tratamos de crear una forma nueva,
buscando solamente originalidad, con lo que si acaso logramos, si es que tenemos éxito, impo-
ner una nueva moda, exactamente igual que los modistos (no quisiera pasar por alto el referir-
me a una moda muy generalizada, y que caricaturiza lo que he expuesto; es lo que yo llamaría
estilo prefabricación y que consiste en disponer en la fachada una serie de elementos falsos
más o menos semejantes a los que resultan de una verdadera prefabricación).
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Me he estado refiriendo insistentemente al afán del hombre moderno por las formas novedo-
sas y la facilidad con que el gusto se condiciona a las nuevas formas, y que la sucesión de estas
en su aspecto positivo es el resultado de un progresivo adelanto técnico en los diseños.
Este adelanto técnico en el caso de la arquitectura y el mayor conocimiento de los programas
actuales de necesidades deben ser los únicos móviles de cambio de forma. A nuevos materiales
deben corresponder nuevas formas en la arquitectura, lo mismo que a nuevos sistemas de es-
tructuración y construcción.
Pero para todo esto naturalmente es necesario un cambio de mentalidad del arquitecto y un
cúmulo de conocimientos técnicos de los que hasta ahora ha prescindido por haberlos cons-
cientemente supuesto innecesarios.
Las escuelas de arquitectura que nacieron en el pasado en el seno de las escuelas de arte, deben
de romper de una vez por todas el cordón umbilical que sutilmente aún las mantiene atadas.
Las escuelas de arquitectura que han surgido en el seno de escuelas técnicas deben decidirse a
actuar de acuerdo con el espíritu que alentó su origen despojándose del complejo de producir
tecnólogos deshumanizados e incultos de acuerdo con un inoperante concepto de cultura, para
vigorizar conscientemente, al mismo tiempo que su preparación humanista, su preparación
técnica aprovechando los recursos de laboratorios e instalaciones tecnológicas que les son ac-
cesibles.
El arte y la técnica en la actualidad han delimitado sus campos no solo por una actitud mental
diferente, sino por la diferente finalidad que persiguen: la utilidad por el uso en un caso y la
contemplación estética por el otro.
Esta separación en ningún caso implica enfrentamiento, ni jerarquización y por lo tanto supe-
ditación. Muy por el contrario el resultado debe ser y de hecho lo esta siendo así, una perfecta
complementación, ambas manifestaciones son legítimo producto de la mente humana y conse-
cuencia del afán creador del hombre.
Ambas ejercen un poder equilibrante entre la razón y la imaginación, aún cuando la razón do-
minante en la técnica no tiene que excluir a la imaginación ni al sentimiento, y en el arte la ima-
ginación con toda su necesaria libertad tampoco tiene obligadamente que excluir a la razón ni a
la lógica.
Solamente en la medida en que seamos capaces de ubicarnos dentro del contexto del mundo
nuevo en que vivimos, tendrá sentido real y positivo nuestra actuación y podremos contribuir
al desarrollo para el hombre de una vida más plena. Pero sobre todo, solamente entonces, esta-
remos en condiciones de afrontar con toda tranquilidad la responsabilidad de transmitir nues-
tras experiencias a las jóvenes generaciones que tendrán que relevarnos en la tarea de realizar la
arquitectura que está reclamando nuestra época.

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UNA VIDA EN LA ARQUITECTURA
Conferencia dada en El Colegio de Sinaloa
Los Mochis, Sin., noviembre de 1996

Señoras y señores:
NUESTRA REALIDAD se significa por una aceleración de los cambios que han venido suce-
diéndose en todos los órdenes social, económico político y cultural. Esto nos determina la ne-
cesidad de reconsiderar, día a día, nuestra forma de pensar y de actuar, si no deseamos acabar
siendo unos desajustados con nuestro mundo o que nuestra actuación, sobre todo en la medida
en que constituya una aportación social, llegue a carecer de sentido.
Ante los cambios y ante el desconcierto provocado por los mismos, debemos tratar de asumir
una actitud crítica para discernir que valores y fines deben subsistir por permanecer las causas
que los determinan y cuales son intrascendentes o meramente coyunturales.
La arquitectura es el satisfactor de necesidades humanas más importante, después del alimento
y el vestido, tanto en lo individual como en lo social. Por lo tanto no solo es impactada por los
cambios sino que a su vez los refleja como en un espejo.
Así, la arquitectura, que entendemos como moderna, se gestó en las últimas décadas del siglo
pasado y se generalizó en las primeras de este siglo. Surgió como consecuencia de los cambios
que habían tenido lugar a partir del Renacimiento en el orden social, en el económico, en el po-
lítico, en el científico y tecnológico y en el artístico y cultural.
El humanismo que se gestó con el Renacimiento dio una visión diferente del mundo y del
hombre. Desde Copérnico hasta Einstein, el Universo adquirió dimensiones comprensibles ca-
si solo matemáticamente. Nuestro mundo, de centro del Universo, pasó a ser solo una de sus
partículas.
La historia y los procesos sociales son interpretados científicamente, sobre todo a partir de que
Marx y Engels desarrollan la concepción filosófica del materialismo dialéctico. Darwin y los
demás evolucionistas encuentran las raíces del hombre a partir de la evolución de las especies.
El psicoanálisis de Freud y las investigaciones de Pavlov, enriquecen el conocimiento científico
al tratar de explicar las motivaciones del sentimiento y de la conducta humana.

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Con esta nueva visión se afirmó un proceso de humanización. El hombre alcanzó una nueva
conciencia de su valor como un fin en sí mismo, así como de su sociedad y del mundo que ha-
bita:, lo que conllevó la necesidad de una radical transformación de las estructuras sociales.
En estas nuevas condiciones cobra importancia como sujeto de la arquitectura el hombre co-
mún, al que el humanismo le dio un valor. La Revolución Industrial lo convirtió en usufructua-
rio de los bienes producidos por la industria y las revoluciones sociales le otorgaron derechos
iguales.
La arquitectura realizada predominantemente en el pasado para los dioses y para los gobernan-
tes, templos y palacios, adquiere ahora el compromiso de satisfacer un cúmulo de demandas
sociales: habitaciones para grandes grupos que cumplan, con los requerimientos mínimos para
ser consideradas como adecuadas y dignas; escuelas, hospitales, edificios e instalaciones para la
cultura, el deporte, la recreación, etcétera.
En este contexto de cambios tan profundos y de retos sociales la arquitectura moderna tuvo
que ser diferente de las arquitecturas del pasado, no solo en las formas, pues de haber sido así,
esto sólo hubiera implicado un nuevo estilo arquitectónico, como un eslabón más de la cadena,
que por milenios conformó la historia de la arquitectura. No, la diferencia fundamental de la
arquitectura moderna, fue conceptual.
Voy a tratar de precisar esto, refiriéndome a los adjetivos con los que se ha tratado de caracte-
rizarla y que en su conjunto pueden ayudar a definirla.
Funcional o funcionalista, es el más importante porque dentro de las distintas corrientes de la
arquitectura moderna ha subsistido la premisa de la funcionalidad.
El término funcional es un concepto nuevo que marca una diferencia respecto del de utilidad
en abstracto. Es indiscutible que históricamente la utilidad ha sido inmanente a la arquitectura,
solo que abarcando aspectos que fueron desde meramente prácticos hasta metafísicos —haré
referencia después, como ejemplo de esto, a su utilidad política como expresión de poder.
Lo más parecido en el pasado, al concepto actual de la utilidad en la arquitectura lo expresó
Sócrates, según Jenofonte: cuando, después de afirmar que un cesto de basura será bello y un
escudo de oro feo, si el primero está convenientemente hecho para su fin y el segundo no: y
que la belleza de un edificio se cifra en su utilidad; sobre la casa dijo: “…aquella en que el pro-
pietario puede hallar un retiro placentero, en toda época del año y puede guardar sus bienes
con seguridad, será a la vez, presumiblemente, la más agradable y la más bella…”
El concepto de funcionalidad corresponde a un sentido de utilidad más concreto, al que atien-
de a las necesidades directas del hombre común y de su sociedad, a su comodidad, higiene, se-
guridad y a su bienestar en general. . .
Viollet le Duc, tratadista enamorado del gótico, anticipó a mediados del siglo pasado, la necesi-
dad de una arquitectura nueva que expresara con sinceridad sus posibilidades estructurales y
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constructivas, y satisficiera las necesidades por venir. En Estados Unidos, Louis H. Sullivan
expresó: categóricamente “la forma sigue a la función”. A partir de ese momento, con palabras
semejantes lo irán diciendo, uno a uno, todos los maestros que han fundamentado y realizado
la arquitectura moderna.
Se dice que la arquitectura moderna es racional. Efectivamente, lo es porque al preocuparse
por la funcionalidad y la economía limita los excesos de la imaginación, a veces delirantes, mo-
tivados solo por una preocupación plástica. Sin dejar de entender que la imaginación es el ca-
mino natural para llegar a las formas de la arquitectura, solo que estas deben estar convalidadas
por la razón.
Se le ha calificado como arquitectura internacional. La facilidad de viajar pero sobre todo la
amplitud de los medios de comunicación, han asemejado al hombre y a sus necesidades. Esto,
por una parte, y el desarrollo a nivel mundial de la ciencia y la tecnología y por lo tanto de los
sistemas constructivos y de los materiales, sobre todo de los producidos industrialmente, por la
otra, han irremisiblemente internacionalizado a la arquitectura.
Sin embargo, cuando el programa de necesidades a satisfacer es cuidadosamente planteado y
los sistemas constructivos, los materiales y los recursos técnicos en general son bien seleccio-
nados, la arquitectura no deja de expresar las diferencias locales, regionales o nacionales; de la
ciudad y del campo.
Arquitectura orgánica. Así también se la ha calificado por su organización funcional semejante
a la de las estructuras biológicas en las que nada sobra y nada falta; y de lo cual resulta una ar-
monía natural y una apreciación generalizada de belleza.
La arquitectura moderna que hemos tratado de definir, con el enunciado anterior de sus prin-
cipales características, cayó desde un principio en dos vertientes:
Una, que considera que la arquitectura debe concebirse para ser funcional (aun cuando el con-
cepto de funcionalidad suele interpretarse como el de utilidad en abstracto) y también debe ser
concebida para ser bella; así, el quehacer arquitectónico se vuelve un compromiso en el manejo
de las formas al pretender lograr ambas premisas, y se prolonga la tradicional creación artística
de la arquitectura.
La otra vertiente, sostiene que la preocupación por la óptima satisfacción de la función, deter-
mina que las formas sean sólo una resultante, y que la arquitectura será o puede ser bella a
condición precisamente de su funcionalidad. En este caso, la concepción arquitectónica se
identifica más con el diseño moderno. Este último es una forma de creatividad sin precedente
histórico, como consecuencia del adelanto científico y tecnológico y la producción industrial.
Es fácil advertir que el parte aguas que provoca ambas vertientes, es una diferente idea sobre la
belleza apreciada según el gusto visual de quien contempla la arquitectura.

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Si aceptamos que el gusto visual, desde el superficial hasta el que puede implicar una emoción
profunda, es subjetivo, fácilmente influenciable y condicionado por factores externos e inter-
nos que operan en la mente del individuo, y que por lo tanto es educable, podemos estar de
acuerdo con la segunda vertiente.
La subjetividad del gusto ha hecho posible su manipulación por las modas. Estas, sucesivas y
de corta duración no son otra cosa que el cambio de las formas por las formas mismas para
provocar, por lo que podríamos llamar, a falta de otro término, absolutismo estético, la compra
de cosas que aún sirven, como estrategia comercial para crear un consumo al margen de las ne-
cesidades reales.
La arquitectura no ha escapado al comercialismo sobre todo con las casas habitación que son
las que más propician un mercado. Al margen muchas veces de los arquitectos, esto debe de-
cirse, se ofrecen chalets campiranos en lotes urbanos, castillos feudales o palacios versallescos
en lotes mínimos, villas alpinas en lugares tropicales, etcétera, y en ocasiones, cuando se ha
agotado el repertorio fantasioso, se recurre a malas soluciones de supuesto estilo “modernista”.
En estos casos la manipulación del gusto contribuye a una deformación del mismo.
Tampoco ha escapado a las modas, y esto lamentablemente si es atribuible a los arquitectos.
Una de estas modas por ejemplo ha sido la de buscar a como de lugar, la complicación de los
proyectos con espacios triangulados, tanto en sentido horizontal como vertical, con el des-
aprovechamiento del espacio que esto implica y las complicaciones constructivas, con la con-
secuente elevación del costo.
Otra moda, intranscendente y efímera como todas, es el posmodernismo, que hace pocos años
fue seguido de modo delirante por algunos arquitectos en Europa y por Phillip Johnson, entre
algunos otros, en Estados Unidos, y que nos llega a México tardíamente, como casi siempre
pasa, cuando ya en otras partes está siendo rechazado.
El gusto visual de la arquitectura no puede constreñirse a su contemplación como algo estático,
que se expone en un museo, como suele suceder con una pintura o una escultura y en general
con las obras del arte plásticas.
La arquitectura al vivirse, se disfruta visualmente desde adentro y desde afuera, con una infinita
diversidad de puntos de vista y siempre en un entorno, formado con muebles, personas obje-
tos de arte. En el exterior con el amueblamiento urbano y sobre todo con la naturaleza, reque-
rimiento de la arquitectura moderna, árboles, plantas.
En el pasado, a partir de que las ciudades, en la edad media se cerraron para protegerse, las ca-
sas y los edificios se juntaron exponiendo hacia la calle solo su fachada frontal. La preocupa-
ción estética se ocupó especialmente de éstas, haciendo de cada una un cuadro que además en
plena competencia reflejaba el estatus social de sus ocupantes.

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Contra este fachadismo tuvo que luchar la arquitectura moderna. Difícilmente el punto de vista
se ubica, perpendicularmente en el centro de una fachada.
La vista, a partir del ojo forma un cono de 30 grados de abertura, por lo que su visión de la ar-
quitectura casi siempre es parcial y en forma de perspectiva, y la visión de un conjunto por lo
general sólo resulta de la integración en la mente del conjunto de perspectivas parciales.
Así las formas de la arquitectura y de su entorno varían con el punto de vista y con las condi-
ciones de la luz y sus sombras, con el día y la noche y aún con la época del año.
Esto inspiró a Le Corbusier para hablar refiriéndose a la nueva arquitectura del juego magnífi-
co y sabio de los volúmenes bajo la acción de la luz.
Para el deleite de la vista la arquitectura moderna no solo es volúmenes con luces y sombras,
también es líneas, colores, texturas, superficies vítreas que pueden dejar la vista o impedirla re-
flejando el paisaje e integrándolo a la arquitectura.
Si con alguna forma del arte tuviera que compararse la arquitectura moderna, sería con el nue-
vo arte cinético, al ser el espectador quien se moviliza para disfrutar de las formas infinitamen-
te cambiantes.
El movimiento que dio lugar a la arquitectura moderna surgió principalmente en las escuelas de
arquitectura. Ubicadas, primero en el seno de las escuelas de arte y participantes de los mismos
métodos y filosofía, a fines del siglo pasado comienzan a desprenderse y a formar parte de las
universidades o escuelas técnicas como unidades separadas.
Esto les permitió compartir un clima interdisciplinario y de interés por las ciencias sociales y las
disciplinas técnicas. También ampliaron sus enseñanzas a otros campos del diseño urbano, del
mueble, industrial, gráfico, etcétera.
Algunas se destacaron como las primeras propugnadoras de la nueva corriente. La más rele-
vante fue el Bauhaus de Weimar y Dessau, aunque también fueron importantes las de los insti-
tutos Tecnológicos de Zurich y de Delff. Las escuelas de arquitectura de la Universidad de
Harvard y del instituto Tecnológico de Illinois comenzaron a destacar con la participación de
los profesores del Bauhaus: Walter Gropius, Marcel Breuer, Eliel Saarinen y sobre todo, Mies
van der Rohe, asilados en Estados Unidos a causa del nazismo.
Paralelamente se crearon grupos de arquitectos que incluyeron artistas e ingenieros, los cuales
contribuyeron en forma importante al movimiento. Entre éstos fueron relevantes el Arts and
Crafts en Inglaterra, el Deutscher Werkbund en Alemania, y en forma muy especial el CIAM,
organizador de los congresos internacionales que culminaron con la Carta de Atenas, cuyos
postulados siguen absolutamente vigentes para el urbanismo y la arquitectura de hoy en día.
En México, en la década que va de mediados de los treinta a mediados de los cuarenta, un gru-
po de jóvenes y talentosos arquitectos: Juan O’Gorman, Juan Legarreta, Álvaro Aburto, Enri-

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que Yáñez, Raúl Cacho entre otros, entusiasmados con la nueva arquitectura, tuvieron que en-
frentar una lucha para imponerla, en contra de una actitud tradicionalista y conservadora. Uno
de sus logros más trascendentes fue la creación de una escuela avanzada de arquitectura, tanto
por su doctrina funcionalista como por su preocupación social, que sería la Escuela Superior
de Ingeniería y Arquitectura, ESIA, en el seno del Instituto Politécnico Nacional, recién funda-
do bajo la influencia del espíritu social de la Revolución mexicana.
Procedente también del Bauhaus, Hannes Meyer, destacado maestro, se integró al grupo y jun-
to con José Luis Cuevas Pietrasanta, establecieron en la misma escuela, el primer curso de pos-
grado en el campo del urbanismo.
Así mismo, en la Escuela Nacional de Arquitectura, que se había definido como tal en el seno
de la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, se gestó un importante cambio de la enseñanza
académica y tradicional a la de la arquitectura moderna, con maestros muy destacados como
José Villagrán García, Enrique del Moral, Alberto T. Arai, entre otros.
La preocupación por la funcionalidad, ha llevado a una mayor precisión de los programas de
necesidades por satisfacer y a un riguroso ajuste de los proyectos a esos programas. Sólo que la
celeridad de cambio de las necesidades, característico de la época ha dado por resultado que se
tengan en corto tiempo, desajustes funcionales, y si los materiales y los sistemas constructivos
empleados son los tradicionales, se dificulta la readaptación y los edificios se vuelven obsoletos
en poco tiempo.
Los postulados de Plan Libre y Fachada Libre, de la Carta de Atenas, constituyeron ya, un
principio de dinámica de la arquitectura al liberar a la planta de los muros como elementos es-
tructurales. Pero ahora se requiere que estos sean de tal naturaleza que puedan ser movibles
con facilidad para que los espacios que confinen se adecuen a nuevas necesidades. La fachada
debe ser libre, también, para no dificultar las transformaciones de la planta.
La preocupación por la dinámica en el uso de los espacios para responder a los cambios de las
necesidades, y de la elasticidad en los proyectos para absorber el crecimiento de las mismas, se-
rá lo que mantenga la funcionalidad el mayor tiempo posible. Esta preocupación, deberá ser
tomada en cuenta al formular los programas de necesidades, al realizar los proyectos y al selec-
cionar los materiales y los sistemas constructivos.
Es indudable la ventaja, tanto para el proyecto como para la realización, de una modulación
que sistematice la arquitectura; que constituya una base de ordenamiento y relación entre sí, de
las medidas de los espacios, de los elementos constructivos, de los muebles y de las instalacio-
nes. Debe ser, volumétrica, horizontal y vertical y que relacione los sistemas de medidas, métri-
co e inglés.
El Modulor de Le Corbusier pretendió ser “una escala de relaciones armónicas con las medidas
humanas, que tuviera aplicación universal en la arquitectura, en la mecánica y en el diseño en

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general”. Hasta la fecha no podemos decir que se haya cumplido el propósito inicial. Después
de su utilización en la Unidad de Habitación de Marsella y en otras contadas realizaciones del
propio autor, son raras las aplicaciones que se conocen. Sin embargo, no ha perdido su valor
enunciativo en cuanto a la necesidad de un sistema modular generalizado, que seguramente de-
berá ser más sencillo y práctico.
Le Corbusier basó su Modulor en la coincidencia de la serie matemática de Fibonacci con la
proporción de dos de las medidas del cuerpo humano, que al calor del entusiasmo renacentista
por el reencuentro con el Mundo Clásico, se supuso constituía la conexión armónica entre su
estatuaria y las formas de su arquitectura, elevándosele al pretendido “ideal estético” de la Sec-
ción Áurea.
No obstante, una modulación actualmente operante más que en las propias medidas del cuer-
po, debe buscarse en las de los espacios que el hombre ocupa al efectuar sus actividades, con
sus diferentes posturas, movimientos y desplazamientos, con los muebles y enseres que utiliza,
y de acuerdo con las normas del nuevo campo del conocimiento cada vez más importante: la
ergonomía.
Durante el desarrollo de mi quehacer profesional he tratado de que mi obra sea congruente
con las ideas que he deseado exponer a ustedes. La que estimo más representativa de este pro-
pósito es la Unidad Profesional del Instituto Politécnico Nacional en Zacatenco, Distrito Fede-
ral.
El Instituto se crea en 1935, agrupando algunas escuelas profesionales existentes en diferentes
partes de la ciudad. Años después con la creación de algunas otras y en un proceso de creci-
miento importante, se considera la necesidad de agruparlas en un conjunto a fin de aprovechar
mejor las partes de uso común, como laboratorios, instalaciones para la cultura y el deporte y
otras, además de las ventajas académicas y administrativas que representaba la cercanía.
Para este fin se escogió un terreno al norte de la ciudad, con la suficiente superficie para satis-
facer las necesidades del momento y las de un crecimiento futuro.
Se me encomendó la realización del proyecto, a mediados de 1957 y posteriormente la direc-
ción de las obras, que se iniciaron a fines de 1958. La Unidad Profesional quedó prácticamente
terminada en 1964, para alojar a una población estudiantil de poco más de 28 000 estudiantes.
Voy a tratar de mostrar a ustedes los aspectos más significativos de esta obra.
No quiero desaprovechar la oportunidad para crear en ustedes la siguiente inquietud.
Afortunadamente su ciudad, como muchas de provincia, aún mantiene una escala humana,
adecuada y agradable. Sin embargo, difícilmente podrán escapar al fenómeno de crecimiento
que seguramente ya comienzan ustedes a percibir y que es consecuencia de la urbanización de
la población del país: La emigración del campo a la ciudad en busca de mejores condiciones de
vida.
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Este fenómeno es universal, propio de nuestra época y tan serio que algunas fuentes prevén
que para la segunda década del próximo siglo la población urbana en el mundo alcanzará el
80%.
Lo importante es tener conciencia de esto, y de que no es tan grave el crecimiento de las ciu-
dades, sino el cómo se lleve a cabo. Las consecuencias negativas pueden paliarse en gran parte
si a tiempo se toman las medidas pertinentes.
Estas consisten en una política de desarrollo que tome en cuenta principios fundamentales del
urbanismo moderno, como es el adecuado equilibrio entre una densidad de población y una
proporción del área del terreno ocupada con construcción.
Una densidad de población alta presenta ventajas importantes: permite una mejor zonificación
de todos los servicios, con lo que la distancia entre los habitantes y las escuelas, comercios,
iglesias, etcétera, facilita los recorridos cómodos y seguros a pie, y se disminuye el uso de
vehículos, y sus inconvenientes de congestionamiento, contaminación ambiental y costo.
La inversión requerida para la construcción, operación, conservación y mantenimiento de la
mayor parte de los servicios públicos, agua, limpieza, electricidad, vigilancia, etcétera, es en al-
guna medida, proporcional al área urbana servida. Por lo tanto, una alta densidad de población
representa un menor costo de los servicios por habitante.
En cambio, cuando la ocupación del suelo con construcción es baja, se pueden destinar mayo-
res superficies para jardines arbolados, de uso común, donde se alojen las circulaciones a pie,
seguras, sobre todo para niños y ancianos. En los que se ubiquen las instalaciones recreativas,
culturales y deportivas, inmediatas a las habitaciones, y que estas últimas cuenten con suficiente
sol, luz y disfrute visual del entorno circundante.
El área metropolitana de la ciudad de México, por no haber aplicado esta política, debido segu-
ramente a la sorpresa de su explosivo crecimiento, ha llegado a constituir una plancha de ladri-
llo, concreto y asfalto, tal vez la más grande del mundo; careciendo, casi, de espacios verdes y
con todos los problemas conocidos por ustedes y que nosotros sufrimos.

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PLÁTICA A LOS EGRESADOS DEL INSTITUTO
POLITÉCNICO NACIONAL RADICADOS
EN QUERÉTARO
Febrero de 1998

Estimados compañeros:
ANTES QUE OTRA COSA, les expreso mi agradecimiento por la oportunidad que me brin-
dan de platicar con ustedes, a los que me siento unido por el cariño a nuestra institución.
Siempre que he tenido la oportunidad de hacerlo con grupos de provincia he constatado la fra-
ternidad que motiva el origen escolar común.
Desde mi egreso del Politécnico, mi vida profesional ha seguido, de alguna manera, ligada al
mismo.
Primero como maestro a los pocos años de egresado, y después por la afortunada circunstancia
de que las realizaciones más importantes de mi trabajo profesional fueron al servicio del Insti-
tuto.
Paralelamente, mi pertenencia a la Junta Directiva de la Universidad Autónoma Metropolitana,
primero, y al Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República, después, me
acercaron al problema de la educación superior en el país, del cual el instituto forma una parte
importante, de su problemática.
A los 15 años de edad, en 1935, ingrese a la Escuela Superior de Construcción, que en uno o
dos años más pasaría, con el nombre de Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura a formar
parte, junto con otras escuelas técnicas, de lo que sería el Instituto Politécnico Nacional.
En ese momento pasó algo en la escuela para mi y mis compañeros de generación muy intere-
sante y que determinó nuestra formación futura.
En Europa y en Estados Unidos se había gestado un movimiento en el arte, en el diseño indus-
trial y en la arquitectura, según el cual, la nueva arquitectura resultante —que fue conocida al
inicio como funcional pero en general desde entonces como arquitectura moderna— implicó
un cambio no solo formal sino fundamentalmente conceptual.

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En México, en los años treinta, un grupo de talentosos jóvenes arquitectos universitarios, entre
los que destacaba Juan O’Gorman, además de realizar importantes obras con los principios de
la nueva arquitectura, trataron de llevar su entusiasmo al campo de la enseñanza, pero se en-
frentaron con el espíritu tradicionalista y conservador de su escuela, entrando inevitablemente
en conflicto con la misma.
Al mismo tiempo se estaba conformando el Instituto Politécnico Nacional para coadyuvar al
desarrollo nacionalista del país y satisfacer las demandas sociales de las clases más desposeídas,
objetivos básicos de Revolución mexicana.
Los promotores de la nueva arquitectura, la que además de implicar una preocupación social
requería de importantes apoyos técnicos, encuentran un campo propicio para su implantación
en la Escuela Superior de Construcción.
Como consecuencia de estas afortunadas circunstancias la escuela de arquitectura del Politécni-
co, a mi modo de ver, fue en su momento la más avanzada que ha existido en México. Los que
tuvimos la suerte de egresar de ella quedamos permanentemente imbuidos de su principio fun-
damental: que la arquitectura es un satisfactor social y que por lo tanto tiene que afirmar sus
valores en la funcionalidad, la racionalidad y en la economía, sin detrimento, desde luego, de la
belleza.
He tenido un interés especial en apuntar esto, porque estos principios han permeado toda mi
obra realizada y por lo tanto, la hecha para el Politécnico.
A partir del inicio de la magna obra de la Ciudad Universitaria del Pedregal de San Ángel, sur-
gió en la comunidad politécnica la exigencia ante el Gobierno de que se hiciera algo semejante
para su institución, cuyas instalaciones eran sumamente precarias.
Como respuesta, el Gobierno inició la construcción de edificios para algunas de las escuelas y
se formuló un proyecto general para lo que quería, emulando a la Ciudad Universitaria, la Ciu-
dad Politécnica. Este proyecto requeriría de los terrenos del Casco de Santo Tomas, los del
Parque Plutarco Elías Calles, además de los que ocupaban el Parque Deportivo Plan Sexenal y
dos hospitales cuyas construcciones habría que demoler y tres manzanas de habitación que
tendrían que expropiarse.
Había yo renunciado a la jefatura del Plano Regulador de la Ciudad de México en abril de 1956,
cuando en agosto del mismo año, el Ing. Alejo Peralta, que recién había sido nombrado Direc-
tor del Politécnico, preocupado por la forma en que se estaba llevando a cabo la llamada Ciu-
dad Politécnica y por recomendación del Ing. Manuel Moreno Torres, Director de Obras Pu-
blicas del Departamento del Distrito Federal, y también egresado del Politécnico, me llamó pa-
ra solicitarme la formulación de un dictamen al respecto.
Acepté y procedí de inmediato a su formulación. Este concluía en que, aún asumiendo la posi-
bilidad de las demoliciones y expropiaciones que implicaban, un alto costo, social en el primer

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caso y económico en el segundo, se hubiera contado para el desarrollo del proyecto con solo
53 has, sin posibilidad de crecimiento alguno, mientras la Ciudad Universitaria contaba para su
proyecto con cerca de ocho veces más y otra cantidad casi igual para desarrollos futuros.
Presenté dicho dictamen al Ing. Peralta y al Ing. Moreno Torres. La reacción en ambos, frente
a la realidad que el dictamen manifestaba de manera inobjetable, fue de gran indignación.
De inmediato celebraron una reunión con el Ing. Walter C. Buchanan, también politécnico, en-
tonces Subsecretario o Secretario, no recuerdo, de Comunicaciones y el Lic. Raúl Salinas Lo-
zano, que era Presidente de la Comisión Nacional de Inversiones, equivalente a la Secretaría de
Programación y Presupuesto de hoy, y una de las personas del gabinete más cercanas al Presi-
dente Adolfo Ruiz Cortines.
En esta reunión, se tomó la determinación de llevar al Presidente, la manifestación de su justa
insatisfacción y plantearle la necesidad de la realización de un nuevo conjunto de edificios e
instalaciones acorde con la importancia del Politécnico y en un terreno suficientemente amplio
para garantizar su desarrollo futuro.
Así mismo se determinó que se me encomendara la formulación de un anteproyecto general
para un terreno que se escogió al sureste de la ciudad.
Procedí con un gran entusiasmo, tanto de mi parte como de la de mis colaboradores, escogidos
entre quienes habían sido mis alumnos más distinguidos y que ya habían trabajado conmigo en
el Plano Regulador de la Ciudad, y a principios de diciembre del mismo año, 1956, lo presenté
quedando en espera de que fuera llevado a consideración del Presidente, cosa que sucedió an-
tes de que terminara el año.
El Presidente Ruiz Cortines se caracterizaba como un hombre ponderado, escuchaba con gran
atención y rara vez precipitaba sus juicios —se comentaba que casi siempre su respuesta a lo
que se le solicitaba era la de: lo vamos a pensar y en su momento resolveremos lo conducente.
Así fue en este caso, sólo que hizo algunas consideraciones: objetó la ubicación en el sur de la
ciudad por el inconveniente político de la cercanía de dos concentraciones estudiantiles y sugi-
rió la ventaja que resultaría de crear un polo de desarrollo cultural al norte de la ciudad. Tam-
bién indicó la conveniencia de acercar al Politécnico a las principales zonas industriales del Va-
lle de México.
En consecuencia se encontraron y adquirieron los terrenos de los ejidos de Zacatenco y Tico-
mán —ya no en uso agrícola sino explotados como ladrilleras por familias que vivían en condi-
ciones inhumanas—. Estos terrenos, por su ubicación, sensiblemente en la intersección de dos
de los grandes ejes industriales del Valle de México, cumplían con los requerimientos sugeridos
y por su extensión, de 250 hectáreas, cubrían las necesidades actuales y garantizaban un amplio
desarrollo futuro.

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De inmediato se me autorizó el montar una oficina, ya que la mía particular resultaba estrecha
para la magnitud del trabajo requerido. Encontramos un local adecuado en las calles de Río Ti-
ber de la Col. Cuauhtémoc, y se normalizó la forma de cubrir los gastos inherentes, para pro-
seguir a la realización del proyecto definitivo, en los nuevos terrenos.
El proyecto avanzó hasta estar listo para iniciar la obra, paralelamente se acondicionaron los
terrenos. Sólo faltaba y se esperaba, ya con cierto nerviosismo, la autorización definitiva del
Presidente, cuando el sismo del 28 de julio de 1957, cerca de la madrugada, derrumbó, al igual
que otros edificios de la ciudad, varios de los que se estaban construyendo para la llamada Ciu-
dad Politécnica, dejando inútiles otros. A los pocos días el presidente Ruiz Cortines, ante esta
emergencia dio la orden de iniciación de las obras y autorizó los recursos requeridos.
En marzo de 1959 se iniciaron los cursos en los primeros edificios de la Unidad Profesional de
Zacatenco, se satisfacía al fin el anhelo de la comunidad politécnica.
Las premisas más importantes que se platearon para el proyecto de la Unidad fueron las si-
guientes:
 No considerar el conjunto sólo como un aglutinamiento de las escuelas existentes, cada
una con un proyecto particular, tal como se había concebido la Ciudad Universitaria y se estaba
tratando de realizar la Ciudad Politécnica, pues de esto resultaba, ya constatándose en la prácti-
ca, un derroche de recursos al repetir partes e instalaciones que podían ser de uso común —
caso muy importante el de los laboratorios— y una anarquía funcional, ya que no todas las par-
tes guardaban proporción similar con las diferentes necesidades de las escuelas.
 La mejor aplicación de los recursos por la optimización de los espacios, redundando en
una mayor eficiencia y calidad de las instalaciones.
 Por fidelidad a los principios que habían fundamentado la creación original de la ense-
ñanza de la arquitectura en el Politécnico, el proyecto de la casa más importante que lo alberga-
ría, tenía que sustentarse en estos mismos principios, sintetizados en:
 La racionalidad, funcionalidad y sentido de la economía de la arquitectura, por su com-
promiso de satisfactor social.
 Su preocupación por satisfacer las necesidades plenas del hombre, tanto físicas como
sicológicas, logrando espacios confortables, seguros y agradables. Considerando que el medio
más efectivo para esta última condición es el contacto con la naturaleza, jardines, árboles, cielo,
etcétera.
 El aprovechamiento al máximo de los recursos tecnológicos disponibles; esto con un
especial interés por tratarse del Instituto Politécnico Nacional, la máxima institución de ense-
ñanza técnica superior del país.

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Este último propósito llevó al uso de los materiales más adecuados a su función, preferente-
mente industrializados y a los sistemas constructivos más avanzados —por primera vez en el
país, se usaron en forma importante estructuras metálicas soldadas a tope, eliminando placas y
remaches y por lo tanto exceso de peso. En general se prefirieron sistemas mecanizados y de
montaje.
Desde luego, por razones obvias, se olvidó el nombre de Ciudad Politécnica, por más que el
proyecto, por su magnitud, no dejó de integrar una importante área urbana y se optó por el de
Unidad Profesional de Zacatenco, previendo que con el tiempo se crearían otras unidades se-
mejantes de acuerdo a una mejor política de descentralización.
El Politécnico, en el momento, a poco más de 20 años de su creación, era una institución joven
en pleno desarrollo, con una población estudiantil de alrededor de 50 000 alumnos, pero acu-
sando un crecimiento impredecible y enfrentado al compromiso de satisfacer la demanda de
profesionistas técnicos que el incipiente desarrollo del país requeriría en nuevos y diferentes
campos.
Esta situación, determinó la imposibilidad de plantear un programa basado sólo en las necesi-
dades del momento, sino uno que garantizara su vigencia en un tiempo razonable.
¿Cuál debería ser la población a tomar en cuenta y con qué anticipación de tiempo? y ¿cuál su
distribución en los campos establecidos y en los que seguramente tendrían que irse creando?
¿Cuál sería la evolución de la enseñanza y de las ayudas didácticas, tan importantes en el caso
de los laboratorios?
Estas interrogantes y otras más, determinaron la pertinencia de considerar un programa de ne-
cesidades, dentro de parámetros razonadamente amplios, que condujera a soluciones arquitec-
tónicas con una gran dinámica en el uso de los espacios, para adecuarse sin disfuncionalidad a
los cambios de las necesidades, y suficientemente elásticos para absorber los crecimientos futu-
ros.
Los requerimientos anteriores motivaron también la conveniencia de una rigurosa modulación
para sistematizar y armonizar las dimensiones, tanto de los espacios como de las instalaciones y
el mobiliario. El módulo que se encontró como más adecuado fue el de 90cm, con submódu-
los de: 60, 45, 30 y 15 centímetros.
El sistema modular que implica una simple retícula geométrica horizontal y vertical resultó
práctico, pues coincidió con muchas de las medidas del espacio que el hombre ocupa al realizar
sus actividades rutinarias con sus diferentes posturas y desplazamientos, y de los muebles o en-
seres que requiere. También es una medida que relaciona los sistemas inglés y métrico.
Esta modulación facilitó la elaboración, tanto de los proyectos particulares como del conjunto,
así como las construcciones a base de montaje de elementos prefabricados. Los primeros cua-
tro edificios de aulas, por una especial exigencia, se pudieron realizar en sólo cuatro meses.

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Paralelamente a la construcción de los edificios, el Ing. José Antonio Padilla Segura, al frente
del Patronato de Laboratorios y Equipos, encabezando un equipo de especialistas, llevó a cabo
la planeación y diseño de los programas, de los equipos –algunos necesariamente sofisticados–
y la realización del conjunto de laboratorios, tanto ligeros como pesados, que pusieron al poli-
técnico a la altura de las instituciones extranjeras más prestigiadas, con la ventaja de la optimi-
zación de su uso.
Cuando al Presidente Ruiz Cortines, se le pidió que inaugurara lo que podía considerarse una
primera etapa, se rehusó, argumentando que más le convenía al Politécnico que el próximo
presidente tuviera la motivación de sólo una inauguración final.
Al poco tiempo de iniciadas las obras, se me requirió la elaboración del proyecto del Centro de
Investigación y Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional, en la parte norte de los
mismos terrenos. El proyecto se realizó bajo los mismos principios y las obras con los mismos
sistemas constructivos con pequeñas variantes.
Con el apoyo decidido del Presidente Adolfo López Mateos, las obras continuaron sin inte-
rrupción, hasta que en 1964, quedo prácticamente terminada la Unidad, con excepción del es-
tadio y de un Museo Vocacional de Ciencia y Tecnología, también previsto en el proyecto y del
que únicamente se realizó el planetario Luis Enrique Erro, y fue inaugurada por el Presidente
López Mateos como lo había sugerido el presidente anterior.
Acerca de este periodo, que va desde el momento en que se me encomendó en 1956, un dic-
tamen sobre lo que se estaba llevando a cabo en Santo Tomás, hasta la inauguración en 1964,
de la Unidad Profesional de Zacatenco, podría decirles a ustedes muchas cosas. Por ejemplo en
relación con el equipo de trabajo que se formó.
En mis clases de Teoría de la arquitectura y Teoría del urbanismo, pero principalmente en los
Talleres de composición arquitectónica, tuve la fortuna de tener en general muy buenos alum-
nos y entre ellos algunos de excelencia, tanto por su decidida vocación hacía la arquitectura,
como por su capacidad y dedicación.
En la primera oportunidad que tuve, primero como proyectista en la oficina de Edificios y
Monumentos del Departamento del Distrito Federal, después como Jefe de la Sección de Pro-
yectos en el Plano Regulador de la Ciudad y finalmente como jefe del Plano Regulador del
propio Departamento, los fui llamando a colaborar conmigo. Así fue como logré integrar un
equipo de primera, que naturalmente, a partir de la iniciación, tanto de los proyectos definitivos
como de las obras, tuvo que irse ampliando en forma importante.
Se requirió de especialistas en los diversos campos: en el cálculo y diseño estructural; de la
construcción, tanto de los edificios como de la urbanización; de las diversas instalaciones, hi-
drosanitarias, eléctricas y electrónicas; en acústica, en jardinería, en administración de obras, et-

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cétera. Para todos hubo el cuidado de seleccionar a los profesionales más idóneos y por su ori-
gen politécnico, más comprometidos con su institución.
En el caso de los contratistas de obras se contaba con una experiencia reciente. El Ing. Manuel
Moreno Torres, siendo Director de Obras Publicas, de acuerdo con el entonces Regente, Lic.
Uruchurtu, sustituyó a los contratistas de obras por Directores de Obra, que en lugar de con-
tratar las obras a precio alzado, las dirigían y administraban de acuerdo a un tabulador general
de precios, por todo lo cual percibían unos honorarios establecidos. El resultado había sido sa-
tisfactorio, tanto por la calidad como por la economía en costo y tiempo de las construcciones.
Con este mismo criterio, se seleccionaron Directores de Obra para la construcción de cada uno
de los edificios, entre los contratistas de obras más prestigiados egresados del Instituto.
En este punto quiero destacar algo muy significativo El proyecto de la Unidad Profesional de
Zacatenco fue un reto. Fue un gran reto.
Cuando se implantó la enseñanza de la arquitectura en el Politécnico, en todo el país sólo exis-
tía una escuela de arquitectura, la de la Universidad Nacional. Y si bien es cierto que quienes la
implantaron y primero nos formaron, fueron destacados arquitectos universitarios, no dejó de
existir una cierta reticencia respecto a nuestra emergencia en el medio profesional, motivada
sobre todo por la ambigüedad del título.
El proyecto de la Unidad Profesional de Zacatenco nos brindaba una oportunidad de oro para
demostrar nuestra convicción de ser arquitectos, con una concepción moderna de la arquitec-
tura. Asumiendo la gran responsabilidad que al mismo tiempo esto implicaba. Sería en cierta
manera una carta de presentación.
El reto motivó la disposición del máximo esfuerzo para lograr resultados óptimos. Este espíri-
tu permeó toda la realización de las obras y podría ejemplificarse con varias anécdotas. Me gus-
taría recordar algunas, aprovechando esta oportunidad.
Recuerdo, por ejemplo, que cuando se presentaron los proyectos definitivos al Patronato de
Obras que ya se había constituido, uno de sus miembros, el Ingeniero Germán Campos, socio
de la fábrica de estructuras Campos Hermanos, la más importante que existía en el país, objetó
las estructuras soldadas a tope, diciendo que eran de popotes y que se caerían con el más leve
sismo. Aunque reconoció la ya viabilidad técnica de las mismas, argumentó que en México ca-
recíamos de la mano de obra calificada y de la posibilidad de supervisión que requerían.
Como la opinión del Ing. Campos, prestigiado egresado de la ESIME, era de peso y efectiva-
mente, el aspecto ligero de las estructuras soldadas a tope contrastaba con la pesadez de las que
Campos Hermanos fabricaba, a base de placas y remaches, el Patronato rechazó su aplicación,
recomendando las tradicionales.
Sin resignarme al cambio, con el apoyo de la suerte, conocí en el momento preciso a un joven
ingeniero, Sergio Mohar Llorens, también de la ESIME, que justamente regresaba de los Esta-
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dos Unidos donde se había especializado en supervisión de soldaduras y preparación de perso-
nal calificado, trayendo además consigo una cápsula radioactiva para tales fines. Con su valiosa
y oportunísima ayuda pudimos convencer al patronato.
Otra anécdota interesante: en 1963, se celebraron en México las Cuartas Jornadas Internacio-
nales de la Unión Internacional de Arquitectos.
Como es normal, meses antes se plantearon las posibles sedes del evento. En este caso fueron,
la Ciudad Universitaria, el Centro Médico y la Unidad Profesional de Zacatenco. La elección
favoreció a esta última por la razón de, palabras más o menos, lo avanzado de su arquitectura.
Tomada esta decisión, los miembros del Comité Organizador se trasladaron a Zacatenco para
constatar la posibilidad de su realización.
La parte que se ofrecía de la Unidad era el Centro Cultural, cuyo proyecto estaba aprobado así
como la partida presupuestal para su realización, pero como no se había podido ejercer todavía
esta última, no se había iniciado la obra.
Al percatarse de esto, el Comité se mostró reticente a su aprobación como sede. Pero esta vez
el apoyo de un buen amigo, el Arq. Ramón Corona miembro de la directiva del Colegio de Ar-
quitectos de México, les dijo que él había observado la forma en que se habían llevado a cabo
las obras del conjunto y que si Pérez Rayón aseguraba la terminación oportuna del Centro Cul-
tural, él tenía plena confianza en el ofrecimiento. Esto finalmente convenció al Comité el cual
autorizó la sede.
Indudablemente, esta propuesta era motivada sobre todo por un deseo ferviente, pero había
algo de irresponsabilidad en ello. Afortunadamente las circunstancias volvieron a ser favora-
bles. Los recursos pudieron ejercerse pronto y se iniciaron las obras. El tiempo de todos mo-
dos fue muy apremiante, pero se cumplió el compromiso.
Justo en el momento en que salía el último jardinero, entraba el Arq. Pierre Vago, Presidente
de la Unión Internacional de Arquitectos, para inaugurar solemnemente, en el Centro Cultural
de la Unidad Profesional de Zacatenco, escogida como sede, las Cuartas Jornadas Internacio-
nales de Arquitectura, con asistencia de los más importantes arquitectos del mundo.
Pero en este día de la inauguración, otro incidente da lugar a una anécdota más.
Exhausto por los últimos días de trabajo ininterrumpido en la obra, sobre todo del auditorio
principal, descansaba en la noche en mi casa cuando uno de mis más cercanos colaboradores,
el Arq. Pedro Kleimburg, me llamó por teléfono para decirme que fallas en el sistema de tra-
ducción simultánea, tenían muy preocupados a los organizadores. De inmediato me trasladé al
centro y cuando llegué, al bajar del coche, un hombre relativamente joven se me acercó y me
dijo: arquitecto, usted no me conoce, soy ingeniero de comunicaciones de la ESIME, conozco el
problema, si me autoriza usted, le doy la seguridad de solucionarlo. Le dije que sí y efectiva-

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mente no volvió a haber ninguna falla en el sistema de traducción simultánea. Me apena no re-
cordar su nombre, si es que me lo dijo.
La Ciudad Universitaria estaba concluida e indiscutiblemente era una realización de arquitectu-
ra moderna muy importante y de gran valor. Esto representaba para nosotros la ventaja de una
experiencia viva y actual en nuestro medio, de la que, a condición de asumir una actitud crítica
estricta y honesta, podíamos aprender de lo que considerábamos aciertos y de lo que conside-
rábamos errores.
Al final, diferencias importantes, en la formulación de los programas de necesidades, la con-
cepción de una unidad orgánica, la preocupación por la dinámica y elasticidad de los espacios;
la determinación del uso de materiales y sistemas constructivos más avanzados, la rigurosa mo-
dulación generalizada y algunas otras particularidades dieron como resultado un proyecto dife-
rente al de la Ciudad Universitaria, con características muy particulares, tanto desde el punto de
vista funcional como estético.
A partir de la inauguración de la Unidad Profesional de Zacatenco, ya con un Patronato de
Obras formalmente constituido, como Presidente del mismo y como Director de Proyectos y
Obras, tuve la oportunidad de seguir colaborando para la realización de otras Unidades Profe-
sionales, descentralizadas del instituto.
De éstas voy a referirme en especial a una, que tal vez por demasiado ambiciosa, nada más ha
quedado realizada en una primera etapa. La Ciudad de la Ciencia y la Tecnología, CICITEC.
En este caso, la calificación de ciudad es perfectamente justa.
Efectivamente se trata de un conjunto urbanístico para una comunidad académica con vida
propia, alejada lo suficiente del área metropolitana para garantizar el no ser conurbada, librán-
dose de los problemas de la concentración urbana y con las mayores ventajas, en cambio, para
el estudio y la investigación.
Para este fin se adquirieron terrenos de la ex Hacienda del Mayorazgo situada en el límite del
Estado de México con el de Morelos, y con acceso por la carretera Xochimilco-Oaxtepec. La
zona en que se ubican es boscosa, de una gran belleza y su superficie, varias veces la de los te-
rrenos del Politécnico en Zacatenco y Ticomán, permitió la realización de un proyecto que
comprende tres campus, uno de Ciencias Físico Matemáticas, otro de Ciencias Médico Biológi-
cas y otro de Ciencias Económico y Administrativas.
Además de los edificios e instalaciones complementarios para la cultura y el deporte, el proyec-
to satisface las necesidades de habitación con sus correspondientes servicios, escuelas, comer-
cios, de salud, seguridad, administración y gobierno, para una población de alrededor de 40 000
habitantes.
El proyecto, desde el punto de vista arquitectónico, obedeció a los mismos requerimientos y
propósitos del de la Unidad Profesional de Zacatenco, sólo que tomando en cuenta las muy
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particulares condiciones del clima, y de la topografía del terreno. Desde el punto de vista urba-
nístico se aplicaron los principios más significativos del urbanismo moderno.
La primera etapa que se realizó y ha estado en pleno funcionamiento sólo consiste de varios
edificios de aulas y laboratorios para la parte de Ciencias Médico Biológicas y por referencias
de algunos alumnos y profesores sé que el trabajo académico se lleva a cabo en las mejores
condiciones de ambiente.
Ha sido para el equipo y para mí, muy satisfactorio el reconocimiento de la calidad de los pro-
yectos y de las obras realizadas, expresado con las varias distinciones y premios otorgados,
mencionados en el currículo.
No quiero abusar más de su tiempo. Han sido muy pacientes al escucharme lo que les agradez-
co mucho.

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ENTREVISTA CUESTIONARIO

¿CUÁL ES LA DOCTRINA ARQUITECTÓNICA con la que se proyectaron las obras, prin-


cipalmente escuelas para la enseñanza técnica, presentadas en este número?
La que considera que la arquitectura debe corresponder a nuestro espacio-tiempo, es decir, que
debe satisfacer nuestras necesidades adecuadamente jerarquizadas, con el aprovechamiento de
los más adelantados recursos técnicos de que podemos disponer.
¿Quiere decir entonces que no deben escatimarse esfuerzos para aprovechar los mejores recur-
sos de la técnica con el fin de lograr una arquitectura actual?
Solo cuando la arquitectura ha cumplido con este requisito ha tenido una justificación histórica.
Sin embargo, no debe caerse en el riesgo de que los recursos técnicos, puedan convertirse, en
un momento dado, en un fin por sí mismos ya que la razón de ser fundamental de la arquitec-
tura es lograr que los espacios habitables por el hombre permitan a éste el mayor bienestar.
¿Cuáles son las características de la arquitectura actual más importantes consideradas en los
proyectos?
Las siguientes:
ELASTICIDAD. La dinámica de las necesidades actuales en todos los aspectos de la vida, en
nuestro caso particular, la pedagogía por una parte y la técnica misma por otra, con profundos
y acelerados cambios, impiden la formulación de programas de necesidades cuya vigencia pue-
da mantenerse por períodos que no sean demasiado cortos. El ajuste de un edificio a un pro-
grama rígido de necesidades lo condenaría a un absolutismo casi inmediato. Es un imperativo,
por lo tanto la elasticidad en las soluciones arquitectónicas, recurriendo al mayor número de
elementos constructivos cambiables, es decir, lograr en el mayor grado posible un ajuste per-
manente a las nuevas necesidades a medida que vayan presentándose, en nuestro caso como
consecuencia de una real y deseable evolución tanto del contenido mismo como de los méto-
dos de la enseñanza.
MODULACIÓN Y ESTANDARIZACIÓN. La modulación en los espacios no solamente nos facilita
la dinámica en el uso de los mismos en función de la necesaria elasticidad a la que me he refe-
rido, sino que permite obtener el mayor número de elementos constructivos estandarizados
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que nos hacen posible la realización de una arquitectura cada vez más industrializada, y por lo
tanto, con todas las ventajas inherentes a esta forma de producción. Es indiscutible que la ar-
quitectura tendrá que ir cada día más de la producción artesanal por la que en gran parte se en-
cuentra aún limitada, a la producción industrial que será el ajuste natural y necesario con la
época.
¿En las obras que tienen algún tiempo de realizadas se han justificado los requerimientos ante-
riores?
Sí. Definitivamente sí, ha habido en aulas, en laboratorios, en partes especiales, ajustes que no
solamente han facilitado modificaciones funcionales muy razonables, sino que han permitido el
máximo aprovechamiento del espacio, ajustando, por ejemplo, las aulas y los laboratorios a la
magnitud de los grupos escolares suprimiendo prácticamente los espacios vacíos.
La estandarización, prefabricación y montaje de elementos constructivos, no solamente aportó
ventajas para la realización de los edificios, sino que continúa facilitando la conservación y el
mantenimiento.
¿Considera usted que la Industria Nacional está preparada para que nuestra arquitectura se
adecue a su época?
Creo que la Industria Nacional está ya en condiciones de aportar muchos nuevos elementos
que determinarían un gran avance en este sentido dentro de las condiciones socio-económicas
propias de nuestro país, diferentes naturalmente para sus distintas regiones. Creo que solamen-
te está faltando que los arquitectos demanden a la Industria esta ayuda.
¿Considera usted que las condiciones actuales del país son propicias para una arquitectura in-
dustrializada?
Sí y no, dependiendo de las características socio-económicas, muy diferentes en todo el país, y
del grado de industrialización que se demande para la arquitectura. Es indudable la diferencia
de condiciones que prevalecen en las zonas de mayor desarrollo, en la Ciudad de México es
posible un alto grado de industrialización para la arquitectura con las que prevalecen en las zo-
nas menos desarrolladas; entre unas y otras existe una amplia gama de posibilidades. Lo que es
cierto es que el proceso, actual y universal de industrialización de la arquitectura deberá ir para-
lelo y no a la zaga como ha ido, de nuestro desarrollo tecnológico.
¿Considera usted que la arquitectura regional debe hacer caso omiso de la industrialización?
Toda arquitectura auténtica, como expresé en un principio, tiene que ajustarse a las condicio-
nes de su tiempo y de su espacio; debe satisfacer las necesidades del hombre a quien sirve con
la mayor eficiencia y con el menor esfuerzo. La arquitectura, por lo tanto, debe ser regional en
la medida en que la región pueda, por una parte, caracterizar las necesidades de sus habitantes y
por otra, determinar el uso óptimo de los recursos técnicos para su realización. Y desde luego

IDEAS Y OBRA • REINALDO PÉREZ RAYÓN


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la óptima utilización de los recursos técnicos determinará en cada caso el grado de industriali-
zación adecuado.
¿Qué opinión tiene usted del “fachadismo”, que aparentemente, puede dar a la arquitectura un
aspecto regional, pero solo aparentemente?
Bueno, creo que en la actualidad todos estamos de acuerdo en que la arquitectura no tiene nada
que ver con la escenografía. Imagínese usted que las obras que hemos realizado para la investi-
gación tecnológica, o cualesquiera otras, se hubieran hecho con estructura metálica y en las fa-
chadas aparecieran simulados muros de tabique como elementos de carga; o bien, en caso con-
trario, que si por razón a las condiciones propias del lugar, el sistema constructivo fuera de mu-
ros de carga y en la fachada se dispusieran elementos simuladores de una estructura metálica
aparente o de concreto o cualquier otro sistema constructivo más avanzado.
Mientras que en la época en que vivimos la producción de automóviles, aviones, utensilios, et-
cétera, sólo es concebible por medio de la producción industrial, la arquitectura se realiza con
elementos y sistemas primitivos sin que esto extrañe a nadie.
Esta elasticidad ha facilitado la realización de cambios en los espacios interiores, sin modifica-
ciones externas que perjudicarían al proyecto en su conjunto, logrando que todos los nuevos
espacios obtenidos, después de las modificaciones, tengan las mismas condiciones óptimas que
las iniciales.

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204
CONFERENCIA PRESENTADA EN EL
COLEGIO DE ARQUITECTOS DE LA
CIUDAD DE MÉXICO
ARQUITECTURA DEL INSTITUTO POLITÉCNICO NACIONAL

Muy estimados colegas y amigos:


AGRADEZCO MUCHO LA OPORTUNIDAD que me ha brindado el colegio para venir a
platicar con ustedes.
Pero necesito, antes que nada, hacer una consideración sobre el enunciado del tema: arquitectura
del IPN. Este enunciado puede indicar, en una interpretación amplia que me referiría a toda la
obra que a partir de su creación, ha sido, o bien realizada para el Instituto, o bien por sus egre-
sados, que en su conjunto acusaran características propias, para definirlas como una arquitectu-
ra politécnica.
Esto desde luego requeriría una investigación para llegar a un conocimiento suficiente de toda
la obra realizada por sus egresados, para poder arribar a una conclusión en tal sentido.
Como esto desde luego no lo he hecho, únicamente podré referirme a la obra arquitectónica,
en la que por una verdadera fortuna del destino, me tocó participar, afortunadamente porque
me permitió poner toda mi pasión por la arquitectura al servicio de la institución que en su
momento me formó profesionalmente e influyó muy significativamente en mi personalidad.
Creo, que antes de referirme a la obra propiamente, debo hacerlo a las circunstancias que me-
diaron para que ésta se llevara a cabo y sobre todo el por qué y cómo de la misma. Las prime-
ras, como generales, tienen ya un carácter histórico y las segundas como particulares son más
coyunturales.
Voy a tratar entonces de referirme a las primeras.
Viollet le Duc, el gran arquitecto francés, a mediados del siglo XIX, fue el que primero vaticinó
sobre una nueva arquitectura que tendría que venir a satisfacer, las necesidades del nuevo
hombre, con el uso de su avanzada tecnología.

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¿Por qué un hombre nuevo? Porque devenía del humanismo renacentista y de las conquistas
de las revoluciones sociales, que valoraban al hombre común por su propia condición humana,
independientemente de su estado social o económico.
Poco a poco esta nueva arquitectura comenzó a surgir, tanto en Europa como en Estados
Unidos, y en las primeras décadas del pasado siglo, se generalizó, como la arquitectura moder-
na, que privilegiaba el uso sobre la mera preocupación contemplativa, o como se dijo entonces:
la función sobre la forma.
También a diferencia del pasado. En lugar de avocarse a los templos, palacios o monumentos,
las obras heredadas nos dan fe de esto, la arquitectura moderna afrontó el compromiso de sa-
tisfacer grandes demandas sociales: escuelas, hospitales, edificios para la recreación y la cultura
populares, y sobre todo habitaciones, económicas pero cómodas, seguras y agradables.
En México, la nueva arquitectura nos llega al principio de los años 30. En este momento, im-
pera como resultado de la pasada Revolución un fuerte espíritu nacionalista y de gran preocu-
pación social, que influye sobre todo en los intelectuales. Este espíritu se hermana bien con el
de nueva arquitectura y entusiasma a un grupo de jóvenes y talentosos arquitectos universita-
rios: Juan O’Gorman, principalmente, junto con Juan Legarreta, Álvaro Aburto, Enrique Yá-
ñez, Raúl Cacho, entre otros.
Este grupo, además de realizar importantes obras, pretende llevar su entusiasmo al campo de la
enseñanza, pero encuentra una fuerte oposición en los maestros tradicionalistas de su Escuela
de Bellas Artes de San Carlos.
La Escuela Superior de Construcción, que junto con otras, conformaría en poco tiempo, ya
como Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura, el Instituto Politécnico Nacional, para
preparar los profesionistas que con una meta de servicio social requerirá el previsible desarrollo
del país, acoge al grupo, y se constituye en ella, la segunda escuela de arquitectura en México.
Por la rigurosa enseñanza de la arquitectura moderna y la formación social de sus egresados
considero que, en su momento fue la más avanzada del país.
La obra arquitectónica a la que me voy a referir tuvo como firme propósito el aplicar los prin-
cipios y la filosofía en general que nos fueron influidos a los que egresamos de ella, y de los que
aún sigo convencido, sobre todo porque subsisten las premisas que los determinaron.
El Politécnico, a los pocos años de su creación, comenzó a tener un promisorio crecimiento y
por lo mismo la necesidad de contar con los espacios arquitectónicos suficientes y adecuados
de los que carecía. Para satisfacer esta necesidad se inició la realización de un conjunto de edifi-
cios para sus escuelas en el lugar donde se había iniciado: el Casco de Santo Tomás, pero con
un proyecto que para satisfacer solo las necesidades del momento requería adicionar terrenos
adyacentes.

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Los inconvenientes eran obvios y algunos insuperables. Los terrenos disponibles, salvo los de
un parque, el Plutarco Elías Calles, contenían algunos hospitales en buenas condiciones y en
uso, un parque deportivo público, varias manzanas con habitaciones. Su adquisición además de
muy costosa hubiera implicado problemas sociales y políticos. Pero aún de haberlo logrado,
hubiera impedido el gran desarrollo inmediato y futuro de la institución.
Por otra parte hacía patente la pobreza de miras frente a la magnificencia con la que se había
realizado la Ciudad Universitaria del Pedregal.
Todo esto motivó la indignación natural pero sobre todo, el firme propósito de los egresados
que estaban en condición de poderlo hacer, Alejo Peralta, Manuel Moreno Torres, Walter C.
Buchanan, principalmente, de luchar por la realización de un conjunto de obras en un terreno
que garantizara el pleno desarrollo del instituto. Y con la calidad y dignidad propia de su legí-
tima importancia.
El resultado de esta lucha fue exitoso y pronto se concretó en la realización de un ambicioso
conjunto en terrenos que fueron adquiridos con una superficie varias veces mayor que la pre-
tendida en Santo Tomás.
Es el momento en que se me solicita la realización de un anteproyecto, primero, después el
proyecto y finalmente la dirección de las obras de la Unidad Profesional del Instituto Politécni-
co Nacional en Zacatenco.
Siempre he considerado que un proyecto arquitectónico, sobre todo cuando es importante, no
puede ser o no debe ser el resultado de la idea genial de un inspirado arquitecto. En cambio sí
el resultado de un trabajo serio y responsable, llevado a cabo por un equipo al que el arquitecto
convoque y coordine.
Cuando tuve la oportunidad de impartir mis clases en la ESIA, entre 1948 y 1957, tuve la suerte
de contar con buenos alumnos, algunos de excelencia. Con la colaboración de estos últimos
pude integrar un equipo, para desarrollar, en el entonces Departamento del Distrito Federal,
los proyectos urbanísticos que se me encomendaron y que finalmente me llevaron a la jefatura
de la oficina del Plano Regulador de la Ciudad de México.
Este mismo equipo, con plena identificación y entusiasta dedicación, fue un factor determinan-
te para la realización de casi toda mi obra profesional. El reconocerlo y manifestarlo una vez
más, es para mí una satisfacción y un motivo para reiterar mi agradecimiento a los que lo inte-
graron.
Como el tiempo no me va a permitir, hacer una descripción detallada de la obras, voy a tratar
de concretarme a las principales características más significativas y solo de las que considero
más importantes.
La obra más importante fue sin duda, LA UNIDAD PROFESIONAL DE ZACATENCO.

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Al formular el programa de necesidades nos enfrentamos con algunas interrogantes de difícil
respuesta, establecimos las necesidades que en el momento requerían las diferentes carreras
profesionales, pero el ya previsible desarrollo de instituto, estrechamente ligado al del país, nos
planteaba una de las interrogantes: ¿qué nuevas carreras se tendrían que crear en un futuro cer-
cano? Conocimos el número de alumnos y de profesores de cada carrera y pudimos percatar-
nos de las tendencias de crecimiento, pero ¿cómo determinar los límites en cada caso? Estas
interrogantes se hicieron más críticas en el caso de los laboratorios.
La solución que pareció, por lo tanto más acertada fue la de disponer edificios con un área de
dimensiones adecuadas, con plan libre, un área de circulación, y las escaleras y los servicios sa-
nitarios adicionados. Para facilitar el efectivo acondicionamiento de los espacios en el área de
plan libre, de acuerdo a las necesidades del momento o futuras, se diseñó un sistema de paneles
separadores fáciles de montar y desmontar, aprovechando las ventajas de la modulación gene-
ralizada para el proyecto.
Pudimos establecer un límite general de crecimiento por las dimensiones del propio terreno,
que lo permitían ambicioso, en cambio sabíamos que el crecimiento, por razones económicas,
tendría que realizarse por etapas.
Esto determinó que en el proyecto de conjunto, las etapas a realizar debían mantener la rela-
ción cercana entre las partes de más frecuente uso: las aulas, los laboratorios, tanto ligeros co-
mo pesados, las plazas de dispersión de alumnos, los estacionamientos, las paradas de trans-
porte y la zona deportiva.
Estas dos condiciones: la dinámica en el uso de los espacios y la elasticidad para el crecimiento
de la Unidad, constituyeron, a mi juicio, las características más sobresalientes, pues son las que
han mantenido la funcionalidad, a pesar de los acelerados cambios, tanto en los edificios como
en el conjunto, por lo menos hasta la fecha, a cerca de 50 años de su realización.
Otras de las características importantes fueron la rigurosa y total modulación, horizontal y ver-
tical, para los espacios cerrados y abiertos, para el mobiliario y las instalaciones, en especial las
de los laboratorios, que facilitó la elaboración de los proyectos, la construcción con el mejor
aprovechamiento de los materiales dimensionados tanto en medidas inglesas como métricas.
Siendo el Politécnico la principal institución tecnológica del país, existió el compromiso de uti-
lizar la tecnología más avanzada del momento, un ejemplo de este propósito lo constituye el
haber diseñado y realizado todas las estructuras metálicas soldadas a tope, con la consiguiente
ligereza.
Esto que ahora no nos extraña, en su momento, aunque ya se habían iniciado intentos en for-
ma aislada y en pequeña escala, parecieron demasiado audaces y preocupantes por compara-
ción con las estructuras que se hacían a base de remaches y por lo tanto más pesadas y costo-

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sas. Para una plena seguridad se sometieron a una supervisión no destructiva con el uso de una
cápsula de cobalto.
Hubo también la preocupación de relacionar visualmente los espacios interiores con los exte-
riores jardinados y arbolados, para cumplir con una de las premisas de la arquitectura y del ur-
banismo moderno. Mantener la relación del hombre con la naturaleza para su salud física y
mental y para la agradabilidad de su entorno.
A pesar de la gran amplitud para permitir el crecimiento de la población, así como de sus acti-
vidades relacionadas tanto con la enseñanza como con la investigación, este crecimiento fue
tan grande que en pocos años desbordó a la Unidad de Zacatenco, y hubo necesidad de reali-
zar otras unidades periféricas del área urbana.
Una de ellas, en la que tuvimos por razones sentimentales un especial interés fue la Unidad
Profesional de Arquitectura de Tecamachalco. Pensando que con el tiempo llegara a ser no so-
lo de arquitectura, sino de diseño en general, tal y como lo fue el Bauhaus en Alemania, el cen-
tro más importante para la afirmación de la arquitectura moderna, del urbanismo, así como del
diseño industrial moderno.
En este caso el proyecto tubo que condicionarse a la forma un tanto especial del terreno y por
razones coyunturales de economía se cambió, al igual que en las demás unidades periféricas, la
estructura metálica por estructura de concreto.
El conjunto se formó con tres edificios tipo de 4 niveles, la planta baja con parte porticada y
algunos servicios. Las tres para aulas y salones de diseño. En estas como en la unidad de Zaca-
tenco se concibieron por igual razón con plan libre, solo que aquí por una desafortunada limi-
tación económica, los elementos divisorios tuvieron que realizarse con materiales tradicionales
y por lo tanto no con la misma facilidad de movilidad como en Zacatenco.
Los edificios se desplantaron en diferentes niveles por la topografía del terreno y se ligaron en-
tre si por ambulatorios cubiertos.
La preocupación por las áreas porticadas, se debió, en parte para ampliar las áreas libres, dada
la escasez de terreno, pero sobre todo para disponer de espacios suficientes para la exposición
de los proyectos elaborados por los alumnos.
Esta práctica, consistente al término de cada curso, llevada a cabo en la época en que asistimos,
primero como alumnos y después algunos años como profesores, contribuyó a propiciar y
mantener la calidad de la enseñanza de la arquitectura. Fue un estímulo muy importante, tanto
para los alumnos como para los profesores.
Otra de las partes del conjunto fue la destinada a talleres. El propósito de contar con estos fue
el de propiciar el desarrollo de una investigación arquitectónica en diversos aspectos, princi-
palmente a base de maquetas o prototipos a escala, tendientes a encontrar, por ejemplo, solu-

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ciones al problema de la habitación popular mediante el uso de nuevos sistemas constructivos
y nuevos materiales.
El proyecto se complementó con un edificio en cuya planta baja se ubicaron el auditorio y unas
aulas audiovisuales para aprovechar los recursos tecnológicos disponibles en ese momento
como auxiliares de la enseñanza. Además un área cubierta para exposiciones. En la planta alta
se ubican las partes directivas y administrativas y la biblioteca con servicios de informática.
Otro edificio fue el de un gimnasio con vestidores inmediatos a la alberca y a las demás instala-
ciones deportivas.
Un edificio más fue la cafetería, desarrollada en una planta, y cuya azotea se cubrió con una
amplia y ligera cubierta para proporcionar un área sombreada para un agradable disfrute.
Se dispusieron los estacionamientos que fueron posibles, así como áreas ajardinadas.
Finalmente el conjunto se complementó con tres obras de arte: una escultura de Francisco
Moyao, hecha con molduras de aluminio, y dos murales realizados por el Arq. Juan Polo Es-
trada, uno interior hecho en madera y otro exterior sobre concreto.

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MENSAJE EN LA RENOVACIÓN DE LA MESA
DIRECTIVA DE LA SOCIEDAD DE
ARQUITECTOS DEL INSTITUTO
POLITÉCNICO NACIONAL

Distinguidos invitados
Estimados compañeros
Señoras y señores.
UNA VEZ MÁS, acudimos al acto de renovación de la mesa directiva de nuestra Sociedad de
Arquitectos del Instituto Politécnico Nacional. Este acto, nos da la oportunidad de constatar el
cumplimiento permanente de sus elevados fines, así como el de asumir, con entusiasmo, el
compromiso de un renovado esfuerzo para la superación de los mismos.
Queriendo recordar en forma breve estos fines, los sintetizamos diciendo: que concurren a la
elevación cultural y profesional de sus agremiados, para propiciar un mejor desempeño, como
creadores de arquitectura, en el ámbito de una sociedad con la que, por su origen de escuela,
deben estar especialmente comprometidos.
La fidelidad a los mismos y la preocupación de su cumplimiento, por parte de las sucesivas di-
rectivas que la han presidido, a través de más de cuarenta años de existencia, han sido la base
firme en que se ha sustentado el prestigio que nuestra sociedad ha llegado a adquirir, tanto en
el ámbito profesional de la arquitectura, como en el de la comunidad politécnica y de la socie-
dad en general.
El cumplimiento de estos fines y principios fundamentales, ha implicado, naturalmente, la rea-
lización de acciones con propósitos más concretos: unas, enfocadas a la preocupación por la
enseñanza de la arquitectura en nuestra escuela, con el ferviente y mantenido deseo de que lle-
gue a ser una enseñanza de excelencia. Otras, encaminadas a auspiciar la relación gremial de los
arquitectos egresados del politécnico, con una participación más amplia, en las principales
agrupaciones de carácter supraescolar, como son: la Sociedad de Arquitectos Mexicanos, el Co-
legio de Arquitectos de México, y las dos academias existentes, a fin de sumar esfuerzos, en
beneficio del gremio en general. Otra, no menos importante, es la de difundir la obra arquitec-

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tónica, la de sus miembros en especial, a fin de elevar, mediante el ejercicio crítico, la calidad
profesional de sus agremiados.
A estos propósitos concurrieron todas las acciones de la mesa directiva saliente, a las que ya en
forma detallada se refirió la arquitecta Teru Quevedo.
De estas, sin embargo, deseo remarcar una en especial, la que en cumplimiento al propósito de
difusión de la obra de los arquitectos politécnicos, culminó con la exposición en el Palacio de
Bellas Artes, de la obra realizada por más de 70 arquitectos miembros de nuestra sociedad.
Al referirse a ella la arquitecta Teru Quevedo, por natural modestia, omitió el entusiasmo, que
tuvo que ser necesario, para convocarnos a su realización, el esfuerzo que tuvo que ser inverti-
do, por ella y por su equipo, en la promoción, trabajo de montaje, divulgación etcétera, pero
sobre todo, no nos habló de la voluntad requerida para vencer una inercia que por largo tiem-
po había postergado una aspiración generalizada. La justificación de estas apreciaciones la en-
contramos en el éxito de la exposición misma.
Subsiste, ahora, el compromiso de editar el catálogo correspondiente, que ayude a su mayor di-
vulgación y por lo tanto al mejor cumplimiento de sus fines.
Cabe esperar, sin embargo, que lejos de considerar esta exposición como un hecho consuma-
do, se estime solo como la primera etapa de un acervo que debe ser progresivamente enrique-
cido, pues ello nos ofrecerá los medios para mantener una autocrítica provechosa, que nos
permitirá luchar con bases más sólidas para el mejoramiento de la enseñanza de la arquitectura
en nuestra escuela y para que esta sociedad encauce sus acciones con mayor conocimiento de
nuestra realidad.
Una vez más debemos sentirnos satisfechos, por haber acertado, al poner en manos de com-
pañeros cuidadosamente seleccionados, los destinos de nuestra sociedad. Una vez más tene-
mos la satisfacción de relevar de un compromiso plenamente cumplido a una directiva saliente.
Al mismo tiempo, con igual satisfacción, depositamos en una nueva mesa directiva nuestra
plena confianza para el cumplimiento de los fines de nuestra sociedad y la preservación del
prestigio que ha adquirido a través de su ya no corta existencia.
La razón de esta confianza se finca en el reconocimiento de la calidad individual y profesional
del arquitecto Alfredo Mota Treviso y de cada uno de los miembros de la directiva que encabe-
za, todos ellos distinguidos arquitectos egresados de nuestra escuela y miembros de nuestra So-
ciedad.
La estafeta pasa, de unas buenas manos a otras buenas manos.
Al hablar del Arquitecto Alfredo Mota Treviso, es difícil no hacer aquí un paréntesis para refe-
rirnos a él como Pipo Mota, porque así lo hemos llamado cariñosamente sus amigos, y sobre
todo, recordar, ya con nostalgia, los años en que formando parte de los famosos burros galo-

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pantes del equipo de fútbol americano del Politécnico, nos entusiasmó, en medio de los hue-
lums, con sus extraordinarias jugadas.
Pero ahora, paréntesis aparte, debemos referirnos ya, a su actuación profesional, brillante, por
sus obras arquitectónicas, por su desempeño en diversos puestos de responsabilidad y por su
destacada actividad académica.
Podría puntualizar esto con la lectura de un currículo, pero por lo amplio, requeriría un tiempo
mayor del disponible y por otra parte siendo su actuación tan reconocida, resulta un tanto in-
necesario.
Solo voy a ahondar, dentro de su labor académica, a algo en que ha puesto su mayor entusias-
mo, aprovechando su experiencia y capacidad y por que para nosotros resulta especialmente
trascendente, el estudio y planteamiento, en estrecha colaboración con el Arq. Alejandro Gay-
tán, de una Unidad Interdisciplinaria de Diseño, en el seno naturalmente del Politécnico, apro-
vechando la estructura orgánica y física de la Unidad Profesional de Tecamachalco.
Forma parte también de esta propuesta, con el asesoramiento en este caso de miembros de la
SAIPN, un plan de estudios específico para la carrera de arquitecto, homologado con planes de
estudio de los Estados Unidos y Canadá, pero enfocado al mismo tiempo a nuestra realidad.
Los que hemos tenido la oportunidad de conocer, analizar y juzgar las bondades de estos pla-
nes tenemos la seguridad de que su implantación representaría un significativo avance en la en-
señanza del diseño en general y de la arquitectura y del urbanismo en particular, avance muy
oportuno en el momento en que se plantea para el país la necesidad de una modernización
científica, tecnológica y cultural.
Para finalizar a nombre del Consejo de Expresidentes de nuestra Sociedad tengo el honor de
expresar a la Arq. Teru Quevedo Seki y a los miembros de su directiva nuestro más amplio re-
conocimiento por la labor cumplida, y al Arq. Alfredo Mota Treviso, así como a cada uno de
los miembros de su directiva, además de refrendarles nuestra confianza, ofrecerles los mejores
deseos para un cumplimiento fructífero y exitoso del compromiso que han adquirido con nues-
tra Sociedad de Arquitectos del Instituto Politécnico Nacional.

Muchas gracias.

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CONSIDERACIONES SOBRE EL ESTADO
ACTUAL DE LA ARQUITECTURA
Febrero de 2000

A PRINCIPIOS DEL SIGLO XX, tuvo lugar un cambio en la arquitectura, tal vez el más signi-
ficativo en toda su larga historia, porque a diferencia de los que habían venido sucediéndose
mediante los estilos artísticos, que atendían más a las formas externas, en este caso, el cambio
fue más conceptual que simplemente formal, al afirmar contundentemente el papel de la arqui-
tectura como satisfactor social, de acuerdo a las nuevas condiciones imperantes. Esto implicó
la mayor preocupación por satisfacer las necesidades humanas, con preferencia las de los gru-
pos más necesitados, por lo tanto también con la mayor economía, mediante el mejor aprove-
chamiento de los recursos tecnológicos.
Viollet le Duc, el gran arquitecto francés, a mediados del siglo XIX, con gran visión, ya había
anticipado la necesidad de una arquitectura nueva que expresara con sinceridad sus posibilida-
des estructurales y constructivas y las necesidades por satisfacer.
La nueva arquitectura, con esta conceptualización, moderna, funcional, racional, internacional,
orgánica, etcétera, como se le ha adjetivado, en referencia a sus características, todas concu-
rrentes, al comprometerse a satisfacer con la mayor eficacia y economía, las necesidades huma-
nas, este compromiso tuvo que ser el condicionante de las formas plásticas resultantes, y que la
belleza fuera la consecuencia natural de la expresión sincera de la finalidad lograda.
Louis H. Sullivan, uno de los principales iniciadores de la nueva arquitectura en Estados Uni-
dos dijo en forma contundente y con ahorro de palabras: la forma sigue a la función.
Históricamente la arquitectura no solo ha estado determinada por las condiciones sociales, po-
líticas, económicas y culturales, sino que a su vez ha contribuido al mantenimiento de dichas
condiciones y en forma muy importante del poder político. No en balde, las obras más signifi-
cativas que nos han sido legadas del pasado, son palacios y templos, cuya magnificencia ha ido
en relación con el poder de los príncipes y de las iglesias que las usufructuaron.
Sin remontarnos demasiado al pasado, debemos puntualizar las condiciones cercanas que ges-
taron la nueva arquitectura:

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El Renacimiento, con el humanismo, inicia una revaloración del hombre por su propia condi-
ción natural, que se irá afirmando mediante las sucesivas revoluciones sociales que le van otor-
gando derechos fundamentales. Es natural pensar que uno de estos derechos debe ser el usu-
fructo de la arquitectura por el hombre común, independientemente de su condición social y
económica.
Este derecho ha implicado una demanda a la arquitectura para satisfacer un cúmulo inédito de
necesidades: escuelas, hospitales, edificios e instalaciones para la cultura, el deporte y la recrea-
ción, y sobre todo de habitaciones adecuadas y dignas. Demanda que en los países pobres su-
pera con mucho las posibilidades económicas. La economía resulta, entonces, una condición
necesaria para la arquitectura.
El desarrollo científico y tecnológico dio lugar a nuevos materiales: el concreto armado y el
acero estructural fueron altamente propiciatorios para el surgimiento de una arquitectura, me-
nos artesanal y más tecnificada y sobre todo con formas más novedosas y audaces.
El arte que históricamente había cumplido, entre otras, una misión importante y necesaria: la
de documentar plásticamente la realidad objetiva, al ser liberado de este compromiso por el
surgimiento de la fotografía, se rebela contra todos los cánones establecidos y se dedica a bus-
car la belleza por una infinidad de caminos. Todas las formas plásticas imaginables pueden ser
bellas, lo mismo en la pintura, en la escultura y desde luego, también en la arquitectura.
A este respecto, el filósofo catalán José María Valverde nos dice algo muy interesante: …se ha
perdido la vieja frontera entre belleza natural y belleza artística, y el Universo entero queda, por decirlo así, “es-
tetizado”, en un sentido positivo, en cuanto a que hemos podido aprender a ver la posible belleza de todo…
La arquitectura tradicional más preocupada por ser contemplada que por ser habitada, por una
especie de pudor inexplicable recurrió a la decoración para cubrir o disimular sus propias for-
mas, sobreponiendo, a veces elementos constructivos de arquitecturas pasadas, o sirviendo so-
lo de soporte a la escultura y a la pintura que literalmente llegaban a cubrirla.
Por el contrario, la nueva arquitectura, eliminó toda decoración superflua, confiando en la be-
lleza de su desnudez. El ejemplo, a mi parecer más significativo, fue el pabellón alemán para la
Exposición Internacional de Barcelona en 1929, proyecto del arquitecto Mies van der Rohe. El
edificio luce en todo su esplendor y en su interior, en el lugar propicio, está dispuesta una bella
escultura. El edificio como continente y la escultura como contenido se complementan armo-
niosamente sin subordinación alguna. Inexplicablemente la obra fue demolida.
El concepto de belleza en la arquitectura moderna tiene que enfocarse en un concepto diferen-
te, el gusto visual, a diferencia del pasado, no se busca, como era lo común, por la mera con-
templación de las fachadas. Ahora el disfrute visual se produce, tanto desde el exterior, como
en el interior, y de adentro hacia fuera, por lo que el entorno natural cobra gran importancia.

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El entorno natural, porque tanto los ecologistas ahora como los representantes de los urbanis-
tas del mundo, que en los años treinta firmaron, lo que fue la Carta de Atenas, han clamado
por recuperar y mantener, sobre todo en las ciudades, la necesaria relación del hombre con su
medio natural y que las casas, los edificios y la ciudad misma quedaran insertos en la naturaleza.
Esto no sólo redunda en la salud mental y física sino que el paisaje natural, árboles, plantas,
flores, cielo, con su cíclica variación, es una fuente de belleza indiscutible.
El espectador, al contrario de quien contempla, como en un museo, algo estático, al moverse y
con él, el cono de su mirada, la perspectiva que ve es cambiante. El goce de la arquitectura
moderna así, se identifica con el del nuevo arte cinético.
La arquitectura moderna surgió y se fue afirmando primero en Europa: basta con referirnos a
un solo arquitecto, Le Corbusier, como el principal realizador, pero sobre todo, como el prin-
cipal proselitista del movimiento. Contribuyó, en forma muy importante también, la creación
de escuelas de diseño moderno —la nueva arquitectura influyó de inmediato en el entonces
naciente diseño industrial. La más importante de ellas fue la del Bauhaus en Alemania. El dise-
ño moderno es una forma de creatividad sin precedente histórico y ha llenado el mundo, so-
bretodo de los objetos cotidianos, de formas nuevas.
En los Estados Unidos, surgió al igual que en Europa, un importante desarrollo de la arquitec-
tura moderna, ya me referí a Louis H. Sullivan, Chicago fue una de las ciudades especialmente
favorecidas, pero este desarrollo se incrementó con la llegada al país de los maestros del
Bauhaus, exiliados del nazismo y a partir de la clausura de su escuela ordenada por Hitler. En-
tre ellos nada menos que Mies van der Rohe.
¿Qué es lo que pasó en México? Un grupo de jóvenes y talentosos arquitectos, egresados de la
escuela de arquitectura de la Universidad Nacional, única escuela existente en ese momento en
el país, destacando entre ellos Juan O’Gorman, se convirtieron en entusiasmados defensores
de la nueva arquitectura y realizaron un conjunto de obras de beneficio social con la aplicación
rigurosa de sus principios.
Juan Legarreta proyectó el primer conjunto de casas mínimas para obreros. José Luis Cuevas
Barrena tradujo del francés “Hacía una arquitectura” la obra escrita más proselitista de Le Cor-
busier, Enrique Yáñez proyectó el edificio de una importante central sindical y varios hospita-
les. Juan O’Gorman proyectó un conjunto de escuelas públicas con un notable aprovecha-
miento de los recursos económicos disponibles, y proyectó también la casa-estudio para el pin-
tor Diego Rivera que vino a convertirse en una obra clásica representativa de la corriente.
Paralelamente a la realización de las obras, su entusiasmo los llevó a la enseñanza de la arqui-
tectura, como otro medio propicio para la divulgación de sus ideas. Aquí se dieron dos circuns-
tancias: por una parte el grupo enfrentó la inercia de la tradición de su propia escuela que los
rechazó, y por otra, se estaba formando el Instituto Politécnico Nacional para formar los cua-

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dros profesionales que el desarrollo del país demandaría y con el espíritu nacionalista y de ser-
vicio social de la Revolución mexicana.
Ambas circunstancias determinaron que una de las escuelas que integrarían el Instituto, la Es-
cuela Superior de Construcción, que posteriormente sería la Escuela Superior de Ingeniería y
Arquitectura, fuera el ámbito adecuado para que, con la participación del grupo encabezado
por Juan O’Gorman, se creara otra escuela de arquitectura.
Esta nueva escuela de vanguardia, tuvo necesariamente que haber influido para la transforma-
ción de la enseñanza en la escuela de arquitectura de la Universidad. A uno de sus maestros,
José Villagrán García, correspondió ser el más destacado promotor de la nueva arquitectura en
su propia escuela, tanto por las obras realizadas, como por la enseñanza.
Podríamos decir que más o menos, al término del segundo tercio del muy reciente siglo pasa-
do, la arquitectura que se realizaba en el mundo, salvo contadas excepciones y variaciones de
solo matiz, obedecía a las premisas de la arquitectura moderna, y las formas resultantes eran
consecuentes con dichas premisas.
Aquí en nuestro país, el desarrollo social y económico previsto, que efectivamente fue teniendo
lugar, propició la realización de múltiples e importantes obras con los postulados de la nueva
arquitectura. Escuelas, sobre todo rurales, empezaron a llenar el país, y en el nivel de educación
superior, dos conjuntos destacaron: la Ciudad Universitaria y la Unidad Profesional de Zaca-
tenco, en la cual nos encontramos importantes hospitales a la altura de los mejores del mundo,
varios concentrados en lo que fue el Centro Médico, destruido por el sismo del 85. Edificios e
instalaciones para la cultura, la recreación, varios parques deportivos.
El proyecto de la Unidad Profesional de Zacatenco, obedeció además a otras premisas, que
pueden considerarse como una etapa más actualizada y avanzada de la arquitectura moderna.
Estas premisas consistieron en:
Una rigurosa modulación tanto para las partes como para el conjunto, con las ventajas de sis-
tematización que esto implicó. Una concepción dinámica de los espacios, para ajustarlos a los
cambios de las necesidades, tan acelerados en nuestro tiempo, así como una elasticidad en el
proyecto para absorber los crecimientos futuros y con estos condicionantes, mantener la fun-
cionalidad el mayor tiempo posible.
Así también, una preocupación por el uso de los materiales y de los sistemas constructivos más
avanzados tecnológicamente, correspondiendo esto al hecho de ser el Instituto Politécnico, la
institución de enseñanza tecnológica más importante del país. Un ejemplo de esto, fue el uso
de estructuras metálicas soldadas, ligeras, cuando predominaban las remachadas tradicionales,
pesadas y costosas.
En general, hubo también la preocupación de emplear, en el mayor grado posible, materiales
de fabricación fabril, así como la aplicación de sistemas constructivos mecanizados y de monta-

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je, en un esfuerzo para lograr una arquitectura industrializada hasta donde fue posible, en su
momento y en nuestro país.
Estas premisas, contribuyeron a darle a la Unidad un valor propio y definido.
El Estado, a través de diversas instituciones, realizó conjuntos habitacionales de interés social,
desafortunadamente insuficientes por la limitación de recursos, pero en general apegados tam-
bién a los postulados de la arquitectura y del urbanismo moderno: edificios de varios pisos,
adecuadamente separados entre sí y dejando áreas intermedias ajardinadas de uso común al
margen de las circulaciones vehiculares.
Si bien es cierto lo anterior, no ha dejado de persistir la milenaria tradición artística de la arqui-
tectura, según la cual, si la arquitectura es una de las bellas artes, su finalidad debe ser la de
crear belleza, al igual que las demás artes plásticas, sólo que en este caso, también tiene que
cumplir con una utilidad, lo que necesariamente implica un compromiso en el manejo de las
formas para satisfacer ambas premisas.
Esta persistencia no ha dejado de mantener una cierta preocupación por las formas plásticas
resultantes, por sí mismas, como pretendidamente motivadoras del gusto visual. A veces disi-
mulada, a veces abiertamente postulada.
Esta preocupación se manifestó de diferentes maneras:
Aún en las primeras obras de los años treinta, que representaron lo que podríamos llamar el
funcionalismo radical, podemos apreciar una disimulada preocupación formal: a veces, por
ejemplo, las bajadas pluviales que por su justificada situación se sobreponían a la fachada, y
eran pintadas de colores llamativos, como para decir “aquí estoy, y qué”, parecían sustituir a los
elementos decorativos que se rechazaban.
Las formas resultantes de la nueva arquitectura, rápidamente se generalizaron y se internacio-
nalizaron de la misma manera que sucedió con las necesidades humanas que tuvo que satisfa-
cer. El hombre mismo, sobre todo el urbano, se ha llegado a parecer a los demás rebasando
fronteras, lo mismo geográficas que culturales —el vestir es muy ejemplificador. La arquitectu-
ra, salvo las diferencias impuestas por los programas de necesidades, por los sistemas construc-
tivos o por el clima, no puede, si es sincera y honesta, excluirse de esta realidad.
Esta generalización de las formas fue creando una familiaridad de las mismas, lo que podría, en
cierto sentido, parecerse a un estilo, según el concepto y el papel que estos asumieron en la ar-
quitectura tradicional. Esto hizo posible que, anteponiendo las formas familiares de la nueva
arquitectura a la función, se crearan obras que se ostentaran como modernas.
Me parece que mucho de esto pasó. Un ejemplo puede ser Brasilia, donde es incuestionable la
preocupación formal, tanto en la arquitectura como en el urbanismo. A muchos nos entusias-
mó el proyecto de Brasilia, sobre todo por lo que implicaba el proyecto integral de una ciudad,
concebida con los principios de la arquitectura y el urbanismo modernos. Sin embargo, para
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muchos también, la ciudad ya realizada, vivida y contemplada, ha sido, por lo menos, motivo
de cuestionamiento.
Independientemente del error de no tomar en cuenta las condiciones climáticas, altamente des-
favorables, la falta de una escala humana ha determinado una disfuncionalidad, con diversas
consecuencias y un difícil disfrute visual, a pesar de haber sido éste uno de los afanes. Cuando
pienso en Brasilia, no puedo dejar de hacerlo en las enormes figuras inexplicables del suelo de
Nazca en Perú.
Me parece pertinente comparar a Brasilia con otra ciudad, Singapur, que si bien no fue creada
en un intento determinado, se ha desarrollado hasta alcanzar su magnitud actual en un breve
periodo de tiempo reciente, por lo que puede considerarse una ciudad nueva.
Para resumir su descripción en pocas palabras, diré que es un conjunto de edificios habitacio-
nales, altos, de 10 a 12 pisos, suficientemente separados entre si, sembrados en un jardín casi
tan grande como la ciudad misma, cruzado a convenientes distancias por autopistas vehicula-
res, flanqueadas por sucesiones de centros comerciales intercomunicados entre si y con hoteles
y edificios que cumplen con otras necesidades urbanas. La arquitectura de los edificios, muy
homogénea, es moderna en el sentido en que la he definido, y cuando hablo de jardín, hablo de
árboles, plantas y flores.
Es posible que la ciudad de Singapur, no impacte como Brasilia al ser contemplada en los pla-
nos, pero me parece que cumple para sus habitantes, con lo que debe esperarse de la arquitec-
tura y del urbanismo.
Al iniciarse el gran desarrollo de las comunicaciones que ha achicado al mundo, hasta llegar a
lo que hoy se menciona como la aldea global, tuvo lugar una euforia universalista. Hubieron
quienes, orgullosamente, se autonombraron ciudadanos del mundo. Se creó la Sociedad de las
Naciones que se pensaba como antecedente de un gobierno universal. Se inventó un idioma
internacional, el Esperanto. Se sucedieron las grandes ferias internacionales. Sobre todo, se
confiaba en que esto traería el fin de las guerras y de las desigualdades entre los países. Afortu-
nadamente la arquitectura moderna ya era internacional.
Pero el sueño duró poco. El despertar fue la primera guerra mundial y las consecuencias a su
término, que condujeron a las grandes dictaduras, la de Franco en España, de Mussolini en Ita-
lia, de Hitler en Alemania y finalmente, a la Segunda Guerra Mundial.
Las dictaduras fomentaron los nacionalismos a ultranza, y coaccionaron a la arquitectura para
adoptar las formas vernáculas de sus respectivos países, convirtiéndola en rehén de sus ambi-
ciones políticas de dominio, afortunadamente sólo por el tiempo que duraron.
La necesidad del sistema capitalista de incrementar permanentemente el consumo de lo que se
produce, ha conducido a las modas, que tienen como característica crear una obsolescencia es-
tética periódica, para que la gente deseche lo que aún sirve y adquiera lo mismo, que se le ofre-

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ce con nuevas formas aprovechando el gusto por lo novedoso que las mismas modas han pro-
piciado. Esto es fácil de constatar con la ropa, con los automóviles, con los aparatos electro-
domésticos y con casi todo lo comercializable.
El medio más efectivo para lograr lo anterior ha sido la publicidad, empleando todos los recur-
sos a su alcance, materiales y psicológicos; aprovechando los medios de comunicación masiva y
los espacios públicos visibles, en azoteas, calles, avenidas y carreteras.
La arquitectura parece no haber escapado al impacto cultural de las modas, ya que hemos visto
sucederse, en periodos relativamente cortos de tiempo, cambios en las formas que no obede-
cen precisamente a nuevas necesidades o a la evolución de los sistemas constructivos.
Así, se puso de moda el uso de formas propias de la prefabricación, a pesar de que los sistemas
constructivos fueran aún artesanales. La de los espacios triangulares, una especie de horror al
ángulo recto, con las consecuentes dificultades constructivas, innecesarias, y el menor aprove-
chamiento de los espacios, en detrimento de la economía.
El caso de la llamada arquitectura posmoderna, que inexplicablemente alcanzó cierto éxito en
Europa y en Estados Unidos, y alguno, tardíamente en nuestro país, aun cuando, ya sólo por
el tiempo limitado, característico de las modas.
El buscar una arquitectura nacional propia, mexicana en nuestro caso, ha sido una preocupa-
ción meramente formal. Una arquitectura proyectada para satisfacer las necesidades de los me-
xicanos de hoy y con el empleo de los recursos constructivos, materiales y humanos, actuales
del país, si es honesta y veraz, tendrá que expresarse a sí misma. Por consecuencia tendrá que
resultar tan parecida a la de otros países, como los mexicanos actuales somos parecidos a sus
nacionales respectivos y en el grado en que los recursos constructivos son internacionales. Las
diferencias sólo podrán resultar de las propias condiciones del país, entre el campo y las ciuda-
des, o las climáticas.
Pero suponiendo que se justificara, si no copiar, por lo menos adoptar ciertas formas para ca-
racterizar una arquitectura propia ¿Cuáles serían éstas?
Las prehispánicas, serían quizás las únicas con derecho propio, pero la enorme distancia cultu-
ral que guarda el habitante del México prehispánico con el mexicano actual lo justificaría? De la
arquitectura colonial ya tenemos experiencias frustradas, tal vez ustedes no recuerden el colo-
nial del Polanco de los años treinta y cuarenta, que resultó una verdadera caricaturización. ¿De
las formas afrancesadas del porfiriato o de las de las haciendas de esa misma época?
Cualquier intento en este sentido, por talentoso y “exitoso” que sea, está condenado a ser una
moda más.
En el proyecto de la Ciudad Universitaria del Pedregal, hubo el propósito de volver a una inte-
gración plástica de la arquitectura, sobre todo con la pintura. Uno de los antecedentes más no-
tables de esta integración lo constituyen los Monasterios Pintados de la Moldavia Rumana,
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iglesias bizantinas cubiertas en su totalidad por frescos, que se pueden aún admirar por su
magnífica conservación.
El edificio en el que, en mayor grado, se llevó esto a cabo, fue el de la biblioteca, que por lo es-
pecial de su forma resultante, un cubo cerrado, prácticamente se pudo cubrir con mosaicos de
colores. Sin embargo, además de algunos otros intentos aislados, este propósito de integración
plástica, que nació y tuvo su mejor expresión en la Ciudad Universitaria, también ahí murió.
La publicidad también ha implicado a la arquitectura importantes edificios, sobre todo rascacie-
los, que se han erigido como símbolos formales o imágenes corporativas de grandes empresas,
sacrificando la funcionalidad y aún la rentabilidad de la inversión a cambio de la finalidad pu-
blicitaria. En este caso las formas de la arquitectura se han asimilado a las escultóricas con de-
trimento de sí mismas.
Lo más importante a considerar, es que las preocupaciones formales, distraen a la arquitectura
de sus metas fundamentales de servicio social. Por ejemplo, el de buscar el aprovechamiento al
máximo de los recursos actuales de la tecnología, los nuevos materiales y los sistemas construc-
tivos avanzados, de prefabricación o de franca producción industrial; para su abaratamiento y
por lo tanto para hacerla más accesible a un número mayor de grupos sociales, sobre todo a los
de escasos recursos que son los más necesitados. Sin pérdida, desde luego de sus valores inhe-
rentes como la funcionalidad, la seguridad y la agradabilidad.
Lo anterior constituye un reto a la imaginación y al talento de los arquitectos. Ojala y este reto
lo tomaran los egresados del Politécnico, haciendo honor a los orígenes de su escuela.
En la realidad actual, con la afirmación del sistema capitalista como única opción, por lo tanto
con el predominio del mercado para la producción de bienes y servicios, y frente a un estado
cada vez más pobre de recursos, la arquitectura tiende a convertirse en una mercancía más, con
el consiguiente degradamiento.
Hay una zona en la Ciudad de México, de desarrollo muy reciente, la de Santa Fe, que puede
considerarse como un ejemplo de lo que está pasando en la arquitectura y en donde, a mi mo-
do de ver, se refleja todo lo que aquí he considerado. La diversidad de los edificios, parecería
efectivamente como si se hubiera tratado de ejemplificar con cada uno de ellos lo que he apun-
tado.
Casi, por no decir todos, con una acusada preocupación formalista, parecen obedecer a propó-
sitos comunes, uno de los más ostensibles es el de la significación respecto de los demás, tanto
del arquitecto como del propietario, con gran despreocupación de la funcionalidad, en prejui-
cio de sus ocupantes, así como de la rentabilidad de la inversión, en detrimento de la economía
de los propietarios.
El resultado, a mi modo de ver, es un conjunto anárquico desde el punto de vista arquitectóni-
co, y sin un verdadero plan urbanístico que lo hubiera articulado. Dada la gran extensión de te-

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rreno, de alto valor, y la magnitud de la inversión en los muchos edificios, es de sentir que se
haya perdido la oportunidad de realizar un conjunto de gran calidad, tanto arquitectónico co-
mo urbanístico.
Es indudable que uno de los problemas más serios, es el de la carencia de habitaciones, de vi-
viendas, para los grupos sociales de bajos recursos principalmente de las ciudades. Es en la
ciudad, sobre todo en las grandes, donde se acumulan los mayores déficits y en donde es más
urgente tratar de solucionar o por lo menos aliviar el problema.
Sabemos que los recursos del Estado son insuficientes para este fin, y a la iniciativa privada no
le resulta viable como negocio la construcción de viviendas populares, por una parte por la baja
capacidad económica de los grupos demandantes y por otra debido a los costos actuales de su
construcción.
Por lo tanto es de vital importancia buscar el abaratamiento de la vivienda. Todos los esfuerzos
hechos hasta ahora en este sentido, consistieron en lograr el mayor aprovechamiento del espa-
cio para disminuir su tamaño, pero se ha llegado a un punto en que ya no es posible su reduc-
ción sin sacrificar los requerimientos mínimos de comodidad, seguridad y agradabilidad. En
cambio sí es posible buscar el abaratamiento de su construcción.
El actual sistema de construcción, en general y en particular el de viviendas, es en gran parte
aún artesanal, con gran aporte de mano de obra, y por lo tanto, no sólo no puede disminuir sus
costos, sino que éstos se irán incrementando con el aumento progresivo de los salarios.
La producción industrial a base de máquinas, por el contrario de la artesanal, se irá abaratando
cada vez más por el mejoramiento progresivo de las mismas máquinas. Los recursos tecnológi-
cos e industriales con los que ya contamos en el país, nos permiten visualizar como factible una
producción industrial de viviendas.
Respecto de los materiales, los de extracción natural, que aún se emplean en gran parte para la
construcción de las viviendas, y que se obtienen también con gran inversión de mano de obra,
pueden ser sustituidos por los artificiales, procesados industrialmente y que obedecen con efi-
ciencia a las especificaciones requeridas y con un progresivo abaratamiento, sobre todo en el
caso en que es posible su reciclaje.
Es el caso de los polímeros más conocidos como plásticos. De ellos se dice que son materiales
producidos bajo diseño, es decir para satisfacer los requerimientos planteados. Y que el hom-
bre, en referencia a ellos, nunca había llegado a tener tanto dominio tecnológico sobre los ma-
teriales.
Los materiales plásticos, casi sin percatarnos han llegado a ocupar, en grado importante, el
mundo de los objetos que nos rodean, supliendo a veces a los tradicionales con gran ventaja,
por ejemplo, al acero ya que su resistencia llega a ser diez veces mayor en relación a su peso.

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Su utilización en la arquitectura resulta particularmente ventajosa: por sus características de fá-
cil moldeabilidad; por su ligereza, resistencia y rigidez que los hacen idóneos para soportar los
sismos, el aislamiento térmico y acústico, sus superficies resistentes al desgaste y fáciles de
asear, la impermeabilidad, y su belleza por la casi infinita gama de colores y texturas que pue-
den lograrse.
Una producción industrial de viviendas, factible ya con nuestros recursos tecnológicos e indus-
triales, y con el aprovechamiento de nuevos materiales, parece ser el único camino posible que
nos acercaría, por lo menos, a aliviar el problema de la habitación en corto plazo y llegar a so-
lucionarlo en un futuro próximo.
Como podemos ver, y para concluir, la arquitectura moderna, con sus auténticos y verdaderos
valores, tiene un largo y promisorio camino para cumplir con el compromiso que le corres-
ponde frente a las apremiantes demandas sociales, a condición de que los arquitectos sobre to-
do los jóvenes, los recién egresados, tomen plena conciencia de la trascendencia de su actua-
ción.

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PALABRAS ANTE UNA DISTINCIÓN
Diciembre de 2000

A FINES DE 1956, se planteó la necesidad de realizar un nuevo conjunto de edificios e insta-


laciones para agrupar a las diferentes escuelas que formaban el Instituto Politécnico Nacional,
ya que el que se estaba realizando en Santo Tomás, tanto por el criterio de proyección de los
edificios como por lo escaso del terreno disponible, no satisfacía las necesidades previsibles, ni
ofrecía condiciones para una deseable integración en una unidad orgánica. Tuve la fortuna de
que se me encomendara su proyecto y realización.
Con este fin se formuló, como primera etapa del proyecto, un programa de necesidades a satis-
facer, para determinar los espacios físicos, que debería comprender el proyecto. Este programa
no solo tenía que implicar las necesidades actuales de la institución, sino en forma importante,
según se dijo y se dejó escrito, prever las que en el futuro determinaría el desarrollo social y
económico del país, desarrollo al que el Instituto Politécnico estaba destinado a coadyuvar y al
que por lo tanto quedaba vinculado.
Las necesidades en aquel momento pueden apreciarse a partir de algunas cifras significativas.
Una población estudiantil a nivel superior de no más de 8 000 alumnos distribuidos en 15 ca-
rreras, en un único nivel de licenciatura. El personal docente debió ser alrededor de 1 000 pro-
fesores. Cero investigadores. La superficie construida de las escuelas, la que se tenía más la que
se realizaba en Santo Tomás, no pasaría de 30 000 metros cuadrados. Sumando los terrenos
disponibles, representarían una extensión de 100 000 metros cuadrados.
¿Qué ha pasado hasta ahora? ¿Cuál ha sido el futuro que se preveía?
Veamos algunas cifras comparativas con las anteriores.
Según datos que tengo, la población estudiantil en nivel superior es cerca de 170 000 alumnos,
cursando más de 50 carreras de licenciatura y cerca de 100 posgrados, de los que un 40% son
doctorados. Los investigadores ahora llegan a 3 000, desarrollando doscientos ochenta y tantos
proyectos de investigación, en 8 centros ubicados en ciudades importantes del país, uno en la
ciudad de México, el CINVESTAV que goza de un prestigio tanto nacional como internacional.

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Los edificios que ahora ocupa el instituto, para la educación superior que imparte y la investi-
gación científica que realiza, de cuerdo a una estimación rápida, alcanzan la cifra de 235 000
m2., solo a la Unidad Profesional de Zacatenco, corresponden cerca de 140 000 m2.
Los terrenos disponibles para el fin anterior rebasan los 2 000 000 m2, además de los 9 500
000 m2, de que dispone en el Mayorazgo donde se ubicaría el CICITEC, del que solo se constru-
yeron los primeros 5 edificios.
Con base en estas estimaciones numéricas, podemos asegurar que en estos cuarenta y tantos
años el Instituto Politécnico Nacional ha cumplido con creces la aportación demandada al
desarrollo del país, al mismo tiempo que lo ha reflejado. El simple crecimiento de su alumnado
lo indica al haber sido de 20 veces, cuando el de la población total del país, en el mismo perio-
do, fue de solo 3 veces.
En otras funciones propias como la de difusión cultural, tenemos otros logros a la vista: me re-
feriré solo a uno de ellos: el Canal 11, el primer canal de televisión cultural que existió y que ha
permanecido cumpliendo a cabalidad su cometido.
He querido hacer las anteriores estimaciones con énfasis en los números, porque estos están
por encima de apreciaciones, generalmente influidas por tendencias políticas o ideológicas.
Sin embargo, además deseo hacer algunas consideraciones:
Desde el punto de vista de su efectividad académica, el Politécnico no ha podido sustraerse a
los problemas inherentes al acelerado crecimiento de la educación en México, sobre todo de la
superior, a partir de la Revolución. Sin embargo, debemos asentar ciertos aspectos significati-
vos, como son por ejemplo los reconocimientos externos.
Si cuantificamos los diversos premios otorgados a sus egresados, como por ejemplo, el Premio
Nacional de Ciencias y Artes, el más importante que da el Estado mexicano, y que de acuerdo
con la Ley respectiva, es otorgado por un consejo de premiación integrado por las principales
instituciones educativas y culturales del país, encontramos que son, si no omito a alguno, 16 los
que lo han recibido.
Si meditamos en otra de las metas de la institución: la movilidad o la permeabilidad social, en-
contramos que muchos de sus egresados, a partir de un origen predominantemente modesto,
han llegado a ocupar lugares relevantes en la sociedad.
Difícilmente encontramos, a lo largo y ancho del país, empresas industriales o de servicios en
las que no estén presentes los egresados del Politécnico, en muchos casos ocupando puestos
directivos o gerenciales, y en otros como creadores de las propias empresas.
En el sector del Estado, muchos politécnicos han accedido a puestos importantes de dirección,
hasta llegar a los de subsecretarios y secretarios de Estado. En los puestos de elección popular,

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varios han llegado al Congreso y a la gubernatura de los estados. Inclusive uno de ellos a la
presidencia de la República.
Es muy comprensible, por lo tanto, mi gran satisfacción, por haber contribuido con mi grano
de arena, al engrandecimiento de la institución que me formó.
Esta satisfacción se colma hoy con la distinción con la que ustedes me están honrando

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UNIDAD PROFESIONAL
“ADOLFO LÓPEZ MATEOS”.
UNA PROPUESTA FUNCIONALISTA
Ciclo de conferencias en el IPN “Crónicas de una historia”
Marzo 20 de 2001

“ZACATENCO: UNA PROPUESTA FUNCIONALISTA” es un nombre apropiado para es-


ta plática, pero requiere de una serie de precisiones y consideraciones.
En primer término, sobre el concepto de funcionalidad. Para este fin debo hacer un poco de
historia, no más allá de mediados del siglo XIX, cuando el gran arquitecto francés Viollet le Duc
dijo que había que encontrar una arquitectura que correspondiera a las necesidades del hombre
moderno, aplicando los recursos que ofrecía la nueva tecnología.
A fines del siglo XIX, algunos destacados arquitectos como Víctor Horta, en Europa y otros en
Estados Unidos como Louis H. Sullivan y Frank Lloyd Wright realizaron obras que se apunta-
ban como pioneras de una nueva arquitectura como la había visualizado Viollet le Duc.
Pero es en el primer tercio del siglo recién pasado, cuando se establecieron los principios doc-
trinarios que sustentaron lo que se ha llamado la arquitectura moderna y se realizaron las pri-
meras obras significativas, por arquitectos como Le Corbusier, que además con su libro “Hacia
una arquitectura”, fue indiscutiblemente el principal propagador de la nueva corriente, y otros,
entre los que destaca especialmente Mies van der Rohe.
También fue muy importante para la consolidación de la arquitectura moderna, la contribución
de las nuevas escuelas de diseño que en ese mismo momento se formaron en Europa: sobresa-
liendo las de los Institutos Tecnológicos de Zurich y de Delft, pero sobre todo el Bauhaus en
Alemania. En los Estados Unidos las de arquitectura de la Universidad de Harvard y del Insti-
tuto Tecnológico de Illinois favorecidas por el arribo de profesores del Bauhaus exiliados por
el nazismo.
La nueva arquitectura se ha generalizado en el mundo, a pesar de ciertas desviaciones a las que
posteriormente me referiré.

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¿Pero cuáles fueron los principios doctrinarios de la arquitectura moderna que implicaron más
que un cambio formal, como lo había sido en el pasado, mediante una sucesión de estilos, un
cambio ahora, fundamentalmente conceptual?
Desde un pasado remoto, la arquitectura había estado enfocada a satisfacer primordialmente
las necesidades de las castas dominantes y muy poco o casi nada las del pueblo. Las obras del
pasado que por su importancia han perdurado. Los templos y palacios, que admiramos por su
grandeza y magnificencia, condiciones necesarias para la expresión del poder, son testimonios
elocuentes en ese sentido.
Pero a partir del Renacimiento, con el resurgimiento del humanismo que valora al hombre por
su propia condición de hombre, y por las diferentes revoluciones sociales que se van sucedien-
do dotándole de derechos fundamentales, la arquitectura, entonces, adquiere el compromiso de
satisfacer las necesidades del hombre común, sobre todo del que menos tiene y quien a su vez
es el más necesitado.
Esta situación, la enfrentó al hecho de tener que satisfacer un cúmulo de demandas sociales: de
escuelas, hospitales, edificios e instalaciones para la cultura y el deporte, y sobre todo de habi-
taciones que cumplan con los requerimientos mínimos para ser consideradas como adecuadas
y dignas.
En estas condiciones las premisas más importantes para la arquitectura fueron la eficiencia y la
economía. Lo que implica la optimización, tanto del uso de los espacios requeridos para satis-
facer de la mejor manera las necesidades humanas, como de los recursos técnicos para su reali-
zación.
Aquí cabe hacer una consideración muy importante en relación con las necesidades humanas a
satisfacer por la arquitectura. Ya me referí a las que en mayor grado trataba de cumplir en el
pasado, que implicaban una intención política de expresión de poder, y por lo tanto una preo-
cupación de carácter eminentemente plástico, es decir contemplativa.
Por el contrario, las necesidades a satisfacer ahora por la arquitectura, deben atender a la co-
modidad, a la higiene, a la seguridad, pero también desde luego a la agradabilidad, al bienestar
en general de quienes la habitan con el disfrute pleno de los espacios, tanto de los interiores
como de los exteriores que constituyen el entorno urbano.
A esta nueva concepción de las necesidades y de la forma de satisfacerlas es a la que nos refe-
rimos como funcionalidad de la arquitectura. La funcionalidad es por lo tanto, una de las pre-
misas de la arquitectura moderna, tan importante que dio lugar a que entre otros adjetivos, co-
mo moderna, racionalista, internacionalista, orgánica, tal vez el más generalizado fuera el fun-
cional.
Otra premisa importante es la economía. Ya apunté antes, el compromiso de la arquitectura de
satisfacer las grandes demandas sociales, principalmente en los países pobres.

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Una premisa más, no menos importante, es la de cumplir con el natural deseo humano de la
belleza. Pero esta no sólo no esta reñida con la funcionalidad sino que puede ser consecuencia
de la misma.
La agradabilidad, que es una condición de la arquitectura moderna, implica desde luego la be-
lleza pero no como en el pasado mediante la contemplación de las fachadas como cuadros ex-
puestos en un museo, sino como conjuntos de volúmenes capaces de ser contemplados en una
sucesión de perspectivas, abarcadas en un cono de 30 grados, cuyo foco es el ojo del especta-
dor quien se desplaza caminando, o a veces desde un vehículo en marcha y aun ocasionalmente
desde un avión.
En este sentido, el disfrute visual de la arquitectura moderna, puede compararse con el que
ofrece el nuevo arte cinético.
Pero la agradabilidad no únicamente se produce por la contemplación desde el exterior, sino en
forma muy importante también desde interior, por eso la importancia de la ventana, frecuen-
temente integral. La ventana en la arquitectura moderna es el medio que satisface otra de sus
pretensiones: la necesaria relación entre el hombre y su medio natural, su contacto con la natu-
raleza, por razones de salud mental y física.
Ahora los ecologistas pugnan por esto, pero se olvida que desde los años treinta, los arquitec-
tos y los urbanistas del mundo representados en el congreso de la ciudad de Atenas, proclama-
ron en lo que se constituyó como “La carta de Atenas”, el que la arquitectura y las ciudades
mismas deberían quedar insertas en la naturaleza. Por eso ya, en los programas actuales de ne-
cesidades a satisfacer, el jardín deja de ser un simple elemento decorativo para integrarse como
una de sus partes.
La agradabilidad implica también la sensación de comodidad, de seguridad, de privacidad, en
fin, de bienestar, de sentirse a gusto
Cuándo y cómo hizo presencia la nueva arquitectura en México.
En los años treinta, un grupo de jóvenes arquitectos, especialmente talentosos, egresados de la
Escuela de Arquitectura de la Universidad Nacional, única escuela existente entonces en el
país, formado por Juan O’Gorman, quien lo encabezó, y Juan Legarreta, Raúl Cacho, Enrique
Yáñez, Álvaro Aburto, los principales, se entusiasmaron con la nueva arquitectura, y aprove-
chando las condiciones sociales y culturales que había creado la Revolución mexicana comen-
zaron a realizar obras significativas de arquitectura funcional y encaminadas a satisfacer de-
mandas sociales, casas para obreros, escuelas públicas, los primeros grandes hospitales, parques
deportivos, etcétera.
Este grupo de arquitectos, al que se unió también Hannes Meyer, ex director del Bauhaus, exi-
liado en México por el nazismo, deseoso de llevar además, sus ideas al campo de la enseñanza
de la arquitectura, entró en conflicto con el espíritu tradicionalista de su escuela que los recha-

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zó. En ese momento, circunstancialmente propicio, se estaba gestando la creación del Instituto
Politécnico Nacional para cumplir con los requerimientos que la Revolución planteaba y una
de las escuelas que lo constituirían, la Escuela Superior de Construcción, después Escuela Su-
perior de Ingeniería y Arquitectura, acogió al grupo, creándose así una escuela de arquitectura
moderna, la segunda en el país y la más avanzada en su momento.
Al conformarse el Instituto Politécnico requirió de un conjunto de edificios e instalaciones pa-
ra alojar y agrupar a las diferentes escuelas que lo integrarían, ubicadas en diferentes puntos de
la ciudad.
Para este fin se habían realizado obras, primero muy modestas, en lo que se conoce como el
Casco de Santo Tomás y después, en terrenos adyacentes, en los años cuarenta, se pretendió
integrar un conjunto, a semejanza del que se había realizado para la Universidad Nacional: la
Ciudad Universitaria en el Pedregal de San Ángel, llamándola en este caso la Ciudad Politécni-
ca.
Para los años cincuenta la construcción de la llamada Ciudad Politécnica había sido sumamente
lenta, pero sobre todo se apreciaba ya su inminente insuficiencia e inadecuación, ante el gran
desarrollo que se comenzaba a apreciar para el Instituto. Situación que motivaba una gran in-
conformidad en la comunidad politécnica, muy manifiesta, sobre todo, en el alumnado.
Por esta razón, al mediar los años cincuenta, se tomó la determinación y se gestionó con un re-
sultado exitoso la realización de una unidad urbanística arquitectónica, semejante en importan-
cia a la Ciudad Universitaria, que le permitiera al Politécnico un futuro desarrollo en forma
adecuada y desahogada.
El proyecto del conjunto de edificios e instalaciones de esta unidad, que se concibió como
Unidad Profesional de Zacatenco, fue para los que intervenimos en él, todos egresados de la
ESIA, un gran reto. Era la oportunidad de aplicar, en un proyecto de gran envergadura, los
principios doctrinarios postulados en la escuela de arquitectura del Politécnico: principios de
funcionalidad, racionalidad en la concepción de los espacios, agradabilidad de los mismos, tan-
to interiores como exteriores, una economía bien entendida, en fin, todos a los que me he refe-
rido anteriormente.
La Ciudad Universitaria había sido realizada y estaba en pleno funcionamiento, por lo que
constituía una experiencia útil, a condición de hacer un análisis crítico, honesto y constructivo
de sus aciertos y errores. Así se hizo, y si el resultado llevó a un proyecto ostensiblemente dis-
tinto, fue principalmente por la diferencia en los programas de necesidades.
El que se planteó para Zacatenco, fue para integrar una unidad orgánica con el mayor aprove-
chamiento de los espacios comunes, tanto de los generales como de los académicos, sobre to-
do de los laboratorios, necesariamente sofisticados y costosos, en cambio, el que se concibió

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para la Ciudad Universitaria fue para ubicar a las escuelas en un mismo espacio con edificios
propios e independientes.
Pero existieron también, otras premisas que contribuyeron a darle a la Unidad Profesional de
Zacatenco un carácter propio.
Al enfrentar el programa de necesidades, nos percatamos de las interrogantes que nos plantea-
ba el desarrollo futuro de la Institución, tanto en cuanto a sus necesidades físicas de espacio y
de instalaciones como a las académicas, que demandaría el propio desarrollo acelerado de la
tecnología y el mismo del país, al que el Politécnico estaba vinculado.
La actitud, que por esta circunstancia, estimamos más pertinente, fue la de una preocupación
por llegar a un proyecto lo más elástico posible para ir respondiendo a los futuros crecimien-
tos, sin alterar la relación funcional del conjunto. Y una dinámica tal, en la distribución de los
espacios, que permitiera con facilidad su adecuación a las nuevas necesidades, conforme estas
fueran presentándose.
Esto determinó el uso generalizado de canceles ligeros, fácilmente movibles en lugar de los
muros tradicionales, pesados y rígidos.
A más de 45 años de distancia podemos ver que la previsión de desarrollo del Politécnico, no
sólo se cumplió, sino que fue rebasada dando lugar a la construcción de otros conjuntos. Algu-
nos datos estadísticos ayudan a puntualizar este desarrollo.
Cuando se inició Zacatenco, la población estudiantil, en nivel superior, era de no más de 8 000
alumnos, que cursaban poco más de una docena de carreras, los profesores, según recuerdo,
no llegaban a 1 000, desde luego cero investigadores. Actualmente la población estudiantil es
de 170 000 alumnos, un aumento superior a 20 veces, cursando más de 50 licenciaturas y cerca
de 100 posgrados, de los cuales el 40% son doctorados. Los investigadores llegan a 3 000,
desarrollando doscientos ochenta y tantos proyectos de investigación, en 8 centros distribuidos
en el país, uno en la ciudad de México, el CINVESTAV, que goza de prestigio tanto nacional co-
mo internacional.
Los datos anteriores son más significativos si consideramos que en este lapso el país creció 3
veces y se crearon otras instituciones similares. Creo que estos datos son más que suficientes
para confirmar el cumplimiento de las previsiones hechas para el proyecto y la realización de la
Unidad Profesional de Zacatenco. Y que esta pudo irse adecuando a su crecimiento y a las su-
cesivas modificaciones de sus necesidades sin perder la funcionalidad original.
Hubo además otras premisas en el proyecto de la Unidad.
Se aplicó, tanto para el conjunto como para cada uno de los edificios e instalaciones, una rigu-
rosa modulación.

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Ha habido, sobre todo a partir del Modulor de Le Corbusier, ampliamente difundido por él,
una preocupación por parte de los diseñadores en general, pero en particular de los arquitectos
y los urbanistas, por establecer un sistema universal que relacione y sistematice las medidas de
los espacios, con las del hombre que los habita.
El Modulor de Le Corbusier, se basó en la coincidencia de la serie matemática de Fibonacci
con la proporción de dos de las medidas del cuerpo humano. Independientemente de las con-
sideraciones que puedan hacerse sobre el Modulor de Le Corbusier, la realidad es que su apli-
cación casi no fue más allá, que yo sepa, de La Unidad Habitacional de Marsella del propio au-
tor.
Estimando que la razón de su limitada aplicación fuera la de su complejidad, para el proyecto
de Zacatenco se buscó una modulación más sencilla, que se basara más que en las medidas del
cuerpo humano, en las de los espacios que el hombre ocupa al realizar sus diferentes activida-
des con sus desplazamientos y enseres o muebles requeridos. Lo que conocemos como ergo-
nomía.
Así se determinó un módulo de 90 centímetros y submódulos de 60, 45, 30, y 15 centímetros,
que además de corresponder adecuadamente a los espacios requeridos, respondía a las medidas
comerciales de los materiales, tanto métricas como inglesas. Esta modulación, que se aplicó ri-
gurosamente, resultó práctica y muy útil, igual para los proyectos del conjunto, de los edificios
y de las instalaciones que para la construcción.
Siendo el Politécnico una Institución dedicada principalmente a la enseñanza e investigación
científica y tecnológica, la más importante del país, debíamos de procurar el uso de los materia-
les más eficientes y la aplicación de los sistemas constructivos más avanzados a nuestro alcan-
ce. Un logro significativo de este propósito, entre otros, fue el utilizar estructuras soldadas a
tope, primera vez en México, por lo menos en ese grado de importancia, en lugar de las rema-
chadas, con grandes ventajas de peso, volumen y costo.
También hubo el propósito de lograr el mayor grado de prefabricación e incluso de industriali-
zación por la convicción de que este es el camino hacia el futuro de la arquitectura, el que la
acercará cada vez más a la posibilidad de satisfacer las demandas sociales.
Ahora bien, preguntémonos: La Unidad Profesional de Zacatenco, una propuesta funcionalis-
ta, ¿sigue siendo válida esta propuesta?
Si repasamos, una a una, las premisas con las que se concibió, podemos ver que las razones que
las determinaron no sólo prevalecen, sino que algunas se han acrecentado. El propio desarrollo
del país, del cual el Politécnico es a su vez un reflejo, al satisfacer unas necesidades ha creado
otras, que afectan sobre todo a los sectores más débiles.

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En general, casi todo lo hecho ha resultado insuficiente ante el crecimiento explosivo de la po-
blación y el natural aumento de las aspiraciones. Faltan escuelas, hospitales, muchos géneros
más de edificios necesarios, pero sobre todo habitaciones.
La carencia de estas últimas, debe ser lo más preocupante. La habitación junto con el alimento
y el vestido es uno de los satisfactores básicos de la vida del hombre, y es por lo que su caren-
cia o inadecuación debe ser una preocupación prioritaria. El sufrimiento cotidiano de quienes
sufren esta situación tiene que contribuir a las tensiones sociales.
Veamos que ha pasado con la arquitectura a partir de la realización de la Unidad Profesional de
Zacatenco.
En el pasado la forma de las cosas, incluyendo la arquitectura, permanecía por largos períodos
de tiempo, dado que las necesidades cambiaban lentamente así como los modos de producción
y construcción, predominantemente artesanales. Esta permanencia determinó el gusto de las
gentes por lo tradicional.
Pero, la producción industrial que dio lugar al diseño industrial, así como el desarrollo científi-
co y tecnológico, comenzaron a llenar al mundo de objetos con formas inéditas, desde la de un
simple lapicero hasta las del avión supersónico, o las grandes obras de la ingeniería como los
puentes colgantes.
Las gentes, en un principio renuentes, comenzaron a gustar de las nuevas formas, al grado de
que su gusto resultó motivado por la misma novedad.
A esto contribuyó también el arte, que liberado por la fotografía de tener que expresar la reali-
dad circundante, buscó la belleza con una gran libertad plástica. La ciencia, también aportó lo
suyo al revelarnos, mediante sofisticados instrumentos de percepción, la riqueza formal de un
micromundo y un macrocosmos.
Lo anterior nos confirma la subjetividad del gusto, y la posibilidad de encontrar la belleza en
todas las formas posibles. Aquí deseo ceder la palabra al filósofo catalán José María Valverde
que dice lo siguiente:… “Se borra la vieja frontera entre belleza natural y belleza artística, y el
universo entero queda, por decirlo así “estetizado”, en un sentido positivo, en cuanto a que
hemos podido aprender a ver la posible belleza de todo, si sabemos elegir el ángulo y el en-
marque de la mirada…”
Si el gusto es subjetivo y como veremos después, es fácilmente inducible, también es educable,
y esto conlleva una gran responsabilidad para los arquitectos.
La necesidad de vender lo que la industria produce, en cantidades cada vez mayores, ha condu-
cido al consumismo, que induce a la gente a comprar cosas que no necesita. Esto, con ayuda de
la publicidad, ha dado lugar a las modas, que no son sino el cambio acelerado de las formas por
las formas mismas, valiéndose precisamente del gusto de la gente por lo novedoso.

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La arquitectura no ha escapado a este fenómeno. Así podemos ver como en los últimos años
se han venido sucediendo diferentes modas, todas efímeras. Primero han aparecido en Europa
y en Estados Unidos y luego, con algún retraso, en nuestro país.
Por ejemplo, una de estas modas consistió en una especie de horror al ángulo recto, lo que lle-
vo a buscar, sin justificación alguna, espacios de forma triangular, con menor aprovechamien-
to, dificultades constructivas y mayor costo.
Otra de las modas, que inexplicablemente alcanzó cierto éxito en Europa y en Estados Unidos
y posteriormente, como siempre, aquí, fue el postmodernismo, una especie de rebeldía contra
la racionalidad de la arquitectura moderna. También afortunadamente, ya pronto rechazado.
Por otro lado, ha habido una preocupación por buscar una arquitectura propia, mexicana. Esta
preocupación que ha sido meramente formal, sólo nos ha llevado a verdaderas mistificaciones.
Primero, la supuesta arquitectura colonial, de gran moda en los treinta; un engendro surgido en
el estado norteamericano de California, más bien en Hollywood, que sirvió para promocionar
el primer importante fraccionamiento en la ciudad de México: Polanco.
Ha habido otros intentos, algunos honestos y aún talentosos, pero que tampoco han sido otra
cosa que meras modas efímeras e intrascendentes.
Y es que suponiendo que se justificara, si no el copiar, por lo menos adoptar ciertas formas pa-
ra caracterizar una arquitectura propia ¿cuáles serían estas?
Yo no las encuentro. No las encuentro en las europeizadas de la Colonia, ni en las afrancesadas
del porfirismo. Quizás las únicas que pudieran considerarse verdaderamente nuestras son las
prehispánicas; pero pensemos en la distancia cultural que hay entre el mexicano actual y el
hombre prehispánico.
En cambio una arquitectura concebida para satisfacer las necesidades reales de los mexicanos
de hoy, hecha con los materiales mejores y los sistemas constructivos más avanzados de que
podemos disponer en el país, será una arquitectura que con sus formas expondrá nuestra reali-
dad, la que nos mantiene diferentes así como la que nos hace universales.
Esta arquitectura, que con honestidad sólo se expresa a sí misma, no necesita recurrir a disfra-
ces o escenografías para considerarse mexicana.
En la realización de la Ciudad Universitaria del Pedregal hubo el propósito de volver a una in-
tegración plástica de la arquitectura. Esta, en el pasado, comúnmente sirvió como un modesto
soporte de las llamadas artes decorativas, hasta que la arquitectura moderna cobró conciencia
del valor de sus propias formas. Así la pintura y la escultura dejaron de ser parte constitutiva
del continente del espacio para ser sólo parte, aunque muy valiosa, de lo contenido.
Este intento, llevado a cabo en algunos edificios, que nació y tuvo su mejor expresión en la
Ciudad Universitaria, también ahí murió.

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La publicidad también ha implicado a la arquitectura. Importantes edificios, especialmente ras-
cacielos, se han erigido como símbolos formales o imágenes corporativas de grandes empresas,
sacrificando la funcionalidad y aún la rentabilidad de la inversión a la finalidad publicitaria. En
este caso también, las formas arquitectónicas asumen el papel de las escultóricas con detrimen-
to de sí mismas.
Una de las tendencias más pertinaces en la historia de la arquitectura ha sido la de confinar el
espacio con la menor masa de material, reducir y separar los apoyos, y lograr los mayores cla-
ros en los muros para dejar pasar la luz y el sol. Esta tendencia ha aprovechado en todo mo-
mento los avances de la ciencia y la tecnología, el que a su vez debió haber sido estimulado por
la misma.
Dos de los momentos culminantes más recientes de esta aspiración los vemos, uno sin duda,
en la arquitectura gótica, estructurada genialmente con las esbeltas nervaduras de piedra, me
atrevo a decir que por primera vez en forma científica. Lo que hizo posible la realización de las
grandes catedrales, con las extensas naves y amplios ventanales que evitaron durante el día la
iluminación con teas.
El otro, indiscutiblemente, corresponde a la arquitectura moderna. Con el uso de nuevos mate-
riales, el concreto armado y el acero estructural inicialmente, después con el aluminio y los
plásticos, entre otros muchos, cumple con creces esta eterna aspiración. Los muros al indepen-
dizarse de la estructura, pueden incluso, en cualquier momento moverse o suprimirse.
La ligereza estructural y constructiva de la Unidad Profesional de Zacatenco se corresponde
plenamente con esta tendencia histórica de la arquitectura.
A partir de los últimos sismos, sobre todo del muy lamentable del 85, se hicieron más rigurosas
las normas de seguridad de las construcciones, tal vez exageradamente, tomando en cuenta el
número de edificios dañados en relación con los existentes y dado que se encontró en la mayor
parte de los casos como causa, defectos de construcción más que de diseño estructural.
El resultado fue un incremento en las dimensiones de los elementos estructurales, en general
poco notorio, pero que sin embargo, propició en algunos arquitectos el afán de acentuar la ma-
sividad de las construcciones, en forma por demás engañosa, envolviendo con muros las co-
lumnas y aún en algunos casos espacios vacíos. Desde luego sólo como una pretensión plástica.
Una de las afirmaciones que puede hacerse, es que las pretensiones formales derivadas princi-
palmente de las modas que han venido sucediéndose en la arquitectura y del comercialismo en
el que ha caído, la ha alejado de su camino natural evolutivo y de sus fines de satisfacer las ne-
cesidades sociales más apremiantes.
Cuando la preocupación debería ser, la de buscar con el aprovechamiento de las posibilidades
que ofrecen los nuevos materiales y los adelantos de la tecnología, por ejemplo, el camino de la
producción industrial para su abaratamiento y por lo tanto para hacerla más accesible a amplios

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grupos de la sociedad: sin pérdida de sus valores inherentes como la funcionalidad, la seguri-
dad, agradabilidad, en fin a todos los que me he estado refiriendo.
Esto puede, o más bien debe, constituir un reto a la imaginación y al talento de los arquitectos,
especialmente de los jóvenes. Ojala y este reto lo tomaran los que están por egresar o han egre-
sado de la ESIA, con lo que harían honor a los orígenes de su escuela, y al espíritu de servicio
social del Instituto Politécnico.
Mi conclusión es, por todo lo dicho, que la Unidad Profesional de Zacatenco, llamada “Unidad
Profesional Adolfo López Mateos”, como una propuesta funcionalista, sigue siendo válida y
que lo seguirá siendo, modas vayan o modas vengan, mientras subsistan las condiciones que la
determinaron.
Lamentablemente, se han realizado algunos parches, en lugares significativos y sin ninguna jus-
tificación, que son una absoluta falta de respeto a la obra original.
Para todos los que intervenimos en la elaboración de los proyectos y en la realización de las
obras, han sido motivo de gran satisfacción los reconocimientos de valor y calidad, expresados
en foros y publicaciones, nacionales e internacionales y por los premios otorgados. En más de
una ocasión, se ha hecho referencia al mérito de la congruencia entre los principios sustentados
y lo realizado.

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PRESENTACIÓN DEL LIBRO
“ZACATENCO, NOMBRE PRESENTE EN LA
HISTORIA DEL IPN”
Mayo de 2004

DESEO EMPEZAR DICIENDO: muchas gracias doctora María de los Ángeles Rodríguez
Álvarez, afectuosamente doctora Mara. Muchas gracias por este libro. En lo particular por las
referencias a mi persona, más amables que meritorias.
Ahora debo hablar por las impresiones que me han causado el libro cuyo tema, como ustedes
comprenderán es para mi entrañable.
Primero que está hecho con un gran profesionalismo, un rigorismo histórico que no deja rin-
cones sin esculcar. Expuesto con un lenguaje depurado y preciso, a la vez que sencillo. Con
una buena presentación.
Después, y esto para mi es lo más importante, que deja trascender el espíritu con que se conci-
bió Zacatenco, esta Unidad Profesional que con justicia lleva el nombre del presidente López
Mateos.
Este espíritu implicaba grandes retos. El primero, el propósito de rescatar la dignidad del Poli-
técnico, Institución tan cara a nuestros sentimientos como sus egresados, y que estimábamos
que de alguna forma se degradaba con las construcciones que se llevaban a cabo en Santo To-
más, de la llamada Ciudad Politécnica por emulación a la entonces reciente Ciudad Universita-
ria, pero con un marcado y triste contraste entre ambas. Pues mientras la segunda se había rea-
lizado con amplia suficiencia tanto en terreno como en inversión, la segunda se realizaba con
una pobreza en todos sentidos.
Esta situación se consigna en el libro de la Doctora, con mayor amplitud.
Otro reto lo constituía la gran oportunidad de concretar los principios, sustentados por la ar-
quitectura moderna profetizada por Viollet le Duc, el gran arquitecto francés, a mediados del
siglo XIX cuando expresó la necesidad de una nueva arquitectura para satisfacer las necesidades
del hombre moderno con el uso de su avanzada tecnología

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Esta arquitectura, con sus diferentes adjetivos, funcionalista, racionalista, internacionalista, or-
gánica, etcétera, nueva no sólo en formas sino en conceptualización, surge en Europa a princi-
pios del siglo XX, pronto es llevada a los Estados Unidos y llega a México donde provoca el en-
tusiasmo de un grupo de jóvenes y talentosos arquitectos.
Este grupo, además de crear importantes obras, llevado por su entusiasmo a la enseñanza, creó
en el seno de la Escuela Superior de Construcción, antecesora de la ESIA, una escuela de arqui-
tectura, la segunda en el país y en su momento la más avanzada.
Las circunstancias propicias para que fuera esta escuela la escogida por el grupo fueron: una, la
confrontación con el espíritu tradicionalista de su escuela de San Carlos, perteneciente a la
Universidad, que se resistió a la nueva corriente, y otra, que se estaba gestando el Politécnico
con una mística de servicio social en coincidencia con uno de los fines de la arquitectura mo-
derna: satisfacer las necesidades del hombre común, es decir, sin depender de sus condiciones
sociales, económicas o políticas: viviendas dignas, escuelas, hospitales y un gran etcétera, a dife-
rencia del pasado que privilegio los templos para los dioses y las residencias y palacios para los
poderosos.
De esta escuela, imbuidos por sus principios, egresamos los que formamos el equipo que con-
cibió el proyecto de Zacatenco. Para su realización este equipo se enriqueció con otros egresa-
dos del Politécnico, haciéndose multidisciplinario. La doctora Mara consigna acuciosamente
los nombres.
Otro de los retos, fue lograr el mayor aprovechamiento de los recursos técnicos disponibles,
tanto en lo referente a los materiales como a los sistemas constructivos, otra de las premisas de
la arquitectura moderna, pero muy comprometida por tratarse justamente de una institución
como el politécnico. La doctora Mara relata una interesante anécdota con relación a esto.
Para el proyecto de la Unidad se establecieron algunas premisas, como la ventaja de una modu-
lación generalizada, la cortedad de los recorridos de uso cotidiano (importante esto por la
magnitud del conjunto), la relación con los espacios exteriores ajardinados, así como la de tra-
tar de mantener la funcionalidad, ante los cambios por venir, mediante la elasticidad en el con-
junto para prever los crecimientos futuros y la dinámica en el uso de los espacios por la movi-
lidad de los elementos que los confinan.
El tiempo parece haber dado la razón por la posible adecuación a los cambios que se han ido
presentando. Esto ha permitido a la Unidad mantener en general su funcionalidad y su forma
en general. Pero se dice que nunca falta un pelo en la sopa: un cambio en el edificio original-
mente de la Dirección General, del que no he podido encontrar justificación y otro en la plaza
de acceso principal a la Unidad con un fin únicamente cosmético y que constituyó una falta de
respeto al proyecto original.

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Ha habido también otro cambio desventajoso, solo que éste sí provocado por quienes realiza-
mos Zacatenco: cuando sembramos los árboles, en su mayoría álamos plateados, lo hicimos en
exceso, suponiendo que muchos no se lograrían, afortunadamente la tierra fue muy prodiga, y
lo que inicialmente fue el vituperado desierto de Zacatenco se convirtió en un bosque, evitan-
do el disfrute visual de las perspectivas de los edificios y las plazas. ¡Cuánto se ganaría con una
adecuada tala!
La Unidad de Zacatenco, por la unidad y racionalidad de sus formas y la expresión de los valo-
res permanentes de la arquitectura, ha permanecido al margen de las diversas modas, intras-
cendentes y efímeras en que ha venido a caer la propia arquitectura, por lo que ha podido y se-
guramente podrá seguir manteniendo su actualidad.
Los reconocimientos, elogios y distinciones otorgadas, de los que da cuenta la doctora Mara,
nos gratifican y llenan de satisfacción a todos los que contribuimos a su concepción y realiza-
ción.
A mi parecer este libro, que nos ha convocado, contribuye a llenar un vacío: la escasa divulga-
ción habida, no digamos de la Unidad de Zacatenco, sino aún de lo que ha sido y es el Politéc-
nico, de su importante papel en el desarrollo del país.
En este sentido, la doctora Mara, expone otro esfuerzo también no suficientemente divulgado.
La que realizó el ingeniero José Antonio Padilla Segura apoyado en un equipo de especialistas
altamente calificados, consistente en la planeación, organización y equipamiento de los labora-
torios ligeros y pesados, sin la cual los edificios correspondientes hubieran resultado incomple-
tos e inoperantes. Así, el conjunto de laboratorios de Zacatenco, por comparación que pude
hacer al visitar el MIT, seguramente fue y posiblemente lo sigue siendo, por lo menos, el mejor
y más completo de América Latina.
Por esta preocupación, pienso en la posibilidad de que la doctora Mara, aprovechando su capa-
cidad y experiencia, emprendiera la tarea, más ambiciosa de elaborar una historia del Politécni-
co. Haciendo énfasis en lo que la Institución ha representado para el país. Así también, respe-
tuosamente, sugeriría al doctor Villa su apoyo para la realización de esta importante obra.

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HOMENAJE AL
ARQUITECTO REINALDO PÉREZ RAYÓN
Agosto 23 de 2006
PALABRAS DEL HOMENAJEADO

Sr. Dr. José Enrique Rivera, director general del Instituto Politécnico Nacional
Distinguido presídium
Señoras y señores:

A MIS CASI OCHENTA Y OCHO AÑOS, puedo tener la certidumbre de haber sido un
hombre afortunado, con una vida sencilla, sin dramatismos ni heroicidades, difícilmente sería
tema para un escritor. En cambio me ha ofrecido algunos privilegios y muchas íntimas satisfac-
ciones, como este homenaje que me conmueve profundamente, por gestarse en la Institución
que siempre he llevado cerca del corazón y porque tiene lugar en el ocaso de mi vida
Nací el año 1918, en el que terminó la Primera Guerra Mundial y cuando acontecía en el país,
uno de los movimientos más importantes de nuestra historia: la Revolución que nos ubicó en
la modernidad, y con el tiempo nos llevó a un largo periodo de paz que permitió un desarrollo
social, económico y político del país.
El haber vivido durante mi larga existencia en este periodo, sin guerras, sin golpes de estado,
envidiable en comparación con otros países, principalmente los latinoamericanos, convirtién-
donos incluso en refugio para los perseguidos políticos, muchos de gran valor personal y en el
que gozamos de una apreciable libertad para pensar y opinar, entre otras, fue un privilegio.
Mi vida familiar ha sido una fuente de satisfacciones: me casé con la mujer que ha sido el amor
de toda mi vida, el 7 de mayo de 1945, día en que se firmó la paz de la Segunda Guerra Mun-
dial. La víspera presenté mi examen profesional en la ESIA. Tuvimos un hijo, también arquitec-
to politécnico, y dos hijas, todos buenos cariñosos, al igual que los ocho nietos que nos dieron.
Dos bisnietas y un biznieto, son para mí como flores de la vida.

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Mi formación profesional fue también afortunada: en mi niñez, que la recuerdo feliz, tuve un
tío ingeniero electricista, radicado en el extranjero, que captó mi admiración. Esto y el hecho
de vivir cerca del edificio de la ESIME, en Allende 38, determinó que a mis 15 años tratara de
ingresar en esa escuela, pero como el cupo ya estaba completo me indicaron la conveniencia de
inscribirme en la Escuela Superior de Construcción, y cursar en ella el primer año, que por ser
común, me permitiría inscribirme en la ESIME al año siguiente.
Eso fue lo que hice, sólo que al cursar el primer año empecé a interesarme por el campo de la
construcción y por lo que relataré a continuación, por la arquitectura, descubriendo así mi ver-
dadera vocación.
Viollet le Duc, el gran arquitecto francés a mediados del siglo XIX, dijo premonitoriamente, que
había de crearse una arquitectura para el hombre nuevo con el apoyo en el avance de la técnica.
Así, en las últimas décadas del mismo siglo, surge una arquitectura diferente a las tradicionales,
no sólo en cuanto a las formas, como había sido en el pasado, sino conceptualmente. Englo-
bando los adjetivos que atienden a sus características, funcional, racional, internacional, orgáni-
ca, la llamamos arquitectura moderna.
El nuevo hombre al que debería servir, era el hombre común, devenido del humanismo rena-
centista y de las diferentes revoluciones sociales, cuyo valor radica en su propia condición de
ser humano, sin importar su circunstancia social, económica, política o religiosa.
Esto enfrentó a la arquitectura a un cúmulo de necesidades insatisfechas: escuelas, hospitales,
instalaciones y edificios para la cultura popular, el deporte, la recreación y principalmente habi-
taciones dignas y decorosas, sobre todo para los grupos y países de menores ingresos, por lo
que una de sus premisas tenía que ser la economía, entendida como el óptimo aprovechamien-
to de los recursos económicos
En cuanto al aprovechamiento de los recursos técnicos, el condicionamiento no fue nuevo.
Podemos afirmar, que la historia de la arquitectura ha sido la historia de los esfuerzos por apli-
car la inteligencia y el ingenio, para cubrir los espacios con la menor cantidad de material y con
el menor esfuerzo.
Uno de los ejemplos significativos fue el gótico, momento brillante en la historia de la arquitec-
tura. Liberó a los muros como elementos de carga, canalizando ésta a nervaduras estructuradas,
permitiendo penetrar el sol y la luz a los espacios como los de las grandes catedrales. Sus es-
tructuras pétreas son los antecedentes cercanos a las que hoy realizamos con hierro y concreto.
La nueva arquitectura llegó a México en los treinta del siglo pasado, y entusiasmó a un grupo
de jóvenes y talentosos arquitectos que después de realizar importantes abras de beneficio so-
cial, trataron de llevar su entusiasmo al campo de la enseñanza, pero enfrentaron el rechazo de
los maestros tradicionalistas de su escuela, la de Bellas Artes de San Carlos, perteneciente a la
Universidad.
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La Escuela Superior de Construcción que pronto, junto con otras, integraría el Instituto Poli-
técnico Nacional, los acogió y formaron en ella la segunda escuela de arquitectura del país, por
un importante periodo, la más avanzada en cuanto a la enseñanza de la arquitectura moderna, y
democratizadora de la profesión.
En esa escuela me formé, con maestros arquitectos de excelencia como Juan O’Gorman, Juan
Legarreta, Enrique Yáñez, Raúl Cacho, Luis Cuevas Barrena (que tradujo del francés “Hacía
una arquitectura” de Le Corbusier), Hannes Meyer, ex director del Bauhaus, exiliado en Méxi-
co por el nazismo y otros. También con ingenieros notables en las clases de construcción, co-
mo Manuel González Flores, inventor de ingeniosos sistemas constructivos, Premio Nacional
de Ciencias y Artes al igual que Juan O’Gorman. Un privilegio más.
Otra de mis mayores satisfacciones fue el haber sido recomendado por Juan O’Gorman, junto
con mi compañero Eduardo Pérez Moreno, para continuar sus clases de Teoría de la arquitec-
tura, Teoría del urbanismo y Composición arquitectónica cuando las dejó.
Al salir de la escuela encaucé mi actividad profesional en dos sentidos. Uno de ellos, fue el de
construir con pequeños ahorros de mi padre y créditos, entonces fáciles, primero una casa
económica para vender y después otra y otras más, en la Nueva Santa María. En el otro, trabajé
en el entonces Departamento del Distrito Federal, primero en la Oficina de Edificios y Mo-
numentos y después en la del Plano Regulador, donde llegué a ser jefe.
Después de algunos años y a pesar de haber realizado importantes trabajos para la integración
del Plano Regulador de la ciudad, las limitaciones impuestas por la realidad, derivada princi-
palmente del crecimiento explosivo de la capital, creó en mí un sentido de frustración que me
hizo renunciar en abril de 1956.
Me dediqué nuevamente a construir casas para vender, hasta que en septiembre del mismo
año, me llamó el Ing. Alejo Peralta, recientemente nombrado director del Politécnico, para
comentarme su preocupación por las condiciones en que se estaba realizando lo que se llamó
la Ciudad Politécnica, en terrenos de Santo Tomás y que el Ing. Manuel Moreno Torres, en-
tonces Director General de Obras del Departamento del Distrito Federal, le había sugerido
que me pidiera una opinión.
En respuesta, hice el estudio correspondiente y formulé un dictamen, expresado gráficamente,
que concluía con la imposibilidad de realizar el proyecto que se había elaborado, por razones
tanto de costo como políticas, ya que requería de importantes expropiaciones para satisfacer,
escasamente, las necesidades del momento.
Presentado tanto al Ing. Peralta como al Ing. Moreno Torres, motivó la indignación de ambos,
porque demostraba que lo que se pretendía realizar para el Politécnico, era una triste caricatura
de la Ciudad Universitaria, recientemente terminada. De inmediato tomaron la determinación

IDEAS Y OBRA • REINALDO PÉREZ RAYÓN


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de luchar con todos los medios a su alcance para lograr algo digno de una Institución tan im-
portante para el país, como lo era ya el Politécnico.
Para proponerlo al presidente, se apoyaron en Walter C. Buchanan, egresado del Politécnico y
entonces Secretario de Estado y Raúl Salinas Lozano, Director de Inversiones de la Presiden-
cia, y gente muy cercana al presidente Ruiz Cortines. Este grupo me solicitó un anteproyecto
para un terreno escogido por su amplitud, ubicado en el límite sureste de la ciudad.
De inmediato convoqué al equipo formado por mis alumnos y en la cochera de mi casa, ya que
por razones políticas se me pidió absoluta discreción, procedimos a elaborar el anteproyecto
solicitado. Al término del mismo se convino en presentarlo al Presidente. Cuando se obtuvo la
cita, fui con el grupo para exponer el proyecto. El Presidente Ruiz Cortines era un hombre de
pocas palabras, lo vio con interés y sólo hizo la observación sobre la conveniencia de cambiar
la ubicación al norte de la ciudad, para crear un nuevo polo de desarrollo.
Encontrados y adquiridos los terrenos de Zacatenco y Ticomán, al norte de la ciudad, proce-
dimos a la elaboración del proyecto definitivo, que tuvo las siguientes características:
Consideró, a diferencia de la Ciudad Universitaria, la integración de las escuelas para formar
una unidad orgánica, que permitiera el mejor aprovechamiento de los espacios, especialmente
de los laboratorios, necesariamente costosos.
Que dado el crecimiento notorio del Politécnico, pudiera llevarse a cabo la realización de la
Unidad por etapas, sin pérdida de la necesaria relación entre las partes: aulas, laboratorios lige-
ros y pesados, estacionamientos, paraderos de transportes y zonas deportivas, etcétera.
Que dada la evolución prevista para las necesidades por satisfacer, los proyectos de los edifi-
cios debían ofrecer la mayor dinámica en el uso de sus espacios, un plan libre, pero suficiente-
mente práctico para sus transformaciones.
Que dada la importancia del Politécnico, como la institución rectora en el país de la enseñanza
tecnológica, debía apoyarse para sus edificaciones en lo más adelantado de los materiales y de
los sistemas constructivos. Por eso, entre otros aspectos, las estructuras metálicas empleadas
fueron hechas a base de elementos soldados a tope, a diferencia de las que predominaban en el
momento, con placas y remaches que las hacían pesadas y estorbosas.
Los muros se sustituyeron por canceles ligeros con suficiente aislamiento térmico y acústico
pero sobre todo fáciles de montar y desmontar.
Otra de las características fue la rigurosa modulación, tanto para el conjunto como para las par-
tes, incluyendo las instalaciones y aún el mobiliario. Le Corbusier enunció la conveniencia de
una modulación para la arquitectura y para la industria, pero su modulor no tuvo éxito, tal vez
porque partió de las medidas del cuerpo humano, cuando en realidad a los arquitectos les in-
teresan las medidas de los espacios que el hombre requiere para realizar sus actividades, en sus
diferentes posturas y con los enseres o muebles necesarios.
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La modulación que se empleó fue sencilla pero suficiente para facilitar los proyectos y las cons-
trucciones, en general para la interrelación de las partes. Consistió en un módulo de 90 centí-
metros y submódulos de 60 y 30 que hizo coincidir también las medidas métricas con las ingle-
sas, y sobre todo con las de la mayor parte de los materiales del mercado.
Finalmente un sistema de deambulatorios cubiertos para proteger del sol y la lluvia, así como
las plantas bajas en parte porticadas, contribuyeron a dar al conjunto un sentido de unidad.
El reconocimiento a la calidad arquitectónica se ha manifestado en diversas publicaciones na-
cionales y extranjeras así como en el requerimiento para su presencia en exposiciones también
nacionales y extranjeras.
En relación a mi equipo de trabajo, he dicho y ahora lo repito que una obra arquitectónica, en
especial cuando es importante, ya no puede ser sólo el producto de la inspiración genial de un
arquitecto, por el contrario debe concebirse como el trabajo serio y consistente de un equipo
multidisciplinario que el arquitecto selecciona, dirige y coordina.
Por esto una de mis preocupaciones fue siempre el escoger a las mejores gentes y apoyarme en
ellas. Sobre todo cuando al hacerme cargo del proyecto y dirección de las obras del conjunto
de Zacatenco, tuve que adicionar a mi equipo diferentes especialistas, que escogí entre los más
connotados y experimentados egresados del Politécnico, con la convicción de que esta última
condición motivaría su entrega entusiasta al trabajo. Siempre lo constaté así.
Por eso, cuando he sido favorecido personalmente con distinciones y premios, como en este
caso, he estado consciente de atribuirlos a la calidad de los proyectos y las obras realizadas. Y
que esta calidad se debe en gran parte a la contribución de mi equipo, con su entusiasta y deci-
dido apoyo.
Sólo me queda reiterar mi agradecimiento a las autoridades del Politécnico y a todos ustedes
por su paciencia al escucharme.

IDEAS Y OBRA • REINALDO PÉREZ RAYÓN


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JUAN O’GORMAN Y EL POLITÉCNICO
Noviembre de 2005

JUAN O’GORMAN FUE UN HOMBRE POLIFACÉTICO, como algunos del Renacimiento


y en sus diferentes facetas brilló su indiscutible talento, como arquitecto, como pintor, y para
los que tuvimos el privilegio de haber sido sus alumnos, como un excelente maestro.
Mucho se ha hablado elogiosamente de él, pero poco, del hecho de haber sido el creador de la
segunda escuela de arquitectura del país y uno de sus más destacados maestros durante un lar-
go periodo de 18 años.
Este hecho fue relevante, ya que la escuela que él creó, resultó en su momento, la más avanza-
da en cuanto a la enseñanza de la arquitectura moderna, misma que surge como novedad en el
país en los años treinta, después de haberse generalizado en Europa y Estados Unidos. Arqui-
tectura prevista por Viollet le Duc a mediados del siglo XIX como la que tendría que satisfacer las
necesidades del hombre moderno, con el uso de la nueva tecnología.
Esta nueva arquitectura entusiasmó a un grupo de jóvenes y talentosos arquitectos en el que
naturalmente destacaba Juan O’Gorman, pero del que formaron parte también Juan Legarreta,
Enrique Yáñez, Raúl Cacho, Álvaro Aburto y Augusto Pérez Palacios, principalmente, y reali-
zaron obras con la aplicación rigurosa de sus principios.
A Juan O’Gorman le encarga el Lic. Bassols, Secretario de Educación Pública, la realización de
un número determinado de escuelas para lo que se contaba con un presupuesto fijo y él, con
proyectos más funcionales y un sistema constructivo más avanzado, casi las duplica. Juan Lega-
rreta realiza un conjunto de casas para obreros; Enrique Yáñez los primeros grandes hospitales
públicos, el de la Raza, entre ellos; Raúl Cacho conjuntos habitacionales de bajo costo; Augus-
to Pérez Palacios poco después proyectará en equipo el estadio olímpico de Ciudad Universita-
ria.
Este grupo, además, trató de llevar su entusiasmo al campo de la enseñanza. Pero al tratar de
hacerlo encontró una cerrada oposición por parte de los maestros tradicionalistas de su escuela:
La Academia de Artes Plásticas de San Carlos, dependiente de la Universidad Nacional.
En cambio la Escuela Superior de Construcción, una de las que pronto integrarían al Instituto
Politécnico Nacional con el nombre de Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura, ESIA,

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acogió de inmediato al grupo. A éste pronto se unirían José Luis Cuevas Barrena, que tradujo
del francés Hacia una Arquitectura de Le Corbusier, publicado en la revista Edificación, que la es-
cuela editó durante algunos años, así como Hannes Meyer, ex director del Bauhaus, quien llegó
a México exiliado del nazismo y junto con José Luis Cuevas Pietrasanta organizaron en la ESIA
el primer postgrado de urbanismo en el país.
Lo anterior no fue fortuito: obedeció a circunstancias determinantes:
Una: en México, en los años treinta, como consecuencia de la reciente Revolución, prevalecía
un profundo espíritu nacionalista y una aspiración de justicia social, además de una plena con-
fianza en el futuro desarrollo del país. Esto último hizo que varios mexicanos distinguidos se
plantearan la necesidad de crear una institución encaminada a formar los técnicos y profesio-
nistas que serían requeridos. Esta fue el Instituto Politécnico Nacional.
Otra: la nueva arquitectura es concebida para satisfacer las necesidades del hombre moderno,
que surge a partir del humanismo renacentista y de las diferentes revoluciones sociales: el
hombre común, valorado sólo por su propia condición humana, al margen de su situación so-
cial, económica o política. Esto la enfrenta al reto de satisfacer un cúmulo de necesidades reza-
gadas, escuelas, hospitales, edificios e instalaciones para la cultura popular, la recreación, el de-
porte, y sobre todo, habitaciones dignas, confortables, seguras y agradables.
Las premisas de esta arquitectura son la funcionalidad, la racionalidad, la economía, la agradabi-
lidad y el mejor aprovechamiento de la tecnología.
La plena coincidencia de las circunstancias anteriores, explica que haya sido en el Politécnico
donde Juan O’Gorman y su grupo encontraron el campo propicio para la enseñanza de la nue-
va arquitectura.
Como maestro, Juan O’Gorman tuvo un papel relevante, principalmente en sus cursos de Teo-
ría de la arquitectura, no sólo por la lógica de las ideas y la claridad para expresarlas, sino por
motivar a sus alumnos a la constante participación en los análisis y las deducciones.
Recuerdo que sus clases se iniciaban sin falta a la hora determinada, en un aula siempre colma-
da de alumnos, y que a la hora de su término, como nadie intentaba salir, ésta se excedía del
tiempo previsto y a veces continuaban hasta el estacionamiento de su automóvil con algunos
alumnos que solíamos acompañarlo.
En sus cursos nos inducía a través de las sucesivas etapas históricas de la arquitectura, a anali-
zar y deducir su condicionamiento a las necesidades propias de cada momento: sociales, eco-
nómicas, culturales, sobre todo políticas, tanto como a las físicas y a los recursos técnicos que
hicieron posible su realización.
Así, la historia de la arquitectura se correspondía con la de la sociedad y con la del desarrollo
científico y tecnológico, contrario a la historia tradicional de los estilos, que sólo se enfocaba a
los aspectos meramente formales o cosméticos.
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Nos hacía ver, como en el pasado la arquitectura se significó, mediante la magnificencia y
grandiosidad y por lo tanto el derroche, como expresión del poder de aquellos para quienes fue
realizada. Que los templos y palacios legados, que aún admirábamos, daban cuenta de ello, y
que las construcciones hechas para el pueblo, en cambio, por su misma pobreza, incendios,
guerras y su rápido deterioro, fueron desapareciendo sin dejar vestigios.
La nueva, en cambio, enfrentada a satisfacer las grandes demandas sociales con los recursos
económicos limitados, principalmente en los países subdesarrollados, tenía que tener como
premisa, a diferencia del pasado, la expresión de un sentido justo de la economía, sin detrimen-
to de la comodidad, la seguridad y la belleza.
Respecto a su relación con los recursos técnicos, nos hacía analizar y deducir, mediante las
obras más ejemplares en cada etapa, no sólo el cómo éstas aprovecharon mejor dichos recur-
sos, sino el cómo también contribuyeron a su evolución.
Vimos, por ejemplo, que los templos griegos originalmente fueron realizados en madera, con
ingeniosas soluciones de carpintería y cuando se gozó de mayor poder económico, únicamente
se cambió la madera por mármol. En el Partenón observamos en el dintel las formas originales
hechas en madera reproducidas con exactitud en mármol.
Y que la gran cúpula del Panteón de Agripa, una de las obras paradigmáticas de la arquitectura
romana, fue un alarde de tecnología, no sólo por lo escaso del material pétreo que la cubre,
sino por haber sido hecha por el método de Avance en el vacío es decir, sin cimbra de madera.
También vimos con él, que cuando las iglesias románicas, techadas con bóvedas de medio
círculo, comenzaron con amenaza de derrumbe por los empujes horizontales sobre los muros
de apoyo, los constructores encontraron la solución, sustituyendo la forma circular por la ojival
que redujo los empujes y además los absorbieron con otros arcos de apoyo externo.
Al mismo tiempo canalizaron los esfuerzos por nervaduras de piedra, eliminando los muros
como elementos de sustentación, dejando pasar la luz y aligerando la obra, especialmente en las
grandes catedrales de fines del Medioevo, naciendo el gótico, uno de los momentos más bri-
llantes de la arquitectura y anticipador de la actual.
Así fue como él nos llevó a la conclusión de que una de las aspiraciones permanentes de la ar-
quitectura ha sido su aligeramiento, cubrir los mayores espacios con la menor cantidad de ma-
terial.
Pero seguramente la conclusión más importante a la que nos condujo Juan O’Gorman fue la
consideración de los valores sustantivos y permanentes de la arquitectura: la funcionalidad, la
seguridad, la economía y la belleza, liberándola de las desviaciones formales, de los estilos tra-
dicionales, y si hubiera previsto el futuro reciente, seguramente hubiera agregado las actuales
modas intrascendentes y efímeras.

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La funcionalidad que implica la comodidad, la seguridad que comprende la privacidad, la eco-
nomía, que no se entiende como pobreza sino como la utilización óptima de los recursos, y la
belleza, de la cual Juan O’Gorman expresaba su concepto con una metáfora que habla por sí
sola: decía que una obra funcional y bien realizada podía ser tan bella como una mujer joven
desnuda sin necesidad de recurrir a corsés o polizones.
También vimos con él, cómo en el pasado la arquitectura había sido frecuentemente un mero
apoyo a las artes decorativas que la revestían y cómo en la Exposición Universal de Barcelona
de 1929, el pabellón de Mies van der Rohe había expuesto a la arquitectura sola, haciendo gala
de su desnudez y a la escultura como un complemento, igual que el mueble mismo, dando por
resultado una perfecta armonía y una indiscutible belleza.
Ahora bien, ¿qué más puedo recordar de esta etapa primigenia de la escuela que valga la pena?
Por la mañana se daban principalmente las materias relacionadas con la construcción, imparti-
das por ingenieros, algunos tan connotados como Manuel González Flores, inventor de nove-
dosos sistemas constructivos, Premio Nacional de Ingeniería, y en las tardes ya las específicas
de arquitectura con la rigurosa asistencia de los maestros arquitectos, después de dedicar la
mañana a sus proyectos particulares.
Esto fue un factor muy importante, pues los maestros al estar en pleno ejercicio profesional,
no sólo se mantenían actualizados, sino que participaban a sus alumnos de sus propias expe-
riencias. También, de alguna manera, ayudaban a los egresados a incorporarse al campo de tra-
bajo.
En las tardes, salvo el dedicado a las materias teóricas, el mayor tiempo lo pasábamos en el ta-
ller de composición arquitectónica desarrollando proyectos, desde los más sencillos en primer
año hasta los más complicados en el último.
Al finalizar los cursos, los proyectos realizados por los alumnos, presentados en cartulinas y
generalmente complementados con maquetas, eran expuestos y así calificados por tres de los
maestros que impartían los talleres. Me parece que esto es muy importante a considerar. La ex-
posición de los proyectos no solo calificaba a los alumnos, sino que la crítica en conjunto favo-
recía considerablemente el aprendizaje, al mismo tiempo que era un estímulo para los alumnos
y aún para los maestros.
Una sentencia bíblica dice que el árbol será juzgado por los frutos.
De las generaciones de egresados en la época a la que me he referido, que es la de la influencia
de Juan O’Gorman y su grupo, (arriesgándome por mi ya acentuada desmemoria a cometer al-
guna injusta omisión), voy a citar a quienes han destacado como arquitectos: Joaquín Sánchez
Hidalgo, Guillermo Ortiz Flores y Carlos Villaseñor en hospitales, Héctor Alonso Rebaque en
hoteles, Manuel Teja y Juan Becerra Vila en escuelas prefabricadas y diseño en general, Ruth
Rivera y Javier Villalobos en restauración, Alejandro Gaytán Cervantes en crítica de arquitectu-

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ra y urbanismo, editando Calli una de las dos revistas de arquitectura con mayor presencia y
permanencia por varios años, David Sánchez Torres en edificios penitenciarios, David Cymet
Lerer como teórico en urbanismo. Está en preparación un libro sobre la obra de Germán Bení-
tez Cevada realizada en las ciudades de Culiacán y Los Mochis, en las cuales la fisonomía urba-
na fue muy favorablemente influida por la cuantía y calidad de la misma.
Esta destacada actuación resulta más significativa dado el reducido número de los primeros
egresados.
Hay aquí otro aspecto que me parece interesante considerar: La irrupción de estos nuevos pro-
fesionales de la arquitectura, sobre todo por el título de ingeniero arquitecto que se nos impuso
y que resultó, por lo menos, polémico, motivó en el medio una reacción ambivalente.
Por parte de los arquitectos tradicionalistas fue de inmediato rechazo, porque al margen de una
diferente conceptualización de la arquitectura, había una razón de tipo social. Habiendo sido
una profesión muy elitista los arquitectos politécnicos venían a democratizarla.
En cambio, con los arquitectos universitarios convencidos de la nueva arquitectura e imbuidos
del espíritu social prevaleciente, establecimos, también de inmediato, una relación de confra-
ternidad, que aún se mantiene. Cuando se formó el Colegio Nacional de Arquitectos, juntos
encabezamos sus primeras directivas.
Para terminar debo concluir, que Juan O’Gorman nos inculcó, a los que tuvimos la fortuna de
haber sido sus alumnos, una gran pasión por la arquitectura y la convicción, en concordancia
con el espíritu del Politécnico, de que ella es, primordialmente, un satisfactor social.

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PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE
JOSÉ ANTONIO PADILLA SEGURA
Junio de 2008

ANTES QUE NADA me sumo al reconocimiento del meritorio esfuerzo realizado por José
Antonio para la realización de tan magnífica obra.
En cuanto a la misma, dada su magnitud, brincando de título a título, de capitulo a capítulo, y
deteniéndome en las partes que especialmente me capturaron, pude llegar a una visión tal del
conjunto que me permite llegar a algunas apreciaciones.
Una de las características inherentes al ser humano es la curiosidad, el deseo de saber cómo son
las cosas y los eventos del mundo que lo rodea. Las que percibe a través de los sentidos y las
piensa con la mente. Así ha sido desde el Homo Sapiens, sobre todo cuando a éste lo pasma-
ron por lo placentero, o lo molestaron o lo agredieron y lo aterrorizaron —aquí la curiosidad
se hizo también necesidad vital— hasta el hombre actual.
Con el Homo Sapiens se inicia el conocimiento, que trasmite al volverse gregario. Esto consti-
tuye un proceso acumulativo y auto alimentado: más conocimiento genera más conocimiento.
El protagonista más importante de este proceso es el maestro.
Todo lo que he dicho no es sino una rápida síntesis a vuelo de pájaro, diría yo de lo escrito en
la obra, pero tiene por objeto el entender por qué José Antonio, que ejerció tan variadas e im-
portantes actividades, en un momento favorable de su vida, se echó a cuestas tan formidable
tarea. No me es difícil entenderlo cuando sé que una parte temprana de esas actividades fue la
docencia. Fue maestro y seguramente con una firme vocación que ha pervivido en él y lo ha
motivado…
El recorrido con que nos describe la manera y la forma en que los conocimientos se difundie-
ron conforme la sociedad se organizaba, no sólo es convincente por lo documentado, sino
también ameno. Desde la transmisión oral o gráfica hasta las importantes instituciones, que por
su universalidad, atinadamente engloba con el nombre de universidad, deteniéndose con mayor
detalle en los momentos más brillantes en las distintas épocas.
Lo anterior es lo que me parece el propósito sustantivo de la obra.

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En la parte dedicada a Grecia, hace una amplia exposición de las diferentes corrientes filosófi-
cas que tuvieron lugar, un profundo desarrollo del pensamiento abstracto. Me satisficieron las
referencias al avanzado conocimiento científico al que llegaron los griegos de la misma época.
Nos hablas del… astrónomo Filolao, que supo mucho antes del comienzo de la edad moderna que la tierra
no ocupa el punto central del cosmos. Y en la glosa del mismo Tomo citas a Eratóstenes, dices,…
Geógrafo, matemático, astrónomo… Comprobó que en Alejandría el día del solsticio de verano el Sol no dista-
ba del cenit más que la quincuagésima parte de la circunferencia del gran círculo de la esfera, adoptando la can-
tidad de 252,000 estadios como la longitud total del meridiano… Señaló la oblicuidad de la eclíptica en 23
grados, 51 minutos y 20 segundos.
Resulta para mí sorprendente cómo los griegos pudieron llegar a tan alto grado del conoci-
miento. No sólo supieron de la redondez de la tierra y su giro alrededor del Sol, además del
conocimiento matemático que tuvieron que tener, el gran ingenio que emplearon para com-
probarlo, midiendo su diámetro con increíble precisión así, como la inclinación del plano sobre
el que gira, empleando por primera vez el nombre de eclíptica..
Pero me es más sorprendente que estos conocimientos se hayan olvidado u ocultado, por más
de 20 siglos, hasta Copérnico, teniendo que morir poco antes en la hoguera Giordano Bruno y
desdecirse Galileo.
En otra apreciación, nos hace ver que durante la Edad Media la educación en el mundo occi-
dental, quedó en manos de la Iglesia y naturalmente su interés se centró en la difusión evangé-
lica. En cuanto a la generación de mayor conocimiento, ésta se centró más en disquisiciones
teológicas.
Aquí, si me lo permites José Antonio, voy a agregar algo de mi cosecha que es complementa-
rio: y afirmativo a lo que expresa tu obra: la arquitectura románica que proliferó con pequeñas
iglesias, en toda Europa durante la Edad Media, sobre todo en las rutas de peregrinación, con-
secuencia del milenarismo, (la creencia del fin del mundo en el año 1 000) como la que llevaba
a Santiago de Compostela, se caracterizó por esculpir pasajes bíblicos en los capiteles de las co-
lumnas, no muy altas, con un fin didáctico, para que fueran conocidos por la enorme pobla-
ción iletrada.
Durante el oscurantismo de la Edad Media no dejaron, sin embargo de surgir focos luminosos
que tú, José Antonio, te encargas de resaltar, Así como que, en el corto periodo antes de ter-
minar, se inició el despertar que condujo al Renacimiento, en este periodo tuvo lugar la inicia-
ción de la arquitectura gótica con las grandes catedrales y sus luminosos vitrales, todavía con
motivos evangelizadores, y empezaron a adquirir importancia las universidades europeas que
habían comenzado a gestarse.
El Renacimiento fue un parte-aguas entre el mundo anterior y nuestra modernidad, así traduz-
co lo que José Antonio nos quiere decir en su obra. Y que lo más importante de este momento

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histórico es su postulación del humanismo, es decir la valoración del hombre por su propia
condición de ser humano.
En este momento también se descubre el Nuevo Mundo, y José Antonio nos da una detallada
visión que los conquistadores debieron tener de las culturas que los asombraron. Culturas y ci-
vilizaciones que tuvieron también sus maneras de trasmitir sus conocimientos.
Atinadamente nos dice él que las universidades que pronto surgieron en las colonias del Nuevo
Mundo se asemejaron a las del Medievo, no en balde se auto-calificaron como reales y pontifi-
cias.
En la actualidad los centros superiores para impartir y para generar el conocimiento en sus di-
ferentes niveles y aun especializaciones, se han multiplicado en todo el mundo englobados con
el término de Universidad como lo propone José Antonio. Así por ejemplo, Napoleón Bona-
parte en Francia, fundó la Escuela Politécnica a partir de la cual se han continuado creando ins-
tituciones con ese nombre, que privilegian la enseñanza y la investigación tecnológicas, sin ex-
cluir muchas de las disciplinas humanísticas y sociales.
Porque te conozco, José Antonio, sé que vas a continuar para satisfacción nuestra, tu ya vasta
obra, por lo que me permito hacerte una sugestión, para que si es así, incluyas a un tipo de ins-
tituciones nuevas dedicadas a la enseñanza del diseño en diferentes campos. Entendido el tér-
mino diseño como una innovadora forma de creatividad, que ha servido de base, de manera
muy importante, a la arquitectura moderna, y también a la industria.
Vivimos, sin percatarnos, en un mundo de objetos de formas novedosas, diseñadas primero
gráficamente y constituidas luego en prototipos para ser producidas por la industria en forma
masiva.
Dos de las más importantes de estas instituciones, surgidas a finales del XIX y principios del
XX, fueron el Arts and Crafts en Inglaterra y el Bauhaus de Alemania, desafortunadamente
clausurado por el nazismo, por no acceder a la imposición política del régimen.
Desde luego, por interés propio de mi profesión, me satisface encontrar al final de la obra algo
que he venido postulando: el que con el advenimiento de la arquitectura moderna, su enseñan-
za emigró de la Escuela de Bellas Artes a las universidades, o institutos tecnológicos y politéc-
nicos.
Al final de tu último capítulo apuntas que en la Universidad de Harvard, de Cambridge, Massa-
chusetts, una de sus facultades es la de Diseño, que comprende a la Arquitectura, y al Estudio
del Medio Ambiente y de Áreas Urbanas, excluyendo al diseño industrial. También en el Insti-
tuto Tecnológico de Massachusetts, el MIT, una de sus escuelas más importantes es la Escuela
de Arquitectura y Planeación Urbana, junto con la Escuela de Ingeniería y la Escuela de Hu-
manidades y Ciencias Sociales, entre otras, excluyendo también en ellas el diseño industrial, a
pesar de la importancia que éste tiene.

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Me gusta uno de los párrafos con que terminas y que dice: cada época, cada etapa, acuña nuevos
nombres para las escuelas, los sistemas de educación y de investigación, pero a lo largo de los milenios todo ello es
un continuo en cuya cúspide permanece el concepto de la universalidad del hombre en el saber, en el saber hacer,
en el pensamiento, en sus manifestaciones artísticas y espirituales…
Mi felicitación unida a las muchas recibidas y que seguirás recibiendo.

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CEREMONIA DE CELEBRACIÓN DE 50 AÑOS DE LA
UNIDAD DE ZACATENCO
Marzo de 2009

Señor Director General del Instituto Politécnico Nacional


Señores ex Directores del Instituto
Señor Presidente del Decanato
Señoras y señores:

A MIS NOVENTA AÑOS me emociona enormemente esta celebración. Me hace voltear hacia
atrás y vivir en el recuerdo momentos inolvidables.
Veo una media tribuna del estadio iluminada con antorchas y oigo un atronador grito de ¡Hué-
lum, Gloria, Politécnico! Que salía de nuestras gargantas, pero en realidad del fondo del cora-
zón, porque nuestro equipo le había ganado al entonces, siempre rival, de la Universidad.
El amor a nuestra alma mater pasaría después por otros momentos y nuevas pruebas:
De indignación, cuando en la época del presidente Miguel Alemán vimos crecer el magno con-
junto de la Ciudad Universitaria y a nosotros, los politécnicos, como premio de consolación, en
área mínima de terreno disponible en Santo Tomás, se estaban construyendo edificios para las
escuelas existentes sin dejar ninguna posibilidad de desarrollo para una Institución que ya ma-
nifestaba el inicio de un prominente crecimiento. Edificios tan pobremente construidos que se
derrumbaron con el primer temblor.
Yo ya había renunciado a la jefatura del Plano Regulador de la ciudad de México en 1956,
cuando el ingeniero Alejo Peralta, recién nombrado Director del Politécnico me dijo que tenía
seria preocupación por el proyecto que se estaba llevando a cabo con el nombre de Ciudad Po-
litécnica en Santo Tomás.
Agregó que el Ing. Manuel Moreno Torres, entonces Director de Obras Públicas del Distrito
Federal, egresado también del Politécnico, a quien había consultado, le había sugerido que me
pidiera una opinión. De inmediato le contesté que no sólo le daría una opinión, sino que elabo-
raría un estudio que pondría a su consideración.

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Lo hice y se lo expuse en varias láminas con la conclusión de que el proyecto del conjunto, que
incluía los edificios en construcción, requería expropiar unos hospitales en pleno funciona-
miento, el parque deportivo Plan Sexenal y varias manzanas con habitaciones, y que en mi opi-
nión y por mi experiencia en el Plano Regulador, resultaba inviable por razones económicas y
sobre todo políticas. Y es más, que su extensión impedía el más mínimo desarrollo futuro.
Tengo presente la indignación del Ing. Peralta, y recuerdo sus palabras: es darle atole con el dedo al
Politécnico, y no se vale. Ya más calmado me pidió mostrárselo al Ing. Moreno Torres, quien con
igual indignación me llevó al frente de un gran plano de la ciudad y me dijo: arquitecto, ¿dónde
le gustaría proyectar un conjunto para el Politécnico, tan importante como la Ciudad Universi-
taria? Escogimos los terrenos de un ejido al sureste del área urbana con amplia superficie y po-
sibilidades de expropiación.
Me cuesta trabajo describir el impacto emocional que me embargó. Todos los arquitectos an-
helamos poder algún día realizar un proyecto de gran importancia, y a mí se me presentaba de
improviso la oportunidad. También de inmediato tomé conciencia del gran reto y la responsa-
bilidad que implicaba. Pronto me rebasó el entusiasmo y tomé la determinación de una entrega
total al límite de mis posibilidades.
El Ing. Peralta y el Ing. Moreno Torres se movieron rápidamente y convocaron al Ing. Walter
C. Buchanan, entonces Secretario de Estado, egresado del Politécnico, y al Lic. Raúl Salinas
Lozano, encargado del Presupuesto del Gobierno, amigo personal del Ing. Peralta y persona
muy cercana al presidente Ruiz Cortines, para pedirles su apoyo ante el Presidente. Ambos lo
ofrecieron de inmediato.
Me pidieron que elaborara un anteproyecto para los terrenos previamente escogidos, que el
grupo de los cuatro presentarían al Presidente.
Cuando fungía como Jefe del Plano Regulador, también daba clases en mi escuela, y conseguí
del Regente Ernesto P. Uruchurtu el poder formar un grupo con mis mejores alumnos para
realizar los proyectos urbanísticos que me correspondía llevar a cabo. Proyectos que al ser am-
pliamente discutidos en la Comisión de Planificación del Distrito Federal y resultar aprobados,
confirmaba mi confianza en la capacidad del equipo que había formado y seguramente también
la del Ing. Moreno Torres, miembro de la comisión, para su recomendación al Ing. Peralta.
Con el apoyo de este grupo, al que pude imbuir el mismo entusiasmo y la misma disposición
de entrega, procedí a formular el anteproyecto.
Una vez terminado, los ingenieros Peralta, Moreno Torres, Buchanan y el Lic. Salinas Lozano,
acudieron a la cita concertada con el Presidente, y en su momento pasé con las láminas del an-
teproyecto para explicárselo. Ruiz Cortines era una persona poco expresiva, pero me escuchó
con gran atención. Al terminar mi exposición me retiré sin saber la impresión causada, pero al

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salir el grupo pude ver en sus caras una sonrisa de satisfacción y supe que el Presidente había
aprobado el anteproyecto y únicamente había sugerido un cambio de ubicación.
Efectivamente, con su proverbial sabiduría política, había considerado que si la Ciudad Univer-
sitaria había constituido un polo de desarrollo al sur de la ciudad, una ubicación al norte lo se-
ría para esta parte, además de que de ella partían los principales ejes industriales del Valle de
México, condición favorable para una institución del carácter del Politécnico.
A partir de ese momento se buscaron y se encontraron los ejidos de Zacatenco y Ticomán con
amplias superficies de terreno. Se me proporcionaron los recursos y se me dieron todas las fa-
cilidades para la elaboración de un proyecto definitivo en los nuevos terrenos.
Toda realización arquitectónica implica una manera de concebir la arquitectura.
A fines del siglo antepasado y principios del pasado, se había logrado imponer en Europa y en
los Estados Unidos una arquitectura nueva, no sólo en forma sino en conceptualización para
satisfacer las necesidades del hombre común. Este hombre, que desde el humanismo renacen-
tista y por las sucesivas revoluciones sociales adquiere un valor por su propia, condición de ser
humano, independientemente de sus circunstancias sociales, económicas, políticas o culturales.
Esto planteó a la arquitectura el compromiso de satisfacer un cúmulo de carencias de los gru-
pos de menores recursos, agudizadas en los países pobres: escuelas, hospitales, instalaciones y
edificios para la cultura popular, la diversión y el deporte entre otros, pero sobre todo habita-
ciones adecuadas y dignas.
También, como condición fundamental la aplicación a la arquitectura de los recursos tecnoló-
gicos más avanzados. Esto no es nuevo, la historia de la arquitectura ha ido siempre a la par
con la historia de la ciencia y de la técnica que la hicieron posible.
La arquitectura ahora debía realizarse con un justo sentido de la economía y por lo tanto ex-
presarlo. Que no necesariamente baratura, sino el mejor aprovechamiento de los recursos. Por
otra parte las necesidades aumentaron en complejidad. Voy a poner un ejemplo, a mi parecer,
suficientemente aclaratorio: una operación quirúrgica podía ser realizada sobre la mesa del co-
medor, por un médico que se remangaba las mangas y por lo menos, a partir del conocimiento
de la asepsia, se lavaba las manos. La arquitectura tuvo que diseñar para esto, un sofisticado
quirófano como parte de un hospital.
Los diversos adjetivos que se dan a esta arquitectura: funcional, el más generalizado, racional,
internacional, orgánica, sólo atienden a sus principales características y pueden ser englobados
en el de arquitectura moderna.
En México, en los años treinta, un grupo de jóvenes y talentosos arquitectos Juan O’Gorman,
a la cabeza, Juan Legarreta, Enrique Yáñez, Raúl Cacho, Álvaro Aburto y otros, cuyo nombre
escapa a mi memoria, convencidos de la nueva arquitectura, llevaron a cabo una serie de obras
importantes. Pero al tratar de llevar su entusiasmo a la enseñanza encontraron en su escuela, la
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de Bellas Artes de San Carlos, perteneciente a la Universidad Nacional, el rechazo de sus maes-
tros tradicionalistas.
La Escuela Superior de Construcción, una de las que estaban por integrar al Instituto Politéc-
nico, acoge al grupo. A éste pronto se uniría Hannes Meyer, ex director del Bauhaus alemán,
exiliado por el nazismo, y forma en ella la segunda escuela de arquitectura en el país, en su
momento la más avanzada en cuanto a la enseñanza de la arquitectura moderna.
En esta escuela me formé y egresé, y cuando el maestro Juan O’Gorman, el que más influyó en
mí, renunció a sus clase, me recomendó junto con mi condiscípulo Eduardo Pérez Moreno pa-
ra continuar con ellas, impartí los cursos de Teoría de la arquitectura, Teoría del urbanismo y
Composición arquitectónica. Tanto como estudiante primero y profesor después, quedé im-
buido de los principios de la arquitectura moderna.
Estos principios, de los que a mis noventa años sigo firmemente convencido, fueron la base
sustantiva, conceptual, del proyecto de la Unidad Profesional de Zacatenco.
En un intento de sintetizar estos principios, diría que son:
La funcionalidad, entendida como la eficacia del uso de los espacios, implicando la comodidad
y el bienestar de quienes los habitan. La seguridad ante los fenómenos destructivos de la natu-
raleza. La economía al hacer más con lo menos y la agradabilidad que implica el gusto visual,
derivado de la expresión de los anteriores valores y de la relación armónica con la naturaleza.
Al plantear el programa de necesidades a satisfacer se presentaron las siguientes interrogantes:
¿hasta dónde podía preverse el crecimiento que ya se anunciaba? ¿Cuáles serían los nuevos
profesionales que el desarrollo del país requeriría y para lo cual se había concebido y creado el
Politécnico? ¿Cómo se presentarían en un futuro más o menos cercano los ya acelerados cam-
bios en la tecnología y su enseñanza?
De las respuestas a estas interrogantes dependería la vigencia de la funcionalidad del proyecto.
Dada su dificultad se determinó el imperativo de considerar lo siguiente:
En cuanto al crecimiento, que éste quedara sólo limitado por las dimensiones, afortunadamen-
te amplias, de los terrenos.
En cuanto a la disposición de los espacios, crear una unidad orgánica con edificios tipo, riguro-
samente determinados, que comprendiera las necesidades actuales y previera las futuras, opti-
mizando su uso común por las diferentes especialidades, principalmente de los laboratorios li-
geros y pesados, en lugar de una sola agrupación de escuelas como era el caso de la Ciudad
Universitaria y lo que se realizaba en Santo Tomás.
Su realización tenía que ser por etapas, de acuerdo con el crecimiento, pero cada etapa debía
relacionar las partes de uso cotidiano con las menores circulaciones: las aulas y los salones de
diseño con los laboratorios, con los estacionamientos y paraderos de transportes urbanos, con

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las plazas de dispersión de alumnos y los accesos a la zona deportiva, especialmente a la de de-
porte informal, para mayor tranquilidad en las partes académicas.
De esta manera el crecimiento de las sucesivas etapas mantendría su funcionalidad.
Para prever la fácil adecuación al cambio de las necesidades, los espacios deberían conformarse
con separadores de fácil remoción en lugar de muros rígidos y pesados. Un plan libre como
postula la arquitectura moderna.
Las circulaciones deberían ser porticadas para proteger de la lluvia y el sol excesivo. Así darían
unidad al conjunto.
En cuanto a la seguridad, el cuidadoso y acertado cálculo estructural, realizado en su totalidad
por el Arq. Juan Antonio Vargas, egresado de la ESIA, usando estructuras metálicas soldadas a
tope, casi por primera vez en México y supervisadas mediante una cápsula de cobalto por el
ingeniero Sergio Mohar Llorens, egresado de la ESIME, dio por resultado, a pesar de su ligereza,
una seguridad ampliamente constatada después de los temblores sufridos.
La ligereza ha sido una meta buscada en toda la historia de la arquitectura: cubrir los mayores
espacios con la menor cantidad de material. El antecedente más reciente es la arquitectura góti-
ca que mediante la conducción de los esfuerzos por nervaduras pétreas, eliminó los muros y
dejó pasar la luz, coloreada por los vitrales, en las grandes catedrales de Europa.
La ligereza es otro de los factores que han caracterizado a la Unidad Profesional de Zacatenco
y se estima que constituye uno de sus valores plásticos.
Si bien se han requerido algunas adiciones a los edificios de aulas, para lo cual el Dr. Villa Rive-
ra ha tenido la delicadeza de consultarme, cosa que mucho agradezco y que a él lo honra, la-
mentablemente no fue así en otro caso, lo hecho con el edificio originalmente diseñado para la
Dirección General y su plaza de acceso.
Esta parte de la Unidad, además de su particular función, tenía que cumplir con la dignidad co-
rrespondiente al ser su principal y formal acceso, y sobre todo ser la primera expresión de las
características arquitectónicas de la Unidad, pero a pesar de haber resistido, como los demás
edificios, los temblores habidos, se reforzaron en forma excesiva, ostentando una pesadez con-
traria a la expresión de ligereza que resultó del mejor cálculo estructural de todos los edificios
del conjunto. Poco después el edificio se ocultó envolviéndolo con otro que no sabría como
llamarlo. Ojala y en algún momento se eliminen estas alteraciones, y el proyecto, que ha recibi-
do innumerables muestras de reconocimiento, tanto nacionales como extranjeras, volvería a su
pureza original.
En estos últimos cincuenta años he visto como la arquitectura ha pasado por diferentes modas
intrascendentes y efímeras, sólo formalistas o cosméticas. En cambio, los principios con los
que se concibió la Unidad Profesional de Zacatenco, llamada con plena justicia, Unidad Adolfo

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López Mateos, por su decidido apoyo, siguen dándole absoluta vigencia, lo cual, a mis noventa
años de vida me produce una gran satisfacción.

Muchas gracias por su paciencia al escucharme.

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A MANERA DE EPÍLOGO

BREVE EXPLICACIÓN
Cuando he sido invitado a dar algunas conferencias o pláticas, mi tema ha sido recurrente: los princi-
pios de la arquitectura moderna y su condición de satisfactor social, que han permeado toda mi obra
arquitectónica.
En unas, fui parco o incluso omití algo que hubiera querido decir y en otras, me excedí en detalles su-
perfluos. Esto me ha motivado a hacer una síntesis condensada de las que dejé escritas.
He incluido mis intervenciones en algunos actos, y relato algunas anécdotas que deseo compartir.
También algunas referencias a publicaciones extranjeras del proyecto de la Unidad Profesional del Insti-
tuto Politécnico Nacional “Adolfo López Mateos”.

Mayo 2014

SÍNTESIS DE LAS CONFERENCIAS DICTADAS POR


REINALDO PÉREZ RAYÓN

la arquitectura
La arquitectura cumple con la función de concebir los espacios, protegidos de las inclemencias
del medio natural, en los que los seres humanos realizan sus actividades y su vida misma, indi-
vidual y social, determinando la forma, su tamaño y su interrelación: cuidando de lograr como-
didad, seguridad, la necesaria privacidad y agradabilidad. Lo conducente al mayor bienestar.

arquitectura moderna
Viollet le Duc, el connotado arquitecto francés, a mediados del siglo XIX, dijo que habría de
venir una nueva arquitectura hecha para el hombre actual y realizada con el aprovechamiento
del avance de la tecnología. El hombre actual, al que se refería, es el devenido del humanismo
renacentista que valora al ser humano por su propia condición de ser, independientemente de
sus condiciones sociales, económicas y culturales, y a quien las sucesivas revoluciones sociales
le han otorgado iguales derechos.
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En cuanto al aprovechamiento del avance tecnológico, la arquitectura siempre lo ha hecho. Su
historia ha ido al parejo de la forma en que el ser humano se ha ingeniado para cubrir los espa-
cios con la menor cantidad de material y el menor esfuerzo.
El vaticinio se cumplió. A fines del XIX y principios del XX se generalizó la nueva arquitectura.
Primero en Europa, con Le Corbusier, su principal propagador y pronto en los Estados Uni-
dos con Frank Lloyd Wright y Louis H. Sullivan (con su frase la forma sigue a la función), entre
otros, más los arquitectos del Bauhaus alemán expulsados por el nazismo como Walter Gro-
pius y Mies van der Rohe.
Esta nueva arquitectura cuyos adjetivos de funcional, porque debe atender con eficacia a las
necesidades más directas; racional, porque debe responder a la razón; Internacional, ya que la
forma de vida lo es, cada vez más; orgánica, porque debe asimilarse a los organismos vivos en
los que nada falta y nada sobra, son adjetivos que indican sus principales características y valo-
res, englobados en el de moderna. Constituye un parte aguas con el pasado: no sólo es diferen-
te en las formas, los estilos, sino en su conceptualización.
La novedad de la arquitectura moderna resulta de su enfrentamiento con circunstancias sin
precedente.
En el pasado la arquitectura privilegiaba la expresión del poder de quienes la usufructuaban, los
palacios y templos que hoy subsisten y admiramos por su suntuosidad y magnificencia dan
cuenta de ello, mientras los espacios destinados al pueblo en general, fueron desapareciendo
por su pobreza.
Ahora la arquitectura tiene que satisfacer un cúmulo de necesidades, individuales y sociales re-
zagadas, sobre todo en los países pobres: escuelas, hospitales, edificios para el trabajo, la cultu-
ra popular, instalaciones para el deporte y la recreación, etcétera. Pero sobre todo habitaciones
decorosas y dignas. Lo que la condiciona a un justo sentido de la economía, hacer más con lo
menos
Las necesidades, además de la cantidad, se han hecho más complejas, por ejemplo: una opera-
ción quirúrgica se hacía en la mesa del comedor, el cirujano se quitaba el saco, se remangaba y
si acaso se lavaba las manos. Ahora se requiere un sofisticado quirófano en un hospital.
En el pasado la arquitectura debía ser bella de acuerdo a la concepción objetiva que de la belle-
za se tenía, sometiendo sus formas a cánones o a los estilos tradicionales. Esto la ubicaba en el
campo de las bellas artes plásticas, compartiendo con ellas su filosofía, métodos creativos y en-
señanza.
Ahora sabemos que la belleza es subjetiva, que depende sólo del gusto de quien la ve o con-
templa. Cosa que, entre paréntesis, también ha sido determinante para la libertad creativa del
arte moderno y que el gusto ha sido fácil de llegar a ser inducido y cambiado, incluso motivado
por lo novedoso, por eso las modas.

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Por lo tanto, el gusto es y debe ser educable, y será responsabilidad de los arquitectos el que la
arquitectura sea gustada por la apreciación visual de sus cualidades y valores.
En los años treinta del siglo pasado, la Unión Internacional de Arquitectos convocó a los prin-
cipales arquitectos y urbanistas del mundo, en la capital de Grecia y se firmó lo que se conoce
como la “Carta de Atenas”. Uno de sus principales postulados es que las casas, los edificios y
las ciudades mismas, deben quedar insertas en la naturaleza, a fin de mantener la relación de los
seres humanos con su medio natural, en beneficio de su salud física y mental. Así, que el jardín,
de ser un elemento de ornato, debe formar parte del programa de necesidades a satisfacer. Lo
mismo las áreas verdes, jardinadas y arboladas, en los conjuntos urbanos.

arquitectura como diseño moderno


Así también, la arquitectura, al tener una finalidad utilitaria, se diferencia de las artes plásticas
cuya finalidad es meramente contemplativa. En cambio se emparienta con el diseño moderno,
que devenido del artesanal, se convierte en una forma de creatividad sin precedente histórico,
determinada por la industria. Ésta, que produce en forma masiva el mundo de objetos que nos
rodea, requiere diseñarlos para lograr su mayor eficiencia con el menor costo.
Es por todo lo anterior, que la enseñanza de la arquitectura al tener que proporcionar un ma-
yor conocimiento específico, de las necesidades a satisfacer y un mayor adiestramiento para la
concepción y relación de los espacios, pasó de las escuelas de artes plásticas a las universidades,
y tecnológicos o politécnicos.
Las primeras escuelas en que se enseñó la nueva arquitectura como disciplina del diseño mo-
derno, fueron las de los Institutos Tecnológicos de Delft en Holanda y de Arts and Crafts en
Inglaterra, pero la más importante fue el Bauhaus en Alemania. Ahora, como ejemplos: en la
Universidad de Harvard, una de sus facultades es la de Diseño que comprende el arquitectóni-
co y el de áreas urbanas. En el Instituto Tecnológico de Massachusetts, el prestigiado MIT, la
Escuela de Arquitectura y Planeación Urbana comparte importancia con la Escuela de Ingenie-
ría y la Escuela de Humanidades y Ciencias Sociales.

en México
En México, en los años treinta arriba la nueva arquitectura. Un grupo de jóvenes y talentosos
arquitectos egresados de la Universidad Nacional, Juan O`Gorman que lo encabeza, Juan Le-
garreta, Enrique Yáñez, Raúl Cacho y otros, se entusiasma con ella y realiza con sus principios,
importantes obras. Pero al llevar su entusiasmo a la enseñanza, encuentra en su escuela la opo-
sición de los maestros tradicionalistas.

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en el Politécnico
Una escuela técnica, la Escuela Superior de Construcción (ESC), acoge al grupo y formó en ella
la segunda escuela de arquitectura en el país, la más avanzada en su momento en cuanto a la
enseñanza de la arquitectura moderna.
La ESC pronto, junto con otras, integró al Instituto Politécnico Nacional. Se le agregó la ense-
ñanza de la Ingeniería civil, con diferentes especialidades y tomó el nombre de Escuela Supe-
rior de Ingeniería y Arquitectura, ESIA.
Al grupo pronto se le agregaron otros maestros arquitectos: Hannes Meyer, ex director del
Bauhaus alemán, exiliado por el nazismo y que formó en la ESIA junto con José Luis Cuevas
Pietrasanta un posgrado de Urbanismo, así como Luis Cuevas Barrena que tradujo del francés
Hacia una arquitectura de Le Corbusier, publicada en la revista “Edificación” que editaban los
alumnos.

en las demás escuelas


La escuela de arquitectura de la Universidad Nacional, pronto, también cambió hacia la ense-
ñanza de la arquitectura moderna, con prestigiados maestros como José Villagrán García, y la
misma fue adoptada también, por todas las escuelas que se fueron creando en el país.

la ingeniería
La ingeniería a su vez, en sus diferentes especialidades, ha tenido que realizar obras más impor-
tantes, por lo que ha requerido, al igual que la arquitectura, ampliar sus conocimientos, en este
caso científicos y tecnológicos. Su campo más relacionado con la arquitectura ha sido el de la
civil, diferente de la militar que cumplía con realizar los implementos para la guerra y las mura-
llas defensivas de las ciudades. Ahora debe hacer grandes obras como los puentes colgantes,
túneles de gran longitud y profundidad, grandes presas, autopistas, etcétera.
También se encarga de construir lo que el arquitecto proyecta. Es la forma en que la arquitec-
tura y la ingeniería se complementan, pero la ampliación y diferenciación de los conocimientos
en ambas profesiones, en la arquitectura, de las necesidades humanas y en la ingeniería, del
comportamiento de los materiales y su forma de aplicación, han determinado la necesaria y
conveniente separación de las escuelas en que se forman.

en México, antes de la arquitectura moderna


Aquí en el país, antes del arribo de la arquitectura moderna la situación era la siguiente: la ense-
ñanza de la arquitectura se daba sólo en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, donde era

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concebida como una más de las artes plásticas, y por lo tanto se privilegiaba su papel contem-
plativo.
Los arquitectos que egresaban se dedicaban principalmente a proyectar y realizar los monu-
mentos y las residencias suntuosas, que naturalmente satisfacían a una élite de preeminencia
social y económica, a la que los mismos arquitectos generalmente pertenecían. Su cultura artís-
tica europeizante, los llevaba con frecuencia a complementar su preparación en Europa: París o
Roma.
Los ingenieros, con un sentido más pragmático, se dedicaban a realizar las obras más comunes,
que generalmente consistían en un agrupamiento sucesivo de piezas, comunicadas entre sí por
puertas intermedias, alrededor de un patio, que en caso de dos pisos, contenía la escalera. Estos
edificios servían indistintamente como habitaciones, oficinas, escuelas, hospitales, cuarteles y
demás géneros.

proceso en la ESIA
En la ESIA, paulatinamente, fue creciendo una preponderancia de los ingenieros, directivos y
profesores, en la enseñanza de la arquitectura, en detrimento de la misma. Primero se impuso
el nombre de Ingeniero Arquitecto, por lo menos confuso, dada la diferenciación en todas las
demás instituciones educativas. Se adicionaron al programa de estudios de arquitectura mate-
rias exclusivas de la ingeniería, Obras Hidráulicas y Obras Sanitarias, entre otras, que se fueron
quitando, afortunadamente. El efecto posiblemente más negativo fue una dilución vocacional.

al egresar
El arribo de los primeros arquitectos, egresados de la ESIA al campo profesional, fue de recha-
zo por parte de los arquitectos tradicionalistas, no sólo por la diferente conceptualización de la
arquitectura, sino por el origen socioeconómico con el que democratizaban la profesión. No
así con los arquitectos universitarios que compartían la misma concepción arquitectónica y la
misma preocupación social.
Con ellos establecimos una gran fraternidad que nos llevó a formar parte del Colegio de Arqui-
tectos, como miembros de sus sucesivas directivas y Juntas de Honor y aún de su presidencia.
También de la Academia Nacional de Arquitectura, en la que algunos fuimos distinguidos co-
mo Académicos Eméritos.

la SAIPN
Sin embargo, para fortalecer nuestra identidad como arquitectos, formamos en 1951, la Socie-

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dad de Arquitectos del Instituto Politécnico Nacional, SAIPEN, que ha sido presidida por 17 ar-
quitectos con sus respectivas directivas y por el Consejo de ex Presidentes. Ha realizado una
actividad constante manteniendo el espíritu politécnico de sus agremiados. Como un ejemplo
entre muchos: su presidenta, en su momento, la arquitecta Teru Quevedo Seki, presentó en el
Palacio de Bellas Artes, una exposición de proyectos realizados por arquitectos egresados de la
ESIA.

El año pasado el Arq. Luis Ortega realizó, en el mismo Palacio, otra igual, con gran asistencia.

la arquitectura en el mundo actual


En la actualidad, con el predominio del capitalismo, se ha ido perdiendo la preocupación social
de satisfacer las necesidades de los grupos mayoritarios de escasos recursos, favoreciendo en
cambio, los de las grandes empresas, o aún intereses geopolíticos de los Estados. La expresión
de suntuosidad y magnificencia ha sido sustituida por la de espectacularidad.
Un reto para realizar el edificio más alto, o la mayor audacia en las soluciones estructurales, que
implican derroche de recursos, lo contrario al propósito original de la arquitectura moderna.
Otra de la manifestaciones de lo anterior son las modas, a lo que la arquitectura no ha escapa-
do, afortunadamente efímeras e intrascendentes. De las más recientes fue el llamado posmo-
dernismo, sustituido ya por el minimalismo, que si bien, se acerca a la arquitectura moderna, no
deja de ser una moda más decorativa que funcional.

su enseñanza actual
La enseñanza en las escuelas de arquitectura, en general, no ha escapado al desvío de los prin-
cipios de la arquitectura moderna. La ESIA por su origen y la condición socioeconómica de sus
alumnos, es la más obligada a retomarlos, ya que sus principios son absolutamente vigentes
porque subsisten las circunstancias que los determinaron.

la Unidad Profesional en Zacatenco


En abril de 1956 renuncié a la jefatura de la Oficina del Plano Regulador de la Ciudad, para de-
dicarme de lleno a mis trabajos particulares y en octubre me llamó por teléfono el Ing. Alejo
Peralta, egresado del IPN, y recién nombrado Director del mismo, para pedirme, por sugeren-
cia del Ing. Manuel Moreno Torres, también politécnico y a la sazón Director de Obras Públi-
cas del Distrito Federal, una opinión sobre las obras que se realizaban en Santo Tomás para la
Ciudad Politécnica.

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Me puse a trabajar y formulé un estudio que presenté en diciembre a los ingenieros Peralta y
Moreno Torres. En él se constataba que el proyecto del conjunto requería derrumbar hospita-
les en uso, un parque deportivo y expropiar varias manzanas, por lo que a mi parecer, por ra-
zones política y económica, resultaba inviable, además de sólo resolver las necesidades actuales
de un IPN que ya manifestaba un previsible crecimiento. También que las construcciones que
llevaba a cabo el CAPFCE acusaban mala calidad constructiva.
La reacción de ambos, fervientes politécnicos, fue de gran indignación. Consideraron que lo
que se estaba haciendo era una pobre caricatura de la Ciudad Universitaria, recién terminada
sin limitación de terreno y recursos.
De inmediato actuaron, requiriendo el apoyo del Ing. Walter C. Buchanan, Secretario de Esta-
do, también politécnico, y del Lic. Raúl Salinas Lozano, Director de Inversiones del Gobierno,
amigo del Ing. Peralta y persona muy cercana al presidente Ruiz Cortines, con el fin de llevar
su protesta al mandatario.
A mí, me encargaron formular el anteproyecto de un conjunto semejante en importancia a la
Ciudad Universitaria, en un terreno que previamente habíamos localizado el Ing. Moreno To-
rres y yo, al sureste de la ciudad. Procedí a hacerlo con la ayuda del equipo que había formado
con mis mejores alumnos del taller de Composición arquitectónica, para los trabajos del Plano
Regulador.
Al terminarlo, lo mostré al grupo que lo aceptó y me pidió acompañarlos para su presentación
al presidente. Adolfo Ruiz Cortines era una persona poco expresiva, lo vio con atención y sólo
hizo una observación: la conveniencia de ubicarlo al norte de la ciudad para crear ahí un polo
de desarrollo y por la cercanía del Instituto con los ejes industriales del Valle de México.
Dada su aceptación y sugestión se encontraron los terrenos de los ejidos de Zacatenco y Tico-
mán, planos y con suficiente amplitud. En ellos formulé el proyecto definitivo. Ya en una ofi-
cina más amplia y con plenas facilidades, se adecuaron los terrenos pero no se autorizaban los
recursos para la iniciación de las obras, hasta que el temblor de 1957 derribó en Santo Tomás
edificios recién terminados y dañó a otros en construcción.
A partir de esta circunstancia, se otorgaron los recursos que fluyeron en forma continua hasta
su prácticamente terminación en 1964. Aquí es justo apuntar que habiendo terminado una
primera etapa que comprendía cuatro edificios de aulas, se invitó al presidente Ruiz Cortines a
que la inaugurara pero éste se rehusó, explicando la conveniencia, dado lo pronto del término
de su gestión, de que fuera el próximo presidente quien tuviera la motivación de una inaugura-
ción final. El resultado fue un apoyo decidido y entusiasta del presidente López Mateos. Por
eso en justicia la Unidad lleva su nombre.

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A los integrantes del equipo inicial se fueron adicionando otros de diferentes especialidades,
escogidos entre los más destacados egresados politécnicos, esta condición última redundó en
un espíritu de entrega total, al límite de sus capacidades.
El proyecto implicó una serie de retos: uno era el rescatar la importancia del Politécnico tan
degradada con las obras de Santo Tomás frente a las realizadas en la Ciudad Universitaria.
Otro, la oportunidad de aplicar los principios de la arquitectura moderna que habían sido mo-
tivo para la creación de su enseñanza en el Politécnico, así como su efectividad. Uno más, la
aplicación de los materiales y sistemas constructivos más avanzados, dada la condición de ser
del Instituto rector de la educación superior tecnológica en el país.
El programa de necesidades a satisfacer tuvo problemas para su formulación. Se conocían las
necesidades del momento, pero difíciles de prever para un futuro, aun cercano, dado el acele-
rado desarrollo del país al que el Politécnico quedaba vinculado, así como en la tecnología y su
enseñanza. Lo mismo sucedió con el crecimiento que ya se acusaba también acelerado.
La forma de enfrentar esta problemática fue la de un plan libre en los edificios para ir acondi-
cionando los espacios a nuevas necesidades, mediante separaciones movibles, sin pérdida de la
funcionalidad. En cuanto al crecimiento, limitarlo sólo a la afortunada amplitud del terreno.
Pero como éste tendría que ser por etapas, en cada una de ellas se debería mantener la relación
cercana entre las partes de uso frecuente, aulas, laboratorios ligeros y pesados, estacionamien-
tos, paraderos de transporte público, área deportiva, entre otras.
Para lograr el óptimo uso en común de las partes e instalaciones, sobre todo de los laborato-
rios, necesariamente sofisticados y costosos, se optó por una unidad orgánica en lugar de un
conjunto de escuelas sólo contiguas, como la Ciudad Universitaria y la que se pretendía en San-
to Tomás. De ahí el nombre de Unidad Profesional.
A la aplicación de los principios de la arquitectura moderna, a la dinámica en el uso de los es-
pacios, y a la elasticidad en el conjunto para su progresivo crecimiento, se adicionó otra premi-
sa, una rigurosa modulación.
Le Corbusier apuntó la conveniencia de una modulación para la arquitectura y la industria y
propuso su módulo basado en las medidas del cuerpo humano. Fuera de su Unidad de Marse-
lla, no ha tenido éxito, seguro por lo complejo y porque lo que los arquitectos requieren, son
las medidas de los espacios ocupados por las actividades, con sus muebles o enseres
Para la Unidad de Zacatenco se empleó un módulo de 90 centímetros que resultó práctico, pa-
ra los edificios, el mobiliario y los espacios exteriores. Coincidente con las medidas métricas e
inglesas de los materiales del mercado.
En cuanto al avance tecnológico, se emplearon estructuras soldadas en vez de unidas por pla-
cas con remaches, que las hubiera hecho más pesadas y costosas. Con supervisión de las solda-
duras mediante radiografías hechas por el Ing. Sergio Mohar Llorenz, graduado en la ESIME y

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recién especializado para tal fin en Estados Unidos, de donde trajo una cápsula radioactiva pa-
ra su logro.
Este sistema estructural, redundó en economía y en ligereza de los edificios meta histórica de la
arquitectura: cubrir los espacios con la menor cantidad de material. Contribuyó también a darle
a la Unidad una de sus características visuales de modernidad.
La Unidad Profesional de Zacatenco, con justicia llamada “Unidad López Mateos” la más im-
portante de las instalaciones con que cuenta el Politécnico, a sus ya más de 50 años, ha cumpli-
do con las expectativas de su origen: la fidelidad a los principios de la arquitectura moderna, la
dinámica en el uso de los espacios y la elasticidad para su crecimiento.
Mientras en este tiempo han pasado modas, intrascendentes y efímeras, la Unidad mantiene su
absoluta vigencia y ha sido merecedora de numerosos reconocimientos, tanto en exposiciones
como en publicaciones nacionales y extranjeras.

modificaciones atentatorias a la Unidad


Sólo que, en el edificio de la Dirección General y en la plaza principal de acceso, se han reali-
zado modificaciones irracionales y atentatorias. En el primero con un reforzamiento, que
además de dudoso, rompe con uno de los valores de la Unidad: la ligereza. Producto ésta de un
riguroso y acertado cálculo estructural, probado por los sismos pasados. Sin embargo, de haber
habido alguna razón, el reforzamiento, según especialistas, pudo hacerse más efectivo y menos
atentatorio contra el proyecto original.
Pero además, lo que resulta inexplicable es que para ocultar el edificio, bárbaramente reforzado
se haya hecho una construcción inventada como biblioteca, ignorando la existente en el Centro
Cultural, sin cumplir desde luego, con los requisitos necesarios, pero desvirtuando la plaza
principal de acceso, que cumplía con la dignidad e importancia del conjunto, conteniendo un
espejo de agua y sobre éste una gran placa de mármol con el nombre de la Unidad, así como
una bella escultura del muy prestigiado escultor Francisco Zúñiga, alusivo al espíritu del Poli-
técnico.
Para el edificio de la Dirección General, aparte de su privilegiada ubicación, se consideraron las
necesidades a satisfacer. Para el Director General el estacionamiento exclusivo y el acceso por
el elevador privado, igual que el baño, así como un lugar de descanso, y las oficinas, particular y
secretariales. También la sala del Consejo General con los servicios requeridos por el mismo.
Comedores y salones para las funciones de representación y otras actividades afines.
Además de cuidar la funcionalidad de los espacios, se tuvo un especial cuidado en el decoro y
la dignidad congruente con la importancia de la Institución y de los sucesivos directores que
deberían ser elegidos por su calidad académica y dotes personales. Por lo mismo, de acuerdo
con el espíritu del Instituto y de la Unidad, se prescindió de lujos u ostentación, innecesarios y
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aún de mal gusto. Sin embargo, posteriormente se construyó otro edificio para la Dirección
General, destinando el original a oficinas de menor importancia.
Estas alteraciones injustificadas me obligan a protestar, no solo por mi indignación personal,
sino por la de los colaboradores, cuidadosamente seleccionados, casi todos ya fallecidos. Pero
tengo fe de que prevalezca el sentido común y se retorne al proyecto original.

un privilegio
Fue para mí un privilegio, el haberme formado como arquitecto en el momento justo. De ple-
na coincidencia entre el advenimiento de la nueva arquitectura al servicio del hombre común y
el nacimiento del Politécnico con la mística social de la Revolución. Con excelentes maestros,
en especial Juan O’Gorman.
Juan O’Gorman fue un hombre polifacético, como algunos del Renacimiento, brillando su in-
discutible talento como arquitecto, como pintor y como maestro, durante los 18 años que lo
fue en el Politécnico.
Sus cursos, en especial el de Teoría de la Arquitectura, era extraordinario, no sólo por la lógica
y claridad al expresar las ideas, sino por la motivación a los alumnos para participar en los aná-
lisis, las deducciones y las conclusiones.
Recuerdo que la clase se iniciaba sin falta y a la hora indicada, en un aula siempre colmada de
alumnos y que al término de la misma, como nadie intentaba salir se prolongaba más del tiem-
po previsto.
Nos llevaba a deducir, a través de las sucesivas etapas históricas de la arquitectura, su condicio-
namiento a las necesidades propias de cada momento: sociales, económicas, culturales y políti-
cas, tanto como a las físicas y a los recursos técnicos que hicieron posible su realización.
En cuanto a los recursos técnicos, nos llevó a analizar y deducir mediante las obras más ejem-
plares, cómo se aprovecharon y al mismo tiempo contribuyeron a su evolución. Vimos cómo
los primeros templos griegos fueron hechos de madera con inteligentes soluciones de carpinte-
ría y ya con mayores recursos en el Partenón, la madera fue sólo sustituida por mármol. Que la
cúpula de Agripa, obra paradigma de la arquitectura romana fue un alarde de tecnología, por lo
escaso del material que la cubre y por haberse realizado sin cimbra, por el avance de anillos ce-
rrados.
Finalmente, cómo al presentarse el riesgo de derrumbe en las basílicas románicas por los em-
pujes de sus arcos de medio punto, se inició el gótico con los arcos alargados verticalmente y
los esfuerzos encausados por nervaduras pétreas, eliminando los muros y dejando pasar la luz
en las grandes catedrales europeas de fines del medioevo.

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También vimos con él, cómo en el pasado la arquitectura por lo común, sólo servía de apoyo a
las artes decorativas que la cubrían y que en la Exposición Universal de Barcelona, 1929, el pa-
bellón de Mies Van der Rohe había hecho gala de desnudez, con una escultura en su interior
como contenido, dando por resultado una gran armonía.
Juan O’Gorman nos inculcó a los que fuimos sus alumnos, una gran pasión por la arquitectura
y la convicción, en concordancia con el espíritu del Politécnico, de que ella es primordialmente
un satisfactor social.

el gusto por la arquitectura moderna


En el pasado, la forma de las cosas, de las fachadas de las casas y los edificios, se mantenían
por largos periodos de tiempo, determinando el gusto de la gente por lo tradicional y por lo
mismo, se creaban patrones de belleza al grado de buscar la razón de ser de lo bello frente a lo
feo: fórmulas o recetas, hasta ecuaciones matemáticas, por ejemplo la Regla de Oro.
Cuando con la modernidad comenzó a aparecer un mundo de cosas con formas nuevas, la
reacción general del gusto fue de rechazo. Al grado de tener que decorar las locomotoras, los
automóviles y las cabinas de los primeros aviones de pasajeros con estilos del pasado, gótico,
barroco, neoclásico, etcétera. Hubo intelectuales que protestaron por el “adefesio” de la Torre
Eiffel.
Pero pronto, la invasión de nuevas formas fue moldeando el gusto, llegando a ser este motiva-
do por lo novedoso. El consumismo, producto del sistema capitalista, aprovechó esto, creando
con la ayuda de la publicidad las modas, dando lugar a lo que podríamos llamar obsoletismo
estético.
Las artes plásticas, liberadas por la fotografía, de la necesidad de representar, el mundo visual,
adquieren una libertad que nunca habían tenido.
Todas las cosas pueden ser bellas o feas, dependiendo del gusto de quien las ve o contempla.
El filósofo catalán José María Valverde, dice que el Universo de alguna manera ha quedado
“estetizado” al poder encontrar el gusto de todo dependiendo de la mirada.
La conclusión es que el gusto es subjetivo, que no forma parte de la naturaleza de las cosas ni
de sus formas, que solo depende de quien las ve o contempla, que puede ser inducido o in-
fluenciado y por lo tanto educable. Es por lo tanto responsabilidad de los arquitectos hacer una
arquitectura que deba gustar por sus cualidades y valores.
La visión de la arquitectura, si no es a una considerable distancia, se da por la integración de
perspectivas comprendidas en un cono de más o menos 30 grados cuyo foco es el ojo humano
y que resultan variables, dependiendo de la posición del sujeto, del asoleamiento del momento
con sus sombras, o la iluminación nocturna, incluyendo también el entorno. …Un juego magnífi-

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co y sabio de volúmenes bajo la acción de la luz… dijo Le Corbusier, pero también es texturas, colo-
res, superficies vítreas que dejan pasar la luz o la reflejan, integrando el paisaje a la arquitectura.

SÍNTESIS DE LA CONFERENCIA DICTADA AL GRUPO POLITÉCNICO MEXICANO


“EL PROBLEMA DE LA HABITACIÓN”

Los seres humanos desde que nacen, son de los menos protegidos de las inclemencias del me-
dio natural, por lo que han tenido que recurrir a su inteligencia y habilidad para lograr sus pro-
pias defensas. La más inmediata es el vestido que al llevarlo pegado al cuerpo es como una se-
gunda piel. Otras especies nacen ya con un pelambre o inclusive con un caparazón. El vestido
evoluciona desde un simple taparrabo o una zalea de animal, hasta el más sofisticado que ha
permitido el plantarse en la luna.
La otra defensa es la habitación, su casa, la vivienda. La habitación protege el espacio dentro
del cual realiza las funciones más elementales y la vida de relación con el núcleo social más
inmediato, su familia. La habitación responde al instinto primitivo de territorialidad que subya-
ce compartiéndolo con casi todos los demás seres vivientes, pero también, a los más elevados
sentimientos humanos que le confieren a la habitación la calidad de hogar.
También ha evolucionado al parejo de los seres humanos. Desde la cueva o la copa del árbol,
rudimentariamente acondicionados, hasta la más confortable, segura y agradable, lograda debi-
do al avance científico y sus recursos tecnológicos. Por igual el desarrollo de la habitación ha
ido al parejo del de la sociedad.
En el pasado el interés se centró en las edificaciones al servicio de los dioses y los poderosos.
Los templos y los palacios que aun admiramos por su grandeza y magnificencia son ejemplos
significativos. Las casas donde la gente del pueblo vivió, seguramente modestas y construidas
con materiales perecederos, más expuestas a incendios, terremotos, guerras y sobre todo a la
acción del tiempo, fueron desapareciendo sin dejar rastros.
Ante esta carencia de fuentes arqueológicas e historiográficas, Viollet le Duc, a mediados del
siglo XIX escribió su famosa Historia de la Vivienda Humana, en la que en forma novelizada, se
personifica en Epergos el narrador y nos conduce en un recorrido a través del tiempo y de la
geografía, en el que el hombre, sin más herramientas que su sentido común y su ingenio con
los recursos técnicos a su alcance, va construyendo su morada.

IDEAS Y OBRA • REINALDO PÉREZ RAYÓN


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La habitación, junto con el alimento y el vestido es uno de los satisfactores básicos de la vida y
es por esto que su carencia o inadecuación debe ser una preocupación prioritaria.
Al abordar su problemática debemos tomar en cuenta la diferencia entre la habitación urbana y
la rural, porque la primera es la que realmente constituye el problema relevante. La del campo,
ya sea la dispersa o en pequeños caseríos cuenta con condiciones propicias para su realización:
disponibilidad de terreno barato, de materiales naturales y de mano de obra libre de acuerdo a
los ciclos agrícolas.
Considero que en este caso sólo se requiere una asistencia técnica para mejorar las condiciones
de higiene y de seguridad.
En cambio la problemática se agudiza en las ciudades y sobre todo al crecer éstas. El problema
no implica carencia, al grado de que haya gente viviendo en la calle, sino en la sobre ocupación
de las existentes, gracias a la solidaridad familiar, pero creando incomodidad y tensión social,
así también como la instalación de casuchas improvisadas en zonas periféricas urbanas, caren-
tes de servicios y con riesgos.
Es difícil determinar el número de habitaciones faltantes pero es innegable la apreciación de su
magnitud. El Estado por su parte, carece en los países pobres o en desarrollo, de los recursos
para satisfacer el problema, y la iniciativa privada carece de estímulos para afrontarlo, por lo ca-
ro de la construcción y las posibilidades de pago de quienes la requieren, a pesar de los créditos
que ofrecen los bancos.
La carencia de habitaciones aumenta al crecer las ciudades y por la emigración del campo con
la gente de menores recursos para obtenerlas. También las existentes se van deteriorando por
el tiempo.
En un pasado reciente, se trató de ayudar a la solución disminuyendo el tamaño, y los arquitec-
tos se empeñaron en encontrar el espacio mínimo necesario para satisfacer las necesidades bá-
sicas, dormir, cocinar, comer, excretar, asearse y aprovechar algunos de los mismos espacios
para las limitadas actividades de relación familiar y social, diversión y cultura. Sólo que la aspi-
ración a una satisfacción mejor hace que el espacio mínimo considerado haya aumentado.
En la actualidad parece existir un consenso casi universal, de que el tamaño de una vivienda,
para alojar a una familia media de 5 miembros fluctúe entre 60 y 70 metros cuadrados. Pero,
además es importante el que, dada la necesaria permanencia de algunas partes, la reducción del
tamaño no implica una reducción proporcional del costo, por ejemplo, una vivienda de 30 me-
tros cuadrados costaría sólo alrededor de un 80% del de la de 60 metros cuadrados.
Dadas las consideraciones anteriores, parece que el único o más importante camino, es el bus-
car bajar el costo de la vivienda. Al Estado, le permitiría ampliar el cumplimiento del compro-
miso de hacer el mayor número de viviendas y a la iniciativa privada, con mayores recursos, le
motivaría lo suficiente para reducir el problema de la carencia.

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Mientras en la actualidad, hemos podido acceder a un gran número de cosas gracias a la indus-
tria, que con ayuda de la máquina, las produce en mayor cantidad y menor costo, la vivienda en
cambio, por la inercia de la tradición, se realiza en gran parte en forma artesanal, con predomi-
nio de mano de obra, cada vez más costosa por la natural defensa de los salarios, haciéndola
inaccesible a los grandes grupos de menores recursos.
La habitación, especialmente cuando forma conjuntos, debe estar supeditada a una adecuada
política de desarrollo urbano, que procure una alta densidad demográfica al mismo tiempo que
un menor uso del suelo. Lo primero, reduce la distancia a los servicios sociales, comercios, es-
cuelas, hospitales, centros de trabajo y otros, disminuyendo la necesidad vehicular con sus ob-
vios inconvenientes, y lo segundo, permite contar con mayores áreas verdes en beneficio de la
salud física y mental de los habitantes.
La aparente contradicción de los anteriores requerimientos, se resuelve con el agrupamiento
vertical de las viviendas, en edificios que a su vez lo hagan en conjuntos. Con ello también se
logra el abaratamiento del costo del terreno y de los servicios urbanos. Costos que naturalmen-
te inciden en el de la vivienda.
En los países en desarrollo como el nuestro, es factible, y por lo menos debemos plantear, una
fabricación industrial de la vivienda popular. Para esto es necesario recurrir a nuevos materiales
que sustituyan, aún con ventaja, a los tradicionales de extracción natural y sistemas de montaje
diferentes a los de la construcción en uso.

Nota:
Después de la conferencia dirigida al Grupo Politécnico Mexicano, anteriormente sintetizada,
(1998) continué la búsqueda, por algunos años de error y enmienda, hasta llegar a una solución,
con nuevos materiales y nueva forma de realización, concretada en un prototipo realizado en la
ciudad de Aguascalientes, con dos viviendas probadas en cuanto a funcionalidad (comodidad,
aislamiento térmico y acústico) seguridad y agradabilidad, y estimación de reducción del costo.
Ahora, lo que más me interesa es poner ésta a la consideración general, mediante su exposición
y divulgación, para quien o quienes se interesen en su realización, contribuyendo posiblemente
a la solución de la problemática habitacional.

Noviembre de 2011

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274
INTERVENCIONES EN DIVERSOS ACTOS EN EL TEATRO DEL PALACIO
DE BELLAS ARTES

Con motivo de uno de los aniversarios del Palacio de Bellas Artes, fui invitado a participar co-
mo panelista en una reunión en el foro, que tuvo por fin exponer ideas sobre el valor arquitec-
tónico del edificio. Ahí el moderador me hizo la siguiente pregunta: ¿Arquitecto, usted que es-
taba en su escuela del Politécnico en el momento de la terminación del Palacio, nos puede de-
cir cuál fue la reacción de sus compañeros y maestros, dado los principios que en ella se sus-
tentaban?
Mi contestación fue la siguiente: desde luego de rechazo, simplemente por atemporalidad. No
solo actual sino cuando muchos años atrás se concibió el proyecto. Éste ya no correspondió a
la corriente predominante en la arquitectura. que a partir de los pabellones de la Exposición In-
ternacional de París, cayó en un alarde de exponer el acero, que culminó con la Torre Eiffel,
con sus cualidades de ligereza. En el proyecto del Palacio, en cambio, la estructura metálica se
cubrió con mármol, haciéndola pesada, resultando gran inconveniente para el suelo del centro
de la ciudad de México, y muy costosa.
Siendo tan formalista y blanco decíamos que parecía un pastel de boda.
Sin embargo, cuando el gobierno se propuso abrir las puertas del Palacio recién inaugurado al
arte moderno, nacional e internacional, nuestra generación cuando joven tuvo acceso al disfru-
te por ejemplo, de la obra de nuestros famosos muralistas que cubrieron sus interiores, de oír a
la Orquesta Sinfónica de Bellas Artes dirigida por Carlos Chávez, tocando obras de Blas Galin-
do, Moncayo o Silvestre Revueltas, ver danzar con los pies descalzos a Rosaura Revueltas el
“Zapata” con música de su hermano Silvestre.
En cuanto al teatro, con Margarita Xirgu venida de España, ver obras de García Lorca o clási-
cas de Lope de Vega, etcétera. Con escenografías desprovistas de telones y bambalinas, sino
sólo, a lo mejor, una mesa y una silla que por efectos de iluminación lograban el ambiente pro-
picio a la “obra”.
El teatro mismo, por su acústica, su visibilidad y las facilidades de su tramoya, pudo competir
con los mejores del mundo. Así nos fuimos olvidando de sus formas arquitectónicas y con-
cluimos que un edificio debe ser juzgado desde diferentes ángulos, como su uso y la eficacia de
algunas de sus partes.

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EN EL COLEGIO DE ARQUITECTOS DE LA CIUDAD DE MÉXICO, POR EL
RECONOCIMIENTO A MIEMBROS CON MÁS DE 50 AÑOS DE PERMANENCIA Y
EN NOMBRE DE LOS MISMOS

Agradezco la distinción por la larga permanencia a nuestro Colegio, pero además, por el privi-
legio de dirigirme a ustedes en representación de mis colegas contemporáneos, a quienes admi-
ro por su calidad profesional y personal.
La arquitectura es una posibilidad de servir al ser humano en forma más directa y cercana, pues
protege de las inclemencias del medio natural, a los espacios en los cuales realiza y organiza sus
actividades y su vida misma, individual y social, creando las condiciones de comodidad, seguri-
dad y agradabilidad, que contribuyen a su mayor bienestar.
Esta condición de servicio a nuestros semejantes, es uno de los motivos para la gran satisfac-
ción y la enorme gratificación que nos produce el realizarla.
Los que hemos llegado a una edad avanzada, habiendo entregado todos nuestros esfuerzos en
forma permanente a la arquitectura, lo podemos constatar.
Como afortunada coincidencia, nuestra generación se formó en el momento en que arribó a
México, después de haberse desarrollado en Europa y en los Estados Unidos, una nueva arqui-
tectura, que como ustedes bien lo saben, pero vale la pena recordarlo, fue la que según Viollet
le Duc a mediados del siglo XIX, debería servir al hombre común independientemente de sus
condiciones económicas y sociales, y con los avances de la tecnología.
Esta nueva arquitectura, (cuyos adjetivos, funcional, racional, internacional y orgánica, sólo in-
dican sus características, englobándose en el de moderna), entusiasmó a un grupo de jóvenes y
talentosos arquitectos, egresados de la escuela de arquitectura de la Universidad Nacional, y
aplicando los principios de la misma, realizó importantes obras. Pero este grupo además, al lle-
var su mismo entusiasmo al campo de la enseñanza creó, uniéndose a él Hannes Meyer, ex di-
rector del Bauhaus, en el Politécnico, una escuela de arquitectura moderna, y en la Universidad,
en su escuela de origen junto a otros distinguidos maestros influyó en definitiva, para el cam-
bio hacia la enseñanza de la nueva arquitectura.
Fue incuestionable el cambio de mentalidad de los arquitectos, motivado por la nueva arquitec-
tura, en el Politécnico, porque fueron sus principios fundacionales, tal vez algo radical en su
principio; un poco menos rápido en la Universidad por la inercia de la tradición. Pero el cam-
bio se dio en ambas escuelas y ya fue definitivo en las que se crearon después.
Una sentencia bíblica dice que el árbol se conoce por sus frutos: de los frutos más importantes
de nuestra generación, basta citar a la Ciudad Universitaria en el Pedregal, al Centro Médico,
lamentablemente destruido por el sismo del 85, pero vuelto a reconstruir y a la Unidad Profe-
sional del Politécnico, en Zacatenco.

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Algo que nos debe inquietar es que no hemos podido obtener posiciones que nos hubieran
permitido Influir, con nuestras capacidades, en la determinación de políticas como las de desa-
rrollo habitacional o urbano, que en muchos casos han sido equivocadas o incluso inexistentes.
Por esto, quiero aprovechar la oportunidad para hacer dos exhortos.
Uno, a los compañeros que presiden nuestras asociaciones para luchar, ofreciéndoles nuestro
firme apoyo, por una mayor presencia ante las autoridades que nos permita influir en el desa-
rrollo de políticas, en especial, de habitación y de desarrollo urbano.
Otro, en general a todos los arquitectos, para que nos interesemos en una mayor difusión analí-
tica y critica de la arquitectura, lo que mucho la beneficiaría y que casi ha dejado de existir, pro-
liferando en cambio sólo revistas de decoración.

Nuevamente muchas gracias.


Diciembre de 2010

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A LOS MIEMBROS DE LA ACADEMIA NACIONAL DE ARQUITECTURA POR
CELEBRAR SESIÓN EN LA SAIPN

Muy estimados colegas y amigos.


Me da gusto iniciar mi intervención, dirigiéndome a los miembros de la Academia Nacional de
Arquitectura, con una de las frases que caracterizan nuestra proverbial y popular cortesía mexi-
cana: están ustedes en su casa
Y es que, el tener en la casa de la sociedad que nos agrupa como arquitectos egresados del Poli-
técnico, SAIPN, la presencia de la Academia Nacional de Arquitectura, que es la parte de exce-
lencia de la Sociedad de Arquitectos Mexicanos, y esta última, el organismo de mayor antigüe-
dad y prestigio que nos acoge a todos los arquitectos mexicanos, nos llena de gran satisfacción.
Por lo mismo, mucho agradecemos a los respectivos presidentes, los arquitectos Luis Ortega
Zúñiga y Francisco Covarrubias Gaitán el que con su altura de miras hayan hecho posible este
significativo hecho.
Finalmente, deseo que esta sesión de la Academia, que se celebra en obsequio a la celebración
del 60 Aniversario de la SAIPN, tenga su mejor fin, cosa esperada desde luego, dada la calidad
profesional y personal de los que van a intervenir en ella.

EN EL COLEGIO DE ARQUITECTOS POR PREMIO AL


ARQ. ALEJANDRO GAYTÁN

Muy estimados colegas:


Me satisface mucho el reconocimiento por parte del Colegio que nos congrega, al arquitecto
Alejandro Gaytán, Cervantes, por los muchos méritos personales y profesionales, que todos le
conocemos y apreciamos.
Tuve la oportunidad de conocer a Alejandro casi al término de su carrera, en la Escuela Supe-
rior de Ingeniería y Arquitectura del Instituto Politécnico Nacional y percatarme de su particu-
lar interés por la difusión de la arquitectura, interés que ha permeado toda su vida profesional.
Esto fue, cuando él y la arquitecta Ruth Rivera, realizaron una serie de acciones, reuniones,
conferencias y platicas, así como una exposición de proyectos, con motivo del Congreso Inter-
nacional de Estudiantes de Arquitectura celebrado en 1961, en el Centro Cultural de la Unidad
Profesional del Instituto Politécnico Nacional en Zacatenco, recién terminado.

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Así nació una entrañable amistad que ha permanecido hasta la fecha y me ha permitido cono-
cer y apreciar su trayectoria profesional en sus diferentes etapas
Una de las significativas fue la dedicada a la enseñanza de la arquitectura por muchos años, más
de 30 en su escuela de origen. Por un periodo, en la Universidad Autónoma de Puebla, y en la
Universidad Nacional Autónoma de México, en niveles de posgrado en arquitectura y urba-
nismo.
En su paso por el Instituto Mexicano del Seguro Social una de sus actividades, entre muchas,
fue la elaboración y publicación de numerosos estudios, contribuyentes a la mejoría del Institu-
to. Uno de ellos fue la formulación de normas modernas para los proyectos de hospitales y
demás edificios para la salud, tan detalladas y completas que requirieron su presentación en 8
tomos.
Fue presidente de la Sociedad de Arquitectos del Instituto Politécnico Nacional, SAIPEN, lle-
vando a cabo una fructifica labor; realizando reuniones frecuentes para la expresión, discusión
e intercambio de ideas, con el fin de lograr un mayor enriquecimiento profesional de sus
miembros. Además de la difusión de los proyectos y obras realizados por arquitectos egresados
del Instituto.
En el presente, es Presidente de la Sociedad Mexicana de Arquitectos Especializados en Salud
SOMAES donde, también, es manifiesta su incansable acción, basta apuntar el haber realizado
más de 100 reuniones semanarias en las que se han debatido temas relacionados con la especia-
lidad y con una asistencia promedio de 25 arquitectos.
Su siempre preocupación por la difusión de la arquitectura lo llevó a dictar conferencias y plá-
ticas y a expresar en múltiples publicaciones sus ideas en apoyo a los principios de la arquitec-
tura moderna: Funcionalidad, racionalidad, considerándola un satisfactor social que la obliga a
ser económica, a hacer más con lo menos.
Pero una de sus publicaciones en particular, me parece que por si sola, justifica plenamente el
reconocimiento que hoy se le otorga: La revista Calli, exponente de proyectos y realizaciones
arquitectónicas, ampliamente detallados que permitían su apreciación con un sentido analítico y
crítico.
Calli fue editada por el arquitecto Gaytán por varios años con un gran esfuerzo, físico y eco-
nómico. Su permanencia en el tiempo sólo fue igualada por la revista Arquitectura editada por el
arquitecto Mario Pani.
Claro que en el tiempo fueron apareciendo otras revistas, algunas también de calidad, sólo que
efímeras.
Mi interés en resaltar la publicación de Calli es porque marca un punto de referencia frente a la
carencia actual de publicaciones que cumplan con la función de una verdadera divulgación de

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la arquitectura, proliferando en cambio, revistas sólo de decoración, en las que eventualmente
llega a aparecer una planta ni siquiera con escala.
Situación inaceptable, porque redunda en detrimento de la arquitectura, desde su enseñanza en
las escuelas hasta sus realizaciones actuales.
No favorece, la existencia de una corriente en la arquitectura mexicana, que se considere acor-
de, con las circunstancias sociales, económicas, políticas y culturales, prevalecientes en el país.
Ya, en otra ocasión dije que los arquitectos teníamos una deuda con el arquitecto Alejandro
Gaytán por su dedicación a la difusión de la arquitectura en general y de nuestras obras en par-
ticular.
Una de las acciones más representativas de la calidad humana, es la del reconocimiento al méri-
to de quien lo merece: esto honra a quien lo recibe, pero también honra a quien lo otorga.
Muchas gracias por su atención.

Septiembre 2011

UNAS ANÉCDOTAS
Ya aprobado el proyecto de la Unidad Profesional en Zacatenco y por iniciarse las obras, el Pa-
tronato de Obras e Instalaciones, que se había constituido para las de Santo Tomás se cambió,
siendo sus nuevos miembros, el Ing. Alejo Peralta como Director del Politécnico, el Ing. Ma-
nuel Moreno Torres, como Presidente, y entre sus vocales el Ing. Germán Campos, de la em-
presa “Campos Hermanos”, la más importante fabricante de estructuras metálicas en el país.
Estructuras tradicionales hechas y montadas a base de placas y remaches que resultaban pesa-
das y costosas
Los ingenieros Peralta y Moreno Torres consideraron la conveniencia de cumplir con la pre-
sentación del proyecto de la Unidad al nuevo patronato.
Al conocerlo el Ing. Campos y ver que las estructuras que se proponían eran soldadas a tope,
ostentando, su ligereza, se alarmó y puso el grito en el cielo: no es posible aceptar esas estructuras de
popotes que con el menor temblor se vendrían al suelo.
Argumenté en su defensa, diciendo que eran las más avanzadas tecnológicamente y que se es-
taban ya generalizando en el mundo. Que debidamente calculadas resultarían igualmente segu-
ras que las tradicionales.

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El Ing. Campos, ya un poco convencido, dijo que de todos modos, en México, no teníamos el
personal suficientemente calificado en materia de soldadura, con lo que logró que, ante la duda,
los demás miembros optaran por aprobar el proyecto con la condición de cambiar las estructu-
ras soldadas por las tradicionales.
Quedé frustrado, ya que no me quedaba otro camino, pero la suerte que tan frecuentemente
me ha favorecido, hizo que me encontrara casi de inmediato con el Ing. Sergio Mohar Llorens,
egresado de la ESIME, recién llegado de los Estados Unidos, donde se había especializado en
supervisión de soldaduras y que de ahí traía una cápsula radioactiva para tal fin.
De inmediato le pedí y consintió presentarse en el Patronato y convenció a los miembros para
la aceptación de las estructuras soldadas a tope, realizadas con su rigurosa supervisión.
La Unión Internacional de Arquitectos, la UIA, escogió para celebrar sus Cuartas Jornadas In-
ternacionales la ciudad de México, y en ella se propusieron tres sitios: la Ciudad Universitaria,
el Centro Médico y la Unidad Profesional del IPN en Zacatenco. Por la evaluación de sus carac-
terísticas se escogió ésta última.
Pero cuando asistió una comisión para conocer el sitio preciso para las actividades por realizar,
el propuesto Centro Cultural de la Unidad, sólo se encontró con un terreno y a menos de un
año de la fecha prevista. Con una gran frustración de inmediato decidieron el cambio de la se-
de.
Pero otra vez la suerte, el arquitecto Ramón Corona, representante de la UIA en México les di-
jo: yo he observado el proceso de la obra y he admirado la rapidez de su realización, así que si
el arquitecto Pérez Rayón les asegura su terminación a tiempo, yo lo avalo.
Los comisionados lo aceptaron, pero al momento me percaté de mi insensatez, de la irrespon-
sabilidad de haber hecho tal compromiso sin la seguridad de poder cumplirlo. Sólo por el gran
deseo de que así fuera. Afortunadamente, con el apoyo decidido de los Ings. Peralta y Moreno
Torres y a nivel burocrático del Lic. Francisco Labastida Ochoa, pudieron fluir los recursos
con oportunidad y con el tiempo limitado pero aprovechado al máximo, se pudo cumplir con
el compromiso.
El último trabajador, al salir debió cruzarse con el arquitecto Pierre Vago, presidente de la UIA,
quien llegó para inaugurar las Jornadas con asistencia de destacados arquitectos del mundo.
Pero no paró ahí la cosa. Exhausto llegué a tirarme a la cama pero al llegar la noche, uno de
mis colaboradores me llamó por teléfono para decirme que había habido un problema con el
sistema de traducción simultánea y los organizadores estaban muy preocupados.
De inmediato me levanté y fui. Al salir del coche se me acercó alguien que me dijo: Arquitecto,
soy ingeniero egresado de la ESIME, conozco el problema, si me autoriza, trabajo en el curso de
la noche y mañana está solucionado. Así fue y lo único que me apena es no haberlo vuelto a
ver, para por lo menos, expresarle el agradecimiento, ni siquiera conocí su nombre.
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Este hecho, más otros cuyos detalles se pierden en mi memoria para contarlos, marcan el espí-
ritu con el que se realizó la Unidad Profesional “Adolfo López Mateos”.
Para las butacas del Planetario Luis Enrique Erro se pidió a la empresa especializada un diseño
que permitiera la reclinación suficiente para la cómoda contemplación de la bóveda y cumplido
el requisito, fueron instaladas. Pero cuando previa a la inauguración, se consideró conveniente
una función de prueba, a los pocos minutos de iniciada se oyó un rechinido y después otro
percatándonos con gran preocupación de que eran producidos por las butacas. La empresa se
responsabilizó y procedió a su corrección, pero nuestra preocupación continuó por algún
tiempo.
Cuando en una ocasión vino a México el general Charles de Gaulle, recién ex presidente de
Francia, fue invitado a una comida en el Politécnico, siendo director del Instituto el Dr. Gui-
llermo Massieu y naturalmente en el comedor principal del edificio de la Dirección General.
Tengo muy presente en la memoria cuando al término de la comida el Dr. Massieu lo invitó a
salir a la amplia terraza para mostrarle, con gran orgullo, la plena vista de la Unidad Profesional
ya terminada.
En un viaje a Estados Unidos para conocer las Instalaciones del Instituto Tecnológico de Mas-
sachusetts, el famoso MIT, tuve algunas experiencias valiosas y agradables. En el domingo en la
mañana me encontré en uno de sus amplios espacios abiertos, cubiertos de pasto y con una
concha acústica, en la que estaba tocando la Boston Pop, una de las más famosas orquestas
sinfónicas de los Estados Unidos y según supe después, patrocinada por el MIT. Pero lo que
más me gratificó fue el ver colmado ese gran jardín por jóvenes estudiantes, solos o en amoro-
sas parejas, tendidos en el pasto y embelesados con el concierto.
En otro momento, en el que me mostraban una muestra de arte alojada en una de sus instala-
ciones, hice, a las personas que me acompañaban un comentario elogioso por la atención a
manifestaciones culturales, al margen de la función básica, científica y técnica del Instituto. La
respuesta fue inmediata Nuestra mayor preocupación es formar excelentes científicos y técni-
cos, pero que estos sean mejores y más completos seres humanos y de eso se ocupa la cultura.
En sintonía con lo anterior el Centro Cultural de la Unidad Profesional del IPN fue concebido.
Pero en este caso se consideró también la sugerencia del Presidente Ruiz Cortines, de que la
Unidad constituyera un polo de desarrollo para la zona norte de la ciudad y que así su Centro
Cultural fuera un foco irradiante de cultura no solo para la propia comunidad académica sino
también para la misma zona.
Pero, desafortunadamente, el desinterés por la cultura de algunas autoridades anteriores del
Instituto, fue determinando un casi abandono de su finalidad, ocupándose sus espacios para
otras funciones diferentes.

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Favorablemente las recientes autoridades han ido dando una mayor importancia a la difusión
cultural, complementando así una formación más integral de los egresados del Instituto. Ojalá
y esto conduzca a un cambio en el uso de los espacios del Centro Cultural para que cumpla
con los propósitos para los que fue concebido.

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ALGUNAS DE LAS PUBLICACIONES EN EL
EXTRANJERO DE LA

UNIDAD PROFESIONAL “ADOLFO LÓPEZ MATEOS”

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FRANCIA

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ITALIA

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SUIZA

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MADRID, ESPAÑA

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BARCELONA, ESPAÑA

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Entrañables amigos politécnicos con el arquitecto Reinaldo Pérez Rayón

Coordinación, cuidado y diseño de la edición


José Víctor Arias Montes

Ideas y obra del arquitecto Rainaldo Pérez Rayón,


editado por el Centro de Investigaciones en Arquitectura,
Urbanismo y Paisaje de la Facultad de Arquitectura
de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Mayo de 2015

En su formación se utilizaron
los tipos de la familia Garamond 9, 11, 11.5 12, 14, 16, 18, 20, 26
y Arial 8, 10, 12 y 14 puntos
ES UNA DISTINCIÓN para la Universidad Nacional Autónoma de México, y en
especial para la Facultad de Arquitectura, presentar las obras e ideas del
arquitecto Reinaldo Pérez Rayón.
Nacido en la ciudad de México en 1918, ingresa en 1935 a la Escuela
Superior de Construcción para después, una vez transformada ésta, cursar la
carrera en la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura (ESIA) del Instituto
Politécnico Nacional (IPN) de la que egresa en 1945.
A partir de 1948, se incorporó a la ESIA a dictar las cátedras de Teoría de
la arquitectura, Teoría del urbanismo y Taller de composición, mismas que
había dejado vacantes el arquitecto Juan O’Gorman. Innumerables
generaciones dan fe de la pasión y sólido conocimiento con que el arquitecto
Pérez Rayón se hizo cargo de las tareas académicas en una época en que se
gestaba el funcionalismo arquitectónico.
Su formación académica cerca de quienes impulsaron el funcionalismo
radical en México, lo llevó a asumir y construir una doctrina propia que toma
los principios de esa corriente imprimiéndole un sello particularmente
importante por su actualidad y vigencia, al reconocer que las condiciones sobre
las cuales se construyó el funcionalismo poco han cambiado en nuestro país.
Por ello mismo, el proyecto de investigación Raíces decidió editar esta
publicación y dejar constancia de las ideas y obra de un arquitecto
sobresaliente de la arquitectura mexicana.

PAPIME PE402307

FACULTAD DE ARQUITECTURA
CENTRO DE INVESTIGACIONES EN ARQUITECTURA, URBANISMO Y PAISAJE
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

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