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Es inevitable que todo ser humano exprese lo que en lenguaje más técnico se
conoce como juicios morales. Estos juicios aparecen cuando manifestamos
sentimientos de admiración, in dignación, asombro, descalificación, culpa,
arrepentimiento y otros similares. En nuestra vida privada, aprobamos o
desaprobamos conductas propias y ajenas, ya sea en conversaciones familiares,
con la pareja, entre amigos o colegas. Lo mismo sucede en el terreno de lo
público, por ejemplo, en periódicos, televisión, radio y otros medios de
comunicación masiva.
Las nociones de bien y mal han sido fundamentales en la ética, y, por lo mismo,
difíciles de defi nir en forma lapidaria. Por esa razón, me gustaría ilustrar el
problema tomando como punto de refl exión la cuestión de la guerra. Este
fenómeno, que se re monta a épocas milenarias, es un tema de actualidad que
concierne a todos por las proporciones que está tomando. Hasta los más
indolentes o insensibles están enterados, por ejemplo, de la guerra de Estados
Unidos de América contra el terrorismo. En revistas, periódicos, radio, televisión y
conversaciones ínti mas, a menudo se expresan apologías a la guerra, aduciendo
que es necesaria y justa. Pero también se dice que se trata sólo de invasiones
injustas, arbitrarias y crueles de un país poderoso a los débiles, por motivos
económicos y políticos, y que los actos terroristas son respuesta a ellas. Todo esto
genera polémicas, desde los círculos más íntimos, hasta los que efectivamente
emprenden la acción bélica. Tú mismo habrás entrado en estas discusiones. ¿No
sientes la necesidad de contar con más ele mentos teóricos o criterios para aclarar
la situación ante ti mismo y ante los demás? Esto nos lleva a la necesidad de
buscar más elementos teó ricos o criterios aclaratorios para emitir juicios
valorativos racionales, en el sentido que le da el fi lósofo y sociólogo alemán
Jürgen Habermas (1929-), esto es, capaz de dar razones. Pues bien, la ética fi
losófica puede ayudar, así que en esta unidad encontrarás un arsenal teórico
mínimo para guiar la reflexión en torno a problemas éticos actuales.
or lo general, las teorías universalistas se vinculan con la creen cia de que hay
valores objetivos. Hoy, por ejemplo, la mayoría de los países occidentales defi
enden los derechos humanos, mu chos basados en la tesis de que son valores
universales y ob jetivos. Tiempo atrás, ya Scheler defendió la idea de que los
valores son objetivos, no creados por la sociedad, ni por el individuo, por lo que
éste sólo debe contar con el método adecuado para conocer esos valores. Como
reacción a teorías de este tipo sur gieron las llamadas corrientes subjetivistas, que
ubican el pro ceso valorativo en la psique o en la subjetividad humana, en lo que
nos agrada o desagrada, o bien sosteniendo que el fun damento del valor es el
deseo. Tenemos entonces tres posibilidades para determinar quién pone el valor:
1. Los valores, siendo objetivos y universales, están puestos desde siempre, por
alguna instancia superior. 2. Los grupos sociales, atendiendo a sus necesidades, fi
nes y deseos, van creando ciertos valores y abandonando otros en el curso de la
historia. Los valores son, por tanto, crea ciones histórico-culturales. 3. El individuo
mismo, desde su más profunda subjetividad y atendiendo a sus preferencias o a
sus deseos, es quien pone el valor.