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El abogado debe obrar con probidad y buena fe. No ha de aconsejar actos dolosos, afirmar o negar
con falsedad, hacer citas inexactas, mutiladas o maliciosas, ni realizar acto alguno que estorbe la
buena y expedita administración de justicia.
El abogado debe abstenerse del empleo de formalidades y recursos innecesarios, de toda gestión
puramente dilatoria que entorpezca injustamente el normal desarrollo del procedimiento y de
causar perjuicios injustificados, aunque sea con pretexto de escrupulosa observancia de reglas
legales.
El abogado tiene libertad para aceptar o rechazar los asuntos en que se solicite su patrocinio, sin
necesidad de expresar los motivos de su resolución, salvo el caso de nombramiento de oficio en
que la declinación debe ser justificada. Al resolver, debe prescindir de su interés personal y cuidar
que no influyan en su ánimo el monto pecuniario del negocio, ni el poder o la fortuna del
adversario. No aceptará un asunto en que haya de sostener tesis contrarias a sus convicciones,
inclusive las políticas o religiosas, y cuando no esté de acuerdo con el cliente en la forma de
plantearlo o desenvolverlo, o en caso de que pudiera ver menoscabada su independencia por
motivos de amistad, parentesco u otros. En suma, no deberá hacerse cargo de un asunto sino
cuando tenga libertad moral para dirigirlo.
Los abogados que reciban una iguala, que presten servicios a virtud de un contrato de servicios
exclusivos o que ejerzan la profesión como funcionarios públicos, estarán obligados en principio a
aceptar todos los asuntos que se les encomienden, de la clase comprendida en el contrato que
hayan celebrado o en el cargo o empleo que desempeñen; pero deberán excusarse de atender un
asunto concreto cuando se encuentren en los casos de prohibición del párrafo anterior. Si el
cliente, patrón o superior jerárquico no admitiere la excusa y el abogado confirmare, después de un
sereno examen, que es fundada, deberá sostener enérgicamente la independencia que constituye
un rasgo distintivo de la abogacía.
La profesión de abogado impone defender gratuitamente a los indigentes, así cuando lo soliciten,
como cuando recaiga nombramiento de oficio; el incumplimiento de este deber, si no median
causas justificadas y suficientes de excusa, relacionadas con la actividad profesional que se
cultive, el lugar de prestación de los servicios u otras circunstancias semejantes, es falta grave que
desvirtúa la esencia misma de la abogacía.
El abogado tiene derecho de hacerse cargo de la defensa de un acusado, cualquiera que sea su
opinión personal sobre la culpabilidad de éste; y, habiéndola aceptado, debe emplear en ella todos
los medios lícitos para el mejor resultado de su gestión.
Guardar el secreto profesional constituye un deber y un derecho del abogado. Es hacia los clientes
un deber que perdura en lo absoluto aún después de que les haya dejado de prestar sus servicios;
y es un derecho ante los jueces y demás autoridades. Llamado a declarar como testigo, debe el
letrado concurrir a la citación y, con toda independencia de criterio, negarse a contestar las
preguntas que lo lleven a violar el secreto profesional o lo expongan a ello.
La obligación de guardar el secreto profesional abarca las confidencias hechas por terceros al
abogado en razón de su ministerio y las que sean consecuencias de pláticas para realizar una
transacción que fracasó. El secreto cubre también las confidencias de los colegas. El abogado no
debe intervenir sin consentimiento del cliente que le confió un secreto, en algún asunto con motivo
del cual pudiera verse en el caso de revelar o de aprovechar tal secreto.
El abogado que sea objeto de un ataque grave e injustificado de su cliente, estará dispensado de
la obligación de guardar el secreto profesional y podrá revelar lo indispensable para su defensa.
Cuando un cliente comunicare a su abogado la intención de cometer un delito, tal confidencia no
quedará amparada por el secreto profesional y el abogado deberá hacer las revelaciones
necesarias para prevenir un acto delictuoso o proteger a personas en peligro.
El abogado no debe usar de la prensa para discutir los asuntos que se le encomienden, ni publicar
en ella piezas de autos, salvo para rectificar cuando la justicia o la moral lo exijan. Aunque no es
recomendable como práctica general mientras no esté concluido el proceso, podrá publicar folletos
en que se exponga el caso, con apego a las constancias de autos, guardando siempre el respeto
debido a los tribunales y funcionarios, a la parte contraria y a sus abogados, y usando el lenguaje
mesurado y decoroso que exige la dignidad de la profesión. Si la publicación puede perjudicar a
una persona, como cuando se tratan cuestiones penales o de estado civil que afecten la honra, los
nombres se omitirán cuidadosamente.
Falta a la dignidad profesional el abogado que habitualmente dé consultas o emita opiniones por
conducto de periódicos, radio o cualquier otro medio de publicidad, sobre negocios jurídicos
concretos que se le planteen, sean o no gratuitos sus servicios.
Las normas de este Código regirán todo el ejercicio de la abogacía. De consiguiente serán
aplicables cualquiera que sea la forma que revista la actividad del abogado; la especialidad que
cultive; la relación existente entre el abogado y el cliente; la naturaleza de la retribución; y la
persona a quien se presten los servicios.
SECCIÓN SEGUNDA
Relaciones del Abogado con los Tribunales y demás autoridades
Art. 20º- Deber del abogado hacia los tribunales y otras autoridades
Debe el abogado guardar respeto a los tribunales y otras autoridades, y ha de apoyarlos siempre
que injustamente o en forma irrespetuosa se les ataque, o se falte al acatamiento que manda la
Ley. Cuando haya fundamento serio de queja en contra de un funcionario, el abogado debe
presentar su acusación ante las autoridades competentes o ante su Colegio de Abogados.
Solamente en este caso serán apoyadas tales acusaciones y los abogados que las formulen
sostenidos por sus Colegios.
Es deber del abogado luchar por todos los medios lícitos porque el nombramiento de jueces se
deba exclusivamente a su aptitud para el cargo y no a consideraciones políticas ni ligas
personales, y también porque ellos no se dediquen a otras actividades distintas de la judicatura
que pudieren privarlos de imparcialidad en el cumplimiento de sus funciones.
Las reglas de los dos artículos anteriores se aplicarán respecto de todo funcionario ante quien
habitualmente deban actuar los abogados en el ejercicio de la profesión.
Cuando un abogado deje de desempeñar la judicatura o algún otro puesto público, no debe
aceptar el patrocinio de asunto del cual conoció con su carácter oficial; tampoco patrocinará el que
fuere semejante a otro en el cual expresó opinión adversa durante el desempeño de su cargo.
Es recomendable que durante algún tiempo el abogado no ejerza ante el tribunal al que perteneció,
o ante la dependencia oficial de que formó parte.
Ningún abogado debe permitir que se usen sus servicios profesionales o su nombre para facilitar o
hacer posible el ejercicio de la profesión por quienes no estén legalmente autorizados para
ejercerla.
Salvo el caso de asociación o colaboración profesionales, amengua el decoro del abogada firmar
escritos en cuya redacción no intervino, y la respetabilidad de su firma impide que la preste, sobre
todo a persona no autorizada para ejercer la profesión.
Es deber del abogado no tratar de ejercer influencia sobre el juzgador, apelando a vínculos
políticos o de amistad, usando de recomendaciones o recurriendo a cualquier otro medio que no
sea el convencer con razonamientos. Es falta grave entrevistar en lo privado al juzgador sobre un
litigio pendiente de resolución, para hacer valer argumentos y consideraciones distintos de lo que
consta en autos.
SECCIÓN TERCERA
Relaciones del Abogado con su cliente
Las relaciones del abogado con su cliente deben ser personales y su responsabilidad, directa, por
lo que sus servicios profesionales no dependerán de un agente que intervenga entre cliente y
abogado.
Es deber del abogado para con su cliente servirlo con eficacia y empeño para que haga valer sus
derechos, sin temor a la animadversión de las autoridades, ni a la impopularidad; y no debe
supeditar su libertad ni su conciencia a su cliente, ni exculparse de un acto ilícito atribuyéndolo a
instrucciones del mismo.
Nunca debe el abogado asegurar a su cliente que su asunto tendrá buen éxito, ya que influyen en
la decisión de un caso numerosas circunstancias imprevisibles, sino sólo opinar, según su criterio,
sobre el derecho que lo asiste. Debe siempre favorecer una justa transacción.
Tan pronto como un cliente solicite para cierto asunto los servicios de un abogado, si éste tuviera
interés en él o algunas relaciones con las partes, o se encontrara sujeto a influencias adversas a
los intereses de dicho cliente, lo deberá revelar a éste, para que, si insiste en su solicitud de
servicios, lo haga con pleno conocimiento de esas circunstancias.
Una vez aceptado el patrocinio de un asunto, el abogado no podrá renunciarlo sino por causa
justificada superveniente, especialmente si afecta su honor o su dignidad profesionales, o porque
el patrocinio vaya contra su conciencia. A pesar de lo anterior, al renunciar no debe dejar indefenso
a su cliente.
Art. 32º- Conducta incorrecta de un cliente
El abogado ha de velar porque su cliente guarde respeto tanto a los jueces y otros funcionarios,
cuanto a la contraparte, a sus abogados y a los terceros que intervengan en el asunto, y porque no
ejecute actos indebidos. Si el cliente persiste en su actitud reprobable, el abogado debe renunciar
al patrocinio.
Cuando el abogado descubra en el juicio una equivocación que beneficie injustamente a su cliente
o una impostura, deberá comunicárselo para que rectifique y renuncie al provecho que de ellas
pudiera obtener. En caso de que el cliente no esté conforme, debe el abogado renunciar al
patrocinio.
Al estimar sus honorarios, el abogado debe recordar que su profesión lo obliga, ante todo, a
colaborar en la aplicación del derecho y a favorecer el triunfo de la justicia, y que la retribución por
sus servicios no debe constituir el fin principal del ejercicio de aquélla; tal retribución no ha de
pecar por exceso ni por defecto, contrarios ambos a la dignidad profesional.
Para la estimación del monto de los honorarios, el abogado debe atender a lo siguiente:
VI. La capacidad económica del cliente; su pobreza obliga a cobrar menos y aún a no cobrar nada;
XI. El grado de participación del abogado en el estudio, planteamiento y desarrollo del asunto;
II. El abogado se reservará la facultad de separarse del patrocinio o mandato, y del mismo modo
se establecerá la facultad para el cliente de retirar el asunto al abogado y confiarlo a otro; en estos
casos, si el negocio se gana, el abogado tendrá derecho a cobrar una cantidad proporcional a sus
servicios y a la participación convenida; si el negocio se pierde, el abogado podrá cobrar los
honorarios comunes que se estimen devengados cuando el cliente le haya retirado el asunto sin
causa justificada.
El abogado debe evitar toda controversia con el cliente acerca de sus honorarios, hasta donde esto
sea compatible con su dignidad profesional y con su derecho a una adecuada retribución por sus
servicios. En caso de surgir la controversia, procurará que se someta al arbitraje de su Colegio de
Abogados. Si se viere obligado a demandar al cliente, es preferible que se haga representar por un
colega.
No es correcto que el abogado convenga con el cliente en expensar los gastos del juicio; sin
embargo puede anticiparlos sujetos a reembolso.
Fuera del caso de cuotalitis, el abogado no debe adquirir interés pecuniario de ninguna clase
relativo al asunto que patrocina o haya patrocinado. Tampoco debe adquirir directa ni
indirectamente bienes relacionados con el litigio en los remates judiciales que sobrevengan.
El abogado dará aviso inmediato a su cliente de los bienes y dinero que reciba para él; y se los
entregará tan pronto como aquel lo solicite. Falta gravemente a la ética profesional el abogado que
dispone de fondos de su cliente.