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Cuando una palabra así pensada, como para que llene el hueco que produjo el texto, cae
en él, lo que se siente es una diferencia de lenguajes: el hueco se llena con una palabra
ya definida de significado colmado en otra parte que, si bien pertenece a la familia
semántica del texto, no pertenece al texto.
Ésta es una cuestión difícil de explicar; lo que estoy haciendo es ir hacia atrás desde el
juicio “esto no es literatura” (aplicable a lo que denomino “abstracto”) para explicarme
cuestiones, en realidad, muy prácticas: por ejemplo, qué es lo que pasa cuando una
expresión verbal no funciona, sobre todo en un poema; esa infinidad de casos que he
visto, de textos bien pensados pero mal escritos: y veo que lo que pasa está, en primer
lugar, en el terreno de las opciones de significado; veo, en esos casos, el texto como un
no-texto, como una unión de palabras que contribuyen con sus significados, definidos
en otra parte, como ya dije, a un supuesto sentido general del texto que estaría así
“asegurado”; veo, entonces, que la razón por la cual no funciona esa opción es su
inadecuación al otro sentido, el que el texto instaura como regulador, en el momento de
la función de las palabras. Eso es lo que determina que algo sea literatura o poesía.
Es algo así como el destino de las connotaciones. Disolverse y transformarse en el texto.
Las connotaciones, los significados regionales y generales de las palabras no entran en
el texto, por inteligente y fina que sea su elección, si no se avienen a esa regulación
textual; si no modifican su monto informativo en esa dirección.
El “no funcionar” equivale a ser abstracto; a ese valor fantasmal que tiene una palabra
cuando se percibe como concepto y no como palabra; más bien, que es una palabra que
vehicula un concepto y no una palabra cuyo valor se decida en su uso. Aceptar eso
supone una renuncia, y ésa es la razón de la resistencia: una renuncia al mundo de los
contenidos, que parecería suponer la renuncia a la expresión del mundo personal.
No es literatura porque opta por esa modalidad, precisamente, de expresión: la que no
cuenta con el texto, la que usa al texto como una servidumbre de paso para canalizar
ideas, reitero, ya definidas entre el diccionario y el propio código de la poesía. Y me
detengo para aclarar: el código de la poesía es un enemigo de la poesía porque su
“dominio” permite dar soluciones prestadas a los problemas poéticos.
Digo que esto es difícil de explicar, pero sobre todo difícil de probar; si son dos lenguas
diferentes, cada una de las cuales reclama su derecho a ser considerada literatura.
Probarlo requiere, tal como lo veo, un esfuerzo, eso sí, de abstracción; o el recurso al
gusto personal, que no puede justificar nada. En todo caso, lo abstracto de la explicación
puede obviarse con un gesto de reconocimiento del monto de información que se pone
en juego; no es sólo un problema de “ajenidad” del campo o repertorio del cual se sacan
las connotaciones, sino de su alcance como instrumento de significación. Lo que sucede
con las “abstracciones” es que son apuestas a la adecuación del concepto; son el
resultado de una concepción del poema como pensamiento, como exposición de un
pensamiento de manera indudable, inamovible.
El texto es, para esa concepción, la ocasión para usar un estilo; la ocasión para el
metatexto poético que ayuda a reconocer el texto como poesía. Pero no un lugar donde
se adquiere significación, sino uno a donde se la lleva. El vacío responde a ese tránsito,
que deja al descubierto la inadecuación de la estructura versal, o poética, para esa
función expositiva. Las palabras, o más exactamente, el significado de las palabras al
entrar en el texto, revelan su resolución “en otro lado” (¿en la cultura?).
Hablé de la ocurrencia por oposición al ser: si el fenómeno que se percibe en la
“abstracción” es ese vacío, que resuelve el problema pensando en lugar de escribiendo,
buscando en el repertorio que el sentido común determina y no en el que el texto
propone; si ese vacío lo es porque, al cambiar de andarivel mental, lleva la lectura hacia
atrás, hacia una tierra conocida que no aporta información útil para una situación nueva,
es la significación ocurrente, puesta en relación con un texto que se mueve en esa
misma eventualidad de regulación, que aparece la especificidad poética.
Lo extraño es, precisamente, que la especificidad de una significación genere la
especificidad de una forma, que ya no es la exposición de un pensamiento sino su
producción; lo extraño es que el texto se oponga al uso de una tradición del significado
para imponer otro régimen, y que ese “otro” régimen no sea una rareza, una
peculiaridad de la poesía, sino una operación constante de sintonización de significados
del texto (de poema a poema, dentro de cada poema) cuya verificación está en la
realidad conquistada en el signo sin salir de sí mismo. Si la abstracción es una pérdida,
la concreción es una ganancia en términos objetuales, a pura exactitud de lenguaje.