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cómo explicar que países como Japón, con escasas tierras para sembrar, donde
buena parte de la comida se produce en invernaderos, no tiene esmeraldas,
minerales, bosques, ni recursos naturales, y su extensión es menor a la Amazonía
colombiana, y donde en esa pequeña isla conviven 130 millones de habitantes,
sea la tercera potencia económica del mundo.
Cómo explicar que Suiza, con apenas 41 mil kms cuadrados, menos que la
extensión del departamento del Guaviare, donde sólo se pastorea cuatro meses al
año, no tiene océanos ni yacimientos, y donde se necesita importar casi todo, sea
una de las naciones más desarrolladas y estables económicamente del planeta. Y
cómo entender que Colombia, el segundo país con mayor diversidad biológica del
mundo, 35 especies de plantas en todo su territorio, vertebrados, aves, reptiles,
anfibios, peces, centenares de páramos, yacimientos de petróleo, carbón, oro,
níquel, plata, platino, esmeraldas, café, gas, esmeraldas, frutas, verduras, dos
costas, ríos, tierras cultivables, ganado y flores, ¿tenga una mentalidad tan pobre
y no figure en la economía mundial?
Todo indica que el pecado colombiano es que esa pobre mentalidad de sus
dirigentes, desde la época de la colonia, contagió a la gran mayoría de sus
habitantes. Mientras los japoneses, suizos y otras sociedades europeas y
norteamericanas aprendieron a ser disciplinados, solidarios, a trabajar en equipo,
en Colombia hay egoísmo, se improvisa, no hay responsabilidad, falta mucha
disciplina y aún permanece el mito de que existen razas superiores con mayor
inteligencia y se menosprecia la capacidad de quienes nacen en el país. Aprender
a cooperar, la disciplina y el trabajo en equipo, fueron algunos de los aspectos que
llevaron a los japoneses a apoderarse de las mejores empresas constructoras de
carros, celulares, motos, televisores, radios y toda la electrónica mundial. No fue la
inteligencia, fue la disciplina.