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‘La Fe Cristiana es la única

religión válida y dispuesta por


Dios’: Mons. A. Schneider
Por el Obispo Athanasius Schneider. RORATE CAELI. 8 de febrero de 2019.
El Don de la Adopción Filial
La Fe Cristiana: la única religión válida y la única dispuesta por Dios.

La Verdad de la filial adopción en Cristo, que es intrínsecamente sobrenatural,


constituye la síntesis de toda la Revelación Divina. Siendo adoptados por Dios
como hijos es siempre un don gratuito de gracia, el regalo más sublime de Dios a
la humanidad. Se obtiene, sin embargo, sólo a través de una fe personal en Cristo
y a través de la recepción del bautismo, tal como el Señor mismo enseñó: “En
verdad, en verdad te digo que quien no naciere del agua y del Espíritu no puede
entrar en el reino de los cielos. Lo que nace de la carne, carne es, pero lo que
nace del Espíritu, es espíritu. No te maravilles porque te he dicho: Es preciso
nacer de arriba”. (Juan 3, 5-7)

En décadas pasadas solía escucharse a menudo – incluso por boca de algunos


representantes de la jerarquía de la Iglesia – declaraciones sobre la teoría de
“cristianos anónimos”. Esta teoría dice lo siguiente: La misión de la Iglesia en el
mundo consistiría finalmente en elevar la conciencia de que todos los hombres
deben tener su salvación en Cristo y consecuentemente de su filial adopción en
Cristo. Ya que, según la misma teoría, incluso el ser humano posee ya la filiación
de Dios en la profundidad de su personalidad. Sin embargo, tal teoría contradice
de manera directa la Revelación Divina tal como Cristo la enseñó, y Sus
Apóstoles y la Iglesia por más de dos mil años siempre la transmitieron
inmutable y sin sombra de dudas.

En su ensayo “La Iglesia de los Judíos y Gentiles” (Die Kirche aus Juden und
Heiden), Erik Peterson, el muy conocido converso y exégeta, ya desde hace
mucho (1933) advirtió en contra del peligro de tal teoría, cuando afirmó que no
se puede reducir el ser cristiano (“Christsein”) al orden natural, en el que los
frutos de la redención logrados por Jesucristo serían imputados a cada ser
humano de modo general como una especie de herencia, únicamente porque
compartiría la naturaleza humana con la Palabra encarnada. No obstante, la
adopción filial en Cristo no es un resultado automático, garantizado a través de la
pertenencia a la raza humana.
San Atanasio (cf. Oratio contra Arianos II, 59) nos dejó una explicación simple y
al mismo tiempo adecuada de la diferencia entre el estado natural de los hombres
como creaturas de Dios y la gloria de ser un hijo de Dios en Cristo. San Atanasio
desprende su explicación de las palabras del santo Evangelio según san Juan, que
dice: “Mas a cuantos le recibieron dioles poder de venir a ser hijos de Dios, a
aquellos que creen en su nombre. Que no de la sangre, ni de la voluntad carnal, ni
de la voluntad de varón, sino de Dios son nacidos” (Jn. 1, 12-13). Juan utiliza la
expresión “son nacidos” para decir que los hombres se hacen hijos de Dios no
por su naturaleza, sino por adopción. Esto muestra el amor de Dios, que Él quien
es su creador se convierte entonces a través de la gracia en su Padre. Esto ocurre
cuando, como dice el Apóstol, los hombres reciben en sus corazones el Espíritu
del Hijo Encarnado, que les clama: “¡Abba, Padre!”. San Atanasio continúa su
explicación diciendo, que como seres creados, los hombres no pueden hacerse
hijos de Dios en ninguna otra manera que a través de la fe y el bautismo, cuando
éstos reciben el Espíritu del Hijo de Dios natural y verdadero. Precisamente por
esa razón el Verbo se hizo carne, para hacer a los hombres dignos de adopción
como hijos de Dios y de la participación en la naturaleza Divina.
Consecuentemente, por naturaleza de Dios, no es en el sentido propio de Padre
de todos los seres humanos. Sólo si alguien de manera consciente acepta a Cristo
y es bautizado, será digno de clamar con verdad: “Abba, Padre” (Rom. 8, 15;
Gal. 4, 6).
Desde los comienzos de la Iglesia hubo la afirmación, como testifica Tertuliano:
“Los cristianos no nacen, se hacen” (Apol., 18, 5). Y San Cipriano de Cartago
formuló adecuadamente esta verdad, diciendo: «No puede tener a Dios por Padre,
quien no tiene a la Iglesia por su madre” (De unit., 6).
La tarea más urgente de la Iglesia en nuestro tiempo es preocuparse por el
cambio del clima espiritual y sobre la migración espiritual, concretamente, que el
clima de falta de creencia en Jesucristo, el clima del rechazo a la majestad de
Cristo, sean cambiado por un clima de fe explícita en Jesucristo, por la
aceptación de Su majestad, y que los hombres puedan migrar de la miseria de la
esclavitud espiritual de la falta de creencia hacia la felicidad de ser hijos de Dios,
y de una vida de pecado a una estado de gracia santificante. Estos son los
migrantes por los que debemos preocuparnos urgentemente.

El Cristianismo es la única religión dispuesta por Dios. Por lo tanto, ésta no


puede ser colocada complementariamente a la par con otras religiones. Aquellos
que afirman que la diversidad de religiones es la voluntad de Dios, violarían la
verdad de la Revelación Divina, tal como está afirmada inequívocamente en el
Primer Mandamiento del Decálogo. Según la voluntad de Cristo, la fe en Él y en
su Divina enseñanza debe reemplazar a las demás religiones, sin embargo no por
la fuerza, sino por persuasión amorosa, como está expresado en el himno de
Laudes de la Fiesta de Cristo Rey: “Non Ille regna cladibus, non vi metuque
subdidit: alto levatus stipite, amore traxit omnia” (“No con la espada, la fuerza y
el miedo Él somete a los súbditos, sino exaltado en la Cruz atrae amorosamente
todas las cosas hacia Él”).
Hay un solo camino hacia Dios, y este es Jesucristo, pues Él mismo dijo: “Yo soy
el Camino” (Jn. 14, 6). Hay una sola verdad, y ésta es Jesucristo, pues Él mismo
dijo: “Yo soy la Verdad” (Jn. 14, 6). Hay solo una verdadera vida sobrenatural
del alma, y ésta es Jesucristo, pues Él mismo dijo: “Yo soy la Vida” (Jn. 14, 6).

El Hijo Encarnado de Dios enseñó que fuera de la fe en Él no puede haber una


religión verdadera y agradable a Dios: “Yo soy la puerta; el que por mí entra se
salvará” (Jn. 10, 9). Dios ordenó a todos los hombres, sin excepción, escuchar a
Su Hijo: “Este es mi Hijo amado, ¡escuchadle!” (Mc. 9, 7). Dios no dijo: “Pueden
escuchar a Mi Hijo o pueden escuchar a otros fundadores de alguna religión, pues
es mi voluntad que existan diferentes religiones”. Dios nos ha prohibido
reconocer la legitimidad de la religión de otros dioses. “No tendrás otro Dios que
a mí” (Ex. 20, 3) y “¿Qué consorcio hay entre la luz y las tinieblas? ¿Qué
concordia entre Cristo y Belial? ¿Qué parte del creyente con el infiel? ¿Qué
concierto entre el templo de Dios y los ídolos?” (2 Cor. 6, 14-16).

Si otras religiones también correspondieran a la voluntad de Dios, no se habría


dado la condenación divina al Becerro de oro en el tiempo de Moisés (cf. Ex. 32,
4-20); entonces los cristianos de hoy cultivarían impunemente la religión de un
nuevo Becerro de oro, ya que las religiones son, según aquella teoría, caminos
agradables a Dios también.

Dios dio a los Apóstoles, y a través de ellos la Iglesia para todos los tiempos, la
orden solemne de instruir a todas las naciones y a los seguidores de todas las
religiones en la única y verdadera Fe, enseñando a todos a observar Sus Divinos
mandamientos y bautizarlos (cf. Mt. 28, 19-20). Desde la predicación de los
Apóstoles y del primer Papa, el Apóstol San Pedro, La Iglesia siempre proclamó
que no hay salvación en ningún otro nombre, por ejemplo, en ninguna otra fe
bajo el cielo por la cual los hombres deban ser salvados, sino en el Nombre y en
la Fe de Jesucristo (cf. Hech. 4, 12)

Con palabras de San Agustín la Iglesia enseñó en todo los tiempos: “La religión
cristiana es la única religión que posee el medio universal para la salvación del
alma; ya que salvo por este camino, nadie puede salvarse. Este es un tipo de
camino real, que por sí solo conduce a un reino que no es mortal como todas las
dignidades temporales, sino que permanece firme en los cimientos eternos” (De
civitate Dei, 10, 32, 1).
Las siguientes palabras del Papa León XIII el grande dan testimonio de la misma
enseñanza inmutable del Magisterio en todos los tiempos, cuando afirmó que:
“La opinión de que todas las religiones son iguales, es una manera muy oportuna
de aniquilar a todas las religiones, y especialmente la Católica que, como única
verdadera, no puede, sin una enorme injusticia, ser puesta en un manojo con las
demás” (Encíclica Humanum genus, n. 16).

En tiempos recientes el Magisterio presentó sustancialmente la misma enseñanza


inmutable en el Documento ‘Dominus Iesus’ (6 de agosto de 2000), del cual
citamos las siguientes afirmaciones relevantes:
“La fe teologal, que es la acogida de la verdad revelada por Dios
Uno y Trino, y la creencia en las otras religiones, que es una
experiencia religiosa todavía en búsqueda de la verdad absoluta y
carente todavía del asentimiento a Dios que se revela. Este es uno
de los motivos por los cuales se tiende a reducir, y a veces incluso a
anular, las diferencias entre el cristianismo y las otras religiones”
(n.7) “No obstante, serían contrarias a la fe cristiana y católica
aquellas propuestas de solución que contemplen una acción
salvífica de Dios fuera de la única mediación de Cristo” (n.14) “No
pocas veces algunos proponen que en teología se eviten términos
como « unicidad », « universalidad », « absolutez », cuyo uso daría
la impresión de un énfasis excesivo acerca del valor del evento
salvífico de Jesucristo con relación a las otras religiones. En
realidad, con este lenguaje se expresa simplemente la fidelidad al
dato revelado” (n.15) “Sería contrario a la fe católica considerar la
Iglesia como un camino de salvación al lado de aquellos
constituidos por las otras religiones. Éstas serían complementarias
a la Iglesia, o incluso substancialmente equivalentes a ella, aunque
en convergencia con ella en pos del Reino escatológico de Dios”
(n.21). “La verdad de fe excluye radicalmente esa mentalidad
indiferentista « marcada por un relativismo religioso que termina
por pensar que “una religión es tan buena como otra” » (Juan
Pablo II, Encíclica Redemptoris missio, 36)” (n. 22).

Los Apóstoles e incontables mártires cristianos de todos los tiempos,


especialmente aquellos de los primeros tres siglos, habrían evitado el martirio si
hubieran dicho: “La religión pagana y su culto es un camino, el cual también
corresponde a la voluntad de Dios”. No habría existido por ejemplo una Francia
cristiana, ninguna “Hija Mayor de la Iglesia”, si San Remigio hubiera dicho a
Clodoveo, rey de los francos: “No desprecies tu religión pagana, la que has
celebrado hasta ahora, y adora ahora a Cristo, a quien has perseguido hasta
ahora”. De hecho el santo obispo habló muy diferente, aunque de una manera
bastante ruda: “¡Adora lo que has quemado y quema lo que has adorado!”.

La verdadera hermandad universal solo puede ser en Cristo, y concretamente


entre los bautizados. La gloria plena de hijos de Dios puede alcanzarse sólo en la
visión beatífica de Dios en el cielo, como enseña la Sagrada Escritura: “Ved qué
amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos.
Por eso el mundo no nos conoce, porque no le conoce a Él. Carísimos, ahora
somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser.
Sabemos que cuando aparezca seremos semejantes a Él, porque le veremos tal
cual es” (1 Jn. 3, 1-2).

Ninguna autoridad sobre la tierra – ni siquiera la suprema autoridad de la Iglesia


– tiene el derecho de dispensar al pueblo de otras religiones, de la Fe explícita en
Jesucristo como Hijo Encarnado de Dios y único Salvador de la humanidad
asegurando que diferentes religiones como aquellas están dispuestas por Dios
mismo. Indelebles – porque están escritas por el dedo de Dios tan claras como el
cristal en su significado – permanecen, no obstante, las palabras del Hijo de Dios:
“Todo el que creyere en Él tenga la vida eterna” pero “el que no cree, ya está
juzgado, porque no creyó en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Jn. 3, 18)
Esta verdad fue válida hasta ahora en todas las generaciones cristianas y
permanecerá válida hasta el fin de los tiempos, independientemente del hecho de
que algunas personas en la Iglesia de nuestra época tan voluble, cobarde,
sensacionalista y conformista reinterprete esta verdad en un sentido contrario a su
evidente expresión, vendiéndonos esta reinterpretación como continuidad en el
desarrollo de la doctrina.

Fuera de la Fe Católica ninguna otra religión puede ser un camino verdadero y


dispuesto por Dios, ya que esta es la voluntad explícita de Dios, que todos los
pueblos crean en Su Hijo: “Ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al
Hijo y cree en Él tenga la vida eterna” (Jn. 6, 40). Fuera de la Fe Católica
ninguna otra religión es capaz de transmitir la verdadera vida sobrenatural: “Esta
es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado
Jesucristo” (Jn. 17, 3).

+ Athanasius Schneider,
Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Santa María en Astana

[Traducción de Dominus Est. Publicación original]


*permitida su reproducción mencionando

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