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GOBERNARÁ LERROUX
Madrid, 1932
ÍNDICE
LA GRAN FIGURA DE ESPAÑA.................................................................3
HORAS DE EMOCIÓN..................................................................................3
EL PODER Y EL ALTO CLERO...................................................................5
EL ENIGMA DE LAS MASAS......................................................................7
LA PERSPECTIVA DE RUSIA.....................................................................8
CUESTIÓN DE RESISTENCIA...................................................................10
EL IMPUNISMO DE LA RAZA..................................................................12
LAS CAUSAS DE LO QUE SUCEDE........................................................14
LA VIDA DE LAS CORTES........................................................................16
MIEDO E INDECISIÓN...............................................................................17
¿QUÉ SE HACE?..........................................................................................19
LA TRISTEZA DE LA REPUBLICA..........................................................20
DIÁLOGO ENTRE CERVANTES Y QUEVEDO......................................22
MAURA Y LOS RADICALES....................................................................24
EL FRACASO DE LOS SOCIALISTAS.....................................................25
GOBERNARÁ LERROUX..........................................................................27
APÉNDICE. Artículo de Emilio Burges Marco............................................29
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HORAS DE EMOCIÓN
Poca fe tienen en el porvenir de España (cuya suerte ha corrido las más duras pruebas a lo
largo de la Historia) los que, por las dificultades lógicas del momento, vislumbran una hecatombe
en nuestros destinos. Poca fe y poca comprensión. Esta hora había de llegar, y sólo pedía hallarse
preparados para afrontarla. Y aun cuando no se estuviera, la función crearía el órgano. Siempre que
las cosas suben a lo peor (como aconteció con la dictadura), o se mantienen o remiten; nunca
pueden ascender, y lo natural es que bajen. Quien habla del caos, ¿podría demostrar que existe en la
Naturaleza? No hay en ella sino las convulsiones propias de la vida, que es una guerra y una
transformación constante. Ni aun en la muerte existe el caos. El dardo de ébano de la muerte no deja
de vibrar, y lleva también su dirección fija.
Se discute mucho, combaten entre sí muchas ideas: esto se censura, esto se objeta, esto se
teme. ¿Por fin hay ideas que chocan? Luego hay ideas. ¡Hola! ¿Esto extraña? ¡Es que no estábamos
acostumbrados a pensar!
¡Ya era hora de que los cadáveres protestaran contra los gusanos que se los comían! Lo que
todavía es rebaño, todavía busca al pastor.
No feneció España con la Monarquía, ¿y había de fenecer con la República? Quienes
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sembraban de flores el camino del dictador, ¿cómo van a avenirse con el nuevo estado de cosas?
Empero fuerza es que vayan aviniéndose. Ya han visto que el bien que hacía el tirano era tardarse
en hacer mal.
Se dice: «Antes no había huelgas, y ahora las hay todos los días». Antes no había nada; y por
no haber, no había ni huelgas. Pues hay huelgas, es que se trabaja. Mejórese el trabajo y no
existirán. Más vale que existan huelgas, que no que no exista trabajo. La falta de trabajo es la peor
huelga.
Unos hombres que siempre se ponen de parte del ocio y de la comodidad, para quienes se
vivía en el mejor de los mundos, porque sólo para ellos era el mundo, se lamentan de que la
República no tenga programa. De que no tenga su programa, se entiende. Y ¿qué mejor programa
que no tener su programa? Con que la República no haga lo que hizo la Monarquía, con que haga lo
contrario, desarrollará el más perfecto programa. Si la Monarquía hizo lo peor y lo pésimo, hacer lo
contrario de la Monarquía implica ya algo bueno y aceptable. Y que la República ha hecho lo
contrario de la Monarquía es evidente, pues ha derribado la Monarquía. Sólo ésta se levantará
cuando aquélla la imite.
Hay otros hombres (mitad impacientes y mitad despechados) que culpan de incapacidad a los
gobernantes provisorios. Quisieran que quien no ha gobernado nunca gobernara bien desde el
primer momento, como si el gobernar fuera una ciencia y no un arte. Cada uno es entendido y docto
en aquello que el ejercicio continuado le dio experiencia y sabiduría. Todas las cosas requieren su
tiempo y sazón. ¿Quién juzgaría de la cosecha al día siguiente de echar el grano en el surco? De la
excelencia de los grandes gobernantes no se supo sino después de mucho tiempo. Basta verles
asistidos de buena voluntad, de modestia y desinterés. Escarmentad de las improvisaciones.
Recordad al que intempestivamente era saludado como salvador de la patria. Hay que esperar el
fruto, y el arte de gobernar es el más difícil.
Ahuyentemos de nosotros el pesimismo desalentador. España es inconmovible e inmortal.
Cualquier ensayo o experiencia inconveniente se subsanará al cabo. Empero también es preciso
ensayar. Ensayar es indagar, es experimentar; los grandes progresos del mundo, de ensayo tras
ensayo han sobrevenido. Aquí hemos sido siempre refractarios al libre examen y al método
experimental. Seamos ahora sus cultivadores. Hay que romper la corteza de las cosas para ver lo
que tienen dentro. Siempre es hora para retroceder; lo difícil es avanzar.
Alegrémonos, pues, de que haya llegado tiempo en que pueden hacerse todas las experiencias;
coadyuvemos a ellas; tengamos fe en nosotros mismos. Lo que vamos a hacer va a ser para
nosotros; lo vamos a hacer nosotros. Somos dueños de nuestros destinos. España no perecerá jamás
mientras haya españoles que sepan ser fieles consigo propios.
Otro punto: el de la hermandad. Acertaremos siempre con sólo que seamos cada vez más
hermanos. El que no lo quiera ser, que se separe noblemente. ¿Qué fin tendría el retenerlo contra su
voluntad? Pero ¿quién no lo querrá ser? Y ¿quién que dejara de serlo no volvería arrepentido? Por
bien de nosotros, confiemos en nosotros. Todo mal será pasajero. Centenares de lunas han repetido
sus cuartos centenares de veces sobre nuestras cabezas unidas, para que un eclipse repentino las
separe. No podemos vivir unos sin otros, ni uno sin todos, ni todos sin uno. En este espectáculo
donde muchos ven confusión, yo veo diversidad y riqueza. Movimiento, fiebre, ganas de
superación, ansias de sacar el pecho adelante: libertad.
¿Qué otra cosa podría esperarse? El ciego que de improviso siente la luz no permanece
estático. Clamorea su inefable beneficio, mira a todas partes, se agita, se palpa, se interroga si es
verdad el milagro. Al principio le parece que sueña: todavía no cree en él. Así los españoles,
durante tanto tiempo en las tinieblas, se mueven, se agitan, vocean estrepitosamente al recibir la luz.
Todavía no creen «que sea verdad tanta belleza».
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Aún ven indistintamente las cosas. Ya se acostumbrarán a la luz. A muchos este traje nuevo
de la República sólo les caerá bien con el uso. Otros, los conversos, van disfrazados de
moharraches; mas se quitarán la careta y vestirán como las personas decentes: tiempo al tiempo. Y
la Iglesia, ¿no habría de beber de esta agua? Eso dijo; empero de esta agua republicana habrá de
beber. Y no sólo beber, mas bautizar con ella y bendecirla. Entonces se podrá decir que algo tendrá
esta agua cuando la bendicen.
Todo se aquietará y recobrará su normal fisonomía, y el «finis Hispaniae» no sucederá nunca.
El español, por riqueza espiritual, con la misma facilidad se exalta que se deprime; pero, al cabo, se
serena. No tardará en decir: «Basta; vamos a ponernos serios». Pues ha llegado este instante. He
aquí la misma hora española que se malogró a principios del siglo XVI. Demos gracias a la
Naturaleza que nos permite vivir para ver el momento cumbre, un momento al que se pueden
aplicar las mismas palabras de Cervantes a la batalla de Lepanto, porque «no lo vieron los siglos
pasados ni esperan ver los venideros».
Serenidad, pues, y confiemos en nosotros mismos. España tiene hoy hombres que no ceden en
nada ante los mejores de Europa. Ya irán saliendo. Lo que se ve es provisional.
Y, en tanto, esperemos aquel día feliz, añorado por el príncipe de los poetas, en que «cada
cual, sentado junto a su propia viña, comerá en seguridad lo que plante y cantará a todos sus vecinos
las alegres canciones de la paz»
Ese día será el día de Lerroux.
labora en la soledad. Sin embargo, también el alma colectiva es capaz de dar vida a las creaciones
espirituales de un orden genial, como lo prueban, en primer lugar, el idioma, y después los cantos
populares, el folklore, etc. Habría, además, de precisarse cuánto deben el pensador y el poeta a los
estímulos de la masa, y si son realmente algo más que los perfeccionadores de una labor anímica en
la que los demás han colaborado simultáneamente.» Lo irrefutable en la psicología de las masas es,
sin duda, que prestan al individuo la impresión de un poder ilimitado y de un peligro (y no es
pequeño el que se cierne), si no siempre invencible, a lo menos de continuo arrollador; y que bajo el
influjo de las mismas aquél experimenta una modificación, a veces muy honda, de su actividad
anímica; es decir, la sugestión.
De manera que, para Freud, todos los individuos quieren ser iguales, pero bajo el dominio de
un caudillo. Por eso carecerá en absoluto de eficacia toda masa dirigida, no por un hombre, sino por
un Comité, y trasladamos la idea a quien le interesa, que le interesará a alguien. «Muchos iguales
―dice con razón Freud―, capaces de identificarse entre sí, y un único superior: tal es la situación
que hallamos realizada en la masa dotada de vitalidad.» ¿Y esto por qué? Porque, más que el
«animal gregario» que imaginó Trotter, es el hombre un «animal de horda», o más concretamente,
un elemento constitutivo de una horda conducida por un jefe.
Para que exista verdadera masa ha de haber verdadera jefatura, o no habrá jefatura ni masa.
Frecuentemente oímos: «Lo que importa son las ideas, no los hombres.» Teoría bien estólida, que
parece engendrada por la envidia, porque la idea no es nada sin el hombre, ni ella será buena si éste
no la hace tal.
Freud ha calado sutilmente en las masas. ¿No rezuma agudeza calificar a la neurosis obsesiva
de religión privada desfigurada, y a la religión de neurosis obsesiva general? Pero lo principal de las
masas, el punto obscuro y difícil, es cuando reaccionan individualmente. En las masas
revolucionarias esta dificultad se acrecienta. Y su versatilidad se agudiza, de modo que bien pudo
Cromwell contestar a la felicitación de un cortesano, por la masa enorme que le seguía proclamando
el triunfo del Protector de Inglaterra: «La misma gente me acompañaría si me llevaran a ahorcar.»
Llena de peligros está la hora en España. Deseemos que no se sucedan días de dolor. La masa
es el enigma que pronto va a resolverse. Que ninguna injusticia la haga reaccionar en sentido
opuesto al bien común. Tan preñado de incertidumbres y responsabilidades se halla el momento,
que el enigma de las masas no es sino otro enigma. Queremos confiarnos, y nos persigue.
¡Se está gobernando tan mal!…
LA PERSPECTIVA DE RUSIA
Siempre que se nos ocurre pensar en Rusia viene a nuestra imaginación ―por extraño
consorcio de ideas― el gran movimiento de la Reforma. Como muchas naciones europeas cerraron
los ojos ante el reformismo del siglo XVI (que pronto había de aplastarlas), así no pocos pueblos de
nuestros días oblitéranse frente a la realidad del fenómeno ruso. Pues el que tenga ojos de leer, lea;
y el que oídos de oír, oiga. Y aun es preciso oír con los ojos.
El doctor E. J. Dillon presenta a los ojos de Europa ―espantados unos, con cataratas otros―
su Rusia de ayer y de hoy. Es para leer, es para oír. Nada de polémica, nada de propaganda. El autor
observa, analiza, y luego extrae sus conclusiones. Muévese en una región mesurada, discreta,
justiciera; por decirlo así, científica. Habla el Dillon octogenario ya, el gran filólogo reconocido
universalmente. Este inglés, desde 1877 estuvo relacionado con Rusia y sus asuntos. Allí vivió
como estudiante, profesor universitario, periodista y asesor político. Cultivó la amistad de Tolstoy,
trató a Dostoyevsky y mantuvo contacto con elementos de todas las capas sociales de aquel país. Al
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surgir la gran guerra volvió a su patria. Y ahora ha tornado a Rusia con el exclusivo fin de estudiar
su desarrollo bajo el régimen soviético. Y he aquí muestra su libro, un libro que posee el encanto de
ir comparando paralelamente el estado de cosas de hoy con el del tiempo de los zares. Los temas
principales que abarca son: sistema de gobierno, administración de justicia, situación de las mujeres
y niños, publicación y venta de libros, métodos educativo y culturales, el problema de los obreros
campesinos, museos y hoteles, música y arte, y el trato que reciben los extranjeros que por vez
primera visitan Rusia. El ex catedrático de Filología comparada de la Universidad de Kharkoff
resume así sus impresiones: «Si la perspectiva del futuro se transforma en realidad, la Unión de las
Repúblicas Soviéticas dominará dentro de pocos años Europa, y aunque no alcancen todo su
objetivo en el breve período de tiempo sugerido, Sovietlandia desorganizará muchas naciones y
cambiará la faz del continente europeo.»
Sigan oyendo los que tengan oídos de oír. Dillon, con certero instinto, hace una alusión a
España. Dice que los pueblos de habla hispana, que parecen destinados a desempeñar un papel
importante en el prometido milenio, tienen que sentir interés por los modos y medios que los
Soviets se esfuerzan en hacer triunfar. Asegura que, a pesar de las protestas que se oyen contra la
dificultad de comprobar lo que pasa en las Repúblicas soviéticas, es lo cierto que todo lo que en
ellas se hace, hácese a la luz del día, y que abundan las estadísticas; de modo que «puede verse
fácilmente lo que se ha progresado, los errores que se han cometido y cuánto camino falta todavía
por recorrer.» Y añade: «Los Soviets son una intensa realidad activa, que podemos maldecir o
bendecir, según sea la ética de nuestro juicio; pero que, aunque se quiera, no puede ignorarse.
Dirigen un temible ejército de destructores, que tiene por misión el derrumbar a cada una de las
instituciones de los pueblos individualistas y capitalistas. Si se compara a estos fanáticos
derrocadores de instituciones con los de Francia de la mitad de la centuria pasada, aparecen los
citados en último término como una mera populachería. Toda una generación, deliberadamente, se
sacrifica con objeto de destruir el viejo orden de cosas para establecer uno nuevo, que creen
beneficiará a las generaciones venideras.»
Lo que se infiere con evidencia innegable es el racionalismo que anima todo el espíritu
soviético, que materializa, sistematiza y mecaniza, llevando por norte la eliminación de cuanto no
ofrezca la razón por fundamento. («Sabor de azufre», dirán algunas confesiones.) De suerte que allá
en Sovietlandia todo el mundo maravilloso y místico de la fantasía es letra muerta. Han arrancado
de la imaginación infantil gnomos y hadas. ¡Afuera chismes y cuentos! Un martillazo dio en tierra
con el poderío de la «Reina Mab».
Y en todo se arrojan a las mayores empresas con una osadía que espanta; empero, ¿se
preocupan jamás de calcular cuidadosamente el empeño que requiere cada una? Así el llamado
«Plan de los cinco años», esfuerzo inaudito para redoblar la producción de la industria y aumentar
el rendimiento de la agricultura en un 50 por 100 para fines e 1933. Con esta misma osadía han
llegado a construir en Magnnetogorks la fundición de acero más grande del Mundo, y en el río
Dnieper, la central eléctrica más potente del Orbe. Millares de ingenieros y obreros trabajan en estas
y otras empresas nunca acometidas.
Todo esto quiere decir que, sean cuales fueren las ideas que sustentemos, estamos obligados a
estudiar un movimiento de trascendencia enorme, que ha puesto de relieve los problemas más
intrincados y perturbadores que afrontó nunca la raza humana.
El efecto que nos causa el estado actual de inmenso territorio eslavo a través de las
manifestaciones de Dillon es sumamente inquietante. El panorama ofrece tonos desoladores;
empero con frecuencia hay mucho que admirar. En punto a los problemas de la publicación y venta
de libros y a los métodos educativos y culturales, Rusia se halla a una altura que para nosotros
quisiéramos. En lo que toca al sistema de gobierno y a la administración de justicia, se advierten
rectificaciones saludables, ya que algunas cosas son francamente inadmisibles, absurdas. Ahora, el
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desarrollo que el espíritu crítico adquirió allá permite darse cuenta de todo y poner eficaz remedio
en mucho. Dentro de un período más o menos largo no poco volverá a sus antiguos cauces. El error
principal ha estribado en querer derribarlo todo, como si hasta la llegada del Soviet el Mundo no
hubiera hecho nada de provecho. De esta verdad se halla ahora penetrada la mayoría. La situación
de las mujeres y los niños. Si la comparamos con los días de la Rusia de los zares, acusa un
progreso excepcional. La mujer es hoy la colaboradora más eficaz en la implantación del marxismo
a rajatabla.
Eludamos las extralimitaciones en la relación sexual; porque si allí puede hacer todo el mundo
lo que se le antoje, no a todo el mundo se le antoja hacerlo.
Mas lo importante, lo que constituye el nudo de todas las cuestiones que se agitan en torno de
Rusia, lo principal que pretendió resolver el Soviet, esto es, el problema de la tierra, queda por
resolver todavía. Desde la revolución de octubre la agricultura ha pasado por dos etapas y
actualmente está en la tercera. En la primera (que finó en 1921) determinóse que el laboreo de las
tierras no era obligación del individuo, sino de la comunidad. Desistióse de este principio porque
perjudicaba así a la industria como a la agricultura. En 1922 comienza la segunda etapa, durante la
cual se da al campesino mucho margen y se le permite que mire por sí y por su familia.
Dos años ha se implantó, y va abriéndose paso, la etapa tercera, que tiende a extender y
aumentar por todos los medios el colectivismo. Las familias de una o más aldeas han de «juntar
brazos y bolsas» y trabajar todas en condiciones iguales, unir sus ganancias y pagar cada cual su
cuota por los útiles modernos que haya de adquirir del Estado a su justo precio, y luego vender a la
Cooperativa-Estado la cosecha por la cantidad que éste decida abonar. La experiencia ha resultado
impopular. Sobre el asunto se expresa así Dillon: «La crítica nacional, que es la más severa, opina
que la nueva disposición no hará sino prolongar las condiciones provisionales que han prevalecido
desde la revolución de octubre y destruir en realidad el sentimiento de confianza y seguridad que
hasta ahora sostenía a los labriegos, y sin el cual debe esperarse reducción en las cosechas, escasez
de subsistencias, suspensión del comercio con el exterior, aumento en el costo de la vida y, en
general, un deslizamiento de tierra agrario.»
Parece que la mayoría de los labriegos se aparta con desdén de toda esta legislación. Y
colocado el Gobierno entre consideraciones políticas y necesidades económicas y financieras, se
limita aprobar... ¡Entonces! He aquí, fundamentalmente, el estado de Rusia, una inmensa prueba, un
colosal ensayo, que unas veces sale a tuertas y otras a derechas; pero, desde luego, inaplicable casi
en total a otra nación que no tenga las características de la raza eslava. Por eso, el que tenga oídos
de oír, que oiga.
CUESTIÓN DE RESISTENCIA
¿No expuse ya mi sospecha de que las matracas autonomistas no eran en el fondo otra cosa
que odio y envidia a Castilla? Pues he aquí que viene la respuesta de Cataluña, inundada a estas
horas de folletos, prospectos y proclamas de la más exaltada castellanofobia. Ni en la rebelión de
1640 se dio nada parecido. El epíteto menos duro que se nos aplica a los castellanos es el de
ladrones. ¡Excelente muestra de la cordialidad de los estatutos! Más iracundias y matracas veremos;
más tonterías; más desahogos incultos, o, por mejor decir, cavernícolas. Dejémoslos; que digan lo
que quieran. No prestemos atención a lo que ello mismo se complace en la inferioridad. Quien tal
escribe, ¿quiere dialogar con los castellanos? Con que los castellanos no nos ocupemos de estatutos,
basta. Y así, felicitémonos de que cayera en el vacío la sugestión de aquel concejal que pidió un
estatuto para Castilla la Nueva. ¿qué idea de Castilla tenía el munícipe? Aplaudamos también la
negativa de la Mancha a mancharse con otro estatuto. Ya saben nuestros paisanos cómo acabó don
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Quijote en la playa de Barcelona. No se les pegue el estilo catalán. Castilla es una cosa seria.
Constantemente se oye discantar sobre quién trajo la República: si la trajo éste, si la trajo el
otro; si vino por fas, si vino por nefas; si fue la clase media, si fue la clase baja; si se debe a éstos, si
se debe a aquéllos. Y nadie ha dicho que la República existe por Castilla; porque Castilla es
republicana; pues hasta que Castilla no fue republicana, todos los intentos por implantar la
República española resultaron baldíos. Ya lo dijo Pi y Margall (¡oh qué gran diferencia entre aquel
gran catalán y algunos de ahora!) en el año 74: «La República ha fracasado porque Castilla no es
republicana.» Y acertó de medio a medio. Sólo le faltó decir a Pi por qué no era republicana
Castilla. Y a nosotros por qué lo es. Fácilmente se colige: sólo ahora era posible la República, si
había de pervivir; y aun así, ya se ve cuán ancha viene en algunas partes. Pero Castilla ha visto que
estaba el fruto en sazón a despecho de cualquier grano agraz. De donde no se tema por esta vez
declaraciones irreflexivas de puertos francos, cantonalismos ni extrañas acuñaciones de moneda.
Podrá ir lento el carro, pero irá seguro; tambalearáse, mas no dará vuelcos.
La República está consolidada: es cuestión de resistencia, digo, de ir resistiendo, o mejor, de
consistencia. Porque conforme vaya resistiendo, se irá consolidando: obra de tiempo, en fin. ¿Y se
consolidará disgregándose? La propia palabra lo repugna. Pues ¿qué es consolidar, sino volver a
unir lo que antes se había quebrado o roto, para que quede firme, que es la acepción más genuina
del «consolidare» latina?
No esperéis, por tanto, que se consolide la República si se desune o se fracciona. Por el
contrario, su misión es unir. De manera que las autonomías mal entendidas son contrarias a la
consolidación de la República, por cuanto separan.
Cierto que las autonomías son peores que el separatismo, y el breve transcurso de pocos
meses nos ha dado la razón. ¿Qué es en el fondo el estatuto catalán? Un modo de seguir traficando,
de seguir amenazando, de continuar manteniendo el equívoco. Suponed que ya está aprobado el
estatuto catalán, íntegro, con modificaciones o como os cuadre. ¿Creéis que el «problema» catalán
ha terminada? Si lo creéis, correríais peligro en tiempo de Herodes, por inocentes. Oíd lo que ya en
1645, en carta de 12 de febrero, escribía D. Francisco de Quevedo: «En tanto que en Cataluña
quedare algún solo catalán, y piedras en los campos desiertos, hemos de tener enemigo y guerra.»
Ved si de entonces acá no han incordiado los catalanes con protestas, rebeliones, apelación a las
armas, incluso aliándose con los extranjeros para guerrear contra la patria común (España, quiero
decir), etc., y reconoceréis la verdad de las palabras de Quevedo.
Una estadística de actos catalanes contra España dejaría asombrado al lector. Y ahora los
propios catalanes, aprobado el estatuto, ¿van a abandonar el rico y beneficioso camino tradicional
de protesta y rebeldía constantes? Ya se han puesto de acuerdo para la nueva acción, que, como
todos esperábamos, consiste en que unos por un lado consigan que las Cortes aprueben el estatuto
en Madrid, y otros por otro muestren en Cataluña su disconformidad. El juego está claro, y todos
hemos de vivir para verlo. De una parte, la Generalidad con el estatuto y su autonomía, con los
brazos abiertos y rebosando amor; de otra, el Estado libre catalán, los «Nosoltres sols», que ya hizo
público un manifiesto de protesta contra el estatuto, declarándose oficialmente separatista. ¿Se trata
de dos entidades antagónicas? Nada de ello. Todo es uno y lo mismo. El eterno equívoco catalán.
De manera que con estatuto y sin estatuto la pesadilla catalana subsistirá siempre. Pero
entonces, ¿qué es lo que quieren los catalanes? Muchos lo ignoran. Otros se contentarían con que
Barcelona fuese la capital de España y que todos los españoles hablasen catalán. En tanto esto llega
(que también los judíos esperan al Mesías), la cuestión reside en obtener ventajas y a armar fajina
perenne.
Creo que a la larga o a la corta este juego y equívoco resultarán fatales para Cataluña. Muchos
catalanes buenos y sensatos, de verdad hijos amantes de España, deploran el precipicio a que una
mala política arrastra a su región. Y temen con fundamento llegar a ser un día poco gratos al resto
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de los españoles. Tan poco, que no sean ellos quienes quieran separarse, sino los demás de ellos.
La consolidación, pues, de la República, no peligra por el estatuto catalán, como quiera que
todo quedará lo mismo. En cuanto a los estatutos restantes, no pasan de una maniobra caciquil, hija
de la irreflexión, que se caerá por sí sola.
Tampoco se vislumbra peligro (contra lo que muchos creen) en la cuestión religiosa. La
fuerza de la Iglesia ha dependido más de las armas que le prestaba el Estado que de la conciencia de
los fieles. Es decir, que su fuerza radicaba fuera de sí, era prestada. Y «sub lata causa»...
Mayormente que España es más católica que cristiana, más fanática que religiosa. Hay mucho
sentimiento mahomético imbuido en la conciencia de los fieles, con más ribetes de política que de
fe pura y acendrada. Ni saben lo que creen ni creen lo que saben. Y como necesitan creer en algo, o,
mejor, hacer como que creen, adoptan la confesión que hallan más cerca. El pueblo sufrido,
explotado y hambriento, que ve a la Iglesia no bajar a los pobres, sino aliarse con los poderosos;
atender a los ricos, alabar a los tiranos, mimar a la fuerza armada; que en los púlpitos, en vez de
tronar contra la riqueza insolente, contra la injusticia, la explotación, el fraude, la miseria de los
humildes, ve que, por el contrario, predica contra las doctrinas que intentan redimirle de estos males
y esclavitud; el pueblo ha vuelto la espalda a la Iglesia católica, porque la Iglesia católica se la ha
vuelto a Cristo. No nos extrañe, pues, que el clero vaya contra la República; la ha traído el pueblo.
No tema la República a la Iglesia mientras cuente con el pueblo. Haga entrar a la Iglesia en la
ley, como Cristo entró, sin protestar, contra la potestad de Octavio César, porque «su reino no era
de este mundo». Y el clero quiere que su reino sea de este mundo y del otro. La separación de la
Iglesia y el Estado se impone. ¿Qué teme la Iglesia? ¿No es de origen divino y se ve asistida por el
Espíritu Santo? Pues si eso dice y cree, ¿qué
Quedan otros problemas en la consolidación de la República: el social, el agrario, el
económico, el hacendístico; todos son uno mismo, y no se pueden resolver sin ayuda del otro. A tan
punto crudo han venido, como que sólo podía resolverlos la República. Por eso ésta puede darse por
consolidada, porque sólo ella los puede resolver. Si no, se hubieran resuelto antes.
Todo es, para acabar, cuestión de resistencia, y la República, por ahora, tiene de aliado al
Tiempo. Y ¿quién si no el Tiempo es el supremo valentón del resistir?
EL IMPUNISMO DE LA RAZA
Se dan siempre los extremos en el pueblo español: las muchas virtudes y los muchos defectos.
Hablar de éstas es ocioso; tratar de ellos, imprescindible. Porque tal vez los muchos defectos
ahogan las muchas virtudes.
Entre estos defectos, los principales radican sin duda en la falta de sentimiento de justicia y en
su repugnancia por el criticismo. En realidad, lo segundo es consecuencia de lo primero. Tan poco
arraigado está el sentimiento de justicia, que ni aun los que la ejercen lo sienten. Decir aquí
jurisconsulto no es decir otra cosa que burlador de la ley, sofista, forjador de distingos, artimañas,
trampantojos y sutilezas para dar a la ley el giro adecuado a sus fines: la satisfacción del cliente, por
absurdos que pida. Por eso cada ley tiene tantos intérpretes como abogados.
Pedía Platón que se desterrase a los poetas de toda República bien organizada, y Cervantes,
que se introdujera a los alcahuetes. Bien que se introduzca a los alcahuetes (que bien introducidos
están); pero Platón erró de medio a medio: no hay que desterrar a los poetas; sino a los juristas. No
desterremos la ley; empero echemos de toda República bien organizada a los que no viven sino de
la ley; quiero decir, de burlarla. De un Parlamento de jurisconsultos no cabe esperar sino desgracias
para la nación. Junta de abogados es lo mismo que junta de médicos: que, cuantos más se reúnen,
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mayor peligro hay en el paciente. No sé qué desventura puede existir mayor, si una monarquía de
dictadores y déspotas o una República de abogadillos. A esta calamidad propendemos, luego de
haber padecido aquella peste. A aquella peste hará buena esta otra calamidad. Contad los abogados
del Parlamento: tendréis la suma proporcional de los males que nos aguardan.
Pues ¿cómo en un Parlamento abogacil no se hace que caiga el peso duro (pero ejemplar y
necesario) de la ley sobre los que durante tantos años han delinquido? Huelga la respuesta. El
abogado no tiende a que se cumpla la ley, sino a ver de qué modo la ley no se puede cumplir: a
salvar al culpable. Deducid ahora.
Pueden dormir tranquilos todos los que llevaron la nación a la ruina: el rey perjuro, en quien
comenzó el impunismo dejándole marchar (responsabilidad que un Comité revolucionario podría
exigir un día); los mal llamados ministros del dictador, los representantes de la Justicia, que
acataron un Poder que sabían era ilegal; todos los nombrados diputados de la Asamblea Nacional,
todos los gobernadores civiles, todos los delegados gubernativos, todos los alcaldes que
envilecieron su vara; todos pueden dormir tranquilos. No pasará nada.
Y no pasará nada, porque no ha pasado ya. Hay tiempo para todo, y también el de cortar
cabezas tiene su sazón. Lo malo en España no está en cometer grandes delitos, sino en pequeños.
Aquéllos pueden eludirse; éstos suelen castigarse.
Andan estos días unos ruborosos de la ley (que enrojecen de pudor, debiendo enrojecer de
vergüenza) a cuestas con la virginal teoría de que no es lícito, o a lo menos lógico, exigir
responsabilidades a nadie cuando al responsable mayor se ha dejado escapar. No estamos de
acuerdo. La mejor justicia es aquella que se hace según la ley de cada uno. A cada uno júzguese
según su ley. La ley de los que sirvieron al ex rey era que éste es irresponsable. Ellos recababan
para sí toda la responsabilidad. Caiga, pues, sobre ellos. Pero no hay cuidado. La mayoría se
pasaron ya a la República.
Porque la República es hoy de los monárquicos, y no sé qué temor hay de que venga la
Monarquía, cuando la Monarquía ha vuelto ya. Y apuesto doble contra sencillo. Visitad los
ministerios, por ejemplo, y si en ellos no veis desempeñando iguales puestos a las mismas personas
de la Monarquía, váyame yo a cuidar de un par de mulas. Los cargos que dieron los dictadores, en
las propias manos siguen. Pero ¿qué más sino ver el Parlamento?
¿Cuándo, después de una revolución, se hubiera tolerado que se sentaran juntos diputados de
la bochornosa Asamblea Nacional y diputados de las constituyentes? Pues amigablemente viven.
Protegidos han sido del Gobierno, que, cuando vinieron las elecciones, ya se cuidó éste de dar de
lado a muchos republicanos de toda la vida. Había que complacer a los catecúmenos. Los hijos de
sus padres han podido ser padres de sus hijos.
Y uno se espanta de que granujas de toda laya y condición, que años y años les hemos visto
vivir de la Monarquía y ser los perseguidores más crueles y declarados de la República, nos quieran
dar normas de conducta y hacernos creer que sólo ellos son los verdaderos republicanos y que lo
fueron toda la vida. La cana escarcha cayó en el regazo de la encendida rosa. Nada hay recto; es
todo oblicuo; la ambición corre desatada; la desvergüenza se muestra ya desnuda; la impudicia
política y moral no reconoce freno. ¿Cómo en este ambiente no ha de hallar defensa la impunidad?
Púdranse en los campos de África los huesos de toda una juventud, esperanza de la nación. Canten
sobre ellos los cierzos del invierno. Nosotros nos abrigaremos con pieles de marta.
Y, naturalmente, como republicanos y monárquicos andan tan confundidos que son unos,
asusta la Convención. ¿Cuándo nos asustó a los republicanos un Comité de salvación pública? ¿Tan
melindrosos nos hemos vuelto? Tanto, que ya no nos conociera la República que nos parió.
No pasará nada. Se fue el rey; pero quedaron otros reyes. El Parlamento se exhala en
discusiones estériles, cuyo fin no parece otro sino la prolongación de las dietas. ¡Cámara bien
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ordinaria!
Ahora se comienza a padecer los males de los primeros meses ociosos, en que a rajatabla
debieron resolverse problemas como el religioso y de responsabilidades, cada día de más difícil
solución. Quiero decir favorable a la República. Someted ésta ahora al arbitrio de los leguleyos, y se
habrá perdido definitivamente.
¿Queréis salvarla? Acometed esta paradoja: inclinadla a la verdadera izquierda y aumentad la
Guardia civil. Pero en la cuestión de las responsabilidades no os entretengáis en matar a los
muertos.
las sinecuras persisten, los monopolios no cesan. La República continúa mangoneada por los
monárquicos. En todos los departamentos del Estado se ven las mismas caras. Su falso
republicanismo les ha durado tan poco, tan seguros se sienten, que ya algunos no rebozan sus ideas
contrarias al nuevo régimen. En esta atmósfera, ¿qué cabe esperar? Veo a viejos e ilustres
republicanos consumirse de ira, contemplando su obra de tantos años echada por tierra, que sólo ha
servido para entronizar (¡qué bien empleada la palabra¡) a los mismos que los perseguían.
Aguántense, que la República es para todos. Para todos, menos para los republicanos.
No falta quien justifique esto de entregar la República a los monárquicos. Arguyen diciendo
que la República necesita prosélitos y establecer una concordia general, sin advertir que los
monárquicos se ríen, se van apoderando de todos los resortes del gobierno y espían la hora de
asestar su golpe decisivo contra la República. Porque, ¿podrán gobernar nunca los monárquicos
sino como tales, por máscaras con que se encubran? Así, por cada converso se pierde un
republicano, que se ve preterido.
Otra cosa fuera que, desde el primer momento, la República hubiera sido sólo para los
republicanos; que ellos la consolidaran, y extendieran su beneficio a todos cuantos sucesivamente
abandonasen sus hábitos de tiranía y adquiriesen fervor y sentido democráticos. No fue así, y ésta es
la tragedia. Los mismos republicanos que gozan del Poder y hacen lo que pueden, se ven arrastrados
por los antiguos comulgantes del monarquismo, que, naturalmente, no pueden sentir la fe
republicana ni de improviso refrenar las convicciones de toda la vida. He ahí el peligro grave. Por
eso vemos que el verdadero sentido liberal, sereno, constructivamente rebelde de la República, lo
dan, así en el Parlamento como en el Gobierno, los viejos republicanos. Y que todo ande mezclado
y confuso, y que la patulea moceril (que sólo sabe vociferar y representar el papel de Termagante)
vote luego proposiciones retrógadas. Todo hay que posarlo en la conciencia, que no se tiene de
muchas cosas sino cuando han pasado por ellas muchos soles.
Vino la República sobre flores, perfumada como las lluvias de abril y pujante como una
planta en mayo. Un carnaval de entusiasmo en un carnaval de ingenuidad. Yo pregunté: ¿No se ven
muertos? Mala señal. Se verán después, y entonces no tendrán justificación. No veo la revolución,
sino un cambio de régimen. ¿No pasa nada? Pues entonces es que no pasa nada.
Pero era el instante de que pasara, de realizar grandes anales en quince días, de acometer en
horas labor de siglos. Y no pasó. Todo prosiguió igual. En la historia del mundo no se habrá
ofrecido momento tan hermoso para gobernar, y para gobernar bien. Todos habrían aceptado lo que
se hubiese hecho. A la alegría misma cedía el paso la reflexión. Pasaron los días, y como antes no vi
muertos, tampoco después vi republicanos; o, por mejor decir, los únicos muertos eran los
republicanos. Nadie se acordó de ellos; algún cargo para algún pariente o amigo, y nada más. Pero
todo el mundo defendía a la República. Los mismos sindicalistas y anarquistas, ante los primeros
chispazos autónomos, declararon que defenderían la unidad de la patria con las pistolas en la mano.
Era preciso otorgar un margen de confianza al Gobierno. ¿Quién no se lo otorgó?
Después... El hado funesto, la estrella maligna del general Berenguer, que dio al traste con la
monarquía, al ser excarcelado turbó la paz de la República. Fue cuando el pueblo se lanzó a la calle.
El fino instinto popular olió (mientras los demás estábamos acatarrados) que la República hedía a
insoportable tufo monárquico. Y, en su furor, quemó conventos y cometió desmanes. Todo lo cual
pudo haberse evitado con un simple decreto de expulsión de Órdenes religiosas. Pero ¿dónde
estaban los republicanos?
No es mi intento hacer historia. Sólo probar que la República, en vez de tener por enemigos
únicamente a los monárquicos (que ésos siempre lo serán), ha logrado tener también a los
republicanos.
Apruébense pronto las leyes complementarias; dése la República a los republicanos; elimínese
del Poder a las fuerzas sociales que no engendran sino discordias, y fórmese un Gobierno fuerte y
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MIEDO E INDECISIÓN
¿Qué me decís de estos hombres, anteayer anticlericales ( el ayer está un poco obscuro, como
el mañana incierto), que ahora llevan el espanto de dios reflejado en los ojos? ¿Ahora? Sí, en esta
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hora, que para ellos debiera ser suprema. ¿Ahora? Sí, en la hora de todos, que es el «ahora y en la
hora de nuestra muerte».
Parece notable considerar las bravatas que se emplean en la juventud contra el clero y las
ideas religiosas, y cómo a medida que entra la vejez, y más por la debilidad del cerebro que por la
madurez del raciocinio, los hombres de creencias poco firmes buscan atenuantes de su retroceso, y
ellos mismos se fabrican una retórica de cautelas. Miedo se llama esa figura. Y si reflexionamos en
las cosas que suceden, es miedo por cualquier parte que se miren.
Por miedo no se resolvió desde el primer instante la llamada cuestión clerical, que no debió
consistir, triunfante la revolución, sino en la disolución inmediata de «todas» las Órdenes religiosas.
Por miedo se ha procedido desbaratadamente. Porque así como entonces estuviera justificada toda
energía, hoy tenía que sufrir el enervamiento, consecuencia de los muchos monárquicos y católicos
que se han pasado al bando de la República.
Me recuerda lo que ocurre aquellos versos de Juvenal:
Nune patimur longae pacis mala, saevior armis
luxuria incubuit, victumque ulciscitur orbem.
Que acomodando los términos, podrían reducirse al refrán común de «aquellos polvos traen
estos lodos»; aquella paz estúpida de los primeros días republicanos (que ahora se ha descubierto
estuvo invertida en el reparto de prebendas) trae estos días de inquietud, y hará que la cuestión
religiosa se resuelva mal; si de un modo, porque molestará a unos; si de otro; porque a otros. Se
plantea el problema aquel de Crisipo: «Si gobierno mal, enfado a los dioses; y si bien, a los
hombres.» De suerte que, de cualquier modo que se gobierne, se errará. Disolved «todas» las
Órdenes religiosas, y molestaréis a los monárquicos que os sirven, y para quienes son vuestras más
tiernas miradas y los faisanes más regalados de vuestros favores2. No las disolváis, y habréis
engañado al Pueblo, que vengará en vosotros vuestra perfidia. Pero las disolvéis a medias, y
enfadáis a los hombres y a los dioses. No tiene salida vuestra incapacidad. ¡Ved vuestra situación!
Creíais que la República erais vosotros, y es el Pueblo: ya lo veréis. Pues hasta para satisfacerle es
tarde; porque ya recela de vosotros.
Mucho más recelará cuando vea que no podéis darle lo que ansía; que habéis ido tan lejos en
el río de vuestros errores, que el retroceder os es ya lo mismo que ganar la otra ribera. Que no
podéis dar al pueblo lo que vosotros mismos le habéis predicado y fijasteis en el proyecto
constitucional, está claro, pues andáis con medias tintas. Y yo digo que no las hay peor para
vosotros que dejar de cumplir vuestras promesas por no haberlas sabido realizar a tiempo. El miedo
os llevó a aquello, el miedo os trae a esto.
Ya sabéis lo que pasó a los triunviros romanos en la galera de Sexto Pompeyo. Le propuso su
capitán Menas que, pues aquellos tres copartícipes del Mundo se hallaban en su navío, era fácil a
Pompeyo apoderarse de todo: no había sino cortar el cable y, ya en alta mar, cortarles el pescuezo.
Y le repuso Pompeyo: «¡Debiste hacerlo y no decírmelo! Arrepiéntete de haber dejado a tu lengua
traicionar tu intención. Si la hubieses ejecutado sin yo saberlo, la hubiera aplaudido después; pero
ahora debo condenarla.»
Las Órdenes religiosas, que han dominado a España, cayeron un día en la galera de la
República. Los Menas, sin consultar con nadie (y ya sabemos quiénes son estos nadie), debieron
entrarse con ellas en alta mar, y allí arrojarlas; pero no lo hicieron. Aplicad el sucedido, y ved si
ahora se puede cortar el cable de la galera, y si habrá Pompeyo que no repruebe a estos Menas su
proceder. Eso antes. Eso había que haberlo hecho, y no decirlo; realizarlo, no discutirlo; llevarlo a la
práctica, no a la Constitución.
2 Estos faisanes hay que relacionarlos con el ojeo y caza de que hablamos en otra nota.
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¿Por qué? Porque cada cosa en su tiempo. Ni la galera ni el cable de la galera están ahora tan
libres que se pueda maniobrar sin peligro. Otras galeras son ya piratas del mar, y de alejarse mucho
la de la República, podría ser cercada o apresada. Y aun desprenderse del cable le costaría gran
trabajo; que los triunviros del interior lo vigilan ya cuidadosamente, y aun se dice que lo asen desde
la orilla. Mala situación la de Pompeyo con la extemporánea proposición de estos Menas. Ha dejado
su capitán que se preparen. Lo que habrá que pensar es salir como fuere del trance, para no caer
prisioneros en la propia galera.
Son incompatibles los frutos del miedo y de la indecisión. Todo lo que se hace mal, se hace
por hacerlo tarde. Las cosas que se desvirtúan, carecen, naturalmente, de virtud. Hacer una
República con extremistas no podía llevar sino a hacer una República extremista, o sea a extremizar
la República. ¿Habría problema religioso si la República fuese de los republicanos? ¿No teníamos
esto resuelto? ¿Se discutió jamás? Hay miedo, cuando nunca debió haber miedo. Todos lo tienen;
unos de sí, y aun dentro de sí; otros, de los demás. La República es la esclava de su culpa. Al
extremimonarquizarse, llevóse consigo el germen de su muerte. La monarquía no solamente se
perdió a sí propia, sino que perderá a la República. Todas las dificultades que sufre son de índole
extremimonárquica.
Disolved todas las Órdenes religiosas: saldréis perdiendo. Procurad la conservación de ellas:
saldréis perdiendo. Habéis seguido una fórmula intermedia: salisteis perdiendo también. De
cualquiera manera que procedéis, perdéis siempre.
―Pues, diablo de hombre, ¿qué hemos de hacer?
―Lo que no habéis hecho. Y, más que hacer, lo que debisteis hacer es deshacer.
¿QUÉ SE HACE?
Esta calma es sólo aparente: una tregua en las escaramuzas de la pasión.
Se va por mal camino, no se hace nada. Y si la frase peca en lo de las negaciones, diremos:
«Se hace nada», pues no hacer nada supondría que se hace algo. Mejora aquello que no debió haber
empeorado: eso es todo.
¿Qué se ha hecho? Tan poco; que fuera mejor que preguntáramos que se había deshecho o
que se deshará todavía. Porque si para unos queda mucho por hacer, o más bien, está todo por hacer,
para otros queda mucho por deshacer o está todo por deshacer. Y lo desharían todo, como les
dejaran.
Es España un país indestructible: ya se ha visto. Nada puede contra él. Por mayores pruebas
ha pasado. Empero también es un pueblo que al fin reflexiona. El adagio popular lo indica: «El
español piensa bien; pero piensa tarde». Alegrémonos de ello, cuando tantos pueblos hay que
piensan mal y pronto. Se impone el buen sentido; mas requiérese al obrar. Deshacer saben muchos;
hacer, pocos. Lo que importa es crear. Gobernar no es más que crear. Quien no crea no gobierna.
Quien no sabe gobernar es inútil que obre de buena voluntad: errará tan desdichadamente como el
que obre de mala. Cread, si queréis que crean.
Gobernar no es administrar ni mantener le orden. Mala teoría decir que para gobernar basta
ser honrado. Hay quien no alega otra cosa. Gobernar es labor de sapiencia más que de moral. Los
griegos supieron bien esto cuando enviaban al ostracismo. Seamos honrados, y que aparezca la
capa; mas la manera de tener la capa y que no se pierda es ser aptos.
Hay, pues, que gobernar, y para ello hay que saber. Como digo luego, de la tristeza se puede
esperar algo; de la alegría, nada. La tristeza ha infundido reflexión; de aquí el buen sentido.
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Por fortuna, no se desesperó España, creyendo que sus males, que no tuvieron remedio con la
Monarquía, no lo tendrían tampoco con la República. Ya se ha advertido que sus males tienen
remedio con la República. No habléis de Monarquía; no renovéis la antigua llaga. Empero también
os digo que en cualquiera de los regímenes se puede gobernar mal, y lo peor que tienen las
Repúblicas cuando se gobierna mal es que matan la esperanza, irritan y sublevan. Porque bien que
las Monarquías gobiernen mal; pero las Repúblicas deben gobernar bien. Las Repúblicas no tienen
derecho a existir si no gobiernan mejor que las Monarquías. Por cuanto es más fácil a las
Repúblicas gobernar mejor, siendo régimen más perfecto.
Se dice que nuestra República tropieza con dificultades, y es fábula podrida. Las Repúblicas
no pueden tropezar con dificultades; tropiezan con dificultades lo que no saben gobernar en ellas.
¿Qué dificultades, como régimen, tiene la República? Ninguna. Un camino libre para realizar
cuanto se le antoje. Una colaboración preciosa en la Prensa, como jamás pudo soñarla ninguna
Monarquía: colaboración noble, desinteresada, franca, leal. ¡Si es la que ha hecho la revolución! Un
ansia vehemente en los ciudadanos por emprender nuevos rumbos, por trabajar, por superarse, por
hacer una nación de este montón de ruinas. Una vía láctea de trabajadores intelectuales, de médicos,
de ingenieros, de escritores, de artistas: arquitectos insignes, médicos eminentes, matemáticos
ilustres, profesores de reputación mundial. En el orden manual, los mejores obreros de la Tierra.
Y contando con esto ¿no sabéis gobernar? Confesad que estaríais mejor aplaudiendo a los que
gobernaran. Pues ¿qué hace falta a España teniéndolo todo, sino saber gobernar? No os veo
emprender nada. Valéis más para gobernados que para gobernantes.
Notad que cuanto más buen sentido vaya imponiéndose, cuanto mejor juicio y serenidad,
tanto más resaltará vuestra impericia, vuestra incapacidad o vuestra abulia. Os inclináis al «statu
quo». He ahí la muerte.
El «status quo» es el peor de los gobiernos: doctrina de difuntos, régimen de cadáveres. «Lo
que siempre se ha hecho, siempre se haga.» No hallaréis teoría más perniciosa. «Lo que siempre se
ha hecho, nunca se haga» debe ser vuestra norma. Huid de aquel antiguo refrán. Al pie de la letra lo
siguió la Monarquía.
Hora es que rectifiquéis. Servid siquiera de coro. Estad sobre el pueblo.
Mirad que, si no, el pueblo estará sobre vosotros.
LA TRISTEZA DE LA REPUBLICA
¿Quién ha dicho que sea malo tener tristeza? Todo lo contrario. El Eclesiastés lo abona: «Cor
sapientum ubi tristitia, et cor stultorum ubi laetitia». «Está el corazón del sabio donde hay tristeza, y
el corazón del necio donde hay alegría.» Pues siendo así, ¿qué indica la tristeza de la República sino
conciencia y meditación de su responsabilidad?
Sé lo que vais a argüirme. Comprendido. Pero yo os digo que prefiero esta hora de tristeza de
la República a aquella de la alegría inconsciente, cuando bullían las turbas como en Carnaval y yo
preguntaba ante la estupefacción de los que quisieron escucharme: «¿No hay muertos? Mal
principio.» Pues ahora os digo: ¿Hay tristeza? Signo de buen fin.
Ya esperaba yo esta hora. ¿Cómo no había de esperarla? Conocía uno de los principales
defectos de nuestro pueblo (entre tantas virtudes), que consiste en pasar con excesiva rapidez de la
alegría a la tristeza, del entusiasmo a la depresión. Pues ¿qué aguardaban de la República? ¿La
felicidad al día siguiente? ¿El milagro? ¿También esperabais el milagro? ¡Qué milagro tan español
hubiera sido!
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Cierto que esperabais más, y cierto que pudieron haberos dado algo. No os lo han dado, y
estáis tristes. Pues ved: ya camináis por el buen sendero, abrís los ojos, empezáis a comprender,
adquirís conciencia, se os pega sabiduría. Presto conoceréis el Mundo.
El Mundo os dirá cómo va el Mundo. Va el Mundo muy mal, y titubeando, y como para dar
un estallido. En ninguna parte se está bien, y aunque éste es un consuelo de tontos, por él tienen que
pasar también los sabios.
La tristeza peca, en esta parte, de injustificación. Estáis mal; peor están otros. Pero vuestra
tristeza es buena: queréis estar bien. No os hagáis ilusiones: no estaréis bien en mucho tiempo. Cada
día estaréis peor, como los otros. Ciertamente, es éste un tiempo malo; mas acordaos en cuántas
épocas quisieron no haber nacido.
Aquí no había pasado nunca nada. Siempre se dijo que no pasaría nada. Terrible cosa es
considerar que hemos presenciado tiempos mejores los que nunca los hemos visto buenos. «Aquí no
pasará nunca nada», os he oído decir muchas veces. Parecíais cadáveres que hablaban desde el
cementerio. Lo erais. No os dabais cuenta de lo que pasaba. Ahora os la dais. Habéis pasado de la
condición de cadáveres. Os estáis sacudiendo de los gusanos que os roían. ¿Y os mostráis tristes?
Confesad entonces que no sabéis lo que pensáis.
Alegraos de estar tristes. Se podrá esperar de vosotros alguna cosa buena. Pronto os veré
cuerdos. Ya es hora de que desechéis la alegría estúpida que os inundaba. Estáis desalojando de
vuestro corazón a vuestro peor enemigo. Erais un pueblo de cascabeles; todo lo acogíais
indiferentes, y a los sones de la marcha de Cádiz celebrabais vuestras mayores tragedias. Las
marchas fúnebres se os antojaban pasodobles. Habéis recobrado vuestra conciencia, vuestra
seriedad. Cuando estéis alegres será con motivo. No será como hasta ahora, que estabais alegres
sencillamente porque no estabais tristes.
Pronto os habéis entristecido. Pues más tristes habéis de estar. Mucho es lo que ha pasado.
Más es lo que pasará. ¡Y no iba a pasar nada! Conservad vuestra tristeza. No queráis hacer frente
con una sonrisa a los pavorosos problemas que reclama la inquietud del Mundo. Vuestra tristeza
será ahora la coraza de acero que os mantendrá preparados. Os enseñará a resistir contra ideas
fantasmas, contra tópicos y contra vestigios. Ya habéis reído bastante. Mientras reíais, se reían de
vosotros. Nada debe el Mundo a vuestra risa. Erais los juglares del Mundo. Ha pasado la comedia.
Habéis entrado en la tragedia, y es fuerza que cada uno represente su papel. ¡Por Dios, que
siquiera una vez se os vea derramar una lágrima! Antes os faltarán lágrimas que motivos por que
llorar. Así, daos cuenta que ha llegado el instante de que os pongáis serios, de que retornéis a
aquella gravedad primera, que tanto ensalzó el Mundo cuando eran los ingleses quienes os llamaban
graves.
La hora es de serenidad y de recogimiento. Mejor es tener tristeza que no alegría, si con la
alegría no hemos tenido nada. Porque la alegría nos ha hecho perderlo todo y nos ha enajenado de
nosotros mismos. Y pues el Mundo no está para risas, vayamos al compás del Mundo.
¿Os imaginabais que la Monarquía había de dejaros la risa por herencia?
La tristeza tenía que ser su legado. Pero ¡oh beneficio del mal! La tristeza ha desterrado de
vosotros vuestra peor parte, y ha transformado, como por rica alquimia, vuestros defectos en las
cualidades más preciosas.
Ahora que no sois alegres se puede creer en vosotros. Podéis ser algo.
Antes erais nada.
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Escuché su diatriba, y vi entonces que el objeto y fin del discurso no era otro que atacar a
Lerroux y al partido radical. «¡Hablara yo para mañana!», dije entre mí. ¿En qué año estamos? ¿No
se le ocurre otra cosa?
No hay pecado para mí como la vulgaridad. Y no pude por menos de apagar el aparato
radiofónico cuando oí que pedía a Lerroux expusiera su programa y hablara claro. ¡A Lerroux, que
lo viene exponiendo desde hace cuarenta años en medio de la calle! ¿Más claro? ¡Pues oíd todavía
la singular perspicacia del orador! Reprochaba a Lerroux que fuera suave en la forma y fuerte en el
fondo, cuando éste sería el ideal del gobernante; y el gobernante ideal aquel que cumpliera en el
Gobierno más de lo que hubiese prometido en la oposición. He ahí el error que se viene padeciendo:
que se predique lo que no se puede llevar a cabo, que se prometa lo que no ha de cumplirse, que se
desespere al hombre haciéndole ver que truena, cuando ni se forman nubes ni viene la benéfica
lluvia.
Basta. La indiferencia espera la fuerza; el hierro se va al más poderoso imán.
Lo que temían los radicales era que Maura se les insinuara en el partido. Un ataque más ¿qué
les importa? Mala cosa cuando en el ánimo se representa la temeridad con rostro de valentía y la
cordura con rostro de cobardía. Siempre los enemigos nos hacen mejores o más aviados.
No hará buen gobernante Maura; ya lo verá. Es sentencia de Tucídides que para el Gobierno
son mejores los ingenios tardos y moderados que los impetuosos y veloces. Y a la verdad, ¿qué
política puede haber donde falta prudencia?
«Si se hunde la República, que se hunda.» ¿Cómo no se expulsó del local a este incauto de
Muñoz? ¿Y era trabajador? ¿Y era socialista? ¿Y era republicano?
Quiero creer que ésta es expresión no socialista, sino de un socialista. De todas suertes, bien
pudiera recoger el criterio del partido o de una parte del partido; bien pudiera ser socialista, mas no
es republicana. Un republicano no puede decir jamás: «Si se hunde la República, que se hunda.»
Que lo puede decir un socialista, bien claro está.
Y es que ya los socialistas no parecen republicanos. Para ellos son accidentales las formas de
gobierno, como para otros que no quiero nombrar. Los que piensan que las formas de gobierno son
accidentales, y en éste país colaboran con la República y en aquél con la monarquía, ésos no son
republicanos; ésos son los peores enemigos de los republicanos. Que varios socialistas no parezcan
republicanos no quiere decir que muchos socialistas no sean buenos republicanos; entended lo que
digo, aunque os arroje la pluma; pero hay socialistas que no parecen republicanos.
Si hubieran sido republicanos, ha mucho tiempo estaría implantada la República en España.
Porque no lo fueron se retrasó. Porque no lo son tiene dificultades. Porque no lo serán irán al
fracaso. Ya están mascando el fracaso. Ya están mascando.
Bien entiendo lo que este incauto de Muñoz quiso decir: «Húndase la República antes que
perezca la Unión General de Trabajadores, porque con la actuación de sus ministros se compromete
su porvenir.» Aunque es colocar la República debajo de la Unión, el compañero Muñoz «despuntó
de agudo». Cierto que la actuación de los ministros es desastrosa para el porvenir de aquella
Asociación; pero ¿por qué había de hundirse la República?
Y es que el incauto de Muñoz cree que la República se hundiría sin el apoyo de sus ministros.
Ya hemos contestado a ese error.
«Que se vayan los ministros.» Aquí debió hacer punto Muñoz, y hubiera estado en su punto.
Pero no se van, y como no los echéis vosotros, los socialistas, no se irán. Y ¿por qué habían de irse?
Por ahora van bien. Y dice el proverbio que el que va bien no se mueve. Empero ya se irán, ya nos
iremos todos, porque vendrán las elecciones, «que es el plazo que nos dan para buscar sepultura».
Esto le debemos los republicanos a ciertos socialistas: la implantación del voto femenino, para
que perezcamos a manos de las mujeres. Porque en cuanto vote la mujer, ningún republicano espere
salir triunfante de las urnas. Esas urnas serán urnas funerarias. Todos nos vamos a ver las caras de
cadáveres. ¡Lindo servicio el prestado por algunos socialistas a la República! Debió excluírseles de
la Revolución. Habrían ido mejor las cosas. Todas las dificultades han venido por ellos.
Y todavía no rectifican. Y todavía no se van. Ven a su propio partido insatisfecho, y ni aun a
su partido satisfacen. Pues ¿qué hacéis? ¿A qué esperáis? ¿A gastaros aún más? Vuestra actuación
se puede resumir en tres palabras: gobernar mal y pronto. Con vuestra gestión no está conforme
nadie, auque vuestros amigos los delegados la aprueben. Habéis desesperado de tal modo a los
trabajadores, que ya lo veis: vuestros propios compañeros prefieren, antes que continuéis vosotros,
que se hunda la República.
Yo os confieso que no creí nunca que de labios socialistas saliera esta frase. Porque siempre
he tenido y tendré a los socialistas por buenos y por honrados y por el modelo perfecto de los
trabajadores. Y pues ha salido, no puede ser hija del corazón, sino de la desesperación a que les
conduce vuestra actitud.
Por obstinaros en permanecer en el Gobierno, se os unen elementos impuros, que tenéis que
eliminar, y os abandonan los elementos puros. De una organización admirable, corréis el peligro de
descender a una fuerza sin cohesión. Tontamente estáis nutriendo y vigorizando agrupaciones que
yacían muertas. ¿No decís que apoyáis una República de tipo burgués?
A tiempo os halláis aún de rectificar; pronto será tarde. Pero quede esto como pleito de
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vosotros. Allá en vuestra casa, si os queréis suicidar; mas no perturbéis la del vecino.
Apresurad, pues, vuestra salida. Dejad el Gobierno. Arreglad los presupuestos y confeccionad
la ley Electoral. No queda más por hacer, y aun en esto hay algo que deshacer. Porque si en la ley
Electoral no se elimina el voto femenino, entregaréis la República, limpia, en bandeja y legalmente,
a la reacción. Todo el mundo lo dice, y todo el mundo no se puede engañar.
Que si caemos, caigamos por los hombres y como hombres; ¡pero que hayamos de caer por
las mujeres y como mujeres!
Y la reacción no habría de perdonarnos; que ésta sí que exclamaría de corazón: «¡Si se hunde
la República, que se hunda!»
Mas no haya miedo que se hunda. Porque visto lo que sucede…
GOBERNARÁ LERROUX
¿Y quién, si no él, podría gobernar? Gobernará Lerroux. Todavía no se ha comenzado a
gobernar. Por eso no gobierna todavía Lerroux. Gobernará Lerroux. Veo a muchos danzantes que
quieren gobernar, y no sabrían gobernar, porque no sabe ni gobernarse. Gobernará Lerroux.
Hay quien cree que es más fácil gobernar que hinchar un perro. Y todo es hinchazón.
Gobernará Lerroux. Recuerdo que muchos de los que ahora tiene enfrente pueden exhibir limpia su
frente gracias a él. Esta frase no la entenderán todos. Y los que todos no lograron ser uno, ¿podrán
con quien lo es todo? Gobernará Lerroux.
¡Singular entereza la de este hombre! Desde que comenzó a actuar en política, todos los odios
y calumnias se cebaron en él. Tantas cabezas querían cortarle, que menester hubiera sido que fuese
hidra para satisfacer a todos. ¡A cuántos republicanos pudo llamarles hijos de pelícano! Y cuando
todos los males de la patria eran por los que gobernaban, censurábanle a él, que no gobernaba,
cuando el remedio hubiera estado en que gobernase. ¡Y aun hoy se oponen a que gobierne! «Tarde
llegamos, Boscán.» ¡Qué ingratitud!
Gobernará Lerroux. Quiero decorar esta frase a estilo senequista. Toda España ha blasfemado
contra Lerroux. ¡Y no tenía más que a Lerroux! ¡Y no tiene más que a Lerroux! España debe una
reparación a Lerroux. Gobernará Lerroux. Es el homenaje que ha de ofrecerle.
«Tarde llegamos, Boscán.» Lo digo porque la República llegó tarde. Porque llegó sobre las
ruinas y cadáver de un pueblo. Porque llegó cuando debía estar de retorno. Porque no dejasteis que
gobernara Lerroux. Preferisteis la muerte a que gobernara. Y he aquí que ya tenéis la muerte
encima, y habréis de llamarle para que gobierne. Por vuestra culpa sucumbió Costa, y sucumbió
Giner, y sucumbieron tantos que ahora necesitaríais.
Y por milagro os queda Lerroux. ¡Y queréis que os haga el milagro!
«Tarde llegamos, Boscán.» ¿Creéis que se puede gobernar así? Pues matad al médico y
otorgad una recompensa a la enfermedad. Gobernará Lerroux. Todos vuestros trampantojos y
dilaciones serán inútiles. Todas vuestras zancadillas, estériles. Gobernará Lerroux.
De haber podido, le hubierais dado de lado. ¿Qué calumnia os falta por inventar? Decís que es
de la derecha los que no sabéis hacer cosa a derechas, los que sois ahora de la izquierda porque todo
el mundo lo es. Pero vosotros sois ambidextros. Por un lado habríais querido que fuese presidente
de la República, para que no gobernase; por otro hubierais querido que gobernara, para que no fuera
presidente de la República. Pues, sutiles, dondequiera que él se siente, ¿no estará allí la cabecera?
No podemos ocultar vuestra envidia ni vuestros temores. Gobernará Lerroux.
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Cada día que pasa sin que Lerroux gobierne es una puñalada que se asesta al corazón mismo
de la República. Apresuraos. Hay mucho que rectificar y toda la concordia por establecer.
Apresuraos. Liad los bártulos. Al trote, al trote.
Dejad que gobierne Lerroux, si queréis que se gobierne, si se lo impedís, será igual.
Gobernará Lerroux. La República no debe ser para todos, sino para los republicanos; pero hay que
gobernar para todos. Muchos no saben gobernar más que para sí. ¿Quién puede gobernar para
todos? Uno solamente. Gobernará Lerroux.
Existen infinitos más enemigos de la República de lo que se cree. Porque en el número se
cuentan infinitos republicanos que, imaginándose que sirven a la República, no hacen con sus obras
sino comprometerla. No vale llamarse republicano ni ser republicano; lo que vale es proceder como
republicano: en esto estriba la valía. Hay quien dice que no se ha consolidado la República. Los que
no se han consolidado son ciertos republicanos. Es preciso gobernar para todos: se gobierna para
unos cuantos; gobiernan unos cuantos. Gobernará Lerroux.
Necesariamente hay que inclinar la República a la izquierda. Esto no admite discusión. Pero
los que más se creen de la izquierda, por paradoja extraña, más piensan en la derecha. Mirad los
estatutos, mirad el idioma, mirad las leyes de defensa, mirad el voto a la mujer: todo eso es
derechismo puro, que, apuntando a la libertad, da en el blanco de la reacción. No queréis que
gobierne Lerroux porque no sabéis las sorpresas que os aguardan con Lerroux. Pero el pueblo las
presiente. Gobernará Lerroux.
Cada día os veo más inclinados a la derecha: afiláis el cuchillo que os ha de degollar. Dijisteis
que habíais quitado el lastre a la República. Parecía, en efecto, que lo habíais quitado; empero
habéis vuelto a cargar con él. No podéis caminar ligeros. Iréis al fondo con el lastre. En vez de subir
descendéis; en vez de avanzar dais marcha atrás. Manteneos siquiera donde os quedasteis. Pero al
fin se gobernará como debió gobernarse. Gobernará Lerroux.
Asombra considerar en qué procedimientos tan derechistas ponen algunos el izquierdismo.
Republicanos de la noche a la mañana, no han podido posar sus ideas un día entero. He ahí por qué
son trasnochadas. Pasó por ellas la noche; no las iluminó el mediodía. Y éstos quieren que Lerroux
haya pasado; que Lerroux, sin gobernar, haya gobernado. Y no se dan cuenta de que son ellos los
que se pasan, y se gastan, y se trasnochan. Y Lerroux permanece en un perenne mediodía.
Gobernará Lerroux.
Ya lo veréis. Para gobernar él no tiene que hacer sino dejar que gobernéis vosotros. Gobernad
quienes queráis, cuantos queráis, como queráis; todo el tiempo que os plazca. Él os dejará ir.
Clavaos en la gobernación, prendéos a ella con clavos de bronce, ataos con lazos de oro, o , sin lo
preferís, con puntas de hierro. Pero él será quien gobierne. Gobernará Lerroux. Con vosotros, sin
vosotros o contra vosotros. Gobernará Lerroux.
Hay República para siempre y Lerroux para tiempo. Al tiempo. Poco transcurrirá sin que
tenga realización esta profecía.
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APÉNDICE.
Artículo de Emilio Burges Marco,
en República (Teruel), jueves 19 de noviembre de 1931
¿GOBERNARÁ LERROUX?
Comentario a un artículo que en «La Libertad» publicó, el 13 de los corrientes, Luis Astrana
Marín y en el cual nos decía por 18 veces que gobernará Lerroux.
Si Lerroux es ese hombre providencial, perfecto, ecuánime, imprescindible, enérgico,
milagroso y gubernamental que nos describe Luis Astrana... ¡que gobierne Lerroux!
—Según Astrana, todavía no se ha comenzado a gobernar, y se gobierna sólo para unos
cuantos.
Si como expone el panegirista de Lerroux, éste ha de gobernar, y lo ha de hacer a gusto de
todos... ¡que gobierne Lerroux!
—Según Astrana, toda España ha blasfemado contra Lerroux, y no tiene más que a Lerroux, y
debe una reparación a Lerroux.
Pues aunque se haya blasfemado de Lerroux, si a España no le queda más hombre que
Lerroux... bueno, ¡que gobierne Lerroux!
—Según Astrana, Lerroux permanece en un perenne mediodía.
Precisamente ese mediodía, es lo que más nos preocupa porque es la hora del cocido; si con
Lerroux, lo mismo que el mediodía, ha de ser perenne el cocido, encantados… ¡que gobierne
Lerroux!
—Según Astrana, no queremos que gobierne Lerroux, porque no sabemos las sorpresas que
nos guarda Lerroux.
Si esas sorpresas consisten en suprimir los monopolios, enchufes y prebendas, solucionar el
paro obrero, abaratar las subsistencias, expulsar de su partido a los frigios que lo desacrediten, y
aplicar con energía los radicalismos que contiene la nueva Constitución, vengan esas sorpresas y...
¡que gobierne Lerroux!
—Según Astrana, cada día que pasa, sin que Lerroux gobierne, es una puñalada que se asesta
al corazón mismo de la República.
Esto es muy serio, pues son muchísimos los días que van pasando sin que gobierne Lerroux, y
diariamente soporta la República una puñalada. Ningún ciudadano humanitario, aunque sea radical-
socialista, puede consentir ese monstruoso crimen pasional, antes que nuestra República muera
cosida a puñaladas... ¡que gobierne Lerroux!
Según Astrana, si se le impide gobernar a Lerroux, será igual, porque gobernará Lerroux.
Así pues, son inútiles vuestras campañas, detractores abominables, ¡está escrito!... ¡que
gobierne Lerroux!
—Y al final de su artículo, nos cuenta Astrana: «gobernad quienes queráis, cuantos queráis,
como queráis, todo el tiempo que os plazca... pero él será quien gobierne. Gobernará Lerroux, con
vosotros o contra vosotros».
¿Contra vosotros?...
¿Pero no habíamos quedado, señor Astrana, en que Lerroux era el único hombre que
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CLÁSICOS DE HISTORIA
http://clasicoshistoria.blogspot.com.es/
151 Francisco López de Gómara, Hispania victrix (Historia de las Indias y conquista de México)
150 Rafael Altamira, Filosofía de la historia y teoría de la civilización
149 Zacarías García Villada, El destino de España en la historia universal
148 José María Blanco White, Autobiografía
147 Las sublevaciones de Jaca y Cuatro Vientos en el diario ABC
146 Juan de Palafox y Mendoza, De la naturaleza del indio
145 Muhammad Al-Jusaní, Historia de los jueces de Córdoba
144 Jonathan Swift, Una modesta proposición
143 Textos reales persas de Darío I y de sus sucesores
142 Joaquín Maurín, Hacia la segunda revolución y otros textos
141 Zacarías García Villada, Metodología y crítica históricas
140 Enrique Flórez, De la Crónica de los reyes visigodos
139 Cayo Salustio Crispo, La guerra de Yugurta
138 Bernal Díaz del Castillo, Verdadera historia de... la conquista de la Nueva España
137 Medio siglo de legislación autoritaria en España (1923-1976)
136 Sexto Aurelio Víctor, Sobre los varones ilustres de la ciudad de Roma
135 Códigos de Mesopotamia
134 Josep Pijoan, Pancatalanismo
133 Voltaire, Tratado sobre la tolerancia
132 Antonio de Capmany, Centinela contra franceses
131 Braulio de Zaragoza, Vida de san Millán
130 Jerónimo de San José, Genio de la Historia
129 Amiano Marcelino, Historia del Imperio Romano del 350 al 378
128 Jacques Bénigne Bossuet, Discurso sobre la historia universal
127 Apiano de Alejandría, Las guerras ibéricas
126 Pedro Rodríguez Campomanes, El Periplo de Hannón ilustrado
125 Voltaire, La filosofía de la historia
124 Quinto Curcio Rufo, Historia de Alejandro Magno
123 Rodrigo Jiménez de Rada, Historia de las cosas de España. Versión de Hinojosa
122 Jerónimo Borao, Historia del alzamiento de Zaragoza en 1854
121 Fénelon, Carta a Luis XIV y otros textos políticos
120 Josefa Amar y Borbón, Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres
119 Jerónimo de Pasamonte, Vida y trabajos
118 Jerónimo Borao, La imprenta en Zaragoza
117 Hesíodo, Teogonía-Los trabajos y los días
116 Ambrosio de Morales, Crónica General de España (3 tomos)
115 Antonio Cánovas del Castillo, Discursos del Ateneo
114 Crónica de San Juan de la Peña
113 Cayo Julio César, La guerra de las Galias
112 Montesquieu, El espíritu de las leyes
111 Catalina de Erauso, Historia de la monja alférez
110 Charles Darwin, El origen del hombre
109 Nicolás Maquiavelo, El príncipe
108 Bartolomé José Gallardo, Diccionario crítico-burlesco del... Diccionario razonado manual
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107 Justo Pérez Pastor, Diccionario razonado manual para inteligencia de ciertos escritores
106 Hildegarda de Bingen, Causas y remedios. Libro de medicina compleja.
105 Charles Darwin, El origen de las especies
104 Luitprando de Cremona, Informe de su embajada a Constantinopla
103 Paulo Álvaro, Vida y pasión del glorioso mártir Eulogio
102 Isidoro de Antillón, Disertación sobre el origen de la esclavitud de los negros
101 Antonio Alcalá Galiano, Memorias
100 Sagrada Biblia (3 tomos)
99 James George Frazer, La rama dorada. Magia y religión
98 Martín de Braga, Sobre la corrección de las supersticiones rústicas
97 Ahmad Ibn-Fath Ibn-Abirrabía, De la descripción del modo de visitar el templo de Meca
96 Iósif Stalin y otros, Historia del Partido Comunista (bolchevique) de la U.R.S.S.
95 Adolf Hitler, Mi lucha
94 Cayo Salustio Crispo, La conjuración de Catilina
93 Jean-Jacques Rousseau, El contrato social
92 Cayo Cornelio Tácito, La Germania
91 John Maynard Keynes, Las consecuencias económicas de la paz
90 Ernest Renan, ¿Qué es una nación?
89 Hernán Cortés, Cartas de relación sobre el descubrimiento y conquista de la Nueva España
88 Las sagas de los Groenlandeses y de Eirik el Rojo
87 Cayo Cornelio Tácito, Historias
86 Pierre-Joseph Proudhon, El principio federativo
85 Juan de Mariana, Tratado y discurso sobre la moneda de vellón
84 Andrés Giménez Soler, La Edad Media en la Corona de Aragón
83 Marx y Engels, Manifiesto del partido comunista
82 Pomponio Mela, Corografía
81 Crónica de Turpín (Codex Calixtinus, libro IV)
80 Adolphe Thiers, Historia de la Revolución Francesa (3 tomos)
79 Procopio de Cesárea, Historia secreta
78 Juan Huarte de San Juan, Examen de ingenios para las ciencias
77 Ramiro de Maeztu, Defensa de la Hispanidad
76 Enrich Prat de la Riba, La nacionalidad catalana
75 John de Mandeville, Libro de las maravillas del mundo
74 Egeria, Itinerario
73 Francisco Pi y Margall, La reacción y la revolución. Estudios políticos y sociales
72 Sebastián Fernández de Medrano, Breve descripción del Mundo
71 Roque Barcia, La Federación Española
70 Alfonso de Valdés, Diálogo de las cosas acaecidas en Roma
69 Ibn Idari Al Marrakusi, Historias de Al-Ándalus (de Al-Bayan al-Mughrib)
68 Octavio César Augusto, Hechos del divino Augusto
67 José de Acosta, Peregrinación de Bartolomé Lorenzo
66 Diógenes Laercio, Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres
65 Julián Juderías, La leyenda negra y la verdad histórica
64 Rafael Altamira, Historia de España y de la civilización española (2 tomos)
63 Sebastián Miñano, Diccionario biográfico de la Revolución Francesa y su época
62 Conde de Romanones, Notas de una vida (1868-1912)
61 Agustín Alcaide Ibieca, Historia de los dos sitios de Zaragoza
60 Flavio Josefo, Las guerras de los judíos.
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