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Carreras: Publicidad y Diseño Publicitario

Materia: Taller de Presentación de Campañas


Tema: Fundamentos de expresión oral
Profesor: Jorge Valdés-Godina

LA EXPRESIÓN ORAL
Prof. Jorge Valdés-Godina*

Expresarse correctamente, en forma clara y precisa, ya sea ante una o dos


personas o ante un público numeroso, ha sido importante desde hace siglos pero,
sin duda, es una imperiosa necesidad de nuestra época. Necesidad que adquiere
mayor relevancia para el hombre de negocios, el profesionista, el vendedor, el
docente, y aun el estudiante; ni qué decir de figuras públicas como artistas o
políticos.
A nadie escapa la dificultad que representa el coordinar nuestros
conocimientos y expresarnos con claridad y propiedad cuando nos encontramos
de pié ante un público; dificultad que muchas veces nos “ahoga” y encierra nuestra
personalidad dentro de límites muy estrechos, con lo que nuestra vida social se
confina y nuestro desempeño profesional no resulta ser el más adecuado. A nadie
escapa también que el poder desenvolvernos ampliamente dentro de nuestra
actividad cotidiana nos proporciona seguridad, vigoriza nuestra personalidad y nos
brinda grandes compensaciones en lo social, en lo profesional y en lo económico,
pues el dominio de la comunicación oral nos hace más fácil expresarnos en los
más diversos ámbitos, desde una plática familiar, hasta la hora de convencer para
vender nuestros productos o servicios profesionales, dirigirnos en mesa redonda
ante directivos de alguna empresa, e incluso, al exponer ante un funcionario
público un problema personal o colectivo.
Dominar el arte de la expresión oral no es fácil, implica un esfuerzo
personal y una gran dedicación; pero a nadar se aprende mejor tirándose al agua
que leyendo tratados de natación; a boxear sólo se aprende en el gimnasio y
arriba del ring con algún contrincante; y hasta actividades como patinar o andar en
bicicleta requieren de un entrenamiento adecuado.

*
Jorge Valdés-Godina ha sido, desde 1977, profesor de materias afines a la comunicación audiovisual publicitaria en la
Escuela Nacional de Artes Plásticas (UNAM), la Universidad de la Comunicación, el Centro de Estudios en Ciencias de la
Comunicación (hoy CUC), y el Instituto de Mercadotecnia y Publicidad.

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Sin embargo, y sin negar la preeminencia de la práctica en la comunicación


oral, lo mismo que en muchas otras disciplinas, ciertos principios teóricos y reglas
son muy útiles para obtener los mejores resultados. De ahí que para aprender el
arte de la expresión oral efectiva se necesita teoría y se necesita práctica. Más
práctica que teoría, es cierto, pero no basta con la simple práctica.
Quizá los más importantes preceptos teóricos de la comunicación oral,
conocida también como oratoria o como el arte hablar en público, los encontramos
en la Retórica, que es –según la describe Helena Beristáin- “el arte de elaborar
discursos gramaticalmente correctos, elegantes y, sobre todo, persuasivos”
(Beristáin, 1997, p. 426).
Por su parte, el Maestro Bulmaro Reyes Coria nos dice que: “En general, la
retórica enseña a hacer discursos para todo tipo de asambleas: de senadores,
diputados, partidistas; en algunos tribunales, o en reuniones festivas, dolorosas,
religiosas, etcétera, donde se preste la ocasión para ‘pedir la palabra’, o para
satisfacer a los impertinentes e inoportunos cuando le piden a alguien: ¡que hable,
que hable!” (Reyes Coria, 2004, p. 15).
No vamos a detallar todas las figuras y tropos que ofrece la retórica para la
elaboración de discursos, pero sí debemos apuntar que en el estudio de esta
disciplina encontramos las primeras bases para lograr los objetivos básicos de
todo discurso: entretener, informar y/o persuadir.
Se dice que, por regla general, toda exposición pública debe incluir las tres
finalidades enunciadas, pero no en proporciones equivalentes. Es decir,
dependiendo del tema, del tipo de público al que se dirija el orador y, sobre todo,
de cuál es su principal intención al hablar, será como queden determinadas las
proporciones en las que los pasajes de la exposición tenderán a entretener,
informar y/o persuadir, ya sea –por ejemplo- para dejar una enseñanza o lograr la
adhesión de los oyentes a una causa. Pero en todo caso y en la proporción
adecuada, deben estar presentes las tres finalidades.
Desde luego, para lograr una comunicación oral efectiva no basta con
conocer y dominar la teoría retórica, pues además de un discurso coherente y bien
estructurado, el orador debe conocer algunas cuestiones prácticas que inciden en

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su desempeño y, por consiguiente, en la forma que lo percibe su público. De ahí


que un buen comunicador también debe saber de kinésica o comportamiento
cinésico (que) “comprende de modo característico los gestos, los movimientos cor-
porales, los de las extremidades, las manos, la cabeza, los pies y las piernas, las
expresiones faciales (sonrisas), la conducta de los ojos (parpadeo, dirección y
duración de la mirada y dilatación de la pupila), y también la postura” (Knapp,
1991, p. 17).
Otro aspecto que debe considerar es el paralenguaje, que es “el conjunto
de variables que rodean al lenguaje: la dicción, el volumen, el ritmo, la emotividad,
aspectos que modifican al lenguaje y subrayan las palabras de modo distinto”
(Maldonado Willman, 1998, p. 79). Es decir, el paralenguaje, se refiere a “todo
estímulo producido por la voz humana (con la excepción de las palabras) que
puede ser oído por otro ser humano” (McEntee, 1996, p, 227).
Y no menos importante resulta también el conocimiento de la ortología, que
es “el arte de pronunciar bien. Tiene cuatro partes: la 1ª enseña lo concerniente a
los sonidos elementales; la 2ª, lo concerniente a los acentos; la 3ª, las reglas para
distinguir las combinaciones de vocales que forman diptongos y triptongos, de las
de otra naturaleza; y la 4ª, el modo de aplicar a la versificación castellana los
principios ortológicos” (Marroquín, 1994).
Pero, vamos por el principio…

LA VOZ
Si lo que decimos es importante, no lo es menos la voz con que lo
expresamos. Es evidente que nadie regala una piedra preciosa o una alhaja
valiosa en un estuche de papel o de cartón, sino que siempre selecciona un
estuche que realce el mérito de la joya. En el caso de la comunicación oral a voz
es el estuche, por lo tanto, el orador debe esmerarse porque esté en concordancia
con la categoría de su mensaje. La voz pobre, chillona, apagada o disonante,
empobrece el contenido de su discurso.
No desdeñamos que cada quien trae de nacimiento una voz determinada,
que sólo con muchos trabajos y dedicándose durante años exhaustivamente a
ello, podría modificarla sustancialmente. Sin embargo, para efecto del aprendizaje

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de la oratoria no se requiere para la voz un esfuerzo y dedicación tales como si se


tratara de dominar el arte del canto. En principio, basta con atender tres aspectos:
fortalecerla, modularla y educar la pronunciación.
Lo anterior tiene su lógica: para ser efectiva una exposición, en primer
lugar el auditorio debe escucharnos sin necesidad de gritar. Los grandes oradores
jamás gritan y sin embargo se hacen oír, porque ellos conocen y saben
aprovechar el secreto de la resonancia. La resonancia no es un atributo o cualidad
de unos, es una cualidad que todos podemos aprovechar y desarrollar en
beneficio personal. Veamos cómo:
La voz se produce mediante las vibraciones de las cuerdas vocales, como
resultado de la fuerza del aire expirado que pasa entre ellas. Una lógica
regularización de la voz, se traduce en una mayor claridad y belleza de timbre, en
un tono mesurado, y en general, en una elocución melodiosa.
Dicho de otro modo:
La voz es un instrumento de viento, no de cuerda. Su fuente de poder es el
aire suministrado por los pulmones, ayudados éstos por los músculos del tórax y
los músculos abdominales; el oscilador es la laringe y los resonadores o cajas de
resonancia son: la laringe misma, la faringe, la cavidad bucal y los senos nasales.
Como puede verse, el mecanismo vocal involucra la acción coordinada de
mucho órganos del abdomen, el tórax, la garganta y la cabeza, de manera
absolutamente coordinada y cualquier modificación en uno de ellos modifica todos
los demás. De hecho, virtualmente el cuerpo entero influye en el sonido de la voz,
ya sea directa o indirectamente.
Sin ahondar más en la parte anatómica correspondiente a la zona de las
cuerdas vocales, hemos de insistir en aprovechar nuestros resonadores (TODOS
los antes mencionados) para reforzar el sonido que emitimos.
Interferir en el viaje de la voz, causa una producción impropia del sonido. Si
cortamos la cavidad bucal, permitiendo viaje hacia los senos, tendremos un tono
de voz nasal, que es pesado, delgado y nublado. Si cortamos los senos y
permitimos que el tono de voz se refuerce solamente con la cavidad bucal,
produciremos una voz gruesa y gangosa. En una palabra, ambas voces resultan

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faltas de resonancia. El sonido o voz, para que sean correctos deben de salir de la
nariz y boca al mismo tiempo, así se tendrá timbre y plenitud, será placentera y
resonante.

DICCIÓN
Ya mencionamos anteriormente que la Ortología es el estudio de la correcta
pronunciación de las palabras conforme a la forma en que están escritas; es decir,
la ortología es a la elocución lo que la ortografía es a la redacción: saber cuándo
se pronuncia “r” y no “rr”, cuándo la “x” se pronuncia como “s” y cuándo como “j”,
etc. Pero no sirve de nada conocer estas reglas si no se emplea una dicción clara
a la hora de pronunciarlas.
La dicción es uno de los pilares en la técnica de la expresión oral, para
dominarla es necesario conocer perfectamente el funcionamiento de los órganos
de la fonación y realizar arduas rutinas de ejercitación de los músculos de la
laringe, de la faringe, de la boca y en particular de la lengua. Así, el orador podrá
ajustar la adaptación neumofonética entre la columna de aire espirado, las
cuerdas vocales y las cavidades de resonancia, realizando adecuadamente los
movimientos de apertura, de oclusión y de cierre que llevan a la formación y
correcta pronunciación de las vocales, de las consonantes, y por ende de las
sílabas y las palabras.
Para ayudar a conseguir una mejor dicción se aconsejan ejercicios como
los que se mencionan a continuación, con la indicación de que se practiquen sin -
tensiones musculares, sin tensiones en la lengua y abriendo las ventanas de la
nariz para prevenir la tensión de los labios.
Practicar palabras que comiencen o terminen con “L” o “R”, ejemplos: fatal,
ferrocarril, correr, millar y otras por estilo. Procurando pronunciarlas con la plena
conciencia de sentir la vibración atrás de la nariz y atrás de los dientes superiores.
Se deben practicar primero en un solo tono, dominado éste, realizar el ejercicio en
otras tonalidades.
Una frase conveniente para este tipo de ejercicio es el popular
trabalenguas: “rápido corren los carros cargados de azúcar del ferrocarril”.

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Para reforzar los beneficios que se obtienen con este tipo de ejercicio, debe
practicarse también con palabras en las que resalte el sonido de la “N”: canción,
nombre, conocido, cañón, también, manden, honor, y otras similares.
Estos ejercicios, aparentemente sencillos, si son realizados con constancia,
ayudarán grandemente a desarrollar la resonancia de la voz y permitirán que el
orador sea escuchado por toda su audiencia, sin gritar y sin forzar sus cuerdas
vocales.
Otra recomendación es tomar clases de canto, y practicar la lectura en voz
alta, corrigiendo los malos hábitos y dando flexibilidad a la voz para adaptarla al
sentimiento que se quiere expresar.

ENTONACIÓN
Para algunas personas, hablar en público es una habilidad innata; sin
embargo, para la gran mayoría es fruto del conocimiento, el trabajo, la depuración
de malos hábitos expresivos y el desarrollo de determinadas habilidades
comunicativas. Una de ellas es saber modular su voz para darle variedad a su
discurso y mayor expresividad a su mensaje.
José Martí decía al respecto: “La variedad debe ser una ley en la
enseñanza de materias áridas. La atención se cansa de fijarse durante largo
tiempo en una misma materia y el oído gusta de que distintos tonos de voz lo
sorprendan y lo cautiven en el curso de la peroración.”
Es muy importante darle a la voz las inflexiones correspondientes al estado
de ánimo que el orador quiera infundir en sus oyentes y según el objetivo de su
discurso. Así como los ademanes y gestos deben ser acordes con cada parte del
mensaje, también debe serlo la entonación de su voz.
Un discurso pronunciado con un tono de voz monótono perderá muy pronto
la atención del público, una vez ocurrido lo cual, el público lo encontrará tedioso y
hasta difícil de soportar.
En cambio, un discurso en el que hay tonos de voz que se elevan en las
partes vehementes o dramáticas; y tonos que, inclusive, bajan, hasta el susurro en

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las partes reflexivas o emotivas, mantiene el interés del público y le dejan más
grabado el mensaje.
Hay que procurar siempre hacerse oír por toda la concurrencia presente,
así como matizar los tonos de la voz según lo que sea acorde a lo que se está
diciendo. Debemos recordar que el manejo de los gestos, de los ademanes y de la
voz, son los instrumentos corporales con los que el orador transmite las
emociones.

RESPIRACIÓN
La voz requiere de respiración adecuada, ya que simplemente no puede
funcionar sin la exhalación de aire como poder motriz. No olvidemos que el aire es
el que hace vibrar las cuerdas vocales; por lo tanto, el volumen que almacenamos
y el suministro que de él hagamos, nos permitirá exponer expresiones completas
con su adecuada puntuación y claridad, tanto al principio como al final de la
misma.
Por otro lado, debemos asentar que la función principal de la respiración es
oxigenar la sangre y que, su utilización como energía aplicada a la emisión de la
voz es una función secundaria; sin embargo, si queremos que nuestros discursos
sean eficaces, debemos adquirir el hábito de una racional forma de respirar, pues
aunque parezca mentira muchos, en realidad, no sabemos respirar.
Respirar indica tomar el aire, pero respirar correctamente, significa tomar la
mayor cantidad posible de él, con ello nuestra salud mejora y presentaremos
además una voz con las modulaciones adecuadas a las emociones que
manifestamos en nuestro mensaje.
En el principiante, la condición mental es por lo general desfavorable, ello
provoca una alteración de su condición física que motiva en ocasiones hasta una
pérdida total de la voz; esto se debe a que la tensión nerviosa precipita bióxido de
carbono en la sangre, hay fuerte generación de adrenalina, disminuyendo con ello
el poder de raciocinio, se suda, se sofoca y hasta se presentan desmayos. Para
contrarrestar esta condición, la receta es simple: además de un control mental

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personal, hay que acelerar la oxigenación de la sangre para que nuestro cerebro
trabaje con la normalidad debida.
Para una mejor oxigenación y un volumen mayor de aire, hemos de respirar
con propiedad, es decir, diafragmáticamente.
Los pulmones son dos vísceras esponjosas, conteniendo millones de
pequeñísimas cavidades o bolsas de aire. Se localizan en la caja toráxica, limitada
al frente por el esternón, atrás por la columna vertebral, lateralmente por las
costillas y en su parte inferior por el diafragma o músculos diafragmáticos. Esto -
nos indica que la máxima expansión pulmonar ha de ser hacia abajo, pues el
músculo de forma convexa, llamado diafragma se aplasta hacia abajo,
permitiéndoles mayor capacidad a estas vísceras.
El mecanismo es sencillo, expelemos todo el aire y dejamos que nuestros
pulmones, por la presión externa, se llenen, pero con nuestra acción voluntaria
deformemos hacia abajo en su totalidad al músculo diafragmático y
expansionemos la parte inferior y lateral abajo de las últimas costillas.
Si nos acostamos boca arriba y colocamos una mano en la zona donde
terminan las costillas, nos damos cuenta exacta de la forma correcta y olvidada de
respirar. Si hacemos presión con la mano, esta es impulsada hacia arriba en cada
aspiración, lo cual se debe a que el diafragma está trabajando correctamente,
cosa que no sucede cuando se está de pié y se ha perdido el hábito de respirar
diafragmáticamente. Esto se debe a que hemos perdido esta sana costumbre.
Respirando bien, se piensa mejor; disminuye el nerviosismo y se logra la
voz adecuada para agradar a los oyentes.
Para ayudar a mejorar la respiración, se recomiendan los siguientes
ejercicios:
Ejercicio Núm. 1.- Antes de levantarse por la mañana, quitar la almohada y
recostado a lo largo de la espalda colocar una mano en las costillas bajas y la otra
ligeramente sobre el abdomen. Relajarse, descansar todo el cuerpo en la cama. A
continuación inhalar a través de la ventana de la nariz, lenta, pausada y
profundamente, mientras se cuenta mentalmente: uno, dos, tres, cuatro, etc.
Mientras se inhala, es primordial advertir que: (a) el abdomen gradualmente se

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expande, (b) los lados se extienden a través de la expansión de las costillas


inferiores, (c) el pecho se levanta mientras se inhala, (d) los hombros no se
levantan. Acto seguido, guardar la respiración mientras se cuentan mentalmente
cuatro tiempos. Luego, dejar salir el aire de pronto y advertir la caída del abdomen
y el pecho inferior. Hay que recordar siempre que la inspiración debe ser lenta y
profunda, la expiración súbita y completa.
Estos ejercicios preliminares se deben practicar por no más de diez minutos
cada mañana, durante una semana. La segunda semana se aumentará la
detención del aliento a seis segundos, en vez de cuatro, y gradualmente aumentar
el tiempo en las semanas subsecuentes, sin llegar a más de 12 ó 15 segundos.
En un principio, este ejercicio puede hacerse en la cama, pero con la
práctica deberá realizarse en forma similar pero estando de pié, en postura
cómoda.
Ejercicio Núm. 2.- Inspirar como en el ejercicio número 1; detener el aliento
cuatro segundos o más; luego expeler vigorosamente el aire a través de la boca
completamente abierta.
Ejercicio Núm. 3.- Inspirar como en el ejercicio número 1, mientras se
cuenta mentalmente, uno, dos, tres, cuatro, etc., hasta completar la respiración.
Detener el aliento cuatro o más segundos; luego exhalar a través de la nariz lenta
y suavemente mientras se cuenta hasta el número alcanzado en la inspiración. El
número de tiempos o segundos puede aumentarse gradualmente. Estos ejercicios
se deben practicar con la garganta abierta, dejando que los músculos de la
respiración controlen la salida del aire.
Ejercicio Núm. 4.- Este ejercicio sirve para evitar la fatiga y debe usarse
siempre al terminar los ejercicios anteriores: inhalar lentamente a través de la nariz
una respiración completa; detener el aire dos o cuatro tiempos, luego apretar los
labios y expeler el aire en espiraciones cortas, espiración uno, detener dos
tiempos, otra espiración, y así sucesivamente hasta que se termine de exhalar.
Esto se llama ventilar y limpiar los pulmones. Es un ejercicio simple de gran
valor.

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MODULACIÓN
La modulación de la voz, de las intenciones, del tiempo de
exposición, etc., forman parte de las técnicas que el orador adquiere y aplica en
forma personal. Es decir, no son técnicas de la Oratoria, sino del orador, pues, son
los aspectos particulares que cada comunicador va aprendiendo con su práctica
muy personal.
Conforme el orador va adquiriendo experiencia, va encontrando las mejores
formas que él, en lo individual, tiene para comunicarse mejor, de tal suerte que
con la práctica y la experiencia, el orador puede ir “rompiendo” las reglas e irlas
sustituyendo con sus propias técnicas. Cabe insistir en que el dominio de las
reglas es condición previa para el descubrimiento, aplicación y dominio de las
técnicas propias.
Definitivamente, existen personas con dotes innatas; efectivamente, puede
haber elocuencia sin haber estudiado el arte oratorio, como existe y es posible
encontrar un diamante sin pulir. Pero aun los llamados genios de cualquier arte se
han tenido que pulir mediante el estudio de las reglas y preceptos de su arte.
Afirmar que por poseer grandes dotes para la práctica de cierto arte es inútil
el estudio y dominio de las reglas de dicho arte, equivale a decir que teniendo oído
delicado y sensibilidad exquisita para la música, de nada sirve estudiar las reglas
de armonía o composición que rigen la práctica musical.
Baste el ejemplo de uno de los más grandes genios musicales de todos los
tiempos, Wolfgang Amadeus Mozart, quien fue iniciado por su padre en el estudio
de las normas y reglas musicales a la edad de tres años. O el caso de Pablo
Picasso, quien antes de convertirse en el gran innovador del arte pictórico que
llegó a ser, desde muy joven estudió pintura en forma académica, con tal nivel de
aprovechamiento que alcanzó una maestría incomparable en estilos
diametralmente opuestos a los que le dieron fama y fortuna.
De igual manera, el proceso mediante el cual el orador va encontrando su
técnica particular, recogiéndola con paciencia y con constancia en el camino de su
experiencia, es el proceso mediante el cual va encontrando su estilo personal.

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EL LENGUAJE CORPORAL
Al respecto del desempeño corporal del orador vale la pena recordar lo que
mencionan Leggett y Velilla, en su libro Persuasión: “La comunicación no verbal
supone un componente esencial en el proceso comunicativo oral. La comunicación
no verbal implica cualquier forma de comunicación que no suponga el uso de las
palabras” (Leggett y Velilla, 2008, p. 148).
Y tampoco podríamos dejar de mencionar lo que dice Mark Knapp acerca
del paralenguaje: “Para decirlo sencillamente, el paralenguaje se refiere a cómo se
dice algo y no a qué se dice” (Knapp, 1991, p. 24).
De hecho, ya mencionamos anteriormente que un orador eficaz deberá
conocer y dominar aspectos de paralenguaje, kinésica y ortología. Y es que
cuando el orador toma la tribuna para exponer un mensaje o desarrollar un
discurso, se convierte en el actor principal, en la figura central o foco de atracción
de su auditorio; por ello ha de desenvolverse en forma tal que quienes lo
escuchan, no se sientan defraudados o decepcionados del resultado de su
desenvolvimiento en la tribuna, catalogándosele como comparsa en vez del actor
o primera figura que esperaban ver en él.
El orador es considerado en la tribuna como actor, por lo que debemos
acotar que el actor se vale de gestos, líneas, imágenes, entonaciones, etc., para
que su actuación resulte acorde con el personaje que representa. El orador puede
tomar estas formas mímicas a título accesorio, en medida más restringida y de
manera puramente secundaria, puesto que lo principal en él son las ideas y las
palabras con lo que sugiere las imágenes, sin estar obligado a representarlas
plásticamente. Podríamos decir que el orador, considerado actor en la tribuna, es
un personaje que actúa dentro de una mímica modulada, pero lo suficientemente
entrenado para dar más claridad a su idea y al pensamiento con que la describe.
De ahí que debe tener muy claras varias cosas:
Los gestos, que son el soporte de la comunicación, su
parte no verbal, pueden reemplazar completamente lo verbal
(Descamps, 1992, p. 167).

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Algunos estudios han concluido que las personas que se


comunican de forma no verbal a través de movimientos activos
tienden a ser valoradas como cálidas, agradables, enérgicas y más
cercanas... (Leggett & Velilla, 2008, p. 148).

Cuando hacemos discursos o presentaciones, debemos


asegurarnos de que el mensaje que estamos transmitiendo mediante
nuestros gestos coincida con el que realmente deseamos comunicar
(Leggett & Velilla, 2008, p. 156).

El orador que toma en cuenta estas consideraciones y actúa acorde con las
circunstancias, indudablemente se destaca.
Una de las más importante enseñanzas de los señalamientos anteriores es
que, en algunas ocasiones, un ademán es más expresivo que muchas palabras.
Hay personas se vician en el ademán corto, del codo a la muñeca y de la
muñeca a los dedos. Estos ademanes pueden ser correctos si corresponden a lo
que se quiere decir; pero, cuando se habla de grandes hechos o de generalidades,
es conveniente hacer el ademán con todo el brazo, desde el hombro hasta la
punta de los dedos con armonía y naturalidad.
Para saber cuándo el ademán corresponde a una palabra y a su
significado, se enlistan a continuación algunas clases de ademanes, que son los
que se utilizan con más frecuencia.
1°.- Al saludar y al finalizar. Al saludar inicialmente y al finalizar el discurso,
no es necesario hacer ademanes; pero, en caso de hacerlos, deberán ser pocos y
cortos, con la mano abierta y los dedos juntos. El primer ademán, y el último, es -
más conveniente hacerlos con una ligera inclinación de cabeza y tronco.
2º.- El ademán de castigo o culpabilidad. Este ademán es frecuente y debe
hacerse cerrando la mano y señalando a un lugar determinado con el índice.
Cuando el orador mencione en un discurso: “he ahí al culpable” o “recibirá su
merecido castigo” puede señalar a un lugar imaginario; pero no debe cometer el
error de usar este ademán con demasiada frecuencia, ni de hacerlo sin dirigir la

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vista hacia el lugar que se señala con el dedo. Por lo regular, el principiante y el
mal orador reparten dedazos a diestra y siniestra, sin percatarse de la dirección
hacia la que van dirigidos.
Jamás debe señalarse hacia el auditorio y, cuando sea necesario decir:
“todos ustedes”, y se necesite un ademán, deberá hacerse con la mano
completamente abierta, y cubriendo con el ademán todo el auditorio.
3o.- El ademán descriptivo o que indica. Este ademán es el más usual de
todos, pero el orador debe ser muy consciente de este ademán para que siempre
corresponda a lo que quiere indicar o describir. Por ejemplo, imaginemos que dice:
“con todo el poder de mi pensamiento” y, al mismo tiempo, en lugar de llevarse la
mano a la frente o a la cabeza, señala hacia sus pies. No faltará algún chistoso
que diga o haga notar que todo el poder de su pensamiento está en sus pies,
como el orador lo indicó con su ademán.
4°.- El ademán que da énfasis o sirve para recalcar una idea. Este ademán
sirve para hacer más reales y notorias las cosas que indican las palabras.
5°.- Los ademanes sugestivos o que sirven para imitar. Este tipo de
ademán siempre es exagerado, porque la mayoría de las veces sirve para sugerir
o imitar la actuación o defecto de otra persona; sin embargo, se llega a lograr el
objetivo si este ademán se efectúa apegándose a la realidad de lo que se quiere
sugerir o de lo que se quiera imitar.

Para concluir este apartado, recordemos lo que destacó Albert Mehrabian


en su libro Nonverbal Communication, quien tras estudiar numerosas situaciones
de comunicación, llegó a la conclusión de que el 55 % de la comprensión viene de
la expresión del rostro; el 38 %, de la forma en que se pronuncian las palabras y
sólo un 7 %, del sentido de las palabras (Descamps, 1992, p. 168).

LA RELACIÓN EMISOR-RECEPTOR
Antes que nada, el orador debe mostrar seguridad ante el auditorio al que
pretende convencer, liderar o guiar, pues es improbable que alguien quiera seguir
a un líder indeciso y temeroso.

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Una de las piezas oratorias que mejor ejemplifican esto es la famosa


arenga de Enrique V a sus soldados como preámbulo a la histórica batalla de
Agincourt, el 25 de octubre de 1415, cuando un ejército inglés de menos de seis
mil hombres se enfrentó a más de 36 franceses, derrotándolos en su propia tierra.
Sin entrar en detalles de logística militar, esta gesta, inmortalizada por
Shakespeare en 1599, es considerada gloriosa por el valor y capacidad guerrera
de los ingleses, pero sobre todo, porque se considera que el motor y fuerza que
los llevó al triunfo fueron las palabras de Enrique.
El rey, lejos de demostrar miedo en una de las situaciones de mayor
peligro, daba la impresión de que se sentía seguro en todo momento y esto lo
legitimaba como líder e inspiraba valor y energía a su ejército para afrontar la más
dura prueba.
Seguramente hubo momentos en los que Enrique realmente sintiera miedo,
puesto que el valor no consiste en la ausencia del miedo, tan natural y humano,
sino en su control y dominio, pero gracias a las palabras que pronunció aquel día
de San Crispín se le considera un líder indoblegable como Churchill, el más
grande británico, y desde luego Wellington, el vencedor de Napoleón.
Así pues, al igual que el Rey Enrique V, el orador, como director de grupos,
no puede dar la impresión de inseguridad, pues esto debilita en grado sumo su
imagen de líder.
Y esa impresión de seguridad puede notarse desde el primer momento.
Es conocida la idea que dice que la primera impresión es la que cuenta, y
que no hay una segunda oportunidad de causar una buena primera impresión.
Quizá esto no sea tan estricto ni tan definitivo, pero debemos reconocer que
tiene mucho de verdad. A veces, la primera impresión puede revertirse, pero de
una manera mucho más difícil que aquella con la que se formó originalmente. Por
esto es muy importante que el orador cause una primera impresión de seguridad
en lo que va a hacer y decir.
Independientemente de los aspectos del vestido decoroso y de los buenos
modales, así como del léxico adecuado, esa primera impresión debe centrarse en
la actitud que el público perciba que asume el orador.

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¿Cómo se justifica que un grupo de personas, grande o pequeño, le


otorguen su atención a otra persona?
Se ha dicho que la primera función de un líder es resolver problemas.
Ésta es la justificación de que uno hable y muchos escuchen: se espera del
que habla que aporte la solución a un problema, de la índole que éste sea.
El orador debe presentarse al público con una actitud de decisión y
determinación, proyectando dominio de sí mismo y del escenario en el que está,
sin titubeos, dando la impresión que sabe por dónde es el camino.
Desde luego, cuando uno se para al frente y propone la solución de un
problema, es porque está convencido de que ésa es la solución. Tiene la
convicción de que el camino que le está señalando al grupo, es el adecuado. Pero
esto no basta. Además de tener la convicción, debe demostrar de inmediato que la
tiene, para inspirar confianza en el auditorio y lograr su objetivo de que lo sigan en
su planteamiento.
Lo más interesante de todo esto es que la primera impresión que causa el
orador, sea de seguridad o de inseguridad, la causa generalmente no con las
primeras palabras con las que empieza su mensaje, sino antes de comenzar a
hablar.
Muchas veces, antes de que el orador pronuncie la primera palabra, ya está
consumada la primera impresión. El público comienza a calificar al orador y a
formarse una imagen de él, desde el momento mismo en que es individualizado,
es decir, desde que se le señala para que hable, o desde que él mismo pide la
palabra: ¿Cómo se puso de pie? ¿Lo hizo ágilmente o de manera titubeante y
temerosa? Si él pidió la palabra, ¿levantó la mano con decisión y por todo lo alto,
o tímidamente? ¿Cómo estaba sentado? Su cabeza, ¿estaba erguida o cabizbaja?
Cuándo se dirigía al estrado o escenario, ¿Cómo caminó? ¿Con paso firme y
decidido o arrastrando los pies con el ánimo vacilante de quien va al cadalso?
Cuándo se colocó frente al público, ¿Qué nos dicen las posturas de sus manos?
¿Se sujetan la una a la otra? ¿Están atrás o adelante? ¿Qué nos dicen la postura
de su cabeza, la de sus piernas? Su mirada ¿Es directa o esquiva?

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Es muy probable que el público no haya escuchado nunca nada acerca del
lenguaje corporal, pero como se trata de un lenguaje instintivo y, en muchos
aspectos, de carácter universal, el público, consciente o inconscientemente,
interpretará todos los gestos, ademanes y posturas del orador, tan pronto como
éste sea identificado en su asiento como el que hará uso de la palabra.
Por otra parte, cabe destacar que, no obstante que el orador cultive la
seguridad en sí mismo, por regla general debe ser modesto en su actitud, huyendo
de toda pose y circunstancia de las que puedan colegirse que tiene grandes
pretensiones así como un desproporcionado concepto de su mérito propio. Nada
le daña tanto al orador como esto; más fácilmente se le toleran y perdonan los
defectos mayores, que la vanidad y la presunción, aún cuando vayan
acompañadas por el saber y por la elocuencia.
Finalmente es importante señalar que la valentía que tan indispensable y
necesaria es para el orador y que se refleja en una actitud segura e impactante,
debe ser atemperada por otra virtud que es la templanza, la cual consiste en
dominar firmemente, con la razón, los arrebatos del ánimo.

LA IMPROVISACIÓN
Aquél que se precia de ser orador debe documentarse para su efectiva
preparación y debe practicar antes de exponer; sin embargo se debe considerar
que existen ocasiones en que el orador, obligado por las circunstancias tiene que
tomar la palabra, sin previa preparación, es decir tiene que improvisar.
Improvisar, según el Diccionario de la Real Academia, significa: “Hacer
alguna cosa de pronto y sin preparación”; por lo tanto, en la comunicación oral, ha
significado: “hablar sin preparación”.
En el campo de la oratoria no debería existir el término improvisación,
puesto que toda persona que habla de algo, es porque está preparada para
hacerlo. Pero, de todos modos, improvisar no es recomendable porque el discurso
resulta, por regla general, deslucido y falto de brillantez, o cuando menos falto de
unidad.

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Si una persona, por su gran cultura, tiene facilidad para hacer


improvisaciones y puede hacerlo bien, es seguro que, si se prepara
anticipadamente, su actuación será superior. Sin embargo, en muchas ocasiones
las circunstancias obligan a las personas a improvisar; por ello mencionaremos
algunos lineamientos o recursos que pueden servir para vencer esta circunstancia
adversa para cualquier orador.
Estos lineamientos son recomendaciones que le servirán al orador en forma
efectiva para salvar la enorme dificultad que entraña la improvisación. Están
dictadas por la experiencia, pero pueden ser variadas, adaptadas e incrementadas
por medio de la experiencia personal, o crear una fórmula propia.
Primera Recomendación.- Si el orador va a asistir a una junta, reunión,
fiesta, banquete o conferencia, debe pensar en las posibilidades que existen de
que se le invite a tomar la palabra; de este modo tendrá tiempo para prepararse y
cuando le toque su turno no será una sorpresa y, seguramente, su éxito será
rotundo. Esta recomendación es en realidad el recurso clave para estas
ocasiones, puesto que, a más de dejar la magnífica impresión con el discurso que
se supone improvisado, se capta uno la simpatía de la concurrencia, misma que
hablará muy favorablemente de su gran habilidad y cultura.
Segunda Recomendación.- Si el orador olvidó el recurso anterior y asiste
como invitado a un evento social, y se le pide diga algunas palabras relacionadas
con el suceso; no debe negarse, pues corre el riesgo de que la insistencia de la
concurrencia se torne burlesca y al final tenga que tomar la palabra. En esta
situación el público le será adverso ya que si la improvisación resulta buena,
pensarían que el orador es pedante o presumido y que ya estaba preparado; y si
resulta mala, les dio la oportunidad de confirmar la actitud burlesca con que le
insistieron para que hable.
Tercera Recomendación.- Supongamos que el evento social en el que tiene
que hablar improvisadamente el orador, se refiere a la inauguración de una
residencia. La actitud a seguir es la siguiente: Un ordenamiento mental de una
serie de preguntas relativas al evento, tales como:
a).- ¿Cuánto tiempo hace que conozco a los dueños?

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b).- ¿Cuál ha sido su desenvolvimiento económico?


c).- ¿Qué fue necesario para lograrlo?
d).- ¿Cuáles fueron los motivos sentimentales y románticos que les sirvieron de
estímulo?
e).- ¿Quiénes participan directamente de este bienestar?
f).- ¿Cómo los amigos se sienten partícipes de esta satisfacción?

Hecho esto, deberá preparar un principio de acuerdo con los esquemas que
mencionaremos más adelante. Principio que puede fundarse en la siguiente
verdad: La casa propia consolida la estabilidad familiar y permite una proyección
más sólida en cuanto a la Paz y la Felicidad de todo hogar.
Debe concluirse la exposición con alguna forma que combine con el
principio o, simplemente, basta terminar felicitando con sinceridad a los anfitriones.
Cuarta Recomendación.- Cada ocasión obliga a un temario distinto, que ha
de formularse el mismo orador. De este temario y la condición mental que
demuestre, se desprenderá el resultado de su actuación.
Quinta Recomendación.- Para salir airoso de cualquier situación futura, por
más comprometida que sea, es necesario practicar y adquirir, aunque lentamente,
una adecuada cultura a través de la lectura de buenos libros, magazines, revistas,
etc. Para hacer comienzos interesantes y finales de favorable impresión, debemos
acostumbrarnos a memorizar ordenadamente frases y pensamientos que
encontremos en el trayecto de nuestra búsqueda relativa. El orador debe organizar
todo tipo de frases que a modo de comienzos, puedan adaptarse mediante
modificaciones sencillas a diversas situaciones.
Sexta Recomendación.- Para adquirir habilidad o destreza en la
organización de improvisaciones cortas (tres minutos), el orador puede escribir en
pequeños pedazos de papel los títulos de diversos temas, doblarlos y escoger uno
al azar. Cualquiera que le toque, deberá tratar de organizarlo mentalmente en tres
minutos, y luego decirlo en voz alta. Este ejercicio es más efectivo reuniéndose
con amigos y practicando en grupo. Si cada uno habla sobre el tema elegido al
azar, los demás adquirirán nuevos conocimientos, ya que las ideas, vocabulario y

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formas de desarrollar el tema, pueden resultar distintos. De este ejercicio en


grupo, cuando se selecciona el mismo tema, quien realmente muestra interés,
podrá obtener resultados verdaderamente positivos, pues no debe conformarse
con preparar el tema y decirlo, debe también pensar en lo que dicen los demás, en
la forma en que ellos organizaron, como lo ejecutaron y al mismo tiempo, como
podrían mejorar lo que dijeron los integrantes del grupo.

Aquél orador que ponga en práctica estas recomendaciones en poco


tiempo descubrirá que el poder de su imaginación personal no tendrá límites, su
agilidad mental aumentará y, lógicamente, por el deseo personal de investigación
y por la preocupación, por lo que otros dicen, su vocabulario será enriquecido.
Si en la primera oportunidad que se presente, el orador improvisa y fracasa,
no debe preocuparse, sino que esto le sirva de experiencia y demostración de que
siempre que hable frente a un auditorio, debe tener preparación previa. Y si en esa
misma oportunidad, su éxito no se hace esperar, no debe confiarse, más bien
debe pensar que intervino la suerte y que le tocó un tema que sabía, y que si ese
mismo tema hubiera sido preparado, las proporciones de su éxito habrían sido
mayores.
Las improvisaciones totales no existen, lo que sucede es que existen
oradores con habilidad, práctica, experiencia y capacidad para tratar cualquier
tema en el momento deseado. Mientras que uno no es poseedor de esas
facultades, es necesario preocuparse por preparar lo que va a decir. Si en alguna
ocasión escuchó alguna persona que, no reuniendo las facultades mencionadas,
aparentemente improvisó satisfactoriamente, debe estar seguro de que esa
persona ya sabía que tendría que hablar y que se preparó con anterioridad.

EL SALUDO INICIAL
Salvo en el caso particular de una Oración Fúnebre, el orador, antes de
pronunciar alguna palabra del contenido de su discurso, debe cumplir con las
reglas básicas que exige la cortesía; es decir, debe comenzar por dar las gracias a
la persona que lo presentó, e inmediatamente después, hacer la salutación en

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concordancia con la jerarquía de los que integran el auditorio. Veamos varios


ejemplos:
En nuestra Institución.- Señores Profesores, Señores Consejeros, Damas y
Caballeros (o bien compañeros). Si hubiere algún invitado de Honor, deberá ser
para él el primer saludo.
En un banquete.- En primer lugar, se debe saludar al festejado o a la
persona que ofrece el ágape. Si existe algún invitado de Honor, se le saludará en
primer lugar y después a los invitados en general.
En una Junta de Ejecutivos.- En primer lugar, al Presidente o la persona
que asista en su representación. Los saludos posteriores estarán en relación con
la jerarquía de los que integran dicha junta.
En una casa particular.- A los dueños de la misma corresponde el saludo
primero.
En un banquete de boda.- A los padres de los contrayentes, a los invitados
en general y por último a los desposados, si queremos que nuestros últimos
pensamientos sean para ellos.
Esto debe de tomarse como una norma, porque la conducta inicial habla de
una educación refinada y una gran experiencia en el Arte de de la expresión oral,
es decir, en el Arte de hablar en público.
Poner ejemplos de discursos que tuvieron éxito porque se iniciaron con la
salutación correcta no nos servirá para ilustrar la importancia de lo que buscamos;
en cambio, el ejemplo de la triste experiencia de un saludo equivocado, nos
enseñaría mucho más de la reacción desfavorable de nuestro auditorio.

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